sábado, 28 de mayo de 2022

El tesoro

 




Una vez leí o escuché a alguien decir que el valor de un objeto depende de lo que alguien estaría dispuesto a pagar por él. Por ejemplo, yo puedo creer firmemente que mi auto o mi casa valen cierto monto, pero si lo ofrezco a la venta y nadie está dispuesto a pagar más que el 60 o 70% del precio que yo pensé, ése entonces sería el valor real.

En las parábolas de hoy vemos a personas que estuvieron dispuestas a dar todo lo que poseían con tal de obtener algo que consideraban de un valor supremamente alto. Las encontramos en Mateo 13.44-46:

“…el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo. Cuando alguien encuentra el tesoro, lo esconde de nuevo y, muy feliz, va y vende todo lo que tiene, y compra ese campo. También el reino de los cielos es semejante a un comerciante que busca buenas perlas, y que cuando encuentra una perla preciosa, va y vende todo lo que tiene, y compra la perla” (Mt 13.44-46 – RVC).

En la primera parábola tenemos a un hombre que cruza un campo y encuentra un tesoro. No interesan los detalles de cómo fue que lo encontró, de quién era el tesoro, cómo llegó a parar ahí, por qué nadie lo había reclamado hasta ese entonces, etc. Esas cosas no son relevantes. Lo central aquí es que el reino de Dios es comparado con un tesoro. En este caso, el hombre lo encontró sin haberlo buscado, casi por accidente. Ese tesoro representa el reino de Dios y todo lo que esto encierra: Cristo, la salvación, el perdón de pecados, la Palabra de Dios, etc. Hay muchos que lo encuentran “por casualidad” – aunque sabemos que en el reino de Dios nada sucede por casualidad. Pero sabemos de personas que encuentran un “tesoro” en la Palabra de Dios sin haber buscado nada específico. La simple lectura los hizo casi tropezar con ese tesoro. O sabemos también de personas que encuentran a Cristo porque alguien les pasó un papelito con un versículo. O escuché también el testimonio de una persona que todos los domingos se iba a jugar fútbol en la canchita del barrio, donde siempre se apostaron los jóvenes de una iglesia cercana con su parlante, haciendo sonar música cristiana. Esta persona ya se sabía de memoria algunas canciones de tan frecuentemente que las había escuchado. Pero un domingo en particular, en medio del juego, llegó a prestar atención a la letra de la canción que estaba sonando. Esa letra lo tocó de tal forma que en plena cancha cayó de rodillas, aceptando a Cristo como su Señor y Salvador. Él fue como ese hombre que encontró el tesoro sin haberlo buscado.

Resalta aquí la gran alegría que este hallazgo produjo en este personaje de la parábola. Creo que el que ha encontrado el tesoro de la salvación o el tesoro de una intervención divina clara y contundente en su vida, conocerá esta gran alegría que menciona Jesús en esta parábola. Es algo que difícilmente se puede explicar en palabras.

De inmediato, este hombre reconoció el valor de este tesoro. Lo habrá considerado el descubrimiento más grande de toda su vida, y entró en acción inmediatamente. Para obtener el tesoro, él tenía que hacer algo. Quedarse con los brazos cruzados ante semejante tesoro no lo iba a beneficiar en nada.

Lo primero que hizo fue esconderlo nuevamente. No debemos perder tiempo discutiendo si fue algo moralmente aceptable de parte de él o no. Este detalle de la parábola simplemente indica que él hizo algo al respecto. No pasó por alto su descubrimiento, no lo tenía en poco. Más bien se aseguraba de no perder otra vez lo que había encontrado accidentalmente. Él veló por el tesoro e hizo algo para resguardarlo. Si descubres un tesoro en la Palabra de Dios, ¿cómo te aseguras que no lo vuelves a perder? El salmista se exhortó a sí mismo: “¡Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguna de sus bendiciones” (Sal 103.2 – RVC)! En términos de nuestra parábola sería: “No dejes tirado descuidadamente ninguna de las bendiciones recibidas.” Este hombre se aseguró de que su tesoro no se perdiera o le fuera robado. Era tan valioso para él que no escatimó esfuerzo alguno para resguardarlo.

Lo siguiente que hizo fue vender todas sus posesiones para poder comprar el terreno, y con él también el tesoro. Ese tesoro le era tan valioso que ni todas sus posesiones juntas podían competir con él. Nada de lo que poseía era digno de ser tenido en cuenta ante semejante valor de ese tesoro. Lo que él había encontrado fue de tanto valor que prefirió “perder” todo lo que tenía, con tal de ganar ese tesoro. Este hombre sabía que tenía que dar todo si quería obtener ese tesoro. Sabía que era necesario deshacerse de todo lo que tenía para poder obtener ese campo con el tesoro.

¿Cuánto nos vale nuestra salvación? ¿Estamos dispuestos a dar todo por nuestra relación con Cristo? ¿Estamos dispuestos a deshacernos de nuestra comodidad, de nuestras pertenencias, de nuestras relaciones o de lo que fuese con tal de obedecer sus mandatos? Nada de lo que tenemos merece ser mantenido con vida ante tamaño tesoro que tenemos en Cristo, como lo expresa una nota explicativa en la versión “Biblia de Nuestro Pueblo” (BNP): “El reino se convierte en el único valor absoluto para quien lo descubre; es la mayor riqueza para el seguidor de Jesús.” A este punto tenemos que llegar. Mientras que Dios, su reino y todo lo que este contiene, sea un trofeo más que yo pueda agregar a los tantos otros que yo ya he ganado previamente, esto no va a funcionar. Sólo es señal de que el reino de Dios no es un tesoro tan valioso para mí que merezca que yo deje atrás todo lo demás. Pablo expresaría esto en las siguientes palabras: “…yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo” (Flp 3.8 – NBLH). Así que, es necesario darle muerte a la vida anterior para así obtener la nueva vida en Cristo.

Pero, así como nada de lo que tenemos puede equilibrar el valor del tesoro que tenemos en Cristo, tampoco nada de lo que tenemos puede ser suficiente para entrar al reino de los cielos. Ningún “tesoro” humano puede comprar la salvación. Pablo expresa esto en las siguientes palabras en su carta a Tito: “Él nos salvó gracias a su misericordia, no por algo bueno que hubiéramos hecho…” (Tit 3.5 – PDT). Y en la carta a los Efesios lo dice también enfáticamente: “…ustedes han sido salvados por la fe, no por mérito propio, sino por la gracia de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe” (Ef 2.8-9 – BPD).

Casi idéntica es la segunda parábola, la de la perla preciosa. Hay un pequeño detalle que la distingue de la parábola del tesoro. Lo explica la nota de la Biblia de Nuestro Pueblo (BNP): “El hombre que descubrió el tesoro descubrió lo que no buscaba, mientras que el buscador de perlas encontró lo que no se atrevía a imaginar” (BNP). En algunas oportunidades encontramos grandes tesoros en la Palabra de Dios sin haberlos buscado. Hemos leído un texto bíblico cualquiera, pero de repente un versículo o un concepto nos toca de manera muy especial. O hemos escuchado una prédica que nos abrió los ojos. Pero en todo caso no fue nada intencional. Pero hay otras veces en que buscamos algo muy específicamente. Tenemos una pregunta que nos inquieta, y buscamos con mucha intensidad y oración una respuesta a tal pregunta, y de golpe se nos salta a la vista, y es un tesoro invaluable para nosotros.

¿Es el reino de Dios —Cristo, su Palabra, el perdón de pecados— el máximo tesoro para ti? ¿Es también el descubrimiento más importante de tu vida? ¿O necesitas “vender” todavía algo (es decir, desprenderte de ello), que te impide entregarte en cuerpo y alma a Dios y su voluntad? ¿Algo que en tu alma compite todavía con el valor del tesoro divino? Tenemos que tener en cuenta que en cuanto a los asuntos espirituales no somos nosotros, los “compradores”, los que determinamos el valor de este tesoro, sino es Dios mismo. Si a él le costó todo, incluyendo la vida de su Hijo, ¿cómo vamos a pretender darle menos importancia?

Por otro lado, si encuentras un tesoro, ¿qué puedes hacer para no perderlo otra vez? Tómate ahora mismo el tiempo para anotar algunos pasos prácticos que Dios te está mostrando que debes hacer. Si Dios te ha hablado, ya es un tesoro lo suficientemente importante como para no perderlo otra vez. ¡Cuídalo!


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