Hoy es un día
especial para nosotros como iglesia. Se bautiza una persona. Fiorella se
adelanta a varios otros que también ya me manifestaron su interés por
bautizarse. Con todos estos interesados, y otros más que ya fueron bautizados
en otra iglesia y quieren sumarse oficialmente a la membresía de esta iglesia, queremos
empezar en febrero un curso de membresía. Pero en el caso de Fiorella hacemos
hoy un acto especial ya que ella está a pocos días de viajar a Alemania para un
intercambio, pero tenía todavía ese gran deseo de bautizarse antes de salir. En
esta semana hemos pasado mucho tiempo estudiando temas básicos que la Biblia
nos enseña para que la persona esté plenamente convencida de lo que está
haciendo al ingresar como miembro oficial de una iglesia. Y me di cuenta que la
experiencia de Fiorella, y probablemente de la mayoría o de todos nosotros,
coincide bastante con lo que David expresa en el Salmo 32 que nos toca estudiar
en esta oportunidad.
FSalmo 32
David marca el
tono general del Salmo en los primeros dos versículos: “Bienaventurado aquel
cuya transgresión ha sido perdonada…” (v. 1 – RV95), “¡qué felicidad la
de aquellos cuya culpa ha sido perdonada! ¡Qué gozo hay cuando los pecados son
borrados” (NBD)! Como dije, todos podemos —o deberíamos poder— expresar
también esta alegría y sentirnos afortunados de poder tener el perdón de
nuestros pecados. Esta experiencia es prácticamente el inicio de toda relación
personal con Dios. No tiene precio saberse libre de culpa, tener conciencia
limpia. Nos damos cuenta de ello cuando por mucho tiempo hemos cargado con
alguna culpa que nos atribulaba la conciencia. Cuando esa culpa se nos quita,
sentimos un alivio increíble y nos preguntamos: “¿Por qué no hice este paso
hace mucho tiempo atrás ya?” Precisamente el salmista sigue declarando: “¡Qué
alivio tienen los que han confesado sus pecados y a quienes el SEÑOR ha borrado
su registro de delincuencia y que viven en completa honestidad” (v. 2 –
NBD)! Esto me suena a que el certificado de antecedentes, que antes llenaba
estantes enteros con el registro de todas nuestras faltas y pecados, salga de
pronto en blanco otra vez. Pero esto no se debe a una falla en el sistema que por
error marca “Inocente”, sino se debe a la gran obra de Cristo que pagó con su
sangre la deuda que había en nuestra contra. Su obra ha hecho borrón y cuenta
nueva en la vida de todos los que lo aceptan, también en la vida de Fiorella.
Como dije,
estos dos versículos son como una introducción a este Salmo y marcan el inicio
de una vida con Dios. En el siguiente versículo, David va bien al inicio de su
historia y empieza a describir paso a paso todo un proceso de crecimiento
espiritual. En este versículo, David reconoce que él no siempre tuvo la conciencia
limpia. Hubo un tiempo en que no conocía esa libertad y ese alivio: “Mientras
no confesé mi pecado, mi cuerpo iba decayendo por mi gemir de todo el día”
(v. 3 – DHH). “Día y noche tu mano de disciplina pesaba sobre mí; mi fuerza
se evaporó como agua al calor del verano” (v. 4 – NTV). Se ve aquí
claramente la relación entre la parte espiritual y la parte física dentro del
ser humano. Su pecado era un asunto espiritual, pero su cuerpo lo expresaba: no
soportaba esa carga y se fue decayendo cada vez más. David se sintió débil y
enfermo, suspirando, gimiendo y llorando todo el tiempo. Su vida prácticamente
se le estaba yendo de la mano. Cuánta gente hay a nuestro alrededor que está
sufriendo esto en silencio. Quizás intentan dar una imagen totalmente opuesta
hacia fuera, pero por dentro se están consumiendo. Y lo triste es que creen que
esto es normal y que tienen que aguantar no más ese tipo de muerte en vida. Necesitan
urgentemente este testimonio de David, de Fiorella y de cada uno de nosotros
para poder experimentar también esa libertad totalmente desconocida para ellos.
Pero en la vida
de David llegó el momento en que él fue alcanzado por la gracia de Dios. En su
misericordia, Dios le hizo ver su amor que siempre está dispuesto a perdonar al
que sinceramente se arrepiente. Dice David: “…te confesé sin reservas mi
pecado y mi maldad; decidí confesarte mis pecados, y tú, Señor, los perdonaste”
(v. 5 – DHH). Todos necesitamos este momento en que nos damos cuenta que así no
podemos seguir. Necesitamos reconocer que sin el Señor no podemos más, que
precisamos confesarle nuestros pecados para así obtener el perdón. Esto puede
ser en algún momento en que invitamos a Jesús a que entre a nuestra vida como
nuestro Señor y Salvador. Pero también puede suceder durante nuestro proceso de
crecimiento espiritual que nos damos cuenta que nos equivocamos, que hicimos
las cosas mal, y que necesitamos volver a empezar. El camino siempre es el
mismo: arrepentirse, clamar por el perdón y la misericordia del Señor, y regresar
al camino correcto. Y la noticia grandiosa y la promesa divina es que él nos va
a conceder nuestra petición. Dice la Biblia: “El que encubre sus pecados no
prosperará, pero el que los confiesa y los abandona alcanzará misericordia”
(Pr 28.13 – RVA2015). “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y
justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad” (1 Jn 1.9 – NVI).
¡Gloria a Dios por tanta misericordia!
Estas
experiencias, incluso las de equivocarnos feo y recibir una segunda, tercera,
cuarta o centésima oportunidad de parte de Dios, nos une mucho más con el Señor
y llegan a constituir puntos importantes en nuestro crecimiento espiritual. Son
experiencias que nos marcan profundamente y hacen crecer nuestro amor a Dios.
Por eso dice David que “…en momentos de angustia los fieles te invocarán…”
(v. 6 – DHH). Claro, si Dios ya se nos manifestó de manera tan maravillosa,
¿cómo no nos vamos a acercar aún más a él “en momentos de angustia”,
como traducen algunas versiones, o “mientras puedas ser hallado” (RVC),
como es otra forma de traducir esta parte del versículo. Cada experiencia con
Dios nos lleva a buscarlo más y a experimentar otras cosas más con él. Y esto
hará brotar de nosotros cantos de alabanza: “Tú eres para mí un refugio, tú
me proteges de la angustia y me rodeas de cantos de salvación” (v. 7 –
BLPH). Y todo esto es parte de este proceso de continuo crecimiento. La Biblia
promete que “…quien comenzó la buena obra en ustedes, la continuará hasta
que quede completamente terminada el día que Cristo Jesús vuelva” (Flp 1.6
– NTV). Así que, Dios sigue trabajando en nuestra vida. Por eso él promete
ahora: “Yo te instruiré y te guiaré por el mejor camino para tu vida; yo te
aconsejaré y velaré por ti” (v. 8 – NBD), o según otra versión: “no voy
a quitarte los ojos de encima” (RVC). ¡Qué hermosa promesa! Fio, en este
día, esta también es una promesa para ti. Aunque tu tiempo futuro en Alemania
sea todavía incierto en algunos aspectos, Dios promete que te guiará y que
jamás te perderá de vista. Algunos pueden tomarlo como intimidante saber que
Dios clava su mirada en nosotros, porque les gusta hacer cosas que no quieren
que nadie las vea, mucho menos Dios. Pero para los que procuramos vivir una
vida transparente delante de él es tremendamente consolador saber que no habrá
nada en nuestra vida que escapará del conocimiento de Dios. Él ve y sabe
absolutamente todo. Y por eso él puede guiarnos de manera tan perfecta como lo
hace.
Y él quiere
guiarnos. O sea, Dios pone todo de su parte para perdonarnos, levantarnos,
perfeccionarnos. Si no estamos creciendo espiritualmente, el problema no está
en Dios, sino en nosotros. Si alguna vez has intentado todo para poder ayudarle
a alguien, pero que esa persona no te ha hecho caso, entenderás esto. ¿Y sabes
qué término usa la Biblia para describir a quien no obedece la guía del Señor? “Burro.”
“Los mulos y los caballos son tercos y no quieren aprender; para acercarse a
ellos y poderlos controlar, hay que ponerles rienda y freno. ¡No seas tú como
ellos” (v. 9 – TLA)! Así que, si no quieres ser llamado “mulo terco”, hazle
caso a la instrucción de Dios. Pero, a decir verdad, todos tenemos todavía
demasiado de mulo en nosotros. Nos cuesta tanto hacerle caso a Dios. Por su
gracia y misericordia él no deja de procurar por nosotros. Si hace falta
ponernos rienda y freno, lo hace, pero no nos abandona merced a nuestra
“burreza”. Aunque a veces sufrir las consecuencias de nuestra terquedad puede
ser una buena disciplina. David dice que “muchos son los dolores de los
malvados, pero el amor inagotable rodea a los que confían en el SEÑOR” (v.
10 – NTV). Ver al Señor obrar con su poder y amor a nuestro favor,
protegiéndonos y guiándonos es otra vez una experiencia más en nuestro
crecimiento espiritual que nos llenará de enorme gozo y alegría. David termina
animándonos: “¡Griten de alegría, ustedes de corazón puro” (v. 11 –
NTV)!
Lo que empezó
de manera tan desastrosa, yendo de mal en peor a causa de nuestro pecado, termina
en estallidos de júbilo al experimentar una y otra vez la intervención
sobrenatural y amorosa de nuestro Dios. Este es el proceso de crecimiento en
nuestra relación con Dios que debería ser algo normal y común en todos
nosotros. Si no lo es en tú caso, vuelve otra vez al inicio, confiesa tu pecado
y clama por el perdón de Dios. Esta vuelta al inicio tenemos —¡y podemos!—
hacer muchas veces a lo largo de la vida, para de ahí en adelante continuar
otra vez nuestro proceso de crecimiento. Te invito a que experimentes el poder
y el amor de Dios en tu vida, y que sigas creciendo espiritualmente, así como
es la perfecta voluntad de Dios para tu vida. Tú únicamente sabes cómo está tu
crecimiento espiritual. Gracias a Dios que él nos permite empezar de nuevo una
y otra vez. No desperdicies esta gracia.
¿Qué te está
hablando Dios en este momento? ¿Qué vas a hacer al respecto?
En este proceso
de crecimiento está Fiorella. Este Salmo describe bastante bien también su
experiencia con Dios. Como ya dije, en los últimos días hemos pasado mucho
tiempo estudiando las verdades básicas de la Biblia, y viendo y experimentando
la obra de Dios en su vida. Por eso ella quiere bautizarse ahora. La invito a
que pase y nos dé un pequeño pantallazo de este proceso de crecimiento que ella
ha experimentado en su caminar con Dios.
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