lunes, 21 de mayo de 2018

Efectos del Espíritu Santo








            Buenos días, estimados hermanos. ¡Qué gran privilegio es para mí poder estar hoy con ustedes! Muchas gracias por la invitación. Y mayor aún es el honor para mí que me hayan invitado a su aniversario como iglesia. Así por lo menos entiendo que hoy es su aniversario, ¿no? Es más, no solamente es el aniversario de esta iglesia, sino de todas las iglesias cristianas. Hoy es Pentecostés, y durante la primera fiesta de Pentecostés después de la muerte, resurrección y ascensión de Cristo fue derramado el Espíritu Santo y se fundó la Iglesia cristiana. Así que, por ser parte de la Iglesia universal, ustedes cumplen hoy un año más de vida, al igual que la iglesia de Costa Azul y todas las demás iglesias.
            ¿Pero qué es eso de Pentecostés? ¿Cuál es su significado o su importancia? No les voy a relatar hoy lo que sucedió en aquel Pentecostés. Eso lo pueden leer en el capítulo 2 de Hechos. Más bien quiero hablar hoy de lo que sucedió en consecuencia a ese Pentecostés. Lo central de aquella fiesta fue el derramamiento del Espíritu Santo. Hasta ese entonces, desde Adán y Eva, el Espíritu de Dios posaba sólo sobre algunas figuras cruciales, generalmente líderes del pueblo hebreo, y únicamente para momentos de desafíos especiales. Pero en el Pentecostés descrito en el capítulo 2 de Hechos, el Espíritu Santo fue dado a cada hijo de Dios para que viva permanentemente dentro de él. ¿Qué hace ahora en nosotros el Espíritu Santo? ¿Cuáles son sus efectos en nosotros y en el mundo? ¿Qué es diferente hoy con el Espíritu Santo de lo que hubiera sido sin él? Vamos a ver unos cuantos pasajes de la Biblia que pretenden contestar en algo estas preguntas. El Espíritu Santo es demasiado grande como para captarlo con nuestra mente. Pero podemos ver algunas de sus manifestaciones reflejados en los siguientes textos bíblicos. Y hay muchos más que no nos da el tiempo de mencionarlos. Estos textos los voy citando en el orden de los libros del NT en que aparecen las citas, no según importancia, porque todos los efectos son importantes.

            1.) El Espíritu Santo hablará a través de nosotros cuando somos confrontados por nuestra fe (Mt 10.19-20; Mc 13.11)
            Jesús les había advertido a sus discípulos de que sufrirían persecución a causa del evangelio. A muchos esto les podría preocupar y hasta dar miedo, ya que no sabrían cómo defenderse en medio de esta tensión y opresión. Tampoco no habría forma de prepararse con argumentos bien pensados, ya que nunca se sabría qué acusaciones presentarían contra ellos o cuál punto específico sería el motivo de discusión. Pero Jesús le quita todo fundamento al temor al decirles: “…cuando los entreguen a las autoridades, no se preocupen ustedes por lo que han de decir o cómo han de decirlo, porque cuando les llegue el momento de hablar, Dios les dará las palabras. Pues no serán ustedes quienes hablen, sino que el Espíritu de su Padre hablará por ustedes” (Mt 10.19-20 – DHH). El Espíritu Santo es en estos momentos mucho más eficiente que los auriculares de los presentadores de televisión. Como a los dueños de los canales les importa del(a) presentador(a) más la pinta que sus capacidades, los jefes de prensa o de programación ponen cualquier figura bonita ante la cámara para que hable todo lo que ellos le dictan por un micrófono conectado a su auricular. El Espíritu Santo nos da convicciones que podemos expresar, de modo que después decimos: “No sé de dónde me salió eso, pero le dije esto y aquello…”
            Hoy quizás no somos perseguidos por nuestra fe, pero sí se dan muchas situaciones en que la gente se burla de nosotros o nos desafía con preguntas difíciles o malintencionadas. Es en ese momento que no debemos preocuparnos por lo que vamos a decir, porque el Espíritu Santo nos va a guiar. Claro, requisito es reconocer su voz. Y eso sólo se aprende en intimidad con Dios. Pasa tiempo cada día en lectura, meditación y oración, y tendrás un oído cada vez más sensible a su voz.

            2.) El Espíritu Santo es fundamental en nuestra conversión (Jn 3.5-6; Ro 8.9, 14, 16; Ef 1.13)
            Como veremos más adelante, el Espíritu Santo nos tiene que revelar nuestro verdadero estado espiritual delante de Dios. Cuando esto sucede, somos impulsados a buscar la gracia y misericordia de Dios y su perdón. Esto es lo que la Biblia llama “el nuevo nacimiento”. Jesús le dijo a Nicodemo: “Te aseguro que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de padres humanos, es humano; lo que nace del Espíritu, es espíritu” (Jn 3.5-6 – DHH). Para llegar a ser seres espirituales, necesariamente lo tiene que hacer el Espíritu Santo en nosotros. En la carta a los romanos, Pablo también afirma que únicamente a través del Espíritu Santo podemos pertenecer al cuerpo de Cristo: “…ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. … Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. … El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios” (Ro 8.9, 14, 16 – NVI). Así que, gracias a que Dios derramó su Espíritu Santo, nosotros ahora podemos ser salvos y pertenecer a su familia y a su iglesia. Pero el Espíritu Santo no es sólo el causante de nuestra conversión, sino también el sello de propiedad que el Padre puso sobre nosotros en el momento de aceptar a Cristo como nuestro Señor y Salvador. Pablo escribe a los Efesios: “…al creer en Cristo han sido sellados con el Espíritu Santo prometido” (Ef 1.13 – BLPH). Así que, ¡gloria a Dios por su Espíritu que nos ha dado!

            3.) El Espíritu Santo es nuestro Defensor / Consolador (Jn 14.16-17)
            Jesús dijo: “…yo rogaré al Padre, y él les dará otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre: es decir, el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir porque no lo ve, ni lo conoce; pero ustedes lo conocen, porque permanece con ustedes, y estará en ustedes” (Jn 14.16-17). Otra forma de traducir el término que aquí aparece como “consolador” es “abogado”, “consejero”, “defensor”, “protector”, “abogado defensor”. Esta variedad de traducciones que admite este término en griego nos da una idea del gran abanico de funciones que el Espíritu Santo cumple en nuestras vidas: dar orientación, brindar consuelo, proteger. En cualquier situación en que te encuentres en la vida, siempre el Espíritu Santo estará a tu lado y te dará la ayuda que precises para ese instante. Puedes abandonarte en las manos del Padre con toda tranquilidad y confianza, y él te dará lo que más necesites en ese momento. ¿No crees que con esto en tu mente y corazón podrás pasar mucho más relajado por esta semana? No tenés que preocuparte por nada, porque tus preocupaciones sólo logran aumentar más tu problema en vez de solucionarlo. Dejá que el Espíritu Santo haga su obra.

            4.) El Espíritu Santo nos enseña y nos recuerda lo ya enseñado (Jn 14.26; Jn 16.13)
            Jesús les dijo a sus discípulos: “…el Defensor, el Espíritu Santo que el Padre va a enviar en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho” (Jn 14.26 – DHH). Como dije, eso fue dicho a los discípulos, que habían escuchado “en vivo y en directo” todas las enseñanzas de Jesús. Para nosotros hoy, esas enseñanzas de Jesús están registradas en la Biblia. La función del Espíritu Santo es, entonces, enseñarnos o interpretarnos la Palabra de Dios. Sin su ayuda, jamás entenderíamos lo que está escrita en ella. Por eso, cada vez que abrimos la Biblia, debemos someternos conscientemente a la guía del Espíritu Santo para poder entender lo que ella nos quiere enseñar en nuestra situación particular en que estamos.
            Pero Jesús menciona aquí otra función más, aparte de la de enseñar. Es la de recordar. Nuestra mente es muy tipo colador, y rápidamente se pierde en el subconsciente lo que alguna vez ya habíamos entendido. Ahí es la función del Espíritu Santo de desempolvar otra vez esa enseñanza cuando necesitemos de ella.
            Pero aquí hay un problema. O, mejor dicho, hay algo que debemos tener en cuenta. La palabra “recordar” significa traer de vuelta a la memoria lo que se ha perdido. Pregunto: ¿podrá el Espíritu Santo traernos a la memoria algo que nunca estuvo en ella? Si nos hemos llenado la cabeza y el corazón con los principios bíblicos, y estos por alguna razón se han perdido de nuestra memoria de corto plazo, el Espíritu Santo los puede reactivar otra vez cuando sea necesario. Pero él no puede recordarnos de algo que nunca supimos. Claro, Jesús lo dijo así que el Espíritu Santo nos recordaría todo lo que él había enseñado. Pero era porque sus discípulos habían escuchado toda su enseñanza. Estaba por ahí oculto en alguna parte de su disco duro. Nosotros necesitamos primero alimentar la mente con todo. Y cada vez que volvemos a leer un pasaje, el Espíritu Santo revisa nuestros archivos pasados, buscando algún dato que ya habíamos grabado respecto a este pasaje. Lo vuelve a traer a la memoria para combinarla con otras nuevas interpretaciones y enseñanzas que él nos dará, y aumentar así nuestro conocimiento para ponerlo en práctica de ahí en adelante. ¿Querés que el Espíritu Santo te recuerde todas las cosas que enseñó Jesús? Lee la Biblia. Así de sencillo.

            5.) El Espíritu Santo convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Jn 16.8 ss.)
            La Biblia describe esta función en las siguientes palabras: “Cuando él venga, mostrará claramente a la gente del mundo quién es pecador, quién es inocente, y quién recibe el juicio de Dios. Quién es pecador: el que no cree en mí; quién es inocente: yo, que voy al Padre, y ustedes ya no me verán; quién recibe el juicio de Dios: el que gobierna este mundo, que ya ha sido condenado” (Jn 16.8-11 – DHH). A esa convicción de pecado producida por el Espíritu Santo me referí hace instantes. Nosotros tenemos la tarea de hablarle a la gente de la perdición a causa de nuestros pecados, de la salvación en Cristo, etc., pero no los podemos convertir a Cristo. Esto sólo lo puede hacer el Espíritu Santo. Y esa convicción de pecado él la tiene que producir también en nosotros una y otra vez. Permitamos que nos moleste la conciencia de vez en cuando, porque es una herramienta muy apreciada del Espíritu Santo para mostrarnos nuestras equivocaciones y pecados.

            6.) El Espíritu Santo señala a Jesús (Jn 16.14; 15.26)
            Jesús sigue diciendo: “Él mostrará mi gloria, porque recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes” (Jn 16.14 – DHH). En otra parte dice del Espíritu Santo que “él dará testimonio acerca de mí” (Jn 15.26 – RVC). Es decir, el Espíritu Santo siempre señalará a Cristo, nunca a sí mismo. Él calladito hace su trabajo sin llamar la atención sobre sí mismo. Tanto el Padre como el Hijo y el Espíritu Santo son una única unidad, y no debemos darle excesiva importancia ni restarle importancia a ninguno de ellos en particular. Los tres tienen diferentes funciones cada uno, pero son el uno y único Dios. Leí una vez la pregunta si se podía orar al Espíritu Santo. No me acuerdo más qué respuesta le dio el autor, pero personalmente creo que no está mal orar al Espíritu Santo porque en definitiva es Dios, pero como veremos en el siguiente punto, otra función del Espíritu Santo es ayudarnos a orar, y él nunca nos estimulará a orarle a sí mismo, sino siempre señalará a Jesús. Jesús también hablaba de pedirle al Padre en nombre de él (de Jesús – Jn 14.13). No hablaba de pedirle al Espíritu Santo. Pero, como ya dije, el Espíritu es parte de la Trinidad, y al orar nos dirigimos a toda la divinidad, o sea, al Espíritu Santo también.

            7.) El Espíritu Santo nos ayuda a orar (Ro 8.26-27)
            Algunos, cuando intentan orar por primera vez, no saben qué decir porque no están acostumbrados a hacerlo. O también ocurre a veces que estamos tan abrumados por problemas, por un gran dolor y hundidos en un mar de emociones encontradas y no nos entendemos ni a nosotros mismos. Si en esa situación intentamos orar, no sale nada porque nuestra mente es incapaz de tener siquiera un solo pensamiento claro. Ahí, como en todo tiempo, podemos estar tan agradecidos por la siguiente función del Espíritu Santo. Pablo la describe de la siguiente manera en su carta a los romanos: “…el Espíritu nos viene a socorrer en nuestra debilidad. Aunque no sabemos pedir como es debido, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no se pueden expresar. Y Dios, que examina los corazones, sabe qué es lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega, conforme a la voluntad de Dios, por los del pueblo santo” (Ro 8.26-27 – BNP/DHH). Así que, la próxima vez que tienes un caos en tu alma, derrámate delante del Señor y deja que el Espíritu Santo lleve tu congoja del alma ante el trono del Todopoderoso. O si tienes miedo de orar de manera equivocada o pedir por algo que de repente no sea la voluntad de Dios, tranquilizate no más. Tenemos en el cielo un excelente traductor que convierte nuestras oraciones imperfectas en una versión agradable para Dios.

            8.) El Espíritu Santo capacita a los creyentes (1 Co 12.11)
            En el momento de aceptar a Cristo como su Señor y Salvador, el Espíritu Santo le dota a la persona de herramientas especiales para realizar la obra a la que Dios la ha llamado. Estas herramientas las conocemos con el nombre de “dones espirituales”. Pablo menciona en su primera carta a los corintios varios de estos dones y dice luego: “Es el mismo y único Espíritu quien distribuye todos esos dones. Sólo él decide qué don cada uno debe tener” (1 Co 12.11 – NTV). Entonces, si no has descubierto todavía cual don él te ha dado a ti, preguntáselo. Experimenta en diferentes áreas y pon atención a qué es lo que te sale especialmente bien y qué te da mucho placer haciéndolo. Así, el Espíritu Santo te puede hacer ver cuál es el don que te ha dado a ti según su santa voluntad.

            9.) El Espíritu Santo produce en nosotros su fruto (Gl 5.22-23)
            Si en una tasa de agua le ponemos algunos granos de café, toda el agua se tiñe del color y de las demás características del café que contiene. Si en una persona le ponemos a Cristo y su Espíritu Santo, muy pronto esa persona “se tiñe” de las características de esta presencia divina. Si tendrían que describir el carácter de Dios o de Cristo, ¿qué adjetivos usarían? ¿En qué términos se podría describir su personalidad? La Biblia nos la describe con los siguientes términos: Cristo es “…amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gl 5.22-23 – NVI). ¿Reconocen esta lista? Es lo que Pablo llama “el fruto del Espíritu” o lo que “el Espíritu produce”. Así es el carácter de Cristo, y de eso se “tiñe” nuestro carácter si Cristo vive en nosotros. Y si nosotros adquirimos las características de la personalidad de Cristo, es por obra del Espíritu Santo. Es el fruto de su obra en nosotros. Fijate que no es tu fruto. No puedes gloriarte de manifestar ciertas cualidades aquí mencionadas. Es el fruto del Espíritu Santo. Que el agua se torne marrón, no es logro del agua, sino del café que está en el agua. Lo que sí tú puedes “colaborar” con el Espíritu Santo es darle lugar en tu vida y mantener el campo libre de malezas del pecado. Cuánto más intimidad tienes con él, más se unirá y se mezclará tu carácter con el de él, y sus cualidades saldrán a luz cada vez más nítidamente.

            10.) El Espíritu Santo nos llena del poder divino (2 Ti 1.7; Hch 1.8)
            Si bien el Espíritu Santo vive en nosotros desde nuestra conversión, nuestro carácter no es automática e instantáneamente igual al de Cristo. Demasiadas veces se manifiesta todavía nuestra propia vieja naturaleza que se niega rotundamente a rendirse y dejar el campo libre para el nuevo Espíritu que nos quiere llenar. Pero si no nos animamos, por ejemplo, a realizar lo que Dios nos ha encargado, podemos saber bien que esto no viene de su Espíritu, sino de nuestra naturaleza vieja. Porque Pablo escribió a Timoteo: “…Dios no nos ha dado un espíritu de temor y timidez [cobardía] sino de poder, amor y autodisciplina” (2 Ti 1.7 – NTV). Jesús había prometido a sus discípulos: “…cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder” (Hch 1.8). Si el mismo poder que resucitó a Cristo de los muertos vive en nosotros (Ro 8.11), ¿qué nos será imposible entonces en nombre de Cristo? En los discípulos se ve claramente la diferencia entre una vida con el Espíritu Santo y una sin él. Entre la muerte de Jesús y Pentecostés ellos estaban muertos de miedo, encerrados en sus cuatro paredes, estremeciéndose con cada ruido que se escuchaba afuera. ¿Y qué sucede a partir de Pentecostés? Se los ve con toda autoridad y valentía predicar el evangelio, desafiando incluso abiertamente a las mismas autoridades religiosas y políticas de su tiempo. Dice el libro de los Hechos: “Después de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos; todos fueron llenos del Espíritu Santo, y proclamaban la palabra de Dios sin temor alguno” (Hch 4.31 – NVI)). ¿Se parece esta descripción al coraje con que te levantas decididamente a realizar la obra que el Señor te ha encomendado? Dios no te ha dado un Espíritu de temor, sino de poder. Dejalo que fluya a través de ti.
            ¿Qué hacemos ahora con el Espíritu Santo? Es simple: dejarlo que haga su obra en mí. Abrir mi vida de par en par para que haga y deshaga lo que le parece bien. Cultivar la intimidad con el Dios trino para esparcir más y más su aroma. O como alguien lo dijo una vez: “Debemos estar tan llenos de Cristo que, si un mosquito nos pica, este salga cantando: ‘Hay poder en la sangre de Cristo…’”. El Espíritu Santo tiene planes maravillosos para ti y quiere desplegar todo su poder en tu vida. Pero él es muy caballero, y no va a atropellar tu vida sin tu permiso. Él lo hace todo en tu vida, pero tú se lo debes permitir. ¿Por qué no le das ahora mismo la autorización a través de una oración?