lunes, 30 de mayo de 2022

Frente a la eternidad

 






            Como el domingo pasado no pudimos estar presentes, y la grabación de la prédica falló, no puedo saber qué ha predicado Rocío. Así que, pónganme al día ahora. ¿Cuál fue el desafío que ella les dejó? ¿Quién lo cumplió? “Poner en un lugar visible la hoja de resumen del Salmo 100 y acordarse en la semana de cómo le agrada a Dios que nos acerquemos a él y ponerlo en práctica.”

 

            “Tardó una eternidad hasta que me atendieran.”, dice un cliente frustrado y enojado. Les pregunto: ¿Cuánto tarda una eternidad? ¿Cuánto tiempo dura? No tiene principio ni tiene fin. Es ilimitado. O, según una definición que encontré: “…el tiempo que se prolonga indefinidamente hacia el pasado y el futuro” (DHH).

            Ante este concepto de eternidad, ¿qué es entonces nuestra vida terrenal en comparación a la eternidad?

            Si miras en qué has usado tu tiempo de esta última semana, ¿a cuál de estos dos has dado mayor atención, a tu vida terrenal o a tu eternidad? Por supuesto que nos tenemos que dedicar y encargar de nuestra vida terrenal, porque en este momento nos toca vivir aquí, a este lado de la muerte. Pero, ¿por lo menos nos hemos dedicado a alimentar a nuestro espíritu que sí vivirá eternamente? ¿Hemos pensado y nos hemos ocupado del más allá? ¿Estamos preparados para pasar a la eternidad después de nuestra muerte física?

            Moisés ha reflexionado sobre qué es su vida frente a la eternidad y ha compuesto un Salmo, el único Salmo que se le atribuye a él. Veremos hoy a qué conclusiones él ha llegado con su reflexión.

 

            FSalmo 90

 

            Moisés empieza exaltando a Dios como el refugio del pueblo. También se puede entender este versículo como que Dios ha sido la casa o la vivienda de la gente. Tanto la imagen del refugio como la del hogar encierra la idea de protección, de intimidad, de defensa ante los peligros externos. El que ha experimentado a Dios de esa manera, lo ha experimentado muy de cerca.

            Pero esta manera de sentirlo a Dios no ha sido privilegio exclusivo de Moisés, sino que él dice que fue así de generación en generación. Una generación tras otra surgió, vivió y desapareció, pero Dios siguió siendo el mismo, siempre presente. Con esta expresión, Moisés ya introduce uno de los atributos de Dios: que él es eterno. Para él no existe el tiempo. Él creó el tiempo y lo estableció para nosotros. Por eso, para nosotros hay una sucesión de tiempos: un minuto viene tras otro, y después otro minuto, y otro. Y así decimos que “pasa el tiempo”. Pero para Dios toda la eternidad es un constante presente. Él ve todo al mismo tiempo. Entre paréntesis: esto nos puede dar mucho consuelo y confianza saber que Dios sabe todo nuestro futuro y trabaja hoy por nosotros según los planes que tiene para nuestro futuro por más que muchas veces nos parece que él no está haciendo nada. Es por eso que encontramos en la Biblia versículos tan alentadores como: “Antes de que me pidan ayuda, yo les responderé; no habrán terminado de hablar cuando ya los habré escuchado” (Is 65.24 – RVC). “…su Padre ya sabe de lo que ustedes tienen necesidad, antes de que ustedes le pidan” (Mt 6.8 – RVC). Y al profeta Jeremías Dios dijo: “Antes que te formara en el vientre, te conocí, y antes que nacieras, te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jer 1.5 – RV95). Cuando todavía no estabas ni remotamente en los planes de tus padres, ya estabas en los planes de Dios. ¿No te da esto un estímulo tremendo? ¿Hasta piel de gallina? Estas son las bendiciones que nosotros podemos disfrutar como consecuencias o manifestaciones de la eternidad de Dios.

            En el versículo 2, Moisés expresa la eternidad de Dios claramente: “Antes que nacieran las montañas y aparecieran la tierra y el mundo, tú ya eras Dios y lo eres para siempre” (BLA). En hebreo dice “de eternidad a eternidad”. Sabemos que no puede haber una sucesión de eternidades, porque significaría que una eternidad llega a su fin para dar paso a otra. Pero eso es una contradicción en sí mismo. Con eso dejaría de ser eternidad. Pero es un modo de decir: “desde siempre y por siempre” (BNP). Así que, lo que Moisés está diciendo aquí es que Dios siempre fue Dios y siempre seguirá siendo Dios, sin fin.

            Pero no solamente Dios es eterno; nosotros también. Es decir, tenemos un inicio, pero no tendremos fin. Nuestro cuerpo sí tiene fecha de vencimiento, pero no nuestro espíritu y nuestra alma, porque somos hechos a imagen y semejanza de Dios. Como él es eterno, también lo somos nosotros. El sabio predicador del Eclesiastés dice que Dios “…ha puesto eternidad en el corazón del hombre” (Ecl 3.11 – RV95); es decir, que él “…puso … en la mente humana la idea de lo infinito” (DHH). Así que, tenemos noción de la eternidad, pero, aun así, como sigue diciendo este versículo, “…el hombre no alcanza a comprender en toda su amplitud lo que Dios ha hecho y lo que hará” (Ecl 3.11 – DHH).

            No obstante esta eternidad en nuestra alma, nuestra existencia terrenal puede acabar en cualquier momento, como somos testigos a diestra y siniestra en estos días. Basta con que Dios baje la llave de alguien, ¡y amóntema! O en palabras del salmista: “Nos devuelves al polvo cuando dices: «¡De vuelta al polvo, seres mortales!»” (v. 3 – RV95). “Tú marcas el fin de nuestra existencia cuando nos ordenas volver al polvo” (TLA). Habiendo visto la eternidad de Dios, suena aterrador ver nuestra propia existencia tan tremendamente limitada, casi inexistente, como un pestañeo: “Para ti, mil años son, en realidad, como el día de ayer, que ya pasó; ¡son como una de las vigilias de la noche” (v. 4 – RVC)! Al leerlo así superficialmente, uno podría llegar a pensar: ‘Ah, ¡con razón que pataleo y pataleo año tras año con alguna debilidad y no pasa nada! Dios ni siquiera se dio cuenta todavía porque todos estos años de lucha no son más que una milésima de segundo para él.’ Bueno, no se olviden que Dios conocía cada segundo de tu vida antes que ni siquiera existieras. Más que datos precisos, el salmista indica con esta imagen precisamente que para Dios no hay tiempo; que ni siquiera se puede comparar la duración limitada de la vida humana con la eternidad ilimitada de Dios. “Nuestra vida es como un sueño del que nos despiertas al amanecer. Somos como la hierba: comienza el día, y estamos frescos y radiantes; termina el día, y estamos secos y marchitos” (vv. 5-6 – TLA). Otra versión dice: “Somos etéreos como un sueño” (v. 5 – RVC). Esto me hace pensar en sustancias como la nafta, el aguarrás, el alcohol y otras más que se disuelven en el aire. Dejas abierto el frasco por cierto tiempo y todo el contenido se ha esfumado. Así es nuestra vida: volátil, pasajera, que desaparece en un pestañeo. Moisés no nos da más de 70 años de vida, 80 a reventar (v. 10). Él mismo ha sido una excepción porque llegó a 120 años. Pero su “pronóstico” está muy cerca de nuestra realidad actual. La esperanza de vida en Paraguay es de 74 años, según informaciones publicadas.

            A veces hacemos como si esta vida fuese todo lo que existe y que nunca se va a acabar. Pero cuando de repente la vemos frente a la eternidad, nos damos cuenta cuán efímera e insignificante es esta vida. Sin embargo, ocupa prácticamente el 100% de nuestra atención diaria. Pero, aunque sea tan corta e insignificante, es lo suficientemente larga como para decidir dónde pasaremos toda la eternidad. ¡Qué tremenda responsabilidad! ¡Y qué increíble necedad, estupidez, no prepararnos para la eternidad y jugar con nuestra salvación!

            Moisés atribuye nuestro paso fugaz por esta vida a la ira de Dios a causa de nuestro pecado. Debemos entender que Moisés sólo conocía la ley que él mismo recibió de parte de Dios en el monte Sinaí. Y esa experiencia era acompañada por terribles manifestaciones del poder y la santidad de Dios. No nos sorprende que él conciba de esta manera a Dios. Tampoco no conocía todavía el nuevo pacto en Jesucristo, que está basado sobre la gracia de Dios que nos reconcilia con él.

            Pero, por otro lado, es una cruel realidad para todos los que no aprovechan la invitación de Dios de hacer las paces con él. Para ellos sí les espera un futuro y una eternidad espantosos, donde sentirán la ira de Dios en toda su dureza.

            Nosotros frente a la eternidad. ¡Qué panorama más crudo que nos hace bajar de un golpe de las nubes de nuestra supuesta importancia y omnipotencia para hacernos pisar tierra! ¡Qué crudo despertar al ver lo tremendamente efímera que es nuestra vida frente a la eternidad! Lo único que nos queda por hacer ante esta realidad es balbucear la oración de Moisés: “¡Enséñanos a contar bien nuestros días, para que en el corazón acumulemos sabiduría” (v. 12 – RVC)! No permitas, Señor, que nos perdamos en los asuntos meramente temporales y pasajeras de esta vida, sin tener en cuenta lo que verdaderamente vale. Sálvanos de la estupidez tan grande se buscar “sabiduría” sólo para esta vida y perder de vista la eternidad.

            Si miras en qué has usado tu tiempo de esta última semana, ¿a cuál has dado mayor atención, a tu vida terrenal o a tu eternidad? Si miras a la eternidad, ¿a cuál quieres dar mayor atención esta próxima semana y hasta el fin de tus días: a tu vida terrenal o a tu eternidad? ¿Qué acciones concretas se te ocurren que te llevarían a eso? ¿Qué cambios debes implementar en tu día a día para prepararte conscientemente para la eternidad? ¡Enséñanos a contar bien nuestros días, para que en el corazón acumulemos sabiduría” (v. 12 – RVC)! ¡Amén!


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