sábado, 28 de mayo de 2022

Cargas

 






Hay circunstancias en la vida que se especializan en hacernos la vida imposible. A veces, esas circunstancias somos nosotros mismos. Y cargan nuestra alma, consciencia y corazón, de modo que amenazan con aplastarnos con su peso. ¿Qué hacer para que esto no ocurra? ¿O tú nunca tienes cargas? David nos da un buen ejemplo de cómo manejar las cargas. Lo encontramos en el Salmo 22.

FSalmo 22

Este Salmo está profundamente conectado con la crucifixión de Cristo. Ya en el primer versículo encontramos las palabras que Jesús exclamó en arameo en medio de su agonía en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado” (v. 1 – RVC)? David le siente a Dios a una distancia inalcanzable; tan lejos que jamás podría enterarse de lo que está pasando. ¿No conoce usted este sentimiento? Creo que todo hijo de Dios ha pasado alguna vez por esto. Esto aumenta múltiplemente más el dolor que uno siente. Quizás es esta inclusive la peor parte del dolor. Son momentos de intensa lucha interna casi hasta el punto de lo insoportable. David ha experimentado muchísimas situaciones tremendamente angustiantes, y Dios pareció haberle dado la espalda: “Dios mío, de día te grito y no respondes; de noche, y no me haces caso” (v. 2 – NBE). El que en estos momentos debería ser su sostén y consuelo, parece no haberse enterado de lo que le sucede. Uno tiene la sensación que Dios sea como ese adolescente que está con sus auriculares escuchando música a todo volumen y que no se entera de lo que ocurre a su alrededor. Y no hay alivio: ni de día ni de noche no cambia la situación, y continúa así un día tras otro. Nadie soporta esto por mucho tiempo.

Pero David le conoce a Dios. Él sabe que Dios es soberano, digno de toda alabanza y que es totalmente confiable. Él reconoce estas virtudes y características del Señor. Claramente él puede ver el obrar de Dios en la historia de su pueblo. El Rey soberano había acudido al clamor de su pueblo, salvándolos de la situación difícil en que se encontraron. Traer estas experiencias a la memoria afirma la fe tremendamente al pasar por situaciones apremiantes. Sabemos que Dios “…es el mismo ayer, hoy, y por los siglos” (He 13.8 – RVC). Si en el pasado él nos ha sostenido, ¡con toda seguridad lo hará también ahora! Por eso, David se exhorta a sí mismo en otro Salmo: “¡Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguna de sus bendiciones” (Sal 103.2 – RVC)! Llevar un diario espiritual, publicar sus experiencias con Dios, revisar fotos de años anteriores es una buena manera de registrar y revisar lo que uno ha vivido de la mano de su Salvador y no olvidar ninguno de sus beneficios. Porque las circunstancias que nos tocan vivir pueden ser tan abrumadoras que absorben totalmente nuestra atención. Son momentos en que probablemente no estemos meditando en Dios, sino estamos concentrados totalmente en nuestro problema y en encontrar una salida del mismo. Son estos los momentos en que tener un registro de las obras y promesas de Dios nos puede ayudar a volver a enfocarnos en él.

Para David, la situación que le tocó vivir sí que era fuerte. No sólo sintió el silencio de Dios, sino experimentó también el rechazo abierto de la gente a su alrededor, como si él fuera un gusano. Si uno relaciona el versículo 6 con el pasaje anterior, se puede entender esta exclamación de David casi como un reproche a Dios que ha cuidado a los antepasados, pero no a él: “Entonces, ¿por qué no atiendes mis súplicas? ¿Acaso soy un gusano y no un hombre… (PDT)? Y la verdad que ese tipo de acusaciones contra Dios son bastante frecuentes cuando uno experimenta cosas bien feas. Por otro lado, si uno ve el versículo 6 en relación con los versos siguientes, se destaca el sufrimiento a causa de la burla de la gente: “…yo soy más gusano que hombre; ¡un ser despreciable del que todos se burlan” (v. 6 – RVC)! “…vergüenza de la humanidad, asco del pueblo” (BNP). La burla de la gente estaba dirigida contra él en forma directa, pero indirectamente también contra Dios: “Ya que este confió en Dios, ¡que venga Dios a salvarlo! Ya que Dios tanto lo quiere, ¡que venga él mismo a librarlo” (v. 8 – TLA)! Se burlaban de David por confiar en Dios, y se burlaban de Dios por no auxiliarle a su hijo al que tanto lo amaba – supuestamente. Cientos de años más tarde, la gente dijo esto textualmente de Jesús cuando él fue crucificado: “Ha puesto su confianza en Dios: ¡pues que Dios lo salve ahora, si de veras lo quiere” (Mt 27.43 – DHH)! La gente se burlaba de David porque para ellos, confiar en Dios era tiempo perdido. En vez de buscar urgentemente una solución al problema, este tipo está sin hacer nada, confiando supuestamente en un Dios al que nadie lo ve. ¿No creemos también tantas veces que debemos tomar cartas en el asunto y resolver las cosas por nosotros mismos? Es decir, que confiar en el Señor está bien – mientras no ocurran cosas que no nos agradan. Que Dios se encargue de lo que va viento en popa, mientras que nosotros nos ocupamos de las cosas más difíciles. ¿Es así o no? ¡Claro que sí! No lo vamos a decir, probablemente. Quizás ni nos atreveríamos a pensarlo, pero actuamos de esa manera. ¿Puedes estar en completa paz, confiando en que el Señor se hará cargo de tu vida, cuando las papas queman al rojo vivo? Y ojo: no estoy hablando de pasividad o andar como medio dopado; no estoy hablando de despreocupada comodidad; no estoy hablando de irresponsabilidad. Estoy hablando de mantener la calma, aunque con todas tus fuerzas quisieras gritar, salir corriendo, romper todo lo que se te cruce o exteriorizar de cualquier otra manera tu desesperación. Pero, en vez de hacer esto, estás con paz interna porque Dios te dijo: “…estense quietos y vean la victoria que el SEÑOR logrará para ustedes … porque la batalla no será suya, sino de Dios” (2 Cr 20.17, 15 – RVA2015). Ahí se mostrará si realmente estás confiando en Dios, dejando que él se encargue también de tus circunstancias más difíciles. La confianza en Dios trae gran galardón. Aunque todo el mundo te ridiculice por esperar que un supuesto ser superior, invisible, haga algo por ti, tú sigue confiando. No necesitas darles ninguna explicación, porque de todos modos no lo van a entender porque “no están listos para esta conversación”. Es algo que no entra en su campo de experiencia. Tú sigue confiando, porque al fin y al cabo es tu vida y experiencia, y no la de ellos. Así que, cuando te dicen como le dijeron a David; “Éste puso su confianza en el Señor, ¡pues que el Señor lo salve” – v. 8 – RVC!), tómalo como un cumplido y una declaración de una verdad profunda: ¡el Señor te salvará porque en él has confiado!

David tiene esa convicción. Aunque esté atravesando lo que él en el siguiente Salmo llama un “valle de sombra de muerte”, él conoce bien a su Dios, porque desde su concepción él ha recibido la revelación y el testimonio de ese Dios de Israel. Es por eso que él ahora puede decir tan confiadamente: “Has sido mi Dios desde el día en que nací; desde entonces me has protegido” (v. 10 – PDT). Si él realmente conoce a Dios tan bien como dice hacerlo, ¿por qué entonces clama tan intensamente por ayuda y acusándole a Dios de ser un Dios distante? ¿Acaso no es esto falta de fe? No, en absoluto. Más bien es expresión de su fe. Justamente por conocer tan bien a Dios le pide: “No te alejes de mí, porque la angustia está cerca y no hay quien me ayude” (v. 11 – RV95). Expresa su total dependencia de Dios, porque si no fuera por Dios, él ya no estaría para contarlo. Me imagino a David como una pequeña ovejita que se sabe acechada de cerca por animales salvajes que “…rugen como leones feroces, abren la boca y se lanzan contra mí” (v. 13 – DHH). Y Dios, su pastor, está a pocos metros de él. Pero si hace un movimiento inadecuado, la manada salvaje lo tomará como provocación y se lanzará sobre la oveja. Así que, él está totalmente concentrado en los movimientos de las fieras, esperando el momento oportuno para vencerlas y ponerlas fuera de combate. David mismo ha hecho esto varias veces. Por eso, aunque angustiado por la situación, está confiado porque su pastor está cerca de él y sabrá cuándo es el momento adecuado para entrar en acción. Claro, como humano está temblando de miedo: “Me he quedado sin fuerzas, ¡estoy totalmente deshecho! ¡Mi corazón ha quedado como cera derretida! Tengo reseca la garganta, y pegada la lengua al paladar; me dejaste tirado en el suelo, como si ya estuviera muerto.” (vv. 14-15 – TLA). Aunque David está totalmente seguro de la provisión y el cuidado de Dios, también es consciente de que las circunstancias sí puedan causarle cierto daño. Job perdió su salud, su familia y su riqueza porque Dios permitió que él sea tocado, pero siempre bajo la mirada cuidadosa de él. Aquí David dice que “se reparten entre ellos mis vestidos y sobre mi ropa echan suertes” (v. 18 – NVI), cosa que sucedió literalmente durante la crucifixión de Jesús. Entonces, las circunstancias sí nos pueden hacer sufrir, y esto es lo que nos asusta, pero Dios siempre tiene el control y les pone los límites a las circunstancias que corresponden a su plan perfecto para nosotros.

Y es justamente esa fe la que le lleva al salmista a expresar su alabanza a Dios. Aunque todo a su alrededor esté oscuro todavía, él ya anuncia que públicamente dará testimonio de la intervención de Dios a su favor. Sólo el que conoce realmente a Dios puede decir esto. Esta es una fe que honra a Dios porque se desprende de las circunstancias para exaltar a Dios por amor a él, no por la emoción de haber recibido una gran bendición de parte de él. ¡Pero cuánto cuesta hacer esto porque va totalmente en contra de nuestros sentimientos y emociones!

Y la declaración que hace David es sorprendente. Es casi lo opuesto a lo que él había dicho al inicio del Salmo. En los primeros versículos, él prácticamente le echó en cara a Dios de estar inalcanzablemente lejos y hacerse el sordo ante sus gritos de auxilio. Ahora afirma justo lo contrario: “El Señor no rechaza al afligido, no desprecia a los que sufren, ni esconde de ellos su rostro; cuando a él claman, les responde” (v. 24 – RVC). ¡Qué declaración! ¿Cómo pudo darse este cambio? Por haber estado en la presencia de Dios. A veces creemos que hay ciertas cosas que no le podemos decir a Dios porque se podría enojar. Pero si están en nuestros pensamientos, él ya lo sabe de todos modos. ¿Qué diferencia hace entonces el decirlo o no decirlo? Y si leemos todos los Salmos, encontraremos expresiones muy, muy fuertes que David lanza contra sus adversarios. ¿Un hombre conforme al corazón de Dios y diciendo estas cosas? Sí, porque era muy sincero. Nunca fingía algo que no era. Y estas cosas las decía en el lugar correcto: frente a Dios. No tomaba el celular para volcar todo su veneno al Facebook para que todo el mundo le diga: “¡Ay, pobrecito! ¡Qué porquería es este mundo! Vamos a aliarnos todos para destrozar a estos tipos que te hicieron sufrir tanto.” ¡No! Él se descargaba totalmente ante Dios. Dios soporta esto sin problemas. Y al hacerlo, él nos quita esa carga del corazón y podemos salir alabándolo, así como David lo hizo en este Salmo. Y esto siempre tiene un efecto muy poderoso no solamente para la persona misma, sino su testimonio público inspira, sana y bendice a todos los que lo escuchan, como bien él lo describe en los últimos versículos.

¿Cuál es tu carga que tienes en tu corazón hoy? ¿Ya hablaste con el Señor al respecto? ¿Ya la descargaste ante él? Entonces déjala ahí y no la alces otra vez. Así él no puede hacer nada con tu carga si no se la dejas. La Biblia nos anima a deshacernos hasta con fuerza de nuestras cargas: “Tiren todas las ansiedades sobre El, porque El cuida de ustedes” (1 P 5.7 – Kadosh). Descarga tu corazón ante él. No rebusques palabras bonitas. Deja que tu corazón fluya ante él, y a veces la única manera de “fluir” es a través de lágrimas, quizás sin pronunciar siquiera palabra alguna porque somos incapaces de traducir en palabras el dolor, la frustración, la angustia o la ira que hay en nuestro corazón. Deja tu carga al pie de la cruz, que el que murió ahí por esa carga ya sabrá qué hacer con ella. Y tú, disfruta poder respirar libremente otra vez y entona una alabanza al Señor, aunque quizás no haya cambiado ninguna circunstancia a tu alrededor.


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