Hay
circunstancias en la vida que se especializan en hacernos la vida imposible. A
veces, esas circunstancias somos nosotros mismos. Y cargan nuestra alma,
consciencia y corazón, de modo que amenazan con aplastarnos con su peso. ¿Qué
hacer para que esto no ocurra? ¿O tú nunca tienes cargas? David nos da un buen
ejemplo de cómo manejar las cargas. Lo encontramos en el Salmo 22.
FSalmo 22
Este
Salmo está profundamente conectado con la crucifixión de Cristo. Ya en el
primer versículo encontramos las palabras que Jesús exclamó en arameo en medio
de su agonía en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado”
(v. 1 – RVC)? David le siente a Dios a una distancia inalcanzable; tan lejos
que jamás podría enterarse de lo que está pasando. ¿No conoce usted este
sentimiento? Creo que todo hijo de Dios ha pasado alguna vez por esto. Esto
aumenta múltiplemente más el dolor que uno siente. Quizás es esta inclusive la
peor parte del dolor. Son momentos de intensa lucha interna casi hasta el punto
de lo insoportable. David ha experimentado muchísimas situaciones tremendamente
angustiantes, y Dios pareció haberle dado la espalda: “Dios mío, de día te
grito y no respondes; de noche, y no me haces caso” (v. 2 – NBE). El que en
estos momentos debería ser su sostén y consuelo, parece no haberse enterado de
lo que le sucede. Uno tiene la sensación que Dios sea como ese adolescente que
está con sus auriculares escuchando música a todo volumen y que no se entera de
lo que ocurre a su alrededor. Y no hay alivio: ni de día ni de noche no cambia
la situación, y continúa así un día tras otro. Nadie soporta esto por mucho
tiempo.
Pero
David le conoce a Dios. Él sabe que Dios es soberano, digno de toda alabanza y
que es totalmente confiable. Él reconoce estas virtudes y características del
Señor. Claramente él puede ver el obrar de Dios en la historia de su pueblo. El
Rey soberano había acudido al clamor de su pueblo, salvándolos de la situación
difícil en que se encontraron. Traer estas experiencias a la memoria afirma la
fe tremendamente al pasar por situaciones apremiantes. Sabemos que Dios “…es
el mismo ayer, hoy, y por los siglos” (He 13.8 – RVC). Si en el pasado él
nos ha sostenido, ¡con toda seguridad lo hará también ahora! Por eso, David se
exhorta a sí mismo en otro Salmo: “¡Bendice, alma mía, al Señor, y no
olvides ninguna de sus bendiciones” (Sal 103.2 – RVC)! Llevar un diario
espiritual, publicar sus experiencias con Dios, revisar fotos de años
anteriores es una buena manera de registrar y revisar lo que uno ha vivido de
la mano de su Salvador y no olvidar ninguno de sus beneficios. Porque las
circunstancias que nos tocan vivir pueden ser tan abrumadoras que absorben
totalmente nuestra atención. Son momentos en que probablemente no estemos
meditando en Dios, sino estamos concentrados totalmente en nuestro problema y
en encontrar una salida del mismo. Son estos los momentos en que tener un
registro de las obras y promesas de Dios nos puede ayudar a volver a enfocarnos
en él.
Para
David, la situación que le tocó vivir sí que era fuerte. No sólo sintió el
silencio de Dios, sino experimentó también el rechazo abierto de la gente a su
alrededor, como si él fuera un gusano. Si uno relaciona el versículo 6 con el
pasaje anterior, se puede entender esta exclamación de David casi como un
reproche a Dios que ha cuidado a los antepasados, pero no a él: “Entonces,
¿por qué no atiendes mis súplicas? ¿Acaso soy un gusano y no un hombre…
(PDT)? Y la verdad que ese tipo de acusaciones contra Dios son bastante
frecuentes cuando uno experimenta cosas bien feas. Por otro lado, si uno ve el
versículo 6 en relación con los versos siguientes, se destaca el sufrimiento a
causa de la burla de la gente: “…yo soy más gusano que hombre; ¡un ser
despreciable del que todos se burlan” (v. 6 – RVC)! “…vergüenza de la
humanidad, asco del pueblo” (BNP). La burla de la gente estaba dirigida
contra él en forma directa, pero indirectamente también contra Dios: “Ya que
este confió en Dios, ¡que venga Dios a salvarlo! Ya que Dios tanto lo quiere,
¡que venga él mismo a librarlo” (v. 8 – TLA)! Se burlaban de David por
confiar en Dios, y se burlaban de Dios por no auxiliarle a su hijo al que tanto
lo amaba – supuestamente. Cientos de años más tarde, la gente dijo esto textualmente
de Jesús cuando él fue crucificado: “Ha puesto su confianza en Dios: ¡pues
que Dios lo salve ahora, si de veras lo quiere” (Mt 27.43 – DHH)! La gente
se burlaba de David porque para ellos, confiar en Dios era tiempo perdido. En
vez de buscar urgentemente una solución al problema, este tipo está sin hacer
nada, confiando supuestamente en un Dios al que nadie lo ve. ¿No creemos
también tantas veces que debemos tomar cartas en el asunto y resolver las cosas
por nosotros mismos? Es decir, que confiar en el Señor está bien – mientras no
ocurran cosas que no nos agradan. Que Dios se encargue de lo que va viento en
popa, mientras que nosotros nos ocupamos de las cosas más difíciles. ¿Es así o
no? ¡Claro que sí! No lo vamos a decir, probablemente. Quizás ni nos
atreveríamos a pensarlo, pero actuamos de esa manera. ¿Puedes estar en completa
paz, confiando en que el Señor se hará cargo de tu vida, cuando las papas
queman al rojo vivo? Y ojo: no estoy hablando de pasividad o andar como medio
dopado; no estoy hablando de despreocupada comodidad; no estoy hablando de
irresponsabilidad. Estoy hablando de mantener la calma, aunque con todas tus
fuerzas quisieras gritar, salir corriendo, romper todo lo que se te cruce o
exteriorizar de cualquier otra manera tu desesperación. Pero, en vez de hacer
esto, estás con paz interna porque Dios te dijo: “…estense quietos y vean la
victoria que el SEÑOR logrará para ustedes … porque la batalla no será suya,
sino de Dios” (2 Cr 20.17, 15 – RVA2015). Ahí se mostrará si realmente
estás confiando en Dios, dejando que él se encargue también de tus
circunstancias más difíciles. La confianza en Dios trae gran galardón. Aunque
todo el mundo te ridiculice por esperar que un supuesto ser superior,
invisible, haga algo por ti, tú sigue confiando. No necesitas darles ninguna
explicación, porque de todos modos no lo van a entender porque “no están listos
para esta conversación”. Es algo que no entra en su campo de experiencia. Tú
sigue confiando, porque al fin y al cabo es tu vida y
experiencia, y no la de ellos. Así que, cuando te dicen como le dijeron a David;
“Éste puso su confianza en el Señor, ¡pues que el Señor lo salve” – v. 8
– RVC!), tómalo como un cumplido y una declaración de una verdad profunda: ¡el
Señor te salvará porque en él has confiado!
David
tiene esa convicción. Aunque esté atravesando lo que él en el siguiente Salmo
llama un “valle de sombra de muerte”, él conoce bien a su Dios, porque desde su
concepción él ha recibido la revelación y el testimonio de ese Dios de Israel.
Es por eso que él ahora puede decir tan confiadamente: “Has sido mi Dios
desde el día en que nací; desde entonces me has protegido” (v. 10 – PDT). Si
él realmente conoce a Dios tan bien como dice hacerlo, ¿por qué entonces clama
tan intensamente por ayuda y acusándole a Dios de ser un Dios distante? ¿Acaso
no es esto falta de fe? No, en absoluto. Más bien es expresión de su fe.
Justamente por conocer tan bien a Dios le pide: “No te alejes de mí, porque
la angustia está cerca y no hay quien me ayude” (v. 11 – RV95). Expresa su
total dependencia de Dios, porque si no fuera por Dios, él ya no estaría para
contarlo. Me imagino a David como una pequeña ovejita que se sabe acechada de
cerca por animales salvajes que “…rugen como leones feroces, abren la boca y
se lanzan contra mí” (v. 13 – DHH). Y Dios, su pastor, está a pocos metros
de él. Pero si hace un movimiento inadecuado, la manada salvaje lo tomará como
provocación y se lanzará sobre la oveja. Así que, él está totalmente
concentrado en los movimientos de las fieras, esperando el momento oportuno
para vencerlas y ponerlas fuera de combate. David mismo ha hecho esto varias
veces. Por eso, aunque angustiado por la situación, está confiado porque su
pastor está cerca de él y sabrá cuándo es el momento adecuado para entrar en
acción. Claro, como humano está temblando de miedo: “Me he quedado sin
fuerzas, ¡estoy totalmente deshecho! ¡Mi corazón ha quedado como cera derretida!
Tengo reseca la garganta, y pegada la lengua al paladar; me dejaste tirado en
el suelo, como si ya estuviera muerto.” (vv. 14-15 – TLA). Aunque David está
totalmente seguro de la provisión y el cuidado de Dios, también es consciente
de que las circunstancias sí puedan causarle cierto daño. Job perdió su salud,
su familia y su riqueza porque Dios permitió que él sea tocado, pero siempre
bajo la mirada cuidadosa de él. Aquí David dice que “se reparten entre ellos
mis vestidos y sobre mi ropa echan suertes” (v. 18 – NVI), cosa que sucedió
literalmente durante la crucifixión de Jesús. Entonces, las circunstancias sí
nos pueden hacer sufrir, y esto es lo que nos asusta, pero Dios siempre tiene
el control y les pone los límites a las circunstancias que corresponden a su
plan perfecto para nosotros.
Y es
justamente esa fe la que le lleva al salmista a expresar su alabanza a Dios.
Aunque todo a su alrededor esté oscuro todavía, él ya anuncia que públicamente dará
testimonio de la intervención de Dios a su favor. Sólo el que conoce realmente
a Dios puede decir esto. Esta es una fe que honra a Dios porque se desprende de
las circunstancias para exaltar a Dios por amor a él, no por la emoción de
haber recibido una gran bendición de parte de él. ¡Pero cuánto cuesta hacer
esto porque va totalmente en contra de nuestros sentimientos y emociones!
Y la
declaración que hace David es sorprendente. Es casi lo opuesto a lo que él
había dicho al inicio del Salmo. En los primeros versículos, él prácticamente
le echó en cara a Dios de estar inalcanzablemente lejos y hacerse el sordo ante
sus gritos de auxilio. Ahora afirma justo lo contrario: “El Señor no rechaza
al afligido, no desprecia a los que sufren, ni esconde de ellos su rostro;
cuando a él claman, les responde” (v. 24 – RVC). ¡Qué declaración! ¿Cómo
pudo darse este cambio? Por haber estado en la presencia de Dios. A veces
creemos que hay ciertas cosas que no le podemos decir a Dios porque se podría
enojar. Pero si están en nuestros pensamientos, él ya lo sabe de todos modos.
¿Qué diferencia hace entonces el decirlo o no decirlo? Y si leemos todos los
Salmos, encontraremos expresiones muy, muy fuertes que David lanza contra sus
adversarios. ¿Un hombre conforme al corazón de Dios y diciendo estas cosas? Sí,
porque era muy sincero. Nunca fingía algo que no era. Y estas cosas las decía
en el lugar correcto: frente a Dios. No tomaba el celular para volcar todo su
veneno al Facebook para que todo el mundo le diga: “¡Ay, pobrecito! ¡Qué
porquería es este mundo! Vamos a aliarnos todos para destrozar a estos tipos
que te hicieron sufrir tanto.” ¡No! Él se descargaba totalmente ante Dios. Dios
soporta esto sin problemas. Y al hacerlo, él nos quita esa carga del corazón y
podemos salir alabándolo, así como David lo hizo en este Salmo. Y esto siempre
tiene un efecto muy poderoso no solamente para la persona misma, sino su
testimonio público inspira, sana y bendice a todos los que lo escuchan, como
bien él lo describe en los últimos versículos.
¿Cuál
es tu carga que tienes en tu corazón hoy? ¿Ya hablaste con el Señor al
respecto? ¿Ya la descargaste ante él? Entonces déjala ahí y no la alces otra
vez. Así él no puede hacer nada con tu carga si no se la dejas. La Biblia nos
anima a deshacernos hasta con fuerza de nuestras cargas: “Tiren todas las
ansiedades sobre El, porque El cuida de ustedes” (1 P 5.7 – Kadosh).
Descarga tu corazón ante él. No rebusques palabras bonitas. Deja que tu corazón
fluya ante él, y a veces la única manera de “fluir” es a través de lágrimas,
quizás sin pronunciar siquiera palabra alguna porque somos incapaces de
traducir en palabras el dolor, la frustración, la angustia o la ira que hay en
nuestro corazón. Deja tu carga al pie de la cruz, que el que murió ahí por esa
carga ya sabrá qué hacer con ella. Y tú, disfruta poder respirar libremente
otra vez y entona una alabanza al Señor, aunque quizás no haya cambiado ninguna
circunstancia a tu alrededor.
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