domingo, 14 de mayo de 2017

Cómo matar al enemigo


                   En estos días entre las devocionales del sitio YouVersion que comparto cada día en el grupo de la iglesia había dos que hablaban acerca de personas que nos caen pesados. Parece que nunca pueden faltar ese tipo de personas, ¿no? Respondan la siguiente pregunta, pero por las dudas en su mente no más: ¿Quién es la persona más difícil de aceptar para ti, la que más pesado te cae? Puede suceder que de repente esa persona intolerable está sentada en la silla a tu lado… De estas devocionales ya hemos aprendido varias cosas sobre cómo actuar en casos de relaciones interpersonales que se tornan difíciles. Hoy queremos ver el ejemplo de un personaje bíblico que también tuvo en su vida personas difíciles, como fue el caso de David y su perseguidor Saúl.

                   F 1 Samuel 24

                   Nuestro texto empieza con la labor de algunos chismosos que le mandan al WhatsApp de Saúl la ubicación de su archienemigo David. Nunca faltan estas personas que por alguna razón, quizás por ser chupamedias, corren a algún personaje de autoridad para delatar a todo el mundo ante él. Así fue también en el caso de David. Tenía que huir de alguien a quien nunca le había causado ningún daño, sino para quien más bien sirvió de terapeuta musical para apaciguar su alma. Además, como si no fuera suficiente esto, no recibió el apoyo y la protección de cierta parte de la población. Más bien fue delatado por ella. Y Saúl, como si persiguiera al EPP, juntó un ejército nada despreciable de 3.000 hombres y se puso en marcha para buscarle a David y sus hombres.
                   El encuentro con David se produjo antes de lo previsto por Saúl, sin que él se diera cuenta, y, sobre todo, de manera muy diferente a lo que él se había imaginado. Como David sabía que él era buscado por el FBI, se mantuvo oculto todo el tiempo posible. Como estaba en una zona montañosa, había por ahí muchas cuevas en las que él se podía ocultar con el grupo de hombres que lo acompañaban. Al llegar a esa zona, Saúl se metió en una de estas cuevas que resultó ser precisamente la que le sirvió a David como escondite. Como las cuevas suelen estar bastante oscuras, Saúl no vio el grupo de hombres que se apretujaba contra el fondo. Ahora, la gran pregunta es: ¿para qué se fue Saúl a esa cueva? ¿Qué hizo él allá? La versión que yo leí dice que fue “para cubrirse los pies” (v. 3 – RVC). En el curso de Interpretación bíblica que doy en el marco de los cursillos IEBs hablamos el jueves pasado que debemos encontrar el mensaje detrás de la letra escrita. Escrito está que él se cubrió los pies, ¿pero qué significa esto? Se trata de un eufemismo, que “…es una palabra o una expresión utilizada para sustituir una palabra que socialmente se considera ofensiva o de mal gusto” (https://www.significados.com/eufemismo). La gran mayoría de las versiones de la Biblia dice que Saúl entró a la cueva para hacer sus necesidades, pero como es un poco desagradable, en el idioma original se dice que “se cubrió los pies”.
                   Así que, ya sabemos el motivo por el cual Saúl se metió a esa cueva. Y entendemos ahora también por qué él estuvo tan concentrado de modo que no se dio cuenta de que David cortó un pedazo de su manto.
                   Imagínense la sorpresa que también se llevaron David y sus hombres. Estaban ahí escondidos, cuando de repente vieron entrar justo al de quien se estaban escondiendo, y entraron en pánico. ¿Los vería? ¿Tocaría la alarma para que su ejército venga a matarlos a todos? Una tensión como en un cable de alto voltaje llenó toda la cueva. Pero ocurrió algo que no habían esperado: Saúl no se daba cuenta en lo más mínimo de que él no estaba solo en la cueva como creía. ¡Esta es la señal de Dios! Dios ha movido las piezas de tal modo que David pueda poner punto final a este capítulo e iniciar su reinado para el cual ya fue ungido oficialmente. “¡Mátalo!”, es la sugerencia unánime de todos sus hombres.
                   Y David se deslizó silenciosamente por el piso en dirección a Saúl. En la oscuridad que reinaba en la cueva, los hombres no podían ver los detalles de lo que ocurría, pero algo les decía que no era como ellos se lo habían imaginado. De pronto, David se apareció de vuelta ante ellos. Pero en lugar de tener en su mano la cabeza de Saúl, tenía un pedazo de su manto (v. 4). ¡Y encima David con remordimiento por lo que había hecho (v. 5)! ¡Casi lo internan en un manicomio! ¿¡Cómo alguien puede ser tan estúpido y desaprovechar la puerta que Dios mismo le había abierto de par en par para alcanzar el llamado de Dios!? Pero David miraba más allá de las circunstancias visibles, y se negó rotundamente a interpretarlas según le convenga a él, ni dándole un tinte espiritual. Él veía la realidad espiritual que estaba detrás de lo visible por el ojo humano: él vio a un ungido de Dios. Por eso él rechazó tan enfáticamente la posibilidad de causarle algún daño a Saúl. Me gusta como una versión en inglés traduce este versículo: “Dejen de hablar tonterías. No atacaremos a Saúl. Él es mi rey, y yo oro que el Señor me guarde de hacer cualquier cosa que dañe a su rey escogido” (v. 6 – CEV). David no vio a un ser humano; él vio a un portador de la unción, símbolo de la presencia y la elección de Dios. Y a alguien así no se le puede matar cuando ya no me gusta su presencia.
                   Al exponer de esta manera su punto de vista, David logró calmar a sus hombres y evitar que hagan “justicia por mano propia”. Pero tampoco dejó que las cosas pasen como si nada. Él usó una estrategia muy poderosa para vencerle a Saúl. Salió detrás de él a cierta distancia y lo llamó. Su forma de dirigirse a Saúl muestra un profundo respeto hacia él: “¡Mi señor y rey!” (v. 8 – RVC), “Majestad” (NVI). Y cuando Saúl se dio vuelta para ver quién lo estaba llamando, sólo llegó a ver a un hombre “de rodillas y con el rostro inclinado en actitud de reverencia” (v. 8 – RVC), o como lo expresan otras versiones, postrado “rostro en tierra” (RV95). ¡Qué ejemplo el de David! ¿Hubiera tenido motivos para matarlo en la cueva? Según las costumbres de aquel entonces, más que suficientes. ¿Hubiera tenido motivos para vociferar contra Saúl, de estar enojado, de maldecirlo, de mandarlo por un tubo? ¡Totalmente! Aun así, no lo hizo. Pensá nuevamente en la persona en tu vida que te cae tan pesado. ¿Se asemeja tú reacción hacia esa persona a la de David aquí hacia Saúl?
                   Esta actitud de David atrajo toda la concentración de Saúl, porque era una manera de ser tan diferente a la de todos los demás. Con palabras bien seleccionadas, David le hizo ver a Saúl el tremendo error que estaba cometiendo. David no lo maldijo, no le faltó el respeto al rey, no perdió los estribos, pero sí fue muy contundente en su postura: le mostró a Saúl que él no le había hecho nada que merezca ese trato que Saúl le estaba dando. Pero también le mostró claramente que estaba libre de todo rencor y deseos de venganza. Hubiera tenido la mejor de todas las oportunidades de ponerlo a Saúl fuera de combate, pero no lo hizo. Él no hizo justicia por mano propia, pero sí se encomendó a la justicia divina, que es la única verdaderamente objetiva. Nuestra visión de los errores de los demás está desesperadamente plagada de mi manera de ver las cosas, de mi egoísmo, de mis propios errores. Por eso dijo Jesús: “¿Cómo puedes decir a tu hermano: ‘déjame sacar la astilla de tu ojo,’ cuando tú tienes un tronco en tu propio ojo? ¡Hipócrita, saca primero el tronco de tu ojo; después verás claramente, y podrás sacar la astilla del ojo de tu hermano” (Mt 7.4-5 – Kadosh)! O como en otro momento Jesús dijera de manera muy desafiante: “¡Adelante! El que de ustedes esté sin pecado que tire la primera piedra” (Jn 8.7 – BLPH). Pero en nuestro disgusto contra la otra persona nos creemos tener un ojo de águila para poder sacar la basurita de su vida, cuando en realidad somos más ciegos que un topo. Es precisamente por eso que Pablo recomendó: “Hermanos, no se tomen la justicia por su cuenta, dejen que sea Dios quien castigue, como dice la Escritura: Mía es la venganza, yo daré lo que se merece, dice el Señor” (Ro 12.19 – BLA). Eso es precisamente lo que hizo David en esta oportunidad: “¡Que el Señor juzgue entre nosotros dos, y me vengue de Su Majestad! Por lo que a mí toca, jamás levantaré mi mano contra Su Majestad” (v. 12 – DHH).
                   Estas palabras conmovieron a Saúl hasta las lágrimas, y lo llevaron a reconocer y confesar su pecado. Esa manera de actuar de David iba totalmente contramano a lo que hace todo el mundo. Saúl reconoció esto: “¿Quién encuentra a su enemigo y le perdona la vida” (v. 19 – NVI)? Bueno, una persona que ama profundamente a Dios puede dejar ir a su enemigo sin buscar venganza. Pero en el caso de David también era que David no tenía enemigo. Saúl lo consideraba su enemigo, pero David no veía a Saúl como enemigo, sino como ungido de Dios. Por eso él no tenía por qué matarlo. Esta actitud de David lo motivó a Saúl a reconocer que él sería su sucesor en el reinado, y a pedirle que no extermine a su familia una vez que sea rey. Porque eso también era lo primero que hacía un gobernante ni bien asumido el poder. Para que la familia del rey vencido o fallecido no pudiera conspirar contra él, el nuevo mandamás ordenaba eliminar a toda la parentela de su oponente. David prometió no hacerlo. El ir contramano al modo de ser de los demás no era en David un “desliz de debilidad momentánea”, sino era un estilo de vida basado sobre un carácter fuerte y un profundo respeto a Dios. Y vemos que años más tarde David llevó a su casa a Mefiboset, nieto de Saúl, por el compromiso asumido con Saúl y por su amistad con Jonatán, el padre de Mefiboset (2 S 9.13). Una vez que David se lo prometió a Saúl, éste dejó de perseguirlo y se fue a su casa, por lo menos por un tiempo.
                   ¿Qué hubiera pasado si David hubiera matado a Saúl en esa cueva? Eso era lo que todo el mundo esperaba que hiciera. Así que, nadie lo hubiera criticado por eso. Pero su conciencia nunca hubiera tenido paz, porque sabía que actuaba fuera de la voluntad de Dios. Además, David hubiera salteado el tiempo marcado por Dios. Él ya había sido elegido por Dios y ungido para ser rey de Israel. Y como Saúl ya había sido desechado, sacarlo fuera de circulación hubiera hecho que los planes de Dios por fin pudieran cumplirse. Pero David sabía que Dios no necesita de su ayuda para que se cumplan sus planes. Ya Abraham, Moisés y muchos otros habían tratado de instalar la voluntad de Dios a su manera y fuera de tiempo, y en todos los casos habían tenido resultados catastróficos. David era lo suficientemente sabio como para no hacerlo, aunque en el momento parecía ser una estupidez de aquellas. Mediante su manera de actuar, no mató a su enemigo, pero sí mató la enemistad. El problema no es la persona, sino el corazón humano esclavizado por el egoísmo y el orgullo. Y este no puede ser vencido por la violencia ni oponiéndole igual testarudez y egoísmo. Esto sólo hace que el choque de las dos cabezaduras suene tanto más fuerte, pero no produce arrepentimiento en ninguno de los dos. El corazón duro sólo puede ser vencido por la amabilidad, el amor, el perdón, la humildad. Jesús lo expresó en estas palabras: “No resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Si alguien te pone pleito para quitarte la capa, déjale también la camisa. Si alguien te obliga a llevarle la carga un kilómetro, llévasela dos” (Mt 5.38-41 – NVI). Díganme si esto no va contramano a la reacción de todo el mundo – y a la inclinación de nuestra propia carne. ¿Pero qué reconocimiento se merece alguien que se deja arrastrar por la corriente del mundo y de su propia carne? ¿Qué hace de especial? Pero el que logra vencer su propio ego y la demanda de su propia carnalidad, ése es el que logra cambios radicales en su propia vida y la de otros.
                   ¿Quién es la persona más difícil de aceptar para ti? No trates de matar a tu enemigo. Mata la enemistad; en primer lugar la que se instaló en tu propio corazón para así matar también la que quiere dominar la relación con esa persona. ¿Cómo puedes matar a tu enemigo? Haciéndote su amigo. Así ese enemigo desaparece del mapa, pero tú no tendrás cargos de conciencia. Más bien tu vida se enriquecerá enormemente: serás más rico en amigos y más rico en experiencias de victoria, más rico en carácter controlado por el Espíritu Santo. Pablo escribió: “Cristo es nuestra paz: de los dos pueblos [judíos y gentiles] ha hecho uno solo [la iglesia de Cristo], derribando mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba, … para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo mediante la cruz, por la que dio muerte a la enemistad” (Ef 2.14, 16 – NVI). Cristo ya mató la enemistad que nos quiere separar los unos de los otros. Si quieres matar a tu enemigo, ten en cuenta que tu enemigo principal es tu carne. Cristo ya la venció, pero a ti te toca darle la estocada mortal una y otra vez. Cuanto más cerca de la cruz estés, más mortales serán tus estocadas, porque estarán llenos del poder del Cristo de la cruz.
                   ¿Qué vas a hacer ahora con esa persona que no puedes tolerar? Ora por ella, y te darás cuenta de que para poder orar por una persona difícil, primero es necesario que suceda algo en ti mismo. Te darás cuenta que no puedes doblar puños para orar. Tienes que abrir primero tus manos, liberar a la persona, dejar libre tu rencor, perdonar. Entonces puedes orar por ti mismo y por tu enemigo. Y luego busca maneras creativas para mostrarle a esa persona el amor de Dios. Así la enemistad se morirá y estarás libre de sus garras para poder mirarle a los ojos a esa persona y desearle de corazón la bendición de Dios. ¿No crees que merece la pena intentarlo?