Si
tiene contacto frecuente con niños pequeños, de seguro habrá vivido esos
momentos en que el niño ha estado muy afanado con algo pero que no le salía,
por más que lo intente. Se frustra y grita de enojo, pero no acepta ayuda de
nadie. Incluso se enoja más todavía, no sólo por su incapacidad de resolver su
asunto, sino por la oferta “inoportuna” de ayuda de parte de otros, porque esto
hiere su orgullo de resolverlo todo por sí mismo. Lo triste es que esa
terquedad y orgullo, natural en un niño, siguen formando parte de nosotros
durante toda la vida. Y si esto se da en lo espiritual, las consecuencias
pueden ser graves.
En
las parábolas que vamos a estudiar hoy encontramos algo de esto. Leamos como
nos lo relata Lucas en el capítulo 15 de su evangelio:
“Todos los cobradores de
impuestos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los
escribas comenzaron a murmurar, y decían: «Éste recibe a los pecadores, y come
con ellos.» Entonces Jesús les contó esta parábola:
¿Quién de ustedes, si tiene
cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto,
y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, gozoso la
pone sobre sus hombros, y al llegar a su casa reúne a sus amigos y vecinos, y
les dice: “¡Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había
perdido!” Les digo que así también será en el cielo: habrá más gozo por un
pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan
arrepentirse.
¿O qué mujer, si tiene diez
monedas y pierde una de ellas, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca
con cuidado la moneda, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus
amigas y vecinas, y les dice: “¡Alégrense conmigo, porque he encontrado la
moneda que se me había perdido!” Yo les digo a ustedes que el mismo gozo hay
delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15.1-10
– RVC).
El
capítulo 15 de Lucas es un pasaje muy especial. Contiene tres parábolas de
Jesús que todas tienen que ver con algo que se perdió y la alegría que causa el
haberlo vuelto a encontrar. Pero hay algo más profundo todavía en estas
parábolas que sólo la alegría de haber encontrado algo perdido. Los primeros
versículos de este capítulo nos dibujan el contexto en el que fueron contadas
estas parábolas: Jesús se encontró rodeado por cobradores de impuestos y “gente
de mala fama” (v. 1 – DHH). Eran personas que fueron rechazadas por el
resto de la sociedad. Al encontrar en Jesús alguien que los amaba de verdad y
no los condenaba ni rechazaba, ellos sentían una atracción fuerte hacia Jesús y
absorbían sus palabras como esponja seca.
Para
los fariseos y escribas, los maestros de la ley, esto era un motivo más para
desacreditar a Jesús. Juntarse con esta gente era para ellos sinónimo de
participar en los pecados de ellos. Los fariseos y líderes religiosos se creían
en una burbuja de espiritualidad y santidad absolutas. Creían que la mera
cercanía de personas tan pecadoras como las que rodeaban a Jesús los pondrían
en peligro de contagio de pecado. Por eso criticaron a Jesús que no mantenía
esa distancia “prudencial”.
Es en
respuesta a esta actitud de los líderes religiosos que Jesús contó estas tres
parábolas, dos de las cuales vamos a estudiar en esta oportunidad.
La
primera parábola trata de una oveja que se perdió. Como Israel era un pueblo
que criaba ovejas, esa imagen era por demás conocida para los oyentes de Jesús.
De las ovejas de un pastor imaginario, hay una que se metió en líos: no se
sometió a la guía del pastor. Esta oveja representaba a toda esa gente que
rodeaba a Jesús. De que ellos fueran tan rechazados y criticados por la
sociedad no era por nada. Realmente eran personas que se habían desviado del
camino correcto. Se ve que no se sentían orgullosos por sus perversidades, sino
que profundo en su alma había esa oveja perdida que gritaba desesperadamente
por ayuda. Jesús siempre mostró especial sensibilidad a ese llamado de auxilio.
Él invertía tiempo y esfuerzo en personas que admitían su necesidad y se
dejaban ayudar.
Aunque
Jesús no lo dice expresamente, las restantes ovejas representaban a los
fariseos y escribas. La diferencia de ellos con la oveja perdida era
precisamente que ellos no admitían su necesidad. Se consideraban
tan espirituales, como si estuvieran por encima de todo pecado. Y como no hay
peor ciego que el que no quiere ver, Jesús no perdió tiempo con ellos, ya que
de todos modos no los iba a poder pastorear porque ellos no se lo permitían.
Estaban como en pleno campo, creyendo poder pastorearse ellos mismos. Jesús
hubiera querido pastorear a las 100 ovejas, pero sólo una permitió ser
pastoreada. Pero si uno de los fariseos admitía su necesidad de Jesús, él se
dedicaba plenamente al que le buscaba. Ejemplo de ello es Nicodemo que fue
junto a Jesús con preguntas profundas y sinceras. La conversación que tuvo Jesús
con él llevó a Nicodemo a un cambio de actitud y de vida. La clave no está en
estar perdido o no estarlo, sino en la disposición de admitir su estado
lamentable, su imposibilidad de “pastorearse” sólo, y buscar ayuda. Porque aun
la oveja descarriada puede estar tan empecinada en su mal camino, que no admite
su necesidad de un cambio y no permite que nadie le ayude, al igual que los
niños pequeños. Pero cualquiera que admite su necesidad, que reconoce no poder
sólo, que clama por ayuda, logra una verdadera transformación. Y eso causa
tanta alegría, como Jesús lo expresa también en estas parábolas. Él lo ilustra
aquí con una fiesta que el pastor arma con sus vecinos y amigos, celebrando la
recuperación de su oveja.
Después
Jesús declara algo que fue como una bomba en medio de los fariseos: “…así
habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y
nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (v. 7 – RV95), o que
creen no necesitarlo. ¿Por qué dijo Jesús esto? El único pecado que es
perdonado es el del que uno se arrepiente. Así que, el único que experimenta
perdón y salvación es ese uno que se arrepintió, esa oveja perdida que admite
su necesidad y se deja rescatar. Y eso es lo que tanta alegría causa. Todos los
demás estaban ciegos a sus pecados, creyendo que no tenían ninguno. Pero
sabemos según la Biblia que “si afirmamos que no hemos pecado, llamamos a
Dios mentiroso y demostramos que no hay lugar para su palabra en nuestro
corazón” (1 Jn 1.10 – NTV). Pablo también declara enfáticamente: “No hay
ni un solo justo, ni siquiera uno. …todos han pecado y están lejos de la
presencia gloriosa de Dios” (Ro 3.10, 23 – NTV/DHH). Así que, los que creen
no tener ningún pecado, están muy lejos de la verdad. Y tampoco no se arrepienten
de ninguno y, en consecuencia, no reciben perdón. Y eso, lejos de causar
alegría, causa profundo pesar y dolor. Uno podría pensar que es injusto no
alegrarse también por los demás 99 ovejas, pero ¿qué alegría uno va a percibir
por alguien que no quiere cambiar; por alguien que prefiere practicar su pecado
favorito? Jesús habla aquí de 99 ovejas, pero en verdad no interesa aquí el
número. Ni si fueran 99.000 no producirían ninguna alegría al permanecer en su
ceguera. O como lo dijo una vez un predicador en un congreso internacional de
jóvenes: “Ni mil medio cristianos hacen a un cristiano verdadero.” Más directo
Jesús no se lo podría haber dicho a los fariseos, pero en su ceguera no
recibían ni este azote – una razón más para dedicarse a los que sí admitían su
perdición y aceptaban ayuda.
Algo
parecido enseña también la parábola de la moneda perdida. La desesperación de
la mujer al notar que le faltaba una moneda era grande. Puede deberse a que esa
moneda, que era el pago por un día de trabajo, era su seguridad de sustento.
Pero también puede ser que la moneda formó parte de un adorno consistiendo en
10 monedas que solía ser un regalo de bodas para las mujeres. Este adorno tenía
un valor sentimental muy grande para las mujeres, y tenía un significado
parecido a nuestro anillo de bodas de hoy en día. En cualquiera de estos casos
entendemos el afán de la mujer por encontrar esa moneda que se había perdido.
Las casas en Palestina eran generalmente bastante oscuras y con piso de tierra.
Así que, necesariamente ella tenía que encender una luz y barrer toda la casa
para poder encontrar esa moneda. Al producirse el hallazgo, otra vez la alegría
era desbordante, porque su gran preocupación se había esfumado al encontrar la
moneda. Pero Jesús hace ver que esa alegría de la mujer no tiene ni comparación
con la alegría que hay en el cielo por un pecador que se salva.
Si bien en lo profundo de tu ser te sientes como oveja perdida, no todo está perdido. El buen Pastor siempre sigue buscándote. Quizás hacia fuera procuras mantener una fachada de que todo está bien, que tienes todo bajo control, pero más y más fuerte suena el grito de la oveja perdida dentro de ti: “¡Ayudaaaa!” No permitas que tu orgullo sofoque ese grito, porque no lo lograrás por mucho tiempo. Sólo si admites que no puedes más, que nada en tu vida está bajo control, si te arrepientes y confiesas tus pecados sin reserva, podrás recibir ayuda. El poder de Dios quiere restaurarte, quiere limpiarte, perdonarte, y devolverte la dignidad que habías perdido al irte por tus propios caminos. Dios no está distante como para no poder escucharte o auxiliarte. Él tiene un oído especial al clamor por auxilio de una oveja perdida. Acéptalo, y llena el cielo de fiesta por tu arrepentimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario