lunes, 30 de mayo de 2022

Los ríos de Babilonia

 



            Hay muchas situaciones angustiantes, que nos amenazan por desesperarnos, deprimirnos y hasta desesperanzarnos. Menciono un ejemplo nada más: los que pasan por la dura experiencia del Covid en muchos casos sienten todo tipo de emociones, que los atormentan quizás más que la enfermedad en sí. Igual sus familiares que están afuera, quizás bajo una carpa, temiendo por la vida de su ser querido, encontrándose inmersos en una lucha encarnizada entre la fe y la desesperación. Sólo el que ha pasado por eso tiene idea de lo desgarrador que es una experiencia así.

            Y el que ha pasado por experiencias similares podrá entender y sentir con los hebreos que se encontraban cautivos en una nación absolutamente pagana y cruel que les había despojado de toda pertenencia, pero mucho peor todavía: de toda dignidad y hasta de símbolos de su fe. La Biblia habla en muchas partes de la deportación de los judíos a Babilonia como consecuencia de haberse apartado de Dios. Pero este sentimiento de absoluto desamparo, impotencia, tristeza, rabia, desesperanza y otras cosas más es representado magistralmente en el Salmo 137. Por su belleza literaria, este breve Salmo llega a ser la corona de la poesía hebrea. Dice así el Salmo 137:

 

  “Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar al acordarnos de Sión. Sobre los sauces de la ciudad colgamos nuestras arpas. Los que nos capturaron, nos pedían que cantáramos. Nuestros opresores nos pedían estar contentos. Decían: «¡Canten algunos de sus cánticos de Sión!» ¿Y cómo podríamos cantarle al Señor en un país extranjero?

  Jerusalén, si acaso llego a olvidarme de ti, ¡que la mano derecha se me tulla! Jerusalén, ¡que la lengua se me pegue al paladar, si acaso no llego a recordarte ni te pongo por encima de mis alegrías!

  Señor, recuerda lo que decían los edomitas el día que Jerusalén fue destruida: «¡Arrásenla, destrúyanla hasta sus cimientos!» ¡También tú, Babilonia, serás arrasada! ¡Dichoso el que te dé tu merecido por todo el mal que nos hiciste! ¡Dichoso el que agarre a tus niños y los estrelle contra las rocas” (Sal 137.1-9 – RVC)!

 

            Traten de meterse en esta escena. Un pueblo, que ya había experimentado la esclavitud de 4 siglos en Egipto, por fin tuvo su propia tierra, prometida hace cientos de años atrás. Por fin pudo desarrollar su propia existencia e historia. Pero con el pasar del tiempo llegó a optar por un camino según su propio parecer en vez de buscar los caminos de Dios. Reiteradas advertencias a través de los profetas no dieron el resultado esperado por el Señor, hasta que la invasión de Babilonia, la destrucción de Jerusalén y la deportación de prácticamente todo el pueblo a tierras extrañas, volviendo a la esclavitud, fue permitido por Dios como consecuencia de la desobediencia de su pueblo. ¿Quién, después de haber tenido todo y haberlo perdido otra vez no estaría en este estado calamitoso, llorando su suerte? Peor todavía al sufrir esas avalanchas de nostalgia por su amada Jerusalén, símbolo de la presencia de Dios. “Nos sentábamos junto a los ríos de Babilonia y llorábamos acordándonos de Sión” (v. 1 – PDT). ¡Qué cuadro de agonía y desesperanza se nos pinta aquí! Pero también de impotencia por no poder mover ni un dedo para revertir esta situación. Peor todavía, sabiendo que el único culpable es uno mismo.

            Incluso el paisaje que los rodeaba estaba sumido en esa tristeza, acrecentando aún más ese cuadro de luto y dolor. El versículo 2 habla de los sauces que había a la orilla de los ríos que con su forma característica parecían compartir la desmotivación y tristeza profunda de los cautivos. ¡Un sauce llorón acompañando al pueblo llorón! Los ríos de Babilonia se alimentaban de las lágrimas de los hebreos.

            Y en esos sauces los hebreos habían colgado sus cítaras y arpas. ¡Qué decoración más deprimente de los árboles! Así como un boxeador o un arquero cuelgan sus guantes, simbolizando el final de su carrera deportiva, los hebreos colgaron sus instrumentos, indicando el final de sus fiestas jubilosas. No había más motivo alguno para hacer música. Los instrumentos se volvieron obsoletos. No había más uso para ellos. Se perdió también toda esperanza de volver a usarlos algún día. La vida se volvió oscura, sin sentido, sin motivación alguna. Daba lo mismo estar vivo que estar muerto.

            Por supuesto que los babilonios vieron todo esto, y no contentos con las aflicciones que ya les habían causado, aprovecharon el desconsuelo de los hebreos para torturarlos aún más: “Los que allá nos habían llevado cautivos nos pedían cantares; los que nos habían hecho llorar nos pedían alegría, diciendo: ‘Cántennos algunos de los cánticos de Sion’” (v. 3 – RVA2015). ¡Qué brillante expresión de este proceder desalmado de los babilonios y su burla sin fondo! Ellos mismos habían sido la causa de tan fatídico estado de ánimo de los hebreos, pero querían que hagan fiesta. Con su poderío militar habían podido separarlos violentamente de sus pertenencias y de su tierra amada. Pero no había poder que lograba separarlos de sus emociones. No podían cantar alegres cuando en el corazón había desolación. Más bien esa burla demoníaca de los babilonios profundizaba aún más su dolor. Pero no era sólo la risa burlona acerca de su desgracia lo que les causaba tanta aflicción, sino que los babilonios les pedían cantar cantos de Sión. Sión era el sitio donde había estado el ahora destruido templo de su Dios. Los cantos de Sión eran cantos religiosos que se entonaron en sus ceremonias de alabanza a Dios. Al obligar a los subyugados a cantar canciones que exaltaban a Dios era una declaración de superioridad de los dioses babilonios sobre el Dios de los hebreos. O sea, los babilonios les estaban diciendo: “¿Ven que su Dios no sirve de nada? Los nuestros son infinitamente más poderosos y han vencido al suyo de taquito. Su supuesto Dios no ha podido evitar que ustedes caigan prisioneros.” ¡Algo más demoníaco no puede haber! Y es muy probable que muchos, quizás la mayoría, de los hebreos hayan sentido también que su Dios había sido derrotado; que su fe haya sido ilusoria; que hasta Dios les había dado la espalda, abandonándolos a su suerte. “¿Cómo íbamos a cantar un canto del Señor en un suelo extranjero” (v. 4 – BLA)? Era suelo extranjero no sólo geográficamente, sino también espiritualmente. Estaban en un territorio marcado por la idolatría y prácticas perversas y reprochables desde todo punto de vista. ¿Cómo cantar ahí al Señor? ¡Qué cuadro de absoluta desesperanza!

            Pero algo bien en lo profundo de sus corazones se negó a aceptar esto como realidad. Aunque todo a su alrededor era señal de humillación y derrota sin remedio alguno, el alma hebrea rehusó aceptar esto como realidad. En vez de permitir que sus verdugos fuercen sus emociones haciéndoles cantar canciones alegres en medio de su llanto, ellos forzaron a sus corazones a no claudicar ante este cuadro desesperante. Se obligaron a sí mismos a no hundirse, imponiéndose fuertes maldiciones: “Ah, Jerusalén, Jerusalén, si llegara yo a olvidarte, ¡que la mano derecha se me seque” (v. 5 – NVI)! “Que la lengua se me pegue al paladar si dejo de recordarte, si no hago de Jerusalén mi mayor alegría” (v. 6 – NTV). Quizás parezca que se estuvieron aferrando a una pajita en medio del mar, esperando que ella los mantenga a flote, pero era señal de que estaban vivos todavía por dentro; que no se habían entregado a su suerte, sin más lucha. Sus sentidos no estaban todavía apagados. Sabían que los ríos de Babilonia no eran su hogar definitivo. ¡Tenían que regresar al lugar que les pertenecía!

            Y esa rebelión del alma en contra de las circunstancias de la vida los hizo maldecir también a quienes causaron su desgracia: “Señor, acuérdate de los edomitas, que cuando Jerusalén cayó, decían: ‘¡Destrúyanla, destrúyanla hasta sus cimientos!’ ¡Tú, Babilonia, serás destruida! ¡Feliz el que te dé tu merecido por lo que nos hiciste! ¡Feliz el que agarre a tus niños y los estrelle contra las rocas” (vv. 7-9 – DHH)! ¿Nos sorprende este lenguaje tan violento? Dígame, ¿acaso no has pensado también de forma parecida acerca de otros que te han causado daño? La Biblia no lo pone como ejemplo de reacción espiritual contra los demás, pero sí acepta nuestras emociones naturales y que las expresemos con libertad. Mejor desahogarse ante el Señor que consumirse por dentro por emociones reprimidas. Mejor ser sincero delante de Dios que andar fingiendo espiritualidad ante los demás.

            Es poco probable que hoy una nación entera sea llevada cautiva a otro país, ¡y Dios quiera que esto nunca más suceda! Pero hay suficientes otras injusticias y esclavitudes más sutiles, pero igual de crueles, que suceden a diario. Quizás te encuentres envuelto ahora mismo en una situación así. Pero creo yo que lo que más se acerca a esta experiencia de los hebreos es la esclavitud del pecado. Cuando caemos también en este error de desviarnos de los caminos del Señor, y cuando rechazamos constantes mensajes de advertencia, también llegamos a caer presos de nuestros propios errores. El enemigo toma ventaja sobre nosotros y nos subyuga violentamente. Nos tira junto a los “ríos de Babilonia” en territorio enemigo. Sentimos que un ejército de demonios baila alrededor de nosotros, burlándose a carcajadas de nuestra miseria espiritual. Y nos escupen en la cara diciendo que nuestro Dios no sirve, que nos dio la espalda, que mejor nos demos un tiro porque igual ya nada tiene sentido. Y es fuerte la tentación de dejarnos arrastrar por la corriente hasta hundirnos por completo en la perdición. Es fuerte la tentación de no poner más resistencia, de dejar de luchar. De todos modos, ¿de qué sirve seguir luchando? De todos modos, estoy derrotado y sin posibilidad de salir de esta con vida. Hermano o hermana, ¡resistí a esa voz de Satanás! ¡No es la verdad! Los “ríos de Babilonia” no son tu hogar definitivo. La verdad es que Dios no te ha abandonado. Quizás permita que saborees la amargura del pecado que tanto anhelaste, pero no te ha abandonado. No estás sin esperanza. No existe pozo tan profundo que Dios no te pueda rescatar nuevamente de él. No hay “río de Babilonia” de donde él no te pueda hacer volver a su hogar. ¿Había esperanza para los hebreos? Aparentemente no. Sin embargo, 70 años más tarde, bajo el liderazgo de Esdras y de Nehemías, ellos volvieron a su tierra, reedificaron a Jerusalén y empezaron una nueva vida. Este es tu futuro. Esta es tu realidad. Esta es tu esperanza. Con la poca fuerza que te queda, aunque no creas que haga diferencia alguna, clama en tu desesperación al Señor: “Dios, no sé dónde estás. No te veo ni te siento. Más bien siento su ausencia. Sin embargo, sé que estás ahí y que me escuchas. ¡Ten misericordia de mí y sácame de esta situación que yo mismo he provocado! Sé que no merezco nada, pero también sé que tu compasión y tu gracia son más grandes que cualquier pecado que yo pueda haber cometido. ¡Perdóname y sálvame! No tengo más fuerzas. Si tú no me ayudas, me hundiré. Por eso me abandono sin condiciones en tus manos. Haz conmigo lo que tengas que hacer, pero ponme a salvo. Quiero confiar en ti; ayúdame a tener más fe. Manifiesta tu poder en mi vida.”

            Si tú gritas así al Señor en tu desesperación, yo te aseguro que él te escuchará y que se moverá a tu favor. Y si necesitas ayuda, déjamelo saber para poder orar por ti y darte el apoyo que nos sea posible para que puedas regresar nuevamente de los “ríos de Babilonia” a tu “tierra prometida”.

            Este Salmo 137 ha inspirado a muchas personas para componer canciones con su contenido. Uno de ellos fue el compositor italiano de óperas Giuseppe Verdi en el siglo XIX. Su ópera “Nabucco” contiene el “coro de los esclavos”, basado en este Salmo. Encontré una representación teatral de esta composición que ilustra magistralmente esta apatía y desesperanza de los hebreos, arrollados y anonadados emocionalmente por esta avalancha de desgracias sufridas. Lo dejo aquí como ilustración de lo que hemos hablado. Y si te sientes identificado con su sentir, cobra ánimo. Así como ellos volvieron, tú también puedes volver de los “ríos de Babilonia” al lugar que te corresponde según la voluntad perfecta de Dios.


Alegría desbordante


 





            El domingo pasado hablamos de que Dios está con nosotros en medio de nuestras aflicciones diarias que nos toca vivir, y que él es nuestro refugio y fortaleza. ¿Alguien tuvo esta semana una experiencia en la que el Señor se manifestó como un refugio en medio de la tormenta? ¿Lo quieres compartir brevemente con nosotros?

 

            El Salmo de hoy es prácticamente la continuación del Salmo 91 acerca del cual reflexionamos el domingo pasado. O, mejor dicho, es la consecuencia gozosa de haber experimentado a Dios como su refugio y fortaleza como lo describe el Salmo 91. Es un Salmo que exalta y alaba a Dios y sus obras. Hoy tenemos mucho motivo para estar también llenos de alegría, gratitud y alabanza, porque hay 7 personas que quieren formalizar su membresía oficial en nuestra iglesia: 4 por bautismo y 3 por transferencia de otra iglesia. Hoy no es todavía el bautismo, pero queremos escuchar precisamente de las grandes obras que Dios ha hecho en su vida y sus motivos de alabanza al Señor. Pero veamos primero cuál ha sido la experiencia del salmista.

 

            FSalmo 95

 

            Este Salmo inicia precisamente con una invitación a aclamar, a cantar con alegría, gozo y júbilo a nuestro Dios, ¡y yo quiero seguir esta invitación! Quiero que la alegría y la alabanza a Dios sean el tono sobresaliente de nuestro culto hoy. ¿Por qué el salmista nos lanza esta invitación? Precisamente por haber experimentado a Dios como la “roca de nuestra salvación”. La roca es otra imagen muy frecuentemente usada en los Salmos y que tiene un significado muy parecido al refugio y castillo que vimos el domingo pasado: la de seguridad, firmeza y salvación. Aunque las tormentas más aguerridas golpeen la roca con furia e incluso amenacen por hacernos volar en cualquier momento, esa roca, usada aquí como símbolo, no de Dwayne Johnson, sino de Dios, ni tiembla siquiera. No hay poder alguno que la pueda hacer tambalear. Y todos los que están sobre esta roca estarán seguros. Como dije, las tormentas nos pueden amenazar por lanzarnos al vacío en medio de uno de sus torbellinos furiosos, pero si nos aferramos fuertemente de la roca, no lo va a poder lograr. Y después de que pase esa tormenta, nos daremos cuenta que no fuimos nosotros los que nos aferramos a la roca, sino que fue ella la que nos agarró a nosotros y no permitió que la tormenta nos destruya. Sí, quizás nos tocó sentir su furia. Muy probablemente nos llenó de mucho temor. Pero no pudo hacernos daño, sino, más bien, nos fortaleció. Por eso, esa roca obtiene en este Salmo la descripción de ser la roca de nuestra salvación. Dios nos salva en medio de todas las penurias que podemos sufrir a lo largo de la vida, como también vimos el domingo pasado, pero también nos salva espiritualmente de la condenación a causa de nuestros pecados. Y de esto van a testificar hoy, precisamente, las 7 personas que queremos recibir el próximo domingo como miembros de la iglesia.

            Estas vivencias en que vemos obrar al Señor de forma tan cercana, palpable y visible, hacen que nuestros corazones casi estallen de alegría, gratitud y alabanza. Por eso, el salmista nos invita en el versículo 2 a expresar nuestra gratitud con alegres cantos: “Lleguemos ante él con acción de gracias, aclamémoslo con cánticos” (v. 2 – NVI). Esto suena muy ceremonioso y formal. Quizás coincide con la idea que tenemos de cómo deberíamos acercarnos a Dios: así calmaditos, bien peinados y como niño bonito. Pero encontré otras traducciones que me dan una imagen no tan tradicional: “…entremos a su presencia dándole gracias, vitoreándolo con cánticos” (BNP). ¿Se puede vitorear a alguien sentado calladito en su silla en un culto en el que cada palabra y movimiento tiene que ser fríamente calculado? Los vítores se parecen más a una campaña política en la que una muchedumbre aclama con gritos y aplausos a su candidato. O a un estadio lleno de gente que celebra un gol de su equipo. Pero hay más. Encontré inclusive una versión que dice: “Vengamos a su presencia con acción de gracias; gritemos de alegría a El con cantos de alabanza” (Kadosh). Una versión en inglés habla de hacer ruido lleno de alegría. ¿Se parece esto a uno de nuestros cultos? ¿Cuándo fue la última vez que, en vez de cantar una canción, la gritaste de tanta alegría que tenías? ¿Será que es apropiado entrar de esta manera a la presencia de Dios? ¿No son los gritos más bien una falta de respeto a Dios? Bueno, para la cultura hebreo no. Para nosotros… a lo mejor nos costaría un poco hacerlo de ese modo porque no estamos acostumbrados a ello, pero a lo que nos invita este versículo es a expresar nuestra alegría y adoración con libertad, no limitado por alguna tradición o un “aquí no lo hacemos así”.

            ¿Pero por qué el salmista expresaría su gratitud de manera tan escandalosa? “Porque el Señor es el gran Dios, el gran Rey de todos los dioses” (v. 3 – BNP). Este Dios, superior en todo a todo lo demás que existe, ¿acaso no se merece una alabanza tan grande como él? Por supuesto, no estamos hablando de hacer un gran show estruendoso al que llamamos “alabanza”, sino de no refrenar la auténtica adoración y el amor que brotan de un corazón que ha sido tocado por el poder de Dios.

            Para ejemplificar la grandeza de este Dios, el salmista se vale de varios ejemplos expresados en extremos, como “…las profundidades de la tierra, y las alturas de los montes…” (v. 4 – RVC), el mar y la tierra firme (v. 5). Todo esto, que para el ser humano parecen ser los puntos más distantes uno del otro, o los elementos que engloban todo, para el Señor es algo que él tiene en su mano y que él ha modelado con sus dedos como una criatura que hace dinosaurios con la plastilina. El profeta Isaías dice: “¿Quién ha medido las aguas del mar en la palma de su mano? ¿Quién ha medido con sus manos la dimensión de los cielos? ¿Quién metió el polvo de toda la tierra en un recipiente para medir? ¿Quién pesó las montañas y los montes en una balanza” (Is 40.12 – PDT)? La respuesta es: sólo Dios es tan grande que lo puede hacer. Después de ver esta inmensidad de Dios, el salmista empieza a mirarse a sí mismo, preguntándose: ‘Ante semejante Dios, ¿quién soy yo?’ Es exactamente la misma pregunta que hizo también David en el Salmo 8: “Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: ‘¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta’” (Sal 8.3-4 – NVI)? Es únicamente estando frente a frente ante este Dios inmenso que al ser humano se le desinfla su globo de autosuficiencia y gloria para verse en su verdadera dimensión y su absoluta necesidad de humillarse ante Dios: “Vengan, adorémoslo de rodillas, postrémonos ante el Señor que nos hizo” (v. 6 – BLPH), “porque él es nuestro Dios; nosotros, el pueblo de su prado y ovejas de su mano” (v. 7 – RV95). Quizás esta postura nos resulta más conocida que la de alabar a Dios a gritos. Bueno, la verdad es que ambas formas tienen su tiempo. Hay momentos de gritar nuestra alabanza a los cuatro vientos, pero después llega el momento de la adoración humilde, silenciosa, en intimidad con el Señor.

            Es por esa infinita superioridad de nuestro Dios y nuestra absoluta dependencia de él que el salmista se vale de episodios de la historia para advertir contra la desobediencia a Dios (vv. 8 – 11). La situación mencionada tuvo lugar durante la peregrinación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto hacia la tierra prometida. Por desafiar una y otra vez a Dios, ninguno que tuviera más de 20 años de edad —excepto Josué y Caleb que sí habían honrado a Dios— llegó a ver la Tierra Prometida tan anhelada por el pueblo.

            Si hoy tenemos entre nosotros a 7 personas que han tomado la decisión de obedecer la Palabra de Dios y comprometerse con una parte de su pueblo, ellos —al igual que nosotros— han tenido muchas experiencias con el Dios todopoderoso que los ha traído hasta este punto. Pero también vale para ellos —al igual que para nosotros— esta advertencia final de no desobedecer a Dios. ¿Quiénes somos nosotros, seres humanos mortales y tremendamente limitados, como para desafiar al Dios infinito, negándole en su cara nuestra obediencia? Es tremenda insolencia. Que no hayamos sido fulminados ya hace mucho tiempo es única y exclusivamente por la gracia y misericordia de Dios.

            Una vida de alabanza, de adoración y de obediencia es el máximo tributo que podemos ofrecerle a nuestro Dios amado, nuestro Salvador y Señor. “Vengan, cantemos al Señor con alegría; cantemos a nuestro protector y Salvador … adoremos de rodillas; arrodillémonos delante del Señor, pues él nos hizo. Él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo; somos ovejas de sus prados” (vv. 1, 6-7 – DHH).


El Salmo 91, ¿es un amuleto?

 






            Cuando empezó la pandemia, el Salmo 91 adquirió fama mundial. Miles de veces se ha citado este poema. Casi se convirtió en una especie de amuleto que con su poder mágico cubriría a quien lo recite como con un cascarón impenetrable para el Covid-19.

            Otro caso: Hace muchos años atrás tuvimos bastante contacto con una hermana torturada por poderes demoníacos. Ella ya sabía el Salmo 91 de memoria, y cada vez que le llegaban los ataques del mundo de las tinieblas, ella recitaba todo el Salmo en su lucha por protegerse.

            ¿Cumple el Salmo 91 esa función? ¿Es este Salmo un amuleto? Hoy queremos analizar este texto, y con esto contestar estas preguntas.

 

            FSalmo 91

 

            ¡Qué hermoso Salmo!, ¿no es cierto? Realmente, al leerlo una y otra vez, pareciera que nos estuviera metiendo en un tipo de burbuja en la cual ningún poder maligno tiene posibilidad alguna de tocarnos. Con razón que tanta gente lo ha citado innumerables veces durante esta pandemia, sea para infundirse ánimo a sí mismos, o para justificar con él su propia imprudencia disfrazada de fe. Pero, ¿es este realmente su mensaje de este Salmo? Veamos.

            El salmista, que en este caso no tenemos indicación alguna de quién podría haber sido, empieza estableciendo dos de los atributos más conocidos de Dios: que es el Dios altísimo y el Dios todopoderoso. Estos atributos son la traducción y el significado de dos de los nombres con los que Dios se ha dado a conocer: “Elyon” y “El Shaddai”. Estos nombres indican que no hay ser ni circunstancia ni poder más alto o más grande que Dios. Nada ni nadie puede contra él. Él tiene la autoridad, el poderío, el gobierno absoluto sobre absolutamente todo. Esto es muy importante para entender el resto de este Salmo. Esa descripción es la razón de la completa confianza mostrada por el salmista a lo largo de todo el Salmo. Él puede expresarse en términos tan absolutos porque se sabe cubierto por un ser tan absoluto. Y, de hecho, ya en el primer versículo él lo dice expresamente: “El que habita a la sombra del Altísimo, se acoge a la protección del Todopoderoso” (v. 1 – PDT). “Habitar” significa permanencia. Donde yo habito, yo echo raíces. No estoy de paso. No estoy de visita. Es donde yo me establezco y donde desarrollo mi rutina diaria. En lo espiritual, “habitar a la sombra del Altísimo” es un estado continuo de estar bajo la cobertura de este Dios. La sujeción a Dios es un estilo de vida para esa persona. Ella no trata a Dios como si fuese un bombero al que sólo lo llama cuando las papas queman. No es alguien que recita este Salmo cuando se siente amenazado por un virus.

            Tenemos que entender muy claramente que esta frase es una declaración, un reconocimiento del ser de Dios, pero también es una condición: recibe protección sólo él que “habita” en la presencia de Dios. Nadie puede reclamar el socorro de Dios si todo el resto del tiempo no le da atención alguna, o sólo cuando le conviene. En su misericordia, Dios igual muchas veces nos protege, aun cuando hemos estado lejos de su voluntad. La gracia de Dios es inmensa.

            Esta experiencia de comprobar en carne propia la protección de Dios hace que el salmista lo describa a Dios como su “refugio” y “fortaleza” (v. 2). Ya nos hemos encontrado varias veces en los Salmos con esta imagen. En el versículo 4 habla, además, de las plumas y las alas con las que Dios lo cubre para protegerle. Esto nos da la imagen de una clueca que cubre a sus pollitos, o de los querubines que cubrían con sus alas el arca de pacto en el templo. ¿Qué implica que el salmista tenga que refugiarse en Dios? Significa que estaba en graves peligros por amenazas externas, y que, si no se refugiaba rápidamente para ponerse a salvo, estas amenazas podrían afectarlo seriamente. Es lo que hacemos cuando de pronto se levanta una feroz tormenta. Si estamos afuera, vamos corriendo a la casa, cerramos firmemente puertas y ventanas y clamamos a Dios que mantenga el techo en su lugar. ¿Pero para qué nos refugiaríamos, sea en la casa o en Dios? ¿Acaso no bastaría con lanzarles a gritos el Salmo 91 a esos nubarrones atemorizantes para que se den media vuelta y se vayan por donde vinieron? El salmista indica en este poema que él sí necesita un refugio; que sí atraviesa graves problemas. Por tal motivo él está agradecido por vivir bajo la protección del Dios todopoderoso.

            Casi todo el resto del Salmo consta de diferentes imágenes que ilustran esa protección de Dios y que expresan la absoluta confianza que el salmista tiene en su Dios. Antes de entrar a revisar estas imágenes, déjenme aclarar lo siguiente: este Salmo es un ejemplo magnífico para ilustrar o ejemplificar las diferencias entre los variados géneros literarios de la Biblia.

            Por ejemplo: Las narraciones del Antiguo Testamento, como las historias de José, de Moisés, de David, etc. tienen el propósito de transmitir información de cómo sucedieron los hechos. Su énfasis no está en enseñar doctrina. Tampoco pretenden presentar modelos a seguir. A veces aprendemos de las historias lo que no debemos hacer.

            Por otro lado, los Salmos son canciones, poemas u oraciones, muchas veces escritos para el culto en el templo. Es poesía, y el lenguaje poético exalta ideales, a veces con muchas flores y moñitos que le pone. Basta con sólo revisar el folclore paraguayo. Todos cantan a la mujer, a su pueblito natal, a la vida del campo, al amor, a su maestro, etc., pero en expresiones de lo más románticos: “India, bella mezcla de diosa y pantera…”; “Una noche tibia nos conocimos junto al agua azul de Ypacaraí…”; “Un tierno canto quiero brindarte al recordarte, mi Santaní, vergel florido, cuna de amores, donde he vivido siempre feliz.”; “¿Quiere escuchar mi historia, señor? Soy de la Chacarita. Con permiso del camalotal, con adobe alcé mi casita. No hay paisaje más bello, señor, que el de nuestra bahía. Ni el pincel del más bueno y más noble pintor pintó cosa más linda…”; “La carreta es el rancho que camina. Con el tiempo ha dormido en su rodar en el alma apacible del labriego, con su ansia fatigada de esperar.” Y así podríamos seguir por mucho tiempo más. A juzgar por la letra de estas canciones, sus compositores parecieran haber vivido en un paraíso de eterna gloria. Sus textos muchas veces no reflejan los problemas que con seguridad también han tenido. Damos por sentado que la realidad no siempre ha sido tanto así como lo describen estas canciones. Bueno, así los Salmos muchas veces también exaltan el ideal. Pero no debemos olvidar que el lenguaje poético quiere ilustrar algo sin que se tenga que entenderlo en forma literal. Porque si fuera así, ¿cuándo fue la última vez que te fuiste al campo a comer pasto? Sí, porque el Salmo 23 dice que Jehová es tu pastor que te hace descansar en delicados pastos y que te pastorea junto a aguas de reposo. En lugar de decir: “Dios me cuida tiernamente”, el poeta expresa esa misma idea usando la imagen de un pastor velando por el bienestar de su oveja. Algo muy parecido pasa con las parábolas. El reino de los cielos no es una semilla de mostaza, pero esa semilla sirve de imagen para ilustrar una verdad espiritual.

            Entonces, este Salmo 91 muestra con múltiples imágenes que Dios, el refugio seguro, es totalmente digno de toda confianza. El versículo 3 dice que Dios libra del lazo del cazador y de la peste destructora al que habita bajo su sombra protectora. Quizás entendemos esto como que nada ni nadie nos podrá tocar jamás. Pero el “librar” también se puede entender como que ya caíste en la trampa, como que el cazador ya te atrapó con el lazo, ya caíste en cama con la peste del momento, pero ahí viene Dios, abre la trampa y te libera otra vez, corta el lazo que te tenía atado y restaura otra vez tu salud. O sea, no es que uno vive en una burbuja en que nada le puede pasar al hijo de Dios. Pero sí tenemos a nuestro lado alguien que nos ayuda en medio de todas estas aflicciones. Es por eso que no hay motivo para tener miedo (v. 5). Claro, cuando uno está así enredado en los lazos de personas malintencionadas, cuando uno da positivo al test de Covid, uno sí tiene miedo. Pero es ahí justamente el momento para dirigir su mirada a su refugio y castillo, al Dios todopoderoso. Y cuando nos concentramos en él, el alma puede alcanzar la paz aun en medio de la peor tormenta que nos toca atravesar en la vida.

            “A tu izquierda caerán mil, y a tu derecha caerán diez mil, pero a ti no te alcanzará la mortandad” (v. 7 – RVC). Quizás este ha sido uno de los versículos más citados durante la pandemia. ¿Será literalmente así? Bueno, miren a su alrededor en el marco de las IEBs. Hasta este momento ha habido relativamente pocos casos positivos de Covid entre miembros de las IEBs, y ni un solo muerto. A diestra y siniestra vemos caer muertos a personas jóvenes, fuertes, sanos, y una hermana Claudia, con sendas enfermedades de base, sale ilesa de esta aflicción. La pasó mal, por supuesto, pero ni siquiera llegó a internarse. Estuvo lado a lado con otra persona por la que estamos orando en este momento como iglesia, pero ella pudo regresar a su casa mientras que la otra persona quedó internada con oxígeno en estado delicado. La hermana Sonia nos ha compartido en varias oportunidades los milagros sobrenaturales que ha vivido en su familia. ¿Acaso no somos testigos presenciales de lo que dice este versículo? Pero entiéndanme bien: este versículo no dice que jamás nos vamos a enfermar. Ya lo hemos visto en los versículos anteriores y lo hemos visto en los ejemplos que cité. El curso normal del ser humano es que va decayendo con el tiempo, y en algún momento el cuerpo dice: “No puedo más.”, y nos vamos al más allá. Así que, este Salmo no quiere indicar que no habrá enfermedad y muerte para los hijos de Dios. Y hay muchos cristianos que han fallecido a causa del coronavirus, pero son excepciones que confirman la regla: Dios está con nosotros y nos protege en medio de todo esto. El salmista dice que hasta envía un ejército de ángeles para protegernos (v. 11). Yo digo que ningún hijo de Dios muere de Covid, sino de la voluntad de Dios. Si el plan de Dios es que viva, ni mil virus mortales lo podrán llevar al otro lado. Y si el plan de Dios para esa persona ya se completó, entonces ningún estado vigoroso y saludable de la persona ni ningún avance de la ciencia lo podrán mantener con vida. Dios tiene la última palabra en todo.

            Y es precisamente Dios mismo que al final del Salmo toma la palabra y confirma las expresiones de fe y confianza del salmista: “Yo lo pondré a salvo, porque él me ama. Lo enalteceré, porque él conoce mi nombre. Él me invocará, y yo le responderé; estaré con él en medio de la angustia. Yo lo pondré a salvo y lo glorificaré” (vv. 14-15 – RVC). ¡Qué preciosa promesa! Dios no dice que él desviará todas las angustias de los que lo aman, sino que él estará con nosotros en medio de esa angustia que nos toca vivir. Frecuentemente lo sentimos tan lejos a Dios en estos momentos. Hasta nos preguntamos si se interesa por lo que estamos pasando; si siquiera se enteró de nuestra aflicción. Y miramos arriba a ver si lo podemos encontrar en algún lado, y no nos damos cuenta que está bien al lado nuestro, sosteniéndonos y fortaleciéndonos para que podamos soportar y salir vivos de esa aflicción. ¡Gloria a Dios!

            Vuelvo a la pregunta del inicio: ¿Es el Salmo 91 un amuleto? Si prestaron atención a la prédica podrán dar la respuesta. No es ningún amuleto que por simplemente recitarlo aleja todos los males. Tampoco es una promesa que jamás nos tocará ningún mal. Nuestra propia experiencia y la de todos los cristianos del mundo nos demuestra lo contrario: los hijos de Dios también pueden sufrir tremendas desgracias. El Salmo 91 es una expresión sublime de absoluta confianza en Dios, su refugio y fortaleza. Podemos testificar que es cierto lo que Dios dice al final: que él está siempre a nuestro lado en medio de las peores tormentas. De mejor manera no podría terminar este Salmo. Empezó con nuestra declaración de Dios como nuestro refugio y fortaleza, y termina con Dios confirmando que efectivamente lo es. Y entre medio están todas las vivencias que nos toca vivir a diario. Refúgiate en Dios, sea que estés alegre y victorioso o que estés pasando por un calvario. Él es tu amparo y fortaleza. Habita al abrigo del Altísimo.


Frente a la eternidad

 






            Como el domingo pasado no pudimos estar presentes, y la grabación de la prédica falló, no puedo saber qué ha predicado Rocío. Así que, pónganme al día ahora. ¿Cuál fue el desafío que ella les dejó? ¿Quién lo cumplió? “Poner en un lugar visible la hoja de resumen del Salmo 100 y acordarse en la semana de cómo le agrada a Dios que nos acerquemos a él y ponerlo en práctica.”

 

            “Tardó una eternidad hasta que me atendieran.”, dice un cliente frustrado y enojado. Les pregunto: ¿Cuánto tarda una eternidad? ¿Cuánto tiempo dura? No tiene principio ni tiene fin. Es ilimitado. O, según una definición que encontré: “…el tiempo que se prolonga indefinidamente hacia el pasado y el futuro” (DHH).

            Ante este concepto de eternidad, ¿qué es entonces nuestra vida terrenal en comparación a la eternidad?

            Si miras en qué has usado tu tiempo de esta última semana, ¿a cuál de estos dos has dado mayor atención, a tu vida terrenal o a tu eternidad? Por supuesto que nos tenemos que dedicar y encargar de nuestra vida terrenal, porque en este momento nos toca vivir aquí, a este lado de la muerte. Pero, ¿por lo menos nos hemos dedicado a alimentar a nuestro espíritu que sí vivirá eternamente? ¿Hemos pensado y nos hemos ocupado del más allá? ¿Estamos preparados para pasar a la eternidad después de nuestra muerte física?

            Moisés ha reflexionado sobre qué es su vida frente a la eternidad y ha compuesto un Salmo, el único Salmo que se le atribuye a él. Veremos hoy a qué conclusiones él ha llegado con su reflexión.

 

            FSalmo 90

 

            Moisés empieza exaltando a Dios como el refugio del pueblo. También se puede entender este versículo como que Dios ha sido la casa o la vivienda de la gente. Tanto la imagen del refugio como la del hogar encierra la idea de protección, de intimidad, de defensa ante los peligros externos. El que ha experimentado a Dios de esa manera, lo ha experimentado muy de cerca.

            Pero esta manera de sentirlo a Dios no ha sido privilegio exclusivo de Moisés, sino que él dice que fue así de generación en generación. Una generación tras otra surgió, vivió y desapareció, pero Dios siguió siendo el mismo, siempre presente. Con esta expresión, Moisés ya introduce uno de los atributos de Dios: que él es eterno. Para él no existe el tiempo. Él creó el tiempo y lo estableció para nosotros. Por eso, para nosotros hay una sucesión de tiempos: un minuto viene tras otro, y después otro minuto, y otro. Y así decimos que “pasa el tiempo”. Pero para Dios toda la eternidad es un constante presente. Él ve todo al mismo tiempo. Entre paréntesis: esto nos puede dar mucho consuelo y confianza saber que Dios sabe todo nuestro futuro y trabaja hoy por nosotros según los planes que tiene para nuestro futuro por más que muchas veces nos parece que él no está haciendo nada. Es por eso que encontramos en la Biblia versículos tan alentadores como: “Antes de que me pidan ayuda, yo les responderé; no habrán terminado de hablar cuando ya los habré escuchado” (Is 65.24 – RVC). “…su Padre ya sabe de lo que ustedes tienen necesidad, antes de que ustedes le pidan” (Mt 6.8 – RVC). Y al profeta Jeremías Dios dijo: “Antes que te formara en el vientre, te conocí, y antes que nacieras, te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jer 1.5 – RV95). Cuando todavía no estabas ni remotamente en los planes de tus padres, ya estabas en los planes de Dios. ¿No te da esto un estímulo tremendo? ¿Hasta piel de gallina? Estas son las bendiciones que nosotros podemos disfrutar como consecuencias o manifestaciones de la eternidad de Dios.

            En el versículo 2, Moisés expresa la eternidad de Dios claramente: “Antes que nacieran las montañas y aparecieran la tierra y el mundo, tú ya eras Dios y lo eres para siempre” (BLA). En hebreo dice “de eternidad a eternidad”. Sabemos que no puede haber una sucesión de eternidades, porque significaría que una eternidad llega a su fin para dar paso a otra. Pero eso es una contradicción en sí mismo. Con eso dejaría de ser eternidad. Pero es un modo de decir: “desde siempre y por siempre” (BNP). Así que, lo que Moisés está diciendo aquí es que Dios siempre fue Dios y siempre seguirá siendo Dios, sin fin.

            Pero no solamente Dios es eterno; nosotros también. Es decir, tenemos un inicio, pero no tendremos fin. Nuestro cuerpo sí tiene fecha de vencimiento, pero no nuestro espíritu y nuestra alma, porque somos hechos a imagen y semejanza de Dios. Como él es eterno, también lo somos nosotros. El sabio predicador del Eclesiastés dice que Dios “…ha puesto eternidad en el corazón del hombre” (Ecl 3.11 – RV95); es decir, que él “…puso … en la mente humana la idea de lo infinito” (DHH). Así que, tenemos noción de la eternidad, pero, aun así, como sigue diciendo este versículo, “…el hombre no alcanza a comprender en toda su amplitud lo que Dios ha hecho y lo que hará” (Ecl 3.11 – DHH).

            No obstante esta eternidad en nuestra alma, nuestra existencia terrenal puede acabar en cualquier momento, como somos testigos a diestra y siniestra en estos días. Basta con que Dios baje la llave de alguien, ¡y amóntema! O en palabras del salmista: “Nos devuelves al polvo cuando dices: «¡De vuelta al polvo, seres mortales!»” (v. 3 – RV95). “Tú marcas el fin de nuestra existencia cuando nos ordenas volver al polvo” (TLA). Habiendo visto la eternidad de Dios, suena aterrador ver nuestra propia existencia tan tremendamente limitada, casi inexistente, como un pestañeo: “Para ti, mil años son, en realidad, como el día de ayer, que ya pasó; ¡son como una de las vigilias de la noche” (v. 4 – RVC)! Al leerlo así superficialmente, uno podría llegar a pensar: ‘Ah, ¡con razón que pataleo y pataleo año tras año con alguna debilidad y no pasa nada! Dios ni siquiera se dio cuenta todavía porque todos estos años de lucha no son más que una milésima de segundo para él.’ Bueno, no se olviden que Dios conocía cada segundo de tu vida antes que ni siquiera existieras. Más que datos precisos, el salmista indica con esta imagen precisamente que para Dios no hay tiempo; que ni siquiera se puede comparar la duración limitada de la vida humana con la eternidad ilimitada de Dios. “Nuestra vida es como un sueño del que nos despiertas al amanecer. Somos como la hierba: comienza el día, y estamos frescos y radiantes; termina el día, y estamos secos y marchitos” (vv. 5-6 – TLA). Otra versión dice: “Somos etéreos como un sueño” (v. 5 – RVC). Esto me hace pensar en sustancias como la nafta, el aguarrás, el alcohol y otras más que se disuelven en el aire. Dejas abierto el frasco por cierto tiempo y todo el contenido se ha esfumado. Así es nuestra vida: volátil, pasajera, que desaparece en un pestañeo. Moisés no nos da más de 70 años de vida, 80 a reventar (v. 10). Él mismo ha sido una excepción porque llegó a 120 años. Pero su “pronóstico” está muy cerca de nuestra realidad actual. La esperanza de vida en Paraguay es de 74 años, según informaciones publicadas.

            A veces hacemos como si esta vida fuese todo lo que existe y que nunca se va a acabar. Pero cuando de repente la vemos frente a la eternidad, nos damos cuenta cuán efímera e insignificante es esta vida. Sin embargo, ocupa prácticamente el 100% de nuestra atención diaria. Pero, aunque sea tan corta e insignificante, es lo suficientemente larga como para decidir dónde pasaremos toda la eternidad. ¡Qué tremenda responsabilidad! ¡Y qué increíble necedad, estupidez, no prepararnos para la eternidad y jugar con nuestra salvación!

            Moisés atribuye nuestro paso fugaz por esta vida a la ira de Dios a causa de nuestro pecado. Debemos entender que Moisés sólo conocía la ley que él mismo recibió de parte de Dios en el monte Sinaí. Y esa experiencia era acompañada por terribles manifestaciones del poder y la santidad de Dios. No nos sorprende que él conciba de esta manera a Dios. Tampoco no conocía todavía el nuevo pacto en Jesucristo, que está basado sobre la gracia de Dios que nos reconcilia con él.

            Pero, por otro lado, es una cruel realidad para todos los que no aprovechan la invitación de Dios de hacer las paces con él. Para ellos sí les espera un futuro y una eternidad espantosos, donde sentirán la ira de Dios en toda su dureza.

            Nosotros frente a la eternidad. ¡Qué panorama más crudo que nos hace bajar de un golpe de las nubes de nuestra supuesta importancia y omnipotencia para hacernos pisar tierra! ¡Qué crudo despertar al ver lo tremendamente efímera que es nuestra vida frente a la eternidad! Lo único que nos queda por hacer ante esta realidad es balbucear la oración de Moisés: “¡Enséñanos a contar bien nuestros días, para que en el corazón acumulemos sabiduría” (v. 12 – RVC)! No permitas, Señor, que nos perdamos en los asuntos meramente temporales y pasajeras de esta vida, sin tener en cuenta lo que verdaderamente vale. Sálvanos de la estupidez tan grande se buscar “sabiduría” sólo para esta vida y perder de vista la eternidad.

            Si miras en qué has usado tu tiempo de esta última semana, ¿a cuál has dado mayor atención, a tu vida terrenal o a tu eternidad? Si miras a la eternidad, ¿a cuál quieres dar mayor atención esta próxima semana y hasta el fin de tus días: a tu vida terrenal o a tu eternidad? ¿Qué acciones concretas se te ocurren que te llevarían a eso? ¿Qué cambios debes implementar en tu día a día para prepararte conscientemente para la eternidad? ¡Enséñanos a contar bien nuestros días, para que en el corazón acumulemos sabiduría” (v. 12 – RVC)! ¡Amén!


Expectativas

 





            El domingo pasado, la hermana Luz les preguntó por qué habían venido a la iglesia. Y hoy, les pregunto lo mismo. O, mejor dicho, voy un paso más: ¿Qué expectativa tienes del culto? ¿Qué esperas que suceda? ¿Qué debería suceder para que lo puedas calificar de “buen culto”? El autor del Salmo de hoy nos dará sus propias respuestas apasionadas a estas preguntas.

            ¿Pueden recordar algún suceso o algo que ustedes han esperado con tantas ansias que casi se desesperaron? Yo recuerdo cuando era niño que me pasaba esto en los días previos a la Navidad. Esperaba con tremendas ansias que llegue ese día. Recuerdo que una vez le imploré a Dios que haga que cada día tenga sólo 2 horas de duración para que así llegue más rápido el día de la Navidad.

            Una ansiedad similar, pero multiplicado por 10, es lo que experimentaba el salmista por una razón que él expresa en el Salmo 84 que estudiaremos hoy.

 

            FSalmo 84

 

            Ya en el primer versículo, el descendiente de Coré entona un canto de alabanza al templo de Dios, al lugar donde habita el Señor. El salmista queda cautivado, fascinado por la belleza del templo. Pero, como veremos más tarde, no es tanto la belleza física lo que tanto lo atrae, sino algo mucho más allá de las estructuras y adornos del edificio en sí.

            Pero aparentemente no está todavía dentro del templo. Me lo imagino peregrinando hacia el templo y estar ya tan cerca de poder verlo en todo su esplendor. Y cuánto más él se acerca, más crece en él la ansiedad por estar en los recintos del templo: “¡Con qué ansia y fervor deseo estar en los atrios de tu templo” (v. 2 – DHH)! Vemos esas tremendas ganas de llegar ya al templo. Como yo pedí que cada día antes de Navidad tenga sólo 2 horas, así él anhela con toda el alma que cada metro que falta para llegar al templo se reduzca a tan sólo 1 milímetro. Pero cuán grande es verdaderamente su ansia de llegar lo vi cuando leí otra versión que dice: “Anhelo con el alma los atrios del Señor; casi agonizo por estar en ellos” (NVI). Y yo me pregunté: ¿Alguna vez he agonizado por estar en la iglesia? Desearlo con tanta fuerza que me enfermo o me muero si no lo logro. ¿Te pasó ya alguna vez algo parecido? Quizás podemos anhelar con toda el alma que llegue Navidad, el superclásico, el ascenso en el trabajo, la graduación, la boda, el nacimiento del bebé, etc., pero, ¿agonizar por estar en la presencia de Dios? Quizás el tener al Espíritu Santo viviendo dentro de nosotros y poder estar continuamente en la presencia de Dios no nos permite sentir tal desesperación como el salmista que cada tanto no más podía acceder al templo, símbolo de la presencia de Dios. Pero no nos haría mal tener un poquito de esa ansiedad del salmista, la expectativa de algo que va a suceder.

            Esta expectativa gozosa del salmista lo hace lanzar gritos de júbilo y cantar alabanzas con todas las fuerzas: “Con el corazón, con todo el cuerpo, canto alegre al Dios de la vida” (v. 2 – NVI). La boca ya no le alcanza al salmista para expresar su alegría y su alabanza. Todo el cuerpo tiene que participar para exteriorizar lo que está adentro. ¿Por qué nos ponemos en pie para las canciones de alabanza? ¿Por qué aplaudimos? ¿Sólo porque el líder de alabanza nos ordenó ponernos en pie? ¿Sólo porque la persona al lado lo hace? ¿Sólo para no ser el raro al que todos le miran preguntándose: ‘Y a este, ¿qué le pasa?’? Lo que hagamos, debe ser expresión de nuestro interior. Si el corazón no salta, el cuerpo no debería hacer como que sí lo hace, aunque el líder nos quiera casi hacer saltar a la fuerza. Por otro lado, a veces hacer saltar al cuerpo hace moverse de tal forma al corazón que este también empieza a saltar, primero medio a la fuerza, luego empieza a mover un pie para terminar remolineando como un ciclón. Pero esta expresión física debe ser fruto de una firme determinación de no dejarnos vencer por las desganas del cuerpo, sino dominar al cuerpo y obligarlo a responder a nuestra determinación de alabar al Señor.

            Celebro la libertad de expresión en esta iglesia para alabar al Señor. Claro, siempre y cuando no causa distracción a los demás. Cada uno tiene una forma diferente de expresar su alabanza a Dios. Si no me creen, pongan lado a lado un alemán y un africano y lo verán. Así que, si tu adoración al Señor requiere de ti una expresión diferente de la que mostraste hasta ahora o de la que muestran los demás, hazlo. Por ejemplo, la expresión que nace del alma de la joven Fiorella Núñez es la danza. Esa es su manera de adorar a Dios. Esas ansias que sentía el salmista por estar en la casa de Dios las siente ella de ser finalmente miembro de esta iglesia para empezar a ejercer su ministerio de danza. Lastimosamente por motivos de enfermedad no puede estar hoy aquí, pero le mandamos un gran saludo. Estamos también expectantes de que puedas desarrollar tus dones. Alabar a Dios no es sólo cantar o tocar un instrumento, y que, si no puedes hacer ninguno de los dos, ¡amóntema! Dios nos hizo todos diferentes, y podemos expresar nuestro amor también de manera diferente. Así como la de Fio, espero que surjan otras manifestaciones más de alabanza y adoración que nos enriquezcan y estimulen mutuamente a la adoración.

            El templo y la presencia de Dios que irradia del mismo hacen que el salmista exprese su alabanza con cuerpo y alma. La presencia de Dios crea tal ambiente agradable que hasta los animales se siente atraídos: “Aun el gorrión y la golondrina hallan lugar en tus altares donde hacerles nido a sus polluelos, oh Señor todopoderoso, Rey mío y Dios mío” (v. 3 – DHH). ¿Será por eso que tenemos a las palomas encima de nuestras cabezas? Para el salmista, por lo menos, la presencia de los pajaritos era un símbolo de lo atractivo que es la presencia de Dios. Hasta parece sentir cierta envidia de estos pajaritos por poder estar siempre en el templo, porque expresa en el siguiente versículo: “¡Qué felices son los que viven en tu templo! ¡Nunca dejan de alabarte” (v. 4 – TLA)! El salmista no se refiere aquí a los cuidadores que viven en las instalaciones del templo, sino el estar continuamente en la presencia de Dios. Nosotros tenemos la enorme ventaja, como ya dije, de tener el Espíritu Santo en nosotros y poder estar todo el tiempo en la presencia de Dios. Para los creyentes del tiempo del salmista no era tan fácil porque la manifestación por excelencia de Dios se daba únicamente en el templo. Por eso él deseaba poder estar todo el tiempo en la casa de Dios.

            No obstante, reconoce que lo esencial no es el edificio del templo, como ya dijimos al principio, sino Dios quien con su presencia gloriosa llena a todo el edificio. Por eso, su anhelo va dirigido hacia Dios y declara feliz al que comparte con él ese anhelo: “¡Cuán felices son los que hallan fuerzas en ti, los que ponen su corazón en tus caminos” (v. 5 – RVC)! Este versículo también se puede entender como que son felices los que recorren los caminos que llevan al templo. Aun así, expresa el deseo de estar en la presencia de Dios. Y el estar en su presencia tendrá sus consecuencias hasta sobre el medio ambiente. En el versículo 6 él habla de un “valle de lágrimas” que, al paso de los que estuvieron en la presencia de Dios, se convierte en un manantial que brinda bendición y bienestar, mientras ellos mismos también van creciendo y fortaleciéndose (v. 7). Podríamos compararlo con Moisés cuando bajó de haber estado en la presencia de Dios en el monte Sinaí. Su cara brillaba tanto de la gloria de Dios que el pueblo no lo soportaba. Cuando estamos en la presencia de Dios, nuestro entorno lo percibe. Los líderes religiosos de Jerusalén tuvieron que reconocer que los discípulos habían estado con Jesús (Hch 4.13). Si quieres saber si es así en tu caso, preguntale a tu cónyuge, a tus hijos, tus hermanos o quien sea que comparte el día a día contigo.

            Por todo lo que el salmista ha experimentado en la presencia de Dios, estar ahí es lo único que él desea en la vida. Ni 1.000 días en el mundo pueden equilibrar un solo día en la casa de Dios. Y él ni siquiera pretende ser el huésped de honor en primera fila. Con estar de ujier en la puerta, ya le basta. Probablemente no sea ni siquiera estar en la puerta misma del templo, sino estar de guardia en el portón de la calle, en el acceso al recinto del templo con sus varios patios para extranjeros, para mujeres, etc. Aun allá, donde poco pueda percibir de lo que ocurre en el interior del templo, y donde hay mucho bullicio, se percibe la influencia de la presencia de Dios. La Traducción en Lenguaje Actual dice: “…prefiero dedicarme a barrer tu templo que convivir con los malvados” (v. 10 – TLA). Estar en el acceso al templo es todavía incomparablemente mejor que estar en cualquier otra parte del mundo, por más hermoso y atractivo fuese, “porque Dios el Señor nos alumbra y nos protege; el Señor ama y honra a los que viven sin tacha, y nada bueno les niega” (v. 11 – DHH). Por eso, el salmista cierra su poema con esta alabanza: “Señor todopoderoso, ¡felices los que en ti confían” (v. 12 – DHH)!

            Vuelvo otra vez a las preguntas del inicio: ¿qué expectativas tienes de los cultos? ¿Qué esperas de ellos? En el salmista no veo nada de una actitud demandante para que le sirvan un culto perfecto, un show de alto nivel, “porque si no, no vengo más.”; no percibo un espíritu de crítica de la vestimenta de la hermana, de la voz desafinada del hermano detrás de él, de las torpezas del pastor con sus decisiones totalmente desacertadas —según él—, de la falta de profesionalismo de los músicos, etc.; no percibo en él una actitud de ser el jurado profesional que ha sido invitado a calificar los diferentes aspectos del culto. Pero sí percibo en él un gozo desbordante, una contemplación y adoración del Señor, un deseo incontenible de exaltar al Señor, una sed de escuchar las instrucciones del Señor. Percibo en él el deseo de dar: de dar su atención, de dar su adoración, de dar su obediencia. ¿Quién creen que será más edificado, el que anhela dar o el que demanda plato servido? ¿Quién de los dos será de edificación e inspiración para otros? ¿Quién de los dos eres tú? ¿Quién de los dos quieres ser en el futuro?


La base de la sociedad

 






            Siempre se dice que la familia es la base de la sociedad. Y no tengo dudas de que así sea. Basta ver el estado de las familias y el elevadísimo número de “familias” desmembradas y disfuncionales a nuestro alrededor para entender el estado tan caótico de la sociedad. Si la familia es la base de la sociedad, ¿cuál es entonces la base de la familia? Bueno, quizás muchos dirían que lo es la pareja matrimonial. Muy bien, ¿y cuál es la base del matrimonio? Quizás no estaríamos tan seguros qué responder, pero sospecho que de alguna manera estaríamos pensando en algo relacionado a Dios y su Palabra. Y con eso estaríamos totalmente en lo cierto. Precisamente el mundo a nuestro alrededor está en el estado en que está por no tener familias estables, y las familias están como están por no estar basadas sobre la Palabra de Dios. Así que, ¿qué debemos hacer para que la Palabra de Dios pueda impregnar nuestras vidas y nuestras familias y conducir a una sociedad menos corrupta? Esto queremos tratar de responder en esta mañana, pero les adelanto que tiene que ver con la Palabra de Dios.

            Realmente la Biblia, la Palabra de Dios, es central para la vida personal y familiar. Dios se manifiesta y se comunica con nosotros de diversas maneras, pero su Palabra escrita es la manera por excelencia. Todas las demás manifestaciones y revelaciones que percibimos deben coincidir con la Biblia para tener a Dios como fuente de las mismas. Si no lo hacen, no provienen de Dios. He escuchado en numerosos testimonios de hermanos que buscaron la orientación de Dios en cuanto a algún asunto, que él siempre los llevaba a pasajes de la Biblia donde encontraron la respuesta a la pregunta que tuvieron. En algunos casos volvió a la memoria un versículo determinado, en otras oportunidades recibieron sólo una cita, y al buscar esa cita en su Biblia, encontraron la respuesta anhelada. Pero siempre la Biblia era clave en sus comunicaciones con el Padre. Dios no necesita volver a hablar si lo que necesitamos saber está escrito en la Biblia. Si cerráramos la Biblia y esperáramos que Dios nos hable por medio de una manifestación sobrenatural, probablemente estaríamos esperando en vano. O, en todo caso, Dios nos dirá: “Revisá tu Biblia. Ahí está la respuesta.” Como lo expresa un meme que circuló esta semana entre las IEBs y que —supongo— habrá llegado también a ustedes. Consiste en una supuesta conversación por WhatsApp entre una persona y su pastor. Y la persona dice: “Quiero escucharle a Dios.” Y el pastor contesta muy sabiamente: “Leé tu Biblia.” Pero la persona contesta: “No, me refiero a escucharlo hablar audiblemente.” “Bueno”, dice el pastor, “entonces leé tu Biblia en voz alta.” Dios ya ha hablado. ¿Por qué debería volver a hacerlo?

            Cuando Jesús anunció la llegada del Espíritu Santo, él les dijo a sus discípulos que el Espíritu les haría recordar todo lo que él (Jesús) les había dicho (Jn 14.26). Para “recordar” algo, lo debemos haber sabido antes, ¿no es cierto? Puedo escuchar o aprender algo totalmente nuevo, pero no puedo recordar algo que nunca estuvo en mi cabeza. Así que, las palabras de Jesús, o la Palabra de Dios, debe estar en nuestra mente para que el Espíritu Santo pueda valerse de ese depósito para sacar a nuestro consciente la palabra correcta para el momento. Así que, cuanto más nos ocupamos de la Palabra de Dios, tanto más y mejor escucharemos la voz de Dios. Pero si este depósito está vacío, ¡difícil tarea le queda al Espíritu Santo para transmitirnos el mensaje de Dios! Por eso Dios le dio a Josué la instrucción de meditar en la ley de Dios de día y de noche y de no apartarse de ella ni a la izquierda ni a la derecha.

            La Palabra de Dios es vida para nosotros. Pero una relación vital con ella no surge por arte de magia. Es algo que se aprende a cultivar. Y este aprendizaje empieza en la familia. Una familia que se relaciona consciente e intencionalmente con la Palabra de Dios, que tiene a la Biblia como el centro de la familia, dejará un legado invaluable para las siguientes generaciones. Los hijos tomarán en su momento sus propias decisiones —a veces en contra de la voluntad de los padres y la enseñanza de la Palabra de Dios—, pero la herencia recibida de su hogar paterno dejará sus huellas imborrables en ellos.

            ¿Cómo podemos implantar la Palabra de Dios en nuestra vida diaria familiar? ¿Cómo podemos hacer de ella la base de nuestra vida, de nuestra familia y de toda la sociedad? El versículo lema que ustedes como iglesia han puesto para este año les da pautas importantísimas. Encontramos ahí ciertos pasos que se deben dar, y en qué orden deben darse, para que la Palabra de Dios realmente pueda convertirse en presencia transformadora de nuestras vidas y familias.

 

            Esdras 7.10

 

            Con su propio ejemplo, Esdras nos da aquí el camino para que la Palabra de Dios pueda ser el centro de nuestras familias:

            1. En primero lugar, dice el versículo que él “se había entregado de corazón.” Es decir, para él no era un mero deseo o sueño piadoso (“Ay, ¡qué lindo sería…!”). Tampoco no era simplemente una decisión emocional: “El pastor me habló tan bonito, así que, ahora yo voy a leer toda la Biblia en 3 meses.”, – para que al salir por la puerta del templo haberse olvidado ya de su “decisión”. Lo que hizo Esdras era entregarse con cuerpo, alma y espíritu a una causa; convertirla en su objetivo principal en la vida. La suya era una decisión que requiere consagración (compromiso), determinación y perseverancia. Sin una dedicación con cuerpo, alma y espíritu; sin una determinación de lograr su objetivo, cueste lo que cueste; sin perseverancia que nos hace seguir y seguir contra vientos y marea, todo proyecto muere en el intento. Peor todavía si es un proyecto espiritual que cuenta, además de nuestra flojera, con una férrea oposición de parte del enemigo.

            En la Reina-Valera 95 dice que Esdras “había preparado su corazón.” Esto despierta la idea de un cultivo. Primero hay que preparar la tierra para que la semilla pueda dar el fruto deseado. Con nuestro corazón es exactamente lo mismo. Preparar su corazón para que la semilla de la Palabra de Dios pueda dar su fruto es esperar que Dios me va a hablar. Antes de abrir la Biblia, le pido conscientemente que me hable. Preparar su corazón es darnos cuenta que el protagonista de nuestra devocional diaria no soy yo, como pudiendo marcar la devocional como una actividad lograda en el día, y que Dios debería estar contento con alguien tan cumplido como yo. ¡No, el protagonista es Dios! Él ha preparado la mesa espiritual para que podamos sentarnos y disfrutar de los manjares y de su presencia que él nos brinda. Viéndolo de esta manera, la devocional pasa de ser algo obligatorio (“Se espera que un cristiano lo haga todos los días.”) a una aventura con el Señor. Nos vamos a nuestro encuentro con el Señor con la expectativa de ver qué será lo que ha preparado hoy para mí; qué será lo que me tiene para decir hoy; qué será lo que él quiere que yo aprenda hoy. Lo mismo vale también como preparación para ir al culto. Si lo hacemos de esta manera, se cumplirá en nosotros la promesa de Dios: “…mi palabra que sale de mi boca no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero y será prosperada en aquello para lo cual la envié” (Is 55.11 – RV95). ¡Aleluya! ¡Que así sea, Señor! Esdras nos enseña a entregarnos de corazón a preparar nuestro espíritu para un encuentro con el Señor.

            2. Esdras se había entregado de corazón, pero, ¿a qué? El segundo paso nos da la respuesta: “al estudio de la ley del Señor”. Esto quiere decir leer la Biblia con la firme intención de aprender algo. No toda lectura de la Biblia será estudio. Estudiar la Biblia significa aplicar herramientas para una interpretación teológica profunda de cierto texto; cavar; sacarle el jugo al texto. Tiene su momento y es importante hacerlo, según la capacidad de cada uno. Pero también es importante leer la Biblia como devocional. Esto es una lectura de corrido de un texto, sin detenerse en cada palabra y frase para descubrir su significado más profundo. Quizás el Espíritu Santo me lleve a eso en algún momento, pero no siempre es el propósito inicial. Es leer el texto y dejar que haga su efecto sobre mi espíritu. La Palabra de Dios tiene poder, y con sólo leerla nos exponemos a su poder. Esto puede ser una experiencia muy inspiradora.

            Otra forma de interactuar con la Palabra de Dios es memorizándola. Con esto, llevamos una buena carga a nuestro depósito mental, de la cual el Espíritu Santo pueda valerse después para hacernos recordar “las palabras de Jesús”. Pero sea lo que sea que estamos haciendo con la Palabra de Dios, lo importante es estar en constante interacción con ella; moverla en nuestra mente, hablar con el Señor respecto a lo que leemos. Esto es lo que significa “meditar” en la Palabra de Dios. Es rumiarla, como lo hace el ganado que, a la tardecita a la sombra de los árboles, con su cara extremadamente inteligente, muele y muele el pasto juntado durante el día en su estómago.

            Alguien dijo una vez que todos sabemos meditar. Lo hacemos en sentido negativo cada vez que estamos enojados con alguien y durante horas el asunto da vueltas y vueltas por la mente, desarrollando películas enteras de lo que le vamos a decir y hacer a esa persona que tanto provocó nuestro enojo. En vez de “rumiar” todo el día la ofensa recibida y llenar nuestro corazón de amargura, ¿por qué no “rumiar” la Palabra de Dios y llenar nuestro corazón de luz y amor?

            3. Un tercer paso sumamente importante que nos muestra Esdras y que nos olvidamos demasiadas veces es “cumplirla”. Todo lo demás no tiene sentido si no llegamos a este punto. ¿De qué me sirve dedicarme de corazón a estudiar la Biblia, si después no le permito transformar mi vida? Dice Santiago: “El que solamente oye el mensaje, y no lo practica, es como el hombre que se mira la cara en un espejo: se ve a sí mismo, pero en cuanto da la vuelta se olvida de cómo es. Pero el que no olvida lo que oye, sino que se fija atentamente en la ley perfecta de la libertad, y permanece firme cumpliendo lo que ella manda, será feliz en lo que hace” (Stg 1.23-25 – DHH). ¿Tú quieres ser feliz en lo que haces…? Para no ser oidores olvidadizos, como el que decidió leer toda la Biblia en 3 meses, pero se olvidó de este asunto ni bien salió por la puerta del templo, necesitamos precisamente de esa determinación de la que hablamos hace rato, de entregarse de corazón a ese objetivo. La Biblia no es algo meramente mental, sino afecta a todo el ser humano. Es una orientación a cómo desenvolvernos en la vida cotidiana. Sin obediencia, la Palabra de Dios es letra muerta. Recién al ponerla en práctica adquiere vida. Al cumplirla, aprendemos. Los trabajos prácticos que los docentes nos dieron en la universidad, tenían el propósito de afianzar el contenido de la materia en nosotros y mostrarnos cómo se aplica la teoría a la práctica. Si en clase el docente nos preguntaba: “¿Entienden lo que les estoy enseñando?”, todos unánimemente decíamos: “¡Sí, profesor!” Pero cuando nos tocaba hacer los trabajos prácticos, nos rascábamos la cabeza, nos miramos unos a otros y nos preguntamos: “¿Cómo era?” Por eso es tan absolutamente vital y necesario vivir según lo que uno entiende de la Palabra de Dios.

            Alguien le dijo una vez a su pastor que estaba muy preocupado, porque había tanto en la Biblia que él no entendía. Entonces el pastor le contestó: “A mí me preocupa mucho más aquello que sí entiendo.” Para que ustedes no me digan hoy: “¡Amén, pastor, así es!”, y el miércoles ni se acuerdan más del tema siquiera, al final les voy a dar una tarea, un trabajo práctico para hacerlo durante la semana. Únicamente el haber comprobado en carne propia las enseñanzas de la Palabra de Dios nos da la autoridad para pasar al siguiente escalón:

            4. Es fundamental que hagas los anteriores pasos. Pero para que la Palabra de Dios pueda ser realmente una presencia transformadora en tu familia, debes cumplir también el cuarto paso de Esdras: “enseñarla”. El ejemplo de nuestra obediencia a los principios bíblicos será una enseñanza poderosísima para nuestros hijos. Ellos verán que la Biblia no es sólo un libro, sino que es fuente de sabiduría para la vida. La Biblia es algo que se vive.

            En un grupo de cristianos se estaba discutiendo acerca de cuál era la mejor traducción de la Biblia. Cada uno tenía su versión favorita y expuso con vehemencia sus argumentos a favor de tal o cual versión. Una persona en el grupo hasta ahí no había participado de la discusión. En un momento él dijo: “La mejor traducción es la de mi mamá.” Los demás le miraron sorprendidos, porque no sabían que ella había trabajado en la traducción de la Biblia. “Sí”, dijo él, “mi mamá la tradujo a la vida cotidiana.” Eso fue precisamente lo que hizo también Esdras. Se dedicó por completo a estudiar la Palabra y a practicarla, para luego poder enseñarla con su ejemplo y con sus palabras.

            Y es precisamente nuestra propia vivencia diaria de las enseñanzas bíblicas lo que nos dará la autoridad de enseñarlas a otros. Únicamente lo que hemos comprobado en carne propia tendrá poder para enseñarlo a otros. Si no, es pura teoría y carece de poder.

            En el caso de este versículo del libro de Esdras, esta enseñanza la realizó él, un descendiente del sacerdote Aarón, hermano de Moisés. En la familia, el sacerdote es el hombre. Varón, tú eres el responsable directo de que estos cuatro pasos se den en tu familia. Tú eres el “Esdras” de tu familia. La esposa es la ayuda idónea también en esta área, pero la responsabilidad principal recae sobre el hombre. Por la dureza del corazón, la mujer muchas veces es obligada a cumplir esta función, pero no es la voluntad de Dios que la esposa se responsabilice por la vida espiritual de la familia.

            Cada mañana preparar tu corazón y dedicarte con entrega a descubrir los tesoros de la Palabra de Dios, ponerlos en práctica y enseñarlos a otros. ¿Describe esto a tu persona? ¿En cuál de estos cuatro pasos necesitas hacer correcciones? En caso de admitir la necesidad de hacer correcciones, ¿qué concretamente piensas hacer para enmendar tu falta en uno o varios de estos puntos? Esta es la tarea, el trabajo práctico, que te dejo para esta semana. Si tenés algo para escribir, anotate dos o tres cosas concretas que esta semana vas a hacer para parecerte a Esdras. Si la Palabra de Dios es la base de tu vida y familia, tu familia aportará solidez a la sociedad – algo que esta necesita desesperadamente.

 


Crisis espiritual

 






            Desde hace más de un año el mundo entero está sumergido en angustia, incertidumbre, dolor y desesperación a causa del coronavirus. Cuando al principio creíamos que en dos o tres semanas todo habría terminado, y la suma total de 10 infectados confirmados era una cifra aterradora, hoy vemos que fuimos muy ingenuos y que a más de un año de la aparición del virus en nuestro país todavía no hay una desaparición a la vista. Mis redes de contactos se llenan más y más de luto, dolor e impotencia. Muchas personas tienen, además, varias otras tormentas en su vida: la situación económica, la pérdida de empleo, enfermedades diversas, crisis matrimoniales y familiares, etc. ¡Desesperante! Para muchos cristianos, esto se convierte en una verdadera crisis espiritual, una crisis de fe, sin precedentes. Algunos, incluso, amargados contra Dios, llegan a tirar su cristianismo por la borda. ¿Les sorprendería si les dijera que el salmista Asaf estaba en este grupo? ¿Y que, incluso, la Biblia registra su duda de Dios y las acusaciones que lanza contra él? Sí, lo encontramos en el Salmo 77.

 

            FSalmo 77

 

            Ya el inicio del Salmo tiene un espíritu de alerta máxima. De entrada, el salmista Asaf deja notar claramente su desesperación. A voz en cuello él clama por ayuda al Señor. Algunas versiones expresan una seguridad de que Dios le escuchará, otras dan a entender que el salmista grita tan fuerte para estar seguro de que Dios lo haya escuchado. Él está muy angustiado. No indica la razón, por lo cual este Salmo fácilmente se deja aplicar a cualquier angustia que podamos tener durante la vida. Aparentemente ha sido un tiempo más prolongado en que se encontraba clamando por la intervención de Dios, sin que suceda lo que realmente anhelaba. Estoy seguro que más de una vez todos hemos pasado por momentos así. Pero a pesar de tanto clamor, “mi alma no encontró consuelo” (v. 2 – NTV), testifica Asaf. Ese silencio de Dios hace que el peso de la aflicción dispare hasta lo infinito – por lo menos así nos parece, porque no logramos ver que en realidad Dios nos sostiene firmemente en medio de este trance.

            Pero este tiempo prolongado sin recibir ni la menor señal de que Dios esté haciendo algo, lentamente empieza a pasarle la factura a Asaf. Su fe en Dios empieza a tambalear: “Pienso en Dios y gimo, abrumado de tanto anhelar su ayuda” (v. 3 – NTV). Si a un siervo de Dios le pasa esto con un Dios omnipotente, ¿nos extraña que la gente experimente sensaciones mucho peores con un gobierno que lucha con tremendas limitaciones?

            La angustia que siente Asaf no lo deja ni dormir (v. 4). Los que han pasado por esto saben lo tremendamente desgastante que es esto. Luchar todo el día con sus ocupaciones y preocupaciones consumen toda energía, y cuando uno anhela poder recargar otra vez esa energía gastada, estas preocupaciones crecen todavía más y se convierten en verdaderos monstruos nocturnos. De dormir ni rastro. Y a la mañana uno se levanta más cansado que la noche anterior, para que todo este espiral que nos lleva cada vez más abajo siga girando sin parar. Algunas traducciones de este versículo dan a entender que ni para orar no hay fuerzas. Además, ¿para qué orar si tanto gritar y clamar por la ayuda de Dios no sirvió de nada? Es fácil pensar de ese modo cuando uno está física y mentalmente agotado.

            Después Asaf empieza a recordar las glorias de los tiempos pasados, los cantos que solía elevarle a Dios. Esto puede ser muy reconfortador, pero es, a la vez, muy peligroso porque generalmente sólo despierta la nostalgia y hace subir aún más la congoja del presente. Conozco gente que casi solamente habla de tiempos pasados. Mental y emocionalmente quedaron trancados en el pasado y lo lindo que era. Esto es una trampa del enemigo sumamente exitosa y peligrosa. ¿Saben por qué? Porque, primero, todos los tiempos tienen sus momentos gloriosos y sus momentos penosos. El pasado no ha sido sólo color de rosa. Sí, hay cosas que antes eran mejores que ahora, como también hay cosas que ahora son incomparablemente mejores que antes. Mucha gente cree que el pasado era por lejos mejor que el presente. ¡Mentira! Quizás no disfrutan de los momentos gloriosos del presente porque le dieron la espalda a la vida mirando a los tiempos antiguos: “¡Ay, si volviera el tiempo con el pastor Ernesto…!” Bueno, el que quiera seguir siendo siempre el bebé espiritual que fue en tiempos del pastor Ernesto, considerará que aquel tiempo fue cuando el cielo tocó la tierra. Pero el que se da cuenta que la vida no puede basarse sobre las emociones típicas de estar iniciando algo nuevo, y que el crecimiento se da cuando uno aprende a superar obstáculos y a luchar duro y parejo contra las aflicciones presentes, ese tiene buena perspectiva de convertirse en una persona madura emocional y espiritualmente.

            En segundo lugar, lamentarse por las supuestas glorias del pasado que se fueron para no volver nunca más, es una trampa del enemigo porque hace a la persona huir de la realidad presente para refugiarse en los recuerdos del pasado. Así se convierte en un enajenado, alguien que vive en otro planeta, sin conexión con la realidad – y sin aporte para la realidad actual.

            Y en tercer lugar es una trampa porque me hace perder toda oportunidad del presente. Así que, podemos recordar el pasado, glorificar a Dios por los lindos momentos que nos ha permitido vivir, sacar lecciones de los errores cometidos, para entonces avanzar con seguridad hacia el futuro que tenemos por delante.

            Vemos en la vida de Asaf el efecto de un estancamiento momentáneo y de la depresión: él empieza a dudar de Dios: “¿Me ha rechazado para siempre el SEÑOR? ¿Nunca más me mostrará su buena voluntad” (v. 7 – NBD)? Nuestro cerebro muchas veces nos hace una mala jugada: hace aparecer selectivamente “glorias” del pasado, ocultando las nubes y tormentas que aquel tiempo también tuvo. El mirar entonces hacia atrás, contrastar las “tinieblas” de ahora con las escenas brillantes del pasado, tienen un efecto espiritual muy dañino: les pone una venda a los ojos de la fe y no les permite mirar al futuro; no les permite mirarle a Dios. Esto hace que las tormentas del presente parezcan aún más negras y furiosas, porque ni esperanza ya no hay más. La esperanza siempre tiene que ver con el futuro, con algo que espero. Pero si sólo miro hacia atrás, no tengo esperanza. Encima, hasta Dios parece habernos dado la espalda definitivamente: “¿Se habrá agotado para siempre su misericordia? ¿Habrá puesto fin para siempre a su promesa” (v. 8 – RVC)? “¿Se ha olvidado Dios de lo que es la compasión? ¿Ha reemplazado su compasión por furia” (v. 9 – PDT)? ¡Estas dudas que se apoderan de Asaf no son poca cosa! Ponen en tela de juicio el ser mismo de Dios con sus atributos sobresalientes. Asaf sí que está en una crisis de fe muy, muy seria. ¿Pero saben qué? Dios lo aguanta. Dios no lo reprende por dudar de él. Dios no lo fulmina con un rayo por haber dicho esto. Es más: hasta permitió que estas expresiones de dudas entren como parte del texto inspirado por el Espíritu Santo, al que hoy llamamos “Biblia”. Porque Dios sabe que Asaf no es el único que tiene esas dudas. La experiencia de él puede más bien ayudar a millones de personas en situaciones parecidas a encontrar consuelo en medio de su desconsuelo, y esperanza en medio de su desesperanza. Porque ese Salmo no muestra solamente el valle de profunda agonía emocional y espiritual por la que tuvo que transitar Asaf, sino muestra también la salida de este valle. Nos puede ayudar a abrir nuestro corazón ante Dios y dejar fluir toda la amargura, las dudas, las acusaciones contra él y todo lo demás que luchamos por mantenerlo encerrado y escondido bajo un caparazón espiritual, aludiendo que un hijo de Dios no puede pensar y sentir semejantes cosas. ¡Más vale que canalicemos esto hacia Dios mismo en vez de que siga envenenándonos a nosotros y a los que están alrededor de nosotros! Esta es la única salida que hay del valle de “sombras de muerte” y que Asaf también transitó.

            En el versículo 10 empieza a perfilarse un cambio en la mentalidad y el enfoque de Asaf. La mayoría de las traducciones lo reproducen todavía como un resumen pesimista de sus reflexiones anteriores al decir: “¡Qué doloroso es darse cuenta de que Dios ya no es el mismo, que ya no nos trata como antes” (v. 10 – TLA)! Pero también se puede entender este versículo como que Asaf haya empezado a darse cuenta que se está hundiendo cada vez más en la autocompasión y el enojo contra Dios, para reconocer: “Debo estar enfermo. ¿Cómo puedo pensar que la diestra del Altísimo ha cambiado” (v. 10 – RVC)? De cualquier forma, el versículo 10 es como la bisagra que empieza a girar para abrir el paso a un nuevo panorama. En vez de concentrarse en los recuerdos de las glorias del pasado, él empieza a concentrarse en los recuerdos de las grandes obras de Dios en el pasado: “Es mejor que haga memoria de las obras del Señor. ‘Sí, haré memoria de tus maravillas de antaño; meditaré en todas tus obras, y proclamaré todos tus hechos’” (vv.11-12 – RVC). Este cambio en su mentalidad trajo consecuencias sorprendentes. En vez de hundirse cada vez más en la crisis emocional y espiritual, él empieza a alabar a Dios y a exaltar sus maravillas: “Santo es, oh Dios, tu camino; ¿qué otro dios es tan grande como tú, Dios nuestro” (v. 13 – RVC)? Si hace instantes nada más había considerado a Dios como alguien que no hace nada y que más bien le ha dado la espalda, ahora él exalta precisamente las grandes obras de Dios: “Tú eres el Dios que hace maravillas; has manifestado entre los pueblos tu poder” (v. 14 – RVC). ¡Qué cambio se produjo en él al reenfocar su concentración! Es una ilustración de lo que Pablo escribiera siglos después: “Cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir” (Ro 12.2 – DHH). Como botones de muestra del poder de Dios, Asaf menciona a varios ejemplos de la historia de su pueblo: la liberación de la esclavitud en Egipto (v. 15), el cruce del Mar Muerto (v. 19) y la guía sobrenatural que les dio a Moisés y Aarón al frente de un numeroso pueblo (v. 20). También Asaf menciona varios ejemplos del poder de Dios manifestado en la naturaleza. Aunque no lo asocia explícitamente al éxodo de Egipto, estas manifestaciones bien pueden haberse dado a lo largo de la peregrinación hacia la Tierra Prometida: manifestaciones en el mar (v. 16), los rayos refulgentes, los truenos y la lluvia torrencial (vv. 17-18). Y con esto el Salmo termina abruptamente, como si continuara en el siguiente poema. Y, de hecho, me hizo revisar el siguiente Salmo, para darme cuenta que no hay la película “Crisis espiritual 2”. Me puedo imaginar a Asaf, que vino de una profunda depresión y que ahora se concentra en las maravillas de Dios, que él ha quedado tan impactado y admirado de Dios, que su espíritu entra en un estado de profunda contemplación y adoración; cosa que es imposible reproducir en palabras, de modo que el Salmo queda ahí en forma inconclusa.

            Pero también este “final sin final” es como puntos suspensivos, como diciendo: “Continúen ustedes la lista. Den ustedes sus propios ejemplos de manifestaciones del poder de Dios.” Y esto es precisamente el desafío que les quiero dejar: continúen ustedes el Salmo. Sigan escribiendo las maravillas de nuestro Señor manifestados en sus vidas y las de la gente a su alrededor. En estos tiempos difíciles seremos estirados irremediablemente hacia el fondo si sólo nos concentramos en todo lo que está sucediendo a nuestro alrededor; en todas las desgracias que vemos en las redes sociales y en los noticieros. Es urgente y vital para ti mismo y tus seres queridos que levantes la mirada de estas adversidades —en muchos casos infladas monstruosamente con media verdades y abiertas mentiras— y que te concentres en las maravillas que hace nuestro Dios. Esta es la única manera de salir de este torbellino que te estira al fondo del río de problemas. No negamos nuestro entorno y sus circunstancias. No nos fugamos de nuestra realidad como si no existiera. La reconocemos, pero no nos dejamos atrapar por ella. Así que, reitero, compone tu propio Salmo con la grandeza, el esplendor y las obras portentosas de nuestro Dios. ¿Será que alguien se animará en los próximos días a compartir su composición con los demás en el grupo de WhatsApp?