sábado, 28 de mayo de 2022

Deja a Dios el control



                   Avisé ayer en el grupo que hoy íbamos a volver otra vez a nuestros grupos pequeños. Pero no tuve en cuenta que hoy hay Santa Cena, y que con eso ya se iba hacer muy largo si nos iríamos todavía a nuestros grupos pequeños. Pero también les dejé una tarea: leer varias veces el Salmo 37. ¿Alguien lo hizo? ¿Alguien quiere compartir algo que le llamó la atención de este Salmo?)

 

                   Hoy queremos estudiar el Salmo 37. La Biblia de estudios “Dios Habla Hoy” pone el siguiente comentario como introducción a este Salmo: “Cuando un hombre justo es visitado por la desgracia y ve al mismo tiempo que mucha gente mala prospera y vive feliz, se pregunta dolorosamente si es verdad que el Señor gobierna el mundo con justicia. Este poema … trata de responder a este inquietante problema” (DHH). ¿Les parece conocida esta situación? ¿Alguna vez han sentido envidia por la prosperidad, el bienestar o los logros de los que no conocen a Dios? Bueno, bienvenidos al club, y bienvenidos al estudio de este Salmo. No lo voy a leer completo ahora, sino a medida que avanzamos en el estudio, voy a ir leyendo y mencionando los versículos correspondientes.

                   Antes de que David pueda enseñar algo acerca de este tema, él pone el freno en seco: “¡Calmate! ‘No te alteres por causa de los malvados, ni sientas envidia de los que practican el mal’” (v. 1 – RVC). David sabía el poder que este asunto puede ejercer sobre nosotros de tal modo que no llegamos a ver y pensar en nada más que en este asunto. Por eso nos da un tuque en la cabeza y nos grita: “¡Ey, mírame a mí! Presta toda tu atención a lo que te quiero decir: No vale la pena perder tu tiempo con el supuesto éxito de los malvados. No vale la pena perder tu paz, no vale la pena perder tus oportunidades por estar mirando a otros en vez de mirar a tu Dios. Ellos ‘…son como hierba que pronto se marchitará y morirá’” (v. 2 – PDT). Su verdor exuberante es pura paja. No pierdas tu sueño queriendo lo que ellos tienen, porque pueden tener mucho dinero o mucha fama o lo que sea que estás envidiando de ellos, pero aparte de eso no tienen nada. Son como “…la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno” (Mt 6.30 – DHH). ¿Acaso quieres compartir esa su suerte? Tú tienes un alma eterna, así que, no te pierdas tras algo meramente terrenal.

                   Y tú dices: “Entonces, ¿qué puedo hacer?” Y David te contesta: “Confía en el Señor y haz el bien, habita esta tierra y sé fiel” (v. 3 – BLPH). Tú no eres responsable de lo que hacen otros. No necesitas evaluar y juzgar su proceder. Tu vida no depende de lo que hagan otros; tu vida depende de Dios. Así que, confía en él. Él es tu sostén y tu seguridad; él velará por ti. Por más que “…los malvados conspiran contra los justos, y rechinan los dientes contra ellos” (v. 12 – RVC), ponte auriculares para no escuchar sus amenazas, sus crujidos de “dientes de sable” ni sus imitaciones de gritos de victoria y concéntrate en tu Dios. Haz el bien, no el mal de los otros. Tu única preocupación debe ser la de serle fiel a tu Señor y tu Dios. “Deléitate en el SEÑOR” (v. 4 – NBD), “disfruta sirviendo al Señor…” (PDT), “ama al Señor con ternura, y él cumplirá tus deseos más profundos” (DHH). ¿Cómo se puede entender esto? ¿Será como un cheque en blanco que yo puedo llenar a mi antojo y canjearlo por “deleite en el Señor”? ¿Tipo: “Bueno, Señor, ya me deleité en ti, ahora dame, por favor, tal y tal cosa…”? Bueno, depende en qué parte del versículo ponemos el énfasis. Si nos concentramos en “él cumplirá tus deseos más profundos”, entonces no se puede entender así. Pero si nos enfocamos en “Deléitate en el SEÑOR”, entonces sí es un cheque en blanco. Porque, ¿qué sucede cuando verdaderamente nos deleitamos en el Señor, cuando lo amamos con ternura? ¿Qué anhelará nuestro corazón cuando ama profundamente al Señor? Los anhelos de nuestro corazón serán única y exclusivamente cumplir la voluntad de Dios, obedecerle en cada detalle. En tal caso, el Señor nos da un cheque en blanco, porque lo que nosotros deseamos será exactamente lo mismo que él desea. Es entonces que la Biblia te promete: “Pon tu vida en sus manos, confía plenamente en él, y él actuará en tu favor” (v. 5 – TLA); “encomienda a Jehová tu camino, confía en él y él hará” (RV95). En otras palabras: dale a Dios el control – el control de toda tu vida y de cada circunstancia. Esta no es una promesa de que Dios cumplirá todos nuestros planes egoístas. Lo siento si así lo pensaste. Es una declaración de dependencia de Dios, de dejarle el mando de nuestra vida a él, con la promesa que entonces él nos ayudará a cumplir su voluntad. ¡Qué grandiosa promesa, y qué grandioso Dios!

                   Cuando encomiendas tu vida en manos del Señor, cuando le das a él el control, él será también tu defensor. David lo ilustra con la imagen de un proceso judicial. Tú “contratas” al Señor como tu abogado, y le extiendes un poder general sobre toda tu vida, para que él te maneje según su parecer. Así él “hará brillar tu justicia como la luz, y tu derecho como el sol de mediodía” (v. 6 – RVC). “Así todos verán con claridad que tú eres justo y recto” (TLA). Es por eso que él insistía tanto al inicio del Salmo a mantener la calma, porque nuestra seguridad y nuestro bienestar ya no dependen de nuestros esfuerzos y nuestra vigilancia, sino que él se encargará de todo, mientras nosotros podemos estar libres de preocupación para alabarlo y servirle de todo corazón. Ya lo dije el otro día: “busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mt 6.33 – RVC). O sea, ocúpate de las cosas de Dios, y él se ocupará de tus cosas. Dale a él el control, y él se encargará de defenderte y de proveer para ti. Es por eso que puedes hacer oído sordo ante las jactancias de tus adversarios. “…el Señor se ríe, porque sabe que al malvado se le acerca su hora” (v. 13 – DHH). “Me has preparado un banquete ante los ojos de mis enemigos; has vertido perfume en mi cabeza, y has llenado mi copa a rebosar” (Sal 23.5 – DHH).

                   Entendemos muy bien esto y nos toca profundamente el corazón. Pero ese mismo corazón es también engañoso y olvidadizo, y en el momento menos pensado desvía otra vez la mirada hacia los malvados. Procuramos poner la mirada continuamente en el Señor, pero de reojo siempre están ellos, y un movimiento que hacen, captan otra vez nuestra atención. Por eso David nos exhorta otra vez: “¡No, no, no! No te distraigas. Mirame a mí. Escucha: “Quédate quieto en la presencia del SEÑOR, y espera con paciencia a que él actúe. No te inquietes por la gente mala que prospera, ni te preocupes por sus perversas maquinaciones” (v. 7 – NTV). “No seas impaciente esperando que el SEÑOR se manifieste. Continúa tu marcha firme por su senda, y a su tiempo él te honrará para que heredes la tierra, y verás destruidos a los malvados” (v. 34 – NBD). El Señor quiere estar en total control de nuestra vida y del poder del adversario sobre nuestra vida. No le quitemos el control de su mano. Dejemos que él actúe, porque es el único que lo sabe hacer correctamente y que tiene todo el poder para intervenir a nuestro favor. “No des lugar al enojo ni te dejes llevar por la ira; eso es lo peor que puedes hacer” (v. 8 – TLA). “Un día, todos los malvados serán destruidos, pero si esperas en el Señor heredarás la tierra” (v. 9 – RVC). “Heredarás la tierra.” ¿Quién dijo Jesús que heredaría la tierra? “Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad” (Mt 5.5 – RV95). En el versículo 11, David dice luego exactamente lo mismo: “…los mansos heredarán la tierra y se recrearán con abundancia de paz “ (v. 11 – RV95). O sea, no se trata de que yo mate a todos los impíos para que de esta manera conquiste lo mío. Ni Jesús ni David hablan de conquistar a la fuerza, y eso que David conquistó mucha tierra para su pueblo por medio de sus guerras. Ambos hablan de ser mansos, de esperar callada y confiadamente en el Señor, de darle el control, y él se encargará de entregarme lo que en su voluntad me pertenece, no yo luchando violentamente por lo que en mi voluntad me pertenece. Esto no significa que no hay que luchar; que hay que quedarse sentado pasivamente, dejando que el mal nos arrolle sin freno alguno. A veces hay que luchar contra el mal, pero siempre encomendando a Jehová nuestro camino y nuestra causa, dándole a él el control. Así nuestra lucha será simplemente un reflejo de la lucha que él está llevando a cabo a nuestro favor. Pero Dios hará justicia. Quizás en esta tierra nos toque sufrir —e incluso morir— en manos de los malvados, pero, ¿qué es esta vida en comparación con la eternidad? Ahí sí reinará perfecta justicia. Pero aún en esta vida, con los sufrimientos e injusticias que puede tener, el Señor está luchando a favor de nosotros. Él puede destruir los planes más sofisticados de los enemigos en nuestra contra y derrotarlos en un abrir y cerrar de ojos: “Los malvados sacan la espada y tensan el arco para hacer caer a los pobres y humildes, ¡para matar a los de buena conducta! Pero su propia espada se les clavará en el corazón, y sus arcos quedarán hechos pedazos” (vv. 14-15 – DHH). Testimonios de esto hay cualquier cantidad en la historia bíblica y en la historia del cristianismo desde Jesús hasta nuestros días.

                   Este Salmo refleja la profunda protección del Señor sobre los que le entregan el control. Él vela por nosotros más que una leona por sus cachorritos. No quisiera estar yo del otro lado, del lado de los que atacan y maltratan a uno de sus hijos. David ha sido testigo durante toda su vida del cuidado amoroso de Dios. Todo el resto del Salmo refleja esto. Es por eso que él puede decir: “Yo fui joven, y ya he envejecido, pero nunca vi desamparado a un justo, ni vi a sus hijos andar mendigando pan” (v. 25 – RVC). Y él cierra el Salmo con un resumen poderosamente reconfortador para todos los que sufren la injusticia de este mundo: “La salvación de los justos proviene del Señor; él les da fuerzas en momentos de angustia. El Señor los ayuda y los pone a salvo; los libra y los pone a salvo de los impíos porque ellos pusieron en él su esperanza” (vv. 39-40 – RVC). Ellos le dieron a él el control. ¡Amén! ¡Gloria a Dios!

                   En este mundo vivimos en dos dimensiones. Una es la dimensión física: todo lo que nos rodea; todo lo que tiene que ver con nuestra vida física aquí en esta tierra. Es la dimensión que probablemente capta nuestra atención la mayor parte del tiempo. Es en esta dimensión que nos vamos cada día a trabajar, que nos enfermamos, que tenemos que pagar impuestos, que necesitamos cambiar el techo de la casa, que nos enfrentamos con muchas injusticias.

                   Pero también existe la dimensión espiritual. Para nosotros como hijos de Dios ésa es la dimensión más importante, por más que atendamos quizás la mayor parte del tiempo las cosas de la dimensión física. Pero la espiritual es la dimensión más importante porque esa es la verdadera realidad. Todo lo que vivimos en la dimensión física es solamente apariencia – una apariencia demasiado real, pero apariencia en fin. Es como si estuviéramos observando un teatro de títeres. La dimensión física serían todos los muñecos que se mueven y que desarrollan la trama del teatro. La dimensión espiritual serían los verdaderos actores que emiten los sonidos y las palabras de la trama y que tienen los hilos de los muñecos en sus manos que los hacen moverse según la voluntad de los actores. ¿Dónde hay vida real? En la dimensión espiritual, por supuesto. Los muñecos sólo son pedazos de madera que no tienen vida propia.

                   Bueno, más o menos así es nuestra vida. La dimensión espiritual da verdadero significado a todo lo que experimentamos en esta vida en la dimensión física. Podemos encontrar a muchas personas o situaciones que tienen aspecto y rugido amenazante que nos dan terror. Pero tenemos que saber que es solamente apariencia. La verdadera autoridad está en la dimensión espiritual. Para nosotros como hijos de Dios, esa autoridad es aquella que ha dicho: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mt 28.18 – RV95). Él es nuestra realidad, no los títeres a nuestro alrededor. No desvíes tu mirada hacia quien no merece tu atención. Sin embargo, vivimos en este mundo en que sí nos afectan. ¿Qué hacer entonces? Jesús nos advirtió que estaríamos en tierra ajena, como ovejas en medio de lobos. Pablo dice que “somos ciudadanos del cielo” (Flp 3.20 – DHH). Es decir, nuestro pasaporte es del Reino de los cielos. Pero sí nos toca vivir aquí, como “extranjeros y peregrinos en esta tierra” (He 11.13 – RVC). Por eso, Jesús nos indicó que debemos actuar con sabiduría y ser “astutos como serpientes” (Mt 10.16 – DHH). No podemos vivir como en una burbuja y decir: “Aquí no pasó nada.” Debemos tomar nota de todo lo que nos rodea, pero saber que eso no tiene la última palabra sobre nosotros, que el control de nuestra vida está en manos de nuestro Dios todopoderoso, no de lo que nos rodea, por más que nos lo quisieran hacer creer. Todo lo de la dimensión física llevamos a la dimensión espiritual y encomendamos a Jehová nuestro camino, y él decidirá cuándo y cómo actuar. Creo que debemos pedir por protección para nuestra vista para que no se deje impresionar y atrapar por la dimensión física – ni por el brillo de sus “bellezas” ni por la ferocidad de sus problemas. Y también por protección de nuestros corazones para que no le arrebaten al Señor el control para dárselo a las circunstancias. Más bien, todo lo que vemos, lo elevamos al plano espiritual, para que el Señor nos dé indicaciones o sabiduría para saber cómo actuar como ciudadanos del Reino de Dios que habitamos momentáneamente en este reino terrenal.

                   ¿Cuál es la circunstancia que actualmente más amenaza por cautivar tu atención? En vista de lo que David enseña en este Salmo, ¿qué puedes hacer respecto a esta circunstancia? ¿Cómo puedes dejarle el control a Dios?


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