Avisé ayer en el grupo que
hoy íbamos a volver otra vez a nuestros grupos pequeños. Pero no tuve en cuenta
que hoy hay Santa Cena, y que con eso ya se iba hacer muy largo si nos iríamos
todavía a nuestros grupos pequeños. Pero también les dejé una tarea: leer varias
veces el Salmo 37. ¿Alguien lo hizo? ¿Alguien quiere compartir algo que le
llamó la atención de este Salmo?)
Hoy queremos
estudiar el Salmo 37. La Biblia de estudios “Dios Habla Hoy” pone el siguiente
comentario como introducción a este Salmo: “Cuando un hombre justo es visitado
por la desgracia y ve al mismo tiempo que mucha gente mala prospera y vive
feliz, se pregunta dolorosamente si es verdad que el Señor gobierna el mundo
con justicia. Este poema … trata de responder a este inquietante problema” (DHH).
¿Les parece conocida esta situación? ¿Alguna vez han sentido envidia por la
prosperidad, el bienestar o los logros de los que no conocen a Dios? Bueno,
bienvenidos al club, y bienvenidos al estudio de este Salmo. No lo voy a leer
completo ahora, sino a medida que avanzamos en el estudio, voy a ir leyendo y
mencionando los versículos correspondientes.
Antes de que
David pueda enseñar algo acerca de este tema, él pone el freno en seco:
“¡Calmate! ‘No te alteres por causa de los malvados, ni sientas envidia de
los que practican el mal’” (v. 1 – RVC). David sabía el poder que este
asunto puede ejercer sobre nosotros de tal modo que no llegamos a ver y pensar
en nada más que en este asunto. Por eso nos da un tuque en la cabeza y nos
grita: “¡Ey, mírame a mí! Presta toda tu atención a lo que te quiero decir: No
vale la pena perder tu tiempo con el supuesto éxito de los malvados. No vale la
pena perder tu paz, no vale la pena perder tus oportunidades por estar mirando
a otros en vez de mirar a tu Dios. Ellos ‘…son como hierba que pronto se
marchitará y morirá’” (v. 2 – PDT). Su verdor exuberante es pura paja. No
pierdas tu sueño queriendo lo que ellos tienen, porque pueden tener mucho
dinero o mucha fama o lo que sea que estás envidiando de ellos, pero aparte de
eso no tienen nada. Son como “…la hierba, que hoy está en el campo y mañana
se quema en el horno” (Mt 6.30 – DHH). ¿Acaso quieres compartir esa su
suerte? Tú tienes un alma eterna, así que, no te pierdas tras algo meramente
terrenal.
Y tú dices:
“Entonces, ¿qué puedo hacer?” Y David te contesta: “Confía en el Señor y haz
el bien, habita esta tierra y sé fiel” (v. 3 – BLPH). Tú no eres
responsable de lo que hacen otros. No necesitas evaluar y juzgar su proceder.
Tu vida no depende de lo que hagan otros; tu vida depende de Dios. Así que,
confía en él. Él es tu sostén y tu seguridad; él velará por ti. Por más que “…los
malvados conspiran contra los justos, y rechinan los dientes contra ellos”
(v. 12 – RVC), ponte auriculares para no escuchar sus amenazas, sus crujidos de
“dientes de sable” ni sus imitaciones de gritos de victoria y concéntrate en tu
Dios. Haz el bien, no el mal de los otros. Tu única preocupación debe ser la de
serle fiel a tu Señor y tu Dios. “Deléitate en el SEÑOR” (v. 4 – NBD), “disfruta
sirviendo al Señor…” (PDT), “ama al Señor con ternura, y él cumplirá tus
deseos más profundos” (DHH). ¿Cómo se puede entender esto? ¿Será como un
cheque en blanco que yo puedo llenar a mi antojo y canjearlo por “deleite en el
Señor”? ¿Tipo: “Bueno, Señor, ya me deleité en ti, ahora dame, por favor, tal y
tal cosa…”? Bueno, depende en qué parte del versículo ponemos el énfasis. Si
nos concentramos en “él cumplirá tus deseos más profundos”, entonces no se puede
entender así. Pero si nos enfocamos en “Deléitate en el SEÑOR”, entonces sí es
un cheque en blanco. Porque, ¿qué sucede cuando verdaderamente nos deleitamos
en el Señor, cuando lo amamos con ternura? ¿Qué anhelará nuestro corazón cuando
ama profundamente al Señor? Los anhelos de nuestro corazón serán única y
exclusivamente cumplir la voluntad de Dios, obedecerle en cada detalle. En tal
caso, el Señor nos da un cheque en blanco, porque lo que nosotros deseamos será
exactamente lo mismo que él desea. Es entonces que la Biblia te promete: “Pon
tu vida en sus manos, confía plenamente en él, y él actuará en tu favor”
(v. 5 – TLA); “encomienda a Jehová tu camino, confía en él y él hará” (RV95).
En otras palabras: dale a Dios el control – el control de toda tu vida y de
cada circunstancia. Esta no es una promesa de que Dios cumplirá todos nuestros
planes egoístas. Lo siento si así lo pensaste. Es una declaración de
dependencia de Dios, de dejarle el mando de nuestra vida a él, con la promesa
que entonces él nos ayudará a cumplir su voluntad. ¡Qué grandiosa promesa, y
qué grandioso Dios!
Cuando
encomiendas tu vida en manos del Señor, cuando le das a él el control, él será
también tu defensor. David lo ilustra con la imagen de un proceso judicial. Tú
“contratas” al Señor como tu abogado, y le extiendes un poder general sobre
toda tu vida, para que él te maneje según su parecer. Así él “hará brillar
tu justicia como la luz, y tu derecho como el sol de mediodía” (v. 6 –
RVC). “Así todos verán con claridad que tú eres justo y recto” (TLA). Es
por eso que él insistía tanto al inicio del Salmo a mantener la calma, porque
nuestra seguridad y nuestro bienestar ya no dependen de nuestros esfuerzos y
nuestra vigilancia, sino que él se encargará de todo, mientras nosotros podemos
estar libres de preocupación para alabarlo y servirle de todo corazón. Ya lo
dije el otro día: “busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y
todas estas cosas les serán añadidas” (Mt 6.33 – RVC). O sea, ocúpate de
las cosas de Dios, y él se ocupará de tus cosas. Dale a él el control, y él se
encargará de defenderte y de proveer para ti. Es por eso que puedes hacer oído
sordo ante las jactancias de tus adversarios. “…el Señor se ríe, porque sabe
que al malvado se le acerca su hora” (v. 13 – DHH). “Me has preparado un
banquete ante los ojos de mis enemigos; has vertido perfume en mi cabeza, y has
llenado mi copa a rebosar” (Sal 23.5 – DHH).
Entendemos muy
bien esto y nos toca profundamente el corazón. Pero ese mismo corazón es
también engañoso y olvidadizo, y en el momento menos pensado desvía otra vez la
mirada hacia los malvados. Procuramos poner la mirada continuamente en el
Señor, pero de reojo siempre están ellos, y un movimiento que hacen, captan
otra vez nuestra atención. Por eso David nos exhorta otra vez: “¡No, no, no! No
te distraigas. Mirame a mí. Escucha: “Quédate quieto en la presencia del
SEÑOR, y espera con paciencia a que él actúe. No te inquietes por la gente mala
que prospera, ni te preocupes por sus perversas maquinaciones” (v. 7 –
NTV). “No seas impaciente esperando que el SEÑOR se manifieste. Continúa tu
marcha firme por su senda, y a su tiempo él te honrará para que heredes la
tierra, y verás destruidos a los malvados” (v. 34 – NBD). El Señor
quiere estar en total control de nuestra vida y del poder del adversario sobre
nuestra vida. No le quitemos el control de su mano. Dejemos que él actúe,
porque es el único que lo sabe hacer correctamente y que tiene todo el poder
para intervenir a nuestro favor. “No des lugar al enojo ni te dejes llevar
por la ira; eso es lo peor que puedes hacer” (v. 8 – TLA). “Un día,
todos los malvados serán destruidos, pero si esperas en el Señor heredarás la
tierra” (v. 9 – RVC). “Heredarás la tierra.” ¿Quién dijo Jesús que
heredaría la tierra? “Bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra
por heredad” (Mt 5.5 – RV95). En el versículo 11, David dice luego
exactamente lo mismo: “…los mansos heredarán la tierra y se recrearán con
abundancia de paz “ (v. 11 – RV95). O sea, no se trata de que yo mate a
todos los impíos para que de esta manera conquiste lo mío. Ni Jesús ni David
hablan de conquistar a la fuerza, y eso que David conquistó mucha tierra para
su pueblo por medio de sus guerras. Ambos hablan de ser mansos, de esperar
callada y confiadamente en el Señor, de darle el control, y él se encargará de
entregarme lo que en su voluntad me pertenece, no yo luchando violentamente por
lo que en mi voluntad me pertenece. Esto no significa que no hay que
luchar; que hay que quedarse sentado pasivamente, dejando que el mal nos
arrolle sin freno alguno. A veces hay que luchar contra el mal, pero siempre
encomendando a Jehová nuestro camino y nuestra causa, dándole a él el control.
Así nuestra lucha será simplemente un reflejo de la lucha que él está
llevando a cabo a nuestro favor. Pero Dios hará justicia. Quizás en esta tierra
nos toque sufrir —e incluso morir— en manos de los malvados, pero, ¿qué es esta
vida en comparación con la eternidad? Ahí sí reinará perfecta justicia. Pero
aún en esta vida, con los sufrimientos e injusticias que puede tener, el Señor
está luchando a favor de nosotros. Él puede destruir los planes más
sofisticados de los enemigos en nuestra contra y derrotarlos en un abrir y
cerrar de ojos: “Los malvados sacan la espada y tensan el arco para hacer
caer a los pobres y humildes, ¡para matar a los de buena conducta! Pero su
propia espada se les clavará en el corazón, y sus arcos quedarán hechos pedazos”
(vv. 14-15 – DHH). Testimonios de esto hay cualquier cantidad en la historia
bíblica y en la historia del cristianismo desde Jesús hasta nuestros días.
Este Salmo
refleja la profunda protección del Señor sobre los que le entregan el control.
Él vela por nosotros más que una leona por sus cachorritos. No quisiera estar
yo del otro lado, del lado de los que atacan y maltratan a uno de sus hijos.
David ha sido testigo durante toda su vida del cuidado amoroso de Dios. Todo el
resto del Salmo refleja esto. Es por eso que él puede decir: “Yo fui joven,
y ya he envejecido, pero nunca vi desamparado a un justo, ni vi a sus hijos
andar mendigando pan” (v. 25 – RVC). Y él cierra el Salmo con un resumen
poderosamente reconfortador para todos los que sufren la injusticia de este
mundo: “La salvación de los justos proviene del Señor; él les da fuerzas en
momentos de angustia. El Señor los ayuda y los pone a salvo; los libra y los
pone a salvo de los impíos porque ellos pusieron en él su esperanza” (vv.
39-40 – RVC). Ellos le dieron a él el control. ¡Amén! ¡Gloria a Dios!
En este mundo
vivimos en dos dimensiones. Una es la dimensión física: todo lo que nos rodea;
todo lo que tiene que ver con nuestra vida física aquí en esta tierra. Es la
dimensión que probablemente capta nuestra atención la mayor parte del tiempo.
Es en esta dimensión que nos vamos cada día a trabajar, que nos enfermamos, que
tenemos que pagar impuestos, que necesitamos cambiar el techo de la casa, que
nos enfrentamos con muchas injusticias.
Pero también
existe la dimensión espiritual. Para nosotros como hijos de Dios ésa es la
dimensión más importante, por más que atendamos quizás la mayor parte del tiempo
las cosas de la dimensión física. Pero la espiritual es la dimensión más
importante porque esa es la verdadera realidad. Todo lo que vivimos en la
dimensión física es solamente apariencia – una apariencia demasiado real, pero
apariencia en fin. Es como si estuviéramos observando un teatro de títeres. La
dimensión física serían todos los muñecos que se mueven y que desarrollan la
trama del teatro. La dimensión espiritual serían los verdaderos actores que
emiten los sonidos y las palabras de la trama y que tienen los hilos de los
muñecos en sus manos que los hacen moverse según la voluntad de los actores.
¿Dónde hay vida real? En la dimensión espiritual, por supuesto. Los muñecos
sólo son pedazos de madera que no tienen vida propia.
Bueno, más o
menos así es nuestra vida. La dimensión espiritual da verdadero significado a
todo lo que experimentamos en esta vida en la dimensión física. Podemos
encontrar a muchas personas o situaciones que tienen aspecto y rugido
amenazante que nos dan terror. Pero tenemos que saber que es solamente
apariencia. La verdadera autoridad está en la dimensión espiritual. Para
nosotros como hijos de Dios, esa autoridad es aquella que ha dicho: “Toda
potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mt 28.18 –
RV95). Él es nuestra realidad, no los títeres a nuestro alrededor. No desvíes
tu mirada hacia quien no merece tu atención. Sin embargo, vivimos en este mundo
en que sí nos afectan. ¿Qué hacer entonces? Jesús nos advirtió que estaríamos
en tierra ajena, como ovejas en medio de lobos. Pablo dice que “somos
ciudadanos del cielo” (Flp 3.20 – DHH). Es decir, nuestro pasaporte es del
Reino de los cielos. Pero sí nos toca vivir aquí, como “extranjeros y
peregrinos en esta tierra” (He 11.13 – RVC). Por eso, Jesús nos indicó que
debemos actuar con sabiduría y ser “astutos como serpientes” (Mt 10.16 –
DHH). No podemos vivir como en una burbuja y decir: “Aquí no pasó nada.” Debemos
tomar nota de todo lo que nos rodea, pero saber que eso no tiene la última
palabra sobre nosotros, que el control de nuestra vida está en manos de nuestro
Dios todopoderoso, no de lo que nos rodea, por más que nos lo quisieran hacer
creer. Todo lo de la dimensión física llevamos a la dimensión espiritual y
encomendamos a Jehová nuestro camino, y él decidirá cuándo y cómo actuar. Creo
que debemos pedir por protección para nuestra vista para que no se deje
impresionar y atrapar por la dimensión física – ni por el brillo de sus
“bellezas” ni por la ferocidad de sus problemas. Y también por protección de nuestros
corazones para que no le arrebaten al Señor el control para dárselo a las
circunstancias. Más bien, todo lo que vemos, lo elevamos al plano espiritual,
para que el Señor nos dé indicaciones o sabiduría para saber cómo actuar como
ciudadanos del Reino de Dios que habitamos momentáneamente en este reino
terrenal.
¿Cuál es la
circunstancia que actualmente más amenaza por cautivar tu atención? En vista de
lo que David enseña en este Salmo, ¿qué puedes hacer respecto a esta
circunstancia? ¿Cómo puedes dejarle el control a Dios?
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