lunes, 18 de mayo de 2020

Siembra tu semilla




            A principios del siglo pasado había en los Estados Unidos un evangelista bautista de nombre Mordecai Ham. Una noche en noviembre de 1934, él estaba predicando en una carpa. Detrás del escenario había dos adolescentes que se ocultaban en esa parte de la carpa para no tener que mirarle de frente al predicador. En un momento, el evangelista dijo: “Hay un gran pecador en este lugar en esta noche.” Esto caló hondo en la conciencia de estos adolescentes, y cuando se hizo el llamado de aceptar a Cristo como su Señor y Salvador, estos dos amigos pasaron al frente. Uno de ellos se llamó William Franklin Graham, más conocido en todo el mundo como Billy Graham. El resto de la historia ustedes ya la conocen. Se calcula que cien millones de personas le han escuchado en forma directa, personal, además de las incontables personas que han recibido su mensaje a través de sus programas radiales y televisivos, películas, libros, folletos, etc. Lo que empezó de manera tan imperceptible en aquella noche hace 86 años, ha tomado proporciones imposibles de medir. Creo que esto es una ilustración exacta del mensaje de las dos parábolas que queremos estudiar hoy. Ambas tienen una enseñanza muy parecida entre ellas. Las encontramos en los evangelios de Mateo, de Marcos y de Lucas. Leeremos ahora el relato según lo narra Mateo:

  “Jesús les contó otra parábola: «El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza, que un hombre sembró en su campo. Sin duda, ésta es la más pequeña de todas las semillas; pero, cuando crece, es la más grande de las plantas; se hace árbol, y hasta las aves del cielo vienen y hacen nidos en sus ramas.»
  Jesús les contó otra parábola: «El reino de los cielos es semejante a la levadura que una mujer tomó y mezcló con tres medidas de harina, hasta que toda la harina fermentó»” (Mt 13.31-33 – RVC).

            Padre, te pedimos, en el nombre de Jesús, que nos reveles las verdades contenidas en estas parábolas. Amén.

            Jesús presentó esta parábola como una ilustración de lo que sucede en el reino de los cielos. Él habla de un hombre que sembró una semilla de mostaza en su campo. La semilla de mostaza tiene un tamaño entre uno y dos milímetros, o sea, es bastante pequeña. Y plantar una semilla tan diminuta en todo un campo, ¿no es desperdicio de terreno? No nos parece ser muy razonable. En otra oportunidad, Jesús también se valió del tamaño pequeño de este grano para ilustrar algo que también está fuera de nuestra lógica humana: “Les aseguro que si tuvieran fe como un grano de mostaza le dirían al cerro éste: ‘Córrete más allá’, y lo haría. Nada les sería imposible” (Mt 17.20 – NBE). Empezamos a entender entonces un primer principio que esta semilla nos quiere enseñar: en el reino de Dios valen otras medidas que en nuestro mundo terrenal. No podemos movernos en lo espiritual según la lógica humana, porque de seguro no vamos a ir a ningún lado. Dios no piensa como piensa el ser humano.
            Así que, esta semillita en un campo grande no es ningún desperdicio, porque algo grande va a salir de esto. Jesús dice que de esa semilla surge un árbol capaz de albergar a los pájaros en sus ramas. La referencia a los pájaros no es no más una indicación acerca del tamaño de la planta, capaz de sostener y albergar a varios nidos, sino transmite también la imagen de un ambiente agradable, de alimento, de protección, etc., así como, por ejemplo, millones de personas han recibido refugio y alimento espiritual a través del ministerio de Billy Graham.
            En realidad, la planta de mostaza técnicamente no es árbol, sino un arbusto, pero se parece a un árbol. Su tamaño tampoco no es tan grande, quizás 2 metros y medio. Aún así, en griego, Jesús lo describe como “mega”, como extremadamente grande. Fue una exageración intencional de parte de Jesús para indicar que en el reino de Dios las cosas no se miden según criterios humanos. Más bien pueden suceder cosas sorprendentes, impredecibles, que superan toda lógica humana. El tamaño del inicio, de la semilla, no es ninguna indicación y no tiene ninguna relación con el tamaño de lo que puede resultar de ello. Un joven despreciado se convirtió en el segundo hombre de autoridad en Egipto que salvó de la muerte a todo un reino y sus alrededores. Un pastor olvidado se convirtió en el rey más grande y más recordado de Israel. Un adolescente o joven de 16 años se convirtió en el evangelista de mayor renombre de nuestros tiempos. Y aún estos “éxitos” a los ojos humanos tienen otras dimensiones a los ojos de Dios. No importa el tamaño que ante nuestros ojos tenga lo que podemos dar o hacer para el Señor. Sólo importa estar en el momento correcto en el lugar correcto, haciendo o diciendo lo correcto. Sólo importa sembrar nuestra semilla de mostaza. Del resto, Dios se encarga.
            En el reino de Dios, el tamaño de nuestra semilla no interesa. No interesa el tamaño de nuestra fe, porque no es nuestra fe la que traslada montañas, sino es el poder de Dios. No es el tamaño de mi aporte al reino de Dios lo que hace que sucedan las cosas, sino es Dios el que hace las cosas. No es el tamaño del almuerzo de un muchacho, sino el poder de Dios que alimenta con él a miles y miles de personas. Así que, no midas lo que tú podrías hacer para el reino de Dios. Simplemente dalo, hazlo, y el resto es asunto de Dios. La clave no es el hombre que siembra la semilla, sino el acto de sembrarla. El poder no está en el hombre, sino en Dios que toma la semilla y la potencia para convertirse en una planta enorme. Si este hombre hubiera considerado esa semilla como demasiado insignificante, no lo hubiera sembrado y jamás hubiera salido un árbol de ella. Si la viuda hubiera considerado sus últimas dos moneditas como demasiado insignificante, jamás la hubiera dado, y Jesús no la hubiera podido poner como ejemplo para todos los tiempos. Si tú no das tu aporte al reino de Dios por parecerte demasiado poco, Dios no puede hacer nada. Él puede multiplicar infinitas veces, pero sólo lo que le entregamos. Multiplicar infinitas veces 0, sigue siempre siendo 0. Pero multiplicar infinitas veces 1, aunque sea 1, da como resultado algo inesperado. “Sí, pero ¿qué es mi aporte ante semejante necesidad?” Bueno, ¿qué es una semillita de mostaza ante semejante campo? Dejá de medirlo según tus criterios. Dios se maneja según otras medidas. Tú sólo vete a tu campo a sembrar tu semilla de mostaza.
            Seguidamente, Jesús contó otra parábola que tiene una enseñanza muy similar. Es la parábola de la levadura en medio de la masa. Si bien la levadura en tiempos de Jesús era diferente a la nuestra hoy, el principio es el mismo. En la parábola, Jesús habla de 3 medidas de harina. Es difícil hacer una adaptación exacta a nuestras medidas hoy en día, pero constituía una cantidad bastante considerable de harina. Una versión de la Biblia traduce como “media bolsa de harina” (GNEU), otra como “una gran cantidad de harina” (NVI). Lo central aquí no está en saber cuánta harina exactamente son tres medidas, sino en la fuerza de la levadura para penetrar toda esa masa. Se requiere de pocos gramos de levadura para leudar varios kilos de masa. Hay un poder contenido en esa levadura que es imparable. Pero ocurre a escondidas; es invisible. Sólo se ve el efecto después de cierto tiempo al observar cómo la masa aumenta de volumen. Mientras en la parábola de la mostaza se ve el poder de expansión del evangelio en el tamaño sorprendente que puede alcanzar el resultado, la parábola de la levadura muestra más bien el poder interno, invisible e imparable del reino de Dios para avanzar a pesar de todo.
            La historia está llena de intentos de frenar el avance del evangelio. Desde tiempos bíblicos hasta hoy en día ha habido esfuerzos muy grandes, pero nunca se ha podido anular el reino de Dios. Vemos, por ejemplo, la persecución que se desató en Jerusalén contra la iglesia recién aparecida, como nos lo muestra el libro de los Hechos. Pero en lugar de destruirla, hicieron no más que los cristianos huyeran a todo el mundo, testificando a su paso de Jesús. En vez de apagar el fuego, lograron no más que las chispas volaran a todos lados, prendiendo nuevos fuegos por doquier. El poder del Evangelio es imparable.
            Pero también es invisible. Muchos dicen: “Hace tanto tiempo vengo sembrando, pero no veo nada. Parece que mi semilla no funciona.” Ten calma. Tú no puedes ver la vida que se desarrolla en tu semilla debajo de la tierra. Tú no puedes ver la levadura penetrando toda la masa. Tú nunca puedes ver qué efecto tiene tu semilla en el reino de Dios. Aunque Billy Graham pueda manejar números millonarios de personas tocadas por sus predicaciones, recién ahora que él está en la eternidad podrá ver toda la consecuencia que ha tenido su semilla que ha sembrado. El tiempo y el fruto dependen de Dios. De ti depende sembrar la semilla.
            ¡Siembra tu semilla! No interesa en absoluto cuán grande o pequeña parece, porque aún la semilla más grande y abundante es absolutamente insuficiente. No se trata de nosotros ni de lo que nosotros podemos lograr con nuestros recursos, sino del poder de Dios y de lo que él puede lograr si le ofrecemos nuestros recursos. El poder de hacer algo grande en el reino de Dios no está en nosotros, sino en Dios al recibir la semilla que él ha puesto en nosotros. Ésa es la clave. Lo único que está en nuestras manos es sembrar —o no sembrar— la semilla. ¿No te convenciste todavía? Pues, entonces probalo por ti mismo. Haz una lista de lo que tú podrías aportar al reino de Dios: pueden ser conocimientos, actitudes (optimismo, actitud alegre, etc.), tiempo, recursos materiales, habilidades, dones, etc., etc. Puede parecerte al principio que no podrás anotar ni siquiera una sola cosa. Pero pedile al Señor que te abra los ojos acerca de las semillas de mostaza que él te ha dado. Y de repente vas a buscarte otra hoja más para seguir escribiendo y anotando los recursos que tienes, ¡había sido!
            Una vez hecha la lista, ponla delante del Señor. Agradécele en primer lugar por tanto potencial que él ha puesto en ti. Y luego ofrécele esta bolsa de semillas para que él haga de ella lo que a él le plazca. Y pídele que él te muestre los campos que él ha preparado para que siembres ahí tu semilla. No mires qué tan grande o pequeño es el campo. Eso es asunto de Dios. Tú únicamente ve y siembra tu semilla. Nunca podrás saber si de una de ellas no sale otro Billy Graham, para honra y gloria de Dios. ¡Siembra tu semilla!


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