lunes, 30 de mayo de 2022

Alegría desbordante


 





            El domingo pasado hablamos de que Dios está con nosotros en medio de nuestras aflicciones diarias que nos toca vivir, y que él es nuestro refugio y fortaleza. ¿Alguien tuvo esta semana una experiencia en la que el Señor se manifestó como un refugio en medio de la tormenta? ¿Lo quieres compartir brevemente con nosotros?

 

            El Salmo de hoy es prácticamente la continuación del Salmo 91 acerca del cual reflexionamos el domingo pasado. O, mejor dicho, es la consecuencia gozosa de haber experimentado a Dios como su refugio y fortaleza como lo describe el Salmo 91. Es un Salmo que exalta y alaba a Dios y sus obras. Hoy tenemos mucho motivo para estar también llenos de alegría, gratitud y alabanza, porque hay 7 personas que quieren formalizar su membresía oficial en nuestra iglesia: 4 por bautismo y 3 por transferencia de otra iglesia. Hoy no es todavía el bautismo, pero queremos escuchar precisamente de las grandes obras que Dios ha hecho en su vida y sus motivos de alabanza al Señor. Pero veamos primero cuál ha sido la experiencia del salmista.

 

            FSalmo 95

 

            Este Salmo inicia precisamente con una invitación a aclamar, a cantar con alegría, gozo y júbilo a nuestro Dios, ¡y yo quiero seguir esta invitación! Quiero que la alegría y la alabanza a Dios sean el tono sobresaliente de nuestro culto hoy. ¿Por qué el salmista nos lanza esta invitación? Precisamente por haber experimentado a Dios como la “roca de nuestra salvación”. La roca es otra imagen muy frecuentemente usada en los Salmos y que tiene un significado muy parecido al refugio y castillo que vimos el domingo pasado: la de seguridad, firmeza y salvación. Aunque las tormentas más aguerridas golpeen la roca con furia e incluso amenacen por hacernos volar en cualquier momento, esa roca, usada aquí como símbolo, no de Dwayne Johnson, sino de Dios, ni tiembla siquiera. No hay poder alguno que la pueda hacer tambalear. Y todos los que están sobre esta roca estarán seguros. Como dije, las tormentas nos pueden amenazar por lanzarnos al vacío en medio de uno de sus torbellinos furiosos, pero si nos aferramos fuertemente de la roca, no lo va a poder lograr. Y después de que pase esa tormenta, nos daremos cuenta que no fuimos nosotros los que nos aferramos a la roca, sino que fue ella la que nos agarró a nosotros y no permitió que la tormenta nos destruya. Sí, quizás nos tocó sentir su furia. Muy probablemente nos llenó de mucho temor. Pero no pudo hacernos daño, sino, más bien, nos fortaleció. Por eso, esa roca obtiene en este Salmo la descripción de ser la roca de nuestra salvación. Dios nos salva en medio de todas las penurias que podemos sufrir a lo largo de la vida, como también vimos el domingo pasado, pero también nos salva espiritualmente de la condenación a causa de nuestros pecados. Y de esto van a testificar hoy, precisamente, las 7 personas que queremos recibir el próximo domingo como miembros de la iglesia.

            Estas vivencias en que vemos obrar al Señor de forma tan cercana, palpable y visible, hacen que nuestros corazones casi estallen de alegría, gratitud y alabanza. Por eso, el salmista nos invita en el versículo 2 a expresar nuestra gratitud con alegres cantos: “Lleguemos ante él con acción de gracias, aclamémoslo con cánticos” (v. 2 – NVI). Esto suena muy ceremonioso y formal. Quizás coincide con la idea que tenemos de cómo deberíamos acercarnos a Dios: así calmaditos, bien peinados y como niño bonito. Pero encontré otras traducciones que me dan una imagen no tan tradicional: “…entremos a su presencia dándole gracias, vitoreándolo con cánticos” (BNP). ¿Se puede vitorear a alguien sentado calladito en su silla en un culto en el que cada palabra y movimiento tiene que ser fríamente calculado? Los vítores se parecen más a una campaña política en la que una muchedumbre aclama con gritos y aplausos a su candidato. O a un estadio lleno de gente que celebra un gol de su equipo. Pero hay más. Encontré inclusive una versión que dice: “Vengamos a su presencia con acción de gracias; gritemos de alegría a El con cantos de alabanza” (Kadosh). Una versión en inglés habla de hacer ruido lleno de alegría. ¿Se parece esto a uno de nuestros cultos? ¿Cuándo fue la última vez que, en vez de cantar una canción, la gritaste de tanta alegría que tenías? ¿Será que es apropiado entrar de esta manera a la presencia de Dios? ¿No son los gritos más bien una falta de respeto a Dios? Bueno, para la cultura hebreo no. Para nosotros… a lo mejor nos costaría un poco hacerlo de ese modo porque no estamos acostumbrados a ello, pero a lo que nos invita este versículo es a expresar nuestra alegría y adoración con libertad, no limitado por alguna tradición o un “aquí no lo hacemos así”.

            ¿Pero por qué el salmista expresaría su gratitud de manera tan escandalosa? “Porque el Señor es el gran Dios, el gran Rey de todos los dioses” (v. 3 – BNP). Este Dios, superior en todo a todo lo demás que existe, ¿acaso no se merece una alabanza tan grande como él? Por supuesto, no estamos hablando de hacer un gran show estruendoso al que llamamos “alabanza”, sino de no refrenar la auténtica adoración y el amor que brotan de un corazón que ha sido tocado por el poder de Dios.

            Para ejemplificar la grandeza de este Dios, el salmista se vale de varios ejemplos expresados en extremos, como “…las profundidades de la tierra, y las alturas de los montes…” (v. 4 – RVC), el mar y la tierra firme (v. 5). Todo esto, que para el ser humano parecen ser los puntos más distantes uno del otro, o los elementos que engloban todo, para el Señor es algo que él tiene en su mano y que él ha modelado con sus dedos como una criatura que hace dinosaurios con la plastilina. El profeta Isaías dice: “¿Quién ha medido las aguas del mar en la palma de su mano? ¿Quién ha medido con sus manos la dimensión de los cielos? ¿Quién metió el polvo de toda la tierra en un recipiente para medir? ¿Quién pesó las montañas y los montes en una balanza” (Is 40.12 – PDT)? La respuesta es: sólo Dios es tan grande que lo puede hacer. Después de ver esta inmensidad de Dios, el salmista empieza a mirarse a sí mismo, preguntándose: ‘Ante semejante Dios, ¿quién soy yo?’ Es exactamente la misma pregunta que hizo también David en el Salmo 8: “Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: ‘¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta’” (Sal 8.3-4 – NVI)? Es únicamente estando frente a frente ante este Dios inmenso que al ser humano se le desinfla su globo de autosuficiencia y gloria para verse en su verdadera dimensión y su absoluta necesidad de humillarse ante Dios: “Vengan, adorémoslo de rodillas, postrémonos ante el Señor que nos hizo” (v. 6 – BLPH), “porque él es nuestro Dios; nosotros, el pueblo de su prado y ovejas de su mano” (v. 7 – RV95). Quizás esta postura nos resulta más conocida que la de alabar a Dios a gritos. Bueno, la verdad es que ambas formas tienen su tiempo. Hay momentos de gritar nuestra alabanza a los cuatro vientos, pero después llega el momento de la adoración humilde, silenciosa, en intimidad con el Señor.

            Es por esa infinita superioridad de nuestro Dios y nuestra absoluta dependencia de él que el salmista se vale de episodios de la historia para advertir contra la desobediencia a Dios (vv. 8 – 11). La situación mencionada tuvo lugar durante la peregrinación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto hacia la tierra prometida. Por desafiar una y otra vez a Dios, ninguno que tuviera más de 20 años de edad —excepto Josué y Caleb que sí habían honrado a Dios— llegó a ver la Tierra Prometida tan anhelada por el pueblo.

            Si hoy tenemos entre nosotros a 7 personas que han tomado la decisión de obedecer la Palabra de Dios y comprometerse con una parte de su pueblo, ellos —al igual que nosotros— han tenido muchas experiencias con el Dios todopoderoso que los ha traído hasta este punto. Pero también vale para ellos —al igual que para nosotros— esta advertencia final de no desobedecer a Dios. ¿Quiénes somos nosotros, seres humanos mortales y tremendamente limitados, como para desafiar al Dios infinito, negándole en su cara nuestra obediencia? Es tremenda insolencia. Que no hayamos sido fulminados ya hace mucho tiempo es única y exclusivamente por la gracia y misericordia de Dios.

            Una vida de alabanza, de adoración y de obediencia es el máximo tributo que podemos ofrecerle a nuestro Dios amado, nuestro Salvador y Señor. “Vengan, cantemos al Señor con alegría; cantemos a nuestro protector y Salvador … adoremos de rodillas; arrodillémonos delante del Señor, pues él nos hizo. Él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo; somos ovejas de sus prados” (vv. 1, 6-7 – DHH).


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