Yo
estoy muy agradecido por mi caja de herramientas. No es muy grande ni está
demasiado surtida, pero para todo lo que necesito hacer, tengo una herramienta
que me sirve. Así fácilmente puedo hacer reparaciones en la casa, sea de
carpintería, plomería, electricidad o de algún aparato. Cada herramienta es
diferente a las demás y tiene su uso específico. Si quiero usar una de ellas
para algo para lo que no se construyó, no va a dar buen resultado. Por ejemplo,
una pinza se puede usar para aflojar o apretar una tuerca, pero no es la
herramienta adecuada. Fácilmente la tuerca puede sufrir daño, y ya ni una llave
correspondiente la puede mover.
Todos
los que somos hijos de Dios formamos parte de la “caja de herramientas” de
Dios. Él tiene un uso específico para cada uno, y difícilmente uno puede cubrir
el lugar del otro. Acerca de esto queremos estudiar hoy en la última parábola
que veremos en esta serie. La encontramos en el evangelio de Lucas, el capítulo
19, los versículos 11-27.
“Al escuchar la gente estas
cosas, Jesús les contó una parábola, pues ya estaba cerca de Jerusalén y la
gente pensaba que el reino de Dios estaba por manifestarse. Jesús les dijo: «Un
hombre de alto rango se fue a un país lejano, para recibir un reino y luego
volver. Antes de partir, llamó a diez de sus siervos, les dio una buena
cantidad de dinero, y les dijo: ‘Hagan negocio con este dinero, hasta que yo
vuelva.’ Pero sus conciudadanos lo odiaban, y enviaron tras él unos
representantes para que dijeran: ‘No queremos que éste reine sobre nosotros.’
Cuando ese hombre volvió, después de recibir el reino, hizo comparecer ante él
a los siervos a quienes había dado el dinero, para saber qué negocios había
hecho cada uno. Cuando llegó el primero, dijo: ‘Señor, tu dinero ha producido
diez veces más’. Aquel hombre dijo: ‘¡Bien hecho! Eres un buen siervo. Puesto
que en lo poco has sido fiel, vas a gobernar diez ciudades.’ Otro más llegó y le
dijo: ‘Señor, tu dinero ha producido cinco veces más.’ Y también a éste le
dijo: ‘Tú vas a gobernar cinco ciudades.’ Llegó otro más, y le dijo: ‘Señor,
aquí tienes tu dinero. Lo he tenido envuelto en un pañuelo, pues tuve miedo de
ti, porque sé que eres un hombre duro, que tomas lo que no pusiste, y recoges
lo que no sembraste.’ Entonces aquel hombre le dijo: ‘¡Mal siervo! Por tus
propias palabras voy a juzgarte. Si sabías que soy un hombre duro, que tomo lo
que no puse, y que recojo lo que no sembré, ¿por qué no pusiste mi dinero en el
banco? Así, ¡a mi regreso lo habría recibido con los intereses!’ Y dijo
entonces a los que estaban presentes: ‘¡Quítenle el dinero, y dénselo al que
ganó diez veces más!’ Pero ellos objetaron: ‘Señor, ése ya tiene mucho dinero.’
Y aquel hombre dijo: ‘Pues al que tiene, se le da más; pero al que no tiene,
aun lo poco que tiene se le quita. Y en cuanto a mis enemigos, los que no
querían que yo fuera su rey, ¡tráiganlos y decapítenlos delante de mí!’» (Lucas 19.11-27 – RVC).
El
episodio anterior a este texto es el encuentro de Jesús con Zaqueo. Este tuvo
lugar en Jericó, a aproximadamente 27 km de Jerusalén. En el primer versículo
de nuestro texto de hoy, Lucas dice que ya estuvieron cerca de Jerusalén. Se ve
que sus discípulos y, probablemente, un buen grupo de otras personas
acompañaron a Jesús en su viaje a Jerusalén, mientras que él les iba enseñando
las verdades del reino. A medida que se acercaban a Jerusalén, subía la tensión
en el aire, porque muchos creían “…que el
reino de Dios iba a llegar en seguida” (v. 11 – DHH). La esperanza en el
Mesías que tenían los judíos era que él iba a reestablecer un reino político,
así como había sido en tiempos del rey David. Es posible que este viaje de
Jesús a Jerusalén haya sido su última visita a esta ciudad y que terminaría con
su ejecución y muerte en la cruz. Esto habrá dejado perplejo y confundidos a
mucha gente, empezando por sus propios discípulos. Por eso, después de su
resurrección le preguntaron: “Señor, ¿es ahora
cuando vas a restaurar el reino de Israel” (Hch 1.6 – BPD)? En respuesta a
esa esperanza de algo inminente que iba a suceder, Jesús contó esta parábola.
Jesús
tomó como ejemplo un episodio que los judíos conocían: la de un noble que se
iba a otras tierras para ser coronado rey, y que volvía con esa investidura
para gobernar su país. Como Israel era dominado por los romanos, los
gobernantes se iban a Roma para ser proclamados gobernantes en nombre del
emperador de este imperio. Herodes Arquelao, que gobernó Judea cuando José,
María y Jesús volvieron de Egipto, era uno de ellos. Y un viaje así podía durar
varias semanas o meses entre ir y volver. De esta manera. Jesús dio a entender
que la llegada del reino de Dios tardaría todavía. La euforia de la gente no
coincidía con los planes y el calendario de Dios.
Pero
mientras tanto, los siervos de este noble no debían quedarse con las manos en
el regazo, esperando su retorno. En su ausencia, ellos tenían que encargarse de
los asuntos del reino. Este noble comisionó a sus siervos a que lleven adelante
los intereses del reino en tanto que él estaba ausente. Prácticamente los dejó
como sus administradores, sus representantes o embajadores. Pero antes de
salir, este señor “equipó” a sus siervos con lo necesario para realizar la
tarea que les estaba encomendando. Estas herramientas o los medios con que
tenían que trabajar era un cierto monto de dinero. Todos los 10 siervos
convocados recibieron la misma cantidad de dinero; es decir, tenían la misma
oportunidad. Nadie se quedó atrás, nadie era privilegiado, nadie podía decir:
“A mí no me tocó la repartición.” La única instrucción que recibieron fue: “Hagan
negocio con este dinero, hasta que yo vuelva” (v. 13 – RVC). “Inviertan
esto por mí mientras estoy de viaje” (NTV). Esto era lo único que le
interesó al noble. No le importó de qué manera lo harían, no le importó la
cantidad que producirían, sólo esperó que hagan algo con lo que les había
dejado con el fin de extender su dominio o afianzar su poder. ¡Cuánta confianza
que él depositaba en ellos!
La
idea de que este noble sería próximamente el rey de este país no fue del agrado
de toda la ciudadanía. Jesús dijo que habían enviado una delegación a su
superior, protestando contra la nominación de este su compatriota como rey de
ellos. Efectivamente, esto había sucedido de esta manera. Precisamente cuando
Arquelao se fue a Roma para ser nombrado gobernante de Judea, un grupo de
judíos se había ido tras él para protestar por su nominación. Así que, Jesús se
estaba refiriendo probablemente a este hecho en su historia relativamente
reciente como nación.
La
oposición de esta delegación a su coronación como rey no tuvo el éxito que
ellos habían esperado. Este noble sí fue instituido en el gobernante de su
país. Cuando él regresó a la nación que estaría bajo su autoridad de ahí en
adelante, mandó llamar a los siervos que había dejado como encargados. Estaba
deseoso de saber qué habrían hecho en el tiempo que había pasado. Cuando ellos
llegaron, se adelantó uno que había sido especialmente productivo: había
logrado multiplicar por 10 el dinero recibido. Se nota que él había tenido una
habilidad muy especial en cuanto a los negocios. Sabía elegir las mejores
oportunidades de inversión, y esto le trajo abundante cosecha. Lógicamente que
este empleado recibió el debido elogio y reconocimiento del rey. Recibió el
halago de haber sido un “buen siervo”, y haber sido fiel con lo recibido. Este
proceder merecía su recompensa: recibió autoridad sobre 10 ciudades. Quizás
esto signifique que sería el intendente o gobernador de un determinado
distrito, pero también implicaba que le haya sido asignado un terreno bastante
amplio donde seguir desarrollando sus habilidades para el negocio. De todos
modos, era una recompensa muy generosa por parte del rey.
El
segundo en presentarse no había logrado tanto como su compañero. De hecho, sólo
había logrado la mitad de lo que presentó el primero. Multiplicó por 5 el
dinero recibido por el rey. Había tenido la misma cantidad de dinero que su
compañero, las mismas oportunidades, pero no las mismas habilidades. Pero,
¿acaso esto le interesó al rey? Lo único que él quiso ver era la fidelidad en
el cumplimiento del deber asignado. El rey solamente había dicho que negocien.
Y esto este siervo había hecho. Por lo tanto, el rey no hizo ninguna mención de
la cantidad, no hizo ninguna comparación con su colega. Este siervo había cumplido
su misión, y esto bastaba. Así que, el rey lo elogió dándole una recompensa
conforme a sus habilidades: dominio sobre 5 ciudades. ¿Merecía él recibir la
misma recompensa que su antecesor? Se nota en ambos empleados la misma actitud
positiva de trabajar para su señor y de procurar obtener ganancias para él,
pero era evidente que no tenían iguales dones. Eran personas diferentes. Si
este segundo siervo también hubiera recibido 10 ciudades, esto lo hubiera
aplastado. Su capacidad no daba para administrar y aprovechar tanta cantidad.
Mucho potencial en estas ciudades se perdería o se quedaría sin explotar porque
a este siervo no le daba la capacidad para eso. Pero recibir 5 ciudades, eso sí
que era un premio según su capacidad. Era un tamaño con el cual él podría
sentirse cómodo y entusiasmado.
El
tercer empleado le devolvió a su rey sus monedas tal cual los había recibido:
sin faltarle ni un centavo – y sin haber ganado ni un centavo. Lo había
envuelto amorosamente en un pañuelo para que no se le pegue ni un polvito
siquiera. Pero resulta que el propósito de este dinero no era ser protegido del
polvo, sino que se lo invierta y que se multiplique. O sea, todo el cuidado
amoroso de este empleado se fue por totalmente otro camino, contrario a la
esencia de lo que había recibido. Su argumento para tal actitud era
supuestamente el miedo. La descripción que él dio de la persona del rey lo hizo
parecer un déspota cruel y desconsiderado. Arquelao, de hecho, lo fue. No
muchos años después de su entronización fue depuesto y deportado por el
emperador, precisamente a causa de su crueldad. Pero en el rey de esta parábola
no encontramos indicios de esto. Más bien era una excusa de este empleado que
buscó a quién echarle la culpa de su propia negligencia. Es que así somos los
seres humanos. Desde Adán y Eva buscamos a quién responsabilizar por nuestras
propias metidas de pata.
Esta
actitud le valió la reprimenda del rey como “malo” e “inútil”. Y el rey tomó
las propias palabras del empleado para condenarlo. Le hizo ver que si el rey
realmente hubiera sido así como lo describió el empleado, hubiera hecho por lo
menos lo mínimo para cumplir. Y ese mínimo hubiera sido depositarlo en un banco
para que genere intereses. Por el hecho que ni siquiera esto había hecho, el
siervo demostró que en realidad no le tenía tanto miedo al rey como ahora quiso
aparentar para salvar su pellejo. Pero, el pez muere por su boca, y este siervo
cayó en su propia trampa. Las palabras que falsamente había pronunciado se
volvieron en su contra. Había dictado su propia sentencia. El dinero que tanto
él había cuidado le fue arrancado de sus manos para dárselo al que más había
ganado. Los que estaban presentes expresaron su asombro de que eso se le daría
al que ya tenía tanto. A lo mejor consideraron que sería más justo repartir el
dinero en partes iguales sobre todos. Pero ya habían demostrado que no todos
tenían las mismas habilidades. Esta aparente igualdad resultaría ser desigual
otra vez al final. Por eso el rey dijo “…que a todo el que produce [que hace
buen uso de lo que tiene – PDT], se le dará, y que al que no produce, se
le quitará hasta lo que tiene” (v. 26 – NBE). Es que las habilidades que
uno tiene se desarrollan más y más con su uso, de modo que la capacidad de
producción sube más y más. Pero el que no hace nada para desarrollar sus
habilidades, aun la capacidad que tiene se atrofia y se vuelve improductiva.
Si el
juicio y la condena del rey alcanzó hasta a sus siervos negligentes, ¡cuánto
más entonces a sus opositores! Todos los que se habían rebelado contra su
nombramiento como rey sufrieron ahora la consecuencia drástica de su actitud
contraria. Si la indiferencia del siervo no había producido nada, la abierta
hostilidad produciría caos y destrucción si se dejaba sin atender. Por eso el
rey tomaba medidas fuertes para poder edificar su país sin que haya quienes le
destruyan otra vez todo lo que le costó construir.
¿Qué
nos quiere enseñar esta parábola? La intensión de Jesús con ella no fue dar una
interpretación de los acontecimientos políticos de su tiempo, sino enseñar verdades
espirituales del reino de Dios. Con el que tenía que irse lejos para ser
coronado rey y volver se refería a sí mismo. Al terminar su misión en la tierra
de salvar a la humanidad por medio de su muerte y resurrección, después de
haberse humillado hasta lo sumo, él sería exaltado y hecho Rey y Señor de todo
el universo. Eso es lo que Pablo describe en su carta a los filipenses: “Dios
le dio el más alto honor y el más excelente de todos los nombres, para que,
ante ese nombre concedido a Jesús, doblen todos las rodillas en el cielo, en la
tierra y debajo de la tierra, y todos reconozcan que Jesucristo es Señor…”
(Flp 2.9-11 – DHH). Así que, Jesús tenía que volver al cielo, y a su debido
tiempo retornaría a la tierra como Señor de todo, hecho que seguimos esperando
todavía que ocurra.
Al
igual que los empleados de esta parábola, sus siervos o seguidores no tenían
que quedarse con los brazos cruzados, esperando su regreso. Jesús los dejó como
embajadores en esta tierra para que aquí representen los intereses del reino.
Tenían que invertir para extender el dominio del reino de Dios en esta tierra.
Para poder hacerlo, Jesús los equipó debidamente y les dio una tarea específica.
Todo lo demás ya dependía de ellos.
Ahora,
¿quiénes son “ellos”? Somos nosotros que nos llamamos “seguidores de Cristo”.
Nosotros hemos sido comisionados para extender el reino de Dios en este mundo.
A nosotros, Jesús no nos dijo que “negociemos”, sino que “hagamos discípulos”.
Esa es la tarea, el único encargo, que Jesús nos ha dejado. Cómo lo llevamos a
cabo, ya depende de nosotros, de la guía del Espíritu Santo, y de la
herramienta que él nos ha dejado. Cada uno somos una pieza en la caja de
herramientas de Dios. El dinero de la parábola se llama “dones”, “habilidades”,
“capacidades” en el reino de Dios. Todos los que han aceptado a Jesús como su
Señor y Salvador han recibido habilidades especiales, sin excepción alguna.
Nadie puede decir que a él/ella no le tocó. Nadie puede decir que no tiene
oportunidades. Las oportunidades de hacer llegar las verdades del reino a las
personas que nos rodean hay infinitas. Sólo tenemos que aprovecharlas. En la
rendición de cuentas que nos espera a nuestro reencuentro con el Rey, Jesús no
va a preguntar a cuántas personas hemos llevado a él. Sólo va a preguntar si
fuimos fieles con lo que él nos dio para invertirlo en su reino. No importa en
primer lugar la cantidad, porque no todos tenemos el mismo encargo. O, mejor
dicho, no todos trabajamos en el mismo lugar de la obra. No todos somos la
misma herramienta. Para construir un edificio se requiere de profesionales de
las más variadas especialidades. Cada uno en su momento y en su lugar construye
el edificio. Nadie puede hacer su propia obra o construir sólo cuando le dé la
gana. Tiene que seguir estrictamente los planos y las indicaciones de los
líderes de la obra. Pero si hay una buena coordinación entre todos, el edificio
avanza rápidamente sin duplicación de esfuerzos ni ocio para nadie.
De la
misma manera, cada uno tiene su lugar en el reino de Dios. Todos, sin
excepción, debemos ser testigos de Cristo. Jesús mismo dijo a sus seguidores
que serían sus “…testigos no sólo en Jerusalén, sino también en toda Judea,
en Samaria y hasta lo último de la tierra” (Hch 1.8 – NBD). Y esto sigue
vigente para nosotros hoy. Hay tantas diferentes maneras de ser testigos de
Cristo. Tu estado de WhatsApp, tu muro en Facebook o tu cuenta en cualquier red
social deben ser un claro mensaje del amor de Cristo a la humanidad y de lo
eternamente destructor que es el pecado. No digo que sólo se deben publicar
versículos bíblicos, en absoluto. Pero todo lo que publiques, debe estar
permeado por los principios bíblicos. Cada persona que entra en contacto
contigo debe sentir de alguna manera la obra de Cristo en ti, amándola en
nombre de Jesús. Cada palabra que sale de tu boca debe ser para la edificación
del prójimo, etc. Lo que tú eres y lo que tú sepas hacer, esa es la herramienta
que Dios te ha dado para que bendigas a otros con ella. La obra de cada uno
será diferente a la de todos los demás, porque no hay dos personas iguales. Pero
cada uno a su manera somos testigos de Jesús, según la particularidad que Dios
le ha dado a cada uno. Entre todos juntos realizamos la obra de
Dios en este mundo mientras que esperamos su regreso a esta tierra. Tú y yo
somos parte de la caja de herramientas de Dios.
¿Cuáles
son las “minas” que Dios te ha dado a ti? ¿Qué herramienta eres en la caja de
Dios? ¿De qué manera tú puedes hacer que el reino de Dios se extienda aquí en
la tierra? Muchas veces he oído decir: “No sé cuál es mi parte en esto.” Bueno,
¿qué es lo que tiene que hacer un obrero en una construcción que no sabe cuál
es su lugar? Debe ir lo más rápido posible al ingeniero encargado para
preguntarle. Sencillo. Bueno, andate entonces junto al Ingeniero por
excelencia, Jesucristo, y preguntale cuál es tu parte en su obra. Y no esperes
algo extraordinario que dejará deslumbrado a todo el mundo. A lo mejor es tu
trabajo de todos los días que él quiere que hagas por él y para él. Empieza por
lo que está a tu alcance. Quizás un colega de trabajo o de estudios necesita de
una palabra de ánimo, una oración, un apretón de manos o una sonrisa. No tienes
idea de qué esto puede causar en la otra persona. Y a medida que lo haces, más
y más oportunidades te saltarán a la vista. Recuerda: “…al que tiene, se le
da más” (v. 26 – RVC). A medida que eres fiel en lo poco que se te ocurre,
Dios te mostrará más y más. Depende de tu fidelidad. Y no seas como el
negligente que guardó su herramienta en una vitrina para que todo el mundo la
admirara. Las herramientas están para usarlas, no para exhibirlas. Si tienes la
tuya envuelta en un pañuelo, sácalo, afílalo, y úsalo para bendecir a otra
persona en este día.
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