sábado, 28 de mayo de 2022

Caja de herramientas

 



Yo estoy muy agradecido por mi caja de herramientas. No es muy grande ni está demasiado surtida, pero para todo lo que necesito hacer, tengo una herramienta que me sirve. Así fácilmente puedo hacer reparaciones en la casa, sea de carpintería, plomería, electricidad o de algún aparato. Cada herramienta es diferente a las demás y tiene su uso específico. Si quiero usar una de ellas para algo para lo que no se construyó, no va a dar buen resultado. Por ejemplo, una pinza se puede usar para aflojar o apretar una tuerca, pero no es la herramienta adecuada. Fácilmente la tuerca puede sufrir daño, y ya ni una llave correspondiente la puede mover.

Todos los que somos hijos de Dios formamos parte de la “caja de herramientas” de Dios. Él tiene un uso específico para cada uno, y difícilmente uno puede cubrir el lugar del otro. Acerca de esto queremos estudiar hoy en la última parábola que veremos en esta serie. La encontramos en el evangelio de Lucas, el capítulo 19, los versículos 11-27.

“Al escuchar la gente estas cosas, Jesús les contó una parábola, pues ya estaba cerca de Jerusalén y la gente pensaba que el reino de Dios estaba por manifestarse. Jesús les dijo: «Un hombre de alto rango se fue a un país lejano, para recibir un reino y luego volver. Antes de partir, llamó a diez de sus siervos, les dio una buena cantidad de dinero, y les dijo: ‘Hagan negocio con este dinero, hasta que yo vuelva.’ Pero sus conciudadanos lo odiaban, y enviaron tras él unos representantes para que dijeran: ‘No queremos que éste reine sobre nosotros.’ Cuando ese hombre volvió, después de recibir el reino, hizo comparecer ante él a los siervos a quienes había dado el dinero, para saber qué negocios había hecho cada uno. Cuando llegó el primero, dijo: ‘Señor, tu dinero ha producido diez veces más’. Aquel hombre dijo: ‘¡Bien hecho! Eres un buen siervo. Puesto que en lo poco has sido fiel, vas a gobernar diez ciudades.’ Otro más llegó y le dijo: ‘Señor, tu dinero ha producido cinco veces más.’ Y también a éste le dijo: ‘Tú vas a gobernar cinco ciudades.’ Llegó otro más, y le dijo: ‘Señor, aquí tienes tu dinero. Lo he tenido envuelto en un pañuelo, pues tuve miedo de ti, porque sé que eres un hombre duro, que tomas lo que no pusiste, y recoges lo que no sembraste.’ Entonces aquel hombre le dijo: ‘¡Mal siervo! Por tus propias palabras voy a juzgarte. Si sabías que soy un hombre duro, que tomo lo que no puse, y que recojo lo que no sembré, ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Así, ¡a mi regreso lo habría recibido con los intereses!’ Y dijo entonces a los que estaban presentes: ‘¡Quítenle el dinero, y dénselo al que ganó diez veces más!’ Pero ellos objetaron: ‘Señor, ése ya tiene mucho dinero.’ Y aquel hombre dijo: ‘Pues al que tiene, se le da más; pero al que no tiene, aun lo poco que tiene se le quita. Y en cuanto a mis enemigos, los que no querían que yo fuera su rey, ¡tráiganlos y decapítenlos delante de mí!’» (Lucas 19.11-27 – RVC).

El episodio anterior a este texto es el encuentro de Jesús con Zaqueo. Este tuvo lugar en Jericó, a aproximadamente 27 km de Jerusalén. En el primer versículo de nuestro texto de hoy, Lucas dice que ya estuvieron cerca de Jerusalén. Se ve que sus discípulos y, probablemente, un buen grupo de otras personas acompañaron a Jesús en su viaje a Jerusalén, mientras que él les iba enseñando las verdades del reino. A medida que se acercaban a Jerusalén, subía la tensión en el aire, porque muchos creían “…que el reino de Dios iba a llegar en seguida” (v. 11 – DHH). La esperanza en el Mesías que tenían los judíos era que él iba a reestablecer un reino político, así como había sido en tiempos del rey David. Es posible que este viaje de Jesús a Jerusalén haya sido su última visita a esta ciudad y que terminaría con su ejecución y muerte en la cruz. Esto habrá dejado perplejo y confundidos a mucha gente, empezando por sus propios discípulos. Por eso, después de su resurrección le preguntaron: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel” (Hch 1.6 – BPD)? En respuesta a esa esperanza de algo inminente que iba a suceder, Jesús contó esta parábola.

Jesús tomó como ejemplo un episodio que los judíos conocían: la de un noble que se iba a otras tierras para ser coronado rey, y que volvía con esa investidura para gobernar su país. Como Israel era dominado por los romanos, los gobernantes se iban a Roma para ser proclamados gobernantes en nombre del emperador de este imperio. Herodes Arquelao, que gobernó Judea cuando José, María y Jesús volvieron de Egipto, era uno de ellos. Y un viaje así podía durar varias semanas o meses entre ir y volver. De esta manera. Jesús dio a entender que la llegada del reino de Dios tardaría todavía. La euforia de la gente no coincidía con los planes y el calendario de Dios.

Pero mientras tanto, los siervos de este noble no debían quedarse con las manos en el regazo, esperando su retorno. En su ausencia, ellos tenían que encargarse de los asuntos del reino. Este noble comisionó a sus siervos a que lleven adelante los intereses del reino en tanto que él estaba ausente. Prácticamente los dejó como sus administradores, sus representantes o embajadores. Pero antes de salir, este señor “equipó” a sus siervos con lo necesario para realizar la tarea que les estaba encomendando. Estas herramientas o los medios con que tenían que trabajar era un cierto monto de dinero. Todos los 10 siervos convocados recibieron la misma cantidad de dinero; es decir, tenían la misma oportunidad. Nadie se quedó atrás, nadie era privilegiado, nadie podía decir: “A mí no me tocó la repartición.” La única instrucción que recibieron fue: “Hagan negocio con este dinero, hasta que yo vuelva” (v. 13 – RVC). “Inviertan esto por mí mientras estoy de viaje” (NTV). Esto era lo único que le interesó al noble. No le importó de qué manera lo harían, no le importó la cantidad que producirían, sólo esperó que hagan algo con lo que les había dejado con el fin de extender su dominio o afianzar su poder. ¡Cuánta confianza que él depositaba en ellos!

La idea de que este noble sería próximamente el rey de este país no fue del agrado de toda la ciudadanía. Jesús dijo que habían enviado una delegación a su superior, protestando contra la nominación de este su compatriota como rey de ellos. Efectivamente, esto había sucedido de esta manera. Precisamente cuando Arquelao se fue a Roma para ser nombrado gobernante de Judea, un grupo de judíos se había ido tras él para protestar por su nominación. Así que, Jesús se estaba refiriendo probablemente a este hecho en su historia relativamente reciente como nación.

La oposición de esta delegación a su coronación como rey no tuvo el éxito que ellos habían esperado. Este noble sí fue instituido en el gobernante de su país. Cuando él regresó a la nación que estaría bajo su autoridad de ahí en adelante, mandó llamar a los siervos que había dejado como encargados. Estaba deseoso de saber qué habrían hecho en el tiempo que había pasado. Cuando ellos llegaron, se adelantó uno que había sido especialmente productivo: había logrado multiplicar por 10 el dinero recibido. Se nota que él había tenido una habilidad muy especial en cuanto a los negocios. Sabía elegir las mejores oportunidades de inversión, y esto le trajo abundante cosecha. Lógicamente que este empleado recibió el debido elogio y reconocimiento del rey. Recibió el halago de haber sido un “buen siervo”, y haber sido fiel con lo recibido. Este proceder merecía su recompensa: recibió autoridad sobre 10 ciudades. Quizás esto signifique que sería el intendente o gobernador de un determinado distrito, pero también implicaba que le haya sido asignado un terreno bastante amplio donde seguir desarrollando sus habilidades para el negocio. De todos modos, era una recompensa muy generosa por parte del rey.

El segundo en presentarse no había logrado tanto como su compañero. De hecho, sólo había logrado la mitad de lo que presentó el primero. Multiplicó por 5 el dinero recibido por el rey. Había tenido la misma cantidad de dinero que su compañero, las mismas oportunidades, pero no las mismas habilidades. Pero, ¿acaso esto le interesó al rey? Lo único que él quiso ver era la fidelidad en el cumplimiento del deber asignado. El rey solamente había dicho que negocien. Y esto este siervo había hecho. Por lo tanto, el rey no hizo ninguna mención de la cantidad, no hizo ninguna comparación con su colega. Este siervo había cumplido su misión, y esto bastaba. Así que, el rey lo elogió dándole una recompensa conforme a sus habilidades: dominio sobre 5 ciudades. ¿Merecía él recibir la misma recompensa que su antecesor? Se nota en ambos empleados la misma actitud positiva de trabajar para su señor y de procurar obtener ganancias para él, pero era evidente que no tenían iguales dones. Eran personas diferentes. Si este segundo siervo también hubiera recibido 10 ciudades, esto lo hubiera aplastado. Su capacidad no daba para administrar y aprovechar tanta cantidad. Mucho potencial en estas ciudades se perdería o se quedaría sin explotar porque a este siervo no le daba la capacidad para eso. Pero recibir 5 ciudades, eso sí que era un premio según su capacidad. Era un tamaño con el cual él podría sentirse cómodo y entusiasmado.

El tercer empleado le devolvió a su rey sus monedas tal cual los había recibido: sin faltarle ni un centavo – y sin haber ganado ni un centavo. Lo había envuelto amorosamente en un pañuelo para que no se le pegue ni un polvito siquiera. Pero resulta que el propósito de este dinero no era ser protegido del polvo, sino que se lo invierta y que se multiplique. O sea, todo el cuidado amoroso de este empleado se fue por totalmente otro camino, contrario a la esencia de lo que había recibido. Su argumento para tal actitud era supuestamente el miedo. La descripción que él dio de la persona del rey lo hizo parecer un déspota cruel y desconsiderado. Arquelao, de hecho, lo fue. No muchos años después de su entronización fue depuesto y deportado por el emperador, precisamente a causa de su crueldad. Pero en el rey de esta parábola no encontramos indicios de esto. Más bien era una excusa de este empleado que buscó a quién echarle la culpa de su propia negligencia. Es que así somos los seres humanos. Desde Adán y Eva buscamos a quién responsabilizar por nuestras propias metidas de pata.

Esta actitud le valió la reprimenda del rey como “malo” e “inútil”. Y el rey tomó las propias palabras del empleado para condenarlo. Le hizo ver que si el rey realmente hubiera sido así como lo describió el empleado, hubiera hecho por lo menos lo mínimo para cumplir. Y ese mínimo hubiera sido depositarlo en un banco para que genere intereses. Por el hecho que ni siquiera esto había hecho, el siervo demostró que en realidad no le tenía tanto miedo al rey como ahora quiso aparentar para salvar su pellejo. Pero, el pez muere por su boca, y este siervo cayó en su propia trampa. Las palabras que falsamente había pronunciado se volvieron en su contra. Había dictado su propia sentencia. El dinero que tanto él había cuidado le fue arrancado de sus manos para dárselo al que más había ganado. Los que estaban presentes expresaron su asombro de que eso se le daría al que ya tenía tanto. A lo mejor consideraron que sería más justo repartir el dinero en partes iguales sobre todos. Pero ya habían demostrado que no todos tenían las mismas habilidades. Esta aparente igualdad resultaría ser desigual otra vez al final. Por eso el rey dijo “…que a todo el que produce [que hace buen uso de lo que tiene – PDT], se le dará, y que al que no produce, se le quitará hasta lo que tiene” (v. 26 – NBE). Es que las habilidades que uno tiene se desarrollan más y más con su uso, de modo que la capacidad de producción sube más y más. Pero el que no hace nada para desarrollar sus habilidades, aun la capacidad que tiene se atrofia y se vuelve improductiva.

Si el juicio y la condena del rey alcanzó hasta a sus siervos negligentes, ¡cuánto más entonces a sus opositores! Todos los que se habían rebelado contra su nombramiento como rey sufrieron ahora la consecuencia drástica de su actitud contraria. Si la indiferencia del siervo no había producido nada, la abierta hostilidad produciría caos y destrucción si se dejaba sin atender. Por eso el rey tomaba medidas fuertes para poder edificar su país sin que haya quienes le destruyan otra vez todo lo que le costó construir.

¿Qué nos quiere enseñar esta parábola? La intensión de Jesús con ella no fue dar una interpretación de los acontecimientos políticos de su tiempo, sino enseñar verdades espirituales del reino de Dios. Con el que tenía que irse lejos para ser coronado rey y volver se refería a sí mismo. Al terminar su misión en la tierra de salvar a la humanidad por medio de su muerte y resurrección, después de haberse humillado hasta lo sumo, él sería exaltado y hecho Rey y Señor de todo el universo. Eso es lo que Pablo describe en su carta a los filipenses: “Dios le dio el más alto honor y el más excelente de todos los nombres, para que, ante ese nombre concedido a Jesús, doblen todos las rodillas en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra, y todos reconozcan que Jesucristo es Señor…” (Flp 2.9-11 – DHH). Así que, Jesús tenía que volver al cielo, y a su debido tiempo retornaría a la tierra como Señor de todo, hecho que seguimos esperando todavía que ocurra.

Al igual que los empleados de esta parábola, sus siervos o seguidores no tenían que quedarse con los brazos cruzados, esperando su regreso. Jesús los dejó como embajadores en esta tierra para que aquí representen los intereses del reino. Tenían que invertir para extender el dominio del reino de Dios en esta tierra. Para poder hacerlo, Jesús los equipó debidamente y les dio una tarea específica. Todo lo demás ya dependía de ellos.

Ahora, ¿quiénes son “ellos”? Somos nosotros que nos llamamos “seguidores de Cristo”. Nosotros hemos sido comisionados para extender el reino de Dios en este mundo. A nosotros, Jesús no nos dijo que “negociemos”, sino que “hagamos discípulos”. Esa es la tarea, el único encargo, que Jesús nos ha dejado. Cómo lo llevamos a cabo, ya depende de nosotros, de la guía del Espíritu Santo, y de la herramienta que él nos ha dejado. Cada uno somos una pieza en la caja de herramientas de Dios. El dinero de la parábola se llama “dones”, “habilidades”, “capacidades” en el reino de Dios. Todos los que han aceptado a Jesús como su Señor y Salvador han recibido habilidades especiales, sin excepción alguna. Nadie puede decir que a él/ella no le tocó. Nadie puede decir que no tiene oportunidades. Las oportunidades de hacer llegar las verdades del reino a las personas que nos rodean hay infinitas. Sólo tenemos que aprovecharlas. En la rendición de cuentas que nos espera a nuestro reencuentro con el Rey, Jesús no va a preguntar a cuántas personas hemos llevado a él. Sólo va a preguntar si fuimos fieles con lo que él nos dio para invertirlo en su reino. No importa en primer lugar la cantidad, porque no todos tenemos el mismo encargo. O, mejor dicho, no todos trabajamos en el mismo lugar de la obra. No todos somos la misma herramienta. Para construir un edificio se requiere de profesionales de las más variadas especialidades. Cada uno en su momento y en su lugar construye el edificio. Nadie puede hacer su propia obra o construir sólo cuando le dé la gana. Tiene que seguir estrictamente los planos y las indicaciones de los líderes de la obra. Pero si hay una buena coordinación entre todos, el edificio avanza rápidamente sin duplicación de esfuerzos ni ocio para nadie.

De la misma manera, cada uno tiene su lugar en el reino de Dios. Todos, sin excepción, debemos ser testigos de Cristo. Jesús mismo dijo a sus seguidores que serían sus “…testigos no sólo en Jerusalén, sino también en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (Hch 1.8 – NBD). Y esto sigue vigente para nosotros hoy. Hay tantas diferentes maneras de ser testigos de Cristo. Tu estado de WhatsApp, tu muro en Facebook o tu cuenta en cualquier red social deben ser un claro mensaje del amor de Cristo a la humanidad y de lo eternamente destructor que es el pecado. No digo que sólo se deben publicar versículos bíblicos, en absoluto. Pero todo lo que publiques, debe estar permeado por los principios bíblicos. Cada persona que entra en contacto contigo debe sentir de alguna manera la obra de Cristo en ti, amándola en nombre de Jesús. Cada palabra que sale de tu boca debe ser para la edificación del prójimo, etc. Lo que tú eres y lo que tú sepas hacer, esa es la herramienta que Dios te ha dado para que bendigas a otros con ella. La obra de cada uno será diferente a la de todos los demás, porque no hay dos personas iguales. Pero cada uno a su manera somos testigos de Jesús, según la particularidad que Dios le ha dado a cada uno. Entre todos juntos realizamos la obra de Dios en este mundo mientras que esperamos su regreso a esta tierra. Tú y yo somos parte de la caja de herramientas de Dios.

¿Cuáles son las “minas” que Dios te ha dado a ti? ¿Qué herramienta eres en la caja de Dios? ¿De qué manera tú puedes hacer que el reino de Dios se extienda aquí en la tierra? Muchas veces he oído decir: “No sé cuál es mi parte en esto.” Bueno, ¿qué es lo que tiene que hacer un obrero en una construcción que no sabe cuál es su lugar? Debe ir lo más rápido posible al ingeniero encargado para preguntarle. Sencillo. Bueno, andate entonces junto al Ingeniero por excelencia, Jesucristo, y preguntale cuál es tu parte en su obra. Y no esperes algo extraordinario que dejará deslumbrado a todo el mundo. A lo mejor es tu trabajo de todos los días que él quiere que hagas por él y para él. Empieza por lo que está a tu alcance. Quizás un colega de trabajo o de estudios necesita de una palabra de ánimo, una oración, un apretón de manos o una sonrisa. No tienes idea de qué esto puede causar en la otra persona. Y a medida que lo haces, más y más oportunidades te saltarán a la vista. Recuerda: “…al que tiene, se le da más” (v. 26 – RVC). A medida que eres fiel en lo poco que se te ocurre, Dios te mostrará más y más. Depende de tu fidelidad. Y no seas como el negligente que guardó su herramienta en una vitrina para que todo el mundo la admirara. Las herramientas están para usarlas, no para exhibirlas. Si tienes la tuya envuelta en un pañuelo, sácalo, afílalo, y úsalo para bendecir a otra persona en este día.


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