domingo, 31 de diciembre de 2017

Experiencias duras







            Hace varias semanas atrás, el pastor Roberto nos habló de la situación que le tocó vivir a Job, pasando de abundancia a la más absoluta miseria económica y física. Su propia esposa se deprimió y le sugirió tirar la toalla. Pero él se mantuvo firme en su confianza y fidelidad a Dios.
            Luego le visitaron tres de sus amigos. Tenían muy buenas intenciones, pero el efecto no fue tan bueno como las intenciones. Ellos insistían una y otra vez que Job habría pecado, y que por culpa de eso él estaba sufriendo estas desgracias. Job les contestó que no, ellos insistían que sí, que no, que sí, que no… Finalmente, Job llegó a desafiar a Dios a que él lo juzgue públicamente. Por un lado, podría sonarnos a soberbia —y de hecho a los amigos de Job también les sonó así— pero por otro lado fue también expresión de su profundo dolor y la reacción a tantas acusaciones que sus amigos lanzaban contra él, encima de su sufrimiento por la pérdida de su familia. Con esa clase de amigos, ¿quién necesita de enemigos? Así habrá pensado Job.
            Y Dios le respondió y le mostró su grandeza como creador y sustentador del mundo, pero también su grandeza frente a Job. El hecho de que Job tenga que sufrir, no significaba necesariamente que Dios era injusto. Ante esta manifestación y revelación que Dios hizo de sí mismo, Job reconoció haber hablado sin conocimiento de causa. Ahí viene el texto que quiero analizar con ustedes hoy.

            F Job 42

            Como dije, la revelación de Dios hizo que Job lo viera a Dios en la dimensión correcta, y quién era él como ser humano frente a este Dios. Ahí Job se dio cuenta que él había hablado demasiado grande, como si supiera todas las cosas, cuando en realidad había sido un completo ignorante: “Reconozco que he dicho cosas que no alcanzo a comprender, cosas que son maravillosas y que en realidad no conozco” (Job 42.3 – TLA). Claro, eso no significó que sus respuestas anteriores a sus amigos hayan sido equivocadas, y que ellos sí habían tenido razón de que él ocultaba pecado en su vida. Simplemente él se había pasado en cuanto a sus consideraciones de sí mismo y también de Dios. Había hablado como si Dios estuviera en la obligación de rendirle cuentas de su proceder. Pero esta revelación de Dios le había abierto los ojos.
            La clave de esta experiencia está en el versículo 5: “Hasta ahora, solo de oídas te conocía, pero ahora te veo con mis propios ojos. Por eso me retracto arrepentido, sentado en el polvo y la ceniza” (vv. 5-6 – DHH). Dios había sido para Job un ser distante; su fe en Dios no había sido mucho más que nuestra fe en la existencia del Mariscal López. Creemos que él existió por los libros de historia, pero jamás hemos tenido nada que ver personalmente nosotros con él. Pero esta experiencia tan dura y profunda que tuvo que pasar lo había llevado a conocerlo personalmente y tener una relación íntima con él. Por eso él se arrepintió de haber manifestado su ignorancia a través de su modo de hablar.
            Esto me lleva a la primera lección de este análisis de la historia de Job: las experiencias duras de la vida nos abren los ojos al verdadero ser de Dios. Cuando estamos luchando duramente contra las aflicciones de la vida; cuando clamamos desesperadamente a Dios; cuando él es el único recurso que nos ha quedado; y cuando vemos su mano poderosa moviéndose en el asunto, quizás de otra manera que la deseada, pero dándonos paz aun en medio de las tinieblas, entonces empezamos a verlo a él de una manera que nunca antes lo habíamos visto. ¡Y esto enamora! Nuestro corazón es tocado por su presencia, por su ternura, por su amor, por su poder, y se abre a un encuentro personal e íntimo con él.
            Mira atrás a lo que ha sido tu vida este año. ¿Cuál o cuáles fueron las experiencias más duras o difíciles que te tocaron vivir este año? ¿Y cómo influyeron estas experiencias en tu relación con Dios? ¿Podrías coincidir con Job en su expresión en este versículo (“…ahora mis ojos te han visto…”)? Es por este efecto positivo que las aflicciones causan en nuestras vidas que un cristiano chino de nombre Watchman Nee escribió una vez que ante estas experiencias duras deberíamos exclamar: “¡Aleluya, ahí viene otro problema difícil más!” La verdad es, sin embargo, que ante los golpes bajos que nos asesta la vida lanzamos gritos, pero que no son precisamente de júbilo. Mi deseo es que al final del próximo año 2018 podamos decir todos: “Ya te conocía no solamente de oídas, pero ahora te conozco mucho más de cerca porque con mis propios ojos he visto tu gloria, por más que muchas veces nubarrones muy negros la querían ocultar.”
            Después de haber llegado hasta este punto con Job, les tocó el turno a sus tres amigos. En este versículo se le menciona solamente a Elifaz. Aparentemente ejercía cierto liderazgo dentro de su grupo de amigos. Dios le manifestó su profundo desagrado por la forma en que ellos habían hablado de Dios: “Estoy muy enojado contigo y con tus amigos porque, a diferencia de Job, ustedes tienen un concepto erróneo de mí” (v. 7 – RVC). A pesar de cierta ignorancia de Job acerca de Dios, él tenía una actitud de profunda reverencia hacia Dios. Esa actitud se manifestó precisamente en su arrepentimiento y el reconocimiento humilde de haber hablado inapropiadamente. Dentro de todo, él había tenido razón en su defensa contra las acusaciones de sus amigos: verdaderamente su sufrimiento no era consecuencia de algún pecado. Con la reprensión de Dios, ellos ahora también se dieron cuenta de que se habían equivocado respecto a Job, y que lo habían acusado injustamente. Hasta tal punto llegó el desagrado de Dios que él no quiso tratar directamente con ellos. Pero no es ese enojo infantil de algunos adultos que les dicen a sus hijos: “Decile a tu mamá tal y tal cosa…”, estando la mamá presente y pudiendo decírselo ellos personalmente. Pero como están peleados, hacen como si el cónyuge no existiese y le hablan únicamente por intermedio de los hijos. Dios no actuó aquí de esa manera inmadura, sino que fue un acto disciplinario para los tres amigos. Ellos se debían dar cuenta que su actitud había interrumpido su comunión con Dios. Se requería ahora de un inocente para que le pida a Dios perdonar su falta y quitar de en medio esa barrera entre ellos y Dios. Por eso debían mostrar su arrepentimiento ofreciendo sacrificios, y Job tenía que interceder ante Dios a favor de ellos. Es lo que Jesús también hizo: el inocente resolvió nuestra barrera de culpa que nos separaba de Dios.
            Job fácilmente podría haber tomado venganza ahora. Después de que ellos tanto lo habían machucado, acusándolo de ocultar pecados, él tenía que interceder otra vez por ellos. Hubiera sido una oportunidad magnífica de vengarse por haber hecho aumentar tanto su sufrimiento ya de por sí insoportable. Pero él no actuó de esa manera. Más bien él oró por ellos, pidiendo el perdón de Dios a su favor. Y Dios escuchó su oración, porque también los tres amigos manifestaron su humildad cumpliendo al pie de la letra lo que Dios estaba exigiendo de ellos.
            Veo aquí una segunda lección: las experiencias duras y sus injusticias tendrán que dar paso a la justicia de Dios. Tarde o temprano él evidenciará nuestra inocencia, si es que realmente la tenemos. Puede haber momentos, e incluso tiempos más prolongados, en que somos fuertemente atacados por los problemas. Satanás siempre querrá aprovecharse de las circunstancias para derrotarnos, para hacernos la vida imposible, para alejarnos del gozo del Señor. Dios siempre querrá aprovecharse de las circunstancias para fortalecernos, para hacernos aferrar más fuertemente de él, para pulirnos. Nosotros somos los que generalmente decidimos en manos de quién entregamos las circunstancias que nos tocan vivir, si en manos de Satanás para nuestra destrucción o en manos de Dios para nuestro crecimiento. Pero si buscamos al Señor, tarde o temprano él va a producir una victoria hermosa en nuestras vidas. Por eso dice el salmista: “No te alteres por causa de los malvados, ni sientas envidia de los que practican el mal” (Sal 37.1 – RVC). Tranquilo. No reacciones negativamente ante las circunstancias. Confía en Dios. Él está por encima de las circunstancias. Que esta situación no te robe el gozo. La falta de gozo y la desesperación no vienen de Dios, sino del enemigo que vino para “robar, matar y destruir” (Jn 10.10 – TLA). Si esperas en el Señor, él “hará brillar tu rectitud y tu justicia como brilla el sol de mediodía” (Sal 37.6 – DHH), como sigue diciendo el mismo Salmo. Si los vecinos quieren hablar mal de vos, es su problema. En algún momento Dios mostrará tu justicia frente a la injusticia de ellos, si es que él lo considera necesario. Por encima de los problemas y las dificultades, Dios sigue teniendo la última palabra, ¡y cuánto más cuando se trata de sus propios hijos!
            Una vez que Job haya intercedido por sus amigos y Dios haya respondido positivamente, ellos desaparecen del escenario. Con eso también empezó un nuevo capítulo en la vida de Job. Dice el versículo 11 que “todos sus hermanos y hermanas, y toda la gente que lo había conocido desde antes, lo visitaron y comieron con él en su casa. Todos ellos compartieron su dolor y lo consolaron por todo el mal que el Señor lo había dejado sufrir. Cada uno le llevó a Job una moneda de plata y un anillo de oro” (PDT). Y muchos de ustedes estarán pensando ahora: ‘Claro, si todos los hermanos y mis parientes y conocidos me visitaran, regalándome cada uno oro y plata, yo también sería grandemente consolado…’ Bueno, creo que el consuelo que recibió Job no pasó por las posesiones, sino más que nada por la pérdida de todos sus hijos que él había sufrido. Este versículo es una imagen de que este su sufrimiento esté terminando. No sabemos cuánto tiempo llevó Job sufriendo todas estas desgracias desde el día en que perdió todo lo que tenía hasta que ahora el Señor lo levante nuevamente. Los siguientes versículos también mencionan la bendición material y familiar abundante que recibió Job después de esto. Algunas versiones inclusive dicen que él tuvo 14 hijos y 3 hijas. Más allá de cifras exactas, toda la descripción es una ilustración de la sobreabundante bendición que Dios le hizo llegar. Bajo esa lluvia de bendiciones, Job vivió 140 años más después de haber sido levantado de su sufrimiento. No sabemos cuántos años tuvo en total, pero esta edad no era nada anormal en su tiempo.
            La tercera lección que saco de esto es que las experiencias duras de la vida son pruebas o situaciones momentáneas hasta que cumplan el propósito que Dios tiene con ellas. Entonces deben abrirle paso al consuelo y la bendición sobreabundante del Padre amoroso. Las dificultades que vives ahora, pasarán. En lugar de renegar contra ellas, pregúntale al Señor cuál es su propósito con ellas; cuál es la lección que él quiere que aprendas. Y si el Señor cree necesario prolongar esta situación por más tiempo, es para tu bien —aunque no sea para tu deleite momentáneo—. Él lo considera mejor así para ti. Pero en algún momento, la aflicción tiene que darle paso a la bendición de Dios. A veces parece que la aflicción dura toda la vida. Y aunque fuera así, es sólo la vida terrenal, que en algún momento tiene que darle paso a toda una eternidad de gozo y bendición sobreabundante que ni podemos imaginarnos. Así sucedió con Lázaro en una parábola que contó Jesús. Ahí Abraham le dijo al hombre rico que se encontraba en el infierno: “…durante tu vida te fue muy bien, mientras que a Lázaro le fue muy mal; pero ahora a él le toca recibir consuelo aquí…” (Lc 16.25 – NVI).
·         Las experiencias duras de la vida nos abren los ojos al verdadero ser de Dios.
·         Las experiencias duras de la vida y sus injusticias tendrán que dar paso a la justicia de Dios.
·         Las experiencias duras de la vida son pruebas o situaciones momentáneas hasta que cumplan el propósito que Dios tiene con ellas.
            ¿Cuáles han sido las experiencias duras que te tocó vivir en el transcurso de este año del cual nos quedan pocas horitas nada más? O quizás estés en medio de una de ellas. Aplica estas tres lecciones a tu experiencia. No sabemos qué nos traerá el 2018, pero podemos estar confiados de que el Señor estará con nosotros y él nos sostendrá. En cada dificultad que se te presenta, ten en cuenta estas lecciones:
·         Las experiencias duras de la vida nos abren los ojos al verdadero ser de Dios.
·         Las experiencias duras de la vida y sus injusticias tendrán que dar paso a la justicia de Dios.
·         Las experiencias duras de la vida son pruebas o situaciones momentáneas hasta que cumplan el propósito que Dios tiene con ellas.
            Así vas a poder llenarte de fe y confianza, y levantar tu mirada de las circunstancias para ver al Señor de las circunstancias. Y ellas tendrán que obedecer cualquier orden que el Señor les dará para tu bien.


martes, 5 de diciembre de 2017

Al revés










            Quiero empezar mostrándoles un video, que probablemente para muchos será conocido. Es una escena del programa de búsqueda de talentos. Imagínense que la artista represente a Dios, el dibujo que está realizando es tu vida. A veces creemos entender lo que él está haciendo, pero después quedamos totalmente desconcertados y no entendemos más ni jota. Nada de lo que hace el artista tiene sentido, no es lógico, es totalmente al revés. Sólo son manchas feas que hacen que la oscuridad alrededor sea más grande, más amenazante, más negra. Los demás se burlan y nos desaprueban. Llegan a creer y a decir que somos un error. Cuánto más tiempo pasa, peor es la situación. Pero Dios no terminó todavía. De golpe él da vuelta al cuadro de nuestra vida y sale a relucir algo tremendamente bello que él ha diseñado sin que sepamos qué es lo que él se traía bajo la manga. ¡Efectivamente, él lo hacía todo al revés!
            ¡Cuán desesperante pueden ser situaciones que se están desarrollando totalmente al revés de lo que uno quisiera! Y no es simplemente porque yo quiero que sean diferentes, sino que son situaciones verdaderamente graves que pueden alterar gravemente mi vida o la de otras personas. Parece que todos los demonios andan sueltos y que el mundo de las tinieblas se nos viene encima como tsunami, arrastrándonos a la destrucción total. Como iglesia hemos pasado momentos angustiosos cuando se enfermó gravemente la hermana de Rodrigo, cuando se accidentó Isael, cuando se tomó el colegio Ñandejara y muchas otras situaciones más que nos llevaría un buen rato enumerarlas todas. Y uno grita desesperado al Señor, deseando con todas las fuerzas que un rayo de luz caiga del cielo cambiando radicalmente la angustia que estamos viviendo. Deseando que él le dé vuelta al cuadro para que podamos ver lo que está haciendo. Pero El Artista no terminó todavía. Si da vuelta el cuadro antes de tiempo, se pierde el efecto, nosotros perdemos el interés y la dependencia, y el cuadro pierde su razón de ser. Pero la angustia que vivimos hace que perdamos la paciencia y apretamos el botón rojo de la desaprobación de lo que hace El Artista. Pero El Artista no terminó todavía. Esta situación ha sido tan solamente una parte de un cuadro mucho más grande. Cuando lleguemos a ver todo el cuadro, vamos a decir: “¡Qué hermoso detalle constituye en este cuadro aquel episodio que yo pensé que Dios se olvidó de darle vuelta al cuadro!” Y nos avergonzaremos profundamente haber apretado el botón rojo antes de tiempo, como sucedió en la continuación de este video.
            Para la reina Ester también todo estaba al revés. Ella vivió la angustia de su vida. Un decreto presidencial había ordenado la aniquilación de todo judío que había en el imperio. Ella no tenía posibilidades de comparecer ante el rey sin ser llamada, pero lo tuvo que hacer, poniendo en riesgo su propia vida. Aparte estaba la estrategia de qué manera ella presentaría su congoja ante el rey para que él la escuche. Eran situaciones verdaderamente terribles. Encima, Dios parecía estar tan oculto como lo es en todo el libro de Ester: no se le menciona ni una vez. Sólo se veían manchas feas que hacían que la oscuridad sea más aterradora todavía. Pero en realidad, Dios estaba pintando el cuadro al revés. Estaba tejiendo los hilos de la historia de tal manera que nadie notaba nada todavía al principio. Pero de repente dio vuelta la pintura, y se notó que él tuvo todo bajo control y sabía perfectamente qué era lo que estaba haciendo, ¡había sido!
            Ya habíamos visto que el rey le extendió su gracia a Ester, cuando en realidad el protocolo de la época la condenaba a muerte. Pero en ese momento, ella no presentó todavía su petición al rey, sino simplemente lo invitó a él y a Amán a un banquete en su casa. Incluso ni en ese banquete todavía no dijo lo que pesaba sobre su corazón, sino invitó a ambos a otro segundo banquete el día siguiente. No sabemos por qué ella procedió de esa manera, pero Dios usó estas circunstancias para hacer trazo tras trazo, dibujando un cuadro precioso que finalmente daría a conocer. Y fue ahí cuando los sucesos dramáticos finales de la historia de Ester empezaron a tomar su rumbo. Resulta que Amán, el que tanto odió a los judíos, volvió contento del banquete, porque haber sido el único invitado aparte del rey era una honra que nadie más tenía. Pero, esa su alegría tuvo un final muy violento cuando, de regreso a su casa, vio a Mardoqueo que ni siquiera se movió cuando pasó Amán, el cuate íntimo del rey, el único invitado especial de la reina. Mardoqueo lo ignoró totalmente. Eso hizo subir tanto la furia de Amán, que reunió a su esposa y amigos para contarles del comportamiento de ese desgraciado de Mardoqueo. “Entonces su esposa Zeres y todos sus amigos le aconsejaron: —Manda construir una horca de unos veintidós metros de altura. Luego, mañana por la mañana, le dirás al rey que haga colgar a Mardoqueo en esa horca. Así podrás disfrutar del banquete, en compañía del rey. Este consejo le agradó a Amán, y mandó a construir la horca” (Est 5.14 – TLA). Las fuerzas de las tinieblas arrasan sin freno. ¿Y Dios? Bien, gracias. Sigue dibujando manchas feas que destruyen el cuadro. Parece que los poderes infernales lograron atarle las manos para que no pueda hacer absolutamente nada. Pero él esperó no más el momento en que el conjuro diabólico contra su pueblo llegue a un clímax, para luego destruirlo de un golpe y dar vuelta el cuadro al revés. Silenciosamente, sin llamar la atención alguna, sin que nadie se dé cuenta de lo que ocurrió, de modo que pareciera coincidencia, suerte, casualidad, “cosas de la vida”, o cualquier otro nombre que la gente pueda darle, Dios empezó a mover una pieza, luego otra y otra, hasta que de repente se arme el rompecabezas completo, ya terminado, sin que nadie se diera cuenta de lo que estaba cocinándose. “Aquella misma noche se le fue el sueño al rey, y pidió que le llevaran el libro de las memorias y crónicas, y que se las leyeran” (6.1 – RVC). ¿Por qué se le fue el sueño? ¿Por qué no ocurrió ni una noche antes ni una noche después? ¿Por qué quiso leer esas memorias? Quizás porque eran tan aburridas que le dé sueño otra vez. Todo podría haber ocurrido de mil maneras diferentes a como ocurrieron ahora. Estas fueron las primeras movidas del Señor para presentar luego un hermoso cuadro. Fíjense como continúan las “casualidades” y “cosas del azar de la vida”: “Se encontró entonces escrito que Mardoqueo había denunciado el complot de Bigtán y de Teres, dos de los eunucos del rey y guardianes de la puerta, que habían hecho planes contra el rey Asuero” (6.2 – RVC). Seguro que en estas memorias estaban escritas muchísimas cosas. ¿Por qué leyeron precisamente lo que hizo Mardoqueo? Nada, absolutamente nada, de lo que ocurrió en la historia de Ester —¡y de lo que ocurre en tu vida!— es casualidad. “Pero no entiendo nada.” Ah, esa es otra cosa. ¿Quién te dijo que debías entender cada movida que Dios hace en tu vida? Él es Dios. Él sabe lo que hace. Espera a que él dé vuelta a tu cuadro. Yo me imagino a Dios riéndose para sus adentros por ese gozo anticipado, sabiendo qué iba a resultar finalmente de todo; qué caos iba a ocasionar en el reino de las tinieblas. ¿Podemos ver ya lo que empieza a ocurrir? Amán, y todos los poderes ocultos, trataban de destruir pieza por pieza a los judíos, pueblo de Dios, empezando por Mardoqueo y Ester. Pero Dios hizo que en precisamente el instante en que bajaron ya la mano para el primer golpe, su mano se estrellara con fuerza contra el brazo que Dios puso alrededor de su pueblo. Fue en ese momento que Mardoqueo entró en el centro de atención del rey. Se le leyó al rey el registro de cómo ese judío le había salvado la vida en una oportunidad. “Y preguntó el rey: «¿Qué honra o qué distinción se le hizo a Mardoqueo por este servicio?» Y los servidores del rey, sus oficiales, respondieron: «No se le ha hecho ninguna distinción.» En eso dijo el rey: «¿Quién anda en el patio?» Amán había venido al patio exterior de la casa real, pues quería hablar con el rey para pedirle que mandara colgar a Mardoqueo en la horca que ya le tenía preparada” (6.3-4 – RVC). Ya la mente del rey y la de Amán estaban tomando rumbos totalmente diferentes: uno pensaba en distinguir a Mardoqueo, el otro en colgarlo. Si el rey no hubiera tenido su insomnio, Mardoqueo ya estaría flotando entre cielo y tierra a más de 20 metros del suelo.
            Pero a esta altura nadie todavía se dio cuenta de la movida de Dios en el asunto. El rey hizo entrar a Amán y le preguntó: «¿Qué debe hacerse con el hombre a quien el rey desea honrar?» Y Amán pensó: «¿A quién más puede el rey querer honrar, sino a mí?» (6.6 – RVC). En el mundo de Amán no cabía otro que él mismo. Y motivado por su sed de grandeza y, a la vez, su ceguera, ingenió un plan de los más majestuosos de cómo el rey podría honrar a una persona a la vista de todo el pueblo: tratarlo como si fuera el rey mismo, hacerle pasear por las calles, gritando: “Así se hace al hombre a quien el rey quiere honrar” (6.9 – NBLH). Y ahí viene el primer golpe durísimo para Amán: “Pues date prisa, toma la túnica y el caballo, tal como has dicho, y haz eso mismo con el judío Mardoqueo, que está sentado a la puerta del palacio. No dejes de cumplir ningún detalle de los que has dicho” (6.10 – DHH). Peor humillación no podría haber para Amán: 1.) No era él el honrado, había sido; 2.) el honrado sería su archienemigo, el más odiado entre todos los seres humanos; 3.) él mismo tendría que realizar esta acción. Con esto se inició su caída libre al vacío que terminó con su estrellamiento contra el piso que significó literalmente su muerte.
            Pero a Amán no le quedó otra que llevar a cabo la orden del rey, sin titubear ni objetar. Esta acción tuvo efectos muy diferentes sobre Mardoqueo y sobre Amán. Mientras a Mardoqueo parece que no le tocó las emociones ni en lo más mínimo, Amán se quería morir: “Después de eso, Mardoqueo regresó a la puerta del palacio del rey [como si nada hubiera pasado], mientras que Amán corrió a su casa con la cabeza cubierta, todo avergonzado” (6.12 – PDT). Y su familia y amigos proclamaron una profecía sobre él que se cumplió pocas horas después: “Si Mardoqueo es judío, no pienses que lo podrás vencer. Al contrario, esto es apenas el comienzo de tu derrota total. Mientras estaban hablando, llegaron los guardias del rey y se llevaron a Amán al banquete que Ester había preparado” (6.13-14 – TLA).
            En esa oportunidad llegó el momento en que Ester tenía que revelar cuál era el quebranto que la empujaba a ir incluso en contra del protocolo tan estricto de los persas: “Si me he ganado el favor de Su Majestad, y si le parece bien, mi deseo es que me conceda la vida. Mi petición es que se compadezca de mi pueblo. Porque a mí y a mi pueblo se nos ha vendido para exterminio, muerte y aniquilación. Si sólo se nos hubiera vendido como esclavos, yo me habría quedado callada, pues tal angustia no sería motivo suficiente para inquietar a Su Majestad. El rey le preguntó: ¿Y quién es ése que se ha atrevido a concebir semejante barbaridad? ¿Dónde está? ¡El adversario y enemigo es este miserable de Amán! respondió Ester. Amán quedó aterrorizado ante el rey y la reina” (7.3-6 – NVI). ¡Bueno, ya salió lo que le apretaba el pecho! Se ve que el rey no se había enterado de lo que se estaba tramando, ni quién tenía ahí sus manos en juego. Y al parecer, ni Amán se dio cuenta al inicio de cuál era el objetivo de Ester con sus declaraciones. Por eso, cuando ella lo denunció ante el rey, le agarró el pánico. Se dio cuenta que su caída libre estaba llegando peligrosamente cerca al fondo rocoso sobre el cual se estrellaría irremediablemente si no ocurría algún milagro: “Asuero se levantó lleno de ira y, abandonando la sala donde estaban celebrando el banquete, salió al jardín del palacio. Pero Amán, al darse cuenta de que el rey había decidido condenarlo a muerte, se quedó en la sala para rogar a la reina Ester que le salvara la vida” (7.7 – DHH). Del hombre de confianza que parecía tener todo el poder a su favor, Amán pasó a ser un condenado a muerte en cuestión de pocas horas. El rey ordenó colgarlo de la horca que él mismo había construido con el fin de colgar en ella a Mardoqueo. Nunca habrá sospechado que él mismo sería el que inauguraría su obra de arte.
            Cuando Dios interviene a favor de su pueblo, nada ni nadie puede hacerle frente. No importa cuán imposibles te parezcan las circunstancias, Dios hace lo que ningún ser humano puede hacer, si eso corresponde a su plan para sus hijos. Mardoqueo, que en los planes de los poderes de las tinieblas estaba destinado a la muerte, fue elevado al funcionario de honor y mano derecha de Asuero, puesto que hasta entonces había ocupado Amán. Como no se pudo anular una ley ya decretada, se les permitió a los judíos protegerse ese día y contraatacar a sus enemigos. Todo esto llevó a una fiesta que los judíos han celebrado por siglos en conmemoración de tan grande suceso de manos de Dios.
            ¿Cuál es el cuadro que Dios está pintando al revés en tu vida? ¿Tienes ahora situaciones imposibles? ¿Situaciones en que todos los cálculos no cierran? ¿Situaciones que te tienen desesperados? ¿Suceden las cosas al revés en tu vida? ¡Entonces gózate, porque El Artista está muy concentrado en pintar tu vida de manera increíble! Entrega estas situaciones al revés al Señor. Él es tu poderoso gigante, tu guerrero, que va delante de ti abriendo camino y peleando la batalla por ti. Dios dijo a Josafat: “En este caso, ustedes no tienen por qué pelear. Simplemente quédense quietos, y contemplen cómo el Señor los va a salvar” (2 Cr 20.17 – RVC). El Señor peleará por ti y te dará el resultado que él desea para ti. Quizás no será el resultado que tanto habías deseado, pero será su paz sobrenatural en ti y que te capacita para aceptar cualquier otro resultado que pueda venir. No te impacientes. No le aprietes el botón rojo. Más bien llénate de expectativa gozosa por ver qué resultará de todas esas manchas en tu vida. ¡Y cuando él dé vuelta al cuadro al revés, será incomparablemente más sublime y hermoso de lo que jamás te hayas podido imaginar!


lunes, 13 de noviembre de 2017

Solos contra el mundo







            Hay en la vida situaciones en que uno se siente como si estuviera totalmente solo contra el resto del mundo. Es una sensación exagerada, pero a veces nos parece ser demasiado real. Los que tuvieron que defender una tesis, por ejemplo, pueden haberse sentido solos frente a unas fieras salvajes en la mesa del jurado, listos para despedazarlos. O puede suceder algo parecido en el momento de una entrevista de trabajo demasiado importante y delicada. O la sensación de una mujer, un niño o cualquier persona que por cosas de la vida se ve sola ante la vida, sola en un país extraño, sin nadie a su lado para enfrentar los desafíos aterradores. A veces también nos sentimos solos con nuestro testimonio cristiano frente a un montón de burladores que no desperdician ni una oportunidad de querer destrozarnos con su risa malévola a causa de nuestra fe. Solos contra el mundo. ¿Qué hacer entonces? ¿No sería más sensato renunciar, comprometer sus convicciones, con tal que te dejen en paz?
            Hace dos semanas empezamos a introducirnos en la historia de la reina Ester en el Antiguo Testamento. En el pasaje de hoy ella no será tanto la protagonista, sino más bien su tío Mardoqueo. Y él también se encontraba solo frente al mundo: un mundo de odio y de maldad; un mundo de venganza. ¿Qué hacer en estas situaciones? Veamos lo que hizo él.

            FEst 3

            En la prédica hace dos semanas, el pastor Roberto nos introdujo al libro de Ester, presentando por lo menos dos de los cuatro protagonistas de esta historia muy interesante: por supuesto a Ester, personaje principal, y al rey Asuero, que llegó a tomarla a Ester por esposa. En este texto conoceremos los otros dos protagonistas: Mardoqueo y Amán. Mardoqueo ya apareció en el texto de hace dos semanas. Era el tío y padre adoptivo de Ester. Amán es descrito en nuestro texto como “hijo de Hamedata, descendiente de Agag” (v. 1 – DHH). Puede que ese nombre Agag les suene conocido, porque ya lo conocimos hace algunos meses atrás. Esta descripción indica que Amán era descendiente de los amalecitas, población enemiga de Israel desde que los tiempos de Moisés. Con su rey Agag ya nos habíamos cruzado cuando el rey Saúl desobedeció la orden de Dios de eliminar a los amalecitas. En aquella oportunidad, Saúl dejó con vida al rey Agag. Amán ahora es descendiente de este rey Agag. Esto nos ayuda a entender el origen de su odio contra los judíos.
            Por alguna razón no indicada en el texto, Amán se vio beneficiado por un ascenso por parte del rey Asuero a un puesto de suma confianza y autoridad. Esta nueva posición le dio mucho más poder a Amán para llevar a cabo sus planes malévolos. Esta posición conllevaba que todo el mundo, por orden expresa del rey, debía arrodillarse ante él y rendirle honores. Y la gente lo hacía – excepto Mardoqueo. Él tenía muy claro quién sería el único ser en el universo ante quien se inclinaría: el Dios todopoderoso. En una película de la historia de Ester que quisiera mostrarles en algún momento, él lo dice con mucha claridad. Aunque él estaba frente a una persona con autoridad del mismo rey más poderoso de la época en toda la región, para Mardoqueo había todavía un poder más grande: el de Dios a quien él servía. Esto él lo tenía en claro, y no se desviaba de su postura, opóngase quien quiera.
            Me pregunto cómo hubiera reaccionado yo ante esta situación. Si ni siquiera necesito llegar a situaciones tan extremas como esta. Ante manifestaciones contrarias a la fe cristiana en Facebook, el vecindario o cualquier lugar que me muevo a lo mejor ya me achico y guardo silencio. Se requiere de mucha valentía para mantener su testimonio firme, claramente expuesto ante todo el mundo. Ser sal y luz del mundo a veces no es tan fácil y puede tener serias consecuencias, como fue justamente el caso de Mardoqueo.
            La primera consecuencia fue el cuestionamiento de los funcionarios del palacio. Como su sobrina, la reina Ester, estaba en el palacio, Mardoqueo siempre estaba dando vueltas por sus alrededores, por si se presentase alguna emergencia. Cuando los guardias de la entrada se dieron cuenta de que Mardoqueo no se inclinaba ante Amán, le increparon: “¿Por qué desobedeces la orden del rey?” (v. 3 – BLA). Como no les hizo caso, se volvieron mucho más insistentes, sin lograr ninguna otra respuesta excepto de que él era judío.
            Entonces las consecuencias de su postura firme se agravaron más. Estos guardias “…lo denunciaron a Amán, por ver si a Mardoqueo le valían sus excusas, porque les había dicho que él era judío” (v. 4 – BNP). No contentos con ser pesados, se hicieron chupamedias, y luego malévolos. Si ellos no hubieran hecho esto, a lo mejor la historia hubiera sido muy diferente, porque Amán parece que no había notado todavía esta actitud de Mardoqueo. Pero ante estas denuncias, él mismo comprobó que efectivamente era así: Mardoqueo no se arrodillaba ante él. Como Amán era una persona ansiosa de poder, esta actitud de Mardoqueo casi lo hizo estallar de furia.
            Las olas de las consecuencias de la firmeza de Mardoqueo se seguían extendiendo. Ya no le afectaba sólo a él, sino a todo el pueblo judío: “Amán consideró que era muy poco vengarse solamente de Mardoqueo, así que procuró destruir a todos los judíos que había en el reino de Asuero…” (v. 6 – RVC). Como ya habíamos visto en la historia de Nehemías, varios grupos grandes de judíos ya habían vuelto a Jerusalén. Pero, aun así, había todavía un buen número de judíos que vivían en las diferentes provincias de Persia.
            Pero por más poderoso que era Amán, había otro más poderoso que él que tenía la última palabra: el rey mismo. Y para que el rey diera su aprobación a su plan gestado en el mismo infierno, Amán tenía que proceder de manera muy astuta. En primer lugar, él tenía que hacer parecer todo como un plan fríamente calculado, que él —Amán— podría controlar y llevar a cabo de taquito. Por eso empieza por fijar la fecha. Según la costumbre de aquel entonces, él echó la suerte para determinar el día exacto de su venganza. El echar la suerte ocurrió en abril, según nuestro calendario. Y la fecha que salió “electa” por sorteo, era en marzo del año siguiente, es decir, casi un año más tarde. Esto le dio suficiente tiempo para preparar todo como para poder darle rienda suelta a su odio contra los judíos.
            Luego él le presentó su plan al rey con un argumento mezclado con verdades y media verdades. Y esa mezcla confundió lo suficiente como para poder saltar de golpe a conclusiones totalmente erradas. Veamos los elementos que componen su argumentación: “Hay un pueblo esparcido por todas las provincias del reino” (v. 8 – PDT). Verdad. Era así; recién lo habíamos dicho que los judíos estaban esparcidos por varias provincias del reino.
            “Ese pueblo no se junta con la otra gente…” (v. 8 – PDT). Verdad a medias. Tenían una identidad muy bien formada, especialmente en lo espiritual. En ese sentido sí que no se juntaban o mezclaban con otras doctrinas e ideologías. Puede ser también que en cuanto a raza no se hayan mezclado mucho con otras naciones. Salvo pocas excepciones, me imagino que un hombre judío sólo se casaba con una mujer judía. Pero socialmente es mentira que no se juntaban con otros. Si vivían esparcidos en todo el reino y estaban en roce constante con todo tipo de personas, no podían otra cosa que juntarse con los demás.
            Otras traducciones dan a entender que los judíos eran un pueblo secreto, casi como espías, tan bien mezcladas con la gente que nadie sabía quién era. Es decir, eran un pueblo difícil de identificar y, por lo tanto, un peligro en potencia.
            “…tiene costumbres diferentes a las de los demás” (v. 8 – PDT). Verdad. Por su identidad espiritual y cultural, los judíos eran —y siempre serán— un pueblo bien específico que no pierde estos rasgos.
            “Ellos no obedecen las leyes del rey…” (v. 8 – PDT). Verdad a medias. Los judíos estaban en tierra extranjera. No les quedaba otra que obedecer las leyes del lugar porque si no, les iría muy mal. Que Mardoqueo no haya obedecido esa una instrucción de venerar a Amán no quería decir todavía que todo el pueblo desobedecía todas las leyes, a no ser que haya leyes que vayan en contra de la ley de Dios. Esta ley estaba para los judíos por encima de cualquier otra ley humana.
            Esa mezcla entre verdades y media verdades, por un instante despistó al rey lo suficiente como para asestar el golpe mortal contra los judíos y presentarle una conclusión totalmente estirada por los pelos y sin fundamento alguno. Ni siquiera tenía nada que ver con los argumentos presentados anteriormente:
            “…no es conveniente que el rey les permita seguir viviendo en su reino” (v. 8 – PDT). ¿Qué tenía que ver la vida de este pueblo con tener costumbres diferentes y estar esparcido por todo el reino? Amán habla como si los judíos fueran criminales de lo peor. Si él hubiera enumerado una lista de actos terroristas cometidos por los judíos, quizás se podría llegar a esta conclusión, pero no por ser un pueblo como él lo describió.
            Una vez presentados estos argumentos y su conclusión “lógica”, Amán empuja al rey a la acción de manera muy astuta. Primero le chupa también la media al rey, haciéndole sentir que él como rey es el que toma las decisiones (“…si a Su Majestad le parece bien…” – v. 9 – DHH), para acto seguido enchufarle la decisión que Amán ya había tomado: “…publíquese un decreto que ordene su exterminio” (v. 9 – DHH), “ordene destruir a esa gente y yo pondré en manos de los funcionarios trescientos treinta mil kilos de plata en el tesoro del rey” (v. 9 – PDT). No da la apariencia de que el rey haya sido demasiado hambriento por dinero, porque le contestó: “Puedes quedarte con la plata” (v. 11 – DHH). Incluso dudo mucho que Amán haya tenido realmente esa plata, porque era una suma tremendamente exagerada. Quizás por eso que el rey no le dio importancia. Pero de todos modos sirvió para darle a la presentación del plan de Amán un impulso sicológico muy fuerte para que el rey le diera su aprobación.
            Y el rey cayó en la trampa con todo. Ni siquiera dijo que lo analizaría, que lo comunicaría a sus consejeros o que Amán elaborara un borrador para que él como rey lo viera, lo modificara y sacara luego la versión definitiva para promulgarla. Cayó como piedra, ¡Ploc!, enterito en la trampa y le dio a Amán su anillo real, que era símbolo de autoridad, porque llevaba el sello del rey que se estampaba en todo documento, dándole carácter oficial y obligatorio, imposible de revertir. Prácticamente el rey le confirió su propia autoridad máxima a Amán. Y el relator de este suceso, el autor del libro de Ester, le da un dramatismo impresionante por la forma de describirlo. Es como si enfocara el anillo del rey en primerísimo plano y muestre en cámara lenta como lo saca de su dedo y lo entrega en manos de Amán: “Entonces el rey se quitó del dedo el anillo oficial y se lo dio a Amán hijo de Hamedata, descendiente de Agag, enemigo de los judíos” (v. 10 – PDT). Con este movimiento, la condena de los judíos estaba sellada: “Puedes quedarte con la plata, y haz con ese pueblo lo que mejor te parezca” (v. 11 – BLPH). ¡Un cheque en blanco para que Amán le pueda poner el precio que él quería por este pueblo! Amán había logrado engañar y atontarle al rey completamente. Él manejó el asunto de ahora en adelante, preparando todo para la gran matanza. Ni siquiera fue necesario echar mano de los recursos del gobierno o del ejército, sino que ordenó a los gobernadores y la población en general eliminar en la fecha indicada por la suerte a cuanto judío encontraban, “jóvenes y ancianos, niños y mujeres” (v. 13 – RVC). Todo esto fue escrito “…en el nombre del rey Asuero y sellado con el anillo del rey” (v. 12 – NBLH). Una vez hechas las copias para cada provincia, el servicio de Courier más eficiente de la nación fue encargado de llevarlas a su destino final. Una nota explicativa dice: “Los autores antiguos informan que fueron los persas quienes establecieron los correos rápidos para la comunicación con las provincias” (DHH). Y la película muestra justamente la alta velocidad con que se diseminaba este decreto. A causa del mismo, “en la ciudad de Susa reinaba el desconcierto” (v. 15 – RVC). ¿Y qué hacían Amán y el rey? “…el rey y Amán no hacían más que tomar y pasarlo bien” (v. 15 – BLA). Pareciera ser una descripción de los políticos paraguayos del 2017: el país se cae a pedazos, mientras que ellos se pasan de una farra a otra (claro, con algunas pocas excepciones). Una insensibilidad aterradora respecto al caos reinante en el pueblo al que deberían servir. Pero así es el ser humano sin Cristo.
            ¡Vaya qué consecuencias tuvo la postura de Mardoqueo para él mismo y para todo su pueblo! ¿Valía la pena tanta “terquedad” simplemente por una postura física? ¿Qué le costaba arrodillarse al paso de Amán, con tal que en su corazón él sabía quién era su verdadero rey? Él podía decir también como aquella niña: “Estoy arrodillado, pero ¡en mi interior yo sigo de pie!” Por culpa de Mardoqueo cayó ahora tanta desgracia sobre todo su pueblo. ¡Es inadmisible! Si la historia terminara aquí, podríamos llegar a pensar de esta manera. Pero la historia completa muestra que precisamente por su fidelidad a Dios, a pesar que ni siquiera se le menciona a Dios en ningún momento en este libro, fue lo que finalmente resultó en la liberación de los judíos, y el origen de una de las fiestas anuales grandes que los judíos celebraron hasta siglos después todavía. ¿Qué hubiera pasado si Mardoqueo no hubiera mantenido en alto su fidelidad a Dios? No lo sabemos, pero de seguro que hoy no tendríamos esta impresionante historia, ejemplo por excelencia de la intervención divina en la vida de su pueblo.
            No condiciones tu fidelidad a Dios y sus principios según tu aparente conveniencia en el momento. La historia no termina con el momento presente. Cuando te parece que tu fe y tu fidelidad a Dios sólo te trae pérdidas, recuerda que Dios mide las cosas de manera muy diferente. Puede que sí pierdas muchas cosas; puede que inclusive pierdas tu vida. La historia del cristianismo está llena de casos así. En esta semana conmemoramos los 500 años de la Reforma. Fue precisamente esta reforma con Lutero como uno de los protagonistas principales la que dio origen 4 años después al movimiento anabautista/menonita. Y la historia de los menonitas está llena de testimonios de personas que perdieron su vida por su fidelidad a Dios. Se les dio la posibilidad hasta el último minuto de negar su fe y salvar así su vida. Pero en la gran mayoría de los casos dijeron: “¿Y de qué me sirve mantener mi vida terrenal si a cambio pierdo mi vida eterna?”
            No sé ante qué desafíos estás en tu vida que ponen en juego tu testimonio como cristiano, tu función de ser sal y luz del mundo. Pero si te sientes como si estás solo contra el mundo, gira tu cabeza para contemplar al León de Judá que está a tu lado y exclama a voz en cuello junto con el profeta Jeremías: “Jehová está conmigo como un poderoso gigante; por tanto, los que me persiguen tropezarán y no prevalecerán; serán avergonzados en gran manera, porque no prosperarán; tendrán perpetua confusión, que jamás será olvidada” (Jer 20.11 – RV95). ¿Qué puedes perder al serle fiel a Cristo? ¿Qué puedes ganar al serle fiel a Cristo? ¿Cuál de los dos pesa más para ti?

lunes, 16 de octubre de 2017

Guayaba del Señor







            Frente al templo de la iglesia de Costa Azul hay dos plantas de guayaba. Cada domingo después del culto parecen ser árboles de Navidad con los niños colgados por todos lados como adornos. Pero en tiempo de frutas me da tanta pena ver a los chicos arrancar las pequeñas frutitas todavía totalmente verdes e incomibles. No solamente no los pueden disfrutar, sino que los echan a perder. Una fruta verde normalmente no sirve para nada.
            Comparo ahora el reino de Dios con un árbol de guayaba. Nosotros como sus hijos somos las guayabitas diseminadas por toda la planta. El Señor se está paseando, mirando con emoción y expectativa estas frutas. Hay algunas recién formándose, otras ya en pleno desarrollo, y también aquellas que han alcanzado la plena madurez y deleitan al Creador. Pero todas las guayabas que no maduraron todavía, por el momento no sirven todavía para el deleite del Señor. Nuestro máximo anhelo como hijos de Dios, como guayabitas en su árbol, es —¡o debería ser!— estar para el deleite de nuestro Dios. ¿Pero lo somos? Los que conocemos las guayabas, sabemos a primera vista si una fruta está madura o todavía no. Pero entre los cristianos cuesta bastante más distinguir entre una persona madura y otra todavía en desarrollo. Y lo lindo es que no necesitamos definir quién es maduro y quién es inmaduro. De esta evaluación se encargará el Señor – aunque demasiadas veces sí hacemos juicios acerca de la inmadurez de otros – probablemente la señal más sobresaliente de nuestra propia inmadurez. Es que, al hacer esta “evaluación” siempre nos tomamos a nosotros mismos como ejemplo de una persona madura. Cuanto más se parecen las otras personas a nosotros, tanto más cerca están del nivel óptimo de madurez. Y tan engreídos estamos que no nos damos cuenta de que de verde pasamos a podridos; que estamos lejísimo de ser un ejemplo para otros – a no ser un ejemplo como no se debe ser.
            La primera carta a los corintios nos da una regla correcta para medir el grado de madurez ¡no de mi hermano(a), sino de mí mismo! Yo, como guayaba del Señor, ¿qué tal está mi madurez? Este es un tema en el cual no sirve pensar: ‘¡Ay, qué pena que no está fulano hoy en el culto! Esta prédica sería justo para él.’ O para dar codazos al cónyuge: “¿Escuchaste?” Esta prédica es justo para… el que la está escuchando (¡y dando!).
            La primera característica de una guayaba cristiana madura encontramos en los primeros dos versículos del capítulo 3.

            F1 Co 3.1-2

            1.) Un cristiano maduro soporta enseñanza fuerte. Puede sorprender esta frase. ¿Acaso hay en la Biblia “enseñanzas fuertes”? ¿Acaso no es todo amor y misericordia? Bueno, no todo. La Biblia contiene una infinidad de temas y enseñanzas, y no todas las personas están en condiciones de recibirlos. Este mismo texto de hoy podría ser demasiado fuerte para algunos y causar molestias. Pero es Palabra de Dios, y como tal debe ser enseñada y predicada.
            Muchas personas, por ejemplo, no aguantan ser reprendidos o exhortados. Ante un “No”, se comportan como criaturas: lloran, gritan, zapatean, se tiran en el piso, etc. Y no crean que esto no sucede entre personas adultas. Quizás son manifestaciones más “sofisticadas” como picharse por todo y por nada, salirse de un grupo WhatsApp cuando uno se siente ofendido, mostrar un espíritu de crítica, falta de sujeción a las autoridades, etc. Son manifestaciones de personas que no soportan que alguien les contradiga o vaya en contra de lo que ellos quieren. A Jesús le pasó lo mismo con muchos así llamados “discípulos”, pero que eran meros acompañantes de él sin ser seguidores de él. En un momento, ante sus enseñanzas, ellos dieron media vuelta y se salieron del grupo WhatsApp “discípulos de Jesús”. Dice la Biblia: “Al oír esto, muchos de los que seguían a Jesús dijeron: — Esta enseñanza es inadmisible. ¿Quién puede aceptarla? … Desde entonces, muchos discípulos suyos se volvieron atrás y ya no andaban con él” (Jn 6.60, 66 – BLPH). ¡Menos mal que eso ocurrió en tiempos de Jesús! Hoy ya estamos tanto más avanzados que ya no reaccionamos más de manera tan infantil…
            Pero los corintios sí tuvieron todavía este problema. Por eso, Pablo dice que él no les pudo dar todavía comida sólida, es decir, enseñanzas más exigentes y sofisticadas. Solamente les pudo repetir una y otra vez lo básico de la vida cristiana, dejando tantos otros temas sin tocar: “…no pude hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a bebés en Cristo. Las enseñanzas que les di fueron como leche porque todavía no podían comer nada sólido…” (v. 1 – NBLH/PDT). Esta ilustración de Pablo es muy comprensible para los que somos padres o los que ayudan a cuidar a hermanitos pequeños. Si alguien ha estado alguna vez para un asado en casa de Carlos y Celeste, sabe lo que significa que Carlos haga asado. Supongamos que una pareja con su bebé de 5 meses está invitada para comer asado en la casa de Carlos. Entonces la madre dice: “Bueno, si a mí me hace bien esta comida, entonces la voy a dar también a mi bebé.” ¡Lo mata! Un bebé está en un estado de desarrollo totalmente distinto al estado de un adulto, y con requerimientos muy diferentes. Darle asado a un bebé es tan dañino como si nosotros nos alimentáramos todo el día sólo con Nestum y leche. Pero en una familia hay pues personas de diferentes edades y grados de madurez física, y hay que proveerle a cada uno según su situación.
            En la familia espiritual sucede exactamente lo mismo. Es natural que en una iglesia haya cristianos de todas las “edades” de vida espiritual, porque algunos se han convertido a Cristo recién no más, y otros ya llevan bastante tiempo como cristianos. Lo que no es normal es que los que ya llevan años en la vida cristiana se comporten como criaturas. Si bien Jesús dijo que debemos ser como niños, en el sentido de confiar incondicionalmente, no quiso decir que debemos comportarnos como niños.
            Recuerdo que hace muchos años había en una iglesia una familia en la que se había invertido mucho tiempo y esfuerzo, tratando de ayudarles a crecer, pero sin mucho éxito. Uno de los líderes de la iglesia encabezaba una reunión casera en la casa de ellos. Un día se le acabó la paciencia y le dijo a esa familia: “Ustedes ya deberían estar creciditos espiritualmente. Deberían estar ya en condiciones de dirigir ustedes una reunión casera. Pero siguen comportándose como niños. Necesitan todavía que se les tome de la manito y les indique pasito a pasito qué hacer.” Es triste ver casos así. Pero a la inversa, da mucho ánimo al ver a personas que han tenido sus tropiezos, pero ahora siguen firmes en el camino, buscando a Dios por sobre todas las cosas, estudiando su Palabra, cultivando la devoción en la familia, apasionados por el Señor. Esa es una guayaba que está haciendo pasos firmes hacia la madurez. Le podés enseñar cualquier tema, y lo va a aceptar. Si a veces viene una reprensión, bajará la cabeza y dirá: “¡Ay, eso dolió! ¡Sí, Señor! Tienes razón, yo me equivoqué. Por favor, perdóname. Y dame la firmeza para no volver a cometer ese mismo error.” Y se queda aferrada del Señor contra vientos y marea.
            ¿Tienes estas características en tu vida? ¡Felicidades, estás en buen camino! Sigue adelante, creciendo para la honra y gloria del Señor, desarrollándote en una guayaba sabrosísima para Dios.

            F1 Co 3.3-4

            2.) Un cristiano maduro cultiva sanas relaciones interpersonales. Pablo critica la tremenda inmadurez de los corintios. Lastimosamente no existía todavía cuando eso la IEB Parque del Norte para que Pablo la ponga de ejemplo a los corintios para mostrarles cómo se vive la vida cristiana… En el caso de los corintios, su inmadurez se evidenciaba en los celos, las envidias, peleas y discordias. Se formaban grupos enfrentados dentro de la iglesia: algunos eran del partido de Pablo, otros del de Apolos. Y si volvemos al capítulo 1, vemos que, además, había en Corinto el partido de Cefas y el de Cristo. Es normal, y diría hasta inevitable, que en una iglesia haya personas que tengan mejor química con uno que con otro. Por decir, a los de ustedes que por ejemplo se convirtieron o se bautizaron con el pastor Ceferino, los unirá un lazo más especial a él que a cualquiera de los demás pastores. Otros experimentarán esto mismo con el pastor Juan, otros con el pastor David. Y está bien que sea así. Pero no puede llegar a lo que Pablo critica aquí: a rivalidades y enfrentamientos. Cuando se arman grupos intolerantes en una sociedad o iglesia, muestran no más su egoísmo y su inmadurez. Cristo y el Espíritu Santo siempre buscarán la unidad de la iglesia, jamás la división. En la última voluntad de Cristo, expresada en su oración sacerdotal poco antes de su muerte, él ruega reiteradas veces al Padre por la unidad de todos sus seguidores: “Te pido que todos ellos estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Les he dado la misma gloria que tú me diste, para que sean una sola cosa, así como tú y yo somos una sola cosa: yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a ser perfectamente uno, y que así el mundo pueda darse cuenta de que tú me enviaste, y que los amas como me amas a mí” (Jn 17.21-23 – DHH). Cristo quiere la unidad de su iglesia y estuvo dispuesto a dar su vida para que esto pueda ser posible. Y será esa unidad la que tendrá efectos evangelísticos que invitarán a los vecinos a entrar también en este camino en pos de Cristo. Cualquier división en la iglesia o también cualquier rompimiento de relaciones interpersonales siempre proviene del enemigo de Dios que gobierna sobre los poderes de las tinieblas. Él no tiene otra intención que robar, matar y destruir (Jn 10.10). Así también, el que está dominado por el Espíritu de Dios buscará en todo momento la unidad entre hermanos y como iglesia.
            Pablo dice que este comportamiento de celos y rivalidades es muestra clara de que son personas totalmente carnales, “…que todavía no han crecido espiritualmente y que actúan como cualquier otro del mundo” (v. 3 – PDT), “…que no han superado el nivel puramente humano” (BLPH), “…que los guían los bajos instintos y que proceden como gente cualquiera” (NBE). ¡Sabe pegar fuerte ese Pablo! Eso sí que ya no es leche…
            Pero así de fuerte es también un comentario que encontré al respecto: “¿Qué es lo que hay en su vida y conducta [de los corintios] que hace que Pablo les dirija esta reprensión? Son sus partidismos, peleas y grupitos. Esto es sumamente significativo, porque quiere decir que se puede saber cómo está la relación de una persona con Dios viendo su relación con sus semejantes. Si nunca está de acuerdo con nadie, si siempre está peleándose y discutiendo con los demás y creando problemas, puede que asista regularmente a la iglesia y hasta que tenga algún cargo en ella, pero no es un hombre de Dios. Sin embargo, si uno se lleva bien con los demás y sus relaciones con ellos están inspiradas en el amor y la unidad y la concordia, entonces lleva camino de ser un hombre de Dios” (Barclay).
            En una iglesia había constantes peleas entre algunas hermanas. Eran el quebranto del pastor, porque no había forma de que dejen su actitud rencillosa. Una hermana una vez dijo: “Pero con el Señor yo estoy bien.” Según lo que Pablo dice aquí, y lo que dice también ese comentarista, es imposible separar nuestra relación con el Señor de nuestra relación con el prójimo. El que ama profundamente al Señor y cultiva una relación de máxima intimidad con él no puede estar en discordia con otra persona, creada a la imagen de Dios.
            ¿Qué tal las guayabas de Parque del Norte? ¿Son ante la sociedad un símbolo de unidad o preferirían tener cada uno su propia rama donde desarrollarse?

            F1 Co 3.5-9

            3.) Un cristiano maduro construye (edifica) la iglesia de Dios. ¿Cuál es el trasfondo de las divisiones y las discordias que habíamos visto recién? En el fondo está la postura intransigente que dice: “No me junto con fulano porque él es diferente que yo” (actúa diferente, piensa diferente, cree diferente; es de otro partido o de otro club y no podemos congeniar). ¿Cuál era la actitud de Pablo y Apolos? “Me junto con Apolos (me junto con Pablo) porque él es diferente que yo” (él tiene dones que a mí me faltan y me puede complementar de manera tan maravillosa). ¿Y cuál es el resultado de ambas posturas? Donde hay división, nadie hace nada. O si hace algo, es por motivos egoístas para demostrar que uno es mejor que los del otro grupo, desarrollando una especie de “barra brava” en cada sector opuesto del estadio de la iglesia. Pero donde hay unidad y complementación, la obra progresa sostenidamente para honra y gloria de Dios. Pablo dice: “Después de todo, ¿quién es Apolo, quién es Pablo? Simples servidores, por medio de los cuales ustedes han creído…” (v. 5 – BPD). Es decir, ninguno de los dos se consideraba la estrella de la obra de Dios, sino simples servidores de Dios y colaboradores uno del otro. Un cristiano maduro construye la iglesia de Dios, no su propio monumento. Nadie es estrella en la iglesia, sino sólo el dueño de la obra: Cristo Jesús. Nadie es estrella, sino todos son miembros del equipo cuyo comandante es Dios. Uno planta, otro riega, pero de Dios depende el crecimiento.
            Vi una vez una caricatura de un mueble para la Santa Cena que una familia había donado a la iglesia. Por el mueble decía: “En memoria de mí”, y más abajo en grandes letras: “Donado por la familia fulana de tal.” La duda que quedaba era en memoria de quién se había donado ese mueble. Esto sucede cuando uno quiere construir monumentos en vez de iglesia.
            Pablo y Apolos podían trabajar en equipo, porque no trabajaban en un proyecto personal ni estaban enfocados sólo en su área de trabajo en particular. Uno planta, otro riega, pero ambos cultivan el jardín de Dios. Sin nadie que plante o sin nadie que riegue, ninguna guayaba va a crecer. Es decir, el proyecto no era plantar algo o regar algo, sino ambas actividades eran parte de un proyecto mucho más grande: cultivar el jardín de Dios, edificar la iglesia de Cristo – o en palabras de Pablo: “…ustedes son el campo de cultivo de Dios, son el edificio de Dios” (v. 9 – RVC).
            En una obra de construcción gigantesca había tres trabajadores. Se le preguntó al primero qué estaba haciendo, y él contestó: “Estoy haciendo mezcla.” Al segundo se le preguntó lo mismo, y él contestó: “Estoy levantando una pared.” Cuando se le preguntó al tercero, se le brillaron los ojos: “Estoy construyendo una catedral.” Este último sí tenía en miras el proyecto total y se veía a sí mismo como un colaborador más dentro de la gran obra. Los demás estaban concentrados sólo en su propio proyecto personal que, si bien era parte del proyecto general, lo hacían sin visión y sin entusiasmo. ¡Y pobre si a otro se le hubiera ocurrido hacer mezcla también en el mismo lugar y levantar la misma pared! ¡Señor pelea hubiera estallado!
            Pablo dice: “Ni el que planta ni el que riega valen algo, sino Dios, que hace crecer” (v. 7 – BPD). Por lo tanto, “tanto el que siembra como el que riega son iguales” (v. 8 – RVC): son colaboradores uno del otro en una obra grande cuyo Arquitecto es el Señor Jesucristo. Y “cada uno recibirá su salario de acuerdo con el trabajo que haya realizado” (v. 8 – BPD).
            ¿Estás cultivando el campo de Dios o tu propia planta de guayaba? ¿Cuál es la visión, la motivación y el objetivo de tu trabajo en la iglesia? ¿Es para glorificar a Dios y edificar su obra o es para cosechar para ti mismo de esa gloria que le pertenece a Dios? Si dices que estás cultivando el campo de Dios, entonces no te tiene que preocupar la obra del otro, porque cada uno es responsable ante Dios por sí mismo. Cuando Jesús le dio una vez un encargo a Pedro, éste se fijó en Juan y le preguntó a Jesús qué sería de él. Jesús le dio una respuesta bastante dura: “Si yo quiero que él viva hasta que yo regrese, ¿qué te importa a ti? sígueme” (Jn 21.22 – TLA). Ya que cada uno dará cuentas ante el Señor de su actitud y su trabajo en la obra de Dios, yo no necesito evaluarlo a él, y estoy libre de colaborar con él hombro a hombro, juntos edificando la iglesia de Cristo.
            3 características de una guayaba espiritual madura:
1.) Un cristiano maduro soporta enseñanza fuerte.
2.) Un cristiano maduro cultiva sanas relaciones interpersonales
3.) Un cristiano maduro construye (edifica) la iglesia de Dios.
            ¿Qué nota te das en estas tres preguntas? ¿En qué estado de desarrollo estás como guayaba del Señor? ¿Ya estás para su deleite o todavía en etapa de desarrollo o de repente recién en etapa de flor? Es responsabilidad de cada uno examinarse ante el Señor. Hacele esa pregunta: “Señor, ¿en qué estado estoy? ¿Ya soy para tu deleite o todavía?” Preguntale. Y luego guarda silencio y presta atención a los pensamientos que él te va a poner en tu mente. Y cuando hayas recibido la respuesta, hacele la segunda pregunta: “¿Y qué quieres que yo haga ahora para que pueda deleitarte más?” Ahí te convendrá tener a mano algo para escribir para anotar todas las ideas e instrucciones que el Señor te va a dar. Vamos a orar ahora. Vamos tomarnos un tiempo para hacerle al Señor estas dos preguntas: ¿En qué estado estoy? Y luego: ¿Qué quieres que yo haga? Será como un ensayo, porque lo más importante sucederá en tu casa en tu intimidad privada con el Señor. ¡Pero hágalo!


lunes, 9 de octubre de 2017

Desafíos






            ¿Te gustan los desafíos? Quizás depende de cuáles, ¿no? Hay desafíos fáciles de enfrentar, otros un tantito más complicados. ¿Pero cómo se puede preparar para enfrentar un desafío con éxito? Porque la clave no está solamente en el momento de plantarse ante el desafío, sino también —y quizás mucho más— en toda la etapa previa, la etapa de la preparación. El domingo pasado empezamos a ver el caso de Nehemías. Él sí que tuvo que enfrentarse a muchos desafíos. Hoy veremos cómo él se preparó para superarlos con éxito.

            FNeh 2.1-20

            En el capítulo 1 de Nehemías, que se expuso aquí el domingo pasado, encontramos a Nehemías recibiendo las tristes noticias acerca del estado caótico de su amada Jerusalén. El capítulo describe cómo Nehemías presenta esta situación ante el Señor con mucho pesar en el alma, pidiendo perdón por los pecados suyos y de sus antepasados.
            Pero lo llamativo es el proceder de Nehemías. No salió corriendo, gritándoles a los judíos: “Aguanten un cachito más, que ya va papá. Aquí está su salvador.” Desde que recibió las noticias hasta que ahora se presentó ante el rey habían pasado 4 meses. Pero según lo que podemos ver en el resto del libro, Nehemías no había pasado este tiempo lamentándose, tratando de levantarse de una depresión. Él había pasado tiempo en oración, recibiendo orientación de Dios, haciendo cálculos, desarrollando estrategias, etc. Es decir, él había trabajado duramente en este tiempo. Pero la carga emocional se hizo tan pesada con el tiempo que no pudo esconderla ante el rey. Cuando el rey le preguntó por el motivo de su tristeza, él se asustó grave. Este susto puede deberse a que el rey no quería tener gente deprimida en su presencia, y que se podría enojar contra Nehemías. Pero también, muy probablemente su susto se debió a que él sabía la magnitud de su petición y vio ahora de golpe que se presentó el momento de presentársela al rey. Esta petición era demasiado grande porque requirió incluso un vuelco en la política del imperio persa en relación a los judíos de Jerusalén. O sea, era verdaderamente como para asustarse. Pero Nehemías se armó de valor y le expuso al rey la razón de su tristeza: la destrucción de su ciudad. Probablemente Nehemías haya nacido ya en Babilonia, que en este tiempo había sido ocupada por los persas, pero Jerusalén era la capital espiritual de su pueblo. Bien él podía decir que no le importaba cómo estaba Jerusalén, pero era su patria, la ciudad y el país de su pueblo. ¿Cómo podría quedarse él indiferente a su estado caótico?
            Después de dar esta breve explicación, había que esperar la reacción del rey. Y este reaccionó sorprendentemente positivo: “¿Qué es lo que pides?” (v. 4 – NBLH), “¿Cómo te puedo ayudar?” (PDT). Y ahí sí, ¡llegó el gran momento! Antes de decir cualquier cosa, Nehemías mandó todavía una última oración de emergencia al cielo. Con este empujón que le dio la oración, Nehemías se armó de valor para presentar su petición ante el rey: poder ir a Judá y reconstruir Jerusalén. Ante semejante petición, podríamos esperar las más diversas reacciones de parte del rey. Por eso sorprende su actitud tan abierta y benigna. Preguntó por la duración del viaje, y al indicárselo Nehemías, él lo dejó ir.
            Me llama la atención la mención de la reina en este pasaje. No sé si ella tenía algo que ver con esta actitud del rey, es decir, si él hubiera reaccionado diferente si ella no hubiera estado ahí. No lo sabemos, pero sin lugar a dudas que los 4 meses anteriores hicieron una diferencia abismal entre este resultado y el que hubiera obtenido Nehemías si él hubiera presentado esta petición ni bien recibido las informaciones de parte de su hermano acerca del estado en que se encontraba Jerusalén. Por un lado, sus oraciones habían provocado que Dios vaya delante de él, abriéndole camino. Si, por ejemplo, la presencia de la reina haya tenido algo que ver en esta reacción del rey, fueron los movimientos que Dios mismo había realizado para que ella esté presente en ese momento, de modo que Nehemías pueda obtener esta respuesta de parte del rey. Testimonio de esto da Nehemías mismo en el versículo 8: “El rey me dio lo que le pedí debido a que Dios estaba conmigo” (PDT). Este favor de Dios está sobre nosotros, si emprendemos los desafíos juntamente con él.
            Por otro lado, la planificación minuciosa de parte de Nehemías había hecho que él tuviera muy clara la película, lo que, a su vez, le dio mucha más seguridad a la hora de presentarse ante el rey. Él sabía exactamente qué es lo que quería lograr y cuál era el camino hacia ese objetivo. Esta seguridad le daba al rey la certeza de que Nehemías no quería hacer simplemente una gira turística por la Tierra Santa, sino que tenía una misión muy clara y urgente. Ante esta impresión positiva de parte de Nehemías, el rey estaba más que dispuesto a darle curso a su petición.
            “Cuando oramos y planificamos, le estamos abriendo la mente y el corazón a Dios. Entonces es cuando oímos su voz. Tal vez no escuchemos su voz audible; de hecho, lo más probable es que no lo oigas de esa forma. Sin embargo, sí vas a recibir impresiones e ideas que proceden de él. Entonces es cuando él te da una visión. Para ser … eficaz necesitas tener una visión” (Rick Warren: “Liderazgo con propósito”).
            Ante este permiso concedido por el rey, Nehemías presentó los siguientes pedidos. Se nota que él había calculado todo fríamente, previendo todos los documentos que él necesitaría llevar desde el país de origen para poder llevar a cabo con éxito su misión. Así él pidió un salvoconducto para que los mandamases del otro lado del río Éufrates lo dejen pasar sin considerarlo una amenaza a su seguridad zonal. También pidió una orden de entrega de madera para el templo, para el muro y para su casa propia. Todo esto él recibió del rey que ese día estaba de muy buen ánimo, aparentemente. Pero ya vimos que detrás del buen ánimo estaba Dios quien había propiciado este clima favorable para los planes de Nehemías y de Dios. Y cuando Dios mueve las cosas, hasta yapa te dan: el rey “…además había enviado conmigo una escolta de caballería al mando de jefes del ejército” (v. 9 – DHH).
            Pero realizar la obra de Dios no significa estar libre de oposición. Suele haber incluso más oposición, porque Satanás no quedará de brazos cruzados cuando alguien quiera emprender algo en nombre de Dios. Ya en el versículo 10 se menciona a Sambalat y a Tobías, dos gobernadores de provincias vecinas a Judá, que temían perder el dominio en la zona si Jerusalén se fortalecía y resurgiría. Sobre cómo manejar estas oposiciones escucharemos el próximo domingo.
            La llegada de Nehemías a Jerusalén no puede haber pasado desapercibido. Nadie que viene con escolta militar real entra sin que nadie se dé cuenta. Pero Nehemías jamás hizo tocar trompetas al acercarse a la ciudad, anunciando la llegada del libertador Simón Bolívar. Y para no llamar la atención, durante tres días primero no hizo nada – para nosotros una pérdida de tiempo ante tal urgencia de restaurar Jerusalén. Pero si él hubiera actuado de inmediato, levantando mucho polvo alrededor de su misión divina, la hubiera matado antes de iniciarla. Es que la gente todavía no estaba en condiciones de contemplar un cambio de su estado. Si uno ha convivido tanto tiempo con una necesidad, se llega a acostumbrar a ella como si fuera parte de su ser mismo. Es por eso que muchos ni quieren que cambie su situación. Se sienten bien con la miseria en que está su vida. “Cuando llegó a Jerusalén, la gente con que se encontró se sentía derrotada y apática, y vivía en medio de los escombros. En los últimos noventa años se había intentado en dos ocasiones la reconstrucción de los muros, sin lograrlo. El pueblo había perdido toda su seguridad. Había llegado a una conclusión: «¡No se puede!»”·(Rick Warren: “Liderazgo con propósito”). Por eso, Nehemías actuó al principio sólo todavía. Además, él mismo necesitaba hacerse un cuadro correcto de la situación, estando ya en el lugar mismo de los hechos. Había planificado mucho ya en Babilonia, pero no conocía todos los detalles por estar lejos del lugar. Por eso, primero él tenía que inspeccionar el muro para no andar ya con suposiciones sino con datos concretos. Cuanto más claras están las cosas, respaldadas por informaciones de primera mano, tanto más certeras serán las decisiones que uno tome. Nehemías aprovechó la noche para salir de la ciudad sin que nadie lo note para examinar la muralla detalladamente.
            Una vez informado de los detalles, ahí sí llegó el momento de pasar la visión a los demás. Pero para esto, Nehemías también siguió una estrategia muy sabia. Él no reunió a todo el pueblo para mandarlo a que reconstruya el muro. Primero, él se reunió con los líderes del pueblo, para transmitirles la visión y para integrarlos a su equipo. Él empezó a describir en breves palabras el estado calamitoso de la ciudad, para despertarlos de su desesperanza. Su intención no era deprimirlos más. Nehemías más bien dio un giro radical a la mirada de ellos para enfocarla en la visión que Dios le había dado: reconstruir la ciudad. La reconstrucción tendría el efecto de dejar de ser el hazmerreír de la gente. Nehemías apuntó al ego de los líderes para que dejen de considerarse los pobrecitos, que levanten la cabeza y se llenen de valor. A esto Nehemías le agregó el mensaje que Dios le había dado, y la actitud benevolente del rey. Esto hizo que, por primera vez en décadas, los líderes judíos estallen en júbilo, rebosantes de entusiasmo de tomar el toro por las astas.
            Pero, como ya dije, cuando uno quiere emprender la obra de Dios, el adversario quiere pisar fuerte. Otra vez Sambalat y Tobías, ahora ya reforzados por su unión con “Guesén el árabe” (v. 19 – RVC) empezaron a burlarse de ellos y a acusarlos de rebelarse contra el rey de Babilonia. Nehemías nunca se dejó intimidar por ellos, porque no tenía nada que ocultar. Él no se rebeló contra el rey, sino actuó más bien bajo la cobertura de su aprobación y apoyo. Si actuamos en nombre y por envío de nuestro Rey del cielo y de la tierra, ¿acaso nos vamos a atemorizar ante las manifestaciones de supuesto poder del adversario de las cosas de Dios? Nehemías no perdió el tiempo discutiendo con ellos o tratando de convencerles de que cambien su perspectiva de las cosas. Lo tomó en cuenta, y simple y sencillamente los puso en su sitio: “El Dios del cielo es quien nos ayuda pues somos sus siervos. Así que vamos a reconstruir la ciudad y ustedes no tendrán arte ni parte en ella” (v. 20 – PDT). Claro, contundente, sin vueltas. Por supuesto, los enemigos no por eso ya se retiraban con la cola entre las piernas para no volver nunca más, pero Nehemías había asentado postura clara que mantendría en todo el tiempo hasta terminar la obra.
            ¿Cuál es tu próximo desafío? Puede ser algún proyecto bastante ambicioso, puede ser una conversación que debes tener con alguien, o puede ser una entrevista de trabajo. No importa cuán poco o muy importante sea tu desafío o de cuánto alcance tenga, debes proceder con sabiduría. Apurarse es generalmente sinónimo de necedad y de echar a perder las oportunidades. Al otro extremo está el postergar demasiado tiempo una decisión. Esto también implica desaprovechar las oportunidades que pasarán a manos de otros. Eso también es necedad. ¿En qué radica entonces la sabiduría? Saquemos algunas conclusiones de Nehemías:
            1.) La oración es fundamental antes y durante el proyecto. Como cristianos, nada tiene valor si Cristo no va delante. Puedes intentar hacer algo sin él, pero no te quejes si el resultado es muy adverso a lo que querías. No hay algunos asuntos que sean cristianos y otros seculares. Todos los asuntos de un cristiano, un hijo de Dios, deben ser resueltos y consultados con el Papá celestial.
            2.) Tomarse el tiempo necesario. Como dije, lo apresurado raras veces sale bien. El tiempo hace que la idea madure y traiga un fruto agradable. El fruto madurado a la fuerza no es rico.
            3.) Planificar minuciosamente. Este paso requiere juntar toda la información posible. El que no lo hace es en palabras de Jesús alguien que quiso construir una torre y no hizo un presupuesto detallado para ver si tiene o no para acabar la obra. A media altura se quedó en un aprieto de aquellos y se convirtió en el motivo de burla de todos los que sabían del caso. Muchas veces decimos: “Si hubiera sabido lo que sé ahora, hubiera actuado de otro modo.” Bueno, ¿no había formas de saberlo antes? ¿O simplemente no averiguaste lo suficiente el asunto? ¿Te dejaste impulsar por la emoción del momento, por algún deseo, por la falta de dominio propio y el no saber esperar? Hay situaciones que efectivamente no podemos prever. Pero debemos hacer todo lo posible para adelantarnos a los hechos y calcular inclusive todo lo que podría salir mal, no para dejarnos frenar, sino para estar prevenidos y poder tomar los recaudos necesarios.
            4.) Formar un equipo. Una de las frases principales de un pastor que impulsa a nivel internacional el mentoreo de pastores es: “¡Solito no!” Eso mismo se aplica a cualquier proyecto o idea que desearías tenga el mayor éxito posible. Quizás tu equipo sea sólo una persona más aparte de vos. Quizás seas tú incluso el único que llevará a cabo la acción, pero rodeate de buenos consejeros, idóneos en cuanto al área de tu desafío y, por sobre las cosas, cristianos maduros que te pueden orientar basado en la Palabra de Dios. Nehemías jamás podría haber reconstruido la ciudad él sólo, pero trabajando en equipo lo logró a una velocidad increíble. Tus resultados podrán dispararse si te unes a otros para formar un equipo fuerte. El llanero solitario no es más que eso: una persona solitaria que no vencerá a muchos sino, más bien, fácilmente será vencido.

            Oración, reflexión, planificación (juntar información), unirse con otros (formar equipos). ¿Cuál es tu próximo desafío que tendrás que enfrentar esta semana? Elabora para cada uno de estos puntos dos acciones concretas que puedes realizar para enfrentar este desafío, por pequeño o grande que sea, de manera sobresaliente. Y un desafío que el Señor pone delante de ti y que enfrentas en unión con el Señor será prosperado para honra y gloria del Señor.

sábado, 7 de octubre de 2017

Sal y luz




                   El tema central para este retiro es: “Ser sal y luz”. Es un tema sumamente práctico que tiene que ver con nuestro día a día. En las diferentes charlas a lo largo de este retiro veremos cómo se aplican estos principios a las diferentes áreas de la vida cotidiana de un varón.
                   Un sargento cuenta un episodio de su vida militar:
                   En nuestra compañía teníamos un soldado que daba testimonio de su fe cristiana. Le hacíamos la vida muy dura. Una noche, cuando volvíamos después de haber caminado bajo una tremenda lluvia y estábamos empapados hasta los huesos y muy cansados, nuestro único pensamiento era irnos a la cama. Sin embargo, el creyente se tomó el tiempo de arrodillarse para hacer su oración. Esto me puso tan furioso que tomé mis botas cubiertas de barro y se las arrojé una tras otra a la cabeza. A la mañana siguiente hallé al lado de mi cama mi calzado magníficamente lustrado. Ese gesto me partió el corazón y comprendí lo que significa el cristianismo.
                   Esta historia es un ejemplo magnífico de lo que significa ser sal y luz. El texto en el que está basado este tema se encuentra en Mateo 5.13-16, parte del Sermón del Monte.

                   FMt 5.13-16

                   Jesús empieza esta enseñanza con una declaración muy simple: “Ustedes son la sal de este mundo” (v. 13 – DHH). Pero a pesar de ser simple, está cargada de dinamita. ¿Qué significa “ser sal”?
                   En tiempos de Jesús, la sal se relacionaba con varias cualidades, de las cuales mencionaremos las siguientes: a) La idea de la pureza. Uno piensa en la pureza fácilmente al observar el color blanco tan brillante de la sal. Imaginate que alguien te invita para un asado, pero para tu gusto, él ha ahorrado demasiado con la sal. Entonces le pides sal para darle a tu costilla el sabor que tú prefieres. Él te pasa un recipiente con sal, pero totalmente sucia y contaminada. ¿La usarías? Quizás escarbarías como gallina para buscar algunos granitos de sal rescatables, pero no sería algo muy agradable.
                   Imaginate entonces que Dios le pasa al mundo un cristiano para sazonar la vida de los demás, pero ese cristiano está lleno de impurezas, contaminado por el pecado, manchado por la ira, por el engaño, por una vida doble. ¿Serías tú un don agradable de parte de Dios a este mundo? ¿Estarían tus vecinos agradecidos a Dios por habérteles enviado a su vecindario?
                   Cuando los creyentes son sal de la tierra, son ejemplos de pureza. En la sociedad encontramos generalmente todo lo contrario a pureza: a demasiado mucha gente no le importa más la sinceridad o la dedicación al trabajo. La pureza sexual y la fidelidad entre los cónyuges parece ser un cuento de viejas. Los medios de comunicación propagan los antivalores a cada segundo. Uno que cree todavía en lo que enseña la Biblia es considerado anticuado. Entonces, ir a las fiestas, coquetear con las chicas, servirse bebidas alcohólicas o probar unas fumaditas es considerado como lo moderno, necesario para adaptarse a la sociedad, para no caer de aguafiestas o anticuado. Pero, ¿coincide este punto de vista con lo que enseña Pablo? “No se amolden al mundo actual… No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto” (Ro 12.2 – NVI/VP). Cambiar su manera de pensar, no vivir según los criterios de una sociedad que no conoce a Cristo. Por el contrario, vivir en pureza, vivir en santidad. Eso es “ser sal”. Fíjense que la sal nunca absorbe el sabor de la comida con la que es mezclada. Más bien la sal impregna a todo el resto de la comida con sus cualidades salinas. En momentos en que nos enfrentamos con los criterios del mundo, es la responsabilidad del cristiano mantener en alto los valores bíblicos y tomar la firme decisión de no participar en nada que no coincida con lo que ella nos indica. Cristo y el mundo son incompatibles. No se puede agradar a ambos.
                   b) La sal como elemento conservador. Hasta hoy en día se usa la sal para conservar alimentos, como la carne —la cecina— por ejemplo. Como hijos de Dios, debemos ejercer una influencia desinfectante en nuestro entorno. Debemos evitar que los otros se “pudran” en el pecado. Y no solamente sanar a personas ya metidas en lío, sino hacer un trabajo de prevención. Si tú ves a una persona que está a punto de pisar una víbora venenosa, ¿no le advertirías a gritos? ¿Por qué no hacerlo con los que están en peligro de caer en algún ilícito?
                   Dios dice al profeta Ezequiel algunas palabras bastante duras: “A ti, hombre, yo te he puesto de centinela para el pueblo de Israel. Cuando yo te comunique algún mensaje, deberás anunciárselo de mi parte, para que estén advertidos. Puede darse el caso de que yo pronuncie sentencia de muerte contra un malvado; pues bien, si tú no le hablas a ese malvado y le adviertes que deje su mala conducta para que pueda seguir viviendo, él morirá por su pecado, pero yo te pediré a ti cuentas de su muerte. Si tú, en cambio, adviertes al malvado y él no deja su maldad ni su mala conducta, él morirá por su pecado, pero tú salvarás tu vida. También puede darse el caso de que un hombre recto deje su vida de rectitud y haga lo malo, y que yo lo ponga en peligro de caer; si tú no se lo adviertes, morirá. Yo no tomaré en cuenta el bien que haya hecho, y morirá por su pecado, pero a ti te pediré cuentas de su muerte. Si tú, en cambio, adviertes a ese hombre que no peque, y él no peca, seguirá viviendo, porque hizo caso de la advertencia, y tú salvarás tu vida” (Ez 3.17-21 – VP). Eso es ser sal.
                   c) Dar sabor. La función más evidente y más importante es la de dar sabor a las comidas. Prueben comida sin sal, a ver si la sal no es importante. Nuestra vida debe dar sabor a las personas a nuestro alrededor. Si miran la cara de las personas que se les cruzan, verán demasiadas veces rasgos de desesperación, de amargura, rencor, odio, falta de sentido para su vida. No le hallan gracia, sabor, a la vida y por eso están con pensamientos de suicidio. ¡Quién mejor entonces que nosotros los cristianos para darles a ellos una pequeña chispa de esperanza, de alegría, de aliento, una pizca de sal! Nosotros que tenemos la seguridad de nuestra salvación, seguridad de la vida eterna, ¿no podemos darles a ellos algo de esperanza también? ¿No podemos contagiarlos también con nuestro gozo que tenemos? Cuando todo el mundo está deprimido, los cristianos deberíamos hacer la diferencia en su vida.
                   Pero para poder hacerlo, primero nuestra propia vida debe tener sabor. Y ese sabor lo puede producir únicamente la fe cristiana. El cristianismo es una relación personal, viva, íntima con Jesucristo. Solamente así puedes ser la sal del mundo.
                   Pero esta frase de Jesús tiene también una advertencia: Somos la sal. No es un deseo o la expresión de esperanza para el futuro, sino una declaración: somos sal. Pero, aunque somos sal, corremos el riesgo de perder nuestra salinidad: “…si la sal pierde su sabor” (v. 13 – RVC). La sal en tiempos de Jesús no era tan refinada y químicamente pura como hoy en día. Podía suceder que al humedecerse pierda su salinidad, dejando a otros minerales parecidos a la sal. También el creyente puede guardar las apariencias, pero ser insípido, sin sabor, y no cumplir su propósito. Y el que no cumple su propósito como cristiano, causa mucho daño a la iglesia y al testimonio cristiano. Los demás dirán: “¿Acaso este no es cristiano? Y miren lo que está haciendo. Escuchen las palabrotas que usa. Fíjense cómo engaña a los demás.” Parece cristiano, pero no lo es. Sal insípida, según las declaraciones de Jesús en este texto, ya no tiene ninguna utilidad, así como un cristiano insípido sólo es molestia y carga. La sal no puede recuperar su salinidad, pero —y aquí hay una nota positiva de esperanza— el cristiano sí lo puede, por la gracia y misericordia de Dios. ¿Cómo puede “purificar” su sal para que no esté más contaminada? Humillándose ante Dios, pidiéndole perdón, y pidiéndole que él restaure lo que nosotros hemos echado a perder.
                   Algo parecido sucede también con la segunda imagen que Jesús utiliza en este texto: “Ustedes son la luz de este mundo” (v. 14 – DHH). ¿Qué significa ser la “luz del mundo”? Al igual que la sal, la luz también tiene varios efectos o funciones. Veamos algunas:
                   a) Una luz es en primer lugar algo que se puede ver. Las casas en Palestina estaban muy oscuras. Como luces servían pequeñas lámparas de aceite que normalmente estaban puestas sobre un candelero. Mientras alguien estaba en casa, estas lamparitas tenían que estar en lo alto para alumbrar la casa. Sería absurdo encender una luz y esconderla debajo de un recipiente. Sería absurdo encender aquí todas las luces, y luego taparlas con telas gruesas para que nadie vea que están encendidas. ¿Para qué las encenderíamos entonces? La función de la luz no está en estar encendidas, sino en alumbrar, en esparcir su luz, en iluminar el ambiente.
                   Si Jesús dice que somos luz, significa que nuestra vida espiritual también debe ser visible. Alguien dijo que “no existe tal cosa como un 'cristiano clandestino'. O la clandestinidad pondrá en peligro al cristianismo, o el cristianismo hará imposible la clandestinidad.” ¿Qué quiere decir esto? Si yo trato de esconder que soy cristiano, si me quiero acomodar al estilo de vida del mundo como un camaleón se adapta al color que lo rodea, lentamente mi relación con Jesús se irá apagando hasta desaparecer del todo. O, por otro lado, si estoy muy enchufado con el Señor, amándolo y obedeciéndole de todo corazón, no podré esconder que soy cristiano, ni me interesará esconderlo. ¡Al contrario! Voy a querer que todo el mundo se dé cuenta y se sienta estimulado a serlo también. Así como es absurdo esconder una luz, así es absurdo esconder mi relación con Cristo, o tapar mi cristianismo con un manto de mal testimonio.
                   Un pastor visitó a uno de los jóvenes de la iglesia en el cuartel durante su servicio militar. Cuando el pastor mencionó una vez a Dios, el joven se acercó más y le dijo en voz baja: “Por favor, pastor, hable más despacio. Aquí nadie sabe todavía que yo soy cristiano.” Evidentemente no había entendido lo que significa ser luz.
                   La gente nos debe reconocer como cristianos al observar nuestro comportamiento con los vendedores del mercado, con los empleados o con los jefes; al observar nuestra conducta en el juego, al manejar el coche; al observar nuestra manera de hablar, lo que vemos en la tele o lo que leemos. “Si la luz está presente en nosotros, la verán los demás aun en los detalles menos importantes, aunque nosotros no consideremos estos detalles como ‘espirituales’. Pueden ser actividades tan rutinarias como contestar el teléfono, realizar un trámite en una oficina pública o manejar el automóvil. Quien anda en la luz verá que estas actividades son afectadas por la presencia de la luz en su vida.
                   Es por esto que Jesús señaló, de modo enfático, que una ciudad asentada sobre un monte no puede ser escondida. Resulta literalmente imposible que pase inadvertida por otros” (Christopher Shaw: “Dios en sandalias”).
                   Un profesor en un seminario preguntó a sus alumnos, por qué los vecinos de él le llamarían “cristiano”. Después de algún tiempo, uno de los alumnos le contestó: “Seguramente porque sus vecinos no lo conocen muy bien todavía.”
                   b) En segundo lugar, luces son indicadores o guías en el camino correcto. Las luces nos ayudan a no tropezarnos con cualquier cosa y encontrar el camino por donde andar. Hay puertos en algunos países con un acceso muy peligroso a causa de las enormes rocas debajo de la superficie del mar que podrían destruir por completo a cualquier nave. Por eso se pone a lo largo del canal de acceso boyas con luces o faros en la entrada que indican al capitán el camino correcto para llegar a puerto seguro, aun en medio de la oscuridad o la niebla.
                   O nuestra ruta nueva de Roque Alonso a Limpio. Cuando recién se había asfaltado, era a veces difícil de noche encontrar su carril correcto, porque todo estaba uniformemente negro y con muy poco alumbrado público. Pero cuando pintaron las rayas y señalizaciones en el asfalto, todo cambió. Si bien no tienen luz propia, reflejan la luz del auto y son guías muy buenos para saber por dónde uno tiene que andar.
                   De igual forma, los cristianos debemos mostrar claramente el camino al Padre. La gente, en su desesperación por encontrar algo que les solucione su vacío interior, prueba cualquier cosa: alcohol, fiestas, sexo, drogas, satanismo, etc. Ellos necesitan a algún cristiano que les diga: “No señor. Esto no te va a ayudar. Vení, por acá va el camino.” O sea, necesitan a personas que pueden ser indicadores de lo bueno.
                   Como cristianos somos guías, sea por nuestro testimonio y ejemplo o también por nuestras palabras. Debemos ser puntos de orientación acerca de lo bueno que debemos hacer. Muchas veces en un grupo de personas se hacen planes que todos sienten que no son los correctos, pero nadie se atreve a objetar nada. Pero si uno se levanta y toma postura clara en contra del error, en seguida varios otros más se unirán a él. Así debemos ser en este mundo: señalar lo correcto. Muchas veces, la mejor manera de combatir un error es defender lo correcto. Cuando voy en ataque frontal contra el error, por ejemplo, la ahora tan famosa ideología de género, puede ser que logre más resistencia que resultados favorables. Las personas que defienden otro punto de vista que nosotros, se sienten atacados personalmente por nuestra postura. Pero si, en vez de atacar posturas equivocadas pongo en alto lo que la Biblia enseña, los demás no se sentirán atacados personalmente sino más bien impulsados a seguir esas directrices que nos da la Palabra de Dios y a dejar su vida en el error. Sin embargo, hay situaciones, en que sí claramente debemos oponernos contundentemente al error que se quiere implantar. Eso está muy claro. Pero en todo momento debemos ser consecuentes con nuestra convicción cristiana, aun cuando todos los demás estén en contra. No podemos permitir que nuestra luz se empañe o incluso se apague y deje de mostrar el camino.
                   c) Luces también pueden ser luces de advertencia. La luz roja del semáforo, por ejemplo, es una luz que nos advierte ante los peligros que corremos cuando seguimos la marcha y cruzamos la calle en rojo. Como cristianos, también necesitamos ser luces de advertencia. Muchas personas se metieron en grandes líos porque no hubo nadie quien los advierta de esto.
                   Pero ojo: los cristianos que son luces de advertencia, frecuentemente no son muy queridos entre los que quieren cruzar la luz roja. Una canción dice: “Alguna gente encuentra a los cristianos en lugares donde no quisiera encontrarlos. Pero ellos están ahí para cumplir la función que Dios les encargó.” Y esa función es justamente la de advertir a la gente. La reacción de las personas a nuestra advertencia ya es responsabilidad exclusiva de ellas, pero la nuestra es la de haberle mostrado las consecuencias que puede tener una mala decisión. De esa responsabilidad nos damos cuenta a más tardar cuando viene una persona y nos dice: “Si tú me hubieras advertido a tiempo, no estaría ahora en este lío.”
                   ¿Y cuál es el propósito que menciona Cristo acá de ser sal y luz (v.16)? Debemos serlo para que la gente vea nuestras buenas obras y diga: “¡Qué buen tipo que eres!” – ¿o no? No, el texto no dice nada de glorificarse a sí mismo. Es como si la luna se jactara de su brillo en una noche de luna llena. Nosotros no nos merecemos ninguna alabanza por ser sal y luz, porque simplemente cumplimos lo que sí o sí es nuestro deber. Lo hacemos para que Dios sea glorificado. Nuestra luz brilla a través de nuestro comportamiento, que incluye acciones, actitudes y palabras. Estos deben mostrarle al mundo de que Cristo vive en nosotros. Debemos estar tan llenos de Cristo, que cuando un mosquito nos pica, salga cantando: “Hay poder en la sangre de Cristo…”
                   Nuestro gato había cazado una vez una cigarra. La tenía en su boca, pero no la había matado todavía. Cada vez que el gato abría su boca como para masticarla, se escuchaba su sonido de la cigarra. Así debería escucharse la voz de Cristo cada vez que nosotros abrimos nuestra boca, no porque lo estamos comiendo, sino porque él vive en nosotros. Esto llevará a que la gente admire a Cristo dentro de nosotros, no a nosotros como sus simples portadores.
                   Somos la sal y la luz del mundo. Déjenme decirlo con un énfasis diferente: somos la sal y la luz del mundo, no de la iglesia. Ambas imágenes, la sal y la luz, sólo tienen sentido en el mundo podrido y oscuro. Es ahí que se necesita de estos elementos. Es ahí que se necesita de tu presencia como cristiano. Ponerle sal a una comida ya salada hace que sea desagradable o incluso incomible. Encender una luz donde ya hay luz, es un gasto innecesario. Durante el día, cuando hay un sol radiante, a nadie se le ocurriría buscarse una linterna para irse a la despensa. Pero sí cuando vamos de noche por una calle sin alumbrado público, ¡cuánto uno llega a desear tener consigo alguna fuente de luz! En la iglesia están todos los cristianos con sus luces juntos y es fácil ser luz ahí. Pero donde realmente se necesita de una luz, es en la oscuridad del pecado, en el mundo. La iglesia reunida en un lugar no es tan efectiva que la iglesia esparcida en todo el barrio o sociedad. Tenemos esta responsabilidad para con nuestra sociedad de brillar con nuestro testimonio en la vida de los demás. Y verdaderamente no hay nada más opuesto y radicalmente diferente que la luz y la oscuridad. Así el cristiano debe ser diferente a la sociedad no cristiana que le rodea.
                   Pero fíjense que tanto la sal como la luz no tienen que hacer ningún esfuerzo adicional para serlo. Cuando la sal se mezcla con la comida, no sucede ningún proceso químico que le da el sabor salado. Ya lo tenía antes de ser echado a la olla donde se cocina la comida. Quiere decir, que como cristianos, por el simple hecho de tener al Espíritu Santo en nosotros, ya ejercemos una influencia sobre nuestro entorno. En lo espiritual suceden cosas que ni nosotros podemos notar. Claro, si se nos presenta la oportunidad de hablar de Cristo o de hacer algo especial, lo debemos hacer. Pero nuestra influencia positiva en la sociedad no depende únicamente de actos o programas especiales. Somos sal, somos luz por el simple hecho de tener a Cristo viviendo en nosotros y vivir en medio de la gente.
                   ¿Cómo estamos en nuestra función salínica y lumínica? No sé cómo resulta tu autoexamen. Hay sin dudas muchos de ustedes que están ejerciendo esta función lo mejor que pueden. Por supuesto que nadie es perfecto, pero ahí están luchando por mantener en alto el testimonio de Cristo en sus vidas.
                   Hay probablemente también aquellos que tienen que admitir que estuvieron alguna vez bien salados y luminosos, pero que han perdido su salinidad, y su luz la han recubierto de algo que no permite que brille hacia los demás.
                   Y quizás haya también aquellos que dicen: “Nunca lo he sido todavía, pero me gustaría llegar a ser una persona con estas características que estás describiendo. ¿Cómo lo hago?” Tanto los que perdieron su función y la quisieran volver a recuperar, como los que por primera vez quieran experimentar esto, fíjense en lo siguiente: Jesús dijo una vez de sí mismo exactamente lo que pidió ahora de nosotros también: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8:12). Si ahora nos da el encargo de también ser la luz del mundo, nos está diciendo que debemos llegar a ser como él; y que podemos serlo solamente en la medida que él gobierna nuestras vidas. Si vivimos en íntima comunión con él, reflejaremos su luz. Nosotros no tenemos ninguna luz propia con que brillar. Por eso él no dijo que produzcamos luz o sal, sino que lo seamos. ¿Qué puedes hacer entonces? Admití que no puedes salar y brillar por ti mismo, sino que necesitas de la gracia y misericordia de Dios. Es más, desde nacimiento estamos tan contaminados y cubiertos del lodo del pecado, que es imposible servir como sal o que se vea nuestra luz. Debemos dejar que Cristo nos limpie primero. Él lo puede hacer porque él murió por nosotros para pagar y eliminar del mundo a todo nuestro pecado. Debes creer y aceptar esto, y pedirle que te perdone. Así estarás en condiciones de ser sal y luz con su ayuda en el lugar donde te toca estar. ¿Alguien está decidido de tomar este paso esta noche, aquí mismo? Ora entonces conmigo. Repite en voz baja esta oración:

                   “Jesús, he reconocido que mi función como sal y como luz ha sido anulada por el pecado en mi vida. Confieso ante ti mis equivocaciones y te pido que en tu gracia y misericordia me perdones, me limpies y me restaures a la función para la cual tú me has creado. Lléname de tu Espíritu Santo, y ayúdame a vivir cada día de la manera que tú deseas para mí. Fortaléceme, para que yo nunca caiga de este nivel de vida al que me elevas con tu perdón, aceptándome como miembro de tu familia. Tú eres ahora mi Señor y mi Salvador, y te quiero servir toda mi vida. Te alabo y te bendigo. Amén.”