Estas últimas semanas han sido
bastante agitadas social y políticamente. Las noticias se sobresaltan, dándonos
la sensación de ser arrollados por tantos sucesos. En las redes sociales hay
una competencia aguerrida de inventar nuevas teorías, opiniones y puntos de
vista sin sentido. Parece que ya no hay absolutos; todo es relativo. Cada uno
se arma su propio mundo con sus propias creencias, y uno se pregunta en dónde
uno está parado. Ante todo esto a veces nos dan ganas de salir disparando
porque ya no sabemos más ni qué pensamos nosotros mismos. No hay puntos de
orientación.
El salmista Asaf nos diría: “¡Bienvenidos
al club!” Es que él pasó por esa misma experiencia. Pero él sí encontró un
punto de orientación, aunque recién después de cierto tiempo de andar divagando
hasta casi el punto de perderse. Si su experiencia es parecida a la nuestra, su
punto de orientación también puede ser el mismo para nosotros hoy. ¿Cuál es ese
punto? Eso es lo que queremos descubrir en el relato de su experiencia que él
nos dejó en el Salmo 73. Lo estaremos leyendo casi íntegramente a medida que
vamos por este estudio.
Este Salmo fue compuesto por Asaf.
Él era la cabeza de un clan dentro de la tribu de los levitas. Ellos eran
cantores en el templo de Jerusalén, algo parecido a nuestro ministerio de
alabanza.
El salmista ha tenido una
experiencia impactante con Dios. Antes de entrar en detalles y como
introducción a su testimonio, él empieza a exaltar y glorificar a Dios: “¡Qué
bueno es Dios con Israel, con los de limpio corazón” (v. 1 – DHH)!
Podríamos decir también: “¡Qué bueno es Dios con Costa Azul, con los de limpio
corazón!” Es que él es el mismo Dios, y él es igual de bueno con nosotros como
lo era con el salmista.
Ahora el salmista retrocede otra vez
hasta el inicio de su experiencia para explicar cómo fue que él experimentó la
bondad de Dios que acaba de exaltar. Es que él había estado a punto de llevarse
un tropezón de aquellos. Una versión de la Biblia lo traduce en forma bastante
gráfica: “En cuanto a mí, ¡qué cerca estuve del borde del precipicio! Ya mis
pies resbalaban y estaba a punto de despeñarme” (v. 2 – NBD). Me gusta esta
ilustración de alguien que a último momento logra agarrarse de cualquier
arbusto para salvarse de la caída al abismo.
¿Y qué fue lo que causó que se
desequilibrara tanto, a punto de estrellarse? Él mismo confiesa que fue la
envidia. Vio a los demás, especialmente a los injustos y cómo estos se
enriquecían y cómo tenían éxito en todo, y esto le causó tanta envidia que él casi
se olvidó de sus principios y convicciones. Estoy seguro que esta envidia es la
actitud detrás de un alto porcentaje de personas que tanto se quejan y levantan
tremenda polvareda en contra de los políticos corruptos. De boca para fuera
gritan: “¡Basta ya de tanto robo!”, pero el verdadero mensaje es: “¡Basta ya de
que ustedes roben tanto! Ahora me toca robar a mí. No me coman toda la
torta. Yo también quiero todavía un pedazo.” Y nos da bronca que los demás
puedan avanzar tan fácilmente, mientras que nosotros nos pasamos la vida
pataleando para no hundirnos en la miseria. Nos da rabia que nos matamos
estudiando para salvar el año, mientras otros pasan de farra en farra con un 5
en cada materia – porque se la pasan copiando en cada examen. Nos da rabia
tratando de ser justos con todos los requisitos e impuestos del gobierno y
luchando por sacar una pequeña ganancia, mientras otros evaden todos los
impuestos y cometen tanto fraude, llenándose de plata. Nos da rabia que
funcionarios estatales se dan cada lujo con el dinero del pueblo mientras que
nosotros tenemos la sensación de vivir sólo para sostenerlos económicamente a ellos.
¿No es verdad que entendemos demasiado bien al salmista? ¡Cuántas veces también
nosotros casi nos hemos resbalado (o quizás de plano nos hemos tirado a la
—supuesta— “buena” vida de los injustos)!
El salmista da una descripción muy
gráfica de la apariencia que esta gente da hacia fuera. Digo “apariencia”
porque, como más tarde él mismo va a reconocer, no todo es lo que parece. El
salmista se dio cuenta que detrás de esta apariencia, esta fachada, se ocultaba
una realidad muy diferente. Pero, ¿qué es lo que al inicio él observa en estas
personas? “Para ellos no existe el sufrimiento, su cuerpo está gordo y lleno
de salud” (v. 4 – BLA). “No tienen los problemas de la gente ordinaria,
no son afligidos como el resto de la humanidad” (v. 5 – Kadosh). “Por
eso lucen su orgullo como un collar, y hacen gala de su violencia” (v. 6 –
NVI). “Los ojos se les saltan de lo gordos que están; no pueden disimular
sus malas intenciones. Se burlan de los demás y, arrogantes, amenazan con
maldad y opresión” (vv. 7-8 – PDT). “Con sus palabras ofenden a Dios y a
todo el mundo” (v. 9 – TLA). “Preguntan: ‘¿Acaso Dios va a saberlo? ¿Acaso
se dará cuenta el Altísimo’” (v. 11 – DHH)? “¡Miren a esos arrogantes;
ni siquiera se molestan en alzar un dedo y se multiplican sus riquezas” (v.
12 – NBD)! ¿Acaso no nos suena demasiado conocido? ¿Acaso no lo vemos nosotros
también todos los días? Es, pues, la Biblia un libro tremendamente actual. El
ser humano no cambia. Arrastra hoy los mismos problemas y vicios que hace miles
de años, desde la entrada del pecado en este mundo. Al ver toda esta injusticia
de la vida, nos pasa también como a Asaf: “Traté de entender por qué los
malvados prosperan, ¡pero qué tarea tan difícil” (v. 16 – NTV)! ¿Por qué
tanta diferencia entre estos injustos y aquellos que luchan por ser fiel a Dios?
Si con toda su corrupción les va tan bien, ¿no es mejor andar también pecando
de lo bueno para recibir encima como recompensa por nuestro pecado todo este
bienestar? Y Asaf se plaguea: “¿De qué me sirvió mantener mi corazón limpio
y cuidarme de no hacer maldad? Lo que recibo todo el día son problemas, y cada
amanecer me trae dolor” (vv. 13-14 – NBD). ¡Qué injusta la vida!
Pero de pronto Asaf se da cuenta de
que algo no anda bien. Cae en cuentas de que por haber mirado a los malvados y
por haberlos envidiado, él se ha desviado del buen camino y se está resbalando
rumbo al precipicio: “Si hubiera pensado como los malvados, habría
traicionado al pueblo de Dios” (v. 15 – TLA). Por estar envidiando tanto a
estos perversos, casi ya se estaba convirtiendo en uno de ellos. Estaba en
peligro de precipitarse a una vida y mentalidad tan baja como la de ellos.
Justo a tiempo reconoció que esta manera de pensar, esta envidia que sentía por
los malvados, significaba una traición a Dios y a su pueblo por regirse por
parámetros mundanos en vez de confiar en Dios. El darse cuenta de esto fue como
estirar la mano para atrapar el arbusto que apareció en su rampla de
deslizamiento rumbo al despeñadero. Este arbusto que de una sacudida detuvo el
deslizamiento del salmista y lo puso a salvo fue una experiencia en la
intimidad con el Señor. Asaf dice que entró en el santuario de Dios, en la
intimidad con Dios, y ahí pudo ver el final de estos malvados (v. 17). Este
“santuario de Dios”, símbolo de un encuentro íntimo con Dios, fue ese punto de
orientación que Asaf descubrió con el tiempo, y que hoy a veces nos falta. Fue
en este encuentro con Dios que él entendió que la supuesta gloria de los
perversos tenía fecha de vencimiento, ¡había sido! Por un tiempo procuraron de
disfrutar de esta vida, pero no iba a ser un estado eterno sino, más bien, dar
paso a la caída más atroz. El salmista lo describe como que Dios los coloca
sobre el borde del precipicio, les da un empujón y ¡amóntema (v. 18)!
Pero creo que más correcto es decir que ellos mismos se pusieron en esta
situación, y que su caída libre es sólo consecuencia de sus propias malas
decisiones. Caen en su propia red o en la tumba que cavaron ellos mismos. “El
día menos pensado serán destruidos. Les sucederán cosas terribles y quedarán
totalmente destruidos” (v. 19 – PDT). “¿Cómo? ¿Están en la ruina en un
momento? Ya no están, trágico fue su fin” (BLA). Estoy seguro que la
mayoría de nosotros podría mencionar nombres de personas a quienes les ha
sucedido esto. Hoy están, llenos de arrogancia, y mañana casi nadie se acuerda
más de ellos. “Serán como los sueños que olvidamos tan pronto despertamos.
Tú harás que desaparezcan como los monstruos de nuestras pesadillas” (v. 20
– PDT). Al ver todo esto, Asaf se da cuenta de cuán lejos ya se había dejado
arrastrar por esta imagen falsa de la supuesta prosperidad de los malvados: “Entonces
me di cuenta de lo amargado y lastimado que estaba por todo lo que había visto”
(v. 21 – NBD). “Me porté contigo como un animal, estúpido e ignorante”
(v. 22 – PDT). Gracias a Dios que le llegó este despertar todavía a tiempo. Él
ha sido entonces muy sincero al confesar: “¡Caaasi me fui al mazo…!” “No
obstante, siempre he estado contigo; tú me has tomado de la mano derecha”
(v. 23 – RVC). “Me guías con tu consejo y me conduces a un destino glorioso”
(v. 24 – NTV).
Esta experiencia fue tremendamente
sanadora para el salmista. El entrar en la presencia de Dios corrigió
totalmente su visión. Después de haber mirado tanto a los incrédulos, dejándose
seducir por su aparente éxito, hasta el punto de poner en peligro su integridad,
ahora él dirige otra vez su mirada totalmente a Dios. Experimenta un profundo
quebrantamiento por haber actuado tan neciamente y se da cuenta de qué es lo
que realmente vale la pena. Después de haber codiciado tanto las glorias de
este mundo, él llega a exclamar: “¿A quién tengo en el cielo? ¡Solo a ti!
Estando contigo nada quiero en la tierra” (v. 25 – DHH). Esto es
exactamente lo mismo que experimentó Pablo. En su carta a los filipenses él
escribió: “Todo esto, que antes valía mucho para mí, ahora, a causa de
Cristo, lo tengo por algo sin valor. Aún más, a nada le concedo valor si lo
comparo con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por causa de
Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a él”
(Flp 3.7-8 – DHH).
“Cuando entré en el santuario de
Dios comprendí…” (v. 17 – DHH). ¡Cuánta falta nos hace esta entrada en la
presencia de Dios! Ahí se corrige la mirada, ahí encuentra paz nuestra alma,
ahí recibimos nueva orientación hacia lo verdaderamente valioso, ahí
experimentamos transformación y crecimiento espiritual. Ayer no más me comentó
una persona, miembro de esta iglesia, acerca de un suceso así en su vida en
esta semana. Para esta persona, la oración no es un monólogo nuestro al que
Dios debe decir “¡Amén!”, sino es una conversación entre dos personas. Le había
planteado a Dios una situación que le causaba mucho estrés y acerca de la cual
no sabía qué hacer. En esta “entrada al santuario de Dios”, el Señor le confirmó
por enésima vez de estar con esta persona y velar por ella, y le dio
instrucciones muy claras y específicas acerca de qué debía hacer. Y esta
persona todavía expresó dudas acerca de si este plan de Dios iba a funcionar,
pero el Señor le había alentado a que haga el intento. Cuando esta persona lo
hizo, el plan resultó a la perfección, incluso en contra de todo pronóstico.
“Cuando entré en el santuario de
Dios comprendí…” (v. 17 – DHH). ¿Cuál ha sido tú experiencia “en el
santuario de Dios”? No necesariamente uno verá una luz del cielo ni ángeles
bajando y subiendo por una escalera, pero son estos momentos de intimidad con
el Señor en los que uno sabe muy bien que el Señor le está hablando. Estas
experiencias en el santuario de Dios me han marcado a mí profundamente. Y
reconozco que necesito modificar algunas cosas en mi día a día para poder
entrar más a menudo en el santuario y la presencia de mi Señor. ¿Qué pasos
necesitas hacer tú para esto? Toma el compromiso con el Señor de encontrarte cada
día con él en su santuario. El próximo domingo nos comentas cómo te fue.
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