martes, 3 de diciembre de 2019

Altas exigencias








            Hace algunos años atrás nos comentaron el caso de una iglesia que mi esposa y yo conocemos bien, y su pastor, al que también lo conocemos bien. En un momento, la frustración de este pastor llegó hasta tal punto, que en pleno culto dominical dijo: “¡Renuncio!”, se subió a su auto y se fue. Desde ese día, la iglesia estaba sin pastor.
            Yo no soy quién para evaluar el proceder del pastor, porque no dispongo de más detalles del caso. Sí que nos resultó muy llamativo, casi anecdótico. Si ustedes fueran parte de esa iglesia, teniendo que buscar ahora otro pastor, ¿en qué se fijarían? ¿Qué requisitos debería cumplir una persona para que pueda ser pastor de una iglesia? ¿Qué características buscarían en un posible candidato? Por cierto, ¿alguien de ustedes quisiera ser pastor? A lo mejor no les preocupa mucho este tema porque dicen que igual la iglesia madre pone el pastor para cada una de las IEBs. Sí, es cierto – por el momento. Pero esto no siempre será así. El objetivo es que las iglesias lleguen a ser tan maduras e independientes que puedan resolver estos casos por sí solas.
            El hermano Tito estaba ante esta difícil tarea de encontrar un pastor. Pero su situación era mucho más complicada todavía. Él no sólo tenía que elegir un pastor para una iglesia, sino para varias congregaciones en la isla Creta, donde su amigo y mentor Pablo lo había dejado con ese fin. Para que él tenga de qué guiarse, Pablo le escribió una breve carta en la cual, entre otras cosas, le orientó en cuanto a esta tarea delicada. Con esto arrancamos esta serie de predicaciones que nos llevará a través de varias de las cartas cortitas al final del Nuevo Testamento. Les invito entonces a buscar la carta de Pablo a Tito, y vamos a leer el capítulo 1.

            F Tito 1.1-16

            Este capítulo consta de tres secciones. La primera es la introducción típica de la época a todas las cartas. Pablo se presenta aquí como el remitente de esta carta, y se describe como “siervo de Dios y apóstol de Jesucristo” (v. 1 – DHH). Y también describe en breves palabras la misión de su vida: ayudar a otros a incrementar su fe y a crecer en su conocimiento de la verdad. Es decir, Pablo no se veía llamado a hacer sólo convertidos, sino seguidores, discípulos de Cristo; personas que reproducen en su día a día la persona y el ser de Cristo.
            Este saludo inicial típico incluye también el nombre del receptor, en este caso Tito, a quién él llama su “verdadero hijo en nuestra fe común” (v. 4 – RVC). Es que Tito era un cristiano griego que se había convertido por la predicación de Pablo en Antioquía de Siria. Desde entonces ha sido amigo, discípulo y fiel colaborador de Pablo. Recibió de su maestro varios encargos delicados, como este ahora de nombrar pastores para las iglesias de la isla de Creta (v. 5).
            Y con esto ya llegamos a la segunda sección de este capítulo: los requisitos para los ancianos, presbíteros u obispos, tres diferentes nombres que el Nuevo Testamento usa para el cargo de líder espiritual de una iglesia, lo que hoy llamamos “pastor”. Pablo dice que le dejó a Tito en Creta con esta misión: nombrar líderes en las iglesias de cada pueblo. Creta es una isla del mar Mediterráneo, al sudeste de Grecia. El libro de los Hechos no registra el trabajo que Pablo llevó a cabo en esta isla. Pero al seguir su viaje, él dejó a un colaborador muy cercano, a Tito, para que resolviera los problemas pendientes y busque líderes para las iglesias.
            Tratándose de la iglesia de Dios, y no de cualquier emprendimiento humano, el elegir líderes es cosa seria. Por eso, Pablo le dejó algunas instrucciones claras a Tito de cómo poder identificar a una persona idónea para ocupar esta función. Y los requisitos son elevados. En el versículo 6, Pablo dice que “un anciano debe llevar una vida irreprochable” (DHH). Otras versiones dicen: “que no se le pueda acusar de nada malo” (TLA); que debe tener “una reputación sin mancha” (PDT). Pablo no está hablando de perfección, porque esto no es posible. Pero sí está hablando de un testimonio intacto, que no se le pueda señalar con el dedo y poner en duda su vida cristiana. Debilidades todo ser humano las tiene, también los pastores. Si no lo creen, pregúntenle a mi esposa… Pero no debe haber nada tan grave que ponga en duda su amor y consagración al Señor.
            En segundo lugar, el pastor “debe ser esposo de una sola mujer” (v. 6 – DHH). Sobre esto se ha discutido mucho, tratando de identificar qué quiso decir Pablo con esto. Una explicación en la Biblia “Dios Habla Hoy” dice: “Esta expresión … probablemente debe entenderse en el sentido de no haberse casado por segunda vez, lo que supone una especial fidelidad al cónyuge.” Según esta explicación, se le podría dar a este texto también una interpretación menos probable, que sería no tener más que una esposa a la vez. En el Antiguo Testamento esto era común. Leemos de Abraham, Jacob, David, Salomón y otros que tenían varias esposas y concubinas. Pero en el Nuevo Testamento esto ya no era aprobado. En el caso de esta instrucción a Tito y otra muy parecida a Timoteo vemos que de los pastores se exige un nivel de vida y de pureza muy por encima de lo que se esperaría de otras personas. La razón de estas exigencias altas encontramos en el siguiente versículo: “el que preside la comunidad está encargado de las cosas de Dios, y por eso es necesario que lleve una vida irreprochable” (v. 7 – DHH). Es decir, no es una empresa humana, como ya dije, sino la propiedad de Dios. Por eso debe llevar una vida santa en todo aspecto de la vida, también en su vida matrimonial, para que ningún malintencionado tenga dónde agarrarle.
            Pero no es sólo la vida matrimonial que debe estar a este nivel, sino toda su vida familiar: “sus hijos deben ser creyentes y no estar acusados de mala conducta o de ser rebeldes” (v 6 – DHH). Está muy claro esto. SIN EMBARGO, quiero decir dos cosas al respecto de este punto. Primero, los hijos de pastores, de diáconos o de cualquier líder dentro de la iglesia son tan seres humanos como cualquier otro. Hay muchos casos de hijos de pastores que se fueron al mundo, pero con todo, porque no soportaron la presión a la cual se les sometió por ser hijos de personas en estos puestos. A veces son los propios padres que ejercen esa presión, otras veces viene de la iglesia. Los líderes son los padres, no sus hijos. Todos los hijos son iguales, sin importar qué cargo ocupan sus padres. Pero, ¿por qué entonces pone Pablo este requisito en cuanto a los hijos? Si los hijos son creyentes y muestran una buena conducta, aportan una gran ventaja al ministerio de los padres. Si un pastor y su esposa constantemente tuvieran que luchar y sufrir con el mal testimonio de sus hijos, estarían tremendamente limitados en su ministerio. Su mente y corazón estarían más enfocados en los hijos que en la iglesia, y no se sentirían con autoridad para llamar la atención a alguna otra familia de la iglesia, si fuere necesario. Pero si los hijos colaboran, estiran el carro, interceden por la iglesia, entonces hay sinergia, y la gracia de Dios fluye a través del ministerio de toda la familia.
            Y lo segundo que quiero decir es que los hijos, especialmente cuando son jóvenes —y mucho más cuando ya son mayores de edad— toman sus propias decisiones. Y esto es válido para cualquier familia cristiana: no se puede (¡y no se debe!) juzgar a los padres por el comportamiento de sus hijos. Conozco familias, en que los hijos han recibido el evangelio desde la cuna, pero que luego en su juventud se deciden por una vida lejos de Dios. ¿Fallaron los padres? No me animaría a afirmar esto. También conozco familias en que los padres no han sido un muy buen ejemplo que digamos, pero cuyos hijos son modelo de rectitud y de amor al Señor. ¿Logro de los padres? Probablemente no. Entonces, si bien Pablo llama la atención aquí sobre la vida familiar de los pastores, debemos entender que es un asunto muy amplio en el cual se deben considerar muchos factores. No es que cualquier metida de pata de los hijos ya inmediatamente anula el ministerio de los padres.
            Luego dice Pablo que un pastor o anciano no debe ser “soberbio ni iracundo” (v. 7 – RVC). Otras versiones dicen que “no debe ser autoritario ni de mal genio” (BLA), o que no debe ser egoísta. Bueno, creo que es hora que empaque mis maletas y me vaya del pastorado, porque ¿qué ser humano no es egoísta al por mayor? Pero es como yo dije al principio, que Pablo aquí no exige perfección. Por supuesto que cada pastor que hay en el mundo es también en algún momento egoísta, o se enoja alguna vez. Pero de que de vez en cuando le pase esto, a que sea una característica predominante de su personalidad son dos cosas muy diferentes. Alguien que es candidato a pastor debe ser consciente de sus debilidades y luchar contra ellas.
            Las siguientes características nos suenan muy creíbles, y estaríamos de acuerdo: “no debe ser borracho, ni amigo de peleas…” (v. 7 – DHH). Cualquier persona con problemas con la borrachera, o que es muy peleón, mostraría tener un problema grave de autodisciplina, y ya no calificaría para un cargo tan delicado como ser responsable por el pueblo de Dios.
            También la siguiente característica: “…ni desear ganancias mal habidas” (v. 7 – DHH) nos suena muy lógico. Pero cuántas personas, también pastores, sucumben ante esta tentación del dinero. Hay personas que dicen que el evangelio es gratis y que no se debería cobrar por predicarlo. No estoy de acuerdo con esta postura, ni encuentro indicios de ella en la Biblia. Más bien, la Biblia dice claramente que el obrero es digno de su salario. Pero lo que inhabilita a una persona para el pastorado es una sed desmedida por dinero, considerando válido cualquier medio con tal de saciar esa sed. Esto también revela un problema de personalidad, quizás también un problema de fe y confianza. Su enfoque no está en el reino de Dios, sino en el dinero; su vida no está controlada por el Dios del cielo, sino por el dios Mamón.
            En el siguiente versículo, Pablo destaca algunas cualidades positivas que un pastor sí debería tener en su vida. En primer lugar, debe tener la cualidad de la que hablamos el domingo pasado: ser hospitalario: “siempre debe estar dispuesto a hospedar gente en su casa” (v. 8 – DHH). Es decir, un pastor debe tener una casa y una mesa grande para recibir y atender a la gente que llega junto a él. Pero, por sobre todas las cosas, debe tener un corazón grande para brindar el amor que necesitan las personas que llegan en su casa.
            También dice Pablo que un líder de iglesia “debe … amar lo que es bueno. Debe vivir sabiamente y ser justo. Tiene que llevar una vida de devoción y disciplina” (v. 8 – NTV). Realmente las exigencias son altas, porque los desafíos en el pastorado son altos. Además, vuelvo a decir, se trata de administrar los asuntos de un Dios perfecto y tres veces santo.
            La siguiente característica es típica de las “cartas pastorales” (1 y 2 Timoteo, Tito): la sana doctrina. Pablo dice que un candidato a pastor debe estar fuertemente aferrada a la doctrina bíblica como se le enseñó (v. 9). No debe ser alguien que recorre YouTube para buscar la revelación más reciente que alguien pueda haber tenido. Un líder espiritual de nuestro país llamó esto hace poco una “prostitución teológica”: alguien que va detrás de cualquier corriente que encuentra en el Internet. Pablo lo llama “niño”: “Dejemos, pues, de ser niños … arrastrados a la deriva por cualquier doctrina seductora…” (Ef 4.14 – BLPH). Alguien que se alimenta espiritualmente de esa manera, no debería aspirar a querer alimentar a una congregación. Más bien debe ser estricto amante de toda la doctrina bíblica. El versículo 9 dice que el anciano “debe estar firmemente anclado en la verdadera doctrina…” (BLPH). Una versión diferente incluso lo ilustra muy gráficamente: “debe ser adicto a la doctrina auténtica…” (NBE) – por si quedaba todavía alguna duda de qué es lo que Pablo quiso decir. Así estará capacitado para poder enseñar a los demás las verdades bíblicas y poder señalar el error y corregir a los que no lo hacen. Quiero aclarar no más que no estoy en contra de mirar prédicas en YouTube o buscar material bíblico en Internet. En absoluto. Yo también lo hago. Pero no debe ser la única ni principal fuente de alimento doctrinal de un candidato a pastor.
            Y como muestra, Pablo pasa a hablar precisamente de los falsos maestros. El versículo 9 es el puente al tercer tema que aparece en este capítulo. Pablo se refiere en los últimos versículos especialmente a los judaizantes con quienes se ha enfrentado varias veces de manera bastante dura. Ellos iban detrás de él, confundiendo otra vez a los nuevos creyentes. Mientras que Pablo predicaba la fe en Cristo como único requisito para obtener la salvación, ellos enseñaban que debían cumplir primero la tradición judía antes de poder ser cristianos. Personas que no estaban todavía muy firmes en la fe quedaron tremendamente perturbados por estos maestros, sin saber a qué atenerse. Por eso dice Pablo que han trastornado a familias enteras (v. 11). Su instrucción es clara y contundente: “A esos hay que taparles la boca” (DHH); “es preciso reducirlos al silencio” (BLPH). No contentos todavía con enseñar errores y causar todo tipo de confusión en la gente, encima lucraban con eso. No sabemos de qué manera lo hacían, pero incumplían descaradamente dos requisitos que Pablo acaba de presentar para un anciano de la iglesia: no se atenían a la sana doctrina, y segundo, eran amantes de ganancias deshonestas. Así que, ¡aplazados! Incluso, uno de los mismos compueblanos cretenses, el poeta Epiménides, al que Pablo llama aquí “profeta”, no había tenido palabras muy elogiosas para su gente. Él había dicho: “Los de Creta son unos mentirosos, unos animales y unos perezosos que no dejan de comer” (v. 12 – PDT). Y Pablo dice: “Es la pura verdad. Por eso repréndelos con firmeza para mantenerlos en una fe sana” (v. 13 – BLA). Fíjense el objetivo que Pablo presenta aquí por qué Tito tenía que reprenderlos tan duramente: “para que sean sanos en la fe” (RVC). La reprensión no era para destruirlos o para demostrar que Tito tenía razón o, peor, que él tenía poder sobre los demás, sino para que ellos puedan darse cuenta de su error y regresar a la sana doctrina. La reprensión tendría fines terapéuticos, de recuperar al hermano errado, como lo habíamos aprendido también hace un tiempo atrás en las explicaciones del pastor Roberto acerca de Mateo 18.
            Pero que la reprensión no va a tener en todos el mismo efecto, Pablo lo deja claro con una declaración bastante dura: “Para los puros todas las cosas son puras; pero para los que son impuros y no aceptan la fe, nada hay puro, pues tienen impuras la mente y la conciencia” (v. 15 – DHH). Es decir, algunos se dejarán corregir, otros no cambiarán de opinión ni aunque les golpees la cabeza con la verdad. Pueden estrellarse contra la verdad y seguir negando que ella existe. ¿Por qué alguien podría ser tan terco? Pablo da la explicación: “tienen impuras la mente y la conciencia.” Han elegido ponerse un anteojo de color, y todo lo que ven tiene para ellos ese color. Se habrán encontrado ustedes con personas que están tan convencidos de algo, que todo lo que ocurre lo interpretan en esa dirección, y todo parece confirmar su punto de vista. Si creen que los demás están en su contra, ni la palabra más tierna y amable de esas personas llegará a tocar su corazón. Más bien van a creer que es una táctica malvada de hacerles daño a sus espaldas. ¿Saben cómo se llama eso? Prejuicios. Psicológicamente se refiere al prejuicio como un proceso mental que distorsiona la percepción. Todo lo que ocurre, lo percibe de manera distorsionada, como a través de un anteojo de color que le da a todo un tono diferente de lo que es en realidad. Se le atribuye al famoso Albert Einstein la siguiente frase: “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.” Y yo diría como Pablo acerca del poeta cretense: ¡Es la pura verdad! Los que están casados habrán sufrido muchas veces ya por culpa de los prejuicios de uno hacia su cónyuge, o de su cónyuge hacia uno. Todo lo que la pareja hace, uno lo interpreta según los prejuicios que uno toma como la pura verdad. Lo mismo también en la iglesia y en la sociedad. ¡Y ay si alguien intenta convencerle de que está equivocado! Pero para quienes se han librado de estos prejuicios, quienes han tirado su anteojo que distorsiona la percepción de la realidad, todo lo que ocurre aporta luz y alegría a sus vidas. “Para los puros todas las cosas son puras; pero para los que son impuros y no aceptan la fe, nada hay puro…” Deja que el Espíritu Santo limpie la visión de tu corazón para poder ser puro y ver las cosas como son en realidad.
            ¿Alguien se ofrece para ser pastor? A Timoteo Pablo le escribió: “Si alguno anhela ser obispo, desea una buena obra” (1 Ti 3.1 – RVC). Ya sabe entonces qué le espera y qué características debe cultivar. Por eso, el pastorado depende únicamente del llamado. Sin un llamado claro de parte de Dios, es imposible ejercer esta función. Pero al que Dios llama, también lo capacita y lo sostiene y guía. Si alguien de ustedes sospecha de un llamado divino en esa dirección, le digo que está aspirando a algo muy noble, que se prepare, y que, si Dios y su iglesia confirman ese llamado, el Señor también lo va a sostener.
            Cuando revisé estos requisitos para un pastor, pensé: ‘¿Y no debería todo cristiano anhelar estas características? ¿O acaso los demás cristianos pueden tener varias esposas, pueden emborracharse o tener un hogar desastroso?’ La verdad que las características que hemos visto hoy se espera de todo cristiano. Ellas deben ser nuestra meta que buscamos alcanzar. Pero todavía estamos en el camino. Los que pueden guiar a los demás son los que ya avanzaron un poco más en este camino, y pueden mostrarles a los demás por dónde deben andar. Y estos son los que Pablo admite como líderes de una iglesia. Pero tanto ellos como todos los demás miembros seguimos avanzando. Nadie ha llegado todavía a la meta, ni remotamente, pero nos movemos hacia ella. Les voy a entregar un papelito con estos requisitos, y cada uno puede ponerse una nota del 1 al 10 para cada uno de ellos, a ver qué tal está: llevar una vida irreprochable; ser esposo de una sola mujer; una familia ordenada y respetada; no ser terco ni de mal genio; no ser borracho ni amigo de peleas, ni desear ganancias mal habidas; dispuesto a hospedar gente en su casa; ser una persona de bien, de buen juicio, justo, santo y disciplinado; estar aferrada a la verdad bíblica. Al revisar esta lista, ¿dónde te encuentras ahora mismo? ¿Qué nota te das a ti mismo en cada área? ¿Cuál de los puntos son tu fuerte? ¿En cuál estás más débil? ¿En cuál estás todavía aplazado? Estos puntos que quedan más atrás son los con que debes trabajar más duramente. ¿Qué decisión tomas ahora al respecto? ¿Qué vas a hacer para fortalecer estos puntos débiles? Son exigencias altas, pero nuestro Entrenador, el Espíritu Santo, nos quiere ayudar a poder poner nuestras marcas cada vez más altas. Pídele que él sea también tu entrenador.


La hospitalidad









“La hospitalidad”

#405
Lugar: IEB Costa Azul
Fecha: 17/11/2019
Texto: 1 Pedro 4.9 y otros
Objetivos:    Œ Que los oyentes sepan justificar la hospitalidad.
 Que sean hospitalarios.


            Si usted iría de visita a Bolivia —y más concretamente a Santa Cruz—, muy pronto encontraría en algún lado esta frase: “Es ley del cruceño la hospitalidad”. Esta frase proviene de un escrito del poeta cruceño Rómulo Gómez, publicado en 1928. “Es ley del cruceño la hospitalidad” se ha convertido en algo mucho más que sólo un poema. Ha llegado a ser casi parte de la identidad de un cruceño. Se lee y se escucha esta frase por todos lados. Y no es sólo una frase; es un estilo de vida. Ese trato hospitalario uno percibe en todo el departamento de Santa Cruz (que, dicho sea de paso, es casi tan grande que todo Paraguay). Por ejemplo, en el pueblo de mi suegra, en cualquier casa que uno llega, siempre, sin excepción, será invitado con alguna bebida típica o lo que la gente tenga a mano. Y si uno llega a la hora de la comida, no cabe la menor duda de que uno será invitado a sentarse a la mesa con la familia. Siempre hay para todos.
            Seguro que ustedes han conocido personas que, al llegar a su casa, les hacen sentir como si ellos los hayan estado esperando ansiosamente, aunque llegue sin avisar o, incluso, aunque nunca antes se hayan conocido. Son esas personas que parece que no se sienten bien si no tienen a alguien en su casa. Y si realmente sucede, quizás después de mucho tiempo, que realmente no tienen en casa a nadie ajeno a su familia, quizás respiren aliviados – por un día, pero al día siguiente ya estarán pensando otra vez a quién invitar para que los visite. Estas son las personas con el don de hospitalidad. Ese don, según el teólogo C. Peter Wagner, «es la habilidad especial dada por Dios a ciertos miembros del cuerpo de Cristo para proveer una casa abierta y una bienvenida cálida a aquellos que están en necesidad de alimento y alojamiento.»
            Como dice esta definición, es una habilidad que tienen “ciertos miembros del cuerpo de Cristo”, pero no todos. Pero igual, según la Biblia, todos los cristianos somos llamados a ser hospitalarios cuando se nos dé la oportunidad. En obediencia al espíritu de la Palabra de Dios, fácilmente podríamos adaptar la frase del poeta boliviano y decir: “Es ley del cristiano la hospitalidad.” La Biblia nos exhorta a esto en varios pasajes. Por ejemplo, busquemos 1 Pedro 4.9, donde dice: “Sean hospitalarios los unos para con los otros, sin murmuraciones” (NBLH). Otras versiones dicen: “Recíbanse el uno al otro en sus casas…” (Kadosh); “Abran las puertas de su hogar con alegría al que necesite un plato de comida o un lugar donde dormir” (NTV); “Bríndense mutuo hospedaje…” (RVC). Es decir, mutuamente, unos a otros, debemos recibirnos en nuestras casas con amabilidad y generosidad. ¿Fácil? No siempre. Me consuela que Pedro agrega aquí una frase: “sin murmuraciones”, “sin quejarse”, “no a regañadientes”. Es decir, Pedro es muy sincero al admitir que no siempre nos va a nacer una sonrisa desde lo profundo del alma al ver llegar a alguien, pero si no nace la sonrisa por sí sola, debemos producirla – y callarnos la boca (“sin quejarse”).
            ¿Por qué esta exhortación? La respuesta está en el versículo anterior: “Por sobre todas las cosas, ámense intensamente los unos a los otros, porque el amor cubre infinidad de pecados” (v. 8 – RVC). Si hay ese amor intenso, vamos a recibir a quien llegue a nuestra casa de buena gana, aunque por el momento quizás no sintamos ninguna gran emoción. La hospitalidad no es cuestión de sentimientos, sino de decisión, de un estilo de vida. El amor siempre busca lo mejor para la otra persona, y si esa otra persona necesita hospedaje, alimento o cualquier otra cosa, se lo vamos a dar si está en nuestras posibilidades.
            ¿Por qué a veces nos cuesta tanto ayudar al prójimo? Generalmente es por egoísmo. No estamos dispuestos a sacrificar nuestra privacidad, nuestra comodidad, nuestra comida, nuestro dinero, etc. Por eso nos cuesta tanto recibir a alguien en casa, a no ser que sea una persona muy querida y por un corto tiempo no más. Claro, también necesitamos de privacidad, de comodidad, etc. Ser hospitalario no significa que vamos a transformar nuestra casa en un albergue transitorio de quien pase en frente – y encima gratuito. Tenemos que evaluar si nuestra necesidad de descanso, de privacidad, de fortalecer los lazos en la familia, etc., no son mayores que las necesidades de la gente. Porque si nosotros nos desgastamos hasta lo último, tampoco seremos de bendición y ayuda al necesitado de afuera. Y no somos llamados a satisfacer todas las necesidades que hay a nuestro alrededor. ¡Es imposible! Pero estas ya son situaciones extremas. Si nunca quiero recibir a nadie, posiblemente sea más egoísmo que necesidad de privacidad. Y el antídoto perfecto para el egoísmo es el amor. El egoísmo se centra siempre en uno mismo: en sus beneficios, en sus deseos, en sus necesidades, etc. El amor se centra siempre primordialmente en el otro, en las necesidades de esa otra persona, y busca por todos los medios posibles satisfacer esas sus necesidades. Por eso es el versículo 8 tan básico para el tema de la hospitalidad, como también para cualquier otro servicio o don espiritual que podamos tener. Porque este tema continúa en los siguientes dos versículos: “Como buenos administradores de los diferentes dones de Dios, cada uno de ustedes sirva a los demás según lo que haya recibido. Cuando alguien hable, sean sus palabras como palabras de Dios. Cuando alguien preste algún servicio, préstelo con las fuerzas que Dios le da. Todo lo que hagan, háganlo para que Dios sea alabado por medio de Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el poder para siempre. Amén” (vv. 10-11 – DHH). Si hay en nosotros ese amor intenso del versículo 8 que nos impulsa, cualquier don o habilidad que tengamos lo vamos a poner al servicio de los demás, y será de gran bendición para otros, así como nosotros seremos bendecidos por los dones y habilidades de los demás. No se trata de compararnos unos con otros, para ver quién le da más al otro, ni que unos les sirvan constantemente a los demás que sólo disfrutan, sino que interactuamos, cada uno con sus puntos fuertes y sus puntos débiles, y así los puntos fuertes de uno suplen las falencias del otro. Y juntos construimos iglesia.
            Este tema de la hospitalidad era un asunto muy importante entre los judíos. Por esto aparece en varios lugares de la Biblia. Por ejemplo, Pablo les escribe a los romanos: “Solidarícense con las necesidades de los creyentes; practiquen la hospitalidad” (Ro 12.13 – BLPH). Una nota explicativa de la Biblia Dios Habla Hoy dice: “La hospitalidad, considerada en todo el mundo antiguo como un deber sagrado, llegó a ser especialmente importante como vínculo entre los cristianos, tanto por la protección que ofrecía al viajero como por las oportunidades de compañerismo y estímulo mutuo” (DHH). En ese entonces, los viajes no eran tan rápidos y programados como hoy. Una distancia que hoy haríamos en menos de una hora podría durar a lo mejor días. Tampoco había teléfono o Internet como para reservar ya de antemano un lugar en un alojamiento en la ciudad a la que uno quería llegar. Así que, el viajero estaba totalmente pendiente de que alguien lo recoja en su casa. Si esto no se daba, él tendría que quedar en la calle a la intemperie, expuesto a todos los peligros que esto conllevaba. La hospitalidad era entonces un asunto casi de vida o muerte y uno de los deberes primordiales para el hijo de Dios; una manera de manifestar el amor de Dios que vivía en él. Por eso: “es ley del cristiano la hospitalidad”.
            Aun así, no siempre salía tan fluidamente del corazón de las personas el acoger a otros. Por eso Pedro advierte que uno lo tiene que hacer sin murmurar, como ya habíamos visto. Y el autor de la carta a los hebreos dice: “No se olviden de practicar la hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (He 13.2 – NVI). Esto de hospedar a ángeles le pasó a Abraham cuando Dios lo visitó para anunciarle el nacimiento de un hijo y también del juicio sobre Sodoma y Gomorra.
            Estos mismos ángeles también le visitaron a Lot, y él los hospedó. Muestra de cuán importante era la hospitalidad para la gente y cuán alta la responsabilidad del que recibía a visitas en su casa es que Lot protegía a sus invitados con uñas y dientes, prefiriendo poner en peligro a su propia familia antes que ver amenazada la seguridad de sus huéspedes. Algo parecido ocurrió también con Rahab que protegía los espías de Josué que exploraron Jericó. Por eso dice el Salmo 23: “Me has preparado un banquete ante los ojos de mis enemigos…” (v. 5 – DHH). El hospedador estaba tan completamente comprometido con la seguridad de su invitado, que su casa se convertía casi en una burbuja impenetrable para los peligros. Podríamos compararlo con una embajada extranjera en la cual alguien encontró asilo político. Aunque las tropas del país en que se encuentren rodeen la embajada, no le pueden hacer nada porque él cuenta con la protección del gobierno representado por la embajada. Aunque los enemigos del salmista lo estén mirando con furia, él estaba totalmente despreocupado, disfrutando del banquete de su anfitrión, como si un muro invisible gigantesco lo separe de los enemigos. Y en verdad había un muro – que se llama hospitalidad.
            Otros de los tantos ejemplos de la hospitalidad que encontramos en la Biblia es Labán que recibió al siervo de Abraham (Gn 24); Reuel o Jetro que recibió a Moisés (Éx 2); Jesús que frecuentaba la casa de María, Martha y Lázaro; Pablo que se quedaba en la casa de quien lo recibiera en sus viajes misioneros. Se quedó, por ejemplo, en la casa de Aquila y Priscila y también en la casa de Lidia que casi llegó a obligarlos a Pablo, Silas y acompañantes a quedarse en su casa (Hch 16.15). Al recibir a un misionero en su casa, estas personas se convirtieron en colaboradores del Evangelio, porque su hospitalidad hacía posible que ellos desarrollen su ministerio de predicar la Palabra sin contratiempos.
            Hoy en día la situación es bastante diferente. El mundo con sus desarrollos se ha vuelto cada vez más individualista, y anímicamente nos estamos distanciando cada vez más unos de otros. También las necesidades hoy son diferentes, y el ritmo alocado que marca nuestra vida casi no nos permite concentrarnos en las necesidades de los demás. Estamos demasiado concentrados en cumplir con nuestra agenda. Pero si permitimos que el amor de Dios nos llene, y que este amor nos impulse a poner nuestros dones al servicio de los demás, entonces encontraremos muchas maneras de ser una bendición para otros. Si la hospitalidad servía como medio de protección para los demás, ¿qué puedes hacer hoy para proteger física, anímica o espiritualmente a otros? Andá reflexionando sobre esta pregunta en los próximos días. Y dirigí esta pregunta a Dios, pidiendo que él te revele momentos y maneras de poder proteger a otros. ¿Qué puedes hacer hoy para proteger física, anímica o espiritualmente a otros?
            Pero la hospitalidad también servía para la comunión, el compañerismo y la mutua edificación. Me darán la razón al decir que muchas de las conversaciones más profundas y edificantes que ustedes han tenido fueron alrededor de la mesa de alguien o con alguien, o con un tereré de por medio. Así que, aprovechemos estas oportunidades para visitarnos y edificarnos mutuamente. Pero ojo, no vayan ahora a la casa de cualquiera de los hermanos, diciendo: “El pastor dijo que debemos ser hospitalarios, así que ¿dónde está tu comida para invitarme?” No, no funciona así la cosa. La hospitalidad se disfruta, se regala; no se exige. Y doy gracias a Dios por varias familias de esta iglesia que yo podría señalar fácilmente que tienen ese tipo de corazón hospitalario para con otras personas.
            Es la ley del hijo de Dios la hospitalidad. Que el Señor nos ayude a cumplir esa ley, y de buena gana sin murmurar. ¡Quién sabe cuántos ángeles llegaremos a tener así en nuestra casa!

            Con esto llegamos al final de nuestra serie sobre el carácter y las relaciones interpersonales que empezamos en abril de este año con el fruto del Espíritu. El próximo domingo empezaremos un recorrido por algunos libros que poco se tiene en cuenta. Al final del Nuevo Testamento encontramos varias cartas muy cortitas, a veces de un solo capítulo. Con ellos nos ocuparemos en las próximas semanas y meses.