miércoles, 27 de junio de 2018

Estrategia de batalla









            ¿Alguna vez han tenido un problema? Bien por ustedes. Yo casi nunca tengo un problema. No, esperen, déjenme corregir la entonación: casi nunca tengo un problema, generalmente son 3 o 4 al mismo tiempo. ¿Pero cuál es la forma más efectiva de lidiar con los problemas que nos asaltan? En una guerra es esencial tener una buena estrategia de combate para tener éxito. Nuestra lucha con los problemas requiere de algo muy similar, porque son parte de una guerra espiritual en la que nos encontramos. Las diferentes batallas que nos toca lidiar cada día pueden ser muy diversos. Pero hoy queremos ver un ejemplo que nos puede dar pautas o principios generales acerca de cómo plantarse ante las dificultades. Puede ser que tu lucha contra un problema que tienes en este momento pueda ni parecerse al ejemplo que vamos a ver hoy y tener resultados muy diferentes, pero te dará principios generales que te van a ayudar en cualquier situación difícil.
            El ejemplo que nos ocupará en esta mañana se encuentra en 2 Crónicas 20. Es la historia de Josafat frente a la amenaza de los enemigos. Vamos a leerla por partes a lo largo de la prédica.

            F2 Cr 20.1-3

            Este texto nos da el panorama general de la historia, y de aquí se desprende nuestro primer principio para elaborar una estrategia de lucha contra los problemas de la vida:

            1.) No seas presa de las emociones negativas.
            La situación de Josafat y de todo el pueblo estaba muy delicada. Tres pueblos se habían aliado para atacar a Jerusalén. Es como yo dije hace ratito que no se nos viene encima un solo problema, sino tres o cuatro juntos. ¿Y cuál es la reacción natural ante este tipo de situaciones? Preocupación, desesperación, nerviosismo, o miedo, como en el caso de Josafat. Son reacciones totalmente naturales y humanas, y nadie, ni un rey y hombre de Dios como Josafat, está libre de esto. ¿Pero en qué se manifiesta la verdadera grandeza de una persona? En no permitir que estas emociones fuertes y negativas dominen su reacción y su proceder. Una persona presa del miedo puede llegar a paralizarse, congelarse, y no hacer nada; puede llegar a huir; puede gritar y golpear histéricamente todo lo que encuentra; puede tener cualquier reacción de cortocircuito. Pero, ¿qué hizo Josafat? Él sí tuvo miedo, pero no permitió que ese miedo lo controlara, sino él dominó a sus emociones negativas y reaccionó de manera muy positiva y productiva.
            Es de suma importancia en momentos de aflicción saber que para los hijos de Dios las circunstancias que nos rodean no son toda la verdad. Detrás y por encima de estas circunstancias está nuestro Dios todopoderoso que todo, ¡todo! lo tiene bajo su control. ¡Esa es la verdadera verdad, valga la redundancia! La Palabra de Dios dice: “Encomienda a Jehová tu camino, confía en él y él hará” (Sal 37.5 – RV95); “pon tu camino en las manos del Señor; confía en él, y él se encargará de todo” (RVC); “pon tu vida en las manos del Señor; confía en él, y él vendrá en tu ayuda” (DHH). No te desesperes. El Señor jamás te dejará colgado. Quizás las cosas no se dan en la forma que tú piensas, o en el momento que tú piensas, pero no te hundirás. ¡Te lo aseguro porque su Palabra así lo dice, y porque yo lo he experimentado tantas veces ya!
            Con esto ya estamos entrando en el segundo principio de nuestra nueva estrategia de batalla:

            2.) Acude a Dios

            F2 Cr 20.4-12

            Ante la amenaza de los enemigos, Josafat hizo lo único correcto en estas situaciones: buscó intensamente a Dios. Y no solamente él, sino que convocó a todo el pueblo. Así, la oración tiene más efecto, ya que, como Jesús enseñó cientos de años más tarde: “Si dos de ustedes se ponen de acuerdo aquí en la tierra para pedir algo en oración, mi Padre que está en el cielo se lo dará. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18.19 – DHH). Ante la amenaza de los enemigos, Josafat tenía la misma actitud que Pedro: “Señor, ¿a quién iríamos? Sólo tus palabras dan vida eterna” (Jn 6.68 – BLPH). Ante las dificultades de la vida no debemos reunir en primer lugar un consejo de guerra, ni mucho menos publicar nuestra desgracia en Facebook o en el estado de WhatsApp, sino acudir a Dios, porque, como dijo Jesús: “…sin mí no pueden ustedes hacer nada” (Jn 15.5 – DHH). La persona que diga que quemó todos los cartuchos y que ya no le queda nada más que orar, no entendió todavía quién es Dios y quiénes somos nosotros. Dependemos totalmente de él. ¡Sin él, nada somos en absoluto! Dios es el único cartucho que tenemos.
            Es que estamos en una guerra espiritual. Vivimos en un mundo caído en pecado y dominado por Satanás. No estoy diciendo que cualquier problema que haya sea siempre culpa de Satanás. Muchas veces somos nosotros mucho más culpables de nuestros males que él. Pero lo que quiero decir que, al final de cuentas, todo mal proviene de Satanás, y él intentará por todos los medios derribarnos y hacernos perder el camino que Dios ha diseñado para nosotros. Por eso debemos mantener en todo momento la perspectiva de Dios para nuestra vida.
            Es que cuando estamos en plena tormenta, no entendemos más ni dónde está arriba y dónde queda abajo. Estamos siendo tirados de un lado a otro. Pero cuando en medio de esa turbulencia elevamos nuestra mirada a Dios y gritamos por su auxilio, el problema empieza a adquirir su tamaño real. Mientras que nos concentramos únicamente en nuestro problema, éste llega a ocupar totalmente nuestro campo visual. No vemos más nada que problemas, y nos sentimos completamente impotentes. Ahí llega el momento de declarar nuestra impotencia, pero no como un mensaje de autocondenación y derrota, sino como una declaración de dependencia de Dios, como lo hizo Josafat en el versículo 12: “no tenemos fuerza para enfrentar a semejante ejército que se nos viene encima. No sabemos qué hacer y por eso nuestros ojos están fijos en ti” (PDT). Al concentrarnos en Dios y su omnipotencia, nuestro problema empieza a disminuir, y la presencia y el ser de Dios llegan a ocupar todo nuestro campo visual. La mente se despeja y puede pensar otra vez más claramente. Experimentamos la verdad expresada por el profeta Isaías: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado” (Is 26.3 – RV95). Así que, ante cualquier problema que tienes, por más amenazante y arrollador que se presente ante ti, no te dejes dominar por el miedo y la desesperación, sino busca inmediatamente la presencia de Dios. No te concentres en las circunstancias; ¡concéntrate en Dios! Es algo tremendamente difícil de hacer cuando la tormenta es fuerte, pero ¿quién dijo que una batalla sería fácil? Es básico hacer esto, pero el proceso hacia la victoria no termina aquí todavía. El tercer paso es:

            3.) Sigue las instrucciones de Dios

            F2 Cr 20.13-19

            Cuando estés orando, derramándote ante el Señor, presta mucha atención a lo que el Señor te está diciendo. Lastimosamente, muchos se quedan en el paso anterior de clamar a Dios, esperando quizás que el problema se disuelva en el aire por arte de magia. Cuando el pueblo de Israel estaba apretado entre el mar Rojo y el ejército de Faraón, Dios le dijo también a Moisés: “¿Por qué clamas a mí? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha” (Éx 14.15 – BLA). La Biblia dice: “Todo tiene su tiempo” (Ec 3.1 – RVC). Así que, el orar tiene su tiempo, pero luego viene el tiempo de actuar – a no ser que la instrucción de Dios sea no hacer nada y esperar, como fue en este caso. Pero en otras situaciones, Israel también ha recibido instrucciones de atacar a los enemigos. Así que, ¿cuál es la instrucción que has recibido de parte de Dios en cuanto a tu problema?
            A veces tenemos nuestras dificultades de reconocer la voz de Dios. Esto se aprende, pero únicamente cultivando la intimidad con Dios. Y Dios puede valerse de muchísimos medios diferentes para transmitirnos su mensaje. En este caso, él utilizó a un hombre que estaba presente en esta convocatoria de Josafat al ayuno y oración. En primer lugar, Dios tranquilizó los corazones revueltos, asegurando que él estaba a cargo en la sala de control central de las circunstancias.
            Luego les dio instrucciones claras acerca de cómo proceder. Por más que Dios había dicho que la guerra era de él y que ellos se queden quietos mirando lo que él iba a hacer, el pueblo no se quedaría en Jerusalén para tender sus hamacas y esperar que caiga fuego del cielo sobre los enemigos que los consuma. Ellos tenían que hacer algo. Dios les dio instrucciones de salir al encuentro de los enemigos, porque así se pone a prueba la fe. Es lo mismo que cuando el pueblo de Israel, después de deambular durante 40 años por el desierto, iba a cruzar el Jordán para por fin conquistar la tierra prometida. Dios había dado la orden a Josué que avancen para cruzar el río. Los sacerdotes con el arca del pacto se iban delante. Se acercaron más y más al Jordán desbordado, pero nada pasó. Recién cuando ya sus pies pisaron el agua, ocurrió el milagro. No sabemos qué habrá pasado por su mente al acercarse al río, pero se requirió de mucha fe para obedecer las instrucciones de Dios. El poder de Dios no se manifestaba hasta que no hagan por lo menos lo mínimo que podían hacer: caminar rumbo al obstáculo. Enfrentarlo. Así fue también aquí con Josafat y el pueblo. Tenían que formarse para salir a la batalla, sólo que no iba a haber batalla. Y Dios muestra aquí también su sentido de humor: los enemigos tenían sus planes secretos cuidadosamente trazados de cómo sorprender a Israel y vencerlo, pero Dios los delató ante Josafat y le reveló minuciosamente el camino que utilizaría el ejército contrario para venir contra ellos. Antes de que la triple alianza se ponga en marcha, Josafat ya pilló su estrategia, y Dios les deshizo sus planes.
            Como dije, en este caso Dios les dijo que no peleen, en otros sí lo tuvieron que hacer. Tu problema también puede requerir diferentes actitudes y acciones de tu parte. Pero en todo caso, siempre, se aplica la segunda parte del versículo 17: “…contemplen cómo el Señor los va a salvar” (RVC). Sea que tengas que luchar o no, la victoria siempre es del Señor, y siempre está asegurada. En cualquier problema que te encuentres, sepa que el final del mismo ya está marcado: la victoria a favor del Señor. Esa victoria bien puede tener una cara diferente de lo que nosotros nos lo imaginamos, pero nunca la victoria será de Satanás. Desde la muerte y resurrección de Jesús él es un derrotado. Y cuando reconozcas esto, harás lo mismo que Josafat y el pueblo: caer de rodillas ante el Señor y adorarlo (v. 18), porque te darás cuenta del gran amor y la omnipotencia de Dios ante quien todo ser tiene que rendirse. Y esto nos lleva automáticamente al siguiente paso:

            4.) Ataca el problema con alabanza.

            F2 Cr 20.20-25

            A mí me impresiona ese Josafat. Al día siguiente él se alista para seguir las instrucciones de Dios. Hace formar a su ejército y les da todavía una cuota adicional de ánimo. Pero luego hace algo totalmente inusual. ¿A quién pondrían ustedes al frente del ejército que va rumbo a encontrarse con una multitud arrolladora de enemigos? Seguramente a los guerreros más experimentados y aguerridos, las tropas de élite. ¿Pero qué hizo Josafat? Le pega un telefonazo a Iván y a Fabio y les dice: “Muchachos, los necesito en 5 minutos con todo el equipo de alabanza al frente de mi ejército, en el lugar más peligroso.” Josafat había entendido algo que a nosotros nos cuesta captar: que, si la batalla es del Señor, la alabanza es el arma más poderosa que hay. La alabanza crea un caos y desorden sin igual entre las huestes espirituales de los aires. La alabanza establece el dominio de Dios alrededor de nosotros; crea un ambiente de la mismísima presencia del Dios todopoderoso, porque el salmista le dice a Dios: “tú … habitas entre las alabanzas de Israel” (Sal 22.3 – RV95). Y eso, ningún demonio lo puede aguantar. Todos huyen despavoridos de su presencia. Además, al exaltar a Dios, su sabiduría, su omnipotencia y todo su ser, crecerá tu confianza en él. Tu alma afligida se calmará, y tu amor por el Señor crecerá. Por eso, si quieres atacar a tu problema, atacalo con alabanza: pon radio Obedira u otra fuente de música cristiana, cantá, orá, establecé un ambiente de alabanza y adoración a tu alrededor. Eso también colaborará a que tu problema se reduzca a su verdadero tamaño. Quizás tu situación no cambiará con esto, pero tú estarás cambiando. Se te crecerán los músculos espirituales, y futuras aflicciones podrás enfrentar con más calma y confianza en el Señor.
            ¿Qué pasó en el caso de Josafat y toda Judá? La mano de Dios se movió poderosamente en medio de la alabanza de su pueblo y todos los enemigos se eliminaron entre sí. Verdaderamente el pueblo de Judá no tuvo que pelear porque los enemigos mismos se encargaron de borrarse del mapa. Los israelitas, en vez de ver un ejército listo para el combate, vieron un ejército de cadáveres. Lo único que tenían que hacer era recoger el botín, que era tan abundante que demoraron 3 días hasta juntar todo. Ante este cuadro de la innegable y sorprendente victoria de Dios, llegamos a nuestro último punto en nuestra lucha contra los problemas:

            5.) Celebra el triunfo.

            F2 Cr 20.26-30

            Como la batalla es del Señor, la victoria también lo es. Y si él nos ha dado la victoria, debemos darle el honor y la gloria al dueño de la victoria. Josafat y su pueblo empezaron a hacerlo ahí mismo en el campo de batalla. Y era tan grande su alegría y su alabanza, que hasta el valle en que se encontraron recibió su nombre en honor a esta victoria. Desde ese entonces, ese lugar se llamó “Valle de Bendición”, como se traduce su nombre hebreo. Lo que se había levantado ante ellos como un monstruo angustiante en forma extrema, se convirtió en un abrir y cerrar de ojos en alabanza y bendición. Su angustia se convirtió en júbilo, su lamento en baile. Así es cuando Dios está en la sala de mandos de tu vida.
            Pero Josafat no se contentó sólo con eso. Regresaron jubilosos a Jerusalén y se fueron directo al templo para seguir su celebración de alabanza y adoración. Estaban muy conscientes que no eran ellos los merecedores de la alabanza por la victoria, sino Dios.
            Piensa ahora en el problema más acuciante que tienes en este momento. ¿Cómo puedes aplicar estos 5 principios de lucha a este problema? Como dije al principio, puede que tu problema y su desenlace sean totalmente diferentes al de Josafat en este texto. Pero estos 5 principios pueden ayudarte a lidiar con cualquier problema que tengas. Ellos serán tu estrategia de batalla en medio de las tormentas de la vida. Recuerda:
1.) No seas presa de las emociones negativas.
2.) Acude a Dios
3.) Sigue las instrucciones de Dios
4.) Ataca el problema con alabanza.
5.) Celebra el triunfo.
            Entrega tus problemas en manos de Dios. Así únicamente podrás tener la victoria segura sobre tus situaciones difíciles. Dios te bendiga.


domingo, 17 de junio de 2018

La ley de Dios

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            ¿Tú le obedeces a Dios? Si es así, ¿qué te motiva a obedecerle? Si el motor que te impulsa a obedecer los mandamientos de Dios no es el amor, olvídalo. ¿Y qué tienen que ver el amor y los mandamientos? Si las leyes únicamente son una carga, un mal necesario. ¿Acaso no te es una carga pagar cada mes tu IVA? Bueno, veremos hoy cómo es cuando el amor no es el motor para la obediencia. Y veremos también qué papel juega la ley de Dios en nuestras vidas.

            FMt 5.17-26

            Jesús empieza a asentar postura frente a lo que hoy conocemos como el Antiguo Testamento. Muchos creían que el Mesías iba a establecer un nuevo pacto, anulando al anterior con sus leyes. Pero Jesús niega esto enfáticamente. También hay algunos que hoy en día dicen que el Antiguo Testamento ya no sirve, no vale más, que Cristo estableció algo nuevo. Hoy en día ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia. Es cierto, estamos bajo la gracia, pero Jesús aquí enseña que el Antiguo Testamento sí vale. Es más, él lo alzó para que valga mucho más todavía. Él había venido a darle pleno cumplimiento. Y en los pasajes siguientes veremos que él les dio una nueva y verdadera interpretación a algunos de los principios del Antiguo Testamento.
            Es más, Jesús asegura que “mientras existan el cielo y la tierra, la ley no perderá ni un punto ni una coma de su valor. Todo se cumplirá cabalmente” (v. 18 – BLPH). Con el “punto” y la “coma”, (“ni una letra ni una tilde” – NVI), Jesús se refería a los trazos más pequeños de la escritura hebrea. El hebreo antiguo escrito consistía sólo de consonantes. Los vocales y el sonido de una palabra se tenían que indicar mediante puntitos y rayitas encima o debajo de cada letra. Si falta una marca minúscula de estas, ya el sentido de la palabra cambia. Por eso no se sabe a ciencia cierta cómo se pronuncia uno de los nombres de Dios, si “Jehová” o si “Yahvé”. Y Jesús dice que todo el Antiguo Testamento y sus leyes se tienen que cumplir mientras exista este mundo. Ante esta declaración nos preguntamos: ¿Y qué entonces de todas las leyes interminables de los sacrificios, por ejemplo? Jesús dijo en este pasaje que no pasaría nada de la ley, “hasta que todo se haya cumplido” (RVC). Y precisamente Jesús cumplió todas estas leyes respecto a los sacrificios. Él fue el sacrificio perfecto que nos dio el verdadero perdón de pecados. Los sacrificios del Antiguo Testamento eran nada más que símbolos que apuntaban a ese uno y verdadero sacrificio por toda la humanidad, que era Jesús. El autor de la carta a los hebreos dice: “Todo sacerdote judío oficia cada día y sigue ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, aunque estos nunca pueden quitar los pecados. Pero Jesucristo ofreció por los pecados un solo sacrificio para siempre, y luego se sentó a la derecha de Dios. Allí está esperando hasta que Dios haga de sus enemigos el estrado de sus pies, porque por medio de una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los que han sido consagrados a Dios” (He 10.11-14 – DHH). Entonces, estas leyes ya no tienen vigencia, porque Jesús ya cumplió con su exigencia. Es justamente por eso que Pablo tanto insistió en este tema en muchas de sus cartas, porque muchos querían alcanzar la salvación y la aprobación de Dios cumpliendo las leyes. Y nadie las puede cumplir todas, por más que se esfuerza. La salvación viene únicamente por medio de la muerte de Cristo y le fe en él.
            Después de manifestar su punto de vista elevado acerca de la ley y los profetas, Jesús pasa a reforzar su valor también para la vida y práctica de sus seguidores. No observar o declarar como obsoleto o insignificante a cualquier mandamiento es digno de una seria llamada de atención de parte de Jesús. Y peor todavía si uno arrastra también a otros a hacer lo mismo. Una cosa es fallar uno mismo, pero mucho peor es hacer fallar a otros. Por eso dijo Jesús: “A cualquiera que haga caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que lo hundieran en lo profundo del mar con una gran piedra de molino atada al cuello” (Mt 18.6 – DHH).
            Los fariseos y escribas luchaban por no caer en ese pecado de pasar por alto a cualquiera de las leyes. Pero se fueron con eso al otro extremo: al legalismo. Se fijaron en la letra, y no en el sentido de la ley. El único trabajo de los escribas consistía en desmenuzar la ley en miles de mandamientos. Por ejemplo, en la ley dice que hay que guardar el sábado y no trabajar. Ahora ellos tenían que resolver que significaba trabajar. Para ellos, llevar una carga era un trabajo, y por lo tanto prohibido hacerlo durante un día de reposo. Pero, ¿qué era una carga? Ellos lo interpretaban así: Una carga es comida con el peso de un higo seco, un trago de leche, miel tanto como se necesita para untar una pequeña herida, papel suficiente para anotar en ella una nota de la aduana, tinta para escribir dos letras, y así seguía sin terminar. Horas y horas se pasaban discutiendo si en el día de reposo se podía mover a una lámpara de su lugar, si mujeres podían llevar un prendedor o una peluca o si se podía cargar a su hijo un día sábado. Todas estas cosas eran para ellos contenidos esenciales de su religión. Se perdían en los minúsculos detalles de la ley, pasando por alto el verdadero sentido. Por eso les dijo Jesús: “¡Guías ciegos! Cuelan el mosquito pero se tragan el camello” (Mt 23.24 – NVI). Con todo afán de no pasar por alto ninguna ley, se pasaron de alto toda la ley. Una persona así “será considerado el más pequeño en el reino de los cielos” (v. 19 – DHH).
            En cambio, grande será llamado en el reino de los cielos el que procura agradar a Dios, y por eso obedece sus mandamientos. No es una obediencia legalista, sino el resultado de un amor profundo del ser humano hacia Dios. Y eso es lo que Dios busca en verdad: el amor.
            A la gente que escuchaba a Jesús debe haber resultado chocante que Jesús haya exigido de ellos una justicia superior a la de los escribas y fariseos: “…si no superan a los maestros de la ley y a los fariseos en hacer lo que es justo ante Dios, nunca entrarán en el reino de los cielos” (v. 20 – DHH). ¡Socorro!!! ¿Superar a los maestros de la ley? ¿Quién si no precisamente los escribas y fariseos eran observadores empedernidos de la ley de Dios? ¿Acaso se los puede superar? Sí, se puede. No en el legalismo. Ahí eran campeones absolutos. Pero sí en la observancia del espíritu de la ley. Y, sobre todo, en la búsqueda de la voluntad de Dios y de su presencia. El cumplimiento estricto de la ley no nos permite entrar al reino de los cielos, como Pablo tanto insistió en sus cartas, sino por cultivar una relación viva con Jesús. ¡Eso sí que es superior a lo que hacían los fariseos y escribas!
            Para ilustrar qué es lo que él quiere decir con “justicia superior”, Jesús presenta 6 extractos de la ley para explicar cuál había sido la voluntad de Dios con esa ley, en contraste con la interpretación y aplicación de los fariseos. Con estos ejemplos Jesús también indicó que la ley seguía vigente.
            Como primer ejemplo, Jesús cita uno de los 10 Mandamiento: “No matarás.” Para los fariseos, la interpretación de esto sería: “No hagas que otra persona pierda todos los signos vitales.” Pero para Jesús, esta era no más ya la última consecuencia de un asesinato interno que empieza mucho antes. Es decir, es mucho más fácil asesinar a alguien de lo que pensaste – incluso sin darte cuenta. Y por eso es tan grave.
            Les pregunto: ¿alguna vez se han enojado con alguien? Entonces eres un asesino. Jesús dijo que “…cualquiera que se enoje con su hermano, será condenado” (v. 22 – DHH). Por supuesto, Jesús no está hablando de un disgusto que pueda haber en cualquier momento entre dos personas. No se asusten. Él está hablando de un enojo fuerte, una ira, que busca venganza. La palabra griega se refiere al enojo que se deja cultivar y crecer y que la persona no está dispuesta a dejar por nada. ¡Y esa ira sí que puede convertirle a uno en asesino! El enojo será tratado en el consejo o juicio local. Jesús prohíbe este tipo de enojo persistente que siempre busca la venganza, “porque el hombre enojado no hace los que es Justo ante Dios” (Stg 1.20 – DHH). El que quiere obedecer a Dios, debe desterrar todo tipo de sentimientos de ira de su corazón.
            Pero también el bullying recibe un estate quieto por parte de Jesús: “Si llamas a alguien idiota, corres peligro de que te lleven ante el tribunal. Y, si maldices a alguien, corres peligro de caer en los fuegos del infierno” (v. 22 – NTV). La palabra “idiota” o “necio” que se usa en este lugar, contiene todo el desprecio que se podía expresar hacia una persona. En realidad, la palabra “necio” es una palabra demasiado suave todavía. El diccionario griego-castellano traduce la palabra griega así: “estúpido, imbécil” y con el comentario de que se trata de un término fuertemente despectivo. El pecado del desprecio se condena en todo caso. Este pecado requiere de un juzgado más serio todavía: la corte suprema de la nación judía.
            Y peor todavía es maldecirle a una persona. Es llevar su desprecio a su máxima expresión y lanzar contra la persona todo tipo de demonios – porque esto es lo que hace el maldecir a alguien. La Biblia nos muestra claramente que nuestras palabras tienen un poder insospechado. Maldecir entonces a una persona es sinónimo de matar no solamente su cuerpo, sino enviarla directamente al infierno. Jesús dice que el que tal cosa hace, es merecedor de ser echado él mismo al infierno. ¿Nos damos cuenta de que sí es serio este asunto? Dios no nos ha llamado a maldecir a otro ser humano que ha sido creado según la imagen de Dios, al igual que nosotros mismos. Más bien debemos bendecirle, mostrarle amor. Y si por ahí nos damos cuenta que nuestra relación con el prójimo está opacada por algún disgusto de él/ella contra ti, entonces no importa qué es lo que estés haciendo. Lo único que importa en ese momento es resolver esta situación. Tu relación con tu prójimo es más importante que tu adoración, porque no puedes adorar a Dios de corazón sincero y libre si sabes que hay alguien que te quisiera ver en la China. Y no en Rusia, porque podrías aprovechar tu estadía para mirar el mundial. ¡En China!
            Pero también Pablo escribió: “Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos” (Ro 12.18 – NVI). Hay enojos que no podemos evitar. Si disciplinamos a los hijos, es muy posible que se enojen con nosotros. No por eso vamos a ir y decirles: “Perdoname por haberte disciplinado. La próxima vez no lo voy a hacer más.” Como tampoco podemos evitar que otros se enojen con nosotros por no seguirles su juego sucio, y varias situaciones diferentes. Pero si ha habido algún problema en la relación interpersonal, estamos en la obligación de resolverlo lo antes posible. A Dios le importa más nuestra relación con los demás que nuestra ofrenda.
            Algunos casos son relativamente sencillos de solucionar. Con buscar a la persona, tocar el tema y pedirle perdón se restaura otra vez el daño hecho. Pero hay otros casos que son mucho más complicados de resolver, amenazando de llegar a estratos judiciales. Jesús anima a hacer cualquier cosa para poder ponerse de acuerdo antes de llegar a medidas extremas. Por ejemplo, desde hace varios años se promueve bastante en Paraguay la mediación. Muy comprometido con esto está también la Universidad Evangélica del Paraguay. Es un método excelente para buscar justamente esta conciliación con el adversario de la que Jesús habla en los versículos 25 y 26: “Trata de llegar a un acuerdo con tu adversario mientras van todavía de camino al juicio. ¿O prefieres que te entregue al juez, y el juez a los guardias, que te encerrarán en la cárcel? En verdad te digo: no saldrás de allí hasta que hayas pagado hasta el último centavo” (BLA).
            Con “No matarás”, lo que Dios en realidad quería decir no era simplemente no quitarle a nadie los signos vitales, sino mucho más no hacer nada que mate la relación con tu prójimo. Eso es mucho más sutil que ponerle un revólver en la cabeza de alguien, pero puede tener un efecto mucho más dañino inclusive que matarlo físicamente.
            Los mandamientos de Dios son para ser obedecidos. Pero Dios no quiere una obediencia fría, legalista, “porque ni modo…”, sino una observancia movida por el amor a Dios y al prójimo. ¿Qué sensación despiertan en ti los mandamientos de Dios? ¿Qué piensas o qué sientes al escuchar esa palabra? Son expresiones del amor de Dios a su creación, porque donde no hay reglas, gobierna el caos. No son una carga, como sí lo fueron las leyes inventadas por los fariseos. De ellos dijo Jesús: “Ellos cargan a la gente con reglas estrictas y difíciles de cumplir. Los obligan a cumplirlas, pero ellos ni siquiera quieren mover un dedo para obedecerlas” (Mt 23.4 – PDT). En cambio, de sí mismo dijo él: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar. Acepten el yugo que les pongo, y aprendan de mí, que soy paciente y de corazón humilde; así encontrarán descanso. Porque el yugo que les pongo y la carga que les doy a llevar son ligeros” (Mt 11.28-30 – DHH).
            ¿Qué prefieres, la carga pesada del legalismo humano o la carga ligera de la ley divina? Es ligera porque Dios mismo pone su hombro para llevarla. Lo único que tienes que sacrificar es tu orgullo y egoísmo, nada más. Suena sencillo, pero ahí está el problema mayor. Preferimos inventarnos nuestras propias reglas. Y la principal de todas, casi la única, dice: “No te dejarás imponer ninguna regla.” Y ya somos esclavos de nuestro propio legalismo humano. La ley de Dios liberta, protege, eleva y te pone en condiciones de servirle a Dios en amor, y a encontrarte con tu prójimo en amor. Cuanto más le buscas a Dios, más lo conocerás y más lo amarás. Y ese amor será el único motor válido para obedecer sus mandamientos.


Dejar y unirse

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            Orlando y Cinthia, ustedes acaban de cumplir con los requisitos del estado paraguayo para la conformación del matrimonio. Acaba de nacer un nuevo matrimonio. Aunque para ustedes y todos nosotros esto sea algo nuevo, el matrimonio en sí no es tan nuevo. La idea del matrimonio se remonta a muchos años atrás, muchísimos años, miles de años hasta el momento mismo de la creación del mundo. El matrimonio fue instituido juntamente con la creación del hombre y de la mujer. El matrimonio es la más pura voluntad de Dios. Él tuvo la idea genial de unir un hombre y una mujer de por vida en matrimonio. Y no es una admisión a causa del pecado, que Dios dijo: “Bueno, ni modo. No quería que se casen, pero ya que el pecado los ha torcido, mejor eso que quedarse solos.” No, Dios mismo instituyó el matrimonio antes de la caída en pecado. O sea, si hay algo puro y divino, lo es el matrimonio. Quizás ahora entendemos la furia de Satanás contra este concepto, tratando de ofrecer miles de alternativas fuera de la voluntad de Dios, obviamente: concubinato, pornografía, prostitución, homosexualidad, adulterio, fornicación, etc., etc., la lista es larga. Y estas desviaciones del plan original de Dios no es nada nuevo. Ya en tiempos de Jesús se le acercaron personas para preguntarle sobre este tema. Y entonces Jesús se remontó a aquel origen mismo del matrimonio y les repitió exactamente las palabras de su Padre Dios que él había pronunciado al crear el matrimonio. Y esto es lo que ustedes han puesto en sus invitaciones: “…el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán un solo ser” (Mt 19.5 – RVC). Estas palabras describen exactamente lo que ustedes hacen en este momento, y lo que debe marcar el resto de sus vidas.
            En este versículo encontramos dos verbos que requieren de mucha atención de nuestra parte: “dejar” y “unirse”. Dejar significa soltar algo, separarse de algo, dar la espalda a algo. Significa que algo deja de ser como era antes, algún cambio ocurre y que no volverá a ser más como antes. Esto es lo que según la voluntad de Dios deben hacer los novios al momento de unirse en matrimonio. Aunque en este texto se menciona al hombre, es el mismo movimiento para ambos, también para la mujer. Digamos que aquí está Orlando y su familia. Sólo se mencionan a padre y madre, pero se refiere a todas las relaciones cercanas, incluyendo los hermanos y amigos. Y aquí por el otro lado está Cinthia, también con su familia. Ahora Orlando suelta los lazos que lo unían a su familia y da unos pasos hacia Cinthia, que también se suelta de su familia, para unirse con ella en matrimonio. La familia y los amigos siguen aquí, son siempre parte de la historia de Orlando, pero ya la relación es diferente, más distante. Su primera prioridad de Orlando de hoy en adelante es Cinthia, y otra vez Cinthia, y nadie más que Cinthia. Y lo mismo también para Cinthia: de hoy en adelante tendrá ojos y corazón única y exclusivamente para Orlando. Lo demás ya fue. Pasó. No quiere decir que uno se va a olvidar de su familia, ni mucho menos despreciarla. ¡En absoluto! Pero quiere decir que la relación primordial es ahora el uno con el otro. Las relaciones con la familia y los amigos están en segundo, tercer o incluso cuarto plano. Pueden cultivar estas relaciones siempre y cuando no afecte negativamente su relación primordial con su cónyuge. La lealtad y el compromiso de cada uno es en primer lugar su cónyuge, no más los padres, los hermanos, los amigos, etc. Jesús dijo una vez que no se puede servir a dos señores (Mt 6.24). Si bien él se refirió a otro asunto totalmente diferente, también podríamos decir que nadie puede ser leal y estar totalmente comprometido con su cónyuge y con su familia de origen al mismo tiempo. Habrá tiempos en que la familia de repente requerirá de mayor atención, por ejemplo, en casos de enfermedad, pero la atención a ellos debe ser pasajera.
            Dejar. Cortar el cordón umbilical. Estar sobre sus propios pies. Formar su propio hogar. Ser responsable por sí mismo. Eso quiere decir esta palabra.
            Y esto se debe mostrar incluso físicamente: tomar distancia en cuanto a vivienda. En caso de ustedes, esto no es problema, ya que ambos van a vivir lejos de las dos familias, y eso está muy bien así. La pareja casada que vive bajo el mismo techo de uno de los padres y come de la misma olla no ha dejado todavía. Ni los padres han dejado a sus hijos. A veces el proceso de desprenderse es más doloroso para los padres que para los hijos, pero es necesario para que el nuevo matrimonio pueda desarrollarse sanamente. El nuevo matrimonio debe aprender a sostenerse sólo, a ser responsable por sí mismo. Por supuesto que los padres siempre estarán dispuestos a darles alguna manito, pero no deben mantener al nuevo matrimonio en una relación de dependencia. Si la Biblia exige de ellos dejar padre y madre, eso implica también la exigencia de los padres de soltar a sus hijos.
            El segundo verbo es “unirse”. Esto indica que Orlando y Cinthia formarán una nueva unidad. La planta Portillo y la planta Noguera han formado brotes que ahora se separan de la planta principal y forman su propia planta. La Biblia lo llama “ser una sola carne”, “un solo ser”, “una sola persona”, “una sola unidad”, según las diferentes traducciones. Unirse con su esposa no se refiere únicamente a la unión sexual, aunque la incluye. Es una unión de todo el ser. Es mucho, mucho más que sólo estar juntos. La matemática de Dios en este caso no sigue la lógica humana. Nosotros diríamos: 1 + 1 = 2. Esto es estar juntos. La matemática divina dice: 1 + 1 = 1. Eso es unirse. Jesús mismo lo dijo en el versículo siguiente: “Así que ya no son dos, sino un solo ser…” (Mt 19.6a – RVC). Ambos aportan el 100% de sí a esta unión. El 50/50 no funciona en el matrimonio. Es muerte a la vida independiente para formar una sola y nueva unidad. Unirse significa unir sueños, unir visiones, unir corazones, unir propósito, en fin, unir toda la vida y cada aspecto de ella. Ustedes dos están ahora como en una burbuja en la que existen sólo ustedes dos. Nada ni nadie —excepto Dios— puede recibir más atención y compromiso que ustedes, el uno del otro. Digo que excepto Dios, porque Dios tiene que ser lejos por encima el número uno para ambos. Sin Dios, olvídense. Si él no es lo principal, el número 1, lo que ustedes inician hoy, no va a funcionar, aunque usted no lo crea. Pero en cuanto a relaciones humanas, no hay otra más importante que la relación entre ustedes dos, ni siquiera la relación con los hijos que tendrán. Ellos serán muy importantes, y los van a amar mucho, pero la relación con ellos y el compromiso con ellos será diferente que la relación entre ustedes dos. No lo olviden nunca.
            Y si han entendido que deben dejar y deben unirse, entonces viene bien la exhortación que Jesús le agregó a esta voluntad perfecta de Dios: “…lo que Dios ha unido, que no lo separe nadie” (Mt 19.6b – RVC). Sólo la muerte, sin excepción alguna, puede disolver el pacto que ustedes establecieron hoy.
            Dejar y unirse. Esto es algo que primeramente debe ocurrir en sus corazones. Uno puede haberse unido físicamente con su cónyuge, pero en su corazón seguir unido a su familia de origen. Tienen que prestar mucha atención a esto, porque este no haber dejado todavía puede ser muy sutil. Como también tienen que prestar mucha atención a unirse en todos los aspectos y no vivir cada uno su propia vida, casualmente bajo el mismo techo y en la misma cama. Pero si ponen a Cristo como su enfoque común, muchas otras cosas se resolverán por sí mismas. Y esto es lo que deseo de todo corazón para ustedes.

lunes, 4 de junio de 2018

Felicidades










            Creo que todo cristiano sincero suele preguntarse qué es lo que Dios espera de él; cómo quiere Dios que él/ella sea. Que él se lo diga en voz audible o que caiga una carta del cielo en que está escrito: “Así quiero que seas.” ¿Sabes qué? ¡Hoy esto sucederá! Vas a escuchar y leer cómo Dios quiere que seas, cuáles serán rasgos de un carácter que él pueda felicitar en ti. Hoy queremos empezar a estudiar el Sermón del Monte. Son tres capítulos en el evangelio de Mateo en los que Jesús presentó principios universales para un discípulo de él. Son aspectos sumamente prácticos que describen la vida como representantes del reino de Dios sobre esta tierra. En el primer párrafo, Jesús presenta 8 cualidades de carácter por los cuales Dios te quiere felicitar. Así quiere Dios que seas. Tradicionalmente se los conoce como las bienaventuranzas, y vas a poder ver si Dios te felicita por cada una de ellas.

            FMt 5.1-12

            Mateo empieza por darnos el contexto en que se desarrolló este sermón. Este empieza ya en los últimos versículos del capítulo anterior: “Jesús recorría toda Galilea, enseñando en la sinagoga de cada lugar. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba a la gente de todas sus enfermedades y dolencias. Se hablaba de Jesús en toda la región de Siria, y le traían a cuantos sufrían de diferentes males, enfermedades y dolores, y a los endemoniados, a los epilépticos y a los paralíticos. Y Jesús los sanaba. Mucha gente de Galilea, de los pueblos de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la región al oriente del Jordán seguía a Jesús. Al ver la multitud, Jesús subió al monte y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, y él tomó la palabra y comenzó a enseñarles” (Mt 4.23-5.2 – DHH). La mención de la muchedumbre nos hace creer generalmente que Jesús haya enseñado todo esto a la multitud. Pero si prestamos atención, encontramos que fueron sus discípulos que se acercaron y a quienes Jesús enseñó. Ellos eran su público objetivo más inmediato. Pero por lo visto, las demás personas también estaban en un segundo círculo más atrás, porque cuando Jesús termina su sermón, dice Mateo que “…toda la gente estaba admirada de cómo les enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad, y no como sus maestros de la ley” (Mt 7.28-29 – DHH). Es decir, la multitud de personas había escuchado todo el sermón también.
            “La ubicación en lo alto de un monte trae a la memoria la promulgación de la ley de Moisés en el monte Sinaí (Ex 19.10-20.20)” (DHH). Parece que Jesús, al ver toda la multitud de gente consideró que había llegado el momento propicio para promulgar los principios del Reino de Dios. Mateo menciona también que Jesús se sentó para enseñar. Esta era la postura típica de un rabí o un maestro de la ley para dar sus enseñanzas.
            Jesús empieza su sermón con unas cuantas felicitaciones a todos aquellos que manifiestan en su vida ciertas cualidades de carácter. Todas estas declaraciones empiezan con la palabra “bienaventurados”, “afortunados”, “bendecidos”, “felices”, “dichosos”, según las diferentes traducciones y versiones de la Biblia, seguidos por alguna promesa para quien muestra cada cualidad. Son descripciones del carácter de los integrantes del reino en forma de exclamaciones, declaraciones con un elemento de sorpresa. No son simples observaciones. Revelan la voluntad de Dios para todos los súbditos del reino. Las ocho cualidades de carácter que aparecen en las bienaventuranzas se relacionan estrechamente entre sí, de modo que ninguna de ellas puede existir separada de las demás. Lo que Jesús presenta aquí, choca frontalmente con la mentalidad del mundo. Por eso, estas bienaventuranzas llaman tanto la atención, y hasta podrían llegar a enojar a algunos.
            Vemos entonces, que las bienaventuranzas no son meros deseos piadosos o profecías borrosas de felicidades futuras, sino que acá se felicita a personas por algo que ya son. ¿Y qué es lo que son? Veámoslas una por una, a ver si las descubres en tu vida.
            La primera cualidad de carácter es la pobreza en espíritu: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (v. 3 – RVC). ¿Qué quiere decir esto? Como ya lo expresa esta frase, no se refiere a la pobreza material, aunque algunos quisieran interpretarlo de esta manera. Pero no por no tener ni un peso en el bolsillo ya somos automáticamente objetos de la gracia de Dios. Aquí nos da otra vez una idea comparar diferentes versiones de la Biblia: “los que reconocen su necesidad espiritual” (PDT), “los que tienen el espíritu del pobre” (BLA), “los de espíritu sencillo” (BLPH), “los que tienen alma de pobres” (BPD). Jesús se refiere a los que ponen su confianza no en los bienes materiales sino en Dios, los que reconocen que por sí mismos no son ni remotamente capaces de agradar a Dios. El término griego que aquí se traduce con “pobre”, describe la condición más desesperante. Se refiere al mendigo que depende de la bondad de otros para su existencia, uno que no tiene recursos propios. Jesús está describiendo al discípulo que reconoce en su corazón que no tiene recursos espirituales o méritos propios y que depende única y exclusivamente de la gracia de Dios.
            A los que reconocen su necesidad espiritual les pertenece el reino de los cielos, dice Jesús. Es que puedo entrar al reino de Dios únicamente rindiéndome, admitiendo que no puedo por mí cuenta contra el pecado, que necesito desesperadamente la ayuda, la gracia y el perdón de Dios. El que se presenta con todo su currículum de buenas obras y de esfuerzos por llevar una vida aceptable no podrá entrar. Sólo la sangre de Jesús que nos limpia de todo pecado nos pone en condiciones de poder entrar al cielo.
            “¡Felicidades al que reconoce su absoluta necesidad espiritual!” ¿Escuchas que Dios te lo dice a ti?
            Veamos la segunda cualidad: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (v. 4 – RVC). Esta bienaventuranza sí que va totalmente contramano a lo que creemos. ¿Qué pensarían si les dijera: “¿Estás triste? ¡Qué bueno! ¡Felicidades!”? Uno hace cualquier cosa con tal de distraer la mente para que no piense en lo que le causa tristeza. Y ahora Jesús declara bienaventurados a los que lloran. Como dijimos, todas las bienaventuranzas están íntimamente ligadas unas con otras. Si nos damos cuenta de nuestra tremenda insuficiencia espiritual, como lo expresa la primera bienaventuranza, llegaremos a experimentar ese dolor y compungimiento por nuestro estado espiritual que expresa esta bienaventuranza. Dios felicita a los que lloran amargamente al reconocer su estado espiritual desastroso. Significa llorar como lo hizo Pedro después de haberle negado tres veces al Señor (Lc 22.62).
            Los que sufren esa clase de tristeza reciben la promesa del Rey de ser consolados. Su pecado será quitado, su culpa borrada, y podrán experimentar la paz y el gozo que no se puede entender ni explicar, sino sólo disfrutar. Serán lavados por la sangre de Cristo, y su vestido harapiento será cambiado por uno nuevo y reluciente. El verbo en tiempo futuro (“recibirán consolación”) no indica que tendrán que esperar para recibir la consolación, sino expresa más bien certeza de que efectivamente reciben consuelo. No se menciona el agente que produce la consolación, pero es evidente que es el Consolador prometido por Jesús, el Espíritu Santo (Jn 14 – 16).
            Aunque aquí no se habla en primer lugar de la tristeza experimentada a causa de los golpes de la vida, creo firmemente también en el consuelo del Señor en estas situaciones. Ante la pérdida de un ser querido, por ejemplo, podemos experimentar la presencia sobrenatural del gran Consolador que llena nuestro corazón de paz y nos devuelve la sonrisa después de sanar nuestra alma.
            “¡Felicidades al que se duele profundamente por su estado espiritual!” ¿Escuchas que Dios te lo dice a ti? Estas dos primeras felicitaciones quizás ya quedan en el pasado para ti. Es decir, ya pasaste por eso alguna vez, y ahora estás creciendo más y más. Estas dos primeras son la base a todas las demás bienaventuranzas. Si estas no se han dado nunca en tu vida, difícilmente se podrán dar las siguientes.
            A este reconocimiento de su estado espiritual y el consecuente consuelo recibido, le sigue la siguiente característica: la humildad: “Dichosos los humildes, porque recibirán la tierra como herencia” (v. 5 – NVI). ¿Qué motivo de orgullo nos podría quedar después de vernos harapientos y sucios delante de Dios? Reconocer nuestra verdadera situación, vernos con los ojos de Dios, quita de nosotros todo orgullo y autosuficiencia. Otra forma de traducir este término es “manso”. El término indica ausencia de pretensión, y disposición a sufrir ofensas sin reaccionar. El discípulo manso es el que aprende de su Rey, se somete a él y le obedece. Jesús es el ejemplo máximo de la mansedumbre, pues se sometió y obedeció radicalmente al Padre y su voluntad.
            Lo contradictorio está en la promesa que le sigue a este rasgo de personalidad: “ellos heredarán la tierra” (RVC). En este mundo parece que se puede conseguir algo sólo con violencia, astucia y engaño, pero jamás con humildad y mansedumbre. Más bien los humildes y mansos son arrollados en un abrir y cerrar de ojos por los demás. Manso pareciera ser sinónimo de menso. Pero más bien significa fuerza bajo control. La persona mansa no reacciona ante provocaciones, no porque sea debilucha o incluso cobarde, sino porque se controla y decide no hacerlo. Jesús podría haber fulminado a todos sus enemigos de un saque, como sus discípulos en varias oportunidades pretendieron hacerlo en su lugar. Pero él decidió no hacerlo por un propósito mucho más allá de la ofensa momentánea. El que es capaz de dominarse a sí mismo, puede dominar también a toda la tierra. Por eso, Dios se la dará (la tierra) en herencia a personas con esta característica. No se refiere tanto a tener el título de propiedad de grandes extensiones de tierra, sino más bien de tener influencia y dominio espiritual sobre zonas que Dios abrirá ante ellos.
            “¡Felicidades al que es humilde y se tiene bajo control!” ¿Escuchas que Dios te lo dice a ti?
            Una vez en posesión de la tierra, discípulos con las características mencionadas tendrán un deseo ardiente de que toda la gente en su área de influencia pueda experimentar la justicia de Dios y la justificación espiritual por parte de Dios: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (v. 6 – RVC). Cuando Jesús pronunció esta bienaventuranza, sus oyentes pensaron en un hambre y una sed que desespera, llevándolos a hacer cualquier cosa para saciarla. Por eso, una versión traduce este versículo de la siguiente manera: “Afortunados los que desean hacer la voluntad de Dios aun más que comer y beber…” (PDT).
            El término “justicia” se refiere, por un lado, a la justicia personal, hacer lo que es recto según las normas de Dios. Por otro lado, incluye la pasión por establecer y extender el reino de Dios entre los hombres. El que desea esto ardientemente, será saciado, dice Jesús. Feliz no es necesariamente sólo aquel que ha alcanzado ya la meta, sino también el que anhela de todo corazón llegar a ser una persona buena y recta. La buena intensión sí vale, aunque no lo es todo.
            “¡Felicidades al que desea ardientemente que mi reino se extienda en su zona de influencia!” ¿Escuchas que Dios te lo dice a ti?
            Una persona que experimentó su total dependencia de la gracia y misericordia de Dios, también manifestará no solamente humildad, sino también la siguiente característica: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos serán tratados con misericordia” (v. 7 – RVC). Esta bienaventuranza expresa uno de los atributos de Dios que se menciona con mayor frecuencia en la Biblia. Jesús revela la misericordia del Padre, que se dirige hacia los pobres, pecadores y gente menospreciada. Como ese discípulo experimentó que no podía aportar nada para su propia salvación, también sentirá lástima por otros que están en esta situación de miseria espiritual y quizás ni se den cuenta todavía. La palabra “misericordia” significa tener un corazón para los que están en la miseria; sentir compasión por ellos. Pero no es sólo decir: “¡Pobrecitos!”, y seguir de largo, sino la misericordia es algo activo: sentir pena y mover todo lo posible para subsanar esta miseria de los demás. Tener misericordia significa poder ponerse en el lugar del otro, meterse en sus zapatos.
            Los que manifiestan esta actitud para con los demás, también recibirán igual trato, quizás no siempre de otras personas, pero sí de parte de Dios. Esta promesa me indica que en algún momento yo también necesitaré de la misericordia de otros; en algún momento yo también estaré en la miseria. Así que, otro motivo más para seguir siendo humildes, como lo expresó la bienaventuranza anterior.
            “¡Felicidades al que tiene compasión de la miseria espiritual de los demás!” ¿Escuchas que Dios te lo dice a ti?
            El siguiente versículo revela otra característica de un verdadero discípulo: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (v. 8 – RVC). Este versículo siempre me hace acuerdo del evangelista Luis Palau, porque desde hace décadas, su programa radial “Cruzada con Luis Palau” termina con este versículo.
            Un verdadero discípulo que ha sido rescatado por la misericordia de Dios de su estado espiritual caótico, se va a esforzar por mantener su corazón y vida limpios de contaminación y pecado. El corazón es el asiento de pensamientos y motivos, mente y emociones. La pureza, aquí, no es meramente limpieza del corazón, sino más bien integridad del corazón.
            Una persona con esta característica recibe la promesa de parte de Jesús de poder ver a Dios. Dios es absolutamente santo, y nada pecaminoso puede estar en su presencia. Por eso pregunta el salmista: “¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su lugar santo? Sólo el de manos limpias y corazón puro, el que no adora ídolos vanos ni jura por dioses falsos” (Sal 24.3-4 – NVI). La pureza de corazón nos posibilita tener mayor intimidad con Dios.
            “¡Felicidades al íntegro!” ¿Escuchas que Dios te lo dice a ti?
            Ya habíamos visto que los que dominan moral y espiritualmente su entorno, luchan por el bienestar y la justicia de todas las personas a su alrededor. Buscan la paz integral para todos, según expresa la siguiente bienaventuranza: “Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos” (v. 9 – DHH). Buscar la paz no es tapar superficialmente todo roce y hacer como si nada hubiera pasado. Tarde o temprano reventará y el daño será mucho peor. Es procurar una paz integral, desde adentro, desde el corazón, en las personas que nos rodean. ¡Pero cuánto cuesta buscar una solución y reconciliación verdadera, especialmente cuando uno mismo está involucrado! Por eso, muchas versiones de la Biblia hablan de “trabajar” por la paz. No es algo que se da fácilmente ni es dar un paseo. A veces es trabajo duro lograr restablecer la paz.
            Pero si lo logramos, seremos llamados “hijos de Dios”. Dios es conocido como el Dios de paz (Ro 15.33; 1 Co 14.33); Jesús es el Príncipe de Paz (Is 9.6) y su venida a esta tierra significaba paz para los hombres de buena voluntad (Lc 2.14). Por lo tanto, hacer algo que proviene de Dios y que refleja su carácter, nos convierte en imitadores o hijos de él, ya que el hijo hereda y reproduce las mismas características de su padre.
            “¡Felicidades al que busca el bienestar integral para los demás!” ¿Escuchas que Dios te lo dice a ti?
            La siguiente bienaventuranza no nos gustará tanto, e inclusive la consideramos todo lo contrario a “dichoso” al pasar por esto: “Dichosos los perseguidos por hacer lo que es justo, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos ustedes, cuando la gente los insulte y los maltrate, y cuando por causa mía los ataquen con toda clase de mentiras. Alégrense, estén contentos, porque van a recibir un gran premio en el cielo; pues así también persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes” (vv. 10-12 – DHH). ¿A quién le parece deseable recibir felicitaciones de Dios siendo perseguido? Más fácil nos sería verlo como una maldición. Por eso justamente las bienaventuranzas son tan revolucionarias y anti sistema del mundo. Muchas personas, incluso cristianos, dirían: “¿Qué tipo de Dios será este que mira cómo sus hijos más fieles sean perseguidos por hacer lo que él les pide? Es sádico. No gracias, prefiero no tener nada que ver con él.” Pero si Dios lo considera algo positivo, por algo debe ser.
            Mirémoslo de esta perspectiva: ¿Qué es lo que hicieron con Jesús? Todo esto y mucho más. No pararon hasta haberlo borrado del mapa – según ellos. ¿Y qué habíamos dicho en la bienaventuranza anterior? ¿Cómo seríamos llamados? Hijos de Dios. Si nuestro modelo supremo sufrió esto, y nosotros somos iguales a él, ¿podemos esperar entonces otro trato? Jesús mismo se lo dijo a sus discípulos: “Si el mundo los odia a ustedes, sepan que a mí me odió primero. Si ustedes fueran del mundo, la gente del mundo los amaría, como ama a los suyos. Pero yo los escogí a ustedes entre los que son del mundo, y por eso el mundo los odia, porque ya no son del mundo. Acuérdense de esto que les dije: ‘Ningún servidor es más que su señor.’ Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán; y si han hecho caso de mi palabra, también harán caso de la de ustedes” (Lc 15.18-20 – DHH).
            Pero hay una condición para que nuestro sufrimiento sea algo que Dios pueda felicitar: lo que provoca la persecución debe ser porque hacemos lo que es justo (v. 10), y lo que dicen de nosotros deben ser mentiras (v. 11). Si tienen razón con lo que nos acusan, entonces no podemos decir que sufrimos por el Señor. ¡Sufrimos por nuestras metidas de pata!
            El que sufre por ser hijo de Dios, tiene también una gran promesa de parte de Jesús. Por un lado, Jesús les dice que serán parte del reino de los cielos. O, mejor dicho, el hecho de que sufren a causa del Evangelio muestra que ya son del reino de los cielos.
            Pero también les dice Jesús que “…será grande la recompensa que recibirán en el cielo” (v. 12 – BLA), “el premio que les espera en el cielo es abundante” (BNP).
            “¡Felicidades al que sufre ataques por ser fiel a mí!” ¿Escuchas que Dios te lo dice a ti?
            Hasta aquí llega esta descripción de Jesús del carácter de un bueno discípulo del Señor: reconoce su insuficiencia espiritual delante de Dios; llora y sufre por su pobre estado espiritual; es humilde; desea con toda el alma que se muestre la justicia de Dios; es compasivo; es íntegro; trabaja por la paz y sufre persecución por causa del Evangelio. ¿Eres una persona que puede recibir las felicitaciones de Dios? ¿O en qué parte del proceso te has quedado? ¿O tienes que volver otra vez a la base a sentirte dolorido y afligido por tu estado espiritual? Si descubres algún rasgo de carácter que hemos visto hoy que no está tan desarrollado en ti, ya sabes dónde empezar. Comprométete entonces con el Señor a trabajar por esa área, para que él te pueda felicitar por todas las 8 áreas de tu carácter de discípulo.