A
mucha gente le encanta recibir visitas. Si un día te llegaría un anuncio de que
recibirías una visita celestial, ¿cómo te sentirías? ¿Qué harías? ¿Cómo te
prepararías para recibir semejante visita? Bueno, más te vale que empieces ya
con los preparativos, porque el anuncio ya se ha dado. En el Salmo 24 encontramos
algo al respecto.
FSalmo 24
¿Consideras
algo en este mundo como tuyo? ¿Por ejemplo, tu auto, tu casa, tu familia, tu
trabajo, tu tiempo, etc.? Lo lamento, pero estás viviendo una ilusión no más de
ser propietario de algo. Este Salmo dice: “Dios es dueño de toda la tierra y
de todo lo que hay en ella; también es dueño del mundo y de todos sus
habitantes” (v. 1 – TLA). ¡Ni modo! Nada es tuyo, ¡había sido!
Pero
veámoslo desde otra perspectiva. Imagínate un pequeño niño cuyo juguete se le ha
roto. ¿A quién acude instintivamente en busca de ayuda? ¡A su papá, por
supuesto! O si, ya un poco más grandecito, necesita comprarse algo y no tiene
dinero, pero su papá es un empresario muy exitoso, ¿a quién va a acudir en
busca de ayuda? ¡A papá, por supuesto! Sí él tiene todos los recursos
necesarios como para reparar un juguete o, por lo menos, determinar si se puede
reparar y qué hacer al respecto; si él tiene todos los recursos necesarios como
para comprarle al hijo lo que éste necesita. Bueno, ¿queda todavía alguna duda
acerca de la enorme bendición que tenemos como hijos, no de un millonario, sino
del dueño de todo el mundo y lo que éste contiene? Si hay algo de nuestros
“juguetes” que se rompe, ¿a quién vamos a pedir ayuda? ¿Será que tenemos la
misma confianza absoluta que un niño en su papá? ¿Estamos plenamente
convencidos de que nuestro Papá celestial lo arreglará, trátese de cosas
materiales, de corazones rotos, de relaciones dañadas o de lo que fuese que no está
como debería? Y si tienes necesidad de algo que hay en este mundo, ¿no crees
que pidiéndole a tu Papá multimillonario que te lo provea sería una buena idea?
“Dios es dueño de toda la tierra y de todo lo que hay en ella…” (v. 1 –
TLA). Quizás, al seguir reflexionando sobre el hecho de que Dios es dueño de
todo, encuentras más aplicaciones todavía para tu vida.
¿Por
qué David es tan enfático en declarar a Dios como dueño de todo? Porque Dios
mismo creó todo el universo. Es el dueño por derecho de creación. El que
compone una canción, escribe un libro o inventa algún objeto es dueño de su
propia creación, amparado por la ley. Incluso puede demandar a otros que se
quieran apropiar indebidamente del fruto de su ingenio y esfuerzo. Así, Dios
puede pedirnos rendición de cuentas si nos apropiamos de la gloria que sólo le
pertenece a él, del diezmo que le pertenece, o de cualquier otra cosa de la
cual no tenemos arte ni parte, o si tratamos a la naturaleza como si fuese
nuestra propiedad con la que podemos hacer lo que se nos ocurra. Tanto en el
mundo físico como en el mundo espiritual eso es considerado robo. Tomando como
ejemplo el diezmo, Dios llega a reprochar duramente a su pueblo, acusándolo de
robo, por no haber llevado su diezmo al templo (Mal 3.8-9).
La
imagen que David usa aquí para describir la acción creadora de Dios es que Dios
asentó y afirmó la tierra sobre los mares. Esto refleja la creencia de los
hebreos antiguos que debajo de la tierra había un enorme océano y que la tierra
estaba asentada sobre unas columnas o cimientos que se hundían en la
profundidad de este océano. Y esto es precisamente lo que David está diciendo
aquí, que Dios afirmó la tierra sobre estas bases para que quede inamovible y
sea, a su vez, la base sobre la cual se desarrolla toda la vida humana y de
toda la naturaleza. Aunque la ciencia nos muestre hoy un cuadro totalmente
diferente, no cambia en absoluto el concepto de que fue Dios quien la creó. Y
sea que la tierra quede firme sobre un océano infinito o que esté colgada en la
nada en medio del universo en perfecta sincronización y armonía con los demás
millones de millones de cuerpos celestes, Dios la ha hecho de manera
sobrenatural, dejando muchas preguntas sin respuesta y sin posibilidades para
la mente humana de comprenderlas. Dios es infinitamente más grande que nosotros
y que todo el universo.
Cuando
nos damos cuenta de que ¡había sido! no somos los dueños de este mundo, sino
inquilinos y administradores, entonces empezamos a entender que no nos podemos
manejar según nuestro propio parecer, sino que tenemos que seguir estrictamente
las reglas del dueño. Más todavía tratándose de un lugar específico que él ha
elegido como su morada, como era considerado el monte Sión, sobre cuya cima se
edificó luego el templo de Jerusalén. Por eso, David se llega a preguntar: “¿Quién
puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede permanecer en su santo templo”
(v. 3 – DHH)? Esta pregunta surge de la noción de que no soy yo el que pone las
reglas de juego sino el dueño de todo lo que me rodea. Y David contesta su
propia pregunta, mencionando varias cualidades morales y espirituales que
alguien debe evidenciar como para ser admitido en la presencia de Dios: “Sólo
el de
·
manos limpias
·
• y corazón puro,
·
el que no adora ídolos vanos
·
ni jura por dioses falsos” (v. 4 – NVI).
Estas
cualidades ilustran el estado puro y sin pecado en que debemos estar para poder
entrar en relación con el Dueño de todo el universo. Si bien David menciona esto
como requisitos para acceder al “monte de Jehová”, al santuario o al santo
templo de Dios, lo usa como símbolo de la presencia de Dios. Es decir,
no podemos tomar este versículo para establecer la regla que sólo los
suficientemente santos pueden entrar a nuestra iglesia o a nuestro templo,
porque en tal caso ninguno de nosotros podría estar en ninguna iglesia
cristiana porque nadie por sí mismo sería lo suficientemente santo como para
entrar. Lo que David está diciendo aquí nos da la idea que no se puede acceder
a la presencia de Dios como sea no más. El pecado siempre es una barrera entre
Dios y el ser humano, y sólo la confesión de nuestro pecado y el perdón obrado
por la muerte de Cristo nos conceden la gracia y el privilegio de entrar en
comunión con Dios. El que ha experimentado esto, “…recibirá la bendición del
SEÑOR y la justicia del Dios de su salvación” (v. 5 – RVA2015).
Como
Dios es el dueño de todo y tiene su casa sobre el monte Sión, como lo entendían
los hebreos, él llega a darle una visita a su propiedad. Por eso el salmista
les da órdenes a las puertas de la muralla que rodeaba la ciudad a que se abran
de par en par para que pueda entrar el “Rey de gloria.” Incluso se puede
entender el versículo 7 como un orden de correrse aún más para los costados
para que haya más lugar para que entre el rey. Normalmente las puertas de las
ciudades eran enormes y espaciosas, pero tratándose del Dueño del universo, aun
así no darían abasto para dejarlo pasar. Por eso se tenían que ensanchar más
para brindar más espacio. En ese sentido, la Reina Valera Contemporánea (RVC)
traduce este versículo de la siguiente manera: “¡Ustedes, puertas, levanten
sus dinteles! ¡Ensánchense ustedes, puertas eternas! ¡Ábranle paso al
Rey de la gloria!” David presenta a Dios como un guerrero que vuelve
victorioso de la batalla con sus prisioneros y su botín, al que toda la ciudad
debe darle ahora una bienvenida entusiasta y celebrar su procesión triunfal. Lo
describe a Dios como “el SEÑOR, fuerte y poderoso; el SEÑOR, invencible en
batalla” (v. 24 – NTV).
Y
nuevamente David lanza su llamado a las puertas a abrirse de par en par para
dejar entrar al Rey de gloria. Esta repetición aporta a estos versículos un
increíble aire ceremonioso, festivo, de carácter oficial. Y en su respuesta a
la pregunta acerca de la identidad de ese “Rey de gloria”, el salmista lo llega
a identificar claramente como el Dios de Israel: “¡Es Jehová de los
ejércitos! ¡Él es el Rey de gloria” (v. 10 – RV95). “Jehová de los
ejércitos” es la traducción de uno de los nombres de Dios que se usa
frecuentemente en el Antiguo Testamento. Describe a Dios como el Todopoderoso,
el comandante en jefe de los ejércitos celestiales y humanos que pelean a favor
de Israel. Él sí que merece la bienvenida más jubilosa que uno se puede
imaginar.
El
Dueño de toda la tierra y lo que en ella hay viene a visitar su propiedad. ¿No
nos suena esto conocido de alguna manera? Por ejemplo, de esta manera: “A lo
suyo vino, pero los suyos no lo recibieron. Mas a todos los que lo recibieron,
a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”
(Jn 1.11-12 – RV95). Jesús, el Rey del universo y Creador de todo lo que
existe, vino a este mundo, pero no hubo ningún llamado a que los portones del mundo
se abran lo más amplio posible para dejarlo entrar. Él vino, pero los suyos no
lo recibieron. No hubo ninguna celebración del regreso victorioso del héroe
máximo. Por lo menos no una que se oyó en toda la tierra. Pero sí hubo una
celebración celestial gloriosa. La detectaron sólo los que tenían la humildad
suficiente como para recibirla: unos sencillos pastores en las afueras de
Belén. Ellos abrieron las puertas de sus corazones de par en par para que la
gloria de Dios y la fe en él puedan entrar y transformarlos.
Estamos
en los días previos a celebrar la conmemoración de esta primera visita
celestial. Este Rey de gloria va a regresar otra vez para todos, visible para
todo ser humano. Pero aparte, puede llegar a tu vida en cualquier momento. Te
quiere hacer una visita personal. Puedes escuchar ya el llamado: “Ábranse de
par en par las puertas y den paso al Rey de la gloria” (v. 9 – NBD). Pero
no toda persona está lista para recibirlo. Nuestro corazón, nuestra vida debe
estar en condiciones como para experimentar su visita en nuestra vida. Este
Salmo nos lo indica: necesitamos tener manos limpias que no estén manchados de
pecado, un corazón puro, sensible a la voz de Dios y orientado sólo a él, no
adorar ídolos vanos, ni siquiera el ídolo de su propio orgullo o su propia
voluntad, ni jurar por dioses falsos, sino adorar al único y verdadero Dios,
Creador y Dueño de toda la tierra y lo que en ella hay. Prepárate para el
encuentro con el Señor. Prepárate para recibir visita celestial.
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