lunes, 13 de noviembre de 2017

Solos contra el mundo







            Hay en la vida situaciones en que uno se siente como si estuviera totalmente solo contra el resto del mundo. Es una sensación exagerada, pero a veces nos parece ser demasiado real. Los que tuvieron que defender una tesis, por ejemplo, pueden haberse sentido solos frente a unas fieras salvajes en la mesa del jurado, listos para despedazarlos. O puede suceder algo parecido en el momento de una entrevista de trabajo demasiado importante y delicada. O la sensación de una mujer, un niño o cualquier persona que por cosas de la vida se ve sola ante la vida, sola en un país extraño, sin nadie a su lado para enfrentar los desafíos aterradores. A veces también nos sentimos solos con nuestro testimonio cristiano frente a un montón de burladores que no desperdician ni una oportunidad de querer destrozarnos con su risa malévola a causa de nuestra fe. Solos contra el mundo. ¿Qué hacer entonces? ¿No sería más sensato renunciar, comprometer sus convicciones, con tal que te dejen en paz?
            Hace dos semanas empezamos a introducirnos en la historia de la reina Ester en el Antiguo Testamento. En el pasaje de hoy ella no será tanto la protagonista, sino más bien su tío Mardoqueo. Y él también se encontraba solo frente al mundo: un mundo de odio y de maldad; un mundo de venganza. ¿Qué hacer en estas situaciones? Veamos lo que hizo él.

            FEst 3

            En la prédica hace dos semanas, el pastor Roberto nos introdujo al libro de Ester, presentando por lo menos dos de los cuatro protagonistas de esta historia muy interesante: por supuesto a Ester, personaje principal, y al rey Asuero, que llegó a tomarla a Ester por esposa. En este texto conoceremos los otros dos protagonistas: Mardoqueo y Amán. Mardoqueo ya apareció en el texto de hace dos semanas. Era el tío y padre adoptivo de Ester. Amán es descrito en nuestro texto como “hijo de Hamedata, descendiente de Agag” (v. 1 – DHH). Puede que ese nombre Agag les suene conocido, porque ya lo conocimos hace algunos meses atrás. Esta descripción indica que Amán era descendiente de los amalecitas, población enemiga de Israel desde que los tiempos de Moisés. Con su rey Agag ya nos habíamos cruzado cuando el rey Saúl desobedeció la orden de Dios de eliminar a los amalecitas. En aquella oportunidad, Saúl dejó con vida al rey Agag. Amán ahora es descendiente de este rey Agag. Esto nos ayuda a entender el origen de su odio contra los judíos.
            Por alguna razón no indicada en el texto, Amán se vio beneficiado por un ascenso por parte del rey Asuero a un puesto de suma confianza y autoridad. Esta nueva posición le dio mucho más poder a Amán para llevar a cabo sus planes malévolos. Esta posición conllevaba que todo el mundo, por orden expresa del rey, debía arrodillarse ante él y rendirle honores. Y la gente lo hacía – excepto Mardoqueo. Él tenía muy claro quién sería el único ser en el universo ante quien se inclinaría: el Dios todopoderoso. En una película de la historia de Ester que quisiera mostrarles en algún momento, él lo dice con mucha claridad. Aunque él estaba frente a una persona con autoridad del mismo rey más poderoso de la época en toda la región, para Mardoqueo había todavía un poder más grande: el de Dios a quien él servía. Esto él lo tenía en claro, y no se desviaba de su postura, opóngase quien quiera.
            Me pregunto cómo hubiera reaccionado yo ante esta situación. Si ni siquiera necesito llegar a situaciones tan extremas como esta. Ante manifestaciones contrarias a la fe cristiana en Facebook, el vecindario o cualquier lugar que me muevo a lo mejor ya me achico y guardo silencio. Se requiere de mucha valentía para mantener su testimonio firme, claramente expuesto ante todo el mundo. Ser sal y luz del mundo a veces no es tan fácil y puede tener serias consecuencias, como fue justamente el caso de Mardoqueo.
            La primera consecuencia fue el cuestionamiento de los funcionarios del palacio. Como su sobrina, la reina Ester, estaba en el palacio, Mardoqueo siempre estaba dando vueltas por sus alrededores, por si se presentase alguna emergencia. Cuando los guardias de la entrada se dieron cuenta de que Mardoqueo no se inclinaba ante Amán, le increparon: “¿Por qué desobedeces la orden del rey?” (v. 3 – BLA). Como no les hizo caso, se volvieron mucho más insistentes, sin lograr ninguna otra respuesta excepto de que él era judío.
            Entonces las consecuencias de su postura firme se agravaron más. Estos guardias “…lo denunciaron a Amán, por ver si a Mardoqueo le valían sus excusas, porque les había dicho que él era judío” (v. 4 – BNP). No contentos con ser pesados, se hicieron chupamedias, y luego malévolos. Si ellos no hubieran hecho esto, a lo mejor la historia hubiera sido muy diferente, porque Amán parece que no había notado todavía esta actitud de Mardoqueo. Pero ante estas denuncias, él mismo comprobó que efectivamente era así: Mardoqueo no se arrodillaba ante él. Como Amán era una persona ansiosa de poder, esta actitud de Mardoqueo casi lo hizo estallar de furia.
            Las olas de las consecuencias de la firmeza de Mardoqueo se seguían extendiendo. Ya no le afectaba sólo a él, sino a todo el pueblo judío: “Amán consideró que era muy poco vengarse solamente de Mardoqueo, así que procuró destruir a todos los judíos que había en el reino de Asuero…” (v. 6 – RVC). Como ya habíamos visto en la historia de Nehemías, varios grupos grandes de judíos ya habían vuelto a Jerusalén. Pero, aun así, había todavía un buen número de judíos que vivían en las diferentes provincias de Persia.
            Pero por más poderoso que era Amán, había otro más poderoso que él que tenía la última palabra: el rey mismo. Y para que el rey diera su aprobación a su plan gestado en el mismo infierno, Amán tenía que proceder de manera muy astuta. En primer lugar, él tenía que hacer parecer todo como un plan fríamente calculado, que él —Amán— podría controlar y llevar a cabo de taquito. Por eso empieza por fijar la fecha. Según la costumbre de aquel entonces, él echó la suerte para determinar el día exacto de su venganza. El echar la suerte ocurrió en abril, según nuestro calendario. Y la fecha que salió “electa” por sorteo, era en marzo del año siguiente, es decir, casi un año más tarde. Esto le dio suficiente tiempo para preparar todo como para poder darle rienda suelta a su odio contra los judíos.
            Luego él le presentó su plan al rey con un argumento mezclado con verdades y media verdades. Y esa mezcla confundió lo suficiente como para poder saltar de golpe a conclusiones totalmente erradas. Veamos los elementos que componen su argumentación: “Hay un pueblo esparcido por todas las provincias del reino” (v. 8 – PDT). Verdad. Era así; recién lo habíamos dicho que los judíos estaban esparcidos por varias provincias del reino.
            “Ese pueblo no se junta con la otra gente…” (v. 8 – PDT). Verdad a medias. Tenían una identidad muy bien formada, especialmente en lo espiritual. En ese sentido sí que no se juntaban o mezclaban con otras doctrinas e ideologías. Puede ser también que en cuanto a raza no se hayan mezclado mucho con otras naciones. Salvo pocas excepciones, me imagino que un hombre judío sólo se casaba con una mujer judía. Pero socialmente es mentira que no se juntaban con otros. Si vivían esparcidos en todo el reino y estaban en roce constante con todo tipo de personas, no podían otra cosa que juntarse con los demás.
            Otras traducciones dan a entender que los judíos eran un pueblo secreto, casi como espías, tan bien mezcladas con la gente que nadie sabía quién era. Es decir, eran un pueblo difícil de identificar y, por lo tanto, un peligro en potencia.
            “…tiene costumbres diferentes a las de los demás” (v. 8 – PDT). Verdad. Por su identidad espiritual y cultural, los judíos eran —y siempre serán— un pueblo bien específico que no pierde estos rasgos.
            “Ellos no obedecen las leyes del rey…” (v. 8 – PDT). Verdad a medias. Los judíos estaban en tierra extranjera. No les quedaba otra que obedecer las leyes del lugar porque si no, les iría muy mal. Que Mardoqueo no haya obedecido esa una instrucción de venerar a Amán no quería decir todavía que todo el pueblo desobedecía todas las leyes, a no ser que haya leyes que vayan en contra de la ley de Dios. Esta ley estaba para los judíos por encima de cualquier otra ley humana.
            Esa mezcla entre verdades y media verdades, por un instante despistó al rey lo suficiente como para asestar el golpe mortal contra los judíos y presentarle una conclusión totalmente estirada por los pelos y sin fundamento alguno. Ni siquiera tenía nada que ver con los argumentos presentados anteriormente:
            “…no es conveniente que el rey les permita seguir viviendo en su reino” (v. 8 – PDT). ¿Qué tenía que ver la vida de este pueblo con tener costumbres diferentes y estar esparcido por todo el reino? Amán habla como si los judíos fueran criminales de lo peor. Si él hubiera enumerado una lista de actos terroristas cometidos por los judíos, quizás se podría llegar a esta conclusión, pero no por ser un pueblo como él lo describió.
            Una vez presentados estos argumentos y su conclusión “lógica”, Amán empuja al rey a la acción de manera muy astuta. Primero le chupa también la media al rey, haciéndole sentir que él como rey es el que toma las decisiones (“…si a Su Majestad le parece bien…” – v. 9 – DHH), para acto seguido enchufarle la decisión que Amán ya había tomado: “…publíquese un decreto que ordene su exterminio” (v. 9 – DHH), “ordene destruir a esa gente y yo pondré en manos de los funcionarios trescientos treinta mil kilos de plata en el tesoro del rey” (v. 9 – PDT). No da la apariencia de que el rey haya sido demasiado hambriento por dinero, porque le contestó: “Puedes quedarte con la plata” (v. 11 – DHH). Incluso dudo mucho que Amán haya tenido realmente esa plata, porque era una suma tremendamente exagerada. Quizás por eso que el rey no le dio importancia. Pero de todos modos sirvió para darle a la presentación del plan de Amán un impulso sicológico muy fuerte para que el rey le diera su aprobación.
            Y el rey cayó en la trampa con todo. Ni siquiera dijo que lo analizaría, que lo comunicaría a sus consejeros o que Amán elaborara un borrador para que él como rey lo viera, lo modificara y sacara luego la versión definitiva para promulgarla. Cayó como piedra, ¡Ploc!, enterito en la trampa y le dio a Amán su anillo real, que era símbolo de autoridad, porque llevaba el sello del rey que se estampaba en todo documento, dándole carácter oficial y obligatorio, imposible de revertir. Prácticamente el rey le confirió su propia autoridad máxima a Amán. Y el relator de este suceso, el autor del libro de Ester, le da un dramatismo impresionante por la forma de describirlo. Es como si enfocara el anillo del rey en primerísimo plano y muestre en cámara lenta como lo saca de su dedo y lo entrega en manos de Amán: “Entonces el rey se quitó del dedo el anillo oficial y se lo dio a Amán hijo de Hamedata, descendiente de Agag, enemigo de los judíos” (v. 10 – PDT). Con este movimiento, la condena de los judíos estaba sellada: “Puedes quedarte con la plata, y haz con ese pueblo lo que mejor te parezca” (v. 11 – BLPH). ¡Un cheque en blanco para que Amán le pueda poner el precio que él quería por este pueblo! Amán había logrado engañar y atontarle al rey completamente. Él manejó el asunto de ahora en adelante, preparando todo para la gran matanza. Ni siquiera fue necesario echar mano de los recursos del gobierno o del ejército, sino que ordenó a los gobernadores y la población en general eliminar en la fecha indicada por la suerte a cuanto judío encontraban, “jóvenes y ancianos, niños y mujeres” (v. 13 – RVC). Todo esto fue escrito “…en el nombre del rey Asuero y sellado con el anillo del rey” (v. 12 – NBLH). Una vez hechas las copias para cada provincia, el servicio de Courier más eficiente de la nación fue encargado de llevarlas a su destino final. Una nota explicativa dice: “Los autores antiguos informan que fueron los persas quienes establecieron los correos rápidos para la comunicación con las provincias” (DHH). Y la película muestra justamente la alta velocidad con que se diseminaba este decreto. A causa del mismo, “en la ciudad de Susa reinaba el desconcierto” (v. 15 – RVC). ¿Y qué hacían Amán y el rey? “…el rey y Amán no hacían más que tomar y pasarlo bien” (v. 15 – BLA). Pareciera ser una descripción de los políticos paraguayos del 2017: el país se cae a pedazos, mientras que ellos se pasan de una farra a otra (claro, con algunas pocas excepciones). Una insensibilidad aterradora respecto al caos reinante en el pueblo al que deberían servir. Pero así es el ser humano sin Cristo.
            ¡Vaya qué consecuencias tuvo la postura de Mardoqueo para él mismo y para todo su pueblo! ¿Valía la pena tanta “terquedad” simplemente por una postura física? ¿Qué le costaba arrodillarse al paso de Amán, con tal que en su corazón él sabía quién era su verdadero rey? Él podía decir también como aquella niña: “Estoy arrodillado, pero ¡en mi interior yo sigo de pie!” Por culpa de Mardoqueo cayó ahora tanta desgracia sobre todo su pueblo. ¡Es inadmisible! Si la historia terminara aquí, podríamos llegar a pensar de esta manera. Pero la historia completa muestra que precisamente por su fidelidad a Dios, a pesar que ni siquiera se le menciona a Dios en ningún momento en este libro, fue lo que finalmente resultó en la liberación de los judíos, y el origen de una de las fiestas anuales grandes que los judíos celebraron hasta siglos después todavía. ¿Qué hubiera pasado si Mardoqueo no hubiera mantenido en alto su fidelidad a Dios? No lo sabemos, pero de seguro que hoy no tendríamos esta impresionante historia, ejemplo por excelencia de la intervención divina en la vida de su pueblo.
            No condiciones tu fidelidad a Dios y sus principios según tu aparente conveniencia en el momento. La historia no termina con el momento presente. Cuando te parece que tu fe y tu fidelidad a Dios sólo te trae pérdidas, recuerda que Dios mide las cosas de manera muy diferente. Puede que sí pierdas muchas cosas; puede que inclusive pierdas tu vida. La historia del cristianismo está llena de casos así. En esta semana conmemoramos los 500 años de la Reforma. Fue precisamente esta reforma con Lutero como uno de los protagonistas principales la que dio origen 4 años después al movimiento anabautista/menonita. Y la historia de los menonitas está llena de testimonios de personas que perdieron su vida por su fidelidad a Dios. Se les dio la posibilidad hasta el último minuto de negar su fe y salvar así su vida. Pero en la gran mayoría de los casos dijeron: “¿Y de qué me sirve mantener mi vida terrenal si a cambio pierdo mi vida eterna?”
            No sé ante qué desafíos estás en tu vida que ponen en juego tu testimonio como cristiano, tu función de ser sal y luz del mundo. Pero si te sientes como si estás solo contra el mundo, gira tu cabeza para contemplar al León de Judá que está a tu lado y exclama a voz en cuello junto con el profeta Jeremías: “Jehová está conmigo como un poderoso gigante; por tanto, los que me persiguen tropezarán y no prevalecerán; serán avergonzados en gran manera, porque no prosperarán; tendrán perpetua confusión, que jamás será olvidada” (Jer 20.11 – RV95). ¿Qué puedes perder al serle fiel a Cristo? ¿Qué puedes ganar al serle fiel a Cristo? ¿Cuál de los dos pesa más para ti?