martes, 9 de febrero de 2016

Maceta vs. plantación



            Los que han estado últimamente en la casa de los hermanos Mario y Alicia habrán visto la huerta que el hermano ha preparado. En una parte de su lote tiene varias parcelas preparadas para sembrar todo tipo de verduras. ¿Qué pensarían ustedes de él si en una parcela sembrara una semillita de tomate, en la otra una sola de zanahoria, en la tercera una semilla de locote y así sucesivamente? ¡Sería una locura: teniendo semejante espacio para llenarlo de plantas y así tener una cosecha súper abundante, y se va a conformar con una sola plantita por parcela, como si tuviera nada más que una maceta donde sembrarla…!
            Pero muchos de los que criticarían al hermano por proceder de esta manera en su plantación de verduras tienen la misma actitud a la hora de dar su ofrenda. Tienen la mentalidad de maceta en vez de plantación. ¿A qué me refiero? Siga con nosotros hasta el final por este mismo canal y sabrá la respuesta…

            2 Co 8.16-9.15

            Los que han prestado atención, posiblemente ya habrán detectado a qué me refiero con la mentalidad de maceta o de plantación. Pero vamos por parte.
            Ya el domingo pasado, Derlis nos había explicado que Pablo realizó entre las iglesias que él había fundado una colecta para la iglesia de Jerusalén que estaba pasando por un período muy duro de persecución. Al comunicarles la idea de la colecta a los corintios, entre otras iglesias de la provincia de Acaya, ellos habían estado muy entusiasmados con la misma, prometiendo una ofrenda generosa. Este entusiasmo le sirvió a Pablo para contagiar también a otras iglesias. Ya Derlis nos explicó que las iglesias de Macedonia, a pesar de su extrema pobreza y sus propios enormes conflictos, le insistían continuamente para poder participar también de esta ofrenda. Ellos no querían perderse la bendición de ofrendar también para la iglesia de Jerusalén. Esto nos muestra que nuestra ofrenda no depende de lo que tengamos o no tengamos, sino de nuestra actitud. Nunca podemos estar tan pobres y necesitados que no tengamos algo para dar a otros.
            Ante esta actitud de las iglesias de Macedonia, a Pablo le entran de repente sus dudas y preocupaciones acerca de la ofrenda prometida por los corintios. Comparada con las iglesias de Macedonia, la de Corinto nadaba en bendiciones y riquezas. ¿Será que su ofrenda sería también proporcionalmente tanto mayor que la de los macedonios? Tanto alarde él había hecho de la buena voluntad de los corintios, ¿y qué si de repente esa voluntad había disminuido drásticamente en su ausencia? ¿Qué, si los macedonios designaran a alguien que acompañara a Pablo para recoger la ofrenda y llevarla a Jerusalén, y lleguen a Corinto y encuentren una miseria de ofrenda (9.4-5)? Entonces dirían: “¿Cómo? Nosotros que hemos pasado por mil y una, hemos recogido esta ofrenda para los hermanos de Jerusalén, y los corintios, que tienen todo a su favor, no han sido capaces de más que eso?” Esto sería el papelón del siglo para Pablo, y ni decir para los corintios (9.4). Por eso Pablo envió a hermanos confiables delante de él para que preparen el terreno en Corinto, de modo que cuando llegue Pablo a recoger lo que habían dado, encuentre una ofrenda muy generosa para Jerusalén, “…y no una muestra de tacañería” (9.5 – BLPH).
            Uno de estos enviados era Tito (8.16), que había trabajado muy de cerca con Pablo y lo había acompañado en varios viajes. Pablo dio testimonio de la gran pasión que este hombre sentía por la obra de Dios, de modo que con gusto accedió a la petición de Pablo de ir a Corinto. No está bien claro si él ya se había ido en el momento en que Pablo escribiera esta carta, o si Tito sería el mensajero que llevaría la carta consigo a Corinto.
            Juntamente con Tito, Pablo envió a otro hermano que también contaba con un testimonio intachable de trabajar fuerte en la obra de Dios (8.18). Es decir, para los servicios o puestos de gran responsabilidad no se eligen a los turistas que van de diversión en diversión, sino a los que han mojado la camiseta y han demostrado confiabilidad. Si te estás quejando que siempre se le llama a otros para los diferentes cargos o servicios en la iglesia, o que todo es aburrido, analizate si el/la aburrido/a no eres tú que sólo aparece cuando hay algo “espectacular”, algo para disfrutar, pero que no se quiere meter en ningún trabajo, a no ser para lucirse. El que está ahí en la cancha, haciendo que las cosas ocurran, no tiene tiempo para pensar si algo es aburrido o no. Está demasiado ocupado en lograr los resultados esperados por el Señor. Y sólo los mejores, los que ya han dado todo en la cancha, son promovidos a otras instancias superiores. Así también en el reino de Dios. Así que, si querés estar “allá arriba”, sea lo que signifique esto para ti, empezá a dar todo de ti en los servicios sencillos. Lo importante no es estar “arriba” o “abajo”, sino realizar con fidelidad, compromiso y amor al Señor el trabajo que le corresponde hacer, por muy sencillo que éste parezca.
            Además de Tito y otro colega que Pablo estaba enviando a Corinto, los acompañó otra tercera persona (8.19). Este era un delegado que Pablo había solicitado a las iglesias que elijan de entre ellos. Para Pablo era de suma importancia la transparencia de su ministerio. Él bien podría decir: “Dios sabe que no hago nada indebido, que no voy a apropiarme de ni un centavo de esta ofrenda. De modo que no les tiene que importar a los demás lo que hago.” No, más bien él se esforzó para que también delante de la gente esté todo visible y transparente: “…procuramos que todo sea limpio, no sólo ante Dios, sino también ante los hombres” (8.21 – BLA). Trató de evitar en lo posible cualquier cosa por la que se le podría acusar. Sabemos que el manejo del dinero es un asunto muy delicado en cualquier organización humana, sean empresas, matrimonio o iglesia. Es por lo tanto de suma importancia garantizar la transparencia lo más que se pueda para evitar cualquier mancha que pueda afectar la credibilidad de alguien. Y, como Pablo mismo escribió a los corintios, esta ofrenda era bastante abundante (8.20), así que, con mayor razón debía esforzarse por manejar todo transparentemente.
            Esta ofrenda que las iglesias habían dado con mucho sacrificio no era una pérdida para ellas. Pablo la considera más bien como una siembra que en algún momento tendría su recompensa, su cosecha. Resulta que Dios no queda deudor de nadie. Él no nos pide nuestros diezmos y ofrendas como si él necesitara el dinero. Si él es dueño de todo el oro y la plata del universo. Si él lo ha creado todo de la nada. Pero nosotros sí necesitamos dar. Nosotros sí necesitamos ejercitarnos en la dependencia y obediencia de Dios, y precisamente en un área tan delicada como el dinero. Al dar nuestros diezmos y ofrendas, nuestra fidelidad es puesta a prueba. Pero si es aprobada, Dios nos devuelve generosamente lo que le hemos dado. Por eso Pablo lo llama una siembra y cosecha. La cosecha siempre es más abundante que la siembra. Si sembramos una semilla, cosecharemos cientas o miles de semillas. Por eso en la agricultura —o también la horticultura— sembramos generosamente, porque esperamos una cosecha bien abundante, lo más abundante posible. Pero por alguna razón no sucede lo mismo en nuestros diezmos y ofrendas. Ahí nuestra siembra es escasa, porque no vemos tan palpable e inmediatamente el fruto o la cosecha de nuestra siembra. Es más bien una siembra de fe que confía en que Dios hará surgir la cosecha a su manera y en su tiempo. Cada vez que hacemos pasar la bolsita de la ofrenda, tu fe es puesta a prueba: ¿Será que Dios me va a sostener? ¿Será que me va a alcanzar si doy esto?
            Me contó una persona que había participado de un congreso en Asunción. Al término del mismo, junto con un grupo de personas con que había venido al congreso iba a ir al hotel en el que se habían alojado, recoger sus cosas y regresar a sus casas. En el último encuentro del congreso se recogió todavía una ofrenda. Esta persona había ido con el dinero justo. Le sobró un dinero para pagar el hotel y un poquito más. Decidió dar ese “poquito más” en la ofrenda. Pero de repente sintió muy claramente que Dios le dijo: “No, yo quiero ese billete grande.” Empezó entonces una fuerte lucha interna, ya que si diera ese billete grande, ya no tendría cómo pagar el hotel. Finalmente obedeció y puso casi todo el dinero que tenía en la ofrenda.
            Regresaron luego al hotel a recoger sus cosas. Finalmente llegó el momento inevitable de presentarse ante el gerente del hotel para decirle que no tenía con qué pagar. Se acercó al mostrador y pidió su cuenta. El encargado le preguntó por su nombre y número de pieza. Revisó en el sistema y dijo: “No, señor, usted no tiene ninguna cuenta aquí. Ya todo ha sido pagado.” Esta persona me dijo luego: “¿Qué hubiera pasado si yo no hubiera dado ese billete grande? Me hubiera privado de esta experiencia tan marcante de ver la intervención divina de una manera tan visible e inmediata.”
            Es por eso que al principio dije que algunos actúan con respecto a la ofrenda como si estuvieran sembrando una sola semillita en una parcela en la huerta de Mario. ¿Por qué te vas a limitar a una sola maceta para “cultivar” las bendiciones de Dios, si tienes a tu disposición toda una plantación enorme? ¿O no quieres recibir más bendiciones? Claro, yo no hablo de tirar irresponsablemente el dinero por la ventana, pero sí hablo de invertir en el reino de Dios según la guía del Rey. ¿Preparas conscientemente tu ofrenda antes? ¿Le preguntas a Dios cuánto él quiere que pongas en la ofrenda hoy? ¿Te alegras por cada oportunidad de colaborar con personas necesitadas u otros ministerios cristianos? Esta semana he hecho varias publicaciones en el grupo WhatsApp de matrimonios de la iglesia respecto a la situación de Jesusito. Pedí oración, ofrenda en efectivo, tiempo para asistirle a la señora Lidia, la mamá de Jesusito, y la donación de sangre. Hasta ahora ha habido 4 personas que han donado sangre. Y una pareja anunció una jugosa ofrenda en efectivo que será de tremenda ayuda para la señora Lidia. Esto es invertir en el reino de Dios: “…Quien siembra con miseria, miseria cosechará; quien siembra a manos llenas, a manos llenas cosechará” (9.6 – BLPH). ¿Qué prefieres, la miseria o las manos llenas?
            Pero esta siembra debe ser algo que salga del corazón. Así como Pablo no quiso que la ofrenda de los corintios sea una “muestra de tacañería”, Dios tampoco no lo quiere. Por eso Pablo recomienda: “Cada uno dé según lo que decidió personalmente…” (9.7 – BLA). Pregunto: si usted viene los domingos al culto, y en algún momento se anuncia que durante la siguiente canción se va a recoger la ofrenda y usted dice: “Ah, cierto, la ofrenda…” y empieza a sacar su dinero buscando cualquier billete o moneda que aparece, porque ya está la bolsita esperándolo, ¿será que lo que usted pone en la bolsita es “lo que decidió personalmente”? Pablo no dice: “Cada uno dé lo que encuentre en el momento en que apura la bolsita de la ofrenda…”, sino: “Cada uno debe dar lo que en su corazón ha decidido dar…” (PDT). Decidir algo en el corazón significa evaluar la situación, considerar las opciones, preguntar al Señor, y luego tomar una decisión. Esto difícilmente sucede ese ratito en que se recoge la ofrenda. Esto es un proceso que, acompañado por la oración, debe suceder antes, en la calma del hogar – por lo menos con las ofrendas regulares. Pueden darse situaciones en que imprevistamente uno es invitado a aportar algo para el reino de Dios. Esto no se pudo decidir antes, pero sí en relación a la ofrenda dominical en nuestros cultos.
            La actitud al dar nuestra ofrenda debe ser la de gratitud, alegría y alabanza. Ofrendas dadas con una cara larga del corazón pierden su efectividad y son plata tirada. No creo que alguien de nosotros tenga tanto dinero que puede tirarlo así no más. Por lo tanto, asegurémonos de que nuestra ofrenda sea una inversión para honra y gloria de nuestro Señor. Sólo así puede cumplirse su promesa del versículo 8: “Dios puede darles a ustedes con abundancia toda clase de bendiciones, para que tengan siempre todo lo necesario y además les sobre para ayudar en toda clase de buenas obras” (9.8 – DHH). ¿Están cubiertas todas tus necesidades básicas (comida, salud, techo)? Entonces considerate una persona bendecida por Dios. ¿Quieres que se cubran más? Bueno, esto ya depende de la voluntad y generosidad de nuestro Padre celestial, pero nada pierdes en invertir más y con una actitud más alegre en el reino de Dios. No es una fórmula mágica ni matemática, que siempre tendrá el mismo resultado. La matemática de Dios funciona diferente. Pero sí es una promesa —y más todavía: una ley espiritual—: “…Quien siembra con miseria, miseria cosechará; quien siembra a manos llenas, a manos llenas cosechará” (9.6 – BLPH).
            ¿Y saben qué? Ni siquiera tienen que dar de lo suyo. Dios les proveerá de la semilla para invertir en su reino: “Si Dios proporciona la semilla al que siembra y el pan que va a comer, les dará también a ustedes la semilla y la multiplicará” (9.10 – BLA). ‘Ah, bueno’, dicen quizás algunos ahora, ‘entonces voy a esperar a que caiga del cielo la semilla en forma de un fajo de dólares para que pueda dar mi diezmo y ofrenda.’ No, así no funciona. Dios le da cada mes un salario o alguna entrada de dinero en un negocio independiente, ¿no es cierto? Bueno, fíjense que el dinero que les llega se compone del sueldo más un aditivo (algo adicional, la yapa) de diezmo. En su cobro mensual Dios incluyó también un dinero para que lo dé en el diezmo a la iglesia. El problema radica en que nosotros siempre consideramos a ese aditivo también como parte del sueldo que nos corresponde a nosotros. Entonces creemos que debemos darle a Dios de nuestro dinero, y nos cueeeesta. ¿Pero por qué nos debería costar? Si yo tengo un 100.000 en la mano y me quiero lavar las manos pero no tengo dónde meter el billete y le pido que me lo sostenga un ratito, luego vuelvo y le pido que me entregue otra vez el dinero, ¿acaso le dolerá? ¡Por supuesto que no! ¿Por qué no? Porque no es suyo. Estaba momentáneamente no más en su mano. Bueno, ¿por qué nos debería doler si Dios nos da algo para que le devolvamos? Si es de él. Es más: yo me meto en serios problemas si no se lo doy. Dios habla muy duro a su pueblo por esta actitud: “¿Habrá quien pueda robarle a Dios? ¡Pues ustedes me han robado! Y sin embargo, dicen: “¿Cómo está eso de que te hemos robado?” ¡Pues me han robado en sus diezmos y ofrendas! Malditos sean todos ustedes, porque como nación me han robado” (Mal 3.8-9 – RVC). ¿Te gustaría que Dios te maldiga? ¡No lo creo! Entonces devuélvele la yapa que te dio para que la administres y no te hagas el ñembotavy. Dios te dio la semilla, y no solamente esto, sino que él “…la hará crecer, y hará que la generosidad de ustedes produzca una gran cosecha. Así tendrán ustedes toda clase de riquezas y podrán dar generosamente. Y la colecta que ustedes envíen por medio de nosotros, será motivo de que los hermanos den gracias a Dios” (9.10-11 – DHH). ¿No te gustaría ver cumplirse esto en tu propia vida? Entonces no siembres en una maceta o plantera, sino en un campo grande para que tu cosecha pueda ser enorme, para honra y gloria de Dios.
            ¿Cuál es tu semilla? Recuerde: nadie es tan pobre que no pueda dar algo a otros. La Biblia dice que Dios te dio semilla. No es una posibilidad que en algún que otro caso se dé. Él te da. En algunos casos es dinero, y alguna vez todos tenemos la posibilidad de sembrar dinero. Pero puede ser también el tiempo que puedas dedicar a otros, una palabra de ánimo que entregues a algún conocido, tu oído que prestas a los afligidos para que puedan descargar sus penas, una palmada en el hombro, una sonrisa, una oportunidad de compartir el evangelio con alguien, etc. Pregúntale al Señor qué tipo de semillas él te ha dado. Y pídele un campo cada vez más grande para poder sembrar y sembrar. No te preocupes de la cosecha. De esto se va a encargar el dueño del campo. Tú siembra para la gloria de Dios, con un corazón agradecido y como un acto de alabanza. Pero por sobre todo, no te limites a la maceta. Busca el campo extenso que Dios te ha preparado para que siembres en él.