sábado, 28 de mayo de 2022

Frente a frente con Dios

 



¿Has deseado alguna vez encontrarte frente a frente con Dios? Quizás nos imaginamos las muchas preguntas que le haríamos de cosas que ahora no entendemos. O pidiéndole orientación en algún asunto en particular. La verdad es que sería muy lindo. Pero si de verdad se produjera este encuentro, sería la experiencia más aterradora habida y por haber porque su manifestación sería insoportable para nosotros. De golpe caeríamos en cuente de quiénes somos nosotros realmente ante él. Veríamos nuestra pequeñez indescriptible ante un Dios, cuya gloria y majestad también son indescriptiblemente grandes.

Pero, aunque no podamos ver a Dios directamente, podemos ver manifestaciones de él que ya bastan y sobran para ver su grandeza y cuán miserablemente pequeños somos ante él. A David le pasó esto. Él registró su experiencia en el Salmo 8 que queremos analizar en esta oportunidad.

FSalmo 8

Empecemos por el título. Normalmente los títulos que aparecen en la Biblia no son parte del texto bíblico original, sino un agregado de los traductores según el criterio de cada uno.

Pero en el caso de los Salmos, muchos de ellos tienen dos títulos. Por un lado, está el título que acabo de mencionar. Por ejemplo, Reina-Valera 60 dice en el Salmo 8: “La gloria de Dios y la honra del hombre”. La versión “Palabra de Dios para Todos” (PDT) dice: “Dios y los seres humanos”. Reina-Valera 2015 dice: “La gloria divina y la dignidad humana” y la Traducción en Lenguaje Actual (TLA) pone como título: “Grandeza divina, grandeza humana”. Cada versión pone lo que le parece adecuado.

Pero después, muchos de los Salmos tienen un segundo título. Estos sí son parte del Salmo; parte del texto bíblico. Y muchas veces son difíciles de traducir porque no se entiende qué es lo que significan ciertos términos. Reina-Valera 60 lo traduce: “Al músico principal; sobre Gitit. Salmo de David” (v. 1). La palabra “Gitit” se ha tomado literalmente del hebreo porque no se sabe qué es. No se la puede traducir. Una explicación de la versión Dios Habla Hoy dice: “Podría tratarse de un instrumento musical o de una melodía procedente de la ciudad filistea de Gat” (DHH). Como los Salmos son canciones, muchos de ellos usados en las ceremonias en el templo, estos títulos probablemente sean indicaciones para el director para que sepa qué melodía corresponde a ese Salmo en particular o qué instrumentos se debe usar para acompañarlo. En algunos casos, en el título se indica también las circunstancias que dieron origen a ese poema específico. Si bien es cierto que este título es parte del texto bíblico, no es la parte principal del mismo. Lo que sí nos interesa es la indicación del contexto del Salmo y de quién es su autor. En este caso se le atribuye este Salmo al rey David. También hay que decir que algunas versiones toman este título como el primer versículo mientras que el Salmo en sí empieza en el versículo 2. La mayoría de las versiones lo toman más bien como parte del primer versículo junto con el inicio del texto mismo del Salmo. Por eso encontrarán diferente enumeración de versículos entre una versión y otra. Vale aclarar que los capítulos y versículos tampoco son parte del texto bíblico sino agregados humanos posteriores con el fin de ordenar el texto y facilitarnos la ubicación dentro del mismo.

Dicho esto, podemos adentrarnos ahora al Salmo en sí. David empieza este Salmo con un estallido de alabanza a Dios: “Señor y Dios nuestro, ¡cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! ¡Has puesto tu gloria sobre los cielos” (v. 1 – RVC)! David exalta aquí el nombre de Dios al que describe, según las diferentes traducciones, como “glorioso”, “grande”, “imponente” o “maravilloso”. Estas palabras describen lo inmensamente grande e indescriptible de Dios. Cuando habla aquí del “nombre” de Dios, se refiere a Dios mismo. Encontré una explicación muy buena en la versión de estudios “Dios Habla Hoy” que dice: “En el lenguaje bíblico, el nombre es mucho más que el vocablo que se emplea para llamar o designar a una persona; es más bien la persona misma, que se hace presente y se revela dando a conocer su nombre. Por eso, pedirle a una persona que diga su nombre es pedirle que dé a conocer su naturaleza y su identidad; y bendecir, invocar o conocer el nombre del Señor es bendecirlo, invocarlo y conocerlo a él mismo, y no solamente a la palabra con que se lo nombra” (DHH). Así que, David está exaltando aquí a Dios mismo, declarándolo soberano sobre toda la tierra.

Ese Dios es digno de toda la alabanza. David dice que ya los pequeños bebés recién nacidos empiezan a alabar y adorar a Dios. La mención aquí de los niños describe la adoración más pura y sublime, porque el corazón de un niño no conoce todavía la maldad, y la alabanza que brota de él no está mezclada con egoísmo o con dobles intenciones, como queriendo negociar con Dios alguna de sus bendiciones a cambio de su alabanza. Los niños expresan su alabanza a Dios en forma totalmente sincera. Por eso son tan poderosos en contra de los enemigos de Dios. Si bien los mismos traductores admiten que el texto de este versículo es oscuro y difícil de traducir, refleja el poder que radica en la alabanza. Al exaltar a Dios, los demonios tienen que retroceder porque no soportan la presencia de Dios que se instala en medio de la alabanza. Así que, entre paréntesis la siguiente aplicación: si te encuentras envuelto en una lucha espiritual; si te sientes oprimido por todos lados; si hay algo que no puede avanzar en tu vida, empieza a entonar canciones de alabanza y adoración y vas a ver cómo esto despeja el ambiente. No es una fórmula mágica sino una manifestación del poder de Dios. La alabanza pone en el centro de atención al Rey soberano sobre todo el universo.

Esa grandeza e inmensidad de Dios se refleja en su creación. El ser humano, con todos los avances de la ciencia y la tecnología, no ha encontrado todavía un límite del universo, de tan grande que es. Pero David dice que esto es “obra de los dedos” de Dios. Es decir, todo el universo cabe en la mano de Dios, si es admisible esta comparación de Dios con el cuerpo humano. Dios mismo dice a través del profeta Isaías: “¿Quién ha medido el océano con la palma de la mano, o calculado con los dedos la extensión del cielo” (Is 40.12 – DHH)? Así que, si consideramos al universo como imposible de dimensionar, ¿cómo será entonces ese Dios que ha creado todo esto? Esa conciencia de la grandeza de Dios le llena a David de asombro y admiración. Me lo imagino durante incontables noches cuidando las ovejas en pleno campo, tirado en el suelo mirando el cielo nocturno y pensando en ese Dios que todo lo hizo lo que se ve y cuántas cosas más que no se ven. La próxima vez que usted tenga la oportunidad, haga lo mismo. Y de repente, al igual que David, se va a ver a sí mismo frente a ese Dios tan indescriptiblemente grande. Y David no puede evitar preguntarle a Dios: “¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta” (v. 4 – NVI). Ante esa inmensidad de Dios, David se siente como un granito de arena y no entiende cómo es que Dios se pueda interesar por algo tan diminuto e insignificante como el ser humano. Pero a pesar de su pequeñez, David se da cuenta del alto valor que el ser humano tiene delante de Dios. Se da cuenta de que el ser humano fue creado “poco menor que un dios” (v. 5 – RVC). Con este término, David se refiere a todos los seres celestiales, superiores al hombre. Varias traducciones dicen: “poco menor que los ángeles” (RV95). Es cierto: ante la inmensidad del universo, el ser humano —e incluso todo el globo terráqueo— se pierde total y absolutamente. Pero ante el amor inmenso de Dios, el ser humano ocupa el lugar más alto – tan alto que estuvo dispuesto a sacrificar hasta a su propio hijo con tal de restablecer nuestro valor que nosotros mismos habíamos tirado en el barro. Es más, nos coronó, nos colmó “de gloria y de honra” (v. 5 – RVC). Y en esa posición justo por debajo de los seres celestiales, el hombre es hecho corona de toda la creación. David reconoce la tarea de administrar a todo el resto de la creación. No somos dueños, sino mayordomos. La tarea de gobernar o señorear incluye ser responsable por todo; asumir un compromiso por el bien de la creación. No es un cheque en blanco para poder beneficiarnos y explotar a la creación. ¡Todo lo contario! Es un “permiso” para no escatimar esfuerzo alguno por el bien de la creación. David menciona varias partes de la misma: “ovejas, bueyes, los animales salvajes, las aves, los peces y todos los seres del mar” (vv. 7-8 – NBD). Esta es precisamente la tarea que Dios le había dado a Adán y Eva: “Tengan muchos, muchos hijos; llenen el mundo y gobiérnenlo; dominen a los peces y a las aves, y a todos los animales que se arrastran” (Gn 1.28 – DHH). Que Dios, el Creador de todo el universo, le haya dado al ser humano esa tarea de cogobernar la creación lo deja a David pasmado y asombrado. No puede otra cosa que irrumpir nuevamente en alabanza: “Señor y Dios nuestro, ¡cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra” (v. 9 – RVC). ¡Amén! ¡Aleluya!

¡Cuánto necesito ver más a menudo quién es Dios – y quién soy yo frente a él! El ser humano se cree demasiado importante y omnipotente, pero cuando se encuentra frente a frente con ese Dios que tiene a todo el universo en su mano, entonces de repente se da cuenta de que toda su supuesta importancia es ilusión, es humo que dispersa el viento. Ni siquiera es necesario que Dios mismo se presente ante nosotros, porque no lo soportaríamos. Basta con una sequía de varios meses, basta con un incendio generalizado, basta con un diminuto virus para que el ser humano se dé cuenta de cuán impotente es. ¿Cómo sería entonces encontrarse con Dios mismo? Nos pasaría también como Isaías en el templo cuando vio a Dios cara a cara. Él lo relata en estos términos: “Entonces yo exclamé: «¡Pobre de mí! Ya me doy por muerto porque mis labios son impuros, vivo en medio de un pueblo de labios impuros y, sin embargo, he visto al Rey, al Señor Todopoderoso»” (Is 6.5 – PDT).

Si bien ante Dios no somos nada, él nos corona “de gloria y de honra” (v. 5 – RVC). Nos da una dignidad no merecida, simplemente por haber sido creados según imagen y semejanza de Dios. Incluso la persona más degenerada y desgraciada tiene esa dignidad, y bien haríamos en reconocerla en los demás.

Frente a frente con Dios. ¿Quién soy yo ante él? ¡Nada! O como David mismo lo expresa en el Salmo 103, que Dios “sabe bien que somos polvo” (Sal 103.14 – DHH). Pero, a la vez, por la gracia de Dios somos elevados a un sitial casi celestial para administrar con el poder y la sabiduría divinos a toda la tierra. ¿Podemos hacer otra cosa que exclamar con David: “Señor y Dios nuestro, ¡cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra” (v. 9 – RVC)? Viva esta semana de modo que la gente a tu alrededor vea claramente tu corona de gloria y honra, de majestad, honor y dignidad. ¿Qué vas a hacer para mostrarla?


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