sábado, 18 de agosto de 2018

La oración







            ¿Ustedes saben orar? ¿Lo han hecho en esta semana pasada? ¿Cómo calificarían su salud “oracional”?
            Hace dos semanas atrás, Maggi empezó a hablar sobre la primera de las tres prácticas religiosas principales que tenían los judíos: la limosna. Hoy nos toca hablar de la oración, y la tercera práctica es el ayuno que analizaremos en otra oportunidad. Jesús cita estos tres ejemplos para llamar la atención en cuanto a la motivación correcta con la que uno hace lo que hace.

            FMt 6.5-15

            Jesús empieza su enseñanza acerca de este tema diciendo que no debemos ser como los hipócritas. Según el diccionario, un hipócrita es una persona “que finge una cualidad, sentimiento, virtud u opinión que no tiene.” Da la apariencia de algo que en verdad no es. ¿Qué hacían estos hipócritas según las palabras de Jesús? Jesús dice que les encantaba “orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles” (v. 5 – RVC). O sea, ¿no debemos orar más de pie? “Pastor, usted oró de pie, así que es un hipócrita…” No, no se trata de eso. El estar de pie era una postura usual para orar en los tiempos bíblicos. “Bueno, ¿entonces? ¿De qué se plaguean entonces?” Lo que Jesús critica aquí no es la postura, sino la actitud. Él no está hablando de la oración pública, como lo hacemos en la iglesia, por ejemplo, cuando uno ora en voz alta y los demás escuchan y le siguen. Jesús estaba hablando de la oración privada, pero que estos hipócritas la hacían en público. ¿Por qué haría yo pública mi vida privada? En el caso de las limosnas, como lo vimos hace dos semanas, Jesús lo expresó en términos que la “mano izquierda no sepa lo que hace la derecha” (Mt 6.3 – RVC), es decir, que no lo publiques a los cuatro vientos cuánto has puesto en tu ofrenda o cuánto le has pasado a algún necesitado. No publicarlo, sin embargo, no significa ir al otro extremos que querer ocultarlo a toda costa o que sea pecado que alguien lo sepa, sino la cuestión es la actitud con la que hago lo que hago. Si yo estoy en contacto íntimo con mi Padre Dios, no voy a preocuparme si el vecino alcanza a verme en mi estado de máxima espiritualidad o si tengo que moverme un poco más cerca de la ventana. Es más, me va a molestar y desconcentrar que haya otras personas cerca. Pero en el caso de estos hipócritas mencionados por Jesús no era así. Ellos querían que todo el mundo los vea orando. No solamente oraban en la calle, sino que calculaban sus pasos para llegar a la esquina de las calles más importantes justo cuando era la hora establecida para orar. Así que, ni modo, les “sorprendió” la hora oficial de oración y tenían que orar donde estén… Por eso traduce una versión: “…no imiten a los que dan espectáculo” (BLA). Convertían su oración privada en un espectáculo público. Por lo tanto, no oraban en verdad, sino alimentaban no más su orgullo espiritual. No amaban tanto el orar, sino se amaban a sí mismos. Es por eso que Jesús los llamó “hipócritas”: aparentaban algo que no eran en verdad. Con esta actitud, ya recibieron toda su recompensa. Como no oraron en verdad, no esperaban tampoco ninguna respuesta de parte de Dios a sus oraciones. Lo único que querían era la admiración de su supuesta espiritualidad por parte de la gente. Al recibirla, ya tuvieron todo lo que buscaron. Más no hacía falta que Dios haga respecto a sus aparentes oraciones.
            Como dije, Jesús advierte en cuanto a la motivación con que vivimos nuestra vida espiritual. ¿Por qué doy mi diezmo? ¿Por qué oro? ¿Por qué ayuno? ¿Por qué predico? ¿Por qué toco un instrumento? ¿Por qué hago lo que hago? ¿Cuál es el motor que me mueve a estas prácticas? ¿Es el amor genuino a Dios y al prójimo, o se esconde algún motivo egoísta detrás de mi fachada espiritual? Son preguntas muy duras, pero es como dijo Pablo en el famoso canto al amor: puedo hacer lo que quiera, hasta ponerme de cabeza si me parece necesario, pero si no es por amor, es una pérdida de tiempo y de esfuerzo; es fingir algo que en verdad no es. Y todo lo que no es verdadero, es una ofensa a Dios.
            ¿Cómo debe ser entonces nuestra vida de oración? Jesús dice en el siguiente versículo que para orar debemos ir a nuestro cuarto y cerrar la puerta. En contraste con la exhibición pública de parte de los hipócritas, Jesús recomienda que busquemos un lugar privado, secreto, donde sólo Dios nos puede ver. ¿Y si estoy en la calle, no puedo orar entonces? El cuarto es más una indicación de privacidad que de ubicación. He escuchado de varias personas que salen a caminar por las calles si necesitan orar. Tienen la capacidad de aislarse mental y espiritualmente de todas las demás personas con quienes se cruzan y concentrarse en su comunión y comunicación con Dios. ¡Conmigo esto no funciona! A veces he intentado orar al manejar. Pero si me aíslo demasiado del tránsito, puede que pase a tener una comunión mucho más cercana y directa con Dios de lo que tenía pensado… A veces hay momentos en que sí me funciona, pero es por muy corto tiempo de manera así bien concentrada. La calle no es mi “cuarto cerrado”. A lo que Jesús se refiere aquí es a ese aislamiento mental y espiritual que me pone en línea directa con el Padre. Si tengo la casa llena de gente y necesito estar solo por unos instantes, voy a otra pieza y cierro la puerta detrás de mí. ¿Qué estoy diciendo con este gesto de cerrar la puerta? Que no necesito público. Si voy a estar en la presencia del Padre, no necesito público. Es una entrevista personal, a puertas cerradas, cuando me aíslo de todo lo que me rodea y me concentro única y exclusivamente en lo que Dios me quiere decir en ese momento. Esto es lo que intentamos hacer también el fin de semana pasado en el retiro del equipo pastoral. Por un lado, ya estuvimos retirados del ruido y las actividades cotidianas. Con esto ya estuvimos cerrando varias “puertas” de nuestro “cuarto”. Pero también tuvimos un tiempo en que cada uno se iba a solas a cualquier lugar, para reflexionar sobre ciertos pasajes de la Biblia y preguntarle al Señor: “¿Qué significa esto para mí y mi iglesia?” Y el compartir después nuestras experiencias mostró que el Señor había hablado bastante fuerte en algunos casos a cada uno en su “cuarto cerrado”.
            Una versión dice: “…cuando ores, apártate a solas” (v. 6 – NTV). Eso era lo que Jesús mismo frecuentemente hacía. Él ni siquiera tenía un cuarto con una puerta para cerrar. Él salía a lugares solitarios para buscar a su Padre intensamente: “Jesús muchas veces se alejaba al desierto para orar” (Lc 5.16 – NTV), o: “Jesús siempre buscaba un lugar para estar solo y orar” (TLA); “Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios” (Lc 6.12 – BPD). Al cerrar la puerta, dejamos afuera todo el barrullo, toda la distracción, toda nuestra agenda, para tener un tiempo a solas con Dios. Hoy en día Jesús quizás hubiera dicho: “Entra a tu cuarto, apaga tu celular, y ora ahí a tu Padre…” Lo único que no podemos dejar afuera al cerrar la puerta, es la presencia de Dios: “…tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu premio” (DHH), tu recompensa. “…él da lo que se le pide en secreto” (TLA). Así que, él responderá a nuestro deseo de intimar con él a solas. En su presencia, nuestra alma encontrará descanso, y salimos de este encuentro con indicaciones claras a seguir en nuestra vida. Y este intercambio íntimo con el Señor, esta comunicación, a veces dura sólo unos pocos segundos. A veces nos comunicamos incluso sin palabras, pero es por de más eficiente. La cuestión no es la cantidad de palabras que uno dice, no es lo bonito que uno puede formularlas, sino abrir el corazón, dejar que el Señor mire en cada rincón del mismo y, por otro lado, escuchar el corazón de Dios. Por eso dice Jesús que no caigamos en el error de la charlatanería, que trata de convencerle a Dios por nuestra verborragia, como si pudiéramos darle el brazo a torcer con todo lo que decimos. De todos modos, el Señor sabe mucho mejor que nosotros mismos qué es lo que necesitamos (v. 8) y va a actuar de acuerdo a su plan amoroso y no según nuestra insistencia egoísta. Que Dios sabe mucho mejor lo que necesitamos no significa que no debemos expresar nuestras necesidades. Por lo contrario, el hecho de que oramos a un Dios que ya sabe todo debe ser un fuerte aliento para orar más frecuentemente y con más confianza. Cuando oramos, sabiendo que Dios conoce todas nuestras necesidades, se profundiza en nosotros este sentimiento de gratitud y dependencia. Dios es un Dios de amor y mucho más dispuesto a responder a nuestras oraciones que nosotros estamos dispuestos a orar. Una adaptación del versículo 7 dice: “Cuando ores, no parlotees de manera interminable como hacen los seguidores de otras religiones. Piensan que sus oraciones recibirán respuesta sólo por repetir las mismas palabras una y otra vez” (NTV). Debo confesar que este problema no me es desconocido. Me cuesta muchas veces concentrarme en la oración. Muy fácilmente mis pensamientos salen a volar por el universo después de la primera frase de mi oración. Y cuando vuelvo a “aterrizar”, empiezo de nuevo otra vez con las mismas palabras, generalmente para luego otra vez levantar vuelo en mis pensamientos y deambular por todos lados. Pero también hubo momentos en los que he experimentado esta intimidad con el Señor, ¡y es muy lindo! Es una relación que enamora.
            Cuando mi oración no es más que un tartamudeo desesperante, me consuela tan enormemente lo que Pablo les escribió a los Romanos: “…el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Porque no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu mismo ruega a Dios por nosotros, con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe qué es lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega, conforme a la voluntad de Dios, por los del pueblo santo” (Ro 8.26-27 – DHH). ¡Gracias a Dios por este traductor divino de oraciones!
            Luego, Jesús pasa a presentar un modelo de oración, precisamente para ayudarnos a ordenar y expresar adecuadamente nuestros pensamientos y no caer en la palabrería vacía. El Padrenuestro, como se conoce esta oración por las palabras con que inicia, no pretende ser LA oración que se deba orar siempre y siempre, y que también puede convertirse en una “repetición vana”, sino es más que nada un modelo. Sigue una estructura común en las oraciones judías del Antiguo Testamento. “Consta de una invocación inicial y de siete peticiones. Las tres primeras se refieren a Dios (tu nombre, tu reino, tu voluntad), las otras cuatro a los hombres en forma comunitaria (nosotros)” (DHH). Como dije, la oración empieza dirigiéndose al destinatario de la misma: “Padre nuestro, que estás en los cielos” (v. 9 – RVC). Es una oración de toda la comunidad, porque dice “Padre nuestro” (en vez de decir: Padre mío). Dios es reconocido como el Padre común de todos los que lo invocan.
            La siguiente frase es de adoración: “…santificado sea tu nombre” (v. 9 – RVC). Dios es declarado como santo, como el perfecto, el infalible. Otras versiones dicen: “…proclámese que tú eres santo” (NBE); “Que todos reconozcan que tú eres el verdadero Dios” (TLA); “que siempre se dé honra a tu santo nombre” (PDT). Es una adoración que expresa la soberanía de Dios como ser perfecto e infalible.
            En esta declaración está basada la siguiente frase: “Venga tu reino” (v. 10 – RVC), “ven y sé nuestro único rey” (TLA). Ya que Dios es perfecto, es santo, deseamos que él gobierne plenamente sobre todo ser humano; que extienda su dominio sobre esta tierra. Y por eso también la siguiente petición: “Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo” (v. 10 – RVC). Si un Dios tan perfecto extiende su dominio sobre esta tierra, tenemos el arduo deseo que su voluntad se realice aquí de manera tan ilimitada como se realiza en el cielo: “Que todos los que viven en la tierra te obedezcan, como te obedecen los que están en el cielo” (TLA).
            Una vez que hemos reconocido la santidad y autoridad de nuestro Padre celestial y nos hemos sometido a su voluntad, podemos pasar a presentarle nuestros propios deseos y necesidades: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (v. 11 – RVC); “danos la comida que necesitamos hoy” (TLA); “danos hoy el pan que nos corresponde” (BLA). Esta petición pide la provisión divina para nuestras necesidades básicas. El “pan” representa todas nuestras necesidades materiales: comida, bebida, ropa, salud, buen tiempo, techo, etc. Un Dios perfecto, santo y con autoridad sobre todo el universo no hará que a sus hijos les falte lo más básico para la vida.
            Luego, esta oración toca el problema central del ser humano: el pecado. “Perdónanos nuestras deudas” (v. 12 – RVC), “nuestros pecados” (PDT), “nuestras ofensas” (BNP), “el mal que hemos hecho” (Kadosh). Hasta ahí todo bien. Nos hallamos cuando alguien clama por el perdón de Dios. Pero al seguir leyendo, nos damos cuenta de algo muy peligroso: esta petición está atada a una condición: “Perdónanos … así como nosotros hemos perdonado a los que nos han hecho mal” (DHH). Siempre decimos que Dios es grande en misericordia y que su perdón nunca tiene fin. Es cierto, la Biblia también lo dice. Pero ese océano inagotable del perdón de Dios puede que nos llegue solamente como chorrito muy fino, porque nosotros tenemos la canilla en nuestra mano. Nosotros determinamos cuánto del perdón divino fluye realmente hacia nosotros. En esta oración le pedimos a Dios que se limite a nuestra disposición a perdonar; que nos trate igual como nosotros tratamos a nuestros semejantes. ¡Socorro! ¿Y si no le trago a fulano? ¿Y si digo: “Nunca le perdonaré lo que me ha hecho”? ¿Y si vivo atado por las ofensas recibidas en el pasado y no puedo ser libre? Orar el Padrenuestro no es chiste, ¡había sido! ¡Es cosa seria lo del perdón – o, mejor dicho, de la falta de perdón! Esto Jesús va a recalcar sólo 2 versículos más tarde, y también nuevamente lo va a ilustrar magistralmente en una parábola que estudiaremos en 15 días, Dios mediante.
            Para que esta situación no se haga aún más grave, Jesús agrega la siguiente petición: “No nos metas en tentación, sino líbranos del mal” (v. 13 – RVC); “no permitas que cedamos ante la tentación, sino rescátanos del maligno” (NTV); “no nos expongas a la tentación, sino líbranos del maligno” (DHH). Ya que nuestra falta de perdón puede causar la retención del perdón de Dios, la oración pide que Dios no permita que nos veamos demasiado a menudo en situaciones que nos pongan en peligro de no querer perdonar a otros o de serle infiel a Dios.
            En realidad, el Padrenuestro termina aquí. Sin embargo, la mayoría de nosotros estará acostumbrada a una alabanza final que dice: “Porque tuyo es el reino, el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén” (RVC). Esta parece haber sido agregada por la iglesia durante los primeros siglos, pero no ser parte de la oración que Jesús enseñó a sus discípulos.
            Es por eso que Jesús vuelve inmediatamente otra vez al tema del perdón y dice una vez más muy explícitamente lo que ya había indicado en la oración: “…si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo los perdonará también a ustedes; pero si no perdonan a otros, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus pecados” (vv. 14-15 – DHH). Esto no requiere de mayor explicación, porque más claro imposible. Sin embargo, en nuestra práctica muchas veces no está tan claro, lastimosamente.
            Como dijimos, esta oración es un modelo que nos ayudará a nuestra propia vida de oración. En este modelo encontramos elementos como la alabanza y adoración, el sometimiento a la autoridad y voluntad divinas, la petición por nuestras propias necesidades, arrepentimiento y perdón y la petición de protección. Estos elementos puedes incluir conscientemente en tu oración, y verás el efecto poderoso de la misma. Así puedes formular tu propio “Padrenuestro” en tus palabras y de acuerdo a tu situación particular, sin repetir necesariamente esta oración en forma literal. Pero nos hace bien cada tanto orar el Padrenuestro para refrescar en nuestra memoria los elementos que Jesús consideró importante a la hora de comunicarnos con el Padre – con tal de no imitarles a los paganos y caer en un palabrerío vacío, sin que nuestra mente y corazón participen de la oración.
            ¿Qué tal es tu vida de oración? Si analizas esta última semana, ¿puedes considerar haber tenido una vida de oración muy activa? ¿O está más bien en terapia intensiva? Tengamos en cuenta que nuestro hábito de oración y nuestra vitalidad espiritual van mano a mano. Si disminuye o crece la oración, disminuye o crece también nuestra vida espiritual. Deseo a todos nosotros que en ambas cosas podamos estar en continuo crecimiento. En el grupo WhatsApp de varones se estuvo compartiendo esta semana diariamente un motivo de oración muy propio de uno de los hombres, para que ese día todos los demás se sumen a la intercesión por este hermano y su motivo específico. Esto ayuda a acordarnos continuamente de la oración y la intercesión de unos por otros. Haz ahora una cita con Jesús para cada día de esta semana de encontrarte con él a cierta hora y cultivar esa comunión íntima a puertas cerradas.