sábado, 28 de mayo de 2022

La ley del Señor

 



En una ronda de tereré hace muchos años atrás hablamos de lo que los expertos podrían saber acerca de nosotros con simplemente observarnos. Recuerdo que yo afirmé que, por observar nuestra vestimenta, ya podrían determinar algo acerca de nuestra personalidad. Ante esto, un compañero de trabajo se rió y dijo: “Si observan cómo yo me visto, llegarán a determinar la personalidad de mi esposa.” Pero la verdad es que a cada paso nos delatamos a nosotros mismos. Nuestra postura corporal, nuestros gestos, nuestra mirada, lo que vestimos, nuestro arreglo personal, nuestras palabras, lo que hacemos, cómo lo hacemos, la calidad que producimos y una larga lista de cosas más muestran cómo somos por dentro. Lo exterior revela nuestro interior. O en palabras de Jesús: “…de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12.34 – RVC). Por eso se puede afirmar que tus obras hablan por ti. Así como tu producto es tu mejor publicidad, tus acciones son tu mejor testimonio – o el peor. Jesús también dijo que a los falsos maestros “…los pueden reconocer por sus acciones” (Mt 7.16 – DHH).

¿Será que con Dios también es así que sus obras hablan por él? David afirma que sí. Lo describe magníficamente en el Salmo 19.

FSalmo 19

Ya en el primer versículo vemos que las obras de Dios —en este caso la creación— son la carta de presentación de Dios. Sus obras hablan por él: “Los cielos proclaman la gloria de Dios; el firmamento revela la obra de sus manos” (v. 1 – RVC). Entre paréntesis no más: este versículo es un buen ejemplo del paralelismo muy común en la poesía hebrea, en el que cada verso o estrofa consta de dos líneas o dos frases. Siempre la primera enuncia algo, y la segunda lo confirma en otras palabras o da un ejemplo de lo que dice la primera. Ambas frases contienen el mismo mensaje, pero en palabras diferentes. Así tenemos en las dos frases de este versículo a “los cielos” o “el firmamento” que “proclaman” o “revelan” “la gloria de Dios” o “la obra de sus manos”. Ya lo habíamos visto en el Salmo 8 que, contemplando la inmensidad del cielo nocturno, David llega a reflexionar acerca de la grandeza de Dios y la pequeñez del ser humano frente a ese Dios. Pablo escribe a los romanos que “…lo invisible de Dios se deja ver por medio de la creación visible, por lo que nadie podrá excusarse diciendo que no sabía si Dios existía o no” (Ro 1.20 – NBD). Por eso podemos afirmar también en el caso de Dios que sus obras hablan por él. Incluso el día y la noche son personificados, jugando al “teléfono cortado” o “teléfono descompuesto”, pasándose la voz acerca de la majestuosa gloria de Dios. O como lo dice otra versión: “Los días y las noches lo comentan entre sí” (v. 2 – TLA).

Por supuesto que esto es una imagen no más, una ilustración, no algo que sucede tal cual, en forma literal. David dice que “…no se escuchan palabras ni se oye voz alguna” (v. 3 – DHH). Es lo que los expertos llaman un “mensaje no verbal” y, sin embargo, muy claro y contundente: “Su mensaje se extiende por todo el mundo, hasta los confines de la tierra” (v. 4 – NBD). Pablo aplica este versículo a los mensajeros de Dios que llevan su Palabra a todo el mundo. En la carta a los romanos, Pablo analiza por qué los judíos no habían alcanzado la fe en Cristo y se pregunta: “¿Será tal vez que no oyeron el mensaje? ¡Claro que lo oyeron! Porque la Escritura dice: ‘La voz de ellos salió por toda la tierra, y hasta los últimos rincones del mundo llegaron sus palabras’” (Ro 10.18 – DHH). Así que, no hay excusas para no saber de Dios.

En el siguiente versículo, David llega a hablar de una parte de la creación: el sol. Esto es, a su vez, también la transición o el elemento en común con la segunda sección de este Salmo. El sol es comparado aquí con un flamante esposo y un guerrero o atleta. Cuando a la mañana el sol sale de su tienda en la que pasó la noche, como se lo imaginaron los antiguos, está radiante como un hombre que se acaba de casar. Y emprende su camino por la bóveda celeste como un atleta que corre una maratón desde un extremo del cielo hasta el otro. En ciertas épocas del año, a nosotros nos agradaría que el sol no esté tan feliz y radiante durante todo el día…

Y aquí David hace un corte abrupto y pasa a hablar de la perfección de la ley del Señor. Cuando los Salmos hablan de la ley de Dios, se refieren a toda la Palabra de Dios o a la voluntad de Dios para el ser humano. ¿Por qué es perfecta la Palabra de Dios? Por los efectos benéficos que tiene para el ser humano. Según las diferentes traducciones de los siguientes versículos podemos mencionar las siguientes virtudes de la Biblia: infunde nuevo aliento, restaura o convierte el alma, da sabiduría, instruye al ignorante (v. 7), alegra el corazón, da luz a los ojos, le muestra a la gente el camino correcto a seguir (v. 8), es puro, permanece para siempre y es verdadera y justa (v. 9). ¿No le parece buena idea amar y obedecer la ley del Señor? Generalmente el ser humano se opone a leyes. No quiere que nadie le prescriba nada. Pero en este caso es íntegramente para nuestro bien.

Pero la mención aquí de la luz une las dos partes de este Salmo. En la primera parte habló de la luz física, el sol. Aquí habla de la luz espiritual y moral que es la Palabra de Dios o, para usar el símbolo anterior, el “sol divino”. El sol nos alumbra el camino para que podamos andar seguros y sin tropezar. De la misma manera, la Palabra de Dios nos da indicaciones claras y nos da la luz suficiente como para tomar decisiones sabias, acorde a la voluntad de Dios. Seguro que usted ya pensó automáticamente en otro versículo de un Salmo que también exalta las bondades de la Palabra de Dios como luz: “Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino” (Sal 119.105 – RVA2015). En realidad, toda esta segunda parte de este Salmo se parece mucho al Salmo 119 en su forma de exaltar la Palabra de Dios. La ley del Señor sí puede dar sabiduría al que se humilla a reconocer que necesita de esa guía sobrenatural. ¡La ley del Señor sí que vale oro! Lo dice el salmista mismo: “Sus enseñanzas valen más que el oro puro; son más dulces que la miel recién salida del panal” (v. 10 – PDT). O sea, la Biblia es mucho más que simplemente un adorno en la biblioteca. Es algo que debe ser apreciado, leído, meditado, obedecido y vivido. Únicamente así se cumplirán los beneficios mencionados en este texto. “Sirven de advertencia para tu siervo, una gran recompensa para quienes las obedecen” (v. 11 – NTV). Pero David sabe muy bien que no siempre tenemos la obediencia a flor de piel. Y lo triste es que demasiadas veces ni nos damos cuenta de nuestras metidas de pata. Por eso el salmista ruega: “¿Quién está consciente de sus propios errores? ¡Perdóname aquellos de los que no estoy consciente” (v. 12 – NVI)! También necesitamos el perdón de los pecados de los que sí nos damos cuenta, pero estos los podemos confesar y pedirle perdón a Dios. Pero también necesitamos la protección de Dios ante ellos. Por eso, el salmista sigue orando: “Libra, además, a tu siervo de pecar a sabiendas; no permitas que tales pecados me dominen…” (v. 13 – NVI). Otras versiones ven en este versículo una alusión al orgullo, la soberbia o la arrogancia: “Quítale el orgullo a tu siervo; no permitas que el orgullo me domine” (DHH). Y realmente, creo que el orgullo es la raíz de casi todos los demás pecados. El que logra dominarse y vencer la soberbia, sí que puede llevar una vida íntegra. Y así se cumplirá el deseo que el salmista expresa en el último versículo, que sus pensamientos y sus palabras serán de agrado para el Señor.

No sólo los cielos proclaman la gloria del Señor, sino su Palabra también lo hace. Mientras que la creación da una noción general acerca de un ser superior, la Biblia nos lo revela de manera personal y concreta. Si ya la naturaleza es imponente, ¡cuánto más entonces “la ley del Señor”! ¿Conoces a este Señor y Dios? ¿Conoces su Palabra? ¿Qué decides hacer con ella en esta próxima semana? Y una pregunta muy personal: ¿Proclamas tú también la gloria de Dios?


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