En
una ronda de tereré hace muchos años atrás hablamos de lo que los expertos podrían
saber acerca de nosotros con simplemente observarnos. Recuerdo que yo afirmé
que, por observar nuestra vestimenta, ya podrían determinar algo acerca de
nuestra personalidad. Ante esto, un compañero de trabajo se rió y dijo: “Si observan
cómo yo me visto, llegarán a determinar la personalidad de mi esposa.” Pero la
verdad es que a cada paso nos delatamos a nosotros mismos. Nuestra postura
corporal, nuestros gestos, nuestra mirada, lo que vestimos, nuestro arreglo
personal, nuestras palabras, lo que hacemos, cómo lo hacemos, la calidad que
producimos y una larga lista de cosas más muestran cómo somos por dentro. Lo
exterior revela nuestro interior. O en palabras de Jesús: “…de la abundancia
del corazón habla la boca” (Mt 12.34 – RVC). Por eso se puede afirmar que
tus obras hablan por ti. Así como tu producto es tu mejor publicidad, tus
acciones son tu mejor testimonio – o el peor. Jesús también dijo que a los
falsos maestros “…los pueden reconocer por sus acciones” (Mt 7.16 –
DHH).
¿Será
que con Dios también es así que sus obras hablan por él? David afirma que sí.
Lo describe magníficamente en el Salmo 19.
FSalmo 19
Ya en
el primer versículo vemos que las obras de Dios —en este caso la creación— son
la carta de presentación de Dios. Sus obras hablan por él: “Los cielos
proclaman la gloria de Dios; el firmamento revela la obra de sus manos” (v.
1 – RVC). Entre paréntesis no más: este versículo es un buen ejemplo del
paralelismo muy común en la poesía hebrea, en el que cada verso o estrofa
consta de dos líneas o dos frases. Siempre la primera enuncia algo, y la
segunda lo confirma en otras palabras o da un ejemplo de lo que dice la
primera. Ambas frases contienen el mismo mensaje, pero en palabras diferentes.
Así tenemos en las dos frases de este versículo a “los cielos” o “el
firmamento” que “proclaman” o “revelan” “la gloria de Dios” o “la obra de sus
manos”. Ya lo habíamos visto en el Salmo 8 que, contemplando la inmensidad del
cielo nocturno, David llega a reflexionar acerca de la grandeza de Dios y la
pequeñez del ser humano frente a ese Dios. Pablo escribe a los romanos que “…lo
invisible de Dios se deja ver por medio de la creación visible, por lo que
nadie podrá excusarse diciendo que no sabía si Dios existía o no” (Ro 1.20
– NBD). Por eso podemos afirmar también en el caso de Dios que sus obras hablan
por él. Incluso el día y la noche son personificados, jugando al “teléfono
cortado” o “teléfono descompuesto”, pasándose la voz acerca de la majestuosa
gloria de Dios. O como lo dice otra versión: “Los días y las noches lo
comentan entre sí” (v. 2 – TLA).
Por
supuesto que esto es una imagen no más, una ilustración, no algo que sucede tal
cual, en forma literal. David dice que “…no se escuchan palabras ni se oye
voz alguna” (v. 3 – DHH). Es lo que los expertos llaman un “mensaje no
verbal” y, sin embargo, muy claro y contundente: “Su mensaje se extiende por
todo el mundo, hasta los confines de la tierra” (v. 4 – NBD). Pablo aplica
este versículo a los mensajeros de Dios que llevan su Palabra a todo el mundo.
En la carta a los romanos, Pablo analiza por qué los judíos no habían alcanzado
la fe en Cristo y se pregunta: “¿Será tal vez que no oyeron el mensaje?
¡Claro que lo oyeron! Porque la Escritura dice: ‘La voz de ellos salió por toda
la tierra, y hasta los últimos rincones del mundo llegaron sus palabras’”
(Ro 10.18 – DHH). Así que, no hay excusas para no saber de Dios.
En el
siguiente versículo, David llega a hablar de una parte de la creación: el sol.
Esto es, a su vez, también la transición o el elemento en común con la segunda
sección de este Salmo. El sol es comparado aquí con un flamante esposo y un
guerrero o atleta. Cuando a la mañana el sol sale de su tienda en la que pasó
la noche, como se lo imaginaron los antiguos, está radiante como un hombre que
se acaba de casar. Y emprende su camino por la bóveda celeste como un atleta
que corre una maratón desde un extremo del cielo hasta el otro. En ciertas
épocas del año, a nosotros nos agradaría que el sol no esté tan feliz y radiante
durante todo el día…
Y
aquí David hace un corte abrupto y pasa a hablar de la perfección de la ley del
Señor. Cuando los Salmos hablan de la ley de Dios, se refieren a toda la
Palabra de Dios o a la voluntad de Dios para el ser humano. ¿Por qué es
perfecta la Palabra de Dios? Por los efectos benéficos que tiene para el ser
humano. Según las diferentes traducciones de los siguientes versículos podemos
mencionar las siguientes virtudes de la Biblia: infunde nuevo aliento, restaura
o convierte el alma, da sabiduría, instruye al ignorante (v. 7), alegra el
corazón, da luz a los ojos, le muestra a la gente el camino correcto a seguir
(v. 8), es puro, permanece para siempre y es verdadera y justa (v. 9). ¿No le
parece buena idea amar y obedecer la ley del Señor? Generalmente el ser humano
se opone a leyes. No quiere que nadie le prescriba nada. Pero en este caso es
íntegramente para nuestro bien.
Pero
la mención aquí de la luz une las dos partes de este Salmo. En la primera parte
habló de la luz física, el sol. Aquí habla de la luz espiritual y moral que es
la Palabra de Dios o, para usar el símbolo anterior, el “sol divino”. El sol
nos alumbra el camino para que podamos andar seguros y sin tropezar. De la
misma manera, la Palabra de Dios nos da indicaciones claras y nos da la luz
suficiente como para tomar decisiones sabias, acorde a la voluntad de Dios.
Seguro que usted ya pensó automáticamente en otro versículo de un Salmo que
también exalta las bondades de la Palabra de Dios como luz: “Lámpara es a
mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino” (Sal 119.105 – RVA2015). En
realidad, toda esta segunda parte de este Salmo se parece mucho al Salmo 119 en
su forma de exaltar la Palabra de Dios. La ley del Señor sí puede dar sabiduría
al que se humilla a reconocer que necesita de esa guía sobrenatural. ¡La ley
del Señor sí que vale oro! Lo dice el salmista mismo: “Sus enseñanzas valen
más que el oro puro; son más dulces que la miel recién salida del panal”
(v. 10 – PDT). O sea, la Biblia es mucho más que simplemente un adorno en la
biblioteca. Es algo que debe ser apreciado, leído, meditado, obedecido y
vivido. Únicamente así se cumplirán los beneficios mencionados en este texto. “Sirven
de advertencia para tu siervo, una gran recompensa para quienes las obedecen”
(v. 11 – NTV). Pero David sabe muy bien que no siempre tenemos la obediencia a
flor de piel. Y lo triste es que demasiadas veces ni nos damos cuenta de
nuestras metidas de pata. Por eso el salmista ruega: “¿Quién está consciente
de sus propios errores? ¡Perdóname aquellos de los que no estoy consciente”
(v. 12 – NVI)! También necesitamos el perdón de los pecados de los que sí nos
damos cuenta, pero estos los podemos confesar y pedirle perdón a Dios. Pero
también necesitamos la protección de Dios ante ellos. Por eso, el salmista
sigue orando: “Libra, además, a tu siervo de pecar a sabiendas; no permitas
que tales pecados me dominen…” (v. 13 – NVI). Otras versiones ven en este
versículo una alusión al orgullo, la soberbia o la arrogancia: “Quítale el
orgullo a tu siervo; no permitas que el orgullo me domine” (DHH). Y
realmente, creo que el orgullo es la raíz de casi todos los demás pecados. El
que logra dominarse y vencer la soberbia, sí que puede llevar una vida íntegra.
Y así se cumplirá el deseo que el salmista expresa en el último versículo, que
sus pensamientos y sus palabras serán de agrado para el Señor.
No
sólo los cielos proclaman la gloria del Señor, sino su Palabra también lo hace.
Mientras que la creación da una noción general acerca de un ser superior, la
Biblia nos lo revela de manera personal y concreta. Si ya la naturaleza es
imponente, ¡cuánto más entonces “la ley del Señor”! ¿Conoces a este Señor y
Dios? ¿Conoces su Palabra? ¿Qué decides hacer con ella en esta próxima semana?
Y una pregunta muy personal: ¿Proclamas tú también la gloria de Dios?
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