Seguramente
ya habrá observado a niños pequeños que se empacan en querer manipular objetos
peligrosos. Aunque los padres se niegan rotundamente a dárselo, ellos insisten,
cada vez con mayor griterío y llanto. Pero los padres saben que no tienen
todavía la capacidad de manejar esos objetos en forma segura. En vez de ceder a
los caprichos de los pequeños, sus padres más bien les dan a sus hijos juguetes
o herramientas según su edad y su capacidad.
Eso
mismo hace Dios también con nosotros. Jesús lo ilustró en una parábola que
encontramos en Mateo 25.14-30, y dice así:
“…el reino de los cielos es
como un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y les entregó sus
bienes. A uno le dio cinco mil monedas de plata; a otro, dos mil; y a otro,
mil, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se marchó.
El que había recibido cinco
mil monedas negoció con ellas, y ganó otras cinco mil. Asimismo, el que había
recibido dos mil, ganó también otras dos mil. Pero el que había recibido mil
hizo un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor.
Mucho tiempo después, el señor
de aquellos siervos volvió y arregló cuentas con ellos. El que había recibido
las cinco mil monedas se presentó, le entregó otras cinco mil, y dijo: ‘Señor,
tú me entregaste cinco mil monedas, y con ellas he ganado otras cinco mil; aquí
las tienes.’ Y su señor le dijo: ‘Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido
fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor.’
El que había recibido las dos
mil monedas dijo: ‘Señor, tú me entregaste dos mil monedas, y con ellas he
ganado otras dos mil; aquí las tienes.’ Su señor le dijo: ‘Bien, buen siervo y
fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu
señor.’
Pero el que había recibido mil
monedas llegó y dijo: ‘Señor, yo sabía que tú eres un hombre duro, que siegas
donde no sembraste y recoges lo que no esparciste. Así que tuve miedo y escondí
tu dinero en la tierra. Aquí tienes lo que es tuyo.’ Su señor le respondió: ‘Siervo
malo y negligente, si sabías que yo siego donde no sembré, y que recojo donde
no esparcí, debías haber dado mi dinero a los banqueros y, al venir yo, hubiera
recibido lo que es mío más los intereses. Así que, ¡quítenle esas mil monedas y
dénselas al que tiene diez mil!’ Porque al que tiene se le dará, y tendrá más;
pero al que no tiene, aun lo poco que tiene se le quitará. En cuanto al siervo
inútil, ¡échenlo en las tinieblas de afuera! Allí habrá llanto y rechinar de
dientes’ (Mateo 25.14-30 – RVC).
En
esta historia de Jesús tenemos a un señor acaudalado que estaba a punto de hacer
un viaje. Antes de salir, llamó a sus empleados para encargarles la
administración de sus bienes. Se trataba de esclavos o siervos de confianza que
tendrían la responsabilidad de manejar bienes ajenos.
Lo
que llama la atención aquí es su método de distribución de los bienes: “a
cada uno conforme a su capacidad” (v. 15 – RVC). Esto muestra cuán bien
este señor conocía a sus empleados. Bien lo dice una versión de la Biblia, que
él repartió sus bienes “…de acuerdo con las capacidades que había observado
en cada uno de ellos” (NBD). Y el final de esta parábola muestra lo
acertado de sus conocimientos.
La
cantidad de dinero entregado a cada siervo nos cuesta otra vez entender. El
primero recibió, de acuerdo a la traducción de las diferentes versiones, cinco
talentos, cincuenta mil pesos, cinco mil monedas, cinco bolsas de dinero. Esto,
según lo que se pagaba en aquel entonces a un obrero, resultaba ser el monto de
más o menos 100 años de trabajo. Según el sueldo mínimo vigente actualmente en
Paraguay serían un poco más de 2 mil 600 millones de Guaraníes. Ya daría como
para empezar un negocio, ¿no? Sin embargo, el señor de esta parábola lo
considera “poco” (v. 21). ¿Cuánto será mucho entonces para él?
La
verdad es que cada uno de nosotros tiene diferente cantidad de dinero, dones,
oportunidades, conocimientos, etc., es decir, de diferentes tipos de recursos,
– y también diferente cantidad de problemas y sufrimientos, según lo que
cada uno puede manejar y soportar. Dios nos conoce demasiado bien y sabe hasta
dónde van las capacidades de trabajar – y de soportar de cada uno.
Pero
esa cantidad diferenciada para cada empleado no indicaba absolutamente nada
acerca del valor de la persona. El dueño no hacía distinción entre un obrero y
otro, sino sólo reconoció la particularidad de cada uno. La cantidad sí tiene
algo que ver con la responsabilidad que cargaba cada uno de los siervos. A
mayor monto, mayor responsabilidad. Pero el amo confió en todos por igual –
incluso en el que recibió sólo 1 talento. Aun con ese uno él sería capaz de
hacer algo productivo. Su amo depositó en él la misma confianza que les
otorgaba a los demás. Lastimosamente este siervo demostró después no estar a la
altura de tal confianza.
Hecha
la distribución, el amo se fue de viaje. Cuando ni siquiera todavía se había
disipado el polvo de su salida, uno de los siervos ya había cerrado el trato
para un primer negocio muy favorable para su amo (v. 16). No se quedó esperando
a que se aparezca ante él una oportunidad tentadora, sino él fue y creó las
oportunidades. El resultado final fue que logró duplicar la suma recibida por
su amo.
Esta
es la gran diferencia entre una persona con espíritu de emprendedor, uno que
toma la vida “por las astas”, y el otro que sólo se sienta a llorar las
oportunidades que, según él, nunca tuvo. Sí, es cierto, la vida es injusta,
pero los que siguen adelante, en todos los aspectos de la vida, son los que
superan esas injusticias y hacen algo “a pesar de”.
Algo
muy parecido sucedió también con el segundo. Si bien la producción difería respecto
al primero, coincidía exactamente con lo que cada uno había recibido – generaban
el 100% del monto inicial. Esta es, precisamente, la señal de lo acertado de la
decisión del jefe en cuanto a la cantidad que daría a cada uno.
Me
llama la atención el término que la Biblia emplea para el proceder de estos dos
primeros siervos. Las diferentes versiones de la Biblia lo traducen por
“negociar” o “invertir”. No lo gastaron. Hay una diferencia de aquí a la luna
entre invertir y gastar. Invertir significa hacer trabajar el dinero con el
propósito que genere más dinero. Gastar significa comprar “cositas”, que lo
único que hacen es consumir el dinero sin que haya retorno. Estos dos siervos
tenían mucha habilidad para manejar el dinero de su amo para que tenga la mayor
ganancia posible.
Se
esperaría que el relato siguiera en esa misma dirección, que el que recibió
1.000 monedas ganó a otras 1.000, pero aquí viene un cambio brusco en el relato
de Jesús. No lo dice el relato, pero quizás este empleado habrá mirado con
envidia a sus otros dos colegas, renegando contra su jefe por haberle dado solo
un talento. Pero su amo sabía que ese monto era lo justo para este siervo, de
acuerdo a su capacidad. Para ese monto él contó con la plena confianza de su
señor. Y la actitud de este siervo demuestra que efectivamente él no estaba
para una cantidad mayor.
Muchas
veces soñamos con todo lo que haríamos “para el Señor” si tuviéramos mucho
dinero: toda la ayuda que brindaríamos a los necesitados, la cantidad de
ofrenda que daríamos a la iglesia, todos los eventos de beneficencia que
auspiciaríamos, el colectivo que compraríamos para recoger a los hermanos los
domingos a la mañana, etc. Pero la verdad es que, como Jesús lo expresó: “…el
que no es fiel en lo poco, tampoco lo será en lo mucho” (Lc 16.10 – BLPH).
La capacidad de administrar no depende de la cantidad de dinero que uno tiene
disponible, sino es una cuestión de actitud del corazón. El que es ahorrativo,
lo es con mucho o con poco dinero. El que es despilfarrador, lo será teniendo
millones o teniendo un solo billete. Y Dios siempre empieza por pequeñas
pruebas. Si ahí en los detalles mostramos ser confiables, nos concede más. Por
eso, saltando unos versículos, este señor puso a los primeros dos empleados
sobre mucho mayor caudal con mucho mayor responsabilidad, porque habían
demostrado su capacidad de administración y de ser confiables. Así que, si
consideras que a los demás se les abren muchas más puertas que a ti, demostrate
a ti mismo y al mundo de que eres responsable con las puertas que se te abren a
ti.
Este
tercer siervo no aprovechó la confianza de su Señor. Desperdició hasta la
pequeña oportunidad que tuvo. Por no haber recibido mucho, no hizo nada.
Simplemente cavó un pozo y enterró el dinero. Y con eso enterró también su
futuro.
¿Qué
es lo que normalmente se entierra? Un cadáver, ¿no? Este siervo trató el dinero
de su amo como muerto, inservible, improductivo, de ningún valor. Pero en el
fondo, este proceder mostró que lo que estaba muerto, inservible e improductivo
era en realidad su mente. El dinero es tan productivo o improductivo como
nosotros lo hacemos producir o no producir. Lo mismo se puede decir también de
todas las demás bendiciones y dádivas que recibimos de Dios: nuestros dones,
recursos especiales, conocimientos, el tiempo, la familia, etc., etc. ¡No
entierres lo que tienes a la mano!
La
descripción del proceder del tercer siervo da mucha pena. Muestra indiferencia,
negligencia y una mente atontada. Él no produjo ningún pensamiento productivo
más que ir y enterrar el dinero. ¿Y después? ¿Qué habrá hecho por el resto del
tiempo? Y según el relato de Jesús, pasó “mucho tiempo” hasta
que volviera su amo. Me lo imagino a este siervo tirado en la cama todo el día,
con el celular en la mano, tratando de matar las últimas neuronas que le
quedaron. Por lo menos tuvo tiempo suficiente como para armar todo un discurso
con el cual pretendía excusarse frente al dueño. Los otros dos empleados no
tenían tiempo para lamentos, porque estaban demasiado ocupados en cranear más
estrategias y oportunidades para hacer multiplicar el dinero de su amo. Por eso
también, cuando se presentaron para rendir cuentas, se fueron directo al grano,
presentando el balance final de sus transacciones sin mucho preámbulo.
El
momento de rendir cuentas llega sí o sí, para todos. No importa cuánto tiempo demore
su llegada. Los dos primeros siervos se presentaron y le entregaron a su jefe
el resultado duplicado del monto inicial. Ambos siervos, independientemente de
su producción, recibieron el mismo elogio y el mismo premio: la comunión con su
señor y aún mayores oportunidades.
Pero
luego le tocó el turno al tercero que todavía tenía que ir primero a
desenterrar su bolsa de dinero recibido. No solamente no había hecho nada, sino
encima trató de echarle la culpa a su amo. Trató de manipularle, haciéndole
aparecer como culpable de todo, como tirano, que por miedo a él, él se había
quedado bloqueado. Es más: lo acusó de ser un ladrón y estafador que se apropiaba
de cosas que no eran suyas y se beneficiaba del esfuerzo de otros. En realidad,
el que se presentó aquí como ladrón era el siervo mismo. Con acusar a su señor
de apropiarse de bienes ajenos —o, en palabras del siervo, de cosechar donde no
sembró y recoger donde no esparció—, se estaba haciendo parecer a sí mismo como
el dueño de todo el dinero recibido por su amo, a quien acusaba de querer
apoderarse de ello ahora de forma ilegal. Pero ese dinero no le pertenecía a
este siervo, sino era del jefe. O sea, si es que hubiera algún ladrón por ahí,
entonces lo era el siervo mismo.
Su
jefe no lo reprendió ni lo corrigió, sino tomó las propias palabras del siervo para
condenarlo: ya que él como jefe supuestamente se beneficiaba del trabajo ajeno,
y ya que supuestamente era tan tirano, este empleado, por temor a perder la
vida en manos de ese jefe inhumano, debería haber hecho cualquier cosa con tal
de salvar su pellejo. Con tan sólo llevarlo al banco ya se habrían generado
intereses a favor del jefe. Pero como no hizo ni eso, el siervo demostró que no
era verdad la imagen que trató de pintar del jefe y que en verdad no le tenía
tanto miedo. Así que, ya que según el empleado era tirano, el señor actuó de esta
forma, tildando al obrero de malvado y haragán, quitándole lo que tenía y echándole
fuera de su presencia.
El
señor se fijaba en la actitud de sus empleados. Lo que a él le interesaba era
una actitud positiva y fidelidad. El pozo que este tercer siervo había cavado era
símbolo de una mentalidad negativa y pesimista. Se consideraba derrotado antes
de empezar siquiera. El banco era símbolo de mentalidad positiva, productiva. La
capacidad de este siervo era pequeña, por lo cual había recibido una bolsa de
monedas nada más. Pero esa pequeña capacidad debería haber alcanzado por lo
menos para tener la idea de llevar el dinero a un banco. Pero su mente estaba
atrofiada, apagada, y no dio ni siquiera para esa idea.
Nuestra
actitud determinará también la respuesta de Dios hacia nosotros. El que tiene una
actitud positiva, recibe mayores oportunidades. Quizás ni siquiera las recibe,
sino por tener la mente despierta y ojos y oídos abiertos, va descubriendo cada
vez más oportunidades. En cambio, el de mentalidad pobre y actitud negativa,
termina perdiendo aún lo poco que tenía. Lo va desperdiciando, quedándose
finalmente sin nada. Los que ganan la lotería son generalmente un ejemplo de
esto. No se preocupan por el mañana. Sólo quieren vivir bien hoy. Así que,
gastan y despilfarran en cosas sin valor duradero todo lo que han recibido y
más, y en un abrir y cerrar de ojos pierden todo. El hijo pródigo fue así. Y
cuando se dan cuenta de su situación, les sobreviene el “llanto y rechinar de
dientes” de tanta desesperación.
Pero
si no fuera por la gracia y misericordia de Dios, todos seríamos como este
tercer siervo. Nuestra carne nos impulsa hacia el mínimo esfuerzo necesario. La
mayoría de la gente trabaja porque la necesidad económica aprieta. Viven para
trabajar y trabajan para vivir. Si no hubiera ese estímulo de la necesidad,
muchos dejarían de trabajar instantáneamente.
¿Cómo
poder ser como los primeros siervos? Ellos tienen algunas sugerencias para
darnos:
a) Evitar la ociosidad. Estos siervos no se
quedaron esperando a que algo suceda, sino inmediatamente se pusieron en
acción. La inactividad es destructiva en todo sentido. Entorpece la mente y la
vuelve improductiva. Esta empieza a divagar por todos lugares indebidos. En el
caso del rey David, el ocio fue lo que desencadenó luego en su adulterio y
asesinato. Por eso, mantenga activa su mente. Busque hacer algo según su
agrado. Algunos resuelven crucigramas, otros aprenden otro idioma, buscan descifrar
enigmas, etc. Haga que su mente siga ejercitándose.
Además,
busque activar siempre en algo. Si no hay trabajo por hacer, dedíquese a algún
hobby, al deporte o a hacer algo divertido con la familia, etc. La inactividad
prolongada es pereza.
Aproveche
el tiempo libre también para crecer personal y profesionalmente. Lea libros,
participe de todos los cursillos que pueda, aprenda nuevos oficios, inscríbase
en algún curso técnico, etc. El que deja de crecer, retrocede. No hay
estancamiento.
b) Algo muy parecido es estar preparado. ¿Por qué
el Señor le daría muchos recursos, si no está preparado? Una máquina, por más
maravillosa que sea, no sirve y es un desperdicio si está a cargo de alguien
que no la sabe manejar. Pero uno que se ha hecho experto, hace maravillas aún
con algo insignificante. Acuérdense que este señor de la parábola le dio a cada
uno según la capacidad. Si no nos capacitamos, en el área que sea, no
recibiremos oportunidades y recursos. Cuanto más crece su capacidad, más
oportunidades aparecerán.
c) Tenga presente que sólo somos administradores
de bienes ajenos. Lo que está a nuestro alcance no nos pertenece, por más que
sea de repente el salario por nuestro trabajo. Es lo que Dios ha puesto en
nuestras manos para que lo manejemos según sus prescripciones. Tener esto presente
en nuestra mente nos ayudará a evitar gastos innecesarios o un manejo de
nuestros recursos que no es de acuerdo a la voluntad de Dios. Y sobre un manejo
inadecuado no puede estar la bendición de Dios.
d) Ser diligentes, con mente abierta y proactiva.
Estos siervos tenían constantemente todas las luces prendidas, viendo
oportunidades a donde miraban. No se quedaron atrapados por lo que no
tenían, sino buscaban creativamente qué hacer con lo que sí tenían. Quizás no
todos somos emprendedores, pero igual podemos decirle al Señor: “Esto es lo que
tengo. Abre mis ojos para ver otros recursos más que ahora todavía no
reconozco. Y después muéstrame qué puedo hacer con ellos.” Muy probablemente no
le va a aparecer ninguna voz de trueno que le diga exactamente qué hacer. Pero
si usted intenta una y otra cosa, Dios le va a guiar. Quizás alguna idea
inicial no funcione, pero bien puede ser que le lleve a otra idea que sí
funciona. La clave es mantenerse siempre activo, sin rendirse. No nos dejemos
vencer antes de haber intentado siquiera.
¿Qué otras lecciones podría agregar usted a estos, basados en esta parábola? No importa dónde está usted ahora, con cuántas oportunidades o con cuantas “bolsas de monedas”, siempre hay espacio para seguir creciendo. Invierta en sí mismo, en su actitud y mentalidad, y su campo de acción se extenderá más y más. Y hágame saber cómo le está yendo. Dios lo bendiga.
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