sábado, 28 de mayo de 2022

Según su capacidad


 


Seguramente ya habrá observado a niños pequeños que se empacan en querer manipular objetos peligrosos. Aunque los padres se niegan rotundamente a dárselo, ellos insisten, cada vez con mayor griterío y llanto. Pero los padres saben que no tienen todavía la capacidad de manejar esos objetos en forma segura. En vez de ceder a los caprichos de los pequeños, sus padres más bien les dan a sus hijos juguetes o herramientas según su edad y su capacidad.

Eso mismo hace Dios también con nosotros. Jesús lo ilustró en una parábola que encontramos en Mateo 25.14-30, y dice así:

“…el reino de los cielos es como un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno le dio cinco mil monedas de plata; a otro, dos mil; y a otro, mil, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se marchó.

El que había recibido cinco mil monedas negoció con ellas, y ganó otras cinco mil. Asimismo, el que había recibido dos mil, ganó también otras dos mil. Pero el que había recibido mil hizo un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor.

Mucho tiempo después, el señor de aquellos siervos volvió y arregló cuentas con ellos. El que había recibido las cinco mil monedas se presentó, le entregó otras cinco mil, y dijo: ‘Señor, tú me entregaste cinco mil monedas, y con ellas he ganado otras cinco mil; aquí las tienes.’ Y su señor le dijo: ‘Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor.’

El que había recibido las dos mil monedas dijo: ‘Señor, tú me entregaste dos mil monedas, y con ellas he ganado otras dos mil; aquí las tienes.’ Su señor le dijo: ‘Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor.’

Pero el que había recibido mil monedas llegó y dijo: ‘Señor, yo sabía que tú eres un hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges lo que no esparciste. Así que tuve miedo y escondí tu dinero en la tierra. Aquí tienes lo que es tuyo.’ Su señor le respondió: ‘Siervo malo y negligente, si sabías que yo siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí, debías haber dado mi dinero a los banqueros y, al venir yo, hubiera recibido lo que es mío más los intereses. Así que, ¡quítenle esas mil monedas y dénselas al que tiene diez mil!’ Porque al que tiene se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo poco que tiene se le quitará. En cuanto al siervo inútil, ¡échenlo en las tinieblas de afuera! Allí habrá llanto y rechinar de dientes’ (Mateo 25.14-30 – RVC).

En esta historia de Jesús tenemos a un señor acaudalado que estaba a punto de hacer un viaje. Antes de salir, llamó a sus empleados para encargarles la administración de sus bienes. Se trataba de esclavos o siervos de confianza que tendrían la responsabilidad de manejar bienes ajenos.

Lo que llama la atención aquí es su método de distribución de los bienes: “a cada uno conforme a su capacidad” (v. 15 – RVC). Esto muestra cuán bien este señor conocía a sus empleados. Bien lo dice una versión de la Biblia, que él repartió sus bienes “…de acuerdo con las capacidades que había observado en cada uno de ellos” (NBD). Y el final de esta parábola muestra lo acertado de sus conocimientos.

La cantidad de dinero entregado a cada siervo nos cuesta otra vez entender. El primero recibió, de acuerdo a la traducción de las diferentes versiones, cinco talentos, cincuenta mil pesos, cinco mil monedas, cinco bolsas de dinero. Esto, según lo que se pagaba en aquel entonces a un obrero, resultaba ser el monto de más o menos 100 años de trabajo. Según el sueldo mínimo vigente actualmente en Paraguay serían un poco más de 2 mil 600 millones de Guaraníes. Ya daría como para empezar un negocio, ¿no? Sin embargo, el señor de esta parábola lo considera “poco” (v. 21). ¿Cuánto será mucho entonces para él?

La verdad es que cada uno de nosotros tiene diferente cantidad de dinero, dones, oportunidades, conocimientos, etc., es decir, de diferentes tipos de recursos, – y también diferente cantidad de problemas y sufrimientos, según lo que cada uno puede manejar y soportar. Dios nos conoce demasiado bien y sabe hasta dónde van las capacidades de trabajar – y de soportar de cada uno.

Pero esa cantidad diferenciada para cada empleado no indicaba absolutamente nada acerca del valor de la persona. El dueño no hacía distinción entre un obrero y otro, sino sólo reconoció la particularidad de cada uno. La cantidad sí tiene algo que ver con la responsabilidad que cargaba cada uno de los siervos. A mayor monto, mayor responsabilidad. Pero el amo confió en todos por igual – incluso en el que recibió sólo 1 talento. Aun con ese uno él sería capaz de hacer algo productivo. Su amo depositó en él la misma confianza que les otorgaba a los demás. Lastimosamente este siervo demostró después no estar a la altura de tal confianza.

Hecha la distribución, el amo se fue de viaje. Cuando ni siquiera todavía se había disipado el polvo de su salida, uno de los siervos ya había cerrado el trato para un primer negocio muy favorable para su amo (v. 16). No se quedó esperando a que se aparezca ante él una oportunidad tentadora, sino él fue y creó las oportunidades. El resultado final fue que logró duplicar la suma recibida por su amo.

Esta es la gran diferencia entre una persona con espíritu de emprendedor, uno que toma la vida “por las astas”, y el otro que sólo se sienta a llorar las oportunidades que, según él, nunca tuvo. Sí, es cierto, la vida es injusta, pero los que siguen adelante, en todos los aspectos de la vida, son los que superan esas injusticias y hacen algo “a pesar de”.

Algo muy parecido sucedió también con el segundo. Si bien la producción difería respecto al primero, coincidía exactamente con lo que cada uno había recibido – generaban el 100% del monto inicial. Esta es, precisamente, la señal de lo acertado de la decisión del jefe en cuanto a la cantidad que daría a cada uno.

Me llama la atención el término que la Biblia emplea para el proceder de estos dos primeros siervos. Las diferentes versiones de la Biblia lo traducen por “negociar” o “invertir”. No lo gastaron. Hay una diferencia de aquí a la luna entre invertir y gastar. Invertir significa hacer trabajar el dinero con el propósito que genere más dinero. Gastar significa comprar “cositas”, que lo único que hacen es consumir el dinero sin que haya retorno. Estos dos siervos tenían mucha habilidad para manejar el dinero de su amo para que tenga la mayor ganancia posible.

Se esperaría que el relato siguiera en esa misma dirección, que el que recibió 1.000 monedas ganó a otras 1.000, pero aquí viene un cambio brusco en el relato de Jesús. No lo dice el relato, pero quizás este empleado habrá mirado con envidia a sus otros dos colegas, renegando contra su jefe por haberle dado solo un talento. Pero su amo sabía que ese monto era lo justo para este siervo, de acuerdo a su capacidad. Para ese monto él contó con la plena confianza de su señor. Y la actitud de este siervo demuestra que efectivamente él no estaba para una cantidad mayor.

Muchas veces soñamos con todo lo que haríamos “para el Señor” si tuviéramos mucho dinero: toda la ayuda que brindaríamos a los necesitados, la cantidad de ofrenda que daríamos a la iglesia, todos los eventos de beneficencia que auspiciaríamos, el colectivo que compraríamos para recoger a los hermanos los domingos a la mañana, etc. Pero la verdad es que, como Jesús lo expresó: “…el que no es fiel en lo poco, tampoco lo será en lo mucho” (Lc 16.10 – BLPH). La capacidad de administrar no depende de la cantidad de dinero que uno tiene disponible, sino es una cuestión de actitud del corazón. El que es ahorrativo, lo es con mucho o con poco dinero. El que es despilfarrador, lo será teniendo millones o teniendo un solo billete. Y Dios siempre empieza por pequeñas pruebas. Si ahí en los detalles mostramos ser confiables, nos concede más. Por eso, saltando unos versículos, este señor puso a los primeros dos empleados sobre mucho mayor caudal con mucho mayor responsabilidad, porque habían demostrado su capacidad de administración y de ser confiables. Así que, si consideras que a los demás se les abren muchas más puertas que a ti, demostrate a ti mismo y al mundo de que eres responsable con las puertas que se te abren a ti.

Este tercer siervo no aprovechó la confianza de su Señor. Desperdició hasta la pequeña oportunidad que tuvo. Por no haber recibido mucho, no hizo nada. Simplemente cavó un pozo y enterró el dinero. Y con eso enterró también su futuro.

¿Qué es lo que normalmente se entierra? Un cadáver, ¿no? Este siervo trató el dinero de su amo como muerto, inservible, improductivo, de ningún valor. Pero en el fondo, este proceder mostró que lo que estaba muerto, inservible e improductivo era en realidad su mente. El dinero es tan productivo o improductivo como nosotros lo hacemos producir o no producir. Lo mismo se puede decir también de todas las demás bendiciones y dádivas que recibimos de Dios: nuestros dones, recursos especiales, conocimientos, el tiempo, la familia, etc., etc. ¡No entierres lo que tienes a la mano!

La descripción del proceder del tercer siervo da mucha pena. Muestra indiferencia, negligencia y una mente atontada. Él no produjo ningún pensamiento productivo más que ir y enterrar el dinero. ¿Y después? ¿Qué habrá hecho por el resto del tiempo? Y según el relato de Jesús, pasó “mucho tiempo” hasta que volviera su amo. Me lo imagino a este siervo tirado en la cama todo el día, con el celular en la mano, tratando de matar las últimas neuronas que le quedaron. Por lo menos tuvo tiempo suficiente como para armar todo un discurso con el cual pretendía excusarse frente al dueño. Los otros dos empleados no tenían tiempo para lamentos, porque estaban demasiado ocupados en cranear más estrategias y oportunidades para hacer multiplicar el dinero de su amo. Por eso también, cuando se presentaron para rendir cuentas, se fueron directo al grano, presentando el balance final de sus transacciones sin mucho preámbulo.

El momento de rendir cuentas llega sí o sí, para todos. No importa cuánto tiempo demore su llegada. Los dos primeros siervos se presentaron y le entregaron a su jefe el resultado duplicado del monto inicial. Ambos siervos, independientemente de su producción, recibieron el mismo elogio y el mismo premio: la comunión con su señor y aún mayores oportunidades.

Pero luego le tocó el turno al tercero que todavía tenía que ir primero a desenterrar su bolsa de dinero recibido. No solamente no había hecho nada, sino encima trató de echarle la culpa a su amo. Trató de manipularle, haciéndole aparecer como culpable de todo, como tirano, que por miedo a él, él se había quedado bloqueado. Es más: lo acusó de ser un ladrón y estafador que se apropiaba de cosas que no eran suyas y se beneficiaba del esfuerzo de otros. En realidad, el que se presentó aquí como ladrón era el siervo mismo. Con acusar a su señor de apropiarse de bienes ajenos —o, en palabras del siervo, de cosechar donde no sembró y recoger donde no esparció—, se estaba haciendo parecer a sí mismo como el dueño de todo el dinero recibido por su amo, a quien acusaba de querer apoderarse de ello ahora de forma ilegal. Pero ese dinero no le pertenecía a este siervo, sino era del jefe. O sea, si es que hubiera algún ladrón por ahí, entonces lo era el siervo mismo.

Su jefe no lo reprendió ni lo corrigió, sino tomó las propias palabras del siervo para condenarlo: ya que él como jefe supuestamente se beneficiaba del trabajo ajeno, y ya que supuestamente era tan tirano, este empleado, por temor a perder la vida en manos de ese jefe inhumano, debería haber hecho cualquier cosa con tal de salvar su pellejo. Con tan sólo llevarlo al banco ya se habrían generado intereses a favor del jefe. Pero como no hizo ni eso, el siervo demostró que no era verdad la imagen que trató de pintar del jefe y que en verdad no le tenía tanto miedo. Así que, ya que según el empleado era tirano, el señor actuó de esta forma, tildando al obrero de malvado y haragán, quitándole lo que tenía y echándole fuera de su presencia.

El señor se fijaba en la actitud de sus empleados. Lo que a él le interesaba era una actitud positiva y fidelidad. El pozo que este tercer siervo había cavado era símbolo de una mentalidad negativa y pesimista. Se consideraba derrotado antes de empezar siquiera. El banco era símbolo de mentalidad positiva, productiva. La capacidad de este siervo era pequeña, por lo cual había recibido una bolsa de monedas nada más. Pero esa pequeña capacidad debería haber alcanzado por lo menos para tener la idea de llevar el dinero a un banco. Pero su mente estaba atrofiada, apagada, y no dio ni siquiera para esa idea.

Nuestra actitud determinará también la respuesta de Dios hacia nosotros. El que tiene una actitud positiva, recibe mayores oportunidades. Quizás ni siquiera las recibe, sino por tener la mente despierta y ojos y oídos abiertos, va descubriendo cada vez más oportunidades. En cambio, el de mentalidad pobre y actitud negativa, termina perdiendo aún lo poco que tenía. Lo va desperdiciando, quedándose finalmente sin nada. Los que ganan la lotería son generalmente un ejemplo de esto. No se preocupan por el mañana. Sólo quieren vivir bien hoy. Así que, gastan y despilfarran en cosas sin valor duradero todo lo que han recibido y más, y en un abrir y cerrar de ojos pierden todo. El hijo pródigo fue así. Y cuando se dan cuenta de su situación, les sobreviene el “llanto y rechinar de dientes” de tanta desesperación.

Pero si no fuera por la gracia y misericordia de Dios, todos seríamos como este tercer siervo. Nuestra carne nos impulsa hacia el mínimo esfuerzo necesario. La mayoría de la gente trabaja porque la necesidad económica aprieta. Viven para trabajar y trabajan para vivir. Si no hubiera ese estímulo de la necesidad, muchos dejarían de trabajar instantáneamente.

¿Cómo poder ser como los primeros siervos? Ellos tienen algunas sugerencias para darnos:

a)  Evitar la ociosidad. Estos siervos no se quedaron esperando a que algo suceda, sino inmediatamente se pusieron en acción. La inactividad es destructiva en todo sentido. Entorpece la mente y la vuelve improductiva. Esta empieza a divagar por todos lugares indebidos. En el caso del rey David, el ocio fue lo que desencadenó luego en su adulterio y asesinato. Por eso, mantenga activa su mente. Busque hacer algo según su agrado. Algunos resuelven crucigramas, otros aprenden otro idioma, buscan descifrar enigmas, etc. Haga que su mente siga ejercitándose.

Además, busque activar siempre en algo. Si no hay trabajo por hacer, dedíquese a algún hobby, al deporte o a hacer algo divertido con la familia, etc. La inactividad prolongada es pereza.

Aproveche el tiempo libre también para crecer personal y profesionalmente. Lea libros, participe de todos los cursillos que pueda, aprenda nuevos oficios, inscríbase en algún curso técnico, etc. El que deja de crecer, retrocede. No hay estancamiento.

b)  Algo muy parecido es estar preparado. ¿Por qué el Señor le daría muchos recursos, si no está preparado? Una máquina, por más maravillosa que sea, no sirve y es un desperdicio si está a cargo de alguien que no la sabe manejar. Pero uno que se ha hecho experto, hace maravillas aún con algo insignificante. Acuérdense que este señor de la parábola le dio a cada uno según la capacidad. Si no nos capacitamos, en el área que sea, no recibiremos oportunidades y recursos. Cuanto más crece su capacidad, más oportunidades aparecerán.

c)  Tenga presente que sólo somos administradores de bienes ajenos. Lo que está a nuestro alcance no nos pertenece, por más que sea de repente el salario por nuestro trabajo. Es lo que Dios ha puesto en nuestras manos para que lo manejemos según sus prescripciones. Tener esto presente en nuestra mente nos ayudará a evitar gastos innecesarios o un manejo de nuestros recursos que no es de acuerdo a la voluntad de Dios. Y sobre un manejo inadecuado no puede estar la bendición de Dios.

d) Ser diligentes, con mente abierta y proactiva. Estos siervos tenían constantemente todas las luces prendidas, viendo oportunidades a donde miraban. No se quedaron atrapados por lo que no tenían, sino buscaban creativamente qué hacer con lo que sí tenían. Quizás no todos somos emprendedores, pero igual podemos decirle al Señor: “Esto es lo que tengo. Abre mis ojos para ver otros recursos más que ahora todavía no reconozco. Y después muéstrame qué puedo hacer con ellos.” Muy probablemente no le va a aparecer ninguna voz de trueno que le diga exactamente qué hacer. Pero si usted intenta una y otra cosa, Dios le va a guiar. Quizás alguna idea inicial no funcione, pero bien puede ser que le lleve a otra idea que sí funciona. La clave es mantenerse siempre activo, sin rendirse. No nos dejemos vencer antes de haber intentado siquiera.

¿Qué otras lecciones podría agregar usted a estos, basados en esta parábola? No importa dónde está usted ahora, con cuántas oportunidades o con cuantas “bolsas de monedas”, siempre hay espacio para seguir creciendo. Invierta en sí mismo, en su actitud y mentalidad, y su campo de acción se extenderá más y más. Y hágame saber cómo le está yendo. Dios lo bendiga.

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