Quiero hacer un pequeño sondeo contigo:
·
¿Cuándo fue la última vez que
experimentaste una clara respuesta de Dios a tus oraciones?
·
¿De qué manera habías orado esa
vez? ¿Hubo algo especial en tu oración que hizo que Dios la contestara?
·
¿Qué porcentaje de tus oraciones
recibe respuesta de parte de Dios?
·
¿Cómo calificarías la intención de
Dios de contestar oraciones?
Estas
preguntas nos llevan directamente al pasaje que queremos estudiar en esta
oportunidad. Si no estás seguro de las respuestas, espero que con el estudio
del pasaje de hoy estas preguntas sí hallarán respuesta para ti. La parábola
que queremos estudiar hoy encontramos en Lucas 18.1-8. Es la parábola del juez
y la viuda.
“Jesús les contó una parábola
en cuanto a la necesidad de orar siempre y de no desanimarse. Les dijo: «En
cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a nadie. En esa
misma ciudad había también una viuda, la cual acudía a ese juez y le pedía: ‘Hazme
justicia contra mi adversario.’ Pasó algún tiempo, y el juez no quiso
atenderla, pero después se puso a pensar: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a
nadie, esta viuda me molesta tanto que voy a hacerle justicia, no sea que siga
viniendo y me agote la paciencia.’» Dijo entonces el Señor: «Presten atención a
lo que dijo el juez injusto. ¿Acaso Dios no les hará justicia a sus elegidos,
que día y noche claman a él? ¿Se tardará en responderles? Yo les digo que sin
tardanza les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe
en la tierra?»” (Lucas 18.1-8 – RVC).
Jesús
empieza la parábola indicando desde el inicio cuál es el objetivo de la misma: “…orar siempre, sin desanimarse” (v. 1 –
DHH). Así que, con esto ya se marca el enfoque de esta parábola.
El
primer protagonista de la parábola es un juez. Ese juez tenía un problema
grave: no tenía respeto ni interés por Dios. En consecuencia, tampoco respetaba
en absoluto a los seres humanos. Él representa en esta parábola a las personas
poderosas de su tiempo. Un juez era por lo general la persona más estudiada del
pueblo y el que hacía y deshacía todo. Tenía la justicia en su mano.
Por
otro lado, la otra protagonista era una viuda. Era el otro extremo del juez.
Como mujer y, peor, como viuda, era una persona de las más desamparadas y
marginadas. Mientras que el juez era el poderoso, ella era la más débil y
dependiente de la ayuda y misericordia de otros. Y estos dos extremos se
enfrentan en esta parábola – como si fueran David contra Goliat.
La
viuda pide que el juez le haga justicia. No sabemos de qué se trataba el
problema, pero la Biblia habla de algún “adversario” que le estaba haciendo la
vida imposible. Otras versiones hablan de “…un
hombre que me está haciendo daño” (v. 3 – PDT), o de “…este hombre que trata de arruinarme” (Kadosh). Como viuda, era
presa fácil de cualquier malintencionado. Por eso era tan vital y urgente que
este juez le ponga freno a este adversario. Pero por mucho tiempo parecía que
sus intentos no llevarían a ningún lado. El juez se negaba a tomar el caso, y
la carpeta seguía aguardando su turno en su escritorio.
Aunque
la viuda estaba totalmente desamparada y entregada a merced del juez, ella
tenía un arma secreta que finalmente le daría la victoria anhelada. Y esa arma
se llama “perseverancia”. Así como el agua puede partir rocas si cae gota tras
gota en el mismo lugar, así la insistencia de esta mujer partió la roca del
corazón de este juez. Finalmente él accedió a tomar su causa, pero dejó bien en
claro que no era por su gran amor a Dios ni respeto hacia el prójimo, sino por
su propia tranquilidad. Su objetivo no era la justicia, sino que le dejen en
paz. Pero sea por el motivo que fuese, el resultado fue el que buscaba esa
viuda.
¿Representa
este juez a Dios? ¿Será que nuestra oración tiene que ser también con la insistencia
de la viuda para lograr que Dios nos haga caso finalmente? ¡De ninguna manera!
Jesús tildó a este juez como “malo” e “injusto” (v. 6), y esto jamás se podría
decir de Dios. Así que, esto ya es un fuerte indicio que Jesús probablemente
esté describiendo lo opuesto a lo que es Dios. Si incluso un juez humano y malo
dicta sentencia justa, ¡cuánto más nuestro Dios todopoderoso y amoroso! ¿Acaso
a Dios le dejará frío que sus hijos clamen a él? ¡De ninguna manera! El
versículo 7 dice que Dios “no tardará en
darle lo que necesita” (v. 7 – PDT). Nos puede sonar raro esto, porque no
coincide con nuestra experiencia. Por lo menos yo tengo muchos pedidos de
oración que jamás se cumplieron tal cual como yo lo pedí. Otros se cumplieron,
pero recién años después. ¿Cómo entonces que “no tardará”? Bueno, hay
muchísimas experiencias en las que Dios sí ha respondido casi instantáneamente.
Me acaba de suceder esto. Inexplicablemente nos quedamos hoy sin agua en la
casa. La bomba se negó a brindarnos sus servicios. Yo intenté todo lo que
sabía, pero nada dio resultado. Le dije a Dios que me ayude a encontrar el
problema o, mejor todavía, que él lo arregle. Después de un intento más de los mismos
que ya había hecho tantas veces, la bomba funcionó perfectamente. ¡Dios sí que
responde! Más tarde les voy a compartir otro ejemplo más.
Pero
nunca debemos olvidar lo que muchas veces ya he dicho: que Dios no es un
expendedor automático de deseos. No funciona tirando una oración en la ranura,
esperando que al toque caiga abajo lo que hemos pedido. La demora de Dios tiene
efectos educativos. Necesitamos aprender que su respuesta a nuestra oración
depende de su plan y su voluntad, no de la nuestra. Además, la
Biblia nos recuerda: “…que para el Señor
un día es como mil años, y mil años como un día” (2 P 3.8 – DHH). O sea,
Dios no se maneja según nuestro cálculo del tiempo. Pero, aun así, él nunca
llega tarde. Más que indicar un momento en el tiempo en que Dios contestará,
esta frase de Jesús quiere indicar que él está siempre muy atento a nuestra
oración. No es necesario cansarlo como lo hizo la viuda con este juez, sino que
él está ansioso de que le hablemos y de que le planteemos nuestras ideas,
proyectos, necesidades, agradecimientos, etc. Y él reacciona al instante a
nuestra oración. Él contesta el 100% de nuestras oraciones. De que podamos
identificar su respuesta, es otro tema. A veces podemos reconocer recién años
después cómo durante todo este tiempo Dios ha venido guiando las cosas en
respuesta directa a nuestras oraciones. Él contesta todas nuestras oraciones. No podemos medir su respuesta según
si recibimos o no tal cual hemos pedido. Por ejemplo, cuánta gente ha clamado a
Dios por sus seres queridos que han caído gravemente enfermos, pero que al
final fallecieron. Con mi propio hermano sucedió así. ¿No respondió Dios? Claro
que sí respondió. Estos seres queridos están ahora más sanos de lo que jamás podrían
haber estado en esta tierra. Por supuesto, nosotros aquí sufrimos terriblemente
por esa pérdida. Para nosotros Dios
respondió de la peor manera —creemos—, pero para esa persona no puede haber
cosa mejor que estar con su amado Señor – siempre y cuando haya recibido a Jesús
realmente como su Señor y Salvador. Y Dios responde también dando consuelo a
los familiares, dando paz, velando por los detalles para los parientes, etc. Mi
mamá podría llenar todo un libro con historias de cómo Dios intervino
sobrenaturalmente en las circunstancias de su vida desde que ella se quedó
viuda a la edad de 45 años. Esta semana escuché también un testimonio de parte de
una viuda joven de cómo Dios se estaba encargando de ella de manera
impresionante. ¿No contesta Dios? ¡Sí que contesta! A veces tal cual lo
pedimos, a veces de una manera mejor de lo que pedimos – por ejemplo, con un
“No”. Pablo le rogó insistentemente a Dios para que lo libre de algún
sufrimiento, pero Dios tuvo una mejor idea que la liberación de este mal. Le
respondió: “Con mi gracia tienes más que
suficiente, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co 12.9 –
RVC). Dios responde. Y a veces su respuesta es: “Hijo amado, yo puedo ver toda
tu vida y todo el futuro, y yo sé que tu petición no es para tu bien a largo
plazo. No coincide con el plan que yo tengo para ti. Así que, mi respuesta es
‘No’.” ¿Respondió Dios? ¡Claro que sí! ¿Me dio lo que yo pedí? Me dio algo
mucho mejor: me dio su protección de mi propia oración. ¿Acaso no lo hacen
muchas veces también los padres con las peticiones de sus hijos? Es muy
consolador lo que Pablo les escribió a los romanos: “…el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues no sabemos qué nos
conviene pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
indecibles. Pero el que examina los corazones sabe cuál es la intención del
Espíritu, porque intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios”
(Ro 8.26-27 – RVC). En vez de hacernos caer en la trampa de nuestra propia
ambición o nuestra miopía que no puede ver más allá del presente, él mismo se
encarga de “traducir” nuestra oración para que sea conforme a su voluntad. Así
que, con más confianza y ánimo aun podemos seguir orando porque sabemos que
Dios todo lo manejará para nuestro bien.
Por
eso Jesús aseguró aquí que Dios “…hará
justicia, y sin demora” (v. 8 – NVI). Pero hay algo que sí le causa cierta
preocupación a Jesús: “…cuando venga el
Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra” (v. 8 – RVC)? El problema no
está en la capacidad aparentemente deficiente de Dios de responder a nuestras
oraciones, sino en nuestra falta de fe que nos lleva a no presentarle nuestras
necesidades. Esa falta de fe puede manifestarse de diferentes formas: no creer
que a Dios le interese mi asunto; querer resolver todo por mí mismo; no tener
en cuenta a Dios, y, por lo tanto, ni se me pasa por la mente presentarle mi
petición; orar a él y pedirle su ayuda, pero sin creer realmente que él
responda, etc. ¿Habrá fe que hace que la persona se plante delante de Dios como
un niño delante de su padre diciendo: “Este es mi problema. ¿Quieres resolverlo,
por favor?”? A este tipo de oración, con absoluta confianza en Dios, él
responde instantáneamente por el amor que le tiene a su hijo.
Esta
semana escuché el testimonio de una familia, pariente mío. Uno de los hijos
tenía problemas con los dientes permanentes que reemplazaban a los dientes de
leche. Uno de estos dientes salió muy torcido y muy atrás. Según el dentista no
había mucha esperanza de que esto se resuelva sin un tratamiento demasiado caro
para las posibilidades de esta familia. Entonces, este niño propuso orar por
este asunto, y así lo hicieron. Después de orar, a la madre se le ocurrió que
él empuje frecuentemente su diente con el dedo en la dirección correcta.
Después de 3 semanas, su diente estaba perfectamente alineado con los demás.
Ella después preguntó: “¿Qué ayudó más, el orar o el empujar el diente? ¿O
puede ser que la idea de empujar el diente haya surgido como consecuencia de la
oración?” Yo estoy muy convencido de que así ha sido. Esa fue la respuesta
inmediata de Dios a la oración tan confiada de ese niño y su familia. Y ella
concluye diciendo: “Taaaantas veces he recibido respuestas (ideas) mientras
estoy orando. ¡Dios habla siempre!” ¡Tal cual es! Deseo que este testimonio y
esta parábola cumplan realmente el propósito que tuvo en mente Jesús: animarnos
a “…orar siempre, sin desanimarse”
(v. 1 – DHH).
Pero
antes de terminar, quiero hacer todavía una aplicación un tanto “indirecta” de
esta parábola. Ya habíamos dicho que Dios no necesita nuestra insistencia para
ser movido a responder de mala gana. Él está más que dispuesto a responder. Pero
quizás podemos direccionar nuestra insistencia hacia nuestros problemas y “bombardearlos”
a ellos con nuestras oraciones. Que cada una de nuestras oraciones sea un
“misil” para destruir las obras del enemigo en nuestra vida o la de otros. Es
muy conocida la frase: “No le digas a Dios cuán grande es tu problema, sino
dígale a tu problema cuán grande es Dios.” Hablarle a Dios de mi problema me
hace parecer como el pobrecito, la víctima indefensa que se queja delante de
Dios. No digo que esto está mal, de ninguna manera. Es más: es consolador saber
que podemos descargar ante él nuestra frustración y nuestro cansancio de la
constante lucha. El apóstol Pedro escribió: “Echen
sobre él toda su ansiedad, porque él tiene cuidado de ustedes” (1 P 5.7 –
RVA2015). Pero hablarle al problema de cuán grande es nuestro Dios es tomar
autoridad en el nombre de Jesús, levantarse y actuar. Creo que ambas cosas
tienen su lugar. Es un poco delicado este tema, porque muy fácilmente puedo
ponerme a mí —o sea, al ser humano— en el centro de la acción y creerme Superman
espiritual que deshace toda obra de las tinieblas con su gran poder. Esta es
una trampa del enemigo en la que muchos han caído. No se trata en absoluto de
nosotros y nuestro supuesto poder, sino del poder ilimitado de Dios. Pero creo
que nos será de mucha ayuda tener en cuenta que cada vez que clamamos a Dios
por algo, lanzamos al mismo tiempo también un mensaje al mundo espiritual de
que nos estamos conectando con el Poder absoluto del universo, y que los días
de este problema están contados. Dios decidirá cuántos días más le quedan al
problema, pero esto depende de su plan soberano. De esto no necesito preocuparme.
Por eso es bueno ser insistente en la oración, no para vencer la desgana de
Dios de atendernos, porque esta no es la verdad, no está desganado, ¡todo lo
contrario!, sino para lanzar frecuentes mensajes de victoria al mundo
espiritual y a nuestro problema.
Este
asunto que tanto ronda tu mente, te animo a presentarlo continuamente al Señor.
Puede ser un problema, un sufrimiento, una pregunta o duda, un asunto en la
vida de otros por el cual estás intercediendo, etc. Presentalo con esta
confianza de que tu Padre conoce el tema y que él no te dejará sin respuesta.
Ten esa fe que presenta sus asuntos insistente y confiadamente a su Padre
celestial. Y contame después de qué forma te ha contestado Dios.
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