sábado, 28 de mayo de 2022

Perseverancia


 


Quiero hacer un pequeño sondeo contigo:

·         ¿Cuándo fue la última vez que experimentaste una clara respuesta de Dios a tus oraciones?

·         ¿De qué manera habías orado esa vez? ¿Hubo algo especial en tu oración que hizo que Dios la contestara?

·         ¿Qué porcentaje de tus oraciones recibe respuesta de parte de Dios?

·         ¿Cómo calificarías la intención de Dios de contestar oraciones?

Estas preguntas nos llevan directamente al pasaje que queremos estudiar en esta oportunidad. Si no estás seguro de las respuestas, espero que con el estudio del pasaje de hoy estas preguntas sí hallarán respuesta para ti. La parábola que queremos estudiar hoy encontramos en Lucas 18.1-8. Es la parábola del juez y la viuda.

“Jesús les contó una parábola en cuanto a la necesidad de orar siempre y de no desanimarse. Les dijo: «En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a nadie. En esa misma ciudad había también una viuda, la cual acudía a ese juez y le pedía: ‘Hazme justicia contra mi adversario.’ Pasó algún tiempo, y el juez no quiso atenderla, pero después se puso a pensar: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a nadie, esta viuda me molesta tanto que voy a hacerle justicia, no sea que siga viniendo y me agote la paciencia.’» Dijo entonces el Señor: «Presten atención a lo que dijo el juez injusto. ¿Acaso Dios no les hará justicia a sus elegidos, que día y noche claman a él? ¿Se tardará en responderles? Yo les digo que sin tardanza les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?»” (Lucas 18.1-8 – RVC).

Jesús empieza la parábola indicando desde el inicio cuál es el objetivo de la misma: “…orar siempre, sin desanimarse” (v. 1 – DHH). Así que, con esto ya se marca el enfoque de esta parábola.

El primer protagonista de la parábola es un juez. Ese juez tenía un problema grave: no tenía respeto ni interés por Dios. En consecuencia, tampoco respetaba en absoluto a los seres humanos. Él representa en esta parábola a las personas poderosas de su tiempo. Un juez era por lo general la persona más estudiada del pueblo y el que hacía y deshacía todo. Tenía la justicia en su mano.

Por otro lado, la otra protagonista era una viuda. Era el otro extremo del juez. Como mujer y, peor, como viuda, era una persona de las más desamparadas y marginadas. Mientras que el juez era el poderoso, ella era la más débil y dependiente de la ayuda y misericordia de otros. Y estos dos extremos se enfrentan en esta parábola – como si fueran David contra Goliat.

La viuda pide que el juez le haga justicia. No sabemos de qué se trataba el problema, pero la Biblia habla de algún “adversario” que le estaba haciendo la vida imposible. Otras versiones hablan de “…un hombre que me está haciendo daño” (v. 3 – PDT), o de “…este hombre que trata de arruinarme” (Kadosh). Como viuda, era presa fácil de cualquier malintencionado. Por eso era tan vital y urgente que este juez le ponga freno a este adversario. Pero por mucho tiempo parecía que sus intentos no llevarían a ningún lado. El juez se negaba a tomar el caso, y la carpeta seguía aguardando su turno en su escritorio.

Aunque la viuda estaba totalmente desamparada y entregada a merced del juez, ella tenía un arma secreta que finalmente le daría la victoria anhelada. Y esa arma se llama “perseverancia”. Así como el agua puede partir rocas si cae gota tras gota en el mismo lugar, así la insistencia de esta mujer partió la roca del corazón de este juez. Finalmente él accedió a tomar su causa, pero dejó bien en claro que no era por su gran amor a Dios ni respeto hacia el prójimo, sino por su propia tranquilidad. Su objetivo no era la justicia, sino que le dejen en paz. Pero sea por el motivo que fuese, el resultado fue el que buscaba esa viuda.

¿Representa este juez a Dios? ¿Será que nuestra oración tiene que ser también con la insistencia de la viuda para lograr que Dios nos haga caso finalmente? ¡De ninguna manera! Jesús tildó a este juez como “malo” e “injusto” (v. 6), y esto jamás se podría decir de Dios. Así que, esto ya es un fuerte indicio que Jesús probablemente esté describiendo lo opuesto a lo que es Dios. Si incluso un juez humano y malo dicta sentencia justa, ¡cuánto más nuestro Dios todopoderoso y amoroso! ¿Acaso a Dios le dejará frío que sus hijos clamen a él? ¡De ninguna manera! El versículo 7 dice que Dios “no tardará en darle lo que necesita” (v. 7 – PDT). Nos puede sonar raro esto, porque no coincide con nuestra experiencia. Por lo menos yo tengo muchos pedidos de oración que jamás se cumplieron tal cual como yo lo pedí. Otros se cumplieron, pero recién años después. ¿Cómo entonces que “no tardará”? Bueno, hay muchísimas experiencias en las que Dios sí ha respondido casi instantáneamente. Me acaba de suceder esto. Inexplicablemente nos quedamos hoy sin agua en la casa. La bomba se negó a brindarnos sus servicios. Yo intenté todo lo que sabía, pero nada dio resultado. Le dije a Dios que me ayude a encontrar el problema o, mejor todavía, que él lo arregle. Después de un intento más de los mismos que ya había hecho tantas veces, la bomba funcionó perfectamente. ¡Dios sí que responde! Más tarde les voy a compartir otro ejemplo más.

Pero nunca debemos olvidar lo que muchas veces ya he dicho: que Dios no es un expendedor automático de deseos. No funciona tirando una oración en la ranura, esperando que al toque caiga abajo lo que hemos pedido. La demora de Dios tiene efectos educativos. Necesitamos aprender que su respuesta a nuestra oración depende de su plan y su voluntad, no de la nuestra. Además, la Biblia nos recuerda: “…que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 P 3.8 – DHH). O sea, Dios no se maneja según nuestro cálculo del tiempo. Pero, aun así, él nunca llega tarde. Más que indicar un momento en el tiempo en que Dios contestará, esta frase de Jesús quiere indicar que él está siempre muy atento a nuestra oración. No es necesario cansarlo como lo hizo la viuda con este juez, sino que él está ansioso de que le hablemos y de que le planteemos nuestras ideas, proyectos, necesidades, agradecimientos, etc. Y él reacciona al instante a nuestra oración. Él contesta el 100% de nuestras oraciones. De que podamos identificar su respuesta, es otro tema. A veces podemos reconocer recién años después cómo durante todo este tiempo Dios ha venido guiando las cosas en respuesta directa a nuestras oraciones. Él contesta todas nuestras oraciones. No podemos medir su respuesta según si recibimos o no tal cual hemos pedido. Por ejemplo, cuánta gente ha clamado a Dios por sus seres queridos que han caído gravemente enfermos, pero que al final fallecieron. Con mi propio hermano sucedió así. ¿No respondió Dios? Claro que sí respondió. Estos seres queridos están ahora más sanos de lo que jamás podrían haber estado en esta tierra. Por supuesto, nosotros aquí sufrimos terriblemente por esa pérdida. Para nosotros Dios respondió de la peor manera —creemos—, pero para esa persona no puede haber cosa mejor que estar con su amado Señor – siempre y cuando haya recibido a Jesús realmente como su Señor y Salvador. Y Dios responde también dando consuelo a los familiares, dando paz, velando por los detalles para los parientes, etc. Mi mamá podría llenar todo un libro con historias de cómo Dios intervino sobrenaturalmente en las circunstancias de su vida desde que ella se quedó viuda a la edad de 45 años. Esta semana escuché también un testimonio de parte de una viuda joven de cómo Dios se estaba encargando de ella de manera impresionante. ¿No contesta Dios? ¡Sí que contesta! A veces tal cual lo pedimos, a veces de una manera mejor de lo que pedimos – por ejemplo, con un “No”. Pablo le rogó insistentemente a Dios para que lo libre de algún sufrimiento, pero Dios tuvo una mejor idea que la liberación de este mal. Le respondió: “Con mi gracia tienes más que suficiente, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co 12.9 – RVC). Dios responde. Y a veces su respuesta es: “Hijo amado, yo puedo ver toda tu vida y todo el futuro, y yo sé que tu petición no es para tu bien a largo plazo. No coincide con el plan que yo tengo para ti. Así que, mi respuesta es ‘No’.” ¿Respondió Dios? ¡Claro que sí! ¿Me dio lo que yo pedí? Me dio algo mucho mejor: me dio su protección de mi propia oración. ¿Acaso no lo hacen muchas veces también los padres con las peticiones de sus hijos? Es muy consolador lo que Pablo les escribió a los romanos: “…el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues no sabemos qué nos conviene pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Pero el que examina los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios” (Ro 8.26-27 – RVC). En vez de hacernos caer en la trampa de nuestra propia ambición o nuestra miopía que no puede ver más allá del presente, él mismo se encarga de “traducir” nuestra oración para que sea conforme a su voluntad. Así que, con más confianza y ánimo aun podemos seguir orando porque sabemos que Dios todo lo manejará para nuestro bien.

Por eso Jesús aseguró aquí que Dios “…hará justicia, y sin demora” (v. 8 – NVI). Pero hay algo que sí le causa cierta preocupación a Jesús: “…cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra” (v. 8 – RVC)? El problema no está en la capacidad aparentemente deficiente de Dios de responder a nuestras oraciones, sino en nuestra falta de fe que nos lleva a no presentarle nuestras necesidades. Esa falta de fe puede manifestarse de diferentes formas: no creer que a Dios le interese mi asunto; querer resolver todo por mí mismo; no tener en cuenta a Dios, y, por lo tanto, ni se me pasa por la mente presentarle mi petición; orar a él y pedirle su ayuda, pero sin creer realmente que él responda, etc. ¿Habrá fe que hace que la persona se plante delante de Dios como un niño delante de su padre diciendo: “Este es mi problema. ¿Quieres resolverlo, por favor?”? A este tipo de oración, con absoluta confianza en Dios, él responde instantáneamente por el amor que le tiene a su hijo.

Esta semana escuché el testimonio de una familia, pariente mío. Uno de los hijos tenía problemas con los dientes permanentes que reemplazaban a los dientes de leche. Uno de estos dientes salió muy torcido y muy atrás. Según el dentista no había mucha esperanza de que esto se resuelva sin un tratamiento demasiado caro para las posibilidades de esta familia. Entonces, este niño propuso orar por este asunto, y así lo hicieron. Después de orar, a la madre se le ocurrió que él empuje frecuentemente su diente con el dedo en la dirección correcta. Después de 3 semanas, su diente estaba perfectamente alineado con los demás. Ella después preguntó: “¿Qué ayudó más, el orar o el empujar el diente? ¿O puede ser que la idea de empujar el diente haya surgido como consecuencia de la oración?” Yo estoy muy convencido de que así ha sido. Esa fue la respuesta inmediata de Dios a la oración tan confiada de ese niño y su familia. Y ella concluye diciendo: “Taaaantas veces he recibido respuestas (ideas) mientras estoy orando. ¡Dios habla siempre!” ¡Tal cual es! Deseo que este testimonio y esta parábola cumplan realmente el propósito que tuvo en mente Jesús: animarnos a “…orar siempre, sin desanimarse” (v. 1 – DHH).

Pero antes de terminar, quiero hacer todavía una aplicación un tanto “indirecta” de esta parábola. Ya habíamos dicho que Dios no necesita nuestra insistencia para ser movido a responder de mala gana. Él está más que dispuesto a responder. Pero quizás podemos direccionar nuestra insistencia hacia nuestros problemas y “bombardearlos” a ellos con nuestras oraciones. Que cada una de nuestras oraciones sea un “misil” para destruir las obras del enemigo en nuestra vida o la de otros. Es muy conocida la frase: “No le digas a Dios cuán grande es tu problema, sino dígale a tu problema cuán grande es Dios.” Hablarle a Dios de mi problema me hace parecer como el pobrecito, la víctima indefensa que se queja delante de Dios. No digo que esto está mal, de ninguna manera. Es más: es consolador saber que podemos descargar ante él nuestra frustración y nuestro cansancio de la constante lucha. El apóstol Pedro escribió: “Echen sobre él toda su ansiedad, porque él tiene cuidado de ustedes” (1 P 5.7 – RVA2015). Pero hablarle al problema de cuán grande es nuestro Dios es tomar autoridad en el nombre de Jesús, levantarse y actuar. Creo que ambas cosas tienen su lugar. Es un poco delicado este tema, porque muy fácilmente puedo ponerme a mí —o sea, al ser humano— en el centro de la acción y creerme Superman espiritual que deshace toda obra de las tinieblas con su gran poder. Esta es una trampa del enemigo en la que muchos han caído. No se trata en absoluto de nosotros y nuestro supuesto poder, sino del poder ilimitado de Dios. Pero creo que nos será de mucha ayuda tener en cuenta que cada vez que clamamos a Dios por algo, lanzamos al mismo tiempo también un mensaje al mundo espiritual de que nos estamos conectando con el Poder absoluto del universo, y que los días de este problema están contados. Dios decidirá cuántos días más le quedan al problema, pero esto depende de su plan soberano. De esto no necesito preocuparme. Por eso es bueno ser insistente en la oración, no para vencer la desgana de Dios de atendernos, porque esta no es la verdad, no está desganado, ¡todo lo contrario!, sino para lanzar frecuentes mensajes de victoria al mundo espiritual y a nuestro problema.

Este asunto que tanto ronda tu mente, te animo a presentarlo continuamente al Señor. Puede ser un problema, un sufrimiento, una pregunta o duda, un asunto en la vida de otros por el cual estás intercediendo, etc. Presentalo con esta confianza de que tu Padre conoce el tema y que él no te dejará sin respuesta. Ten esa fe que presenta sus asuntos insistente y confiadamente a su Padre celestial. Y contame después de qué forma te ha contestado Dios.


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