El domingo pasado, la hermana Luz
les preguntó por qué habían venido a la iglesia. Y hoy, les pregunto lo mismo.
O, mejor dicho, voy un paso más: ¿Qué expectativa tienes del culto? ¿Qué
esperas que suceda? ¿Qué debería suceder para que lo puedas calificar de “buen
culto”? El autor del Salmo de hoy nos dará sus propias respuestas apasionadas a
estas preguntas.
¿Pueden recordar algún suceso o algo
que ustedes han esperado con tantas ansias que casi se desesperaron? Yo
recuerdo cuando era niño que me pasaba esto en los días previos a la Navidad.
Esperaba con tremendas ansias que llegue ese día. Recuerdo que una vez le
imploré a Dios que haga que cada día tenga sólo 2 horas de duración para que
así llegue más rápido el día de la Navidad.
Una ansiedad similar, pero
multiplicado por 10, es lo que experimentaba el salmista por una razón que él
expresa en el Salmo 84 que estudiaremos hoy.
FSalmo 84
Ya en el primer versículo, el
descendiente de Coré entona un canto de alabanza al templo de Dios, al lugar donde
habita el Señor. El salmista queda cautivado, fascinado por la belleza del
templo. Pero, como veremos más tarde, no es tanto la belleza física lo que
tanto lo atrae, sino algo mucho más allá de las estructuras y adornos del
edificio en sí.
Pero aparentemente no está todavía
dentro del templo. Me lo imagino peregrinando hacia el templo y estar ya tan
cerca de poder verlo en todo su esplendor. Y cuánto más él se acerca, más crece
en él la ansiedad por estar en los recintos del templo: “¡Con qué ansia y
fervor deseo estar en los atrios de tu templo” (v. 2 – DHH)! Vemos esas
tremendas ganas de llegar ya al templo. Como yo pedí que cada día antes de
Navidad tenga sólo 2 horas, así él anhela con toda el alma que cada metro que
falta para llegar al templo se reduzca a tan sólo 1 milímetro. Pero cuán grande
es verdaderamente su ansia de llegar lo vi cuando leí otra versión que dice: “Anhelo
con el alma los atrios del Señor; casi agonizo por estar en ellos” (NVI). Y
yo me pregunté: ¿Alguna vez he agonizado por estar en la iglesia? Desearlo con
tanta fuerza que me enfermo o me muero si no lo logro. ¿Te pasó ya alguna vez
algo parecido? Quizás podemos anhelar con toda el alma que llegue Navidad, el
superclásico, el ascenso en el trabajo, la graduación, la boda, el nacimiento
del bebé, etc., pero, ¿agonizar por estar en la presencia de Dios? Quizás el
tener al Espíritu Santo viviendo dentro de nosotros y poder estar continuamente
en la presencia de Dios no nos permite sentir tal desesperación como el
salmista que cada tanto no más podía acceder al templo, símbolo de la presencia
de Dios. Pero no nos haría mal tener un poquito de esa ansiedad del salmista,
la expectativa de algo que va a suceder.
Esta expectativa gozosa del salmista
lo hace lanzar gritos de júbilo y cantar alabanzas con todas las fuerzas: “Con
el corazón, con todo el cuerpo, canto alegre al Dios de la vida” (v. 2 –
NVI). La boca ya no le alcanza al salmista para expresar su alegría y su
alabanza. Todo el cuerpo tiene que participar para exteriorizar lo que está
adentro. ¿Por qué nos ponemos en pie para las canciones de alabanza? ¿Por qué
aplaudimos? ¿Sólo porque el líder de alabanza nos ordenó ponernos en pie? ¿Sólo
porque la persona al lado lo hace? ¿Sólo para no ser el raro al que todos le
miran preguntándose: ‘Y a este, ¿qué le pasa?’? Lo que hagamos, debe ser
expresión de nuestro interior. Si el corazón no salta, el cuerpo no debería
hacer como que sí lo hace, aunque el líder nos quiera casi hacer saltar a la
fuerza. Por otro lado, a veces hacer saltar al cuerpo hace moverse de tal forma
al corazón que este también empieza a saltar, primero medio a la fuerza, luego
empieza a mover un pie para terminar remolineando como un ciclón. Pero esta
expresión física debe ser fruto de una firme determinación de no dejarnos
vencer por las desganas del cuerpo, sino dominar al cuerpo y obligarlo a
responder a nuestra determinación de alabar al Señor.
Celebro la libertad de expresión en
esta iglesia para alabar al Señor. Claro, siempre y cuando no causa distracción
a los demás. Cada uno tiene una forma diferente de expresar su alabanza a Dios.
Si no me creen, pongan lado a lado un alemán y un africano y lo verán. Así que,
si tu adoración al Señor requiere de ti una expresión diferente de la que mostraste
hasta ahora o de la que muestran los demás, hazlo. Por ejemplo, la expresión
que nace del alma de la joven Fiorella Núñez es la danza. Esa es su manera de
adorar a Dios. Esas ansias que sentía el salmista por estar en la casa de Dios
las siente ella de ser finalmente miembro de esta iglesia para empezar a
ejercer su ministerio de danza. Lastimosamente por motivos de enfermedad no
puede estar hoy aquí, pero le mandamos un gran saludo. Estamos también
expectantes de que puedas desarrollar tus dones. Alabar a Dios no es sólo
cantar o tocar un instrumento, y que, si no puedes hacer ninguno de los dos, ¡amóntema!
Dios nos hizo todos diferentes, y podemos expresar nuestro amor también de
manera diferente. Así como la de Fio, espero que surjan otras manifestaciones
más de alabanza y adoración que nos enriquezcan y estimulen mutuamente a la
adoración.
El templo y la presencia de Dios que
irradia del mismo hacen que el salmista exprese su alabanza con cuerpo y alma.
La presencia de Dios crea tal ambiente agradable que hasta los animales se
siente atraídos: “Aun el gorrión y la golondrina hallan lugar en tus altares
donde hacerles nido a sus polluelos, oh Señor todopoderoso, Rey mío y Dios mío”
(v. 3 – DHH). ¿Será por eso que tenemos a las palomas encima de nuestras
cabezas? Para el salmista, por lo menos, la presencia de los pajaritos era un
símbolo de lo atractivo que es la presencia de Dios. Hasta parece sentir cierta
envidia de estos pajaritos por poder estar siempre en el templo, porque expresa
en el siguiente versículo: “¡Qué felices son los que viven en tu templo!
¡Nunca dejan de alabarte” (v. 4 – TLA)! El salmista no se refiere aquí a
los cuidadores que viven en las instalaciones del templo, sino el estar
continuamente en la presencia de Dios. Nosotros tenemos la enorme ventaja, como
ya dije, de tener el Espíritu Santo en nosotros y poder estar todo el tiempo en
la presencia de Dios. Para los creyentes del tiempo del salmista no era tan
fácil porque la manifestación por excelencia de Dios se daba únicamente en el
templo. Por eso él deseaba poder estar todo el tiempo en la casa de Dios.
No obstante, reconoce que lo
esencial no es el edificio del templo, como ya dijimos al principio, sino Dios
quien con su presencia gloriosa llena a todo el edificio. Por eso, su anhelo va
dirigido hacia Dios y declara feliz al que comparte con él ese anhelo: “¡Cuán
felices son los que hallan fuerzas en ti, los que ponen su corazón en tus
caminos” (v. 5 – RVC)! Este versículo también se puede entender como que
son felices los que recorren los caminos que llevan al templo. Aun así, expresa
el deseo de estar en la presencia de Dios. Y el estar en su presencia tendrá
sus consecuencias hasta sobre el medio ambiente. En el versículo 6 él habla de
un “valle de lágrimas” que, al paso de los que estuvieron en la presencia de
Dios, se convierte en un manantial que brinda bendición y bienestar, mientras
ellos mismos también van creciendo y fortaleciéndose (v. 7). Podríamos
compararlo con Moisés cuando bajó de haber estado en la presencia de Dios en el
monte Sinaí. Su cara brillaba tanto de la gloria de Dios que el pueblo no lo
soportaba. Cuando estamos en la presencia de Dios, nuestro entorno lo percibe.
Los líderes religiosos de Jerusalén tuvieron que reconocer que los discípulos
habían estado con Jesús (Hch 4.13). Si quieres saber si es así en tu caso,
preguntale a tu cónyuge, a tus hijos, tus hermanos o quien sea que comparte el
día a día contigo.
Por todo lo que el salmista ha
experimentado en la presencia de Dios, estar ahí es lo único que él desea en la
vida. Ni 1.000 días en el mundo pueden equilibrar un solo día en la casa de
Dios. Y él ni siquiera pretende ser el huésped de honor en primera fila. Con estar
de ujier en la puerta, ya le basta. Probablemente no sea ni siquiera estar en
la puerta misma del templo, sino estar de guardia en el portón de la calle, en
el acceso al recinto del templo con sus varios patios para extranjeros, para
mujeres, etc. Aun allá, donde poco pueda percibir de lo que ocurre en el
interior del templo, y donde hay mucho bullicio, se percibe la influencia de la
presencia de Dios. La Traducción en Lenguaje Actual dice: “…prefiero
dedicarme a barrer tu templo que convivir con los malvados” (v. 10 – TLA).
Estar en el acceso al templo es todavía incomparablemente mejor que estar en
cualquier otra parte del mundo, por más hermoso y atractivo fuese, “porque
Dios el Señor nos alumbra y nos protege; el Señor ama y honra a los que viven
sin tacha, y nada bueno les niega” (v. 11 – DHH). Por eso, el salmista
cierra su poema con esta alabanza: “Señor todopoderoso, ¡felices los que en
ti confían” (v. 12 – DHH)!
Vuelvo otra vez a las preguntas del
inicio: ¿qué expectativas tienes de los cultos? ¿Qué esperas de ellos? En el
salmista no veo nada de una actitud demandante para que le sirvan un culto
perfecto, un show de alto nivel, “porque si no, no vengo más.”; no percibo un espíritu
de crítica de la vestimenta de la hermana, de la voz desafinada del hermano
detrás de él, de las torpezas del pastor con sus decisiones totalmente
desacertadas —según él—, de la falta de profesionalismo de los músicos, etc.;
no percibo en él una actitud de ser el jurado profesional que ha sido invitado
a calificar los diferentes aspectos del culto. Pero sí percibo en él un gozo
desbordante, una contemplación y adoración del Señor, un deseo incontenible de
exaltar al Señor, una sed de escuchar las instrucciones del Señor. Percibo en
él el deseo de dar: de dar su atención, de dar su adoración, de dar su
obediencia. ¿Quién creen que será más edificado, el que anhela dar o el que
demanda plato servido? ¿Quién de los dos será de edificación e inspiración para
otros? ¿Quién de los dos eres tú? ¿Quién de los dos quieres ser en el futuro?
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