Observé
una vez en cierta ciudad que personas se juntaban en un determinado lugar,
esperando ser contratados para algún trabajo. Eran personas de todo tipo de oficio:
albañiles, plomeros, electricistas, jardineros, etc. Era un lugar conocido en
esa ciudad, una plaza. Cada obrero, los días que no tenía ningún trabajo
esperándolo, se presentaba a la mañana en ese lugar. Cada uno tenía consigo las
herramientas correspondientes a su profesión, listo para empezar a trabajar
inmediatamente. A la vez, cada persona que precisaba de algún servicio
específico en su domicilio, se iba a ese lugar para ver si encontraba ahí
alguien apto para realizar ese servicio. Por ejemplo, si necesitaba de alguna
reparación de la cañería de agua de su casa se iba a esa plaza para ver si
había ahí algún plomero disponible.
¿Estás
tú también en la plaza? Es decir, ¿estás disponible para cuando el Señor
precise de un obrero? De esto se trata la parábola que estudiaremos hoy. La
encontramos en Mateo 20.1-16:
“El reino de los cielos es
semejante al dueño de una finca, que salió por la mañana a contratar
trabajadores para su viña. Convino con ellos en que les pagaría el salario de
un día, y los envió a su viña. Como a las nueve de la mañana, salió y vio en la
plaza a otros que estaban desocupados, y les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi
viña, y les pagaré lo que sea justo.’ Y ellos fueron.
Cerca del mediodía volvió a
salir, y lo mismo hizo a las tres de la tarde, y cuando salió cerca de las
cinco de la tarde halló a otros que estaban desocupados, y les dijo: ‘¿Por qué
se han pasado todo el día aquí, sin hacer nada?’ Le respondieron: ‘Es que nadie
nos ha contratado.’ Él les dijo: ‘Vayan también ustedes a la viña.’
Cuando llegó la noche, el
dueño de la viña dijo a su mayordomo: ‘Llama a los trabajadores y págales su
jornal. Comienza por los últimos y termina por los primeros.’ Los que habían
llegado cerca de las cinco de la tarde pasaron y cada uno recibió el salario de
un día de trabajo. Cuando pasaron los primeros, pensaron que recibirían más,
pero cada uno de ellos recibió también el salario de un día de trabajo. Al
recibirlo, comenzaron a murmurar contra el dueño de la finca. Decían: ‘Estos
últimos han trabajado una sola hora, y les has pagado lo mismo que a nosotros,
que hemos soportado el cansancio y el calor del día.’ El dueño le dijo a uno de
ellos: ‘Amigo mío, no te estoy tratando injustamente. ¿Acaso no te arreglaste
conmigo por el salario de un día? Ésa es tu paga. Tómala y vete. Si yo quiero
darle a este último lo mismo que te doy a ti, ¿no tengo el derecho de hacer lo
que quiera con lo que es mío? ¿O acaso tienes envidia, porque yo soy bueno?’
Así que los primeros serán los
últimos, y los últimos serán los primeros” (Mateo 20.1-16 – RVC).
En
esta parábola, Jesús compara el reino de los cielos con un propietario de un
campo que, al igual de lo que he observado en ciertos lugares, se fue la plaza a
buscar obreros. Ahí contrató a un grupo de obreros para realizar la cosecha en
su viñedo. Acordó con ellos pagarles lo que correspondía, lo que era lo
habitual por un día de trabajo. Bajo ese compromiso del dueño del campo, ellos
accedieron a trabajar para él.
A las
9:00 de la mañana, este hombre pasó otra vez por la plaza. Vio que todavía había
personas que esperaban poder trabajar. Por lo visto tenía una cosecha grande
por juntar, así que, los envió a trabajar también. Lo llamativo aquí es que él
no convino con ellos en ningún monto determinado, sino que simplemente les
prometió pagarles “lo que sea justo” (v. 4 – DHH). Ellos se conformaron
con esa promesa y se fueron.
Algo
parecido se repitió todavía tres veces más. Incluso todavía a las 5:00 de la
tarde, una hora antes de cesar las actividades del día, el dueño encontró en la
plaza a personas que esperaban por una oportunidad de trabajo. Y también a
ellos él envió a trabajar, prometiéndoles pagarles lo que era justo.
Al
final del día, cuando todos esperaban recibir su paga, se produjo algo insólito.
No importaba la cantidad de horas trabajadas, cada uno recibió el pago por un
día completo, incluyendo a los que se habían ido a trabajar ya a la mañana. Al
ver el pago que recibían los otros, por arte de magia se olvidaron del contrato
que habían firmado con el dueño del viñedo, especialmente de la cláusula que
fijaba el salario. Esperaban recibir más de lo que fue estipulado en el
contrato. Pero al recibir su salario acordado, se empezaron a quejar
acaloradamente. Lastimosamente esta es una característica demasiado común en el
ser humano. Parece que lo único que sabemos hacer es criticar a los demás.
Siempre encontramos a alguien culpable de todas mis desgracias, con el gobierno
en el tope de preferencias a la hora de criticar. El argumento presentado hasta
parece lógico y correcto: “Estos últimos apenas trabajaron una hora, y los
consideras igual que a nosotros, que hemos aguantado el día entero y soportado
lo más pesado del calor” (v 12 – BLA). En otras palabras: “Los demás son
unos inútiles y aprovechadores, usted es un corrupto injusto, y nosotros los
perjudicados sin igual.” ¡Pobrecitos…! Las críticas y las acusaciones injustas
tienen como base generalmente la comparación de unos con otros, y el ver
amenazado sus propios intereses – o sea, el egoísmo. El jefe les había dado lo
que habían acordado, había cumplido al pie de la letra el contrato, pero aún
así ellos se enojaron. Se enojaron porque había sido justo. ¿Quién entiende al
ser humano? Si no encuentra más de qué quejarse, se queja hasta de lo justo. O,
como alguien lo dijera: “El problema de ayudar a otros es que, si uno deja de
hacerlo, uno es el malo.”
Lo
que ellos esperaban era que el jefe se arrepienta “en polvo y ceniza” y les
diera múltiplemente más de lo que habían recibido. Pero el jefe desarmó su
argumento falso diciendo: “Amigo, fijate en tu contrato que firmaste. ¿Qué
monto figura ahí?” “Y… un denario.” “Bueno, ¿y cuánto recibiste?” “Un denario.”
“¿Entonces…?” “Sí, pero…” “¡Ningún ‘pero’! Toma lo que te corresponde, cierra
tu boca y vete a tu casa.” El argumento del jefe es: * Tú tienes lo que te corresponde.
·
El dinero pagado a los demás es
mío.
·
Yo no necesito pedirte aprobación
sobre el uso que le doy a mí dinero.
Ante
este argumento no hay nada que se pueda objetar. Más bien él identificó el
verdadero inconveniente. El problema no estaba en el contrato, no estaba en el
actuar del jefe, ni tampoco en los demás obreros. El problema estaba en el
corazón de los obreros que fueron enviados primero: la envidia: “¿…te da
envidia que yo sea bondadoso” (v. 15 – DHH)? La mayoría de los que tanto
critican a otros es porque les da rabia de que otro les haya ganado ese lugar.
Así que, antes de criticar a otros, examina primero tu corazón e identifica las
razones de tu actitud crítica. El egoísmo y orgullo tiene una facilidad
admirable de esconderse detrás de miles de diferentes caras. Jesús cierra esta
parábola con la siguiente declaración: “…los que ahora son los últimos,
serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos”
(v. 16 – DHH). Es decir, en el reino de Dios rigen otras prioridades que en el
reino humano.
¿Qué
lecciones sacamos de este texto (además de las que ya vimos)?
Una
primera aplicación de esta parábola es que en el reino de Dios hay lugar para
todos. Todos los que estaban ahí en esa plaza como pan que no se vende tenían
su oportunidad en el viñedo de este señor. Dependía ya de la decisión de cada
uno si iba o no a trabajar, pero lugar había. Mientras es el día, todos tienen
la posibilidad de entrar. Llegará el momento en que se cierra el acceso, así
como se cerró la puerta del arca de Noé, y nadie más podía entrar. Pero todavía
es tiempo. Debemos ser los portavoces de este Señor del viñedo celestial para
invitar a la gente a que entren.
Si
entendemos o aplicamos la parábola al trabajo dentro del reino de Dios, también
vale el mismo principio: hay lugar para todos. Ningún hijo de Dios tiene que
decir: “Para mí no hay lugar para trabajar.” Quizás lo que falta es descubrir
el área que el dueño del viñedo te ha asignado, pero de que hay lugar, lo hay.
Otra
lección que podemos sacar de esta parábola es que nunca es demasiado tarde. Es
decir, sí, habrá un demasiado tarde. Pero mientras uno está con vida, siempre
hay oportunidades para activarse en el reino de Dios. No importa que tengas la
sensación de que ya sean las 17:00 hs, o que “faltan 5 pa’ las 12”, mientras
tienes vida, tienes oportunidades. Pídele al Dueño del viñedo mostrarle qué
oportunidad él ha puesto ante ti.
Y
esto nos lleva directamente a la siguiente lección: hay que estar preparado, con
sus “herramientas” en el equipaje. Es decir, vivir con una expectativa de que
algo va a suceder todavía, sin importar las circunstancias. Muchos, al llegar
el mediodía, ya hubieran renunciado a toda posibilidad de trabajar todavía ese
día. Pero había personas que esperaron hasta las 15:00 hs, y aun los que
esperaron hasta las 17:00 hs, y su deseo se cumplió. No tires la toalla cuando
tienes la sensación de que nada ocurre en tu vida; que el tren ya te dejó. No
te dejes dominar por las circunstancias, porque no corresponden al cuadro
divino de la situación. Acordate que los primeros serán últimos, y viceversa.
En su reino rigen otras medidas que aquí. Mantén una expectativa de que algo va
a pasar todavía. Mantén ojos, oídos y corazón abiertos, concentrados en el
mover de Dios. Así serás protagonista en el plan de Dios. Asegurate de “estar
en la plaza” para cuando pase el Señor de la cosecha.
Lo
que queda también muy en claro en esta parábola es que Dios es justo. Jamás lo
podremos acusar de injusticia. Que su justicia sea diferente a nuestra
imaginación, eso otro tema. Pero siempre él procederá con nosotros con
justicia.
Pero
no es una justicia fría y dura. Además de ser justo, Dios también es libre para
ser generoso. Si él fuera sólo justo, nos hubiera mandado al infierno
directamente. Pero también es generoso y nos concede el perdón y la vida
eterna, porque alguien cumplió el pago por nuestra injusticia. ¡Que nadie
empiece a reclamar el contrato, porque ahí figura: “…el día que comas del
fruto de ese árbol, morirás” (Gn 2.17 – NBD)! No tenemos nada que
reclamarle al Señor. Es por su misericordia que no nos ha dado lo que
merecimos.
Pero él
no es generoso solamente con la salvación, sino con todas las bendiciones.
¡Cuánto nos bendice el Señor cada día! Que lo notemos, que seamos agradecidos,
es asunto aparte. Pero de que nos bendice, nos bendice, ¡y mucho! En su gracia
nos da lo que no hemos merecido. Y aún así somos tan caraduras que le exigimos
más todavía de lo que ya nos ha dado.
¿Estás en la plaza? Es decir, ¿estás donde te puede encontrar el Dueño del viñedo para involucrarte en su reino? ¿Estás preparado con tus “herramientas”, es decir, tu espíritu atento, tus luces espirituales prendidas, cuidando tu comunicación con el Señor? No pienses que ya te ha dejado el tren. Sigue en la plaza, que en el momento justo te encontrará el Señor y te involucrará en su reino. Jesús tuvo que esperar 30 años hasta iniciar el ministerio principal. Pablo pasó después de su conversión como 14 años en la clandestinidad para prepararse para aparecer en escena y realizar toda la obra que tiene consecuencias por toda la eternidad. Y ni hablemos de Moisés. Tuvo que esperar 80 años hasta iniciar la misión por la cual Dios lo trajo a este mundo. No midas las cosas con criterios humanos. Los relojes de Dios marcan el tiempo muy diferente de las nuestras. Tú sigue en la plaza. Sigue disponible. Cultiva tu relación con el Señor. Instrúyete en su Palabra y con otros libros cristianos. Sirve a los demás según te aparecen las oportunidades. Y ofrécete cada día al Dueño del viñedo para servirle en la forma, el lugar y el momento que él disponga. Por experiencia propia te puedo asegurar que Dios se complace enormemente por este tipo de ofertas. ¡Sigue en la plaza!
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