Cuando empezó la pandemia, el Salmo
91 adquirió fama mundial. Miles de veces se ha citado este poema. Casi se
convirtió en una especie de amuleto que con su poder mágico cubriría a quien lo
recite como con un cascarón impenetrable para el Covid-19.
Otro caso: Hace muchos años atrás
tuvimos bastante contacto con una hermana torturada por poderes demoníacos.
Ella ya sabía el Salmo 91 de memoria, y cada vez que le llegaban los ataques
del mundo de las tinieblas, ella recitaba todo el Salmo en su lucha por
protegerse.
¿Cumple el Salmo 91 esa función? ¿Es
este Salmo un amuleto? Hoy queremos analizar este texto, y con esto contestar
estas preguntas.
FSalmo 91
¡Qué hermoso Salmo!, ¿no es cierto?
Realmente, al leerlo una y otra vez, pareciera que nos estuviera metiendo en un
tipo de burbuja en la cual ningún poder maligno tiene posibilidad alguna de
tocarnos. Con razón que tanta gente lo ha citado innumerables veces durante
esta pandemia, sea para infundirse ánimo a sí mismos, o para justificar con él
su propia imprudencia disfrazada de fe. Pero, ¿es este realmente su mensaje de
este Salmo? Veamos.
El salmista, que en este caso no
tenemos indicación alguna de quién podría haber sido, empieza estableciendo dos
de los atributos más conocidos de Dios: que es el Dios altísimo y el Dios
todopoderoso. Estos atributos son la traducción y el significado de dos de los
nombres con los que Dios se ha dado a conocer: “Elyon” y “El Shaddai”. Estos
nombres indican que no hay ser ni circunstancia ni poder más alto o más grande
que Dios. Nada ni nadie puede contra él. Él tiene la autoridad, el poderío, el
gobierno absoluto sobre absolutamente todo. Esto es muy importante para
entender el resto de este Salmo. Esa descripción es la razón de la completa
confianza mostrada por el salmista a lo largo de todo el Salmo. Él puede
expresarse en términos tan absolutos porque se sabe cubierto por un ser tan
absoluto. Y, de hecho, ya en el primer versículo él lo dice expresamente: “El
que habita a la sombra del Altísimo, se acoge a la protección del Todopoderoso”
(v. 1 – PDT). “Habitar” significa permanencia. Donde yo habito, yo echo raíces.
No estoy de paso. No estoy de visita. Es donde yo me establezco y donde desarrollo
mi rutina diaria. En lo espiritual, “habitar a la sombra del Altísimo” es un
estado continuo de estar bajo la cobertura de este Dios. La sujeción a Dios es
un estilo de vida para esa persona. Ella no trata a Dios como si fuese un
bombero al que sólo lo llama cuando las papas queman. No es alguien que recita
este Salmo cuando se siente amenazado por un virus.
Tenemos que entender muy claramente
que esta frase es una declaración, un reconocimiento del ser de Dios, pero
también es una condición: recibe protección sólo él que “habita” en la
presencia de Dios. Nadie puede reclamar el socorro de Dios si todo el resto del
tiempo no le da atención alguna, o sólo cuando le conviene. En su misericordia,
Dios igual muchas veces nos protege, aun cuando hemos estado lejos de su
voluntad. La gracia de Dios es inmensa.
Esta experiencia de comprobar en
carne propia la protección de Dios hace que el salmista lo describa a Dios como
su “refugio” y “fortaleza” (v. 2). Ya nos hemos encontrado varias veces en los
Salmos con esta imagen. En el versículo 4 habla, además, de las plumas y las
alas con las que Dios lo cubre para protegerle. Esto nos da la imagen de una
clueca que cubre a sus pollitos, o de los querubines que cubrían con sus alas
el arca de pacto en el templo. ¿Qué implica que el salmista tenga que
refugiarse en Dios? Significa que estaba en graves peligros por amenazas
externas, y que, si no se refugiaba rápidamente para ponerse a salvo, estas
amenazas podrían afectarlo seriamente. Es lo que hacemos cuando de pronto se
levanta una feroz tormenta. Si estamos afuera, vamos corriendo a la casa,
cerramos firmemente puertas y ventanas y clamamos a Dios que mantenga el techo
en su lugar. ¿Pero para qué nos refugiaríamos, sea en la casa o en Dios? ¿Acaso
no bastaría con lanzarles a gritos el Salmo 91 a esos nubarrones atemorizantes para
que se den media vuelta y se vayan por donde vinieron? El salmista indica en
este poema que él sí necesita un refugio; que sí atraviesa graves problemas. Por
tal motivo él está agradecido por vivir bajo la protección del Dios
todopoderoso.
Casi todo el resto del Salmo consta
de diferentes imágenes que ilustran esa protección de Dios y que expresan la
absoluta confianza que el salmista tiene en su Dios. Antes de entrar a revisar
estas imágenes, déjenme aclarar lo siguiente: este Salmo es un ejemplo magnífico
para ilustrar o ejemplificar las diferencias entre los variados géneros
literarios de la Biblia.
Por ejemplo: Las narraciones del
Antiguo Testamento, como las historias de José, de Moisés, de David, etc.
tienen el propósito de transmitir información de cómo sucedieron los hechos. Su
énfasis no está en enseñar doctrina. Tampoco pretenden presentar modelos a
seguir. A veces aprendemos de las historias lo que no debemos
hacer.
Por otro lado, los Salmos son
canciones, poemas u oraciones, muchas veces escritos para el culto en el
templo. Es poesía, y el lenguaje poético exalta ideales, a veces con muchas
flores y moñitos que le pone. Basta con sólo revisar el folclore paraguayo.
Todos cantan a la mujer, a su pueblito natal, a la vida del campo, al amor, a
su maestro, etc., pero en expresiones de lo más románticos: “India, bella
mezcla de diosa y pantera…”; “Una noche tibia nos conocimos junto al agua azul
de Ypacaraí…”; “Un tierno canto quiero brindarte al recordarte, mi Santaní, vergel
florido, cuna de amores, donde he vivido siempre feliz.”; “¿Quiere escuchar mi
historia, señor? Soy de la Chacarita. Con permiso del camalotal, con adobe alcé
mi casita. No hay paisaje más bello, señor, que el de nuestra bahía. Ni el
pincel del más bueno y más noble pintor pintó cosa más linda…”; “La carreta es
el rancho que camina. Con el tiempo ha dormido en su rodar en el alma apacible
del labriego, con su ansia fatigada de esperar.” Y así podríamos seguir por
mucho tiempo más. A juzgar por la letra de estas canciones, sus compositores parecieran
haber vivido en un paraíso de eterna gloria. Sus textos muchas veces no
reflejan los problemas que con seguridad también han tenido. Damos por sentado
que la realidad no siempre ha sido tanto así como lo describen estas canciones.
Bueno, así los Salmos muchas veces también exaltan el ideal. Pero no debemos
olvidar que el lenguaje poético quiere ilustrar algo sin que se tenga que
entenderlo en forma literal. Porque si fuera así, ¿cuándo fue la última vez que
te fuiste al campo a comer pasto? Sí, porque el Salmo 23 dice que Jehová es tu
pastor que te hace descansar en delicados pastos y que te pastorea junto a
aguas de reposo. En lugar de decir: “Dios me cuida tiernamente”, el poeta expresa
esa misma idea usando la imagen de un pastor velando por el bienestar de su
oveja. Algo muy parecido pasa con las parábolas. El reino de los cielos no es
una semilla de mostaza, pero esa semilla sirve de imagen para ilustrar una
verdad espiritual.
Entonces, este Salmo 91 muestra con
múltiples imágenes que Dios, el refugio seguro, es totalmente digno de toda
confianza. El versículo 3 dice que Dios libra del lazo del cazador y de la
peste destructora al que habita bajo su sombra protectora. Quizás entendemos esto
como que nada ni nadie nos podrá tocar jamás. Pero el “librar” también se puede
entender como que ya caíste en la trampa, como que el cazador ya te atrapó con
el lazo, ya caíste en cama con la peste del momento, pero ahí viene Dios, abre
la trampa y te libera otra vez, corta el lazo que te tenía atado y restaura
otra vez tu salud. O sea, no es que uno vive en una burbuja en que nada le
puede pasar al hijo de Dios. Pero sí tenemos a nuestro lado alguien que nos
ayuda en medio de todas estas aflicciones. Es por eso que no hay motivo
para tener miedo (v. 5). Claro, cuando uno está así enredado en los lazos de
personas malintencionadas, cuando uno da positivo al test de Covid, uno sí
tiene miedo. Pero es ahí justamente el momento para dirigir su mirada a su
refugio y castillo, al Dios todopoderoso. Y cuando nos concentramos en él, el
alma puede alcanzar la paz aun en medio de la peor tormenta que nos toca
atravesar en la vida.
“A tu izquierda caerán mil, y a
tu derecha caerán diez mil, pero a ti no te alcanzará la mortandad” (v. 7 –
RVC). Quizás este ha sido uno de los versículos más citados durante la
pandemia. ¿Será literalmente así? Bueno, miren a su alrededor en el marco de
las IEBs. Hasta este momento ha habido relativamente pocos casos positivos de
Covid entre miembros de las IEBs, y ni un solo muerto. A diestra y siniestra
vemos caer muertos a personas jóvenes, fuertes, sanos, y una hermana Claudia,
con sendas enfermedades de base, sale ilesa de esta aflicción. La pasó mal, por
supuesto, pero ni siquiera llegó a internarse. Estuvo lado a lado con otra
persona por la que estamos orando en este momento como iglesia, pero ella pudo
regresar a su casa mientras que la otra persona quedó internada con oxígeno en
estado delicado. La hermana Sonia nos ha compartido en varias oportunidades los
milagros sobrenaturales que ha vivido en su familia. ¿Acaso no somos testigos
presenciales de lo que dice este versículo? Pero entiéndanme bien: este
versículo no dice que jamás nos vamos a enfermar. Ya lo hemos visto en los
versículos anteriores y lo hemos visto en los ejemplos que cité. El curso
normal del ser humano es que va decayendo con el tiempo, y en algún momento el
cuerpo dice: “No puedo más.”, y nos vamos al más allá. Así que, este Salmo no
quiere indicar que no habrá enfermedad y muerte para los hijos de Dios. Y hay
muchos cristianos que han fallecido a causa del coronavirus, pero son
excepciones que confirman la regla: Dios está con nosotros y nos protege en
medio de todo esto. El salmista dice que hasta envía un ejército de ángeles
para protegernos (v. 11). Yo digo que ningún hijo de Dios muere de Covid, sino
de la voluntad de Dios. Si el plan de Dios es que viva, ni mil virus mortales
lo podrán llevar al otro lado. Y si el plan de Dios para esa persona ya se
completó, entonces ningún estado vigoroso y saludable de la persona ni ningún
avance de la ciencia lo podrán mantener con vida. Dios tiene la última palabra
en todo.
Y es precisamente Dios mismo que al
final del Salmo toma la palabra y confirma las expresiones de fe y confianza
del salmista: “Yo lo pondré a salvo, porque él me ama. Lo enalteceré, porque
él conoce mi nombre. Él me invocará, y yo le responderé; estaré con él en medio
de la angustia. Yo lo pondré a salvo y lo glorificaré” (vv. 14-15 – RVC).
¡Qué preciosa promesa! Dios no dice que él desviará todas las angustias de los
que lo aman, sino que él estará con nosotros en medio de esa angustia
que nos toca vivir. Frecuentemente lo sentimos tan lejos a Dios en estos
momentos. Hasta nos preguntamos si se interesa por lo que estamos pasando; si
siquiera se enteró de nuestra aflicción. Y miramos arriba a ver si lo podemos
encontrar en algún lado, y no nos damos cuenta que está bien al lado nuestro,
sosteniéndonos y fortaleciéndonos para que podamos soportar y salir vivos de
esa aflicción. ¡Gloria a Dios!
Vuelvo a la pregunta del inicio: ¿Es
el Salmo 91 un amuleto? Si prestaron atención a la prédica podrán dar la
respuesta. No es ningún amuleto que por simplemente recitarlo aleja todos los
males. Tampoco es una promesa que jamás nos tocará ningún mal. Nuestra propia
experiencia y la de todos los cristianos del mundo nos demuestra lo contrario:
los hijos de Dios también pueden sufrir tremendas desgracias. El Salmo 91 es
una expresión sublime de absoluta confianza en Dios, su refugio y fortaleza. Podemos
testificar que es cierto lo que Dios dice al final: que él está siempre a
nuestro lado en medio de las peores tormentas. De mejor manera no podría
terminar este Salmo. Empezó con nuestra declaración de Dios como nuestro refugio
y fortaleza, y termina con Dios confirmando que efectivamente lo es. Y entre
medio están todas las vivencias que nos toca vivir a diario. Refúgiate en Dios,
sea que estés alegre y victorioso o que estés pasando por un calvario. Él es tu
amparo y fortaleza. Habita al abrigo del Altísimo.
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