Los hechos ocurridos en nuestro país
en los últimos días han causado todo tipo de reacciones y sentimientos. Algunos
dirán: “¡Por fin! Ya era hora. Se hizo justicia.” Otros consideran que se
cometió una grave injusticia. Posiblemente ambos grupos tendrán
argumentos válidos para sostener su postura. La verdad es —lamentablemente— que
deponer personas es sólo cambiar las caras en la superficie, dejando intactos
la raíz de maldad en lo profundo que cualquier otro que reemplace a quien sea
lo evidenciará con el tiempo. Y como pueblo de Dios estamos ahí quizás sin
saber qué hacer porque sabemos que no hay solución fácil ni rápida. Nos
sentimos indefensos ante estos y muchos otros sucesos que enfrentamos a diario,
como canoa en mar abierta, totalmente expuesta a los caprichos de los elementos.
El Salmo 46 nos puede dar un enorme consuelo y nueva fuerza, ya que nos habla
precisamente en la situación en que estamos, sea en cuanto a la turbulencia
política nacional, como también en cualquier otra circunstancia en la que cada
uno nos podamos encontrar.
F Salmo 46
En este Salmo no encontramos
indicación acerca del momento o las circunstancias que dieron origen a esta
composición. Sólo dice que fue un descendiente de Coré que lo compuso. Pero es
precisamente esta falta de detalle que lo hace aplicable a cualquier situación
que podamos pasar a diario. Y esto hace que sea tan tremendamente consolador
para nosotros.
El salmista hace aquí tres
declaraciones enfáticas acerca de Dios. Las tres imágenes que él usa están
íntimamente ligadas entre sí. Casi llegan a ser sinónimos. En primer lugar, lo
describe como amparo o refugio. Esto nos transmite la idea de protección, de
cuidado, de provisión. Si alguien está fuera de su casa y se encuentra de
pronto en una situación muy amenazante y peligrosa, quizás de parte de la
naturaleza, estará muy agradecido por encontrar un lugar donde refugiarse. En
algunos casos, un refugio así hasta podría salvarle la vida.
Esta idea del refugio por lo visto
ha impactado fuertemente en cierto misionero. Fundó una institución en la que
puedan recibir contención y atención integral los enfermos de SIDA y la llamó
“Alto Refugio”. Está sobre la calle Venezuela. Ahí pueden refugiarse las
personas de las tormentas y los tormentos que produce tal enfermedad. Este
mismo misionero fundó también una iglesia en la que puedan refugiarse las
personas de las tormentas y los tormentos de sus pecados y la llamó “Dios es
Nuestro Refugio”. Está cerca de la rotonda de Roque Alonso, camino al
aeropuerto. Estas dos instituciones muestran lo que el refugio ha significado
para este misionero, e ilustran también lo que significa para el salmista al
llamarle a Dios “mi refugio”.
¿De qué nos podemos refugiar en
Dios? De toda amenaza espiritual, emocional y hasta física que se nos viene
encima. Nos encontramos en la vida con muchas situaciones que están fuera de
nuestro control y ante las que estamos impotentes y vulnerables. Situaciones
que nos llevan por delante como raudal sin que podamos hacer nada y sin que
haya nada al alcance de dónde aferrarnos para ponernos a salvo. Yo podría
elaborar toda una lista de situaciones de ese tipo que conozco de la vida de
los que componemos esta iglesia. Y muchos de ustedes me han dicho precisamente
como este salmista: “Mi refugio es Dios. Ante él derramo mi alma y él me
levanta otra vez y me da orientación.”
En segundo lugar, el salmista
describe a Dios como fortaleza o como fuerza. La fortaleza nos hace pensar en
un castillo o alguna construcción fuera de lo normal que es tan robusta y
segura que hace muy difícil al enemigo entrar y conquistarla. Esa es la
protección que Dios nos da ante los ataques del enemigo. La intención del
enemigo no es sólo molestarnos cada tanto o de insinuarnos alguna reacción
indebida. Él busca todo o todo. Su único objetivo es robar, matar y destruir,
como Jesús lo describió (Jn 10.10). Que nosotros no hayamos sido fulminados ya
es debido a la fortaleza que el Señor levanta alrededor de nosotros y que es
completa y absolutamente segura.
Martín Lutero, el reformador alemán,
encontró un refugio precisamente en un castillo, donde se le mantuvo oculto de
sus perseguidores durante mucho tiempo. Fue en ese tiempo que él tradujo la
Biblia al alemán. Inspirado en el Salmo 46, comparado con su propia
experiencia, él compuso en el año 1529 un himno, que en su primera estrofa en
castellano dice:
“Castillo fuerte es nuestro Dios,
defensa y buen escudo.
Con su poder nos librará
en todo trance agudo.
Con furia y con afán
acósanos Satán.
Por armas deja ver
astucia y gran poder;
cual él no hay en la tierra.”
Todo el resto del himno resalta la
protección que Dios nos da de los ataques del mundo de las tinieblas.
Pero el término “fortaleza”
significa también fuerza, y así es como muchas versiones de la Biblia lo
traducen. Si decimos que Dios nos da fortaleza en medio de nuestra debilidad
nos referimos precisamente a este significado de esta palabra. Cuando ya no
podemos más, cuando nuestras fuerzas se acaban, él nos infunde un poder
sobrenatural que nos impulsa a seguir adelante a pesar de todo. El libro de
Número describe en estos términos la acción de Dios a favor de su pueblo: “Es
Dios quien los está liberando de Egipto, mostrándose con ellos fuerte como un
búfalo. Devora a las naciones enemigas, tritura sus huesos y los destruye con
sus flechas” (Nm 24.8 – BLPH). Este versículo transmite la idea que Dios va
delante, imparable, invencible, abriéndole camino a su pueblo. Nada ni nadie puede
ofrecer resistencia a sus “corneadas”. El que se atreve a oponérsele, será
“triturado”, como lo describe este versículo. Este es tu Dios, hermano y
hermana. Él es tu fuerza cuando crees que ya no tienes – ¡y es verdad que no
tienes! “El Señor da fuerzas al cansado, y aumenta el vigor del que
desfallece. Los jóvenes se fatigan y se cansan; los más fuertes flaquean y
caen; pero los que confían en el Señor recobran las fuerzas y levantan el
vuelo, como las águilas; corren, y no se cansan; caminan, y no se fatigan”
(Is 40.29-31 – RVC).
En tercer lugar, el salmista
describe a Dios como el “pronto auxilio en las tribulaciones” (v. 1 –
RV95). A veces decimos que Dios está a la distancia de un grito de socorro. Es
una forma muy humana de describirlo, porque Dios está en todos lados, no puede
ni distanciarse porque él lo llena todo. Pero es una buena ilustración de lo
pendiente que él está de nosotros. Me lo imagino como un padre que acompaña con
su mirada atentísima los primeros pasos y tropezones de su hijito para
sostenerlo cuando se caiga o cuando esté en peligro de lastimarse en su
torpeza. No hay situación en la que no podamos clamar por auxilio al Señor, ¡incluso
en las situaciones en las que nos hemos metido por nuestra propia desobediencia!
Incluso ahí podemos clamar por el pronto auxilio en medio de esta tribulación
autoprovocada.
¡Qué descripción más maravillosa de
nuestro Dios! El que lo experimenta de esa forma, no solamente en teoría, sino
personalmente en los asuntos del día a día, entenderá perfectamente la reacción
del salmista en los siguientes versículos: “Por eso no tendremos miedo,
aunque se deshaga la tierra, aunque se hundan los montes en el fondo del mar, aunque
ruja el mar y se agiten sus olas, aunque tiemblen los montes a causa de su
furia” (vv. 2-3 – DHH). Claro, humanamente nos tiemblan las piernas muchas
veces, pero nuestro corazón está plenamente seguro del poder y la protección de
Dios. Ya hemos hablado de nuestra lucha interna entre la duda y la fe, entre
las circunstancias y la realidad espiritual. Podemos sentir esta misma angustia
y lucha ante lo que está ocurriendo en estos días en nuestro país. Incluso podemos
dudar de nuestra fe. No sabemos si es una confianza plena en nuestro Señor o si
es un camuflaje espiritual para ocultar nuestra duda; una maniobra tipo
avestruz que mete la cabeza en la arena, que espiritualiza las cosas, sólo para
no ver la realidad. Probablemente esta lucha interna no acabará mientras
estemos en este mundo. Pero, por otro lado, es positiva esta lucha porque
muestra que somos conscientes de la realidad espiritual y del poder de Dios. El
que no es consciente de esto, ya se hundió en la desesperación. Pero nosotros
seguimos a flote, tragando agua a veces, pero seguimos nadando porque nuestra
fe es el salvavidas que nos mantiene en la superficie del mar de dudas e
incertidumbres.
De esta presencia consoladora y
fortalecedora de Dios, el salmista pasa a hablar de la ciudad de Dios, la
morada de Dios o el templo. En el Antiguo Testamento, el templo —y por
extensión toda la ciudad de Jerusalén— era símbolo de la presencia directa de
Dios. El versículo 4 habla de un río que alegra esta ciudad de Dios. El río es
usado muy frecuentemente en la Biblia como símbolo de vida, frescura, incluso
del Espíritu Santo. El profeta Ezequiel tuvo la visión de un río que nacía en
el templo y producía vida y prosperidad a lo largo de toda su rivera. Jesús
dijo que “del interior del que cree en mí, correrán ríos de agua viva…”
(Jn 7.38 – DHH). Esta frescura y nueva vitalidad es característica de quien
experimenta a Dios de manera tan cercana y personal como el salmista lo
describió en los primeros versículos.
Esta presencia de Dios que da vida y
bienestar, también da protección. El salmista lo ilustra con una ciudad donde
Dios vive y que por eso no puede ser destruida o afectada negativamente. Puede
ser sacudida, pero no destruida. Me vino a la mente el episodio cuando los
discípulos cruzaron el mar de Galilea con Jesús durmiendo en el barco, aun en
medio de una feroz tormenta. Ante su desesperación y terror, los discípulos
despertaron a Jesús, acusándole de no importarle sus vidas. Jesús reprendió
luego la falta de fe de los discípulos (Mc 4.36-41). ¿Acaso se podría hundir el
barco con Jesús adentro? ¿Acaso se puede destruir la ciudad en que Dios vive?
¿Acaso puede perderse una persona en cuyo corazón habita el Señor? Sin embargo,
más veces de lo que quisiéramos admitir nos parecemos a los discípulos (o les
ganamos incluso), y nos desesperamos ante situaciones amenazantes de la vida
porque o nos olvidamos de Dios, o no creemos que pueda o quiera hacer algo al
respecto. Pero: la ciudad, el país, la iglesia, el hogar, la persona en la que
Dios vive jamás caerá, por mucho que lo ataquen los diferentes poderes. “Dios
mismo vendrá en su ayuda al comenzar el día” (v. 5 – TLA). Cuando Dios se
levante y haga escuchar su voz, todos estos poderes amenazantes se caen a
tierra: “Las naciones rugen, los reinos tiemblan, la tierra se deshace
cuando él deja oír su voz” (v. 6 – DHH). Si han visto la trilogía de Narnia
entenderán esto. Una ola de poder se expande cuando ruge Aslan, y los enemigos
caen derrotados.
Pero ese Dios no es un Dios
exclusivo de un cierto lugar nada más. Aunque el salmista haya resaltado la
gloria de la ciudad de Dios, ahora él se vuelve muy personal: “El SEÑOR todopoderoso
está aquí entre nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob” (v. 7 –
NBD). “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros” (Ro 8.31 –
RV60)? Cuando este Dios entra en escena, cosas sorprendentes y sobrenaturales
suceden. El salmista invita a todos a ver las grandes obras del Señor: “ha
puesto fin a las guerras hasta el último rincón del mundo; ha roto los arcos,
ha hecho pedazos las lanzas, ¡ha prendido fuego a los carros de guerra (v.
9 – DHH)! ¿No es precisamente esto que le rogamos que él haga en Paraguay? Que
los que hacen maldad sean refrenados para que no puedan llevar a cabo sus
planes siniestros, sin importar de qué lado que estén. Y escuchen lo que Dios
mismo responde a nuestro clamor por su intervención: “Esten quietos y
reconozcan que yo soy Dios. Exaltado he de ser entre las naciones; exaltado
seré en la tierra” (v. 10 – RVA2015). “¡Reconozcan que yo soy Dios! ¡Yo
estoy por encima de las naciones! ¡Yo estoy por encima de toda la tierra”
(DHH)! ¡Bendito sea Dios! ¡Que todo Paraguay reconozca que tú eres el Señor! “¡El
Señor todopoderoso está con nosotros! ¡El Dios de Jacob es nuestro refugio”
(v. 11 – DHH)!
Por lo tanto, toda situación la
sometemos a la autoridad y el señorío de Dios, también la situación que vive
actualmente nuestro país. La Asociación de Iglesias Evangélicas del Paraguay
(ASIEP) ha pedido luego que en cada iglesia se clame a Dios por la paz en
Paraguay. Dice un comunicado de la ASIEP difundido ayer:
“La Red Nacional
de Oración, la ASIEP y la APEP en la víspera al inicio de los 21 días de Ayuno
y Oración Nacional del 8 de marzo al 28 de marzo, hace un llamado ante esta
situación coyuntural de urgencia, a todos los Pastores y Congregaciones del
Paraguay, a que este Domingo 7 de marzo se pueda dedicar durante los Cultos un
tiempo especial para orar a Dios por los siguientes motivos:
❖ Que la paz de Dios que
sobrepasa todo entendimiento pueda embargar a la población en éste y en todo
tiempo, que haya
pasificación en
nuestro país.
❖ Que todas las
confrontaciones, diferencias o insatisfacciones de orden político puedan ser
reconciliadas en el marco del diálogo con amor y respeto, buscando únicamente
los intereses del pueblo por sobre todo deseo egoísta.
❖ Que el presidente reciba
la sabiduría de Dios y buen consejo para toda toma de decisiones.
❖ Que el Parlamento Nacional
pueda administrar sus derechos y atribuciones con la guía divina.
❖ Que ninguna arma forjada
contra Paraguay prospere. Que se cumplan los planes de bien y de salvación del
Señor para nuestra nación y que el enemigo retroceda y sean desbaratados sus
planes de muerte, robo y destrucción.
Así que, ahí donde
está, júntense en grupos de dos o tres personas para clamar a Dios por esta
situación.
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