lunes, 30 de mayo de 2022

Mi refugio

 






            Los hechos ocurridos en nuestro país en los últimos días han causado todo tipo de reacciones y sentimientos. Algunos dirán: “¡Por fin! Ya era hora. Se hizo justicia.” Otros consideran que se cometió una grave injusticia. Posiblemente ambos grupos tendrán argumentos válidos para sostener su postura. La verdad es —lamentablemente— que deponer personas es sólo cambiar las caras en la superficie, dejando intactos la raíz de maldad en lo profundo que cualquier otro que reemplace a quien sea lo evidenciará con el tiempo. Y como pueblo de Dios estamos ahí quizás sin saber qué hacer porque sabemos que no hay solución fácil ni rápida. Nos sentimos indefensos ante estos y muchos otros sucesos que enfrentamos a diario, como canoa en mar abierta, totalmente expuesta a los caprichos de los elementos. El Salmo 46 nos puede dar un enorme consuelo y nueva fuerza, ya que nos habla precisamente en la situación en que estamos, sea en cuanto a la turbulencia política nacional, como también en cualquier otra circunstancia en la que cada uno nos podamos encontrar.

 

            F Salmo 46

 

            En este Salmo no encontramos indicación acerca del momento o las circunstancias que dieron origen a esta composición. Sólo dice que fue un descendiente de Coré que lo compuso. Pero es precisamente esta falta de detalle que lo hace aplicable a cualquier situación que podamos pasar a diario. Y esto hace que sea tan tremendamente consolador para nosotros.

            El salmista hace aquí tres declaraciones enfáticas acerca de Dios. Las tres imágenes que él usa están íntimamente ligadas entre sí. Casi llegan a ser sinónimos. En primer lugar, lo describe como amparo o refugio. Esto nos transmite la idea de protección, de cuidado, de provisión. Si alguien está fuera de su casa y se encuentra de pronto en una situación muy amenazante y peligrosa, quizás de parte de la naturaleza, estará muy agradecido por encontrar un lugar donde refugiarse. En algunos casos, un refugio así hasta podría salvarle la vida.

            Esta idea del refugio por lo visto ha impactado fuertemente en cierto misionero. Fundó una institución en la que puedan recibir contención y atención integral los enfermos de SIDA y la llamó “Alto Refugio”. Está sobre la calle Venezuela. Ahí pueden refugiarse las personas de las tormentas y los tormentos que produce tal enfermedad. Este mismo misionero fundó también una iglesia en la que puedan refugiarse las personas de las tormentas y los tormentos de sus pecados y la llamó “Dios es Nuestro Refugio”. Está cerca de la rotonda de Roque Alonso, camino al aeropuerto. Estas dos instituciones muestran lo que el refugio ha significado para este misionero, e ilustran también lo que significa para el salmista al llamarle a Dios “mi refugio”.

            ¿De qué nos podemos refugiar en Dios? De toda amenaza espiritual, emocional y hasta física que se nos viene encima. Nos encontramos en la vida con muchas situaciones que están fuera de nuestro control y ante las que estamos impotentes y vulnerables. Situaciones que nos llevan por delante como raudal sin que podamos hacer nada y sin que haya nada al alcance de dónde aferrarnos para ponernos a salvo. Yo podría elaborar toda una lista de situaciones de ese tipo que conozco de la vida de los que componemos esta iglesia. Y muchos de ustedes me han dicho precisamente como este salmista: “Mi refugio es Dios. Ante él derramo mi alma y él me levanta otra vez y me da orientación.”

            En segundo lugar, el salmista describe a Dios como fortaleza o como fuerza. La fortaleza nos hace pensar en un castillo o alguna construcción fuera de lo normal que es tan robusta y segura que hace muy difícil al enemigo entrar y conquistarla. Esa es la protección que Dios nos da ante los ataques del enemigo. La intención del enemigo no es sólo molestarnos cada tanto o de insinuarnos alguna reacción indebida. Él busca todo o todo. Su único objetivo es robar, matar y destruir, como Jesús lo describió (Jn 10.10). Que nosotros no hayamos sido fulminados ya es debido a la fortaleza que el Señor levanta alrededor de nosotros y que es completa y absolutamente segura.

            Martín Lutero, el reformador alemán, encontró un refugio precisamente en un castillo, donde se le mantuvo oculto de sus perseguidores durante mucho tiempo. Fue en ese tiempo que él tradujo la Biblia al alemán. Inspirado en el Salmo 46, comparado con su propia experiencia, él compuso en el año 1529 un himno, que en su primera estrofa en castellano dice:

            “Castillo fuerte es nuestro Dios,

defensa y buen escudo.

Con su poder nos librará

en todo trance agudo.

Con furia y con afán

acósanos Satán.

Por armas deja ver

astucia y gran poder;

cual él no hay en la tierra.”

            Todo el resto del himno resalta la protección que Dios nos da de los ataques del mundo de las tinieblas.

            Pero el término “fortaleza” significa también fuerza, y así es como muchas versiones de la Biblia lo traducen. Si decimos que Dios nos da fortaleza en medio de nuestra debilidad nos referimos precisamente a este significado de esta palabra. Cuando ya no podemos más, cuando nuestras fuerzas se acaban, él nos infunde un poder sobrenatural que nos impulsa a seguir adelante a pesar de todo. El libro de Número describe en estos términos la acción de Dios a favor de su pueblo: “Es Dios quien los está liberando de Egipto, mostrándose con ellos fuerte como un búfalo. Devora a las naciones enemigas, tritura sus huesos y los destruye con sus flechas” (Nm 24.8 – BLPH). Este versículo transmite la idea que Dios va delante, imparable, invencible, abriéndole camino a su pueblo. Nada ni nadie puede ofrecer resistencia a sus “corneadas”. El que se atreve a oponérsele, será “triturado”, como lo describe este versículo. Este es tu Dios, hermano y hermana. Él es tu fuerza cuando crees que ya no tienes – ¡y es verdad que no tienes! “El Señor da fuerzas al cansado, y aumenta el vigor del que desfallece. Los jóvenes se fatigan y se cansan; los más fuertes flaquean y caen; pero los que confían en el Señor recobran las fuerzas y levantan el vuelo, como las águilas; corren, y no se cansan; caminan, y no se fatigan” (Is 40.29-31 – RVC).

            En tercer lugar, el salmista describe a Dios como el “pronto auxilio en las tribulaciones” (v. 1 – RV95). A veces decimos que Dios está a la distancia de un grito de socorro. Es una forma muy humana de describirlo, porque Dios está en todos lados, no puede ni distanciarse porque él lo llena todo. Pero es una buena ilustración de lo pendiente que él está de nosotros. Me lo imagino como un padre que acompaña con su mirada atentísima los primeros pasos y tropezones de su hijito para sostenerlo cuando se caiga o cuando esté en peligro de lastimarse en su torpeza. No hay situación en la que no podamos clamar por auxilio al Señor, ¡incluso en las situaciones en las que nos hemos metido por nuestra propia desobediencia! Incluso ahí podemos clamar por el pronto auxilio en medio de esta tribulación autoprovocada.

            ¡Qué descripción más maravillosa de nuestro Dios! El que lo experimenta de esa forma, no solamente en teoría, sino personalmente en los asuntos del día a día, entenderá perfectamente la reacción del salmista en los siguientes versículos: “Por eso no tendremos miedo, aunque se deshaga la tierra, aunque se hundan los montes en el fondo del mar, aunque ruja el mar y se agiten sus olas, aunque tiemblen los montes a causa de su furia” (vv. 2-3 – DHH). Claro, humanamente nos tiemblan las piernas muchas veces, pero nuestro corazón está plenamente seguro del poder y la protección de Dios. Ya hemos hablado de nuestra lucha interna entre la duda y la fe, entre las circunstancias y la realidad espiritual. Podemos sentir esta misma angustia y lucha ante lo que está ocurriendo en estos días en nuestro país. Incluso podemos dudar de nuestra fe. No sabemos si es una confianza plena en nuestro Señor o si es un camuflaje espiritual para ocultar nuestra duda; una maniobra tipo avestruz que mete la cabeza en la arena, que espiritualiza las cosas, sólo para no ver la realidad. Probablemente esta lucha interna no acabará mientras estemos en este mundo. Pero, por otro lado, es positiva esta lucha porque muestra que somos conscientes de la realidad espiritual y del poder de Dios. El que no es consciente de esto, ya se hundió en la desesperación. Pero nosotros seguimos a flote, tragando agua a veces, pero seguimos nadando porque nuestra fe es el salvavidas que nos mantiene en la superficie del mar de dudas e incertidumbres.

            De esta presencia consoladora y fortalecedora de Dios, el salmista pasa a hablar de la ciudad de Dios, la morada de Dios o el templo. En el Antiguo Testamento, el templo —y por extensión toda la ciudad de Jerusalén— era símbolo de la presencia directa de Dios. El versículo 4 habla de un río que alegra esta ciudad de Dios. El río es usado muy frecuentemente en la Biblia como símbolo de vida, frescura, incluso del Espíritu Santo. El profeta Ezequiel tuvo la visión de un río que nacía en el templo y producía vida y prosperidad a lo largo de toda su rivera. Jesús dijo que “del interior del que cree en mí, correrán ríos de agua viva…” (Jn 7.38 – DHH). Esta frescura y nueva vitalidad es característica de quien experimenta a Dios de manera tan cercana y personal como el salmista lo describió en los primeros versículos.

            Esta presencia de Dios que da vida y bienestar, también da protección. El salmista lo ilustra con una ciudad donde Dios vive y que por eso no puede ser destruida o afectada negativamente. Puede ser sacudida, pero no destruida. Me vino a la mente el episodio cuando los discípulos cruzaron el mar de Galilea con Jesús durmiendo en el barco, aun en medio de una feroz tormenta. Ante su desesperación y terror, los discípulos despertaron a Jesús, acusándole de no importarle sus vidas. Jesús reprendió luego la falta de fe de los discípulos (Mc 4.36-41). ¿Acaso se podría hundir el barco con Jesús adentro? ¿Acaso se puede destruir la ciudad en que Dios vive? ¿Acaso puede perderse una persona en cuyo corazón habita el Señor? Sin embargo, más veces de lo que quisiéramos admitir nos parecemos a los discípulos (o les ganamos incluso), y nos desesperamos ante situaciones amenazantes de la vida porque o nos olvidamos de Dios, o no creemos que pueda o quiera hacer algo al respecto. Pero: la ciudad, el país, la iglesia, el hogar, la persona en la que Dios vive jamás caerá, por mucho que lo ataquen los diferentes poderes. “Dios mismo vendrá en su ayuda al comenzar el día” (v. 5 – TLA). Cuando Dios se levante y haga escuchar su voz, todos estos poderes amenazantes se caen a tierra: “Las naciones rugen, los reinos tiemblan, la tierra se deshace cuando él deja oír su voz” (v. 6 – DHH). Si han visto la trilogía de Narnia entenderán esto. Una ola de poder se expande cuando ruge Aslan, y los enemigos caen derrotados.

            Pero ese Dios no es un Dios exclusivo de un cierto lugar nada más. Aunque el salmista haya resaltado la gloria de la ciudad de Dios, ahora él se vuelve muy personal: “El SEÑOR todopoderoso está aquí entre nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob” (v. 7 – NBD). “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros” (Ro 8.31 – RV60)? Cuando este Dios entra en escena, cosas sorprendentes y sobrenaturales suceden. El salmista invita a todos a ver las grandes obras del Señor: “ha puesto fin a las guerras hasta el último rincón del mundo; ha roto los arcos, ha hecho pedazos las lanzas, ¡ha prendido fuego a los carros de guerra (v. 9 – DHH)! ¿No es precisamente esto que le rogamos que él haga en Paraguay? Que los que hacen maldad sean refrenados para que no puedan llevar a cabo sus planes siniestros, sin importar de qué lado que estén. Y escuchen lo que Dios mismo responde a nuestro clamor por su intervención: “Esten quietos y reconozcan que yo soy Dios. Exaltado he de ser entre las naciones; exaltado seré en la tierra” (v. 10 – RVA2015). “¡Reconozcan que yo soy Dios! ¡Yo estoy por encima de las naciones! ¡Yo estoy por encima de toda la tierra” (DHH)! ¡Bendito sea Dios! ¡Que todo Paraguay reconozca que tú eres el Señor! “¡El Señor todopoderoso está con nosotros! ¡El Dios de Jacob es nuestro refugio” (v. 11 – DHH)!

            Por lo tanto, toda situación la sometemos a la autoridad y el señorío de Dios, también la situación que vive actualmente nuestro país. La Asociación de Iglesias Evangélicas del Paraguay (ASIEP) ha pedido luego que en cada iglesia se clame a Dios por la paz en Paraguay. Dice un comunicado de la ASIEP difundido ayer:

“La Red Nacional de Oración, la ASIEP y la APEP en la víspera al inicio de los 21 días de Ayuno y Oración Nacional del 8 de marzo al 28 de marzo, hace un llamado ante esta situación coyuntural de urgencia, a todos los Pastores y Congregaciones del Paraguay, a que este Domingo 7 de marzo se pueda dedicar durante los Cultos un tiempo especial para orar a Dios por los siguientes motivos:

        Que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento pueda embargar a la población en éste y en todo tiempo, que haya

pasificación en nuestro país.

        Que todas las confrontaciones, diferencias o insatisfacciones de orden político puedan ser reconciliadas en el marco del diálogo con amor y respeto, buscando únicamente los intereses del pueblo por sobre todo deseo egoísta.

        Que el presidente reciba la sabiduría de Dios y buen consejo para toda toma de decisiones.

        Que el Parlamento Nacional pueda administrar sus derechos y atribuciones con la guía divina.

        Que ninguna arma forjada contra Paraguay prospere. Que se cumplan los planes de bien y de salvación del Señor para nuestra nación y que el enemigo retroceda y sean desbaratados sus planes de muerte, robo y destrucción.

            Así que, ahí donde está, júntense en grupos de dos o tres personas para clamar a Dios por esta situación.

 


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