sábado, 28 de mayo de 2022

Visita nocturna


 

Hace algunos años atrás recibí una llamada a las 2.30 de la madrugada. Era de unas hermanas que estaban preparando la decoración para una boda y que a esa hora necesitaban algunas ramas de una de nuestras plantas para poder terminar su trabajo. Con mi esposa nos levantamos para atenderlas, y en medio de muchas risas procedimos a cortar las ramas que ellas necesitaban. Aun hoy, frecuentemente nos acordamos de ese suceso que llegó a ser una anécdota divertida para nosotros.

No todas las visitas nocturnas son tan divertidas. Cuando los ladrones nos visitan no lo hallamos chistoso de ninguna manera. También en la parábola de hoy alguien hizo una visita de madrugada a otra persona, y a esta tampoco no le pareció ser motivo de gran gozo. Encontramos esta parábola en Lucas 11.5-13:

“También les dijo: «¿Quién de ustedes, que tenga un amigo, va a verlo a medianoche y le dice: ‘Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a visitarme, y no tengo nada que ofrecerle’? Aquél responderá desde adentro y le dirá: ‘No me molestes. La puerta ya está cerrada, y mis niños están en la cama conmigo. No puedo levantarme para dártelos.’ Yo les digo que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sí se levantará por su insistencia, y le dará todo lo que necesite. Así que pidan, y se les dará. Busquen, y encontrarán. Llamen, y se les abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pescado, en lugar del pescado le da una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le da un escorpión? Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!»” (Lucas 11.5-13 – RVC)

Esta parábola es una respuesta directa de Jesús a la petición de los discípulos cuando vieron orar a su maestro: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos” (Lc 11.1 – RVC). Ante esta petición, Jesús les enseña el Padrenuestro, seguido de esta parábola. El contexto ya nos indica, entonces, que la parábola de hoy tiene que ver con la oración.

Este relato de Jesús empieza con un hombre que está en apuros. Imprevistamente ha recibido la visita de un amigo de otras tierras. Claro, como no había todavía WhatsApp, su amigo no había podido anunciarle previamente su visita. De pronto apareció no más en su casa. Como para los judíos la hospitalidad era ley suprema, el dueño de casa quería atender a su visita de la mejor manera. Pero se dio cuenta que se le había acabado el pan, la comida básica de los judíos. No podía ofrecerle a su huésped ni siquiera la muestra básica de hospitalidad. ¡Qué problema! No entraremos más en este tema, pero la hospitalidad era un valor tan elevado entre los judíos, que encontramos en la Biblia ejemplos de medidas extremas que alguien tomó con tal de no fallarle a ese compromiso sagrado para con su visita.

Así que, en el aprieto en que se encontró este hombre, él apeló a la generosidad de su amigo. No le importó que fuera de madrugada, él se fue a la casa de su amigo para solicitar su auxilio. Esta solicitud inoportuna parece que no le cayó muy bien a su amigo. Gritó desde adentro que no quería ser molestado, que la puerta estaba cerrada y que su familia ya estaba durmiendo. Si su negativa de atenderle a su amigo tuviese el objetivo de no despertar a sus hijos, sospecho que con semejante alboroto que se habrá armado, de todos modos, todo el vecindario ya habrá estado despierto. Así que, al final el hombre de la parábola consigue lo que necesita, aunque más por hacerse el pesado que por amistad.

Una lectura superficial de esta parábola nos hará creer que así es con nuestra oración, que tenemos que insistirle a Dios hasta que nos responda de mala gana: “Bueeeeenoo… para que te calles de una vez, aquí ¡toma!” O sea, le atribuimos a Dios reacciones que serían muy propios de nosotros, los seres humanos llenos de fallas y errores. Es más, hasta pareciera que nuestra experiencia con la oración confirme esto: nos sentimos como tener que torcerle el brazo a Dios para que por fin responda a nuestros ruegos. Sin embargo, esta manera de pensar refleja cuán poco conocemos el corazón del Padre celestial y la oración. En esta manera de pensar, Dios es un poder malhumorado que, si no fuera por el poder que ejercemos con nuestras oraciones, no nos daría nunca algo bueno. Y la oración se convierte en un ritual, en una palanca que hay que usar para aplicar fuerza para remover la desgana de Dios de atendernos. Y también refleja cuán poco nos conocemos a nosotros mismos al creer que es nuestra fuerza que hace mover la mano de Dios. ¡No hay nada más ridículo que creer esto! Vuelvo a decir: el que así piensa, probablemente sólo ha experimentado una religión, pero nunca ha tenido una relación personal e íntima con Dios. Dios no es religión. Él es el Rey de todo el universo que anhela una relación personal con cada uno de los seres humanos, creados a su imagen y semejanza. Con él, nuestra insistencia jamás será para vencer su desgana de atendernos, o porque él sea olvidadizo. Si tenemos que insistir en la oración, más bien será para ver si realmente estamos convencidos de lo que pedimos o si nos cansamos después de pocas veces de presentarle un motivo determinado.

En esta parábola, Jesús establece aquí un contraste marcado entre este hombre y Dios. Mientras que el hombre tenía que ponerse pesado e insistente para conseguir algo —¡y eso siendo el otro su amigo!— con Dios simplemente hay que pedirle para conseguir: “Pidan, y Dios les dará; busquen, y encontrarán; llamen a la puerta, y se les abrirá” (v. 9 – DHH). Si él nos ama tan profundamente como para entregarse a sí mismo por nosotros, ¿cómo vamos a creer que no va a querer atender a nuestro llamado? Si ya nos dio todo, lo máximo, que es nuestra salvación eterna, el perdón de nuestros pecados. ¡Y vaya qué precio él tuvo que pagar por esto! Dios es mucho más deseoso de comunicarse con nosotros que nosotros de comunicarnos con él. Él mismo nos alienta a pedirle para que él pueda darnos sus bendiciones que tiene previsto para nosotros. ¿Y por qué tenemos que pedirle entonces? Si él está tan deseoso de bendecirnos, ¿por qué no derrama simplemente sus bendiciones sobre nosotros y listo? Es más, Jesús mismo había dicho: “…su Padre sabe lo que ustedes necesitan, incluso antes de que se lo pidan” (Mt 6.8 – PDT). “Bueno, si él lo sabe, ¡que me lo dé entonces de una vez!” Es que Dios no es un expendedor automático de bendiciones, en el cual ingresamos una oración, y ya cae abajo el paquete solicitado. Él es nuestro Padre amoroso que desea la intimidad con nosotros. Él anhela nuestro corazón. ¿Qué padre humano no se alegra cuando sus hijos se acercan a él con confianza para exponerle sus deseos y necesidades? ¿Qué padre humano no se esfuerza por cumplir las peticiones de sus hijos, si tiene la posibilidad y si considera la solicitud de sus hijos como justas y necesarias? Si Dios derramara sus bendiciones, sin que nosotros digamos ni “pío”, ¿qué relación habría entonces entre él y nosotros? Más bien, nosotros nos volveríamos duros, inflexibles, malagradecidos, exigentes. Empezaríamos a darle órdenes a Dios, según lo que creeríamos que nos faltase en el momento. Ya la simple frase: “que me dé de una vez lo que él bien sabe que yo necesito” revela una actitud de demanda, de considerar a Dios como su empleado que está únicamente para satisfacer sus caprichos. Vuelvo a decir: con esta actitud, ¡cuán poco le conocemos a Dios y nos conocemos a nosotros mismos frente a ese Dios! En vez de considerarlo y honrarlo como Ser supremo, invertimos los papeles y lo tratamos como servidor en las manos nuestras, los señores de este mundo. Y a ese juego Dios no accede. Sin embargo, aun así, en su gracia y misericordia, Dios nos bendice sobremanera aun si no se lo pedimos. Pero lo que él busca es nuestro amor hacia él, no nuestro interés en sus bendiciones. El hecho de que él ya conoce nuestras necesidades nos debe motivar más bien a acudir con aun más confianza y alegría a nuestro Padre amoroso para exponerle nuestras peticiones.

Este versículo 9 de nuestro texto de hoy contiene, a la vez, tres condiciones y tres promesas. Las condiciones son pedir, buscar y llamar. Las promesas son recibir, encontrar y el abrir de puertas. Jesús dijo: “…el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre” (v. 10 – DHH). Probablemente se podría invertir también el orden de las palabras: “Recibe el que pide, encuentra el que busca, y se abren las puertas al que llama.” Es decir, sin pedir a lo mejor no recibimos. Santiago dice: “No consiguen lo que quieren porque no se lo piden a Dios” (Stg 4.2 – DHH). Sin buscar, probablemente no encontraremos nada. Sin golpear la puerta, es muy posible que nadie nos abra. Pero si lo hacemos, Dios promete que él mismo se encargará de atendernos.

¿Por qué entonces experimentamos tan poca respuesta a nuestras oraciones? ¿Por qué nos da la sensación que a Dios hay que torcerle el brazo para conseguir algo a la fuerza? Es porque no conocemos a Dios en la intimidad. No conocemos su ser. No conocemos el corazón generoso de nuestro Padre que anhela poder bendecir a sus hijos. Cuando la Biblia habla de que Dios es amor, es algo abstracto, teórico para nosotros. Si lo conociéramos bien, sabríamos que él está más deseoso de responder que nosotros de orar.

En segundo lugar, y como consecuencia del primero, creemos que Dios no nos hace caso. Pero el problema en realidad es que no sabemos identificar su respuesta – justamente por no conocerlo íntimamente. Tenemos nuestra idea de la forma en que Dios nos debería responder, y si no sucede exactamente como nosotros nos lo imaginamos, no identificamos su voz. Cuanto mejor lo conocemos, más fácil será identificar su mover, aún si es muy diferente, o incluso opuesto, a como nos lo imaginamos.

Una tercera razón por no recibir una respuesta es que pedimos con una motivación errada. Quizás pedimos algo conforme a la voluntad de Dios, pero con una actitud equivocada. Por eso, Santiago sigue diciendo: “Y cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propios placeres” (Stg 4.3 – NBV). Por ejemplo, alguien puede pensar ahora: ‘Bueno, ya que el pastor dice que Dios anhela darnos lo que pedimos, ¡agarrate, Dios, porque aquí va mi lista de pedidos!’ Si bien Dios nos anima a pedirle, ésa no es una actitud correcta. Es tratar a Dios como si fuera papá Noel a quien envío mis deseos, esperando que él las cumpla. Es tratar otra vez a Dios como si fuera mi servidor, en vez de considerarlo y honrarlo como mi Señor y dueño, lo que en verdad es.

Así que, puede haber razones por los que creemos que Dios no nos oye o no nos responde, pero la verdad es que siempre el responde, porque así él lo ha prometido.

Con la siguiente comparación, Jesús muestra otra vez claramente que nuestra relación con el Padre celestial es todo lo opuesto a la de este hombre de la parábola y su amigo. Jesús hace la comparación con un padre terrenal que jamás daría algo dañino a su hijo, como una piedra en vez de un pan, una víbora en lugar de pescado o un alacrán en vez de un huevo. A ningún padre en su sano juicio se le ocurriría causarle daño intencional a su hijo, porque lo ama. Jesús dice que si esto lo hace incluso un padre humano, al que él describe como “malo”, porque “…bueno solamente hay uno: Dios” (Mc 10.18 – DHH), como él le dijo al joven rico, ¡cuánto más entonces el Dios todopoderoso y perfecto! Él no nos engañará con algo que finalmente resultará ser perjudicial. Jesús menciona al Espíritu Santo como máximo bien que Dios nos puede dar. Él simboliza la totalidad de las bendiciones de Dios. Dios se da a sí mismo y su salvación a todo el que le pide. Y si ya nos ha dado lo máximo, ¿acaso no dará también todo lo demás que necesitamos en esta vida? Por eso, él es más que deseoso de responder generosamente a todas nuestras peticiones. Quizás su respuesta no llegará de la forma como nosotros nos lo imaginamos o en el tiempo en que nos gustaría, pero él responderá cuando llegue su tiempo y de la forma que más nos conviene. ¿No nos motiva esto a presentarle con toda confianza nuestras peticiones propias y nuestra intercesión por las necesidades de otros? “Acerquémonos, pues, con confianza al trono de nuestro Dios amoroso, para que él tenga misericordia de nosotros y en su bondad nos ayude en la hora de necesidad” (He 4.16 – DHH).

No necesitamos tener miedo que nuestra visita nocturna a su trono de gracia pueda ser inoportuna y molestosa. A cualquier hora podemos acercarnos y exponerle con la confianza de un niño en su papá lo que hay en nuestro corazón. Esto lo honrará, y él se complacerá en responder según su plan. ¿Conoces a tu Dios de esa manera? ¿Puedes compartir un testimonio con nosotros? ¿Te gustaría llegar a conocer a nuestro Dios de esta manera? Pídele, y él responderá. Búscalo, y él se hará encontrar.

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