jueves, 24 de octubre de 2019

Respeto a las autoridades nacionales (Estudio sobre Romanos 13)





            Luego de que Pablo diera instrucciones prácticas en cuanto a las relaciones dentro de la iglesia, llega a hablar ahora del comportamiento del cristiano hacia fuera, hacia el gobierno y luego también en cuanto al resto de la sociedad.
            Pablo llama a los cristianos a ser ciudadanos ejemplares. Esto implica brindar obediencia al gobierno (v. 1). En este texto hallamos una imagen casi exageradamente positiva de un gobierno. Se lo podríamos considerar el ideal, porque también en tiempos de Pablo no todos los gobiernos eran tan ejemplares como se los presenta aquí. En el Apocalipsis, por ejemplo, encontramos ya un cuadro muy diferente del gobierno terrenal.
            Pero debemos partir del hecho de que Dios ha establecido un cierto orden social. Donde hay personas juntas, no se puede sin una cierta estructura de autoridad y de personas que asuman responsabilidad, tomen decisiones y den órdenes. Por eso dice Pablo que les debemos nuestra obediencia a las autoridades, porque ¿de qué servirían los esfuerzos de los líderes si nadie les hiciera caso? Por eso Dios instituyó los principios de la autoridad y la responsabilidad. Esto ya es así desde la creación. Adán y Eva tenían que asumir cierto poder administrativo sobre el resto de la creación (Gn 1.28). Lo que Pablo muestra aquí claramente es que un cristiano no puede aislarse del resto de la sociedad nacional. Somos ciudadanos de una nación y tenemos nuestra responsabilidad hacia la misma.
            Que el gobierno haya sido instalado por Dios, no significa todavía que cada uno de los presidentes de república que hay en esta tierra sean puestos por Dios. Más bien se puede entender que la autoridad y el poder de un gobierno son principios establecidos por Dios. Dios es la fuente de la autoridad. Todos los que ejercen autoridad en este mundo, la recibieron de parte de Dios. Por eso dice la Traducción en Lenguaje Actual: “Sólo Dios puede darle autoridad a una persona, y es él quien les ha dado poder a los gobernantes que tenemos” (v. 1 – TLA). Al obedecerlos, le obedecemos también a Dios que ha establecido ese orden. O, dicho de otra manera, el que se opone a las leyes y decretos del gobierno, desobedece a Dios y se hace culpable (v. 2). En vez de enojarnos con el gobierno de turno y hablar mal de todos los políticos, deberíamos seguir las instrucciones de Pablo: “Que se ore por los reyes y todas las autoridades para que tengamos un ambiente de paz y tranquilidad, donde sea posible adorar y respetar a Dios” (1 Ti 2.2 – PDT). Si no hacemos esto, tampoco podemos quejarnos.
            Sin embargo, hay excepciones a esta obediencia a las autoridades. Los apóstoles les dijeron a las autoridades religiosas de su tiempo: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5.29 – RVC). Cuando las órdenes del gobierno contradigan las de Dios, le debemos nuestra obediencia a Dios y no al gobierno. Pablo escribió a los efesios: “Ahora Cristo está muy por encima de todo, sean gobernantes o autoridades o poderes o dominios o cualquier otra cosa, no sólo en este mundo sino también en el mundo que vendrá” (Ef 1.21 – NTV). Es decir, la autoridad de Jesús está lejos por encima de la autoridad de cualquier gobernante de este mundo.
            Tenemos que tener en cuenta que este capítulo no es un desarrollo acabado del tema de la relación entre iglesia y estado. Tampoco se especifica el comportamiento de un cristiano en todas las situaciones posibles. La intención de Pablo es que haya paz y orden social, para que el evangelio pueda extenderse más rápido y sin obstáculos. Y para eso es necesario que los cristianos se subordinen al gobierno. Aunque haya cosas que consideramos erróneas, no aportamos a su solución con tirar peste contra el gobierno y oponernos al mismo.
            Entonces, si la autoridad ha sido puesta por Dios, es con un objetivo muy específico: buscar el bien de la población. El que se orienta en las directrices del gobierno y vive de acuerdo a ellas no tiene nada que temer (v. 3). Más bien deben cuidarse aquellos que transgreden las leyes. Claro que esto otra vez es lo ideal. Nuestra realidad y la de todo el mundo se ve bastante diferente en muchos casos. Por un lado, las personas que están en el gobierno, también son seres humanos falibles. Por otro lado, no todas las personas en puestos de eminencia preguntan por la voluntad de Dios para la humanidad, sino aprovechan más bien su posición para beneficiarse a sí mismos. El poder siempre contiene también la tentación al abuso de poder – también dentro de la iglesia.
            La función que una persona de autoridad debe cumplir, según la voluntad de Dios, va en dos direcciones: por un lado, debe hacer el bien y ayudarnos a nosotros a hacerlo (v. 4). Por otro lado, debe castigar el mal. Pablo dice que las autoridades no llevan la espada de adorno. La espada es símbolo del poder disciplinario del gobierno. La versión Dios Habla Hoy dice: “…no en vano la autoridad lleva la espada…” (DHH). Si entonces un agente de tránsito nos extiende una boleta de multa, no tenemos por qué enojarnos con él. Simplemente cumple la función que Dios mismo le atribuyó, aun si él no fuese consciente de ello. Tenemos entonces dos razones importantes para someternos a las instrucciones de las autoridades: por un lado, para evitar el castigo (en condiciones normales), y segundo, para tener una consciencia tranquila (v. 5) – aunque surjan sensaciones incómodas al encontrarse de golpe en un control policial.
            Ya que el gobierno ejerce la función impuesta por Dios, y en este mundo nada funciona sin dinero, la población debe pagar impuestos que deben ser usados para el bien de todos (v. 6). Evasores de impuestos no se hacen culpables sólo ante la ley, sino también ante Dios. Muchos lo justifican diciendo que los impuestos de todos modos terminan en bolsillos privados. Es cierto, pero yo no soy llamado a elevarme como juez encima de las autoridades. Cada persona tendrá que rendir cuentas ante Dios y quizás también ante el juez. No obstante, en algunos casos de corrupción evidente, la evasión fiscal es usada conscientemente como medida de presión. Pero para lograr algo por esa vía es necesaria la unidad de la mayor parte de la población.
            Resumiendo, Pablo dice que debemos pagarle a cada uno lo que le corresponde, sean impuestos, tarifas de importación, o respeto y honra (v. 7). Con la inclusión del respeto y la honra, Pablo abre el margen prácticamente a cada ser humano. Hasta ahora él habló sólo del gobierno, pero ahora él indica que le debemos algo a prácticamente cada ser humano: la honra y el respeto por ser creación según la imagen de Dios. Con esto él apoya lo que dijo Jesús: “Pues den al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22.21 – BLPH).
            Si cumplimos con esta exhortación de pagar todo lo que es nuestro deber, también cumplimos con la siguiente de no tener deudas (v. 8). Este versículo no se refiere tanto a deudas económicas, aunque hacemos bien en aplicar esta exhortación también al área de las finanzas. Más bien, Pablo habla de las cosas que él mencionó en el versículo anterior: impuestos, gravámenes, respeto y honra. A esto él agrega ahora también el amor. Pero se apresura en decir que el amor no se puede pagar. Lo tenemos que entregar cada día de nuevo. Con esto llegamos a cumplir al mismo tiempo toda la ley de Dios, ya que el amor nunca le causará ningún daño al otro (v. 10). Esto sería una contradicción en sí mismo. Toda la ley se resume en esta una: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (v. 9 – NVI). Por eso dijo Agustino de Hipona, el padre de la iglesia: “Ama, y haz lo que quieras.”
            Esta demostración de amor no debe ser postergada por mucho tiempo. No podemos darnos el lujo de perder tiempo dormitando (v. 11). El tiempo que cada uno tiene en este mundo está limitado. Por eso, cada día en que no se demuestra el amor es un día perdido.
            Pero no pasa sólo el tiempo, sino toda la historia de la salvación está muy avanzada. Pablo dice que pronto vendría el día (v. 12). Con esto, Pablo se refiere al último día, o el día de la segunda venida de Cristo que Pablo consideraba ya muy cercano. Por eso, es tiempo de prepararse para ese día y no seguir jugando con el pecado. Sólo una vida en santidad es la única preparación adecuada para encontrarse con su Señor. Para dejar a un lado “las obras de las tinieblas” (RVC), es decir, el pecado, debemos ponernos “la armadura de la luz” (NVI). Una descripción detallada de esta armadura encontramos en la carta a los efesios[1]. Toda nuestra vida debe ser vivida a plena luz del día (v. 13). La vida en la luz es una lucha constante, para la cual necesitamos precisamente estas armas. Lo malo surge especialmente bajo el manto de la oscuridad. Pero Pablo dice que constantemente debemos comportarnos como si estuviéramos en la luz potente. Él menciona el desenfreno en diferentes áreas que debemos evitar a toda costa: “Vivamos correctamente como gente que pertenece al día: no asistamos a parrandas ni borracheras. No usemos nuestro cuerpo para inmoralidades ni pecados sexuales. No debemos causar problemas ni tener celos” (v. 13 – PDT). En vez de eso, debemos vestirnos de Cristo como si fuera un vestido y no ocuparnos tanto de los asuntos meramente físicos para no despertar los deseos de la carne: “…no se dejen arrastrar por la carne para satisfacer sus deseos” (v. 14 – BLA). En esta vida siempre tendremos que luchar por no dejarnos dominar por nuestra carne, es decir el pecado.

            Preguntas para reflexionar: ¿Qué actitud tengo hacia las ordenanzas municipales, departamentales y nacionales? ¿Hay alguna regla a la que me opongo conscientemente? ¿Hay leyes que no tomo tan en serio? No buscamos un legalismo frío, sino una actitud respetuosa a las autoridades en la iglesia, el municipio, gobierno, etc.
            ¿Cumplo con mi responsabilidad de orar por el gobierno?
            ¿Noto algún mal manejo a nivel local o nacional que yo debería denunciar, basado en la Biblia? ¿Debería llamar a los responsables a un cambio de actitud? ¿Hay algo con lo cual yo pudiera aportar para una solución de ciertos problemas?
            ¿Le debo algo todavía a alguien?




[1] Efesios 6.10-20

martes, 15 de octubre de 2019

Sométanse unos a otros









            ¿Qué sensación les produce cuando alguien les dice: “¡Sométanse!”? Probablemente la mayoría no estaría bailando de una pata, porque el término hace pensar en denigración, humillación, quizás incluso esclavitud. En Efesios 5.21, Pablo nos exhorta a someternos unos a otros. ¿Será que él quiere que esclavicemos a los demás? ¡Por supuesto que no! ¿Podríamos entonces convertir esta palabra en un concepto positivo? Bueno, no depende de nosotros, sino de lo que la Biblia entiende con este concepto.
            Quisiera leer con ustedes un pasaje anterior a este versículo 21 hasta pasar unos versículos más delante de este versículo. En realidad, sería bueno leer todo el capítulo 5, ya que es un capítulo sumamente práctico respecto a la vida cotidiana en comunidad. Pero voy a empezar a leer recién en el versículo 15.

            F Efesios 5.15-24

            En este pasaje —y más visiblemente todavía si uno lee todo el capítulo— encontramos varios tipos de relaciones interpersonales. En la primera parte del capítulo se tocan varios aspectos que tienen que ver con nuestras relaciones con personas de la sociedad – con los vecinos que nos rodean. Después habla de nuestras relaciones dentro de la iglesia, entre hermanos en Cristo. Y finalmente habla de las relaciones en el matrimonio, de la pareja. Y en medio de todas estas relaciones, como algo que une todas ellas, está este versículo 21: “Sométanse unos a otros, por reverencia a Cristo” (NVI). El mutuo sometimiento es la clave para que todas estas relaciones puedan funcionar. Donde no hay este sometimiento, hay subyugación, tiranía, y las relaciones se destruyen.
            ¿Pero en qué consiste este sometimiento? Esta palabra probablemente a la mayoría nos causa cierto malestar o, por lo menos, consideramos que hay que disfrutarla con moderación y precaución: “No se acerquen demasiado, uno nunca puede saber si no muerde de repente.” Este temor viene de experiencias propias o de personas cercanas de humillaciones sufridas a manos de otros. Pero de eso no se habla aquí. La orden de Pablo es: “sométanse”, y no: “sean sometidos”. ¿Empezamos a entender de qué se trata? El sometimiento del que habla Pablo es una decisión mía de ponerme voluntariamente debajo de la cobertura de otro. Y esto siempre es algo que trae bendición, que trae crecimiento, que eleva. El ser sometido, el ser humillado, el ser esclavizado es una acción violenta de manos de otros hacia nosotros que trae dolor, destrucción, amargura, rencor, etc. Esto es así en la sociedad, en la iglesia y en el matrimonio. ¡Cuántas mujeres sufren toda su vida siendo subyugadas por un marido machista que tiene este concepto torcido y diabólico de que esclavizar a la esposa, tratarla casi como un animal, es ser verdadero hombre! ¡Y encima se jacta de eso! Pero en verdad ahí mismo, al instante, dejó de ser hombre. Dios le dio al varón la misión de proteger a su esposa, no de enseñorearse de ella. Nadie puede exigir a los demás que se sometan a uno. Esto sólo funciona cuando la persona decide por sí misma someterse.
            Quiero desarrollar este concepto todavía un poco más. Pero antes, analicemos algunos sinónimos, que nos arrojan mucha luz sobre este asunto. Otra palabra para el someterse es la que aparece en varias versiones en el versículo siguiente: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos…” (v. 22 – RV95). La sujeción y el sometimiento implican lo mismo: ponerse voluntariamente debajo de algo o alguien. Pero también conlleva la idea de aferrarse a algo o alguien. Por ejemplo, si tú te subes a un árbol, en caso de resbalarte y caerte, vas a estar muy agradecido si hay una rama cercana de la que puedes sujetarte. Y vas a rogar a Dios que esa rama te aguante hasta que encuentres la manera de subirte otra vez o hasta que alguien ponga una escalera debajo. No se te va a ocurrir considerar a esa rama como una maldición, porque estás obligado a sujetarte a ella; porque ella limita tu libertad. No le vas a decir: “¿Y qué te crees por ponerte encima de mí? ¿Quién te dio la autoridad de controlarme?” Tú le diste la autoridad al sujetarte de ella. Y no es algo que limita tu libertad. Tenés toda la libertad de soltarla y seguir tu viaje en caída libre rumbo al suelo. Más bien, esa rama es tu protección, tu salvación. El estar sujeto a ella te libera de consecuencias muy dolorosas.
            El sometimiento o la sujeción, si sucede en el sentido en que Pablo lo explica aquí, no es algo denigrante ni algo que tienes que acatar a regañadientes porque ¡ni modo!, sino es tu protección. Es exactamente lo que expresa el sabio cuando dice: “Dos son mejor que uno… Si uno de ellos se tropieza, el otro lo levanta…” (Ec 4.0-10 – RVC). Así funciona la sujeción. Y repito: es una actitud voluntaria. Si no quieres, no necesitas sujetarte a nada ni nadie, pero no llores después por las consecuencias que sufres.
            Otra palabra, que no aparece en este texto, pero sí es sinónimo, es la palabra “subordinación”. El prefijo “sub” significa “por debajo de…”. Por eso, un submarino es una embarcación que va por debajo de la superficie del agua. Un subterráneo es un tren que se mueve debajo de la tierra. Subordinación, por lo tanto, es algo que está debajo de un orden establecido. Esto no tiene nada que ver con el valor de la persona o con una baja autoestima. Es precisamente lo contrario: como me siento seguro de mí mismo, no necesito pelear por mi reconocimiento por parte de los demás, sino puedo ceder tranquilamente la preferencia a otros, como Pablo lo escribe a los filipenses cuando dice: “…que cada uno considere a los demás como mejores que él mismo” (Flp 2.3 – DHH). Subordinarse la actitud de reconocer y aceptar la autoridad de alguien o del orden establecido para algo. En el tránsito, por ejemplo, reconozco el orden establecido que solemos llamar “reglas o leyes de tránsito”, y me sujeto a esto, me pongo debajo de su autoridad y me subordino. Y otra vez: siempre se me da la opción de hacerlo voluntariamente primero. Y así trae beneficio y bienestar. Si no lo hago voluntariamente, ahí ya cambian las cosas y se me obliga a hacerlo. Si considero a un semáforo simplemente como una decoración navideña de las calles con sus luces de todo color y manejo mi vehículo como me dé la gana, puedo sufrir graves consecuencias. La insubordinación puede traer mucho dolor, sea físico por las lesiones sufridas en un accidente; puede ser emocional por el cargo de conciencia de haber matado a alguien al cruzar en rojo; puede ser económico al tener que pagar una multa jugosa, etc. Pero si te sucede esto, no despotriques contra la policía de tránsito o contra cualquier autoridad que te confronta. Se te dio la opción de subordinarte voluntariamente. Si no la aprovechaste, otros tendrán el deber de obligarte a respetar el orden. Esto es así en el tránsito, en la sociedad, en la iglesia, en todos los ámbitos.
            ¿Ya entienden por qué el sometimiento, la sujeción y la subordinación son tan importantes en cualquier relación interpersonal? Únicamente si hay este elemento voluntario, la relación puede prosperar. Porque, ¿qué sucede al someterme yo a otro? Me pongo debajo de él y le ayudo a subir. Me pongo debajo de él con su carga y le ayudo a llevarla. A los gálatas escribió Pablo: “Lleven las cargas unos de otros, y así cumplirán la ley de Cristo” (Gl 6.2 – BLA). Así que, al someterme, el otro es elevado, y yo recibo su protección al sujetarme.
            Pero volvamos a nuestro versículo 21 de Efesios 5. Pablo nos ordena de someternos “unos a otros”. Es decir, mientras que yo me someto al otro para elevarlo, él hace lo mismo conmigo. ¿Pueden percibir ese dinamismo y el poder que se mueve en esto? Los dos como compitiendo entre sí de quién puede empoderar más al otro. Somos personas que están comprometidas unos con otros a que el otro pueda surgir, que buscamos lo mejor para el otro, mientras que el otro trabaja intensamente también en nosotros. Es una relación íntima, de hermandad, de amor. Así debe ser nuestra relación con todos a nuestro alrededor. Claro, tenemos diferentes grados de cercanía. Los que conozco así de cerca y con quienes estoy profundamente comprometido es una cantidad menor de personas. Por otro lado, está la sociedad en general con quienes tengo una relación mucho más distante. Pero nuestra actitud siempre debe ser la de elevación del prójimo, de servicio, de bendición al prójimo, aunque sea una persona totalmente extraña. Pero mucho más en la familia de Dios, como hermanos en Cristo, debemos tener ese profundo compromiso unos con otros.
            La mayoría de ustedes habrá visto la invitación para el culto de hoy. En los extremos hay dos personas, y entre ellos el símbolo de infinito, un 8 acostado. Esto quiere decir que mientras que la persona de un lado baja hacia la otra persona, se somete a ella, la empuja para arriba y la eleva, la otra persona hace lo mismo: baja, se somete a la primera, para elevarla y empujarla hacia arriba. Esto a veces es simultáneo, a veces se da en un momento en una dirección, en otro momento al revés.
            Pero someternos para elevar al otro no significa ponerlo sobre un pedestal elevado y aplaudir todo lo que hace. A veces también significa bajarme al pozo de su debilidad, al pozo del pecado en que cayó, en el pozo de su limitación, para empujarlo hacia arriba para que pueda salir de ese pozo. Eso es lo que el pastor Roberto nos explicó hace dos domingos atrás. Y a veces esto requiere de muchísimo esfuerzo para empujar al hermano o la hermana, porque puede estar muy metido en el barro, o enredado en el fondo del pozo, o ni saber que está en un pozo, creyéndose estar en la cima de su gloria. A veces incluso se requiere de todo un equipo de hermanos llenos de amor y comprometidos con este hermano / esta hermana para poder sacar a la persona del pozo. Y si la persona no quiere ser ayudada, ahí sí que es en vano nuestro esfuerzo – pero no el esfuerzo de Dios. En estos casos, elevar al prójimo significa elevarlo en intercesión al trono de Dios para que él haga esa transformación en el corazón de la persona caída para que pueda volver otra vez al orden establecido y sujetarse al Señor.
            Pero cuando mi prójimo se somete a mí y me quiere elevar a mí, también requiere de mí la humildad necesaria para dejarme elevar por el otro, a recibir corrección o reprensión cuando no me sujeté voluntariamente al orden establecido por Dios, etc. A veces somos muy buenos para exhortar a otros, pero muy malos para recibir reprensión. Pero ambas cosas son necesarias para que pueda haber una mutua sumisión. Si hay un bloqueo en algún lado, por ejemplo, cuando alguien bloquea la exhortación del otro, el círculo no se cierra y no fluye ese dinamismo. Si en las venas de tu cuerpo hay alguna obstrucción que no permite la circulación de la sangre, estarás en graves problemas. Si en un circuito eléctrico no se cierra el círculo, el foco no enciende. Si en una relación interpersonal uno no permite ser elevado, no puede fluir la unción de Dios. Y cuánto más tiempo perdura esta situación, más peligro existe de sufrir un infarto espiritual. Así que, lo que estamos hablando aquí es de vida o muerte.
            Si el versículo 21 terminara aquí, ya habríamos aprendido un montón. Pero agrega una frase muy importante todavía: “en el temor de Dios” (RVC), “por reverencia a Cristo” (DHH). Es decir, la presencia y el amor de Dios deben ser el motivo y la razón del sometimiento. Me sujeto a mi prójimo porque Dios me lo pide. Me someto y trato de elevar al otro no por lo que él es o no es, sino por lo que Dios es. Y porque el amor y la presencia de Dios viven en mí. Dios haría esto con él/ella, ¿por qué no lo haría yo también si Dios vive en mí? Al hacerlo, Dios es glorificado. Damos una muestra clara al mundo de cómo es Dios, ya que actuamos como nuestro Padre actúa.

viernes, 11 de octubre de 2019

Estación de servicios








            Cuando el indicador de combustible de tu vehículo se acerca peligrosamente al cero absoluto, ¿a dónde deberías irte lo antes posible? Al surtidor o la estación de servicios. ¿Por qué ese tipo de establecimientos se llaman “surtidor” o “estación de servicios”? Porque ahí nos surtimos de muchas de las cosas que necesitamos para el auto o para un viaje. Es una estación en que se nos sirve según las necesidades que tengamos con nuestro vehículo.
            ¿Sabías que Dios te ha llamado a ser una estación de servicios? No estoy diciendo “tener” una, sino “ser” una. ¿Cómo es eso? Nuestro texto de partida está en Gálatas 5.13.

            FGl 5.13

            Como el tema elegido para este domingo era “servir unos a otros”, y como texto de partida este versículo, yo ni lo leí bien, sino buscaba no más dónde en el versículo hablaba de servirse unos a otros. Y pensé qué se podría decir respecto al servicio. Incluso ya he predicado algunas veces sobre este tema, y pensé que quizás algo de estas prédicas me podría inspirar para la prédica de hoy. Pero después leí con más atención todo el versículo: “Hermanos, ustedes han sido llamados a la libertad, sólo que no usen la libertad como pretexto para pecar; más bien, sírvanse los unos a los otros por amor” (RVC). Esto me dejó bastante perplejo. ¿Qué tiene que ver la libertad con el servicio? O sea, me parecía que había dos temas totalmente diferentes uno del otro en este un solo versículo. Lo hubiera entendido perfectamente si hubiera dicho: “No se crean la gran cosa, sino sírvanse unos a otros.” ¿Pero “ser libres” y “servir”? Leí el texto desde el inicio del capítulo, pero al principio tampoco no me sirvió mucho para aclarar la situación, hasta que después de leerlo varias veces de repente se empezó a encender un foquito. Vamos a analizar juntos ahora este pasaje desde el versículo 1.

            FGl 5.1-15

            Pablo empieza a decir en este texto que Dios nos ha liberado para que seamos libres. Nosotros diríamos que esto es tan lógico que a nadie se le ocurriría decirlo siquiera. Por supuesto que alguien liberará a otra persona para que esté libre. Pero si leemos toda la carta desde el principio, nos damos cuenta que para muchos esto no era tan lógico. Resulta que Pablo había predicado a Cristo, mucha gente se había convertido, pero luego pasaron algunos judíos por la zona que querían obligar a los nuevos creyentes a observar todas las prescripciones del Antiguo Testamento. Querían que los gentiles convertidos a Cristo sean judíos primero, para luego poder ser cristianos. Por eso Pablo les dice que Cristo no los liberó del pecado para que ahora sean esclavos de la ley del Antiguo Testamento. Los liberó para que sean libres de la condenación.
            Por ejemplo, estos judíos —conocidos como “judaizantes” porque querían convertir a la gente al judaísmo antes de convertirlos a Cristo— decían a los nuevos creyentes que se tenían que circuncidar. Pero Pablo es bastante duro y categórico aquí. Él dice que si se dejan circuncidar, Cristo ya no les sirve de nada. ¿Por qué él dice eso? En toda la carta —y casi todas las demás de sus cartas—, Pablo ha explicado justamente estas dos vías para salvarse: la ley del Antiguo Testamento y Cristo. Ambos son mutuamente excluyentes: o te salvás por observar la ley o te salvás por fe en Cristo. No hay forma de combinar ambos caminos. El que quiere salvarse por la observancia de la ley, tiene que observar y cumplir absolutamente toda la ley, como Pablo lo dice en el versículo 3: “…cualquier hombre que se circuncida, … está obligado a cumplir toda la ley” (DHH). Si falla una sola vez, falla en todo. El que cumpliere toda y cada una de las leyes, se salvaría a sí mismo y no necesitaría a Cristo. Es más, habría rechazado a Cristo y su gracia: “…si ustedes pretenden hacerse justos ante Dios por cumplir la ley, ¡han quedado separados de Cristo! Han caído de la gracia de Dios” (v. 4 – NTV). Por eso dice Pablo que para el que quiere circuncidarse, Cristo no le sirve de nada porque eligió el camino de la ley. Y, como ya dije, es imposible combinar ambos caminos. Es que Cristo lo hace todo, y su salvación que nos ofrece requiere la total y absoluta confianza en él; la fe de que su obra es lo único que nos puede salvar y es todo lo que se necesita para salvarnos. O en palabras de Pablo: “…nosotros, por medio del Espíritu tenemos la esperanza de alcanzar la justicia basados en la fe” (v. 5 – DHH).
            Todo esto, los gálatas habían entendido muy bien en un principio, pero ahora estos judaizantes los habían hecho tambalear. Pablo no tiene palabras muy elogiosas para estos judíos que hacían desviar a los demás de la verdad. Él los entregó al juicio de Dios, pero expresó la fe de que los gálatas no terminarían yéndose detrás de estos perturbadores. Pero de que estuvieron confundidos, sí que lo estuvieron.
            Y ahí Pablo llega a nuestro versículo de arranque: “Hermanos, Dios los ha llamado para ser libres…” (v. 13 – PDT). Considerando lo que Pablo expuso hasta ahora, ¿qué entendemos por ser libres? ¿De qué Dios los/nos ha librado? Dios nos libró de la condenación por nuestro pecado, y también de la necesidad de cumplir la ley como vía para ser salvos. Somos libres del pecado, no por obedecer la ley del Antiguo Testamento, sino por la fe en Cristo. Ya no tenemos que cumplir con todos los ritos y sacrificios. Cristo los cumplió una vez por todas. Somos libres. ¿Pero qué significa o qué conlleva esta libertad? Ya sabemos de qué somos libres. Pero falta saber todavía para qué somos libres. Esto causó un problema en muchas iglesias. Había muchos que entendieron que eran libres, pero no prestaron atención a la segunda parte, de que su libertad tenía un objetivo. Por ejemplo, las mujeres de la iglesia de Corinto, a las que Pablo tuvo que pedir que guarden silencio en el culto, tenían justamente ese problema. Habían entendido lo de la libertad, y empezaron a discutir en pleno culto con el predicador y a armar tumultos en la iglesia, porque creían ser libres para hacer esto. Aquí, a los gálatas, Pablo ya les advierte de antemano que esa libertad no es para hacer lo que les venga a la mente: “…no permitan que la libertad sea una excusa para hacer todo lo que pide su naturaleza humana” (v. 13 – PDT); “no utilicen esa libertad como tapadera de apetencias puramente humanas” (BLPH); “no usen la libertad como pretexto para pecar” (RVC). La libertad conlleva responsabilidad. Libertad no es sinónimo de libertinaje. ¡Todo lo contrario! Bueno, ¿para qué entonces somos libres? ¿Cuál es el motivo de nuestra libertad? Ahí llegamos a lo que es en realidad el tema de esta prédica: el servicio. Somos libres para servir los unos a los otros. El motivo de nuestra libertad es el servicio al prójimo, y el motivo de nuestro servicio debe ser el amor. Servimos unos a otros porque tanto nos amamos y queremos el bien del prójimo. Ya no más una observancia fría y estricta de la ley, sino la libertad de expresar nuestro amor en servir al prójimo en sus necesidades; de ser una estación de servicios donde él pueda surtirse de lo que necesite para el viaje por esta vida. ¿Y por qué ya no más la ley? ¿Era mala al fin y al cabo? ¿Ha vivido el pueblo de Dios en error o engaño durante todo el Antiguo Testamento? ¡No, en absoluto! Dios nunca sería creador de algo malo, y la ley proviene de él. Pero esa ley nunca era algo definitivo, sino apuntaba a su perfecto cumplimiento en Cristo. Jesús mismo dijo: “No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento” (Mt 5.17). En Cristo, la ley fue reemplazada por algo mucho mayor. Por eso escribe Pablo en el versículo 14: “…toda la ley se resume en este solo mandato: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’” (DHH). Jesús también contestó la pregunta acerca del mandamiento más importante con estas palabras: “—‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.’ Este es el más importante y el primero de los mandamientos. Pero hay un segundo, parecido a este; dice: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ En estos dos mandamientos se basan toda la ley y los profetas” (Mt 22.37-40 – DHH). Es decir, al servir al prójimo en amor ya estás cumpliendo el espíritu de toda la ley del Antiguo Testamento.
            Y acerca del servicio no hay mucho que se puede decir, ya que es una palabra que no necesita de mayor explicación. Servir es estar enfocado en las necesidades del prójimo para satisfacerlos según nuestras posibilidades. Es tener ojos y corazón abiertos para el prójimo. Es ser una estación de servicios donde la persona pueda surtirse de abrazos, de palabras de aliento, de una roca donde apoyarse cuando todo tambalea, de un hombro donde descargar sus penas; en fin, donde pueda surtirse del amor que necesita. ¿Te parece difícil? Quizás lo sea en algún momento, pero no necesitas hacer nada extraordinario, sino aquello que tú sabes hacer. El apóstol Pedro escribe: “…cada uno de ustedes sirva a los demás según lo que haya recibido [el don que haya recibido – RVC]. Cuando alguien hable, sean sus palabras como palabras de Dios. Cuando alguien preste algún servicio, préstelo con las fuerzas que Dios le da. Todo lo que hagan, háganlo para que Dios sea alabado por medio de Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el poder para siempre” (1 P 4.10-11 – DHH). No necesitas servir con algo que no es tu don. Para esto está el hermano a tu lado. Como pastor, soy bastante limitado, y jamás voy a poder satisfacer todas las necesidades de toda la iglesia. Pero ahí están otros que pueden suplir precisamente esta falencia mía. Y así formamos una red de servicios, de estaciones de servicios, en la que las necesidades de toda la familia espiritual que somos como iglesia hallan su lugar donde surtirse del apoyo que necesitan.
            Hace un tiempo atrás se hizo aquí en la iglesia una feria de servicios, en la que cada uno podía poner su don y sus habilidades al servicio del barrio. Y era impresionante cuán larga era la lista de servicios que podíamos ofrecer como iglesia. Y aún había muchas habilidades más que no cabían en ese tipo de ferias. Por ejemplo, si alguien tiene una habilidad especial para consolar y orientar a los demás, es difícil incluirlo en un medio día de servicios, porque acompañar a una persona en su dolor es algo que lleva bastante más tiempo que unos minutos o un medio día. Además, las necesidades que precisan de este tipo de servicio no surgen a la hora de abrir la feria de servicios en una iglesia. Estas necesidades aparecen sin previo aviso en cualquier momento del día – o de la noche. No se las puede programar. Pero en la convivencia continua como hermanos de esta familia de Costa Azul, sí estas personas tienen su lugar. Y si de repente estoy en una situación en que mi tanque emocional hace alumbrar la alarma en el tablero, voy a buscar a esas personas que puedan ser una estación de servicios para mí y llenar mi tanque otra vez del amor de Dios. Y mejor que los busque antes de que se prenda la alarma, porque si espero demasiado, puede que no llegue ya hasta este surtidor emocional y espiritual.
            Para que tú puedas ser una estación de servicios es necesario que tú mismo estés conectado a la fuente de todo suministro: Dios. No puedes surtir a otros lo que tú mismo no tienes. Tus recursos son excesivamente limitados. Quizás no puedas cargar al tanque emocional de tu hermano más de una gota de combustible, cuando en Dios está disponible todo el raudal interminable. No puedes ser la fuente, sino eres simplemente un reservorio intermedio que recibe de la fuente para pasarlo luego al que necesita.
            Quizás algunos habrán reconocido la imagen que puse en la invitación para el culto de hoy. Se ven dos personas abrazándose. Sucedió en estos días en los Estados Unidos. La mujer es una expolicía que fue condenada a 10 años de prisión por haber matado a un vecino negro – según ella por equivocación. En el juicio, antes que ella sea llevada a prisión, habló todavía el hermano menor de la víctima. Él expresó una y otra vez que él no quiere que ella se vaya a prisión, sino que se encuentre con Dios. Él le había perdonado, y si ella le pedía a Dios, Dios también la perdonaría. Al final de su discurso emotivo, él le pidió a la jueza permiso para abrazar a la acusada, cosa que le fue concedido. Esta es la imagen en la invitación. Él le pudo transmitir algo del amor de Cristo a esta mujer a la que le esperan 10 años encerrada en una celda; un amor que él mismo había experimentado y que ahora podía regalar a los que lo necesitaban. Él era un surtidor divino para esta mujer.
            Pero también es necesario que te pongas a disposición para servir al prójimo en lo que él necesite. A nadie le sirve un surtidor, por más grande y moderno que sea, si está cerrado. Todo hijo de Dios es una estación de servicios. Esta vocación está incluida en la salvación misma. Recuerden que nuestro texto dice que ahora somos libres (de la ley y también del pecado) precisamente para ser de ahora en adelante una estación de servicios. Pero muchos de estos surtidores permanecen cerrados. Puede ser por tener un corazón todavía en proceso de ablandarse y no estar dispuesto todavía a servir. Pero generalmente es por desconocimiento. No conocemos quizás que somos llamados a ser surtidores; quizás no conocemos cuál es nuestro don; quizás no sabemos de qué manera podemos servirle al prójimo. Pero si tienes ese deseo de obedecer tu llamado y le pides a Dios que te abra los ojos para ver lo que tú puedes aportar a la vida de tu hermano/a o a tu vecino o en tu casa a algún miembro de tu familia, entonces el Señor te va ir revelando de a poco su voluntad para tu vida. Así que, decide hoy prender todas las luces de tu surtidor para que sea visible desde lejos y a colocar un letrero enorme: “Habilitado”. Y si tienes esa inclinación por amor hacia el prójimo, muchas veces ni te darás cuenta que alguien se está surtiendo en tu estación, porque va a fluir tan naturalmente de ti que no lo consideras ni siquiera un servicio. Un apretón de manos, una sonrisa, un abrazo a veces son justo la carga que la otra persona necesitaba. Hay otras necesidades que sí requerirán de mayor concentración y esfuerzo, pero estamos disponibles para cualquiera que necesite lo que nosotros podemos dar.
            A la inversa, también es necesario que el que está con el tanque casi vacío admita su necesidad y se acerque a una estación de servicios para surtirse. El que hace caso omiso a la luz de advertencia que se prende en su tablero y que indica que está con el tanque en reserva no más ya y sigue adelante, esperando que su tanque se llene de algún modo por sí sólo, puede que se quede por el camino y en una emergencia grave. ¿Pero es culpa del surtidor? No, estaba ahí, pero no lo aprovechamos. Fuimos demasiado orgullosos, autosuficientes o descuidados que no nos acercamos a tiempo a una estación de servicios para llenar nuestro tanque del amor que nos hacía falta. Que esto no te suceda, hermano o hermana.
            Mira a tu alrededor. Lo que tú ves aquí es un montón de estaciones de servicios. ¿A cuál de ellas vas a acercarte para surtirte de lo que te haga falta para tu viaje en el camino del Señor? Todas estas estaciones de servicios están otra vez interconectadas. Si un surtidor no tiene el combustible que te haga falta, te puede dar la ubicación del que sí lo tiene.
            Y ahora, mira de nuevo a tu alrededor. Lo que tú ves es un montón de viajeros que necesitan surtirse en tu estación de servicios. ¿Qué es lo que tú puedes ofrecerles? La cuestión no es ¡en absoluto! de cuán surtido está tu estación de servicios. Esto es totalmente secundario. Lo importante es que esté abierta, que esté habilitada. Si yo paso por una estación de servicios que tiene un solo combustible para ofrecer, un surtidor muy, muy pequeño, pero que es justamente el combustible que yo necesito, no me importará si tiene muchas otras cosas por ofrecer, sino me importará que esté abierto a la hora que yo paso por ahí. Así que, no te preocupes en primer lugar por la cantidad de servicios a ofrecer, sino de permanecer abierto en todo momento, y a estar en condiciones de poder proveer lo que el viajero del momento necesita.
            “Sírvanse los unos a los otros por amor.”