sábado, 27 de abril de 2024

El mensaje a la iglesia de Sardis


 




            En el interior se encuentra muchas veces todavía a personas que no tienen ningún tipo de documento personal. Por diferentes razones jamás fueron inscriptos en el registro civil. O sea, para el estado estas personas no existen. Caminan por el suelo nacional, pero no existen. A más tardar cuando se los quiere inscribir en la escuela, esto se vuelve un tremendo problema.

            Pero mucho mayor se vuelve el problema cuando tampoco figuran en las actas del registro civil celestial. Sí, aunque ustedes no lo crean, hay un registro civil en el cielo. Yo fui inscripto ahí cuando tuve 7 años terrenales. Para el cielo yo sí existo. ¿Y tú? ¿Figura tu nombre también ahí? Al final de la prédica volvemos a esto.

            Hoy nos toca estudiar el mensaje de Cristo a la iglesia de Sardis.

 

            FAp 3.1-6

 

            En este mensaje de Jesús a la iglesia de Sardis, él se presenta como el que tiene a los siete Espíritus de Dios. El número 7 es símbolo de perfección o de totalidad. Esto significa que Jesús opera y se relaciona con la totalidad del Espíritu Santo. El Espíritu Santo no es un poder aparte que lo asiste a Jesús cada tanto, sino Jesús y el Espíritu Santo forman junto con el Padre una sola divinidad indisoluble. Jesús tiene acceso y opera con todo el poder del Espíritu Santo en sus variadas funciones o manifestaciones. En este sentido lo expresa la Nueva Traducción Viviente (NTV): “Éste es el mensaje de aquél que tiene el Espíritu de Dios de siete aspectos…” (v. 1). Es por esta razón que Jesús puede sacar una radiografía espiritual tan exacta de esta iglesia, como estaremos viendo.

            Pero también dice tener las siete estrellas. Ya habíamos visto que las estrellas simbolizan a los mensajeros o los líderes o pastores de las iglesias. En su visión introductoria en el capítulo 1, Juan había visto a Jesús teniendo en su mano derecha las siete estrellas (Ap 1.16). La mano derecha habla de poder, de autoridad. Jesús tiene plena autoridad y poder sobre sus mensajeros. Ellos están completamente en sus manos. Si Jesús emite una evaluación, es totalmente certera y justa.

            Y la evaluación que hace de Sardis no es tan alentadora que digamos. En el caso de las anteriores iglesias que hemos estudiado, con excepción de Esmirna que no recibe reproche alguno, siempre encontramos primero un elogio de los puntos fuertes y luego un llamado de atención por algunas personas de la iglesia que permitían ciertos pecados en su vida. En el caso de Sardis, Jesús empieza reprochándola duramente para luego elogiar a algunos pocos que luchaban por mantenerse puros. Es decir, esta iglesia estaba en graves peligros por el deterioro avanzado en que se encontraba. Era una iglesia que se estaba muriendo y que necesitaba urgentemente una reanimación espiritual para poder levantarse nuevamente.

            Jesús dice de ella que tiene la fama de estar vivo, pero que en realidad está muerta (v. 1). Las demás IEBs de Asia menor hablaban de la iglesia de Sardis y se asombraban de todo lo que sucedía ahí. Era una iglesia que realizaba muchas obras, los cultos eran ruidosos y divertidos, cada domingo trataba de superar al anterior con un espectáculo deslumbrante de luces, sonidos, diversiones, etc. Pero Jesús sacudía tristemente la cabeza: “Ustedes se han degenerado a un club religioso, lejos de ser una iglesia viva con un espíritu apasionado por el Señor. Este pueblo me sirve de palabra y me honra con la boca, pero su corazón está lejos de mí, y el culto que me rinde son cosas inventadas por los hombres y aprendidas de memoria” (Is 29.13 – DHH), como Dios ya había reprochado a su pueblo a través del profeta Isaías. Pura pinta, pero sin esencia. Cuando la pinta no coincide con la realidad, lo llamamos “hipocresía”. La mayoría de los miembros jugaban cada domingo a la iglesita, y esto ya era suficiente como para calmar su conciencia religiosa. Sus muchas obras era mero activismo, sin el amor como motivación principal y sin presencia del Espíritu Santo. Y sin esta motivación aun las reuniones espectaculares que juntaba mucha gente estaban a punto de decaer, porque nada que no tenga sentido se puede sostener por mucho tiempo. ¡Qué triste la descripción que hace Cristo de esta iglesia! Pero no nos atrevamos a señalarle con el dedo, porque si a esta iglesia le pudo pasar esto, le puede pasar a cualquier otra – también a la IEB Parque del Norte. Acuérdense que habíamos dicho que estos mensajes de Cristo estaban dirigidas a 7 iglesias, representando así a la totalidad de las iglesias en el mundo, entre las que estamos nosotros también. Cualquier otra iglesia puede llegar a tener características similares a alguna de estas iglesias del Apocalipsis. Por lo tanto, el peligro en que se encontraba la iglesia de Sardis es el mismo peligro en que nosotros podemos encontrarnos. Cuando empezamos a descansar sobre lo que hemos logrado levantar, por los ministerios que tenemos, por la calidad de programas que pudimos alcanzar, ahí perdemos el enfoque y empezamos a girar alrededor de nosotros mismos como una calesita. Ya no es más Cristo el centro, sino nuestros propios logros y nuestra tradición eclesiástica. Y con esto estamos camino cuesta abajo. Nos puede salvar solo un toque de gracia de nuestro Señor que nos pone su mano en el hombro para que nos volteemos hacia él para escucharle diciéndonos: “Holaaaaa…, aquí estoy… No estoy allá en tu centro. Ahí solo estás tú. Yo estoy aquí afuera. Reconoce tu mal proceder, empezá a desarmar tu calesita de su actual eje egoísta y fijala de nuevo al eje que yo soy para que gires nuevamente alrededor de mí. ‘Despierta, pues, y reaviva lo que aún no ha muerto del todo…’ (v. 2 – BLPH), ‘…lo que aún es rescatable…’ (NVI), ‘pues tus obras me parecen muy mediocres a la luz de Dios’ (BLA); ‘veo que tus acciones no cumplen con los requisitos de mi Dios’” (NTV). Creo que en la pared de la iglesia de Sardis también apareció una mano escribiendo: “…has sido pesado en la balanza y te falta peso” (Dn 5.27 – BLPH), como Dios sentenció a Belsasar a través de Daniel. Si mi balanza en casa me dijera lo mismo, me alegraría, pero la balanza de Dios mide el espíritu, y si éste es “peso pluma”, es de preocuparse. Mientras la iglesia se divertía en sus cultos, su espíritu estaba en terapia intensiva por inanición, una “debilidad extrema por falta de alimento” (https://dle.rae.es/inanici%C3%B3n). Para no llegar a esta situación, tenemos la urgente necesidad de alimentar nuestro espíritu cada día con la Palabra de Dios y la oración. No hay otra. No hay píldoras concentradas de vitaminas espirituales que simplemente tragamos y que alimentan nuestro espíritu. Eso es trabajo de cada día, así como nuestra panza reclama cada día su ración sobremanera grande de alimentos.

            Y el remedio que Jesús le recomienda a la iglesia de Sardis es: “Vuelve a lo que escuchaste y creíste al principio, y retenlo con firmeza. Arrepiéntete y regresa a mí” (v. 3 – NTV). La Biblia es el mapa que nos guía por esta vida hasta la eternidad. Es necesario volver una y otra vez a consultar el mapa, a ver si estamos todavía en el camino correcto. Demasiado fácil es desviarnos; demasiado fácil es convertirnos en el terreno espinoso de la parábola de Jesús que recibe la semilla de la Palabra de Dios, pero donde los asuntos de esta vida lo ahogan nuevamente antes que lleve su fruto que Dios espera. La advertencia de Jesús es seria: “Si no despiertas, vendré a ti de repente, cuando menos lo esperes, como lo hace un ladrón” (v. 3 – NTV). Esta ilustración de un ladrón en la noche que viene inadvertidamente emplea el Apocalipsis frecuentemente para la segunda venida de Cristo, pero en este caso indica más bien alguna calamidad que podría sobrevenir a la iglesia si no se arrepiente de su estado espiritual agonizante.

            Es muy preocupante la situación de esta iglesia, pero… —y este “pero” da esperanza ante este cuadro negro— no todo está perdido. No todos en la iglesia están en esta condición. “…hay algunos en la iglesia de Sardis que no se han manchado la ropa con maldad. Ellos caminarán conmigo vestidos de blanco, porque son dignos” (v. 4 – NTV). ¡Qué testimonio de parte de Jesús mismo! Esta sola frase hace que todo esfuerzo por vencer la tentación y el pecado valga la pena. Aunque creas que ya no te quedan fuerzas para mantenerte a flote, ¡no te rindas ante la tentación! Más bien sal corriendo de lo que te tienta o —en palabras de Jesús— corta tu mano o pie o sácate el ojo si te hace pecar. Solo tomando medidas drásticas podrás vencer al pecado, no quedándote para ver cuánto tiempo lograrás resistir. Con el pecado no se juega a la pulseada o lucha de brazos. Como un hombre que se había ido a un prostíbulo y contó luego que había logrado soportar la tentación hasta las 4:00 de la madrugada, pero entonces no había podido más y había sucumbido ante ella. Eso no es resistir la tentación; esto es suicidio moral y espiritual. Pablo recomienda a Timoteo: “Huye de las pasiones de la juventud, y busca la justicia, la fe, el amor y la paz…” (2 Ti 2.22 – DHH). En este caso, huir no es cobardía, no es ser derrotado, sino todo lo contrario. ¡Es la salvación de tu vida! Esto lo habían hecho algunos de la iglesia de Sardis. No se habían embarrado los vestidos con el pecado. Habían luchado por mantenerse puros. Por eso, Jesús los llama dignos del privilegio de caminar siempre a su lado con ropa blanca: “El que salga vencedor será vestido de blanco” (v. 5 – RVC). El blanco es símbolo de santidad y victoria. Será visible por toda la eternidad que ellos han vencido sobre la tentación y se han mantenido en pie. Claro, en esta vida nunca seremos libres del pecado, pero ya no vivimos en el fango de las transgresiones. Cada vez que fallamos, le pedimos de nuevo al Señor que nos perdone, y él nos restaura otra vez a la plena comunión con él. ¡Vale la pena la lucha por la santidad!

            Pero el vencedor recibe aquí dos promesas más de parte de Jesús. La primera promesa era ser ataviado con el símbolo de la victoria, representado aquí por la ropa blanca. La segunda promesa es: “…nunca borraré su nombre del libro de la vida…” (v. 5 – RVA2015). El capítulo 21 de Apocalipsis describe la Nueva Jerusalén del cielo y dice: “Solamente entrarán los que tienen su nombre escrito en el libro de la vida del Cordero” (Ap 21.27 – DHH). Ese libro es el registro civil celestial en el cual figuran todos los nombres de los que han nacido de nuevo en el reino de Dios. Solo los que han aceptado a Jesús como su Señor y Salvador personal figuran en este libro. No son nuestras buenas acciones o nuestro comportamiento ejemplar los que hacen figurar nuestro nombre allá, sino única y exclusivamente haber abierto nuestra vida para que Jesús se haga cargo de ella, nos perdone y restaure nuestra comunión con el Padre. Solo quien ha experimentado esto personalmente podrá estar en el cielo por toda la eternidad. Jesús promete al que se mantuvo fiel a él hasta la muerte física que su nombre no será borrado jamás del libro de la vida. ¡Vale la pena luchar por la santidad!

            La tercera promesa para el vencedor es que Jesús reconocerá su nombre ante el Padre y sus ángeles. Se va a dar lectura en voz alta al libro del registro civil celestial, y de cada nombre que figura ahí Jesús dirá: “Esta persona me pertenece.” Jesús ya había dicho cuando estuvo aquí sobre la tierra que “todo aquel que me reconozca en público aquí en la tierra también lo reconoceré delante de mi Padre en el cielo” (Mt 10.32 – NTV).

            ¿Está tu nombre ya en el libro de la vida? Si es así, alégrate. Jesús dijo a sus discípulos: “…no se alegren tanto de dominar a los espíritus, sino de que sus nombres están escritos en el cielo” (Lc 10.20 – PDT). Y motivado por esta alegría y esta gloriosa realidad, vive una vida de obediencia a Dios que da honra y gloria al que te salvó. Si no está todavía tu nombre, presentate ahora mismo ante el Juez de paz Jesucristo y pídele que inscriba tu nombre en su libro de la vida que figura en el registro civil celestial. Pídele que te perdone tus pecados y que te haga un hijo de Dios. Con esta sencilla oración se producirá un milagro en las esferas espirituales. Tu pecado te será quitado, y desde ese mismo momento tendrás vida eterna. El cielo es un regalo para quienes reconocen su pecaminosidad y su necesidad de Jesús. Dios te ofrece este regalo. Está en tus manos aceptarlo o no. “Quien tenga oídos, preste atención a lo que el Espíritu dice a las iglesias” (v. 6 – BLPH).

 


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