Buenos días, hermanos. Hoy voy a empezar con la última pregunta del domingo pasado: Si Cristo volviera ahora dentro de 30 segundos, ¿estarías preparado/a para recibirle y entrar con él a la fiesta? En caso que hace una semana hayas tenido dudas en cuanto a tu respuesta a esa pregunta, ¿ahora ya tendrías una respuesta firme? Porque si no, temo estar predicando en vano porque aparentemente los mensajes no producen cambios en nosotros. Por eso pido cada vez que el Espíritu Santo tome la prédica elaborada y la use para sus propósitos.
En
nuestra serie de mensajes acerca de la iglesia hemos visto hasta ahora varias
imágenes que la Biblia usa para ilustrar ciertos aspectos de la iglesia. Ahora
queremos analizar varias congregaciones que aparecen en el Nuevo Testamento para
ver qué podemos aprender de ellos. Estas iglesias reciben un mensaje personal y
especial de parte de Jesús, los cuales quedaron registrados en los capítulos 2
y 3 de Apocalipsis.
En
estos dos capítulos se mencionan en total siete iglesias. Sabemos que en la
Biblia —y especialmente en el Apocalipsis— los números tienen un significado
simbólico. El 7 es el número de la perfección, de la totalidad. Es decir, al
mencionar a 7 iglesias, la Biblia está indicando que los mensajes están dirigidos
a la totalidad de iglesias en el mundo y en todos los tiempos. Por lo tanto,
sin temor a equivocarnos podríamos leer: “Escribe al ángel de la iglesia de
Parque del Norte 3…” Consideremos entonces con mucha seriedad estas cartas del
Apocalipsis.
Según
Apocalipsis 1.11, estas iglesias se encontraron en la provincia de Asia. Esta
era una región del gran Imperio Romano que corresponde a parte de lo que hoy es
Turquía en el extremo occidental del continente asiático.
A
pesar de que frecuentemente se denomine estos escritos como “cartas”, en
realidad se parecen más a documentos oficiales. En todos ellos se repite más o
menos la misma estructura:
1.
La presentación del emisor
2.
Una alabanza
3.
Una reprensión
4.
Un llamado al arrepentimiento y la indicación de las consecuencias de no arrepentirse
5.
Un llamado a escuchar
6.
La fórmula: “El que tiene oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las
iglesias.”, seguida por una promesa para el vencedor.
De
una iglesia a otra hay pequeñas variaciones en esa estructura interna de los
mensajes. Por ejemplo, las iglesias de Esmirna y de Filadelfia no reciben
ninguna reprensión y, por lo tanto, tampoco ningún llamado al arrepentimiento.
Y la iglesia de Laodicea no recibe ninguna alabanza sino solo reprensión.
La
presentación del emisor de estos mensajes está basada sobre una descripción que
encontramos ya en el capítulo 1. Al entrar a estudiar ahora el primer mensaje,
el que es dirigido a la iglesia de Éfeso, vamos a empezar a leer ya desde el
capítulo 1.
FAp 1.9-2.7
El
primer mensaje empieza con la orden de escribirle al ángel de la iglesia de
Éfeso. Hay diferentes opciones a qué se podría referir la palabra “ángel”. La
palabra en sí significa “mensajero”. Según el contexto, el receptor de esta
carta es el “mensajero” de la iglesia de los efesios. Podemos suponer entonces
que el “ángel” sería algún líder, pastor o representante destacado que pueda
recibir el documento y pasarlo al resto de la iglesia.
Éfeso
era la ciudad más importante y capital de la provincia de Asia Menor. El templo
de Diana, una de las maravillas del mundo antiguo, se hallaba en esta ciudad, y
una importante industria era la creación de imágenes de esta diosa. El culto a
la diosa Diana era caracterizado por una inmoralidad impresionante. Esto, al
parecer, ha tenido también su influencia negativa sobre la iglesia de la
ciudad. Pablo ministró en Éfeso por tres años y cuando él se despidió por
última vez (Hechos 20) advirtió a los efesios que falsos maestros tratarían de
apartar de la fe a la gente. Los falsos maestros llegaron a causar problemas en
la iglesia de Éfeso, pero la iglesia los resistió por mucho tiempo, como
podemos ver en la carta de Pablo a los efesios. Juan, el autor del Apocalipsis,
también pasó mucho tiempo de su ministerio en esta ciudad. Es importante tener
en cuenta estos detalles para entender mejor el mensaje de este texto que
acabamos de leer.
Luego,
el remitente se presenta. En el capítulo 1, él se había identificado como el “hijo de hombre” (Ap 1.13 – DHH), es
decir, como Jesús. Y él dice que es “…el
que tiene las siete estrellas en su mano derecha y se pasea en medio de los
siete candelabros de oro” (v. 1 – BAD). El último versículo del capítulo 1
nos da la clave para entender esto: “…las
siete estrellas representan a los ángeles de las siete iglesias, y los siete
candelabros representan a las siete iglesias” (Ap 1.20 – DHH). Entonces,
las estrellas son los ángeles de las iglesias y los candelabros las iglesias en
sí. Estos ángeles, o los líderes de las iglesias, están en su mano derecha,
dice Jesús. La mano derecha es un símbolo que la Biblia usa frecuentemente para
la fuerza o el poder. Los líderes de las iglesias están cubiertos por la
autoridad de Cristo y rodeados de su protección poderosa. Esto habla de que
Cristo vela con mucho amor y delicadeza por los líderes de las iglesias.
Después
dice que él se pasea en medio de los candelabros que representan a las
iglesias. Yo me lo imagino como cuando hay un taller o una reunión de trabajo,
y el facilitador pide que todos los presentes se reúnan en pequeños grupos para
discutir algún tema o realizar cierta actividad o tarea. Y mientras están ahí
trabajando arduamente en los grupos, el facilitador va paseándose entre los
grupos, escuchando lo que hablan, mirando su avance en la tarea asignada,
observando la interacción en los grupos, etc. Es decir, él conoce muy bien los
detalles y características de cada grupo. Así hace Jesús con las iglesias.
Precisamente estas cartas a las 7 iglesias revelan un conocimiento muy profundo
y exacto del estado y la vida de cada iglesia. Como ejemplo, en el siguiente
versículo él dice: “Yo sé todo lo que
haces” (v. 2 – NTV). Quizás a veces nos puede asustar el hecho de que Jesús
sepa con tanto detalle nuestra vida, sea la particular o la de la iglesia,
pero, por otro lado, es muy tranquilizante, porque podemos ser totalmente
transparentes ante él porque de todos modos él nos conoce mejor que nosotros
mismos. Y también podemos tener esa certeza que él está velando sobre cada
detalle de nuestra vida. Así fue también con la iglesia de Éfeso. Lo que Cristo
elogia de esta iglesia son varias cosas: que trabaja arduamente; que tiene
mucha paciencia; que tiene perseverancia en lo que emprende y lo lleva a cabo
hasta terminarlo; que le “dan náuseas los
malvados” (v. 2 – BLPH); que puso a pruebas a los supuestos apóstoles,
desenmascarándolos; que nunca se rindió a pesar de las dificultades; que sufrió
por Cristo sin sucumbir al cansancio y que no soportó las prácticas de los
nicolaítas (v. 6). A los nicolaítas no se menciona en la Biblia más que en
estas cartas, por lo cual no se sabe prácticamente nada de ellos. Pero, por lo
visto, que se trató de un grupo con prácticas antibíblicas. ¡Qué descripción
más positiva de una iglesia! Nos sentiríamos muy halagados si Cristo hablara de
esta manera de la IEB de Parque del Norte. A propósito, ¿cuál sería su
descripción de esta iglesia? Por supuesto que no lo sabemos. Pero la iglesia la
componemos personas, y quizás podrías intuir lo que Jesús diría de ti. Si
recibieras un mensaje privado de parte de Dios, parecido al de este texto, ¿qué
diría esa carta? ¿Te animarías a preguntáreslo?
En
el caso de la iglesia de los efesios, el mensaje hasta aquí es muy positivo.
PERO… —y ese “pero” nos suena a veces como queriendo echar todo por el piso
otra vez, pero no es tanto así— esa iglesia no era perfecta y tenía sus asuntos
que Jesús tuvo que reprender. Entre tanto arduo trabajo se les fue el amor por
una ventana. Ese primer amor. ¿Se acuerdan de cuándo acaban de entregar su vida
a Cristo? Probablemente estaban como para llevarse por delante al mundo entero.
O cuando recién se enamoraron. Como alguien dijo: “Si las mariposas en mi
estómago fuesen vacas, llenaría toda una estancia.” Ese entusiasmo y el motor
de todo se había perdido en Éfeso. La iglesia corría a 1.000 por hora, pero
estaba en piloto automático. Al igual como puede suceder en un matrimonio, la
rutina se volvió aburrimiento, y todo perdió su sentido. Era una iglesia
sumamente activa, pero el amor, el ingrediente que debía dar validez a ese
trabajo, ya no estaba presente. Su trabajo se había convertido en mero
activismo. ¿Y qué escribió Pablo al respecto a los corintios? “…si reparto entre los pobres todo lo que
poseo, y aun si entrego mi propio cuerpo para tener de qué enorgullecerme, pero
no tengo amor, de nada me sirve” (1 Co 13.3 – DHH). Puedo ponerme de cabeza
de tanto que trabajo en la iglesia, pero si no lo hago por amor a Dios y a los
demás, solo soy un mono estúpido. Nada tiene sentido, por más activo “para el
Señor” que esté. ¡Está grave esto!
En
uno de los primeros estudios bíblicos de los martes del que participamos
nosotros aquí, hubo algunos hermanos que dieron testimonio también de cómo el
Señor los había sacado de un mero activismo. Esto es siempre una amenaza para
cualquier iglesia. Hay tanto que se podría hacer y aun así sería insuficiente.
Y uno procura cubrir todo lo posible y se mata trabajando, pero lo único que se
logra es que uno pierda de vista lo esencial y cuál debe ser la motivación para
todo: el amor. Por eso, la exhortación de Jesús es: “¡Arrepiéntete!” Es radical
esa palabra. No se trata de un mero cambio de rumbo, una corrección para entrar
otra vez en las huellas de las que se había salido un poco. Es arrepentimiento
de su pecado. No trabajar con amor es pecado. ¿Nos damos cuenta de lo
importante que es el amor en nuestra relación con Dios y nuestro trabajo para
él? Lo que hagas, hazlo con amor. Si tu motivación no es el amor, olvídalo.
“Reflexiona … sobre la altura de la que has
caído” (v. 5 – BLPH). Ponele freno en seco a tus actividades y analiza tu
vida ahora, comparándola con tiempo atrás. ¿Qué ha cambiado? ¿Qué te falta
ahora? ¿Qué te llevó a tu estado actual? “…vuelve
a actuar como al principio” (v. 5 – RVC), con la misma motivación, con la
misma pasión por el Señor. No creas que las cosas y los tiempos han cambiado y
que ahora no puedas tener más ese entusiasmo y esa comunión con el Señor; que
tu estado ahora es tu realidad actual adaptada a los tiempos modernos. No es el
tiempo que ha cambiado; eres tú el que ha cambiado. El tiempo no se puede arrepentir,
tú sí. Tus prioridades tienen que cambiar. Dale valor a lo que el Señor da
valor. Eso tiene que ser una decisión muy consciente e intencional, porque si
no, el diablo te va a engañar nuevamente con tantas cosas “lindas” y
aparentemente necesarias, de modo que en una semana estarás nuevamente sin
primer amor. Y cuando hablamos de primer amor, no estamos hablando de
sentimientos, de emoción. Porque estos son tan volátiles que es imposible
basarse sobre sentimientos. Estamos hablando de decisión, de lealtad, de
compromiso incondicional, de integridad, de comunión con el Señor, de búsqueda
de su voluntad, etc.
¿Y
si no? ¿Si me gusta mi estado actual? ¿Si volver a lo de antes cuesta demasiado
y no estoy dispuesto a pagar ese precio? Entonces, dice el Señor, que él se
encargará de quitar el candelabro de su lugar. El candelabro es fuente de luz
en el templo. Es símbolo de la presencia en nosotros de la luz de Cristo, quien
es la luz del mundo. Así él dijo también que nosotros debíamos ser la luz del
mundo, brillando con la luz de él dentro de nosotros. Pero cuando admitimos
pecado en nuestra vida, esta se empaña y se ensucia, y la luz de adentro no
puede salir más con toda nitidez. Cuanto más tiempo se estira esta situación,
más y más se reduce la potencia de la luz hasta quedar totalmente oculta. Ya no
somos la luz del mundo, porque el mundo que permitimos que se meta a nuestra
vida ha ocultado esa luz. Quizás esta haya sido la situación en la iglesia de
Éfeso por la influencia del culto a la diosa Diana.
Pero
el candelabro es también símbolo de la iglesia, como lo hemos visto en el
último versículo del capítulo 1. Una iglesia que no lucha por la santidad de
cada uno de los miembros pierde su razón de ser, así como pierde sentido un
candelabro que no alumbra. Solo estorba. Por eso, la iglesia pierde su razón de
ser porque ya no alumbra en el mundo. Algunas versiones traducen: “…quitaré tu candelabro de su lugar entre
las iglesias” (v. 5 – NTV). Ya no aparece más en la lista de iglesias. Es
cuando uno pregunta: “¿Y qué pasó de la iglesia tal o cual?”, y alguien
responde tristemente: “Esa iglesia se cerró. Ya no hay culto desde hace mucho
tiempo.” Hay muchos lugares en el mundo en las que templos se convierten en
museos o en cualquier otro tipo de instituciones. Su candelabro fue quitado de
su lugar. Es vital entonces, no solo para esta vida sino para toda la
eternidad, que mantengamos viva la pasión por el Señor.
Pero
es aquí, cuando vemos el peligro en que estamos si no nos mantenemos firmes,
que viene una promesa del Señor para el vencedor que nos da nuevo ánimo otra
vez. Esta promesa es precedida por la fórmula: “El que tenga oídos, escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias”
(v. 7 – NBD). Es un mensaje como de doble sentido: “¿Dices tener oído? Entonces
presta atención, porque no hay peor sordo que el que no quiera oír; o que no
quiera hacer caso de lo que oye.” Es decir, sutilmente Jesús tira la
responsabilidad sobre la persona. Si no habrá cambios en su vida, es porque
demostró no tener oído espiritual. “Si dices tener oído, entonces, ¡atendé,
pues!”
La
promesa del Señor para el que sí logra sobreponerse a todos los reveses de la
vida, a las tentaciones y a los problemas es que Jesús le dará de comer del
árbol de la vida que está al medio del paraíso. Esta expresión nos remonta
directamente a Génesis, cuando Dios puso al hombre en el jardín Edén. Dice la
Biblia que “en medio del jardín puso
también el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal”
(Gn 2.9 – DHH). Adán y Eva podían comer de todos los árboles del jardín, menos
del árbol del bien y del mal. Y famoso, lo que está prohibido es lo que más
atrae, y sucedió lo que ya sabemos. Como consecuencia de esto, los dos fueron
expulsados del jardín. Sí, fue un castigo, pero también una acción de gracia de
parte de Dios, una medida de protección. Él los expulsó para que no lleguen a
comer del árbol de la vida y vivan así por siempre en su pecado, sin posibilidad
de redención. Al cortar el acceso a ese árbol, Dios hizo posible que el ser
humano pueda alcanzar primero la salvación a través de Jesucristo. De esta
manera, y habiendo vencido todos los obstáculos, ahora sí recibe de manos del
mismo Jesús el fruto del árbol de la vida. Ahora sí, está en condiciones de
comer ese fruto y vivir para siempre porque ya ha sido salvado.
El
haber vencido no significa ser perfecto y no tener ninguna derrota. Esto es
imposible mientras estemos en este mundo. Siempre sufriremos derrotas de vez en
cuando en que el pecado nos arrolla. Pero hay una gran diferencia entre ser
salpicado a veces por el barro del pecado y vivir constantemente hundido hasta
la coronilla en el fango. Al aceptar a Cristo como nuestro Salvador, él nos ha
sacado de ese chiquero en el cual nos revolcábamos antes. Ser vencedor
significa cuidarnos de no salpicarnos de vuelta con esa mugre, y si vuelve a
suceder, correr de inmediato junto a Jesús, confesar nuestro pecado y dejarnos
limpiar de nuevo por él. Y esto de nuevo las veces que sea necesario. La
misericordia del Señor no tiene fin. Su gracia no se va gastando. Luchar por
una vida en santidad, eso es ser vencedor.
¿Estás
en esa senda victoriosa? Vuelvo a decir: no todos los días hay victoria. No
ganamos todas las luchas. Pero con Cristo ganamos la guerra. ¡Y eso es lo
decisivo! Pon a Jesús como tu Señor y Salvador, como tu capitán, como tu jefe
del ejército que lucha por ti y a tu lado juntamente contigo. Así, al final de
tu vida, podrás decir con Pablo: “He
peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti
4.7 – RVC). Mayor grito de victoria no puede haber.
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