El
domingo pasado hablamos de la familia de Dios, como imagen o ilustración de lo
que es la iglesia. ¿Eres tú miembro de la familia de Dios? ¿Seguro? ¿Cómo lo
sabes? ¿Cómo te hace sentir el saber que Dios sacrificó todo con tal de poder
adoptarte como su hijo?
El
martes pasado, aquí en la reunión de estudio bíblico y oración compartimos
amenamente entre todos los participantes su experiencia con escuchar a Dios y
ser guiado por él. ¿Tú escuchas a Dios? Es decir, ¿percibes cuando él te habla?
Con seguridad que es un proceso de aprendizaje poder identificar su voz. Pero
una declaración enfática de Jesús en nuestro texto de hoy es: “…las ovejas oyen su voz [la del
Pastor]; … lo siguen, porque conocen su
voz” (Jn 10.3-4 – RVC). ¿Y si no reconocemos su voz? ¿No somos sus ovejas?
¿No pertenecemos a su rebaño?
Hoy
seguimos con otra imagen que el Nuevo Testamento usa para referirse a la
iglesia: el rebaño de Dios. En el texto que nos toca estudiar hoy no dice
expresamente que esta imagen se refiere a la iglesia, pero al analizar más a
fondo lo que dice Jesús sí se refiere a eso. Lo encontramos en el Evangelio de
Juan, capítulo 10.
F Jn 10.1-16
¿Se
acuerdan de la historia cuando Dios se le presentó a Moisés en la zarza
ardiente, enviándolo a Egipto para liberar a los hebreos de la esclavitud?
Primeramente, Moisés presentó un montón de excusas como para no embarcarse en
esta misión suicida, porque él se había criado junto con el faraón de este
momento. Lo conocía mejor que cualquiera, y sabía que ese gobernante había
puesto en alerta al FBI y la Interpol por el egipcio que Moisés había
asesinado. Cuando ya se le acaban sus cartuchos y Dios no se dio por vencido,
Moisés pregunta por su nombre de Dios. ¿Y cómo se presentó Dios? ¿Qué nombre le
reveló a Moisés? “YO SOY EL QUE SOY. Dile
esto al pueblo de Israel: ‘YO SOY me ha enviado a ustedes’ (Éx 3.14 – NTV).
Así que, este nombre “Yo soy” quedó marcado en la mente de los judíos por todos
los tiempos. Era el nombre con el cual el Dios todopoderoso se les había
revelado en un momento histórico sin igual.
Volvemos
ahora al Evangelio de Juan. Encontramos en este libro 7 expresiones de Jesús en
las que él se compara con algo: “Yo Soy el pan de vida”, “Yo Soy la luz del mundo”,
“Yo Soy la resurrección y la vida”, “Yo Soy el camino, la verdad y la vida”,
etc. Dos de estas 7 expresiones de Jesús están en este pasaje que acabamos de
leer. Y cada vez que él decía esto, los judíos identificaban inmediatamente el
nombre con que Dios se reveló a Moisés. “Yo Soy” seguía siendo el nombre de
Dios, y cada vez que Jesús utilizaba este nombre para aplicarlo a sí mismo, él
estaba diciendo que él era Dios. Precisamente esto fue una de las acusaciones
principales en su contra que finalmente sentenció su muerte. Los fariseos y
escribas eran personas muy estudiadas y entendían perfectamente que Jesús se
identificaba con Dios. Pero ellos no querían admitirlo, porque al reconocer a
Jesús como Dios se condenaban a sí mismos por no creer en él. Por eso
prefirieron matar al que lo decía para así hacer callar al que les removía la
conciencia en vez de humillarse ante este Yo Soy. Bueno, esto no más como
trasfondo para entender la profundidad de lo que Jesús está diciendo en este
pasaje.
Jesús
empieza contrastándose de cualquier otro que podría aparecer por el redil. Es
decir, inicialmente Jesús no se identifica claramente como el Buen Pastor, pero
más tarde sí lo hace. Los demás, que no son él como Buen Pastor, entran al
redil clandestinamente, violentando la protección alrededor de la manada. Los
pastores frecuentemente tenían que llevar a las ovejas lejos de su casa para
encontrar pasto y agua suficientes en una zona árida y de poca vegetación.
Solían juntarse entre varios pastores con sus respectivos rebaños. Donde
encontraban pasto y agua, construían un tipo de cerco de piedras o de ramas espinosas
como protección, con una pequeña abertura. Por esa puertita metían a la
tardecita a todas las ovejas. Uno de los pastores se quedaba de guardia en la
puerta para evitar que alguna oveja salga durante la noche o que algún animal
salvaje entre a matar las ovejas. A la mañana siguiente, cada pastor llamaba a
sus ovejas que seguían el tono de su voz para identificar a su pastor, y las guiaba nuevamente al
campo para que busquen el alimento del día.
Además
de animales feroces, había también personas feroces que fácilmente podían
superar la cerca para meterse clandestinamente a causar estragos entre las
ovejas. Jesús se distingue claramente de ellos diciendo que él entra por la
puerta, no por atrás. Es decir, Jesús siempre se te va a acercar de frente, con
sinceridad, no con engaños. Esto último lo hace Satanás. La Biblia lo llama
luego el “padre de la mentira” (Jn 8.44). Satanás te pinta las cosas bonitas,
pero después te hace pagar un precio excesivamente alto por eso. Jesús pagó un
precio excesivamente alto para poder darte no una pinta de cosas bonitas, sino
la vida verdadera y en abundancia. “Cuando
el ladrón llega, se dedica a robar, matar y destruir. Yo he venido para que
todos ustedes tengan vida, y para que la vivan plenamente” (v 10 – TLA). Los
otros —los animales o los ladrones y bandidos— procuran meterse al corral para
causar estragos. Jesús entra para cuidar a las ovejas. Unos se aprovechan de
las ovejas, Jesús se entrega por ellas. Uno trae muerte; el otro, vida de la
más alta calidad. ¿A cuál prefieres que se haga cargo de tu vida?
Jesús
dice que ese pastor, con lo cual se refiere a sí mismo, entra libremente por la
puerta de ese corral improvisado. Después él menciona dos detalles que revelan
una intimidad sin igual entre el pastor y sus ovejas. Por un lado, el pastor
llama a sus ovejas por su nombre. Esto refleja un enorme interés por ellas.
Quiere decir que Jesús se interesa por cada uno como si no existiera en el
mundo ni una oveja más. Su trato siempre es personal y directo. Por eso él va a
ir también detrás de una oveja que se le ha perdido. Por el interés que él
tiene en cada una, él se da cuenta cuando una falta y se va a buscarla. Para
Satanás somos uno más del montón. Él masifica todo. El individuo pierde
totalmente su valor y su identidad. En el mejor de los casos llegamos a ser un
número entre millones otros. Digo “mejor de los casos” porque al menos tenemos
un número que nos identifica, pero no se le da ningún valor a ese número y no
se manifiesta interés alguno por saber quién está detrás de ese número. Para
Jesús, tú eres de tanto valor que él volvería a morir por ti si fuera
necesario. Él sabe incluso cuántos cabellos tienes en la cabeza, dice la Biblia
(Lc 12.7). ¿Qué significa esto para ti saber que Dios se interesa por ti como
si no existiese otro ser humano en este mundo?
El
otro detalle de intimidad es que las ovejas reconocen su voz. Están tan
familiarizadas con la voz de su pastor que lo distinguen entre miles de otras
voces. Es lo mismo que dos enamorados. Cuando las mariposas en el estómago
están en su máxima revolución, pueden estar en medio de un mar de gente, pero
la voz o la risa del(la) enamorado(a) parece tener una línea directa al oído de
su pareja que sobresale a todos los demás ruidos. ¿Describe esto tu relación
con Dios? Si no, hay lugar todavía para crecer en tu intimidad con él.
Las
ovejas tienen una particularidad: escuchan y hacen caso solo a la voz de su
pastor. Por eso se podían mezclar en un redil las ovejas de varios pastores. No
había peligro alguno de que no se los pueda separar otra vez al otro día. De
eso se encargaban las mismas ovejas. Uno tras otro se presentaban en el corral
los pastores y llamaban a sus ovejas. Estas le seguían fuera del corral, y solo
aquellas que identificaban su voz como la de su pastor. Los demás se quedaban
adentro. Es más, la voz de un desconocido les produce tal temor e inseguridad
que huyen de él. Su oído es su forma de guiarse. Dicen que las ovejas tienen
una vista muy corta, de modo que no se pueden valer de ella para ubicarse, y
fácilmente se pierden. Pero sí tienen un oído especial para la voz de su
pastor. Mientras escuchan esa voz, saben que están a salvo. Si él se mueve y
les habla, las ovejas se mueven con él. Moisés había sido pastor de ovejas
durante 40 años. Por eso él le decía a Dios: “Si no vas a ir con nosotros, no dejes que nos movamos ni un paso de
este lugar” (Éx 33.15 – NBV). Él quería quedarse donde estaba su Pastor.
Leyendo
esta descripción, yo entro en crisis. Si yo no sé identificar la voz de Dios,
¿será que no soy su oveja? Quizás me parezco demasiado a los que describe el
versículo 6: “Jesús les puso esta
comparación, pero ellos no entendieron lo que les quería decir” (DHH). O,
como lo dijo una vez un hermano: “Algunos, en vez de ser ovejas, son abejas”
(F. Zapata). Bueno, si no sé identificar su voz, no creo que esto
automáticamente signifique que no soy su oveja. Si tengo el deseo de
escucharlo, si busco ser guiado por él, él lo hace. Mi espíritu se une con el
Espíritu de Dios y le sigue, aunque yo no sea consciente de ello. Pero sí,
significa que tengo mucho margen todavía para crecer. Mi intimidad con Dios
debe profundizarse para que yo pueda percibir su voz hablándome, no
audiblemente, por supuesto, pero sí que mi espíritu llegue a ser consciente de
la voz del Espíritu Santo. ¿Qué significa para ti profundizar la intimidad con
Dios? ¿De qué manera lo puedes lograr?
Ante
la no comprensión de la gente, Jesús mostró claramente que él estaba hablando
de sí mismo: “Yo soy la puerta…” (v.
7). Y dos versículos más adelante vuelve a decirlo: “Yo soy la puerta: el que por mí entre, se salvará” (v. 9 – DHH).
Al decir que a través de él se consigue la salvación, las ovejas que entran por
él son entonces las personas salvas, tú y yo, y el rebaño llega a ser entonces
la agrupación de estos redimidos, la que hoy llamamos “iglesia”. Entonces, esta
identificación de Jesús como puerta a la salvación nos muestra que el rebaño es
una imagen para la iglesia. Y es una imagen de máxima ternura y confianza. Dice
que las ovejas entran y salen y encuentran pasto. Cero preocupaciones, 100%
confianza en su proveedor.
Luego
Jesús pasa a usar otra imagen, íntimamente ligada al rebaño: “Yo soy el buen pastor” (v. 11 – DHH),
uno que está dispuesto a sacrificarse a sí mismo por el bien de los demás. Y
nuevamente Jesús se contrasta con otros; en este caso con el asalariado. Al asalariado
solo le interesa ganar lo más que se pueda, trabajando lo mínimo que se pueda.
Y… por si acaso, Jesús no estaba hablando de los políticos…
En
mi juventud trabajé en una radio local en Filadelfia. Cuando eso no existía
ninguna computadora, automatización, etc. Cada canción que sonaba en la radio
se tenían que reproducir desde un disco de vinilo, una cinta abierta, un casete
o algo por el estilo. Había un compañero que largaba una canción o un programa
grabado, y si no sonaba nada, no era su problema. Él no iba a revisar todos los
botones y perillas de la consola, no iba a investigar la razón por la que no
sonaba nada. Lo dejaba ahí, en pleno silencio. Él había largado la canción o lo
que fuere, y si no sonaba, no tenía nada que ver con él. El resto no le
importaba. Solo le interesaba cobrar su sueldo a fin de mes – al igual que un
pastor asalariado.
Se
pueden imaginar la frustración de los directivos de la radio con este muchacho.
¿Se pueden imaginar también la frustración de Dios por alguien que no pone
ningún interés en obedecer sus mandamientos; alguien que no muestra el mínimo deseo
de cuidar a las ovejas? Día tras día está con su aire acondicionado esperando a
que llegue fin de mes para poder cobrar su siguiente sueldo. Estos no son de
ninguna utilidad en el reino de Dios, porque ante la menor incomodidad salen
corriendo, permitiendo que el enemigo cause estragos en el rebaño del Señor. El
asalariado cuida las ovejas por dinero, mientras que el pastor lo hace por
amor. El pastor es el dueño de las ovejas y se dedica a ellas. Jesús es el Buen
Pastor, y por amor él cuida a su rebaño, a su iglesia.
Y
antes de dejar esta imagen del rebaño, Jesús hace todavía un comentario al
margen, pero de tremendo valor para nosotros: “Tengo también otras ovejas que no son de este rebaño, y debo traerlas
a ellas también. Ellas escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo
pastor” (v. 16 – PDT). Estas ovejas de otro rebaño somos nosotros, los
gentiles. Jesús se sacrificó a sí mismo para abrirnos el paso a su redil para
formar un solo rebaño entre judíos y gentiles con un solo pastor, el Señor
Jesucristo.
¿Eres
tú parte de este rebaño de Dios? Si sí, ¿conoces su voz? ¿Vives una intimidad
plena con tu pastor? ¿O qué deberías mejorar de tu relación con Cristo?
Si
no eres parte del rebaño, de la iglesia de Cristo, ¿qué te impide llegar a
serlo? Ya hemos visto que se llega a entrar a ella a través de la puerta que es
Cristo: aceptar a Jesús como tu Señor y Salvador, abrirle la puerta de acceso a
tu vida entera para que él tire toda la basura que has acumulado en tu
interior, te restaure y te convierta en un hijo de Dios. Hacer este paso es muy
sencillo: simplemente tienes que pedirle que lo haga, y él lo hará.
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