sábado, 13 de abril de 2024

El templo de Dios




 




            Antes de entrar al tema de hoy vamos a hacer un repaso del domingo pasado. ¿Quién se acuerda de qué hablamos? La iglesia como pueblo de Dios. ¿Qué es lo que más recuerdas de este tema? Mi propósito en esta tierra es glorificar a Dios. Formo parte del grupo de los “recuperados” del reino de las tinieblas. ¿Y qué vas a hacer (o has hecho) al respecto de lo que te llamó la atención? Quizás sería bueno traer un bloc de notas o un cuaderno para tomar apuntes durante la prédica para así poder repasar lo que más te llamó la atención y de las medidas que implementarás para ponerlo en práctica durante la semana. No estamos aquí para pasar el tiempo, sino para aprender. Y en ninguna institución educativa de ningún nivel se pasa de grado con solo escuchar algo durante media hora por semana.

            Bien, hoy continuamos estudiando las imágenes que el Nuevo Testamento usa para describir a la iglesia. Suele haber cierta confusión de términos. Por ejemplo, para venir hoy a este lugar, ¿qué solemos decir? “Vamos a… (la iglesia.)” ¿Pero es correcto eso? ¿Es este lugar la iglesia? Si recuerdan la prédica del domingo pasado sabrán que el término “iglesia” es lo que la Biblia aplica al conjunto de personas salvadas por Cristo, es decir, a los que aceptaron a Jesús como su Señor y Salvador personal. Todos los que tenemos a Cristo como nuestro Señor en la vida formamos “la iglesia”. Entonces, este edificio no es la iglesia, sino el lugar donde se reúne la iglesia.

            Sin embargo, la Biblia nos describe a nosotros como iglesia con la imagen de un templo. Parece un juego de palabras, ¿no? El templo no es la iglesia, pero la iglesia es como un templo. Es más que nada una comparación con el fin de ilustrar ciertos aspectos que vamos a tratar de descubrir ahora. Veamos un primer texto.

 

            F1 Co 6.19-20

 

            Este versículo es muy conocido, pero quizás no el alcance del mismo. Para empezar, es una respuesta contundente a las mujeres que dicen que pueden hacerse un aborto porque ellas deciden lo que hacen con su cuerpo. ¡Más equivocadas imposible! ¡Doblemente falso su argumento! Por un lado, el feto que se desarrolla en su vientre ya no es su propio cuerpo. Es el cuerpo de un ser separado de ellas con su propio ADN y su propia identidad. Causarle el fin de su existencia es nada menos que asesinato, y todas las leyes humanas y divinas prohíben matar al prójimo.

            En segundo lugar, ni su propio cuerpo es de ellas. Pablo dice aquí muy expresamente: “…ustedes no son dueños de su cuerpo” (v. 19 – PDT), ni las personas del mundo ni mucho menos los cristianos. Podemos compararlo con una casa. Dios nos ha dado una hermosa casa a estrenar —nuestro cuerpo— para que la habitáramos. En realidad, legalmente, la casa le pertenece a él, pero nos la entregó a cambio de mantenerla. Pero en nuestro egoísmo y orgullo no le hicimos caso y la usamos como nos dio la gana, convirtiéndola en un verdadero cuchitril, totalmente sucio, arruinado y asqueroso. Un día llega Dios. Estaría en su pleno derecho enfurecerse por lo que le hicimos a su casa y declarar juicio sobre nosotros. Pero en cambio, nos ofrece comprarla de nuevo y restaurarla a su gloria inicial. Y ahora deja a su Espíritu Santo a que viva en esa casa como dueño legítimo. Nosotros seguimos viviendo en ella, pero ya no somos dueños. Ya no tenemos el derecho de decidir qué se hace con la casa, para qué se usa, qué se mete dentro de ella, etc. Eso lo determina ahora su verdadero y legítimo dueño. Esta ilustración describe lo que significa que “la casa” —nuestro cuerpo— sea templo del Espíritu Santo.

            Pero hay otra implicancia más. En el siguiente versículo Pablo dice: “Dios los compró a un alto precio. Por lo tanto, honren a Dios con su cuerpo” (v. 20 – NTV). Ya lo mencioné en otras prédicas que fuimos comprados y rescatados a precio de sangre. En el ejemplo de la casa, Dios no nos echó del desastre en que habíamos convertido su casa, sino que pagó de nuevo por ella, y un precio muy alto, la de la vida de su Hijo. ¿Vamos a tener en poco este sacrificio y usar la casa —nuestro cuerpo— de manera inapropiada? Lo más común y lo primero que se menciona al hablar del cuidado de nuestro cuerpo es no dañarlo con materiales tóxicos y dañinos como el alcohol, el humo de cigarrillos y las drogas. Y de verdad, estas cosas dañan muchísimo a este templo del Espíritu Santo. Pero hay mucho más que eso y que incluso se puede ocultar hasta cierto punto – por lo menos ante los hombres. Por ejemplo, todo el contexto de estos versículos aquí en 1 Corintios 6 habla de la prostitución y de los pecados sexuales. Es una forma de contaminar no solamente el cuerpo, sino también la mente y el alma. En los versículos anteriores, Pablo dice: “¿…habré de tomar yo esa parte del cuerpo de Cristo y hacerla parte del cuerpo de una prostituta? ¡Claro que no! … Cualquier otro pecado que una persona comete, no afecta a su cuerpo; pero el que se entrega a la prostitución, peca contra su propio cuerpo” (1 Co 6.15, 18 – DHH).

            Además de esto, Jesús dijo una vez: “…lo que sale de la boca, sale del corazón; y esto es lo que contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos deseos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre” (Mt 15.18-20 – RVC). Como dije, muchas de estas cosas pueden quedar ocultos por un tiempo, pero ¡cómo contaminan! En el Sermón del Monte dijo Jesús: “…cualquiera que mira con deseo a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5.28 – DHH). ¡Socorro! “Entonces, ¿quién podrá ser salvo?”, preguntan los varones. Son contaminaciones del templo del Espíritu Santo que quedan bastante ocultos, pero son veneno puro. Los pecados mentales no se notan tan fácilmente, pero son tan reales como si se los hubiera cometido físicamente. Solo el arrepentimiento y la gracia de Dios nos pueden liberar de esto.

            El otro tema en cuanto al cuidado del cuerpo es la alimentación. Podemos hacerle mucho bien a nuestro cuerpo con nuestro estilo de alimentación, pero también mucho daño. Comer en exceso, envenenar el cuerpo con gaseosas y comida chatarra, tragar sin masticar, consumir enorme cantidad de grasas y azúcares, etc., son formas muy frecuentes de deshonrar el templo del Espíritu Santo al usar nuestra casa para cosas para la cual no fue construida. El ejercicio físico es otro tema, pero ya es suficiente como para saber qué es cuidar ese templo. ¿Puedes decir que honras a Dios con tu cuerpo? Si no, ¿qué deberías hacer para corregir esto?

            Ahora alguien podría objetar diciendo que este texto habla de mi templo —mi cuerpo— en lo individual y que aquí no se menciona nada de la iglesia a la que supuestamente debe representar. Tiene toda la razón. Pero hay otro texto en la misma carta que sí se refiere a la iglesia. Y todos los principios acerca de cuidar el cuerpo humano se aplican también al cuerpo de Cristo. Retrocedamos ahora 3 capítulos para ver un texto muy parecido, pero refiriéndose a la iglesia.

 

            F1 Co 3.16-17

 

            Realmente, como dije, un texto muy parecido al anterior, solo que aquí Pablo se refiere a la iglesia entera; ya no más a mi cuerpo, sino al cuerpo de Cristo. Otra versión dice: “¿No se dan cuenta de que todos ustedes juntos son el templo de Dios y que el Espíritu de Dios vive en ustedes” (v. 16 – NTV)? Causarle daño a este templo de Dios, a la iglesia de Dios, es cosa muy seria: “Si alguien destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque santo es el templo de Dios, el cual son ustedes” (v. 17 – RVA2015). ¿Cómo puedo destruir o dañar el templo de Dios? Por un lado, por mi mal testimonio. ¡Cuánto duele escuchar a los incrédulos decir: “¿Y este dice ser cristiano? Entonces yo no quiero serlo. Si en esa iglesia le enseñan comportarse así, mejor no me voy a esa ni a ninguna iglesia.”! El mal testimonio destruye el templo de Dios.

            Otra forma es crear su propio grupo de poder con adherentes de la misma iglesia, quizás en contra de otra postura, en contra del equipo pastoral o en contra del pastor. Cuando se forman dos bandos en una iglesia y que no pueden o no quieren trabajar sus diferencias por orgullo, el templo de Dios se destruye. No solamente un grupo considerable puede abandonar la iglesia detrás de otro líder, sino esta división trae también tanto descrédito sobre la iglesia y todas las iglesias cristianas. El templo de Dios se destruye.

            También podemos mencionar la infiltración de otras ideas o doctrinas que no son bíblicas, o un énfasis exagerado en ciertas doctrinas específicas, dejando al lado casi totalmente el resto de lo que enseña la Biblia. Hace muchos años atrás asistimos a una iglesia en que todas las prédicas del pastor todos los domingos eran el ABC del evangelismo. Los miembros sabían de memoria cómo ser salvo, pero nada más. El pastor era un evangelista de primera, pero no era maestro de la Palabra. Así que, nos turnamos en la prédica, él con mensajes evangelísticos y yo con prédicas de enseñanza.

            Otras formas de dañar el templo de Dios son la irresponsabilidad, no cumplir con las tareas que le corresponden, picharse y borrarse de la iglesia por cualquier cosa que no le agrada, etc. Esto último he visto en varias ocasiones que personas muy activas se salieron de su ministerio y dejaron de asistir por meses, solo porque había algo que no les agradaba en la enseñanza del pastor, en la organización de la iglesia, en la práctica o las actividades de la iglesia, porque no se les hace caso como quisieran, etc. Los motivos pueden ser muchos, pero la reacción es siempre igualmente inmadura y dañina para el cuerpo de Cristo. ¿Honras tú el templo de Dios? Si no, ¿qué deberías cambiar para que lo hagas?

            Y tenemos todavía un tercer texto que habla de la iglesia como el templo de Dios. Lo encontramos en la carta de Pablo a los efesios.

 

            F Ef 2.20-22

 

            Aquí Pablo también compara a la iglesia con un edificio o una construcción. Sabemos que uno de los elementos principales de cualquier edificación es el cimiento. Jesús mismo mencionó en su parábola de los dos constructores que sin un fundamento adecuado, la casa no perdura. Tanto Jesús en esa parábola como Pablo en este texto de Efesios identifican el fundamento como la obediencia a la Palabra de Dios. Pablo menciona aquí como fundamento a los apóstoles y profetas. Los apóstoles eran los discípulos de Jesús, con la inclusión también de Pablo, aunque él no se consideró digno de ser contado entre ellos (1 Co 15.9). Los profetas eran los que entregaban mensaje de Dios al pueblo. Es decir, los apóstoles y los profetas eran los que se dedicaban a enseñar el camino de Dios a la gente. Serían hoy los maestros y predicadores que exponen cuidadosa y meticulosamente la Palabra de Dios a la iglesia. Su enseñanza es un fundamento sólido sobre el cual una iglesia se puede desarrollar adecuadamente. Una iglesia que no tiene una clara enseñanza bíblica tiene alta probabilidad de convertirse en un club cristiano con el único fin de entretener a la gente. Sigo considerando muy adecuada la elección de un nombre para nuestras iglesias que hizo el Dr. Arnoldo Wiens a inicios de la década de los 90 cuando impuso contra toda objeción el nombre “Iglesia Evangélica Bíblica” de tal o cual barrio. Y desde entonces, la Biblia siempre ha sido el elemento crucial en todas las iglesias. Mucho énfasis se le ha dado al estudio de la Palabra de Dios ya por más de 30 años. Y seamos muy celosos de esta característica de la gracia de Dios sobre nuestras iglesias para seguir siendo bíblicas todo el tiempo.

            Pero la enseñanza de los apóstoles y profetas no surgió de su propia imaginación. En el fundamento que su enseñanza formó, Cristo es el elemento principal, la “piedra angular” como Pablo la llama. Por eso él puede escribir a los Corintios: “…nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, que es Jesucristo” (1 Co 3.11 – DHH). Cristo y su Palabra deben ser siempre el centro y la base de toda enseñanza y de la vida completa de una iglesia. Si hay esta base, pueden venir tormentas y problemas que quizás causen daño al templo de Dios, pero no lo podrán destruir por completo. Esta es, precisamente, la enseñanza central de la parábola de los dos constructores.

            ¿Por qué la iglesia no será destruida? “En él [Cristo] todo el edificio, bien ensamblado, va creciendo hasta ser un templo santo en el Señor” (v. 21 – RVA2015). Los que entienden algo de construcción saben cómo se conecta toda la estructura firmemente con todas las partes, empezando desde las zapatas en el cimiento, el encadenado, las columnas y la loza. Todo está cuidadosamente armado y unido, de modo que, junto con el hormigón, constituya una estructura capaz de resistir cualquier cosa. Así es necesario que toda la iglesia —cada hermano con todos los demás— esté firmemente unida entre sí y con Cristo para que pueda crecer sostenidamente, contra vientos y marea. No significa que todos deban pensar y actuar uniformemente, porque esto haría que la iglesia se vuelva unilateral —sin equilibrio— lo que, a la larga, llevaría a un derrumbe de la misma. Significa que en medio y a pesar de ser y pensar diferentes, la presencia del Espíritu Santo pueda ser el hormigón que le da tanta firmeza a la estructura de modo que estas diferencias no sean ninguna amenaza sino, más bien, constituyan el equilibrio que necesita la iglesia. Y por su gracia, Dios va limando las asperezas hasta que estas diferencias lleguen a ser complementos perfectos el uno del otro y fortalezcan mucho más una pared como si todos los ladrillos estuvieran en línea uno encima del otro.

            El apóstol Pedro también usa la imagen de una construcción, y dice que dentro de ella todos somos “piedras vivas” (1 P 2.5). Imagínense un ladrillo vivo. Estaría revolcándose todo el tiempo y protestando contra las esquinas y asperezas de los ladrillos a su alrededor; que son pesados; que no se quieren adaptar, etc. Y, finalmente, decide saltarse de la pared porque no aguanta a los ladrillos a su alrededor. ¿Cómo quedaría esa pared con el hueco dejado por ese ladrillo? Sufriría daño considerable, perdiendo valiosa estabilidad. Así es en una iglesia cuando el templo de Dios sufre daño por nuestro egoísmo y orgullo. Pero si nos mantenemos bien ensamblados unos con otros y cimentados en Cristo, la construcción sigue levantándose. Es un proceso, a veces lento y complicado. Somos una obra en constante progreso. Pero la construcción del templo de Dios va avanzando, para honra y gloria del Constructor en Jefe, el Señor Jesucristo. “En él también ustedes se unen todos entre sí para llegar a ser un templo en el cual Dios vive por medio de su Espíritu” (v. 22 – DHH). Esto me da la imagen de un ambiente bien cerrado y firmemente unido que formamos entre todos para que esta estructura pueda contener al Espíritu Santo. ¿Y si algunas de las piedras se niegan a ocupar el lugar que les corresponde y se produce un hueco? ¿Habrá una “fuga de Espíritu”? No lo sé. Creo que la gracia de Dios es mayor que este hueco, pero de causar daño sí lo causa.

            ¿Honras tú el templo de Dios, su iglesia? ¿Ocupas tú el lugar que te corresponde? ¿Estás firmemente integrado con los demás hermanos y con Cristo, creciendo en el conocimiento y la obediencia a su Palabra? No estoy hablando de perfección. Todos, sin excepción, cometemos errores y nos ponemos tercos algunas (muchas) veces. Estoy hablando más bien del deseo de mi corazón, de mi enfoque en la vida. El domingo pasado hablamos de que estamos en este mundo para el único propósito de poner en alto el nombre de nuestro Dios y de honrarlo con cada aspecto de nuestra vida. También en eso no somos acabados todavía, sino seguimos creciendo. Mientras no se instale en ti una indiferencia, apatía o incluso rebelión hacia Dios y su iglesia, estás en buen camino, el camino de la gracia de Dios que levanta una y otra vez al que ha caído, al ladrillo que saltó de su lugar, y lo vuelve a poner en el muro para que siga colaborando con el crecimiento de la iglesia. ¿Qué te está hablando Dios en este momento? ¿Qué vas a hacer al respecto? Y si no conoces todavía personalmente al Constructor en Jefe, si no le abriste tu vida para que te transforme también a ti, hazlo en este momento.


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