Hace dos semanas iniciamos la
revisión de los mensajes que Cristo envió a 7 de las iglesias que se
encontraron en el territorio que hoy es el país de Turquía. La primera iglesia
que vimos es la de Éfeso. Y terminamos reflexionando y exhortándonos a ser los
vencedores que Cristo buscaba en Éfeso – y en Parque del Norte. Estas son
personas que luchan por la santidad; por la pureza; por mantener la fidelidad a
Dios, cueste lo que cueste. ¿Eres tú un vencedor?
Hoy
queremos continuar con el segundo mensaje de Cristo. Este está dirigido a la
iglesia de Esmirna. Era una ciudad situada en la costa sobre el Mar Egeo, un
tipo de brazo del Mar Mediterráneo. Está a unos 40 kilómetros al norte de
Éfeso. Hoy esta ciudad se llama Izmir. “La iglesia de esa ciudad luchaba contra
dos fuerzas enemigas: una población judía muy opuesta al cristianismo, y una
población no judía que era leal a Roma y apoyaba la adoración del Emperador. La
persecución y el sufrimiento eran inevitables en un ambiente así” (Comentarios de la Biblia del Diario Vivir). Leamos el mensaje a esta
iglesia.
F Ap 2.8-2.11
Como
en todos los mensajes, primero se presenta Cristo con una descripción
específica para cada ciudad y que ya Juan había mencionado en el primer
capítulo cuando describió al que vio hablando como un toque de trompeta (Ap
1.10). En esta carta a Esmirna, Jesús se presenta de dos maneras: primeramente,
como el primero y el último (Ap 2.8). Ya en el capítulo 1 Jesús mismo había
dicho: “Yo soy el Alfa y la Omega, el
principio y el fin, el que es, el que era, y el que ha de venir” (Ap 1.8 –
RVC). El Alfa y la Omega son la primera y la última letra del alfabeto griego.
Sería lo mismo decir hoy: “Yo soy la A y la Zeta…”. Decir que es “el principio
y el fin” es como la traducción o explicación del Alfa y la Omega. O sea, decir
que es el Alfa y la Omega significa que es el principio y el fin. Es un modismo
de los judíos de mencionar lo primero y lo último. Esto llega a ser como una especie
de paréntesis que incluye a todo lo demás. Es decir, Jesús es quien abarca
todo; quien incluye todo; quien conoce todo; quien controla y domina todo; el
único vencedor “de punta a punta”. No existe nada fuera de él.
En
su mensaje a Esmirna, Cristo no incluye una frase que él había dicho en el
capítulo 1: que él es “el que es, el que
era, y el que ha de venir” (Ap 1.8 – RVC). Esto es otro ejemplo de lo
absolutamente abarcativo —de lo “omni”— que es él: la eternidad (la
“omnitemporalidad”). Jesús es el Alfa y la Omega también respecto al tiempo:
existe desde la eternidad y hasta la eternidad; siempre existió y siempre
existirá. Además, al referirse a sí mismo como “el que es”, Jesús hace
referencia a la manera en que Dios se le presentó a Moisés como “YO SOY EL QUE SOY” (Éx 3.14 – RVC). Es
decir, Jesús se presenta aquí como Dios.
Jesús
abarca todo. Esto aparece en varios textos del Nuevo Testamento. Por ejemplo, Pablo
escribe a los colosenses: “Dios creó todo
por medio de Cristo y para Cristo” (Col 1.16 – TLA). Cristo es a la vez el
medio por el cual fue creado todo y también el receptor o destinatario de toda
la creación. A los efesios Pablo escribe lo que parece ser un tratado
filosófico: “Dios sometió todas las cosas
bajo sus pies [de Cristo], y lo dio a
la iglesia, como cabeza de todo, pues la iglesia es su cuerpo, la plenitud de
Aquel que todo lo llena a plenitud” (Ef 1.22-23 – RVC). O sea, la iglesia
es la plenitud de Cristo, y Cristo es la plenitud de la iglesia, y de todo lo
demás. Me imagino que en el cielo entenderemos qué significa eso, pero lo que
sí podemos ver que Jesús abarca todo lo que existe. Fuera de él no hay nada. Él
encierra todo, abarca todo, conoce todo, controla todo, posee todo. En el cielo
y en la tierra no existe nada que no esté sujeto a él. Él es la plenitud de
todo, y tú y yo estamos en él y, por lo tanto, tenemos acceso a toda su
plenitud. Él quiere hacer notar a través de ti su plenitud de vida, plenitud de
sabiduría, plenitud de poder, plenitud de recursos, plenitud de gozo y todo lo
demás. Él vino para que tengas una vida plena, abundante en todos los sentidos.
¿Eres tú la vidriera que muestra al mundo la plenitud de Dios? ¿O te pareces
más a un mendigo que se arrastra por esta vida?
En
el mensaje a la iglesia de Esmirna, esta no es la única carta de presentación
que Cristo da de sí mismo. También se describe como “el que estuvo muerto, pero ha resucitado” (v. 8 – SyEspañol). Esto
es algo que conmemoraremos especialmente esta semana que viene. Esta
formulación nos transporta inmediatamente a aquel mensaje glorioso de los
ángeles cuando les dijeron a las mujeres: “¿Por
qué buscan ustedes entre los muertos al que está vivo? No está aquí, sino que
ha resucitado” (Lc 24.5-6 – DHH). ¡Aleluya! Cristo es el Alfa y la Omega de
la vida. El que estuvo muerto y ha resucitado no es otra cosa que ser el
vencedor absoluto, como dije, “de punta a punta”. No hay obstáculo en el
universo físico ni espiritual que pueda hacerle frente. Nuestra victoria es
posible gracias a la victoria de Cristo sobre Satanás, el pecado y la muerte. ¡Y
ese es nuestro Dios y Salvador! ¡Ese es el guerrero que lucha a nuestro lado!
¡Él es mi Cristo, mi Señor, mi Amado, el que me lleva de victoria en victoria
tras cada batalla! Lo único que debo hacer es mantenerme bien cerquita de él,
porque sin él, nada puedo hacer (Jn 15.5).
Ese
conocimiento de Cristo que abarca todo hace que él esté enterado hasta el
mínimo detalle de la vida de esta iglesia. Él dice: “Yo conozco tus sufrimientos y tu pobreza” (v. 9 – DHH). Más adelante
se va a referir a algunos de los sufrimientos por los que estaba pasando esa
iglesia. Pero antes se dirige a su sensación de pobreza. Su omnisciencia se
manifiesta en evaluar la situación desde la óptica de Dios. Aunque la iglesia
se consideraba muy pobre, él puede decir que “en realidad eres muy rico” (v. 9 – PDT). Dios mide con criterios
muy diferentes que nosotros. Podemos estar plagueándonos por todo lo que
creemos que nos hace falta cuando en realidad tenemos demasiado mucho. El texto
aquí no nos da mayores detalles acerca de la supuesta pobreza de esta iglesia y
de la riqueza que Cristo testifica de ella, pero podemos suponer con mucha
certeza que se trata de una riqueza espiritual, como lo traduce otra versión.
Santiago, el hermano carnal de Jesús, escribe en su carta: “Dios ha escogido a los que en este mundo son pobres, para que sean
ricos en fe” (Stg 2.5 – DHH); “para
que la confianza en Dios sea su verdadera riqueza” (TLA). O podemos pensar
también en las palabras del mismo Jesús en el Sermón del Monte: “Bienaventurados [dichosos, felices] ustedes los pobres, porque el reino de Dios
les pertenece” (Lc 6.20 – RVC). Esto no tiene nada que ver con lo que
proclaman algunas corrientes teológicas que dicen que hay un valor especial en
ser pobre; que por el simple hecho de no tener lo suficiente para sus
necesidades básicas la persona ya cuenta con medio pasaje al cielo. Sí, Dios es
tremendamente compasivo. Vemos que Jesús se conmovió reiteradas veces ante la
necesidad de la gente. Pero él no está exaltando la pobreza material, sino el
efecto que esto puede tener sobre el espíritu. El que tiene mucho dinero, puede
caer en la tentación de creer que con dinero se soluciona todo, y se vuelve
autosuficiente. El que tiene muy poco dinero también puede creer que el dinero
es lo que soluciona todo y llegar a renegar contra Dios por no tener
suficiente. Ambas personas están esclavizadas por el demonio Mamón, el dios con
minúscula que opera a través del dinero. Pero el que reconoce que su vida
depende completamente de Dios, sin importar cuánto dinero tiene, reconoce que
no posee recursos propios para mantenerse en pie delante de Dios. Este es el
que reconoce su pobreza como persona y es el único que puede extender su mano
como mendigo y recibir de Dios la gracia que necesita para así mantenerse en
pie delante de él. Esta era la situación de la iglesia de Esmirna, y en esta
actitud de dependencia de Dios radicaba su riqueza a pesar de su aparente
pobreza material. Por eso Dios corrigió su visión limitada de sí misma, diciéndole
que él la considera muy rica porque se abre a toda la plenitud de aquel que lo
llena todo. Lo opuesto es la iglesia de Laodicea que se creía muy rica, pero
Jesús le tuvo que decir todo lo contrario. Ya lo estudiaremos en su momento.
Acto
seguido, Jesús menciona algo del sufrimiento por el que ha pasado esta iglesia.
Ha sido afligida por calumnias de parte de otros que se llamaron judíos.
Aparentemente había en Esmirna judíos que perseguían a los que se convertían a
Cristo. Sus acciones y las mentiras que difundían acerca de los cristianos
trajo bastante sufrimiento sobre esta iglesia. Y la sentencia que expresa Jesús
respecto a estos supuestos judíos es bastante fuerte: los llama “sinagoga de
Satanás”. Probablemente eran personas devotas a Dios; probablemente sentían
celo por su religión; probablemente actuaban por convicción, pero estaban
absolutamente equivocados. Jesús declara que servían a los intereses de Satanás
y no de Dios. Sin embargo, el dolor que le causaban a la iglesia de la ciudad
no pasó desapercibido para Dios. Él estaba perfectamente enterado de la
situación y mandó este mensaje de aliento a la iglesia.
¡Y
qué oportuno este mensaje de ánimo! Porque los sufrimientos no habían acabado
todavía. El hecho de que Jesús conozca sus padecimientos, no significaba
todavía que elimine todos los sufrimientos y que haga caer fuego sobre la
sinagoga de Satanás. Eso es lo que nosotros nos hubiéramos imaginado si
hubiéramos estado en su situación. ¡Y definitivamente es lo que nosotros
hubiéramos hecho si hubiera estado en nuestras posibilidades! Los discípulos de
Jesús también estaban listos para pedir fuego del cielo sobre los samaritanos
que no habían querido dejar pasar a Jesús por su provincia. Así somos. Y la
verdad es que algún día el juicio de Dios caerá sobre ellos, si es que no se
arrepienten a tiempo, pero este
todavía no es el tiempo. Jesús anima a la iglesia a no tener miedo de los
sufrimientos que vendrían. Pareciera que lo peor estaba todavía por llegar. Por
eso ahora, en este momento, el mensaje de aliento de parte de Jesús. Él estará
con ellos en medio de su sufrimiento. Él mismo había sufrido esto, ¡pero al por
mayor! Por eso él le pudo decir a la iglesia: “No te asustes por los sufrimientos que vienen” (v. 10 – PDT).
Confieso que, si a mí me dijera esto, ahí sí me asustaría por saber que vienen
más sufrimientos. Pero como la iglesia de Esmirna ya había sufrido bastante,
escuchar esto en ese momento significaba un gran aliento porque sabía que, en
medio de todo, Cristo estaría con ellos y los sostendría. Y Jesús adelanta algo
en cuanto a la forma en que sufrirían: Satanás metería a algunos en la cárcel y
los maltrataría durante 10 días. Esa indicación de los 10 días es más que nada
una referencia a un período relativamente corto y controlado. En todo el
tiempo, Dios le pondría límites. ¿Se acuerdan de la experiencia de Job? Satanás
le dice a Dios que es fácil para Job servirle porque tiene todas las
bendiciones de Dios servidos en bandeja de oro. Bajo estas circunstancias,
¿quién no le serviría? Y Dios le da permiso a Satanás para comprobarlo por sí
mismo, pero bajo tales condiciones y dentro de tales límites. Dios no perdió el
control en ningún momento. ¿Fue probado Job? Más que nada creo que fue puesto a
prueba Satanás para que vea que la fidelidad de Job no dependía de los
beneficios que obtenía. Lo mismo también la iglesia de Esmirna. Por supuesto
que fue un tormento para la iglesia, quizás incluso les costaría la vida a
algunos, pero al mismo tiempo era una comprobación para Satanás que esta
sacudida no iba a destruir a la iglesia; que las puertas del Hades no podrían
prevalecer contra ella (Mt 16.18). Y Jesús le alienta a la iglesia que a pesar
de las tormentas y los tormentos que la esperaban, que nunca suelten la mano de
Dios: “Mantente fiel hasta la muerte”
(v. 10 – DHH); “…sigue firme en tu fe,
incluso si tienes que morir” (PDT). Ser fiel hasta la muerte nos suena a
seguir en nuestro caminar con Dios hasta que nos toque partir de este mundo de
aquí a 50 años. Pero que nos diga que sigamos firmes incluso si nos toque
morir, eso ya nos afecta muy fuerte. Ya no suena tan tranquilizante sino nos
pone de un momento a otro en estado de alerta. No importa en qué momento y a
causa de qué se produzca nuestra muerte, lo importante es serle fiel a Dios en
todo momento. Ya lo dije hace un tiempo atrás: la única manera de estar preparado
en ese momento es vivir preparado desde ahora. Nuestra fidelidad a Dios tendrá
su premio: la corona de la vida; la recompensa de la vida eterna (v. 10). “…te daré la vida como premio”, dice una
versión (DHH). La muerte aquí en la tierra, para el hijo de Dios es lo más
glorioso que le puede pasar. Nuestra humanidad limitada y afectada por el
pecado será cambiada por la eternidad y la perfección divina. Aun así, nos
causa cierto malestar o temor ante lo desconocido. Claro, nunca hemos muerto
todavía como para estar experimentado en ese sentido. Pero recuerden de cómo se
presentó Jesús al inicio de este mensaje: como el que había muerto y vuelto a
vivir. Es decir, él sí ha experimentado esto, y puede dar por eso un tremendo
aliento a su iglesia.
Esta
promesa de la vida guarda estrecha relación con la última promesa para el
vencedor. La iglesia de Esmirna es una de las que no reciben ninguna reprensión
por parte de Jesús. De la descripción de su estado actual él pasa directamente
a la fórmula: “El que tiene oídos, oiga
lo que el Espíritu dice a las iglesias…” (v. 11 –
DHH). Y lo que tiene para decirle a la iglesia de Esmirna es una ampliación de
la promesa al que se mantenga fiel hasta la muerte: “El que salga vencedor, no sufrirá el daño de la segunda muerte”
(v. 11 – RVC). La primera promesa señalaba la vida eterna como premio al que se
mantiene fiel a Dios hasta el final. Esta promesa indica que la segunda muerte
no podrá tocar al que vence todos los obstáculos y se mantiene fiel. ¿A qué se
refiere esto?
Hay dos nacimientos y dos muertes
que puede experimentar el ser humano: el físico y el espiritual. El que nace
dos veces, muere una sola vez, y el que nace una vez, muere dos veces. ¿Están
mareados? El que nace dos veces, es decir, el que nace física y espiritualmente, muere solo una vez:
la muerte física. Pero el que nace solo físicamente, muere dos veces: física y
espiritualmente. Y la muerte espiritual es la separación eterna de Dios. No sé
si en el infierno habrá fuego, o si el lago de fuego del que habla la Biblia es
más que nada una descripción gráfica del sufrimiento inimaginable que experimentará
una persona en el infierno. Pero la total ausencia de Dios será el sufrimiento
más cruel que pueda existir. Esa es la segunda muerte, la muerte espiritual. La
primera, la muerte física, todo ser humano la sufrirá, pero esta segunda muerte
no les puede tocar a los que aquí han nacido también espiritualmente al aceptar
a Jesús como su Señor y Salvador. Esta es la gloriosa realidad que nos promete
la Palabra de Dios.
Quizás muchos de ustedes se podrán
identificar con la iglesia de Esmirna por el sufrimiento de diversa índole que
les ha tocado pasar o por lo que están pasando ahora mismo. Como iglesia
también han experimentado muchas situaciones difíciles. No sabemos qué nos
brindará el futuro, pero sabemos que en toda circunstancia Cristo está a
nuestro lado, guiándonos y sosteniéndonos. Él prometió nunca abandonarnos hasta
el fin del mundo, y lo ha cumplido en todo momento. Sé fiel hasta la muerte,
pase lo que pase. Aférrate del Señor en todo momento y circunstancia. Y si
todavía no has nacido de nuevo, pidiéndole a Jesús a que entre a tu vida,
limpiándola de todo pecado, entonces hazlo ahora mismo. Este segundo nacimiento
te salvará de la segunda muerte. ¡Que así sea!
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