sábado, 13 de abril de 2024

El mensaje a la iglesia de Esmirna

 




            Hace dos semanas iniciamos la revisión de los mensajes que Cristo envió a 7 de las iglesias que se encontraron en el territorio que hoy es el país de Turquía. La primera iglesia que vimos es la de Éfeso. Y terminamos reflexionando y exhortándonos a ser los vencedores que Cristo buscaba en Éfeso – y en Parque del Norte. Estas son personas que luchan por la santidad; por la pureza; por mantener la fidelidad a Dios, cueste lo que cueste. ¿Eres tú un vencedor?

            Hoy queremos continuar con el segundo mensaje de Cristo. Este está dirigido a la iglesia de Esmirna. Era una ciudad situada en la costa sobre el Mar Egeo, un tipo de brazo del Mar Mediterráneo. Está a unos 40 kilómetros al norte de Éfeso. Hoy esta ciudad se llama Izmir. “La iglesia de esa ciudad luchaba contra dos fuerzas enemigas: una población judía muy opuesta al cristianismo, y una población no judía que era leal a Roma y apoyaba la adoración del Emperador. La persecución y el sufrimiento eran inevitables en un ambiente así” (Comentarios de la Biblia del Diario Vivir). Leamos el mensaje a esta iglesia.

 

            F Ap 2.8-2.11

 

            Como en todos los mensajes, primero se presenta Cristo con una descripción específica para cada ciudad y que ya Juan había mencionado en el primer capítulo cuando describió al que vio hablando como un toque de trompeta (Ap 1.10). En esta carta a Esmirna, Jesús se presenta de dos maneras: primeramente, como el primero y el último (Ap 2.8). Ya en el capítulo 1 Jesús mismo había dicho: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el que es, el que era, y el que ha de venir” (Ap 1.8 – RVC). El Alfa y la Omega son la primera y la última letra del alfabeto griego. Sería lo mismo decir hoy: “Yo soy la A y la Zeta…”. Decir que es “el principio y el fin” es como la traducción o explicación del Alfa y la Omega. O sea, decir que es el Alfa y la Omega significa que es el principio y el fin. Es un modismo de los judíos de mencionar lo primero y lo último. Esto llega a ser como una especie de paréntesis que incluye a todo lo demás. Es decir, Jesús es quien abarca todo; quien incluye todo; quien conoce todo; quien controla y domina todo; el único vencedor “de punta a punta”. No existe nada fuera de él.

            En su mensaje a Esmirna, Cristo no incluye una frase que él había dicho en el capítulo 1: que él es “el que es, el que era, y el que ha de venir” (Ap 1.8 – RVC). Esto es otro ejemplo de lo absolutamente abarcativo —de lo “omni”— que es él: la eternidad (la “omnitemporalidad”). Jesús es el Alfa y la Omega también respecto al tiempo: existe desde la eternidad y hasta la eternidad; siempre existió y siempre existirá. Además, al referirse a sí mismo como “el que es”, Jesús hace referencia a la manera en que Dios se le presentó a Moisés como “YO SOY EL QUE SOY” (Éx 3.14 – RVC). Es decir, Jesús se presenta aquí como Dios.

            Jesús abarca todo. Esto aparece en varios textos del Nuevo Testamento. Por ejemplo, Pablo escribe a los colosenses: “Dios creó todo por medio de Cristo y para Cristo” (Col 1.16 – TLA). Cristo es a la vez el medio por el cual fue creado todo y también el receptor o destinatario de toda la creación. A los efesios Pablo escribe lo que parece ser un tratado filosófico: “Dios sometió todas las cosas bajo sus pies [de Cristo], y lo dio a la iglesia, como cabeza de todo, pues la iglesia es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena a plenitud” (Ef 1.22-23 – RVC). O sea, la iglesia es la plenitud de Cristo, y Cristo es la plenitud de la iglesia, y de todo lo demás. Me imagino que en el cielo entenderemos qué significa eso, pero lo que sí podemos ver que Jesús abarca todo lo que existe. Fuera de él no hay nada. Él encierra todo, abarca todo, conoce todo, controla todo, posee todo. En el cielo y en la tierra no existe nada que no esté sujeto a él. Él es la plenitud de todo, y tú y yo estamos en él y, por lo tanto, tenemos acceso a toda su plenitud. Él quiere hacer notar a través de ti su plenitud de vida, plenitud de sabiduría, plenitud de poder, plenitud de recursos, plenitud de gozo y todo lo demás. Él vino para que tengas una vida plena, abundante en todos los sentidos. ¿Eres tú la vidriera que muestra al mundo la plenitud de Dios? ¿O te pareces más a un mendigo que se arrastra por esta vida?

            En el mensaje a la iglesia de Esmirna, esta no es la única carta de presentación que Cristo da de sí mismo. También se describe como “el que estuvo muerto, pero ha resucitado” (v. 8 – SyEspañol). Esto es algo que conmemoraremos especialmente esta semana que viene. Esta formulación nos transporta inmediatamente a aquel mensaje glorioso de los ángeles cuando les dijeron a las mujeres: “¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que está vivo? No está aquí, sino que ha resucitado” (Lc 24.5-6 – DHH). ¡Aleluya! Cristo es el Alfa y la Omega de la vida. El que estuvo muerto y ha resucitado no es otra cosa que ser el vencedor absoluto, como dije, “de punta a punta”. No hay obstáculo en el universo físico ni espiritual que pueda hacerle frente. Nuestra victoria es posible gracias a la victoria de Cristo sobre Satanás, el pecado y la muerte. ¡Y ese es nuestro Dios y Salvador! ¡Ese es el guerrero que lucha a nuestro lado! ¡Él es mi Cristo, mi Señor, mi Amado, el que me lleva de victoria en victoria tras cada batalla! Lo único que debo hacer es mantenerme bien cerquita de él, porque sin él, nada puedo hacer (Jn 15.5).

            Ese conocimiento de Cristo que abarca todo hace que él esté enterado hasta el mínimo detalle de la vida de esta iglesia. Él dice: “Yo conozco tus sufrimientos y tu pobreza” (v. 9 – DHH). Más adelante se va a referir a algunos de los sufrimientos por los que estaba pasando esa iglesia. Pero antes se dirige a su sensación de pobreza. Su omnisciencia se manifiesta en evaluar la situación desde la óptica de Dios. Aunque la iglesia se consideraba muy pobre, él puede decir que “en realidad eres muy rico” (v. 9 – PDT). Dios mide con criterios muy diferentes que nosotros. Podemos estar plagueándonos por todo lo que creemos que nos hace falta cuando en realidad tenemos demasiado mucho. El texto aquí no nos da mayores detalles acerca de la supuesta pobreza de esta iglesia y de la riqueza que Cristo testifica de ella, pero podemos suponer con mucha certeza que se trata de una riqueza espiritual, como lo traduce otra versión. Santiago, el hermano carnal de Jesús, escribe en su carta: “Dios ha escogido a los que en este mundo son pobres, para que sean ricos en fe” (Stg 2.5 – DHH); “para que la confianza en Dios sea su verdadera riqueza” (TLA). O podemos pensar también en las palabras del mismo Jesús en el Sermón del Monte: “Bienaventurados [dichosos, felices] ustedes los pobres, porque el reino de Dios les pertenece” (Lc 6.20 – RVC). Esto no tiene nada que ver con lo que proclaman algunas corrientes teológicas que dicen que hay un valor especial en ser pobre; que por el simple hecho de no tener lo suficiente para sus necesidades básicas la persona ya cuenta con medio pasaje al cielo. Sí, Dios es tremendamente compasivo. Vemos que Jesús se conmovió reiteradas veces ante la necesidad de la gente. Pero él no está exaltando la pobreza material, sino el efecto que esto puede tener sobre el espíritu. El que tiene mucho dinero, puede caer en la tentación de creer que con dinero se soluciona todo, y se vuelve autosuficiente. El que tiene muy poco dinero también puede creer que el dinero es lo que soluciona todo y llegar a renegar contra Dios por no tener suficiente. Ambas personas están esclavizadas por el demonio Mamón, el dios con minúscula que opera a través del dinero. Pero el que reconoce que su vida depende completamente de Dios, sin importar cuánto dinero tiene, reconoce que no posee recursos propios para mantenerse en pie delante de Dios. Este es el que reconoce su pobreza como persona y es el único que puede extender su mano como mendigo y recibir de Dios la gracia que necesita para así mantenerse en pie delante de él. Esta era la situación de la iglesia de Esmirna, y en esta actitud de dependencia de Dios radicaba su riqueza a pesar de su aparente pobreza material. Por eso Dios corrigió su visión limitada de sí misma, diciéndole que él la considera muy rica porque se abre a toda la plenitud de aquel que lo llena todo. Lo opuesto es la iglesia de Laodicea que se creía muy rica, pero Jesús le tuvo que decir todo lo contrario. Ya lo estudiaremos en su momento.

            Acto seguido, Jesús menciona algo del sufrimiento por el que ha pasado esta iglesia. Ha sido afligida por calumnias de parte de otros que se llamaron judíos. Aparentemente había en Esmirna judíos que perseguían a los que se convertían a Cristo. Sus acciones y las mentiras que difundían acerca de los cristianos trajo bastante sufrimiento sobre esta iglesia. Y la sentencia que expresa Jesús respecto a estos supuestos judíos es bastante fuerte: los llama “sinagoga de Satanás”. Probablemente eran personas devotas a Dios; probablemente sentían celo por su religión; probablemente actuaban por convicción, pero estaban absolutamente equivocados. Jesús declara que servían a los intereses de Satanás y no de Dios. Sin embargo, el dolor que le causaban a la iglesia de la ciudad no pasó desapercibido para Dios. Él estaba perfectamente enterado de la situación y mandó este mensaje de aliento a la iglesia.

            ¡Y qué oportuno este mensaje de ánimo! Porque los sufrimientos no habían acabado todavía. El hecho de que Jesús conozca sus padecimientos, no significaba todavía que elimine todos los sufrimientos y que haga caer fuego sobre la sinagoga de Satanás. Eso es lo que nosotros nos hubiéramos imaginado si hubiéramos estado en su situación. ¡Y definitivamente es lo que nosotros hubiéramos hecho si hubiera estado en nuestras posibilidades! Los discípulos de Jesús también estaban listos para pedir fuego del cielo sobre los samaritanos que no habían querido dejar pasar a Jesús por su provincia. Así somos. Y la verdad es que algún día el juicio de Dios caerá sobre ellos, si es que no se arrepienten a tiempo, pero este todavía no es el tiempo. Jesús anima a la iglesia a no tener miedo de los sufrimientos que vendrían. Pareciera que lo peor estaba todavía por llegar. Por eso ahora, en este momento, el mensaje de aliento de parte de Jesús. Él estará con ellos en medio de su sufrimiento. Él mismo había sufrido esto, ¡pero al por mayor! Por eso él le pudo decir a la iglesia: “No te asustes por los sufrimientos que vienen” (v. 10 – PDT). Confieso que, si a mí me dijera esto, ahí sí me asustaría por saber que vienen más sufrimientos. Pero como la iglesia de Esmirna ya había sufrido bastante, escuchar esto en ese momento significaba un gran aliento porque sabía que, en medio de todo, Cristo estaría con ellos y los sostendría. Y Jesús adelanta algo en cuanto a la forma en que sufrirían: Satanás metería a algunos en la cárcel y los maltrataría durante 10 días. Esa indicación de los 10 días es más que nada una referencia a un período relativamente corto y controlado. En todo el tiempo, Dios le pondría límites. ¿Se acuerdan de la experiencia de Job? Satanás le dice a Dios que es fácil para Job servirle porque tiene todas las bendiciones de Dios servidos en bandeja de oro. Bajo estas circunstancias, ¿quién no le serviría? Y Dios le da permiso a Satanás para comprobarlo por sí mismo, pero bajo tales condiciones y dentro de tales límites. Dios no perdió el control en ningún momento. ¿Fue probado Job? Más que nada creo que fue puesto a prueba Satanás para que vea que la fidelidad de Job no dependía de los beneficios que obtenía. Lo mismo también la iglesia de Esmirna. Por supuesto que fue un tormento para la iglesia, quizás incluso les costaría la vida a algunos, pero al mismo tiempo era una comprobación para Satanás que esta sacudida no iba a destruir a la iglesia; que las puertas del Hades no podrían prevalecer contra ella (Mt 16.18). Y Jesús le alienta a la iglesia que a pesar de las tormentas y los tormentos que la esperaban, que nunca suelten la mano de Dios: “Mantente fiel hasta la muerte” (v. 10 – DHH); “…sigue firme en tu fe, incluso si tienes que morir” (PDT). Ser fiel hasta la muerte nos suena a seguir en nuestro caminar con Dios hasta que nos toque partir de este mundo de aquí a 50 años. Pero que nos diga que sigamos firmes incluso si nos toque morir, eso ya nos afecta muy fuerte. Ya no suena tan tranquilizante sino nos pone de un momento a otro en estado de alerta. No importa en qué momento y a causa de qué se produzca nuestra muerte, lo importante es serle fiel a Dios en todo momento. Ya lo dije hace un tiempo atrás: la única manera de estar preparado en ese momento es vivir preparado desde ahora. Nuestra fidelidad a Dios tendrá su premio: la corona de la vida; la recompensa de la vida eterna (v. 10). “…te daré la vida como premio”, dice una versión (DHH). La muerte aquí en la tierra, para el hijo de Dios es lo más glorioso que le puede pasar. Nuestra humanidad limitada y afectada por el pecado será cambiada por la eternidad y la perfección divina. Aun así, nos causa cierto malestar o temor ante lo desconocido. Claro, nunca hemos muerto todavía como para estar experimentado en ese sentido. Pero recuerden de cómo se presentó Jesús al inicio de este mensaje: como el que había muerto y vuelto a vivir. Es decir, él sí ha experimentado esto, y puede dar por eso un tremendo aliento a su iglesia.

            Esta promesa de la vida guarda estrecha relación con la última promesa para el vencedor. La iglesia de Esmirna es una de las que no reciben ninguna reprensión por parte de Jesús. De la descripción de su estado actual él pasa directamente a la fórmula: “El que tiene oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias…” (v. 11 – DHH). Y lo que tiene para decirle a la iglesia de Esmirna es una ampliación de la promesa al que se mantenga fiel hasta la muerte: “El que salga vencedor, no sufrirá el daño de la segunda muerte” (v. 11 – RVC). La primera promesa señalaba la vida eterna como premio al que se mantiene fiel a Dios hasta el final. Esta promesa indica que la segunda muerte no podrá tocar al que vence todos los obstáculos y se mantiene fiel. ¿A qué se refiere esto?

            Hay dos nacimientos y dos muertes que puede experimentar el ser humano: el físico y el espiritual. El que nace dos veces, muere una sola vez, y el que nace una vez, muere dos veces. ¿Están mareados? El que nace dos veces, es decir, el que nace física y espiritualmente, muere solo una vez: la muerte física. Pero el que nace solo físicamente, muere dos veces: física y espiritualmente. Y la muerte espiritual es la separación eterna de Dios. No sé si en el infierno habrá fuego, o si el lago de fuego del que habla la Biblia es más que nada una descripción gráfica del sufrimiento inimaginable que experimentará una persona en el infierno. Pero la total ausencia de Dios será el sufrimiento más cruel que pueda existir. Esa es la segunda muerte, la muerte espiritual. La primera, la muerte física, todo ser humano la sufrirá, pero esta segunda muerte no les puede tocar a los que aquí han nacido también espiritualmente al aceptar a Jesús como su Señor y Salvador. Esta es la gloriosa realidad que nos promete la Palabra de Dios.

            Quizás muchos de ustedes se podrán identificar con la iglesia de Esmirna por el sufrimiento de diversa índole que les ha tocado pasar o por lo que están pasando ahora mismo. Como iglesia también han experimentado muchas situaciones difíciles. No sabemos qué nos brindará el futuro, pero sabemos que en toda circunstancia Cristo está a nuestro lado, guiándonos y sosteniéndonos. Él prometió nunca abandonarnos hasta el fin del mundo, y lo ha cumplido en todo momento. Sé fiel hasta la muerte, pase lo que pase. Aférrate del Señor en todo momento y circunstancia. Y si todavía no has nacido de nuevo, pidiéndole a Jesús a que entre a tu vida, limpiándola de todo pecado, entonces hazlo ahora mismo. Este segundo nacimiento te salvará de la segunda muerte. ¡Que así sea!


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