sábado, 13 de abril de 2024

El cuerpo de Cristo

 




            ¿Cómo ha sido su intimidad con Dios en esta semana —algo de lo que hablamos el domingo pasado—? ¿Han tomado alguna decisión o medida para profundizarla? ¿O están en un nivel óptimo de intimidad? Si dijimos el domingo pasado que la Biblia muestra una gran intimidad entre Cristo y las ovejas de su rebaño (de su iglesia), no estoy diciendo que todos estamos desastrosamente mal en nuestra relación con Dios. Pero sí estamos apuntando a un crecimiento continuo en nuestra intimidad con el Señor; que hoy estemos más creciditos que hace un año atrás. Y ese crecimiento no se da por sí solo. Requiere de constante revisión de nuestra parte, de aprendizaje, de modificaciones, de decisiones, etc. Y eso es lo que deseo para cada uno.

 

            Hoy tenemos otra vez un tema bastante desafiante (como todos los demás). ¿Alguna vez te has preguntado por qué el hermano o la hermana tal no puede actuar más normal? ¿Por qué tiene que ser tan raro? Confieso que yo sí he pensado alguna vez algo similar. Si aquí hay más miembros de este club, les pregunto: ¿Y qué es “normal”? ¿Según qué criterios definimos “normal”? ¿Quién determina qué es “normal” y qué no lo es? ¿No es cierto que nuestra vara de medir somos nosotros mismos? ¿Y quién dice que yo soy “normal”? ¿Qué derecho tengo yo de juzgar al hermano como “no normal”? Nos damos cuenta que nos estamos metiendo en un terreno que resulta ser bastante resbaladizo, ¿verdad?

            Les hago una siguiente pregunta: ¿Alguna vez se han acongojado al descubrir que su ojo no puede oler? ¿O que su corazón no puede digerir alimentos para extraer los nutrientes e inyectarlos a la sangre? Sospecho que ninguno se ha quedado sin pelo por la preocupación por esta situación, ¿verdad? Ni siquiera se nos ocurre pensarlo. Nos parece un chiste que alguien diga semejante disparate. ¿Por qué me parece un disparate cuando hablamos del cuerpo, pero una ofensa en su máximo grado si hablamos de la iglesia, donde el hermano no actúa y piensa igual que yo? Ambas situaciones son exactamente iguales. Y si no me creen, vamos a leer un pasaje en el cual Pablo compara la iglesia precisamente con el cuerpo humano.

 

            F1 Co 12.12-31

 

            Como ya han visto, Pablo usa el cuerpo humano como una ilustración para la iglesia. Él dice que el cuerpo se compone de muchos miembros, y que todos los miembros juntos forman el cuerpo. En otras palabras, el cuerpo humano consiste en una gran cantidad de órganos, músculos, huesos, arterias, etc. Hay en Internet muchas imágenes que lo muestran a la perfección. Pero, a la vez, se necesita de cada una de ellas, incluso del apéndice, para que haya un cuerpo completo. Ningún órgano está de más, y si faltara uno, quizás otros podrían cubrir hasta cierto punto su ausencia, dependiendo de cuál órgano sea, pero de todos modos ya no sería un cuerpo completo. Si un arquero comete una infracción grave y recibe la tarjeta roja, otro jugador del campo debe ocupar su lugar en el arco. Puede lograr muchas atajadas importantes, pero no es a lo que él se ha especializado. Y el lugar que él debería ocupar en el campo está vació. Esto es una ilustración maravillosa de lo que ocurre en una iglesia. Todos y cada uno de los miembros de una iglesia son importantes y necesarios. Todos son imprescindibles, pero nadie es imprescindible… Me explico: para que la iglesia pueda funcionar, se necesita de la colaboración y el compromiso de cada uno de los miembros, sin importar edad, formación académica, condición de salud o, en palabras de Pablo, si es judío o gentil, esclavo o libre, etc. En ese sentido, todos son imprescindibles. Pero, por otro lado, nadie debe creerse la última Coca Cola del desierto en el sentido que, sin él, la iglesia estaría destinada al fracaso inmediato. Cristo es el Salvador de la iglesia, nadie más. Pablo dice que “un cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos” (v. 14 – DHH). No hay un miembro omnipotente que puede hacer absolutamente todo por él mismo. Hay personas que se creen de esa manera, y actúan como si ellos solos fueran la iglesia, pero es una mentira muy grande y causan un enorme daño a la iglesia. Así que, compromiso y humildad son dos requisitos fundamentales para cada miembro de una iglesia.

            En los siguientes versículos, Pablo advierte contra dos complejos que muy a menudo afectan a personas, también en la iglesia. El primero es el complejo de inferioridad. Pablo presenta un caso imaginario en que los órganos pudieran hablar. Y estos órganos cometen el mismo error que cometemos nosotros tantas veces: compararse unos con otros. Ya mencioné una vez a mi profesor en el seminario, Bernardo Stamateas, quien dijo que la comparación es el pecado más frecuente de los cristianos. La comparación conlleva a creer que todos deberían tener la misma “normalidad”, y si hay diferencia entre uno y otro, uno de los dos debe estar mal. ¿Acaso consideramos a Dios tan falto de creatividad como para tener que hacernos todos iguales? Con solo conocer en profundidad un solo órgano del cuerpo ya nos damos cuenta de lo tremendamente minucioso y complejo que ha sido formado. Cada ser humano es una mezcla de genes diferentes, de dones diferentes, de experiencias de vida diferentes, de oportunidades diferentes, de un temperamento diferente y una larga lista de diferencias más que lo hacen tal cual es hoy. Cada uno de nosotros es fruto de su historia. Tus vivencias en el pasado te han formado; han contribuido a desarrollar tu identidad actual. En la ilustración de Pablo, el pie mira la habilidad de la mano y piensa: ‘¡Jamás yo podría hacer lo que hace la mano! Si ella es parte del cuerpo, entonces yo no lo soy porque no le llego ni al talón.’ Lo mismo piensa también la oreja que se compara con el ojo. A nosotros nos parece ilógico, hasta estúpido, pensar de esta manera. ¿Qué tiene que ver el ser tal o cual órgano con pertenecer o no al cuerpo? No hay ninguna relación entre ambas cosas. Pero somos capaces de desarrollar cada argumento enfermo, porque nuestra mentalidad acerca de nosotros mismos es enferma. A una persona con complejos de inferioridad no le cuesta nada llegar a este tipo de conclusiones torcidas. Se compara con todos los demás y se ve a sí misma como muy inferior a los otros. Y hasta puede espiritualizar su pobre imagen de sí misma porque Pablo escribe a los filipenses: “Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás” (Flp 2.3-4 – NTV). Lo que Pablo quiere decir aquí es que nadie debe creer que el mundo gira alrededor de él, sino ocuparse activa e intencionalmente de los demás. La humildad y la imagen empobrecida de sí mismo no tienen nada que ver uno con el otro. Es más, generalmente, la baja autoestima es una forma disimulada de un tremendo orgullo en la persona. ¡Nada que ver con humildad! Tanto en la carta a los filipenses como en la a los corintios, Pablo nos exhorta a tener una imagen sana y equilibrada de sí mismo.

            ¿Cómo podemos entender entonces el hecho de que sí existe diferencia entre uno y otro? Usando la imagen del cuerpo humano, ser pie o ser mano o ser ojo no es lo mismo. Hay un marcado contraste entre cada uno de los miembros. La diferencia que existe entre un órgano y el otro es la función que ejerce dentro del cuerpo y a favor del resto del cuerpo. Como ningún otro órgano puede escuchar, la oreja cumple esta función en nombre de todos los demás órganos. Como ningún otro miembro de esta iglesia puede hacer lo que tú puedes, tú cumples cierta función en nombre de todos los demás. Es muy sencillo. Nosotros no más lo complicamos sobremanera al creer que la diferencia tiene que ver con el valor de la persona. Un órgano no vale más por ser ojo o por ser oreja. Su función no determina su valor. Tú como miembro de la iglesia de Cristo no vales más ni vales menos por ser pastor o por ser limpiador, por ser maestro de Escuela Dominical, integrante del ministerio de Alabanza o predicador. No estamos midiendo valor. Estamos hablando de diferentes funciones dentro del cuerpo de Cristo, según voluntad y disposición de la cabeza de este cuerpo. “Si todo el cuerpo fuera ojo, no podríamos oir. Y si todo el cuerpo fuera oído, no podríamos oler” (v. 17 – DHH). ¡Gracias a Dios que no todos somos iguales! Estaríamos tremendamente empobrecidos, careciendo de muchos detalles que ahora estamos disfrutando. Aun así, gastamos gran cantidad de energía y tiempo procurando llegar a ser iguales que la persona con la que me estoy comparando. Y el resultado es que nos convertimos en una fotocopia borrosa del otro, porque nadie puede llegar a ser igual que nadie más. Todos somos únicos y maravillosamente distintos a todos los demás, pero con el mismo valor que todos los demás.

            Pero, ¿por qué hay tanta diferencia entre uno y otro? Eso depende exclusivamente de la voluntad y los planes del Señor: “…Dios ha colocado a los miembros en el cuerpo, a cada uno de ellos como él quiso. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo” (vv. 18-19 – RVA2015)? En otras palabras: tu forma de ser, tus habilidades que tienes, tu función que cumples en la iglesia es exactamente lo que Dios desea para ti. Lo que no quiere decir que ya eres un producto acabado; que no puedas crecer más o que no tengas la necesidad de seguir siendo transformado por el poder del Espíritu Santo. Quizás hay debilidades de carácter que definitivamente necesitas trabajar; quizás tienes dones que todavía no las has desarrollado plenamente; quizás no estás cumpliendo todavía ninguna función específica en la obra de Dios, pero todo puede llegar a ser. Hoy eres lo que Dios quiere que seas hoy, como parte de un proceso que él está recorriendo contigo para llegar a algo diferente el día de mañana. Si dejas a Dios el control de tu vida, nunca serás un caso perdido. Siempre él estará cumpliendo su voluntad a través de ti. Dios te ha colocado dentro del cuerpo de Cristo —dentro de la iglesia— como él quiso. No lo digo yo, lo acabamos de leer en su Palabra. “Dios lo hizo con miembros diversos que, en conjunto, forman un cuerpo” (v. 20 – NBD).

            Luego, Pablo pasa a describir el otro complejo que es justo lo contrario: el complejo de superioridad: “El ojo no puede decirle a la mano: «No te necesito». Tampoco la cabeza puede decirle a los pies: «No los necesito»” (v. 21 – TLA). Mientras que en el anterior ejemplo un miembro se comparó con los demás y se consideró como menos que los demás, este se cree más que los otros. El ojo o la cabeza se sienten tan autosuficientes que creen no necesitar a los demás. ¿Será que existe algo así en una iglesia cristiana? Lastimosamente sí existe. Hay personas que creen que de ellos únicamente depende de que una iglesia se levante o se caiga y que no necesitan de nadie más. Esta actitud es tan errónea, dañina y pecaminosa como la que cree que no vale nada y que es muy inferior a todos los demás. Nadie es más importante que los demás en la iglesia. Pablo dice: “…algunas partes del cuerpo que parecieran las más débiles y menos importantes, en realidad, son las más necesarias” (v. 22 – NTV). ¿Te sientes algunas veces como el miembro menos importante en esta iglesia? Entonces te tengo buenas noticias. Este versículo dice que entonces eres el más necesario. ¿Cómo te hace sentir esto? Pablo dice que Dios lo ha dispuesto así que —tanto en el cuerpo humano como también en la iglesia, el cuerpo de Cristo— unos miembros requieran de más atención que otros. “Así las partes del cuerpo se mantienen unidas y se preocupan las unas por las otras” (v. 25 – TLA). La iglesia es una unidad en la que todos los miembros deben estar firmemente enlazados y comprometidos unos con otros. La iglesia no es un club social donde cada socio puede disfrutar de ciertos beneficios sin saber y sin interesarle quién más es socio de ese club. En la iglesia, “si uno de los miembros sufre, los demás comparten su sufrimiento; y si uno de ellos recibe honor, los demás se alegran con él” (v. 26 – BAD). Esto he visto una y otra vez en esta iglesia en las últimas semanas cómo cada uno carga con el dolor y el sufrimiento de los demás, y eso me llena de mucha alegría. Así tiene que ser una iglesia. “…ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno de ustedes es un miembro con su función particular” (v. 27 – DHH); “…cada uno es un miembro necesario de ese cuerpo” (NBD).

            Así como en el cuerpo humano cada órgano es diferente a los demás y con funciones diferentes, así es también en la iglesia. Pablo menciona varias funciones diferentes, determinadas por los dones que tiene cada uno: “Dios ha querido que en la iglesia haya, en primer lugar, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros; luego personas que hacen milagros, y otras que curan enfermos, o que ayudan, o que dirigen, o que hablan en lenguas” (v. 28 – DHH). Diferentes dones, diferentes funciones, pero con el mismo valor, sirviendo al mismo Señor, con la misma necesidad de su gracia y misericordia.

            Pero en la última frase del versículo 31, Pablo deja entrever que sí existe una diferencia, algo de un nivel superior. Esto le da pie al siguiente capítulo, el himno al amor (1 Co 13). El amor es la función más importante y más necesaria en la iglesia, algo de un nivel superior. Es más, el amor es lo que realmente le da valor a lo que uno está haciendo dentro de la iglesia. El más destacado miembro o la función o el don más codiciado es un fracaso rotundo si carece de amor. Y esta función pueden y deben cumplir todos, hasta el último miembro de la iglesia, hasta el que se considera el menos importante de todos. Aunque te sientas de repente en inferioridad a los demás, aunque de repente no sepas cuál es tu don, ¡ama! Pídele cada día al Señor que derrame su amor en ti para poder amar como él ama a los demás en la iglesia y en el barrio, y a los ojos de Dios serás el miembro más importante del cuerpo de Cristo. No es lo que tú haces, sino lo que tú eres. Y si eres una persona que ama con el amor de Dios, no interesa lo demás que hagas, porque todo estará impregnado por ese amor. Y si nunca has experimentado tú mismo el amor de Dios, puedes abrirte ahora al mismo. Dios te ama como si no tuviera a nadie más a quien amar. Pídele que entre a tu vida, que te perdone y que se haga cargo de cada área de tu vida.


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