¿Cómo ha sido su intimidad con Dios
en esta semana —algo de lo que hablamos el domingo pasado—? ¿Han tomado alguna
decisión o medida para profundizarla? ¿O están en un nivel óptimo de intimidad?
Si dijimos el domingo pasado que la Biblia muestra una gran intimidad entre
Cristo y las ovejas de su rebaño (de su iglesia), no estoy diciendo que todos
estamos desastrosamente mal en nuestra relación con Dios. Pero sí estamos
apuntando a un crecimiento continuo en nuestra intimidad con el Señor; que hoy
estemos más creciditos que hace un año atrás. Y ese crecimiento no se da por sí
solo. Requiere de constante revisión de nuestra parte, de aprendizaje, de
modificaciones, de decisiones, etc. Y eso es lo que deseo para cada uno.
Hoy
tenemos otra vez un tema bastante desafiante (como todos los demás). ¿Alguna
vez te has preguntado por qué el hermano o la hermana tal no puede actuar más
normal? ¿Por qué tiene que ser tan raro? Confieso que yo sí he pensado alguna
vez algo similar. Si aquí hay más miembros de este club, les pregunto: ¿Y qué
es “normal”? ¿Según qué criterios definimos “normal”? ¿Quién determina qué es
“normal” y qué no lo es? ¿No es cierto que nuestra vara de medir somos nosotros
mismos? ¿Y quién dice que yo soy “normal”? ¿Qué derecho tengo
yo de juzgar al hermano como “no normal”? Nos damos cuenta que nos estamos
metiendo en un terreno que resulta ser bastante resbaladizo, ¿verdad?
Les
hago una siguiente pregunta: ¿Alguna vez se han acongojado al descubrir que su
ojo no puede oler? ¿O que su corazón no puede digerir alimentos para extraer
los nutrientes e inyectarlos a la sangre? Sospecho que ninguno se ha quedado
sin pelo por la preocupación por esta situación, ¿verdad? Ni siquiera se nos
ocurre pensarlo. Nos parece un chiste que alguien diga semejante disparate.
¿Por qué me parece un disparate cuando hablamos del cuerpo, pero una ofensa en
su máximo grado si hablamos de la iglesia, donde el hermano no actúa y piensa
igual que yo? Ambas situaciones son exactamente iguales. Y si no me creen,
vamos a leer un pasaje en el cual Pablo compara la iglesia precisamente con el
cuerpo humano.
F1 Co 12.12-31
Como
ya han visto, Pablo usa el cuerpo humano como una ilustración para la iglesia.
Él dice que el cuerpo se compone de muchos miembros, y que todos los miembros
juntos forman el cuerpo. En otras palabras, el cuerpo humano consiste en una
gran cantidad de órganos, músculos, huesos, arterias, etc. Hay en Internet
muchas imágenes que lo muestran a la perfección. Pero, a la vez, se necesita de
cada una de ellas, incluso del apéndice, para que haya un cuerpo completo.
Ningún órgano está de más, y si faltara uno, quizás otros podrían cubrir hasta
cierto punto su ausencia, dependiendo de cuál órgano sea, pero de todos modos
ya no sería un cuerpo completo. Si un arquero comete una infracción grave y
recibe la tarjeta roja, otro jugador del campo debe ocupar su lugar en el arco.
Puede lograr muchas atajadas importantes, pero no es a lo que él se ha
especializado. Y el lugar que él debería ocupar en el campo está vació. Esto es
una ilustración maravillosa de lo que ocurre en una iglesia. Todos y cada uno
de los miembros de una iglesia son importantes y necesarios. Todos son
imprescindibles, pero nadie es imprescindible… Me explico: para que la iglesia
pueda funcionar, se necesita de la colaboración y el compromiso de cada uno de
los miembros, sin importar edad, formación académica, condición de salud o, en
palabras de Pablo, si es judío o gentil, esclavo o libre, etc. En ese sentido,
todos son imprescindibles. Pero, por otro lado, nadie debe creerse la última
Coca Cola del desierto en el sentido que, sin él, la iglesia estaría destinada
al fracaso inmediato. Cristo es el Salvador de la iglesia, nadie más. Pablo dice
que “un cuerpo no se compone de un solo
miembro, sino de muchos” (v. 14 – DHH). No hay un miembro omnipotente que
puede hacer absolutamente todo por él mismo. Hay personas que se creen de esa
manera, y actúan como si ellos solos fueran la iglesia, pero es una mentira muy
grande y causan un enorme daño a la iglesia. Así que, compromiso y humildad son
dos requisitos fundamentales para cada miembro de una iglesia.
En
los siguientes versículos, Pablo advierte contra dos complejos que muy a menudo
afectan a personas, también en la iglesia. El primero es el complejo de
inferioridad. Pablo presenta un caso imaginario en que los órganos pudieran
hablar. Y estos órganos cometen el mismo error que cometemos nosotros tantas
veces: compararse unos con otros. Ya mencioné una vez a mi profesor en el
seminario, Bernardo Stamateas, quien dijo que la comparación es el pecado más
frecuente de los cristianos. La comparación conlleva a creer que todos deberían
tener la misma “normalidad”, y si hay diferencia entre uno y otro, uno de los
dos debe estar mal. ¿Acaso consideramos a Dios tan falto de creatividad como
para tener que hacernos todos iguales? Con solo conocer en profundidad un solo
órgano del cuerpo ya nos damos cuenta de lo tremendamente minucioso y complejo
que ha sido formado. Cada ser humano es una mezcla de genes diferentes, de
dones diferentes, de experiencias de vida diferentes, de oportunidades
diferentes, de un temperamento diferente y una larga lista de diferencias más
que lo hacen tal cual es hoy. Cada uno de nosotros es fruto de su historia. Tus
vivencias en el pasado te han formado; han contribuido a desarrollar tu
identidad actual. En la ilustración de Pablo, el pie mira la habilidad de la
mano y piensa: ‘¡Jamás yo podría hacer lo que hace la mano! Si ella es parte
del cuerpo, entonces yo no lo soy porque no le llego ni al talón.’ Lo mismo
piensa también la oreja que se compara con el ojo. A nosotros nos parece
ilógico, hasta estúpido, pensar de esta manera. ¿Qué tiene que ver el ser tal o
cual órgano con pertenecer o no al cuerpo? No hay ninguna relación entre ambas
cosas. Pero somos capaces de desarrollar cada argumento enfermo, porque nuestra
mentalidad acerca de nosotros mismos es enferma. A una persona con complejos de
inferioridad no le cuesta nada llegar a este tipo de conclusiones torcidas. Se
compara con todos los demás y se ve a sí misma como muy inferior a los otros. Y
hasta puede espiritualizar su pobre imagen de sí misma porque Pablo escribe a
los filipenses: “Sean humildes, es decir,
considerando a los demás como mejores que ustedes. No se ocupen solo de sus
propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás” (Flp
2.3-4 – NTV). Lo que Pablo quiere decir aquí es que nadie debe creer que el
mundo gira alrededor de él, sino ocuparse activa e intencionalmente de los
demás. La humildad y la imagen empobrecida de sí mismo no tienen nada que ver
uno con el otro. Es más, generalmente, la baja autoestima es una forma
disimulada de un tremendo orgullo en la persona. ¡Nada que ver con humildad! Tanto
en la carta a los filipenses como en la a los corintios, Pablo nos exhorta a
tener una imagen sana y equilibrada de sí mismo.
¿Cómo
podemos entender entonces el hecho de que sí existe diferencia entre uno y
otro? Usando la imagen del cuerpo humano, ser pie o ser mano o ser ojo no es lo
mismo. Hay un marcado contraste entre cada uno de los miembros. La diferencia
que existe entre un órgano y el otro es la función que ejerce dentro del cuerpo
y a favor del resto del cuerpo. Como ningún otro órgano puede escuchar, la
oreja cumple esta función en nombre de todos los demás órganos. Como ningún
otro miembro de esta iglesia puede hacer lo que tú puedes, tú cumples cierta
función en nombre de todos los demás. Es muy sencillo. Nosotros no más lo
complicamos sobremanera al creer que la diferencia tiene que ver con el valor
de la persona. Un órgano no vale más por ser ojo o por ser oreja. Su función no
determina su valor. Tú como miembro de la iglesia de Cristo no vales más ni
vales menos por ser pastor o por ser limpiador, por ser maestro de Escuela
Dominical, integrante del ministerio de Alabanza o predicador. No estamos
midiendo valor. Estamos hablando de diferentes funciones dentro del cuerpo de
Cristo, según voluntad y disposición de la cabeza de este cuerpo. “Si todo el cuerpo fuera ojo, no podríamos
oir. Y si todo el cuerpo fuera oído, no podríamos oler” (v. 17 – DHH).
¡Gracias a Dios que no todos somos iguales! Estaríamos tremendamente
empobrecidos, careciendo de muchos detalles que ahora estamos disfrutando. Aun
así, gastamos gran cantidad de energía y tiempo procurando llegar a ser iguales
que la persona con la que me estoy comparando. Y el resultado es que nos
convertimos en una fotocopia borrosa del otro, porque nadie puede llegar a ser
igual que nadie más. Todos somos únicos y maravillosamente distintos a todos
los demás, pero con el mismo valor que todos los demás.
Pero,
¿por qué hay tanta diferencia entre uno y otro? Eso depende exclusivamente de
la voluntad y los planes del Señor: “…Dios
ha colocado a los miembros en el cuerpo, a cada uno de ellos como él quiso. Porque
si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo” (vv. 18-19 –
RVA2015)? En otras palabras: tu forma de ser, tus habilidades que tienes, tu
función que cumples en la iglesia es exactamente lo que Dios desea para ti. Lo
que no quiere decir que ya eres un producto acabado; que no puedas crecer más o
que no tengas la necesidad de seguir siendo transformado por el poder del
Espíritu Santo. Quizás hay debilidades de carácter que definitivamente
necesitas trabajar; quizás tienes dones que todavía no las has desarrollado
plenamente; quizás no estás cumpliendo todavía ninguna función específica en la
obra de Dios, pero todo puede llegar a ser. Hoy eres lo que Dios quiere que
seas hoy, como parte de un proceso que él está recorriendo contigo para llegar
a algo diferente el día de mañana. Si dejas a Dios el control de tu vida, nunca
serás un caso perdido. Siempre él estará cumpliendo su voluntad a través de ti.
Dios te ha colocado dentro del cuerpo de Cristo —dentro de la iglesia— como él
quiso. No lo digo yo, lo acabamos de leer en su Palabra. “Dios lo hizo con miembros diversos que, en conjunto, forman un cuerpo”
(v. 20 – NBD).
Luego,
Pablo pasa a describir el otro complejo que es justo lo contrario: el complejo
de superioridad: “El ojo no puede decirle
a la mano: «No te necesito». Tampoco la cabeza puede decirle a los pies: «No
los necesito»” (v. 21 – TLA). Mientras que en el anterior ejemplo un
miembro se comparó con los demás y se consideró como menos que los demás, este
se cree más que los otros. El ojo o la cabeza se sienten tan autosuficientes
que creen no necesitar a los demás. ¿Será que existe algo así en una iglesia
cristiana? Lastimosamente sí existe. Hay personas que creen que de ellos
únicamente depende de que una iglesia se levante o se caiga y que no necesitan
de nadie más. Esta actitud es tan errónea, dañina y pecaminosa como la que cree
que no vale nada y que es muy inferior a todos los demás. Nadie es más
importante que los demás en la iglesia. Pablo dice: “…algunas partes del cuerpo que parecieran las más débiles y menos
importantes, en realidad, son las más necesarias” (v. 22 – NTV). ¿Te
sientes algunas veces como el miembro menos importante en esta iglesia?
Entonces te tengo buenas noticias. Este versículo dice que entonces eres el más
necesario. ¿Cómo te hace sentir esto? Pablo dice que Dios lo ha dispuesto así
que —tanto en el cuerpo humano como también en la iglesia, el cuerpo de Cristo—
unos miembros requieran de más atención que otros. “Así las partes del cuerpo se mantienen unidas y se preocupan las unas
por las otras” (v. 25 – TLA). La iglesia es una unidad en la que todos los
miembros deben estar firmemente enlazados y comprometidos unos con otros. La
iglesia no es un club social donde cada socio puede disfrutar de ciertos beneficios
sin saber y sin interesarle quién más es socio de ese club. En la iglesia, “si uno de los miembros sufre, los demás
comparten su sufrimiento; y si uno de ellos recibe honor, los demás se alegran
con él” (v. 26 – BAD). Esto he visto una y otra vez en esta iglesia en las
últimas semanas cómo cada uno carga con el dolor y el sufrimiento de los demás,
y eso me llena de mucha alegría. Así tiene que ser una iglesia. “…ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada
uno de ustedes es un miembro con su función particular” (v. 27 – DHH); “…cada uno es un miembro necesario de ese
cuerpo” (NBD).
Así
como en el cuerpo humano cada órgano es diferente a los demás y con funciones
diferentes, así es también en la iglesia. Pablo menciona varias funciones
diferentes, determinadas por los dones que tiene cada uno: “Dios ha querido que en la iglesia haya, en primer lugar, apóstoles; en
segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros; luego personas que hacen milagros,
y otras que curan enfermos, o que ayudan, o que dirigen, o que hablan en
lenguas” (v. 28 – DHH). Diferentes dones, diferentes funciones, pero con el
mismo valor, sirviendo al mismo Señor, con la misma necesidad de su gracia y
misericordia.
Pero
en la última frase del versículo 31, Pablo deja entrever que sí existe una
diferencia, algo de un nivel superior. Esto le da pie al siguiente capítulo, el
himno al amor (1 Co 13). El amor es la función más importante y más necesaria
en la iglesia, algo de un nivel superior. Es más, el amor es lo que realmente
le da valor a lo que uno está haciendo dentro de la iglesia. El más destacado
miembro o la función o el don más codiciado es un fracaso rotundo si carece de
amor. Y esta función pueden y deben cumplir todos, hasta el último miembro de
la iglesia, hasta el que se considera el menos importante de todos. Aunque te
sientas de repente en inferioridad a los demás, aunque de repente no sepas cuál
es tu don, ¡ama! Pídele cada día al Señor que derrame su amor en ti para poder
amar como él ama a los demás en la iglesia y en el barrio, y a los ojos de Dios
serás el miembro más importante del cuerpo de Cristo. No es lo que tú haces, sino lo que tú eres. Y si eres una persona que ama con
el amor de Dios, no interesa lo demás que hagas, porque todo estará impregnado
por ese amor. Y si nunca has experimentado tú mismo el amor de Dios, puedes
abrirte ahora al mismo. Dios te ama como si no tuviera a nadie más a quien
amar. Pídele que entre a tu vida, que te perdone y que se haga cargo de cada
área de tu vida.
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