Estimados
hermanos. Hoy empieza una nueva etapa en esta iglesia. No es ni mejor ni peor
que las anteriores, es simplemente diferente. Quizás ustedes miran al futuro y
se preguntan: “¿Qué saldrá de todo esto? ¿A dónde nos llevará esta etapa?” Y es
muy natural que cambios de pastor traigan cierta inestabilidad o turbulencias
para una iglesia. Pero hay dos cosas que, a pesar de los cambios que se dan
hoy, permanecen iguales y son la garantía de la estabilidad de la iglesia. Lo
primero que permanece igual es el Señor. “Jesucristo
es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He 13.8 – RV60). Él es el dueño
de la iglesia y él vela por cada detalle de la misma. De él depende la obra y
él es quien la sostiene. Entonces, con semejante fundamento, ¿en qué le puede
afectar a la iglesia un cambio de pastor? ¡El Pastor de pastores es el mismo y
no cambia jamás!
Lo
segundo que permanece igual es la membresía; son ustedes. Si 40 personas que se
ponen al hombro la responsabilidad de la iglesia siguen presentes, ¿en qué les
puede afectar que uno llegue nuevo a la iglesia? Pero, ¿saben cuál es lo
contradictorio? Lo he vivido en otro lado que llegó un pastor nuevo a una
iglesia después de cierto tiempo que esa congregación no había tenido un
pastor. Cuando llegó el nuevo pastor, los miembros de la iglesia dijeron:
“Bueno, ya tenemos pastor, ahora él puede hacer el trabajo.” Y todos dejaron su
responsabilidad al pastor y querían ser espectadores. Consideraban al pastor
como un profesional que era el único que sabía hacer las cosas correctamente y
que le salían de taquito, y ellos no querían meterse porque no eran profesionales.
Bueno, veremos qué nos dice la Biblia respecto a esto.
En
los próximos domingos quiero estudiar con ustedes diferentes aspectos que
tienen que ver con la vida de una iglesia. Quiero que todos tengamos una cierta
comprensión de qué es la iglesia y quién es cada uno dentro de esta iglesia.
Nuestro
credo como IEB Paraguay dice: “Creemos que la iglesia de Dios es una comunidad
de seguidores de Jesús, con Cristo a la cabeza. Sus miembros se relacionan
entre sí en amor y con responsabilidad. Buscamos la unidad en la fe, y que cada
uno pueda poner al servicio de los demás los dones que ha recibido de Dios. La
iglesia es el pueblo de Dios, comprado por Jesucristo. … Llegamos a ser
miembros de la iglesia local de Cristo por medio del bautismo y la recepción
oficial. En esta iglesia local crecemos hacia la plena madurez en Cristo al
emplear los dones espirituales, al asumir responsabilidad unos por otros y al
buscar la comunión con Dios y con los otros creyentes.” Y en el reglamento
interno dice: “Solo aceptamos personas regeneradas por el Espíritu Santo, y que
solicitan voluntariamente unirse a la congregación de los creyentes y de
Jesucristo.” En otras palabras, para llegar a pertenecer a la iglesia de Cristo,
primero hay que pertenecer a Cristo. Es lógico, ¿no? Aun así, muchas veces hay
confusión al respecto.
Muy
gráfico es también el término griego para iglesia que quiere decir “los
llamados afuera”. Toda la humanidad vive en pecado, pero unos cuantos de
nosotros escuchamos la voz de Dios que nos llama a salir de esta vida en pecado
para ser trasladados al reino de su Hijo Jesús. Ahora vivimos en este mundo,
pero no somos de este mundo. Somos ciudadanos de otro reino. Todos los que
hemos aceptado este llamado de Dios pertenecemos ahora a la iglesia de
Jesucristo. Y los que vivimos y nos congregamos en un lugar específico,
llegamos a formar parte de la Iglesia Evangélica Bíblica del Paraguay, sede
Parque del Norte III. Con esta representación local de la iglesia de Jesucristo
nos identificamos y nos comprometemos para llevar adelante la obra de Dios en
este lugar. Todos somos diferentes y con un historial de vida totalmente
distinto de uno a otro, pero todos tenemos (debemos tener) una cosa en común:
haber aceptado a Jesús como nuestro Señor y Salvador. Sobre esta base común
podemos funcionar como un solo cuerpo, a pesar de todas nuestras diferencias.
Quizás
más correcto sería decir: justo por
nuestras diferencias. Es cierto que las diferencias muchas veces nos causan
problemas. Un hombre y una mujer funcionan, piensan y sienten de manera
totalmente diferente. Y si estos dos se unen en matrimonio, hay muy escasa
probabilidad de que esto funcione. A veces digo: “Señor, está bien que con mi
esposa seamos diferentes pero, ¿por qué tiene que ser taaaan diferente?” Pero
grande es Dios que su presencia en ambos hace que esto sí funcione, para honra
y gloria de él. Y si somos sinceros, es precisamente esta diferencia la que nos
complementa. Cuesta admitirlo, pero así es. Exactamente lo mismo sucede en la
iglesia. Todos y cada uno tiene su lugar en la iglesia, y el Señor lo ha puesto
ahí con algún propósito. Y que no seamos todos iguales es una bendición.
Imagínense lo aburrido sería el mundo si todas las flores tuvieran la misma
forma y el mismo color. Pero Dios es tan creativo que crea miles de millones de
matices diferentes en su naturaleza. Acabamos de hacer un viaje por Bolivia, y
hemos visto cosas en la naturaleza que nos dejaron maravillados.
En
la iglesia también hay esos matices. Cada miembro de la iglesia es una obra de
arte única, con dones y habilidades únicas (o en combinaciones únicas), con un
temperamento único, con vivencias del pasado únicos y que han contribuido a
formarlo hasta su versión actual, con intervenciones de Dios únicas en su vida,
etc. Por lo tanto, en conjunto entre todas las obras de arte presentes formamos
un cuadro precioso de variedades, colores y matices que dan honra y gloria a
Dios. Pensemos en esto cada vez que un hermano o hermana se sienta a nuestro
lado y que nos cuesta soportar. Dios lo puso ahí por algo y para algo.
Pero
no creamos que la obra de arte del Diseñador del mundo que yo soy es menos o es
más especial que otras. Pablo nos advierte en su primera carta a los corintios
de este error de compararnos unos con otros y considerarnos menos o más que los
demás. El pastor David y yo somos muy diferentes uno del otro, y nuestros
ministerios son y serán muy diferentes. Pero a cada uno el Señor quiere usar a
su manera y con las particularidades con las que nos ha dotado a cada uno.
El
muy conocido pastor y psicólogo argentino Bernardo Stamateas fue mi profesor en
el seminario. Él dijo una vez una frase que me quedó grabada hasta hoy en día:
“El pecado más frecuente de los cristianos es la comparación.” Y creo que tiene
razón, porque al compararnos nos tomamos a nosotros mismos como barra de medir
y, según el concepto que tenemos de nosotros mismos, consideramos a los demás
como menos o como más que nosotros. Pero Dios no nos creó como barra de medir,
sino como preciosas obras de arte que no hay otro igual en el mundo. El único
con quien debemos compararnos es con Cristo, procurando llegar “a la medida de la estatura de la plenitud
de Cristo” (Ef 4.13 – RVC).
Pero,
¿qué podemos hacer con esta diversidad que tenemos entre nosotros? El apóstol
Pedro nos quiere dar una orientación en cuanto a eso.
F1 Pedro 4.10-11
Pedro
empieza por señalar de quién depende el trabajo en la iglesia: “cada uno” (v. 10). La iglesia solo
puede funcionar si cada uno pone el hombro bajo la carga. Es demasiada carga
para solo el equipo pastoral o solo determinado ministerio, y ni qué decir solo
para el pastor. Si todo el trabajo queda casi solo para unos pocos, o se van a
matar esos pocos o se va a morir la iglesia. Probablemente ambas cosas. Pero si
cada uno se compromete con la iglesia, esta podrá desarrollarse adecuadamente.
Y si se cambia el pastor, la iglesia sigue en movimiento porque el motor lo
constituyen todos los miembros juntamente con el pastor.
¿Y
qué debe hacer cada uno? Pedro nos responde: “…ponga al servicio de los demás el don que ha recibido” (v. 10 –
RVA2015). En la iglesia no estamos para ser estrellas, sino para servir. Si tú
no estás sirviendo a los demás con alguna cosita, no encontraste todavía tu
lugar en la iglesia. Los dones espirituales no son chupetines para mi deleite
personal, sino herramientas para servir a los demás. El que no sirve, no sirve.
“Pero
yo no sé cuál es mi don. Más bien creo que no tengo ninguno.” Bueno, según lo
que dice Pedro aquí y lo que Pablo también escribe en varias partes sí tienes
un don, si eres hijo(a) de Dios. De que no lo hayas descubierto todavía, puede
ser cierto. No vamos a entrar en detalles ahora porque es todo un tema aparte,
pero haz lo que te venga a mano. Las oportunidades que ves para darle una mano
a alguien es probablemente en la dirección de tu don. A medida que experimentas
diferentes cosas en diferentes áreas despertará en ti una preferencia o una
habilidad especial para cierta cosa. Por eso, haz lo que te venga a mano hacer,
y ya descubrirás lo que te gusta hacer. Pero no digas que no te gusta sin haber
probado varias veces.
Si
servimos a los demás con lo que podemos, la Biblia nos llama “buenos administradores de la multiforme
gracia de Dios” (v. 10 – RVA2015). Nada de lo que tenemos (posesiones,
tiempo, dones, conocimientos, etc.) es nuestro, sino Dios nos lo ha encomendado
para que lo administremos. Un administrador tiene que rendir cuentas al
verdadero dueño de lo que ha hecho con lo que le fue entregado en sus manos. Si
Dios te preguntara hoy qué has hecho con tus dones y habilidades, ¿le podrías
dar una descripción pormenorizada de cómo los has usado para bendecir a otros?
Si no te sientes muy seguro en cuanto a esto, te invito a que juntos podamos
encontrar un lugar o una forma en la que podrás servir a Dios y al prójimo con
lo que tienes a mano.
Para
que no quepa duda de qué está hablando, Pedro menciona 2 ejemplos de cómo
ejercer su don para beneficio de los demás: “¿Has
recibido el don de hablar en público? Entonces, habla como si Dios mismo
estuviera hablando por medio de ti. ¿Has recibido el don de ayudar a otros?
Ayúdalos con toda la fuerza y la energía que Dios te da” (v. 11 – NTV). Así
podríamos seguir la lista por mucho tiempo más: Si has recibido el don de
tratar con niños, enséñales la Palabra de Dios, o enséñales una conducta basada
sobre la Palabra de Dios. Si te gusta hacer trabajos para los demás, sírveles
con dedicación en lo que haga falta. Si te gusta trabajar con números, ofrécete
para la tesorería de la iglesia o ayuda a alguna familia que tiene dificultad
de manejar sus finanzas correctamente. Y así cada uno puede continuar con lo
que a él/ella le gusta hacer. Pídele al Señor que te abra los ojos para que
puedas ver las oportunidades que se abren delante de ti para hacer algo por el
prójimo. “Así, cada cosa que hagan traerá
gloria a Dios por medio de Jesucristo. ¡A él sea toda la gloria y todo el poder
por siempre y para siempre! Amén” (v. 11 – NTV), concluye Pedro este
pasaje.
¿Y
qué papel juega el pastor en todo esto? ¿Será que solo quiere comandar a los
demás a que trabajen como negros mientras que él toma tereré bajo aire
acondicionado? Bueno, por un lado, el pastor es uno más de la iglesia, de modo
que también es uno que pone al servicio de los demás el don/los dones que ha
recibido. Por otro lado, tiene una responsabilidad adicional todavía. Pablo
escribe a los efesios: “Cristo dio los
siguientes dones a la iglesia: los apóstoles, los profetas, los evangelistas, y
los pastores y maestros. Ellos tienen la responsabilidad de preparar al pueblo
de Dios para que lleve a cabo la obra de Dios y edifique la iglesia, es decir,
el cuerpo de Cristo” (Ef 4.11-12 – NTV). Entonces, además de servir a los
demás con sus dones, el pastor debe capacitar, acompañar, coordinar para que
los demás hermanos también puedan servir a otros con sus dones y para que el
cuerpo de Cristo en Parque del Norte pueda ir creciendo en todas las áreas para
honra y gloria del Señor.
¿Eres
una persona que ha aceptado a Cristo como su Señor y Salvador? ¿Vives en
obediencia y consagración a tu Señor? ¿Eres miembro de esta iglesia? Si procuras
vivir en obediencia a la Palabra de Dios, pero todavía no eres miembro de esta
iglesia, con gusto te orientamos a que puedas llegar a serlo. Si ya lo eres,
¿pones tu don al servicio de los demás? Si necesitas orientación en cuanto a
eso, también te queremos ayudar. Hay un corito que dice: “El que quiera
trabajar hallará también lugar.” La iglesia somos todos, y todos somos
responsables por su salud y su crecimiento. Ponte a disposición del Señor para
que, bajo su guía, puedas servir a los demás con el don que has recibido.
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