A veces sucede que, cuando vamos a
comer en algún lugar donde no hay buena ventilación, que todo el olor de la
cocina se queda en el ambiente. Cuando después de comer vamos a casa, sigue el
olor a comida en nuestra ropa. Aun horas después olemos el ambiente que hubo en
ese lugar donde fuimos a comer.
O también pasa lo mismo cuando
estamos en un lugar cerrado en el que hay una persona que tiene una loción o
perfume de olor muy penetrante. Aunque ya nos hayamos despedido hace rato,
sigue habiendo ese aroma impregnada en nuestra ropa y hasta parece que en la
piel.
¿Y si estamos en intimidad con el
Señor? ¿Estamos tan cerca de él que su “aroma” queda prendido en nuestro
espíritu? Algo en esta dirección estaremos hablando esta mañana al estudiar el
mensaje de Cristo a la iglesia de Tiatira.
F Ap 2.18-29
La ciudad de Tiatira era un centro
laboral, con muchos gremios que se dedicaban a la confección de ropa,
tintorería y alfarería. Lidia, la primera convertida de Pablo en Filipos, era
una mercader de Tiatira. La ciudad era esencialmente secular, sin preferencia
por religión alguna.
En esta carta, por primera vez Jesús
se presenta abiertamente como Hijo de Dios. Siempre había usado alguna imagen
para describirse, cosa que también hace aquí a continuación, pero es la primera
vez que manifiesta claramente su identidad. Esto le da a este mensaje un peso adicional
muy fuerte. Como Hijo de Dios tiene y es la autoridad máxima en todo el
universo. Él es quien ve con nitidez hasta lo más oculto y es el juez
absolutamente imparcial y justo. De esto testifican también las imágenes que él
utiliza para describirse. Dice tener “ojos
como llamas de fuego” (v. 18 – BNP). Esto me da la idea de una mirada
penetrante que no tiene obstáculo. Puede mirar hasta el último rincón del alma
y ver absolutamente todo. Todo lo que quiera frenar su mirada para ocultar algo
es quemado por su fuego. Todo lo oculto queda totalmente abierto ante él. No
hay secretos para Jesús. Para quien quiere ocultar cosas ante Dios, esto es
terrorífico. Si este es tu caso, sácalo tú mismo a la luz de Cristo,
confiésalo, arrepiéntete y abandónalo. Él de todos modos lo sabe, pero si él lo
tiene que traer a luz, será mucho más doloroso y vergonzoso para ti. Pero, a la
vez, es algo muy liberador, porque sabemos que podemos ser absolutamente
transparentes y libres ante él. Tener que ocultar algo constantemente para que
nadie se entere puede ser muy desgastante. Pero cuando ese temor se va y uno
puede respirar hondo con la conciencia tranquila, eso no tiene precio.
Por otro lado, Cristo dice que sus “pies se asemejan al bronce pulido”
(RVC); o: “como bronce al rojo vivo”
(NBD). Esta imagen también muestra que Dios es un juez imparcial, preparado
para aplastar todo mal con sus pies pesados. En esta carta él anuncia
justamente juicio contra los que se le oponen.
Esta capacidad de ver con claridad
hasta el fondo del alma pone al descubierto todas las virtudes de esta iglesia.
Y realmente, el elogio que ella recibe es impresionante. Jesús dice que está al
tanto de las obras de esta iglesia, de su amor, su fe, servicio y paciencia. Y
también que ahora ella está haciendo más y mejores obras que al principio. ¡Qué
elogio! Muestra una iglesia que está trabajando incansablemente, buscando
crecer en todos los aspectos. Y la evaluación que Cristo hace de esta iglesia
sale demasiado bien. Es tan refrescante recibir este tipo de elogios, porque
muchas veces estamos tan metidos en nuestros proyectos como iglesia, tan
concentrados en seguir lo que creemos que es la guía de Dios, y nos preguntamos
si realmente acertamos, si de veras estamos haciendo la voluntad del Señor. O si
de repente —como lo expresó una vez un indígena del Chaco— “estamos rascando
donde no pica”. Que entonces el mismo Señor Jesús emita semejante aprobación tampoco
no tiene precio.
El hecho de que Cristo dé ese
respaldo a la iglesia no significa todavía que era una iglesia perfecta. De
hecho, no existe una iglesia perfecta. Así también en la de Tiatira, no todo
era maravilla. La iglesia tenía serios problemas con una situación que Cristo
pasa a señalar a continuación.
Al igual que en la iglesia de
Pérgamo, había en Tiatira una influencia antibíblica interna. Había una mujer
que se atribuía importantes niveles de supuesta espiritualidad, pero que llevó
a la gente a caminos totalmente destructivos. En este texto ella recibe el
nombre de Jezabel. Si este realmente ha sido su nombre verdadero no lo podemos
saber, pero lo que sí sabemos con seguridad es que es un nombre simbólico que
alude a la malvada esposa del rey Acab en el Antiguo Testamento. Acab se casó
con una extranjera llamada Jezabel, y ella impuso una terrible idolatría en
Israel, adorando a Baal y a Aserá. Una de las confrontaciones más fuertes con
el profeta Elías fue cuando él convocó a 850 sacerdotes de Baal y de Aserá en
el monte Carmelo para definir quién sería el verdadero Dios de Israel.
Conocemos la historia que ambos bandos prepararon un altar de sacrificios, pero
sin prenderle fuego. El Dios que responda con fuego del cielo sería el Dios de
Israel. Cuando el verdadero Dios respondió a una sencilla oración de Elías, el
profeta mandó a matar a todos los sacerdotes de los cultos paganos. Esto
enfureció de tal manera a Jezabel que juró no descansar hasta haber matado a
Elías. Finalmente, ella tuvo una muerte muy horrible que mostró el juicio de
Dios sobre ella. Desde entonces hasta hoy en día se conoce al espíritu de
Jezabel como un demonio muy poderoso que lleva a la gente a rebelarse contra
Dios y contra toda autoridad divina. Esto fue también el caso en la iglesia de
Tiatira. Los pecados mencionados, consistiendo en inmoralidad sexual y en comer
carne sacrificada a los ídolos, pueden ser literales o simbólicos. Lo más
probable es que tengan ambos significados. Pero todo estilo de vida pecaminoso
tiene su origen en una desviación y un alejamiento de Dios. En otras palabras,
la fornicación o el adulterio en esta iglesia era sí o sí un adulterio
espiritual, consistiendo en infidelidad a Dios. Los pecados sexuales, en caso
de ser literales, serían una consecuencia o fruto de esa infidelidad a Dios. Por
eso, una versión lo traduce así: “Esa
mujer anda diciendo que yo la envié, y les ha dicho a mis servidores que pueden
comer de lo que se ofrece a dioses falsos, y los anima a serme infieles”
(v. 20 – TLA). Es muy poco probable que una persona totalmente enfocada y en
comunión con Dios caiga de un momento a otro en una rotunda rebelión contra
Dios y, en consecuencia, en todo tipo de pecados. Normalmente es un proceso en
el cual uno ha permitido en su vida pensamientos que no debería cultivar;
miradas que no debería haber sostenido; haberse concentrado en cosas que ha
escuchado y que debería haber rechazado rotundamente; haber descuidado la
lectura bíblica diaria y la comunicación continua con Dios, etc. Y estas cosas
permitidas en su vida, de manera lenta pero segura han desviado y alejado a esa
persona de Dios y, en consecuencia, a todo tipo de pecados. Satanás es
demasiado hábil para bajar nuestra guardia de a poquito, sutilmente.
Normalmente nos damos cuenta recién después de bastante tiempo que estamos
lejos de Dios y en terreno sumamente resbaladizo. Es cuestión no más de
oportunidad para que estemos fuera de combate. Revisa tu vida. ¿Puedes
descubrir estos mínimos desvíos? No les restes importancia. Justamente eso es
lo que Satanás —o Jezabel— quieren: hacerte creer que eres lo suficientemente
fuerte como para superar estas situaciones, cuando en realidad son alarmas que
el Espíritu Santo está encendiendo en tu vida. Si las apagas, le estás tapando
la boca al Espíritu Santo, cosa que es un peligro para toda la eternidad. ¡No
lo hagas! Más bien deja que él te guíe de regreso a la plena comunión con el
Padre.
Personas así causan mucho daño a la
iglesia, más todavía cuando se los tolera para no ofender a la persona o porque
esta sabe camuflarse tan bien que nadie lo nota tan claramente. ¿Y por qué Dios
no interviene? ¿Por qué él no elimina ese cáncer del cuerpo de su novia? La
respuesta está en el siguiente versículo: “Le
he dado tiempo para que se arrepienta…” (v. 21 – RVC). Justo el martes
pasado aquí en la reunión de oración hablamos precisamente de esto: que Dios
tiene tanta misericordia con nosotros y nos extiende su gracia por tanto
tiempo, esperando que nos arrepintamos. ¿Y cómo lo interpretamos nosotros? Si
bien hemos cometido algo por lo cual nuestra consciencia nos acusa, pero si no
nos parte un rayo creemos que no es tan grave para Dios y que podemos seguir
haciéndolo. ¡Todo pecado es grave! No existe ningún grado de mayor o menor
gravedad. Sea una mentirita blanca o un asesinato, todo nos separa eternamente
de Dios si no nos arrepentimos. Dice la Biblia: “…cualquiera que cumpla toda la ley, pero que falle en un solo mandato,
ya es culpable de haber fallado en todos” (Stg 2.10 – RVC). Así que, vuelvo
a decir: ¡No minimicemos el pecado! Todo, por más insignificante que nos parezca,
contiene el veneno mortal que nos puede llevar a la muerte eterna si no lo
confesamos a Dios, pidiéndole que le aplique el antídoto de la sangre de
Cristo.
En el caso de Jezabel, la
misericordia de Dios ha sido rechazada. Por más que Cristo le haya dado
oportunidades de arrepentirse, ella no las ha aprovechado. La triste
declaración de Jesús es: “…ella no quiere
abandonar su inmoralidad” (v. 21 – NTV). Este obstinado rechazo de la
gracia de Dios trae consecuencias muy drásticas: “…la voy a arrojar en un lecho de intensa aflicción” (v. 22 – NBD).
Otra versión incluso dice: “…voy a
encadenarla a un lecho de profunda angustia” (BLPH). Ya que continuamente
ella rechazó la misericordia de Dios, ahora cae el juicio sobre ella.
Pero no solamente sobre ella, sino
también todos sus amantes que cometieron adulterio con ella serían alcanzados
por el juicio de Dios. Pero para ellos sigue abierta todavía la posibilidad de arrepentirse.
Jesús anuncia las medidas que él implementará en su contra, pero indica que
este castigo puede ser desviado todavía por medio del arrepentimiento: “…a los que cometen adulterio con ella los
haré sufrir terriblemente, a menos que se arrepientan de lo que aprendieron de
ella” (v. 22 – BAD). “Y a los hijos
de esa mujer los heriré de muerte. Así sabrán todas las iglesias que yo
escudriño la mente y el corazón y que a cada uno le doy su merecido” (v. 23
– NBD). Acuérdense que Jesús se presentó a esta iglesia como el que tiene ojos
de fuego. Por eso él puede escudriñar la mente y el corazón.
Como dije, el martes estábamos
viendo que todos los mensajes de los profetas que anunciaban juicio para el
pueblo rebelde eran en el fondo un clamor misericordioso de Dios para que se
vuelvan de sus malos caminos antes que él se vea forzado a ejecutar su juicio.
La Biblia dice que “el Señor … tiene
paciencia con ustedes, pues no quiere que nadie muera, sino que todos se
vuelvan a Dios” (2 P 3.9 – DHH). Otra versión dice: “El Señor, … lo que quiere es que nadie se pierda, por lo que está
alargando el plazo para que todos se arrepientan” (NBV). Al que no
aprovecha este tiempo de gracia, la Biblia lo llama “necio”.
A estos seguidores de Jezabel, Jesús
los exhorta a “que se arrepientan de lo
que aprendieron de ella” (v. 22 – BAD). Y lo que aprendieron, ellos querían
hacerlo parecer como un conocimiento “de otro nivel”, “‘verdades más profundas’, como ellos las llaman, que en realidad son
profundidades de Satanás” (v. 24 – NTV); como algo deseable para obtener y
que les daría un poder especial por saber algo que otros no saben. Es la misma
táctica con el mismo resultado favorable para Satanás que él empleó ya con Adán
y Eva. A ellos les dijo a través de la serpiente: “Dios sabe que cuando ustedes coman de ese árbol, comprenderán todo
mejor; serán como dioses porque podrán diferenciar entre el bien y el mal”
(Gn 3.5 – PDT). Es una estrategia que resultó sumamente efectivo por la
ambición del ser humano y su deseo de poder, porque conocimiento es poder. Si
yo sé algo que tú no sabes, puedo ejercer poder sobre ti —puedo manipularte— porque
estoy en ventaja en cuanto a la información que manejo. Y todo ser humano
anhela poder. Por lo tanto, Satanás vuelve a usar una y otra vez esa misma
estrategia y siempre con una alta cuota de resultado favorable para él. Y
cuando la persona descubre que es un engaño, ya es tarde; ya cayó en la trampa
y ya está presa de este supuesto conocimiento especial. En esa trampa estaban
varios de la iglesia de Tiatira y reciben una seria advertencia de parte de
Jesús. Pero todavía no era demasiado tarde. El arrepentimiento rompe cualquier
lazo del enemigo que nos tiene atrapado, por más fuerte que este sea. Quizás no
nos libraremos de las consecuencias de esta trampa, pero siempre serán
consecuencias temporales no más ya, de esta vida, y no eternas como son las que
nos tocan si nos quedamos en la trampa.
Pero ese llamado al arrepentimiento
era solo para ese grupo que había caído bajo los encantos de las enseñanzas de
Jezabel. Al resto de la iglesia que había luchado por mantener la pureza, Jesús
dice que no les impondría ninguna otra carga. No los responsabiliza por lo que
hicieron otros. Más bien, los anima: “…retengan
con firmeza lo que ya tienen, (sigan creyendo firmemente en mí [TLA]) hasta que yo venga” (v. 25 – NVI). Para
quien logra mantenerse firme en su fe, aferrado del Señor, en obediencia a él,
Jesús tiene una promesa tremenda en esta carta. Esta promesa para el vencedor
no empieza con la tradicional
fórmula: “¡El que tiene oídos, oiga lo
que el Espíritu dice a las iglesias!” (v. 29 – DHH), sino termina con ella. Al vencedor, Jesús
promete dar autoridad o poder sobre las naciones. Los seguidores de Jezabel
creían poseer un poder especial sobre los demás por conocer los secretos de
Satanás, pero los que conocen los secretos de Dios tienen verdadero poder sobre
naciones enteras. Lo que Satanás ofrece es una imitación de poder, una
fantasía; lo que Cristo otorga es verdadera autoridad que transforma el mundo a
nuestro alrededor. Jesús es el León de Judá; Satanás anda rugiendo como si
fuera león, pero es un león sin dientes, como alguien decía; una pobre
imitación del verdadero León. Después de que Jesús haya vencido sobre Satanás,
el pecado y la muerte, él dijo al introducir la Gran Comisión: “Toda
autoridad me ha sido dada en el
cielo y en la tierra” (Mt 28.18 – RVC). Ahora, él comparte esa autoridad con
su seguidor que también logra vencer sobre el pecado y la tentación. Jesús
prometió: “…les daré autoridad sobre las
naciones, así como mi Padre me ha dado autoridad a mí” (vv. 26-27 – DHH). No
es un poder humano que depende de un puesto político, de la cantidad de dinero
que uno tiene o de lo grandioso que sabe hablar y arrasar a multitudes. Es una
autoridad que está lejos por encima de ese tipo de poder. Es una autoridad en
el mundo espiritual al que incluso Satanás tiene que rendirse, porque es la
autoridad del mismo Rey de reyes. ¿Te llama la atención el poder casi ilimitado
de algunas personas? Déjame decirte que su poder es un poroto en comparación a
la autoridad que tú tienes en Cristo Jesús. Ningún poder humano, político o
económico podrá movilizar el mundo espiritual más allá de la movilización que
realiza la iglesia de Jesucristo, unida en un mismo espíritu e intercediendo
por su entorno y por la evangelización del mundo. Tú y yo, unidos a Cristo,
tenemos autoridad sobre naciones hasta el último rincón del mundo. Nosotros
podemos lograr que la Palabra de Dios llegue hasta los rincones más alejados del
planeta, y esto ningún supuesto poderoso y ninguna cantidad de dinero ni ningún
demonio podrá evitar. Con esa autoridad de Cristo, él dice: “…gobernarán a las naciones con cetro de
hierro, y las harán pedazos como a ollas de barro” (v. 27 – DHH). Son
imágenes llenas de simbolismo de poder al que nada ni nadie podrá hacer frente.
Más bien, el cristiano fiel hará pedazos en el nombre de Jesús a toda oposición
del enemigo, como si fuese una olla de barro. Si caminamos lado a lado con el
que tiene pies de bronce pulido que aplasta a todo enemigo, su autoridad fluirá
a través de nosotros para hacer lo mismo también por extensión nuestra. Si
caminamos con él. Si nos alejamos de él, cuando permitimos pequeños engañitos y
pecaditos en nuestra vida, nuestra autoridad es debilitada tremendamente porque
ya no estamos más unidos a la fuente de autoridad. Nosotros no producimos
autoridad sino la recibimos de Cristo, el Vencedor por excelencia. “Esa autoridad es la misma que recibo de mi
Padre”, dice él (v. 28 – PDT). Si tú no andas derechito ante el Señor y
quieres exhortar a otra persona, esta se te va a reír en tu cara diciendo: “¿Y
qué me vas a decir vos si vos hacés esto y esto…?” ¡Y amóntema autoridad! Pero, por el contrario, ¡cuánta autoridad
irradia quien está en constante e íntima comunión con el Padre! Vuelvo a decir:
no estamos hablando de perfección, porque solo Dios lo es. Estamos hablando de
una manifestación de la presencia de Cristo en nosotros. Jesús termina
diciendo: “También le daré la estrella de
la mañana” (v. 28 – NVI). Al final del libro de Apocalipsis, después de
revelar tantas cosas a Juan, Jesús cierra esta revelación diciendo: “Yo, Jesús, he enviado a mi ángel con el fin
de darte este mensaje para las iglesias. … Yo
soy la estrella brillante de la mañana” (Ap 22.16 – NTV). Es decir,
cuando Jesús promete que nos dará la estrella de la mañana, se refiere a sí
mismo. Su presencia estará con el vencedor. Es el mismo mensaje con que termina
la Gran Comisión: “…yo estaré con ustedes
todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28.20 – PDT). Si caminamos lado
a lado con Jesús, se debe percibir su perfume cuando pasamos por las vidas de
las personas, y que digan de nosotros lo que dijeron de los apóstoles en el
libro de los Hechos: “…se maravillaron y
reconocieron que [los apóstoles] habían
estado con Jesús” (Hch 4.13 – NBV). ¿Hueles tú a Cristo?
¿Qué te está hablando Dios en esta mañana? ¿Qué vas a hacer al respecto?
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