Buenos días, hermanos. ¿De qué
hablamos el domingo pasado? De la iglesia como el cuerpo de Cristo. ¿Y cuál de
los órganos de ese cuerpo consideras que eres tú, de los de más valor o de los
de menos valor? Esta es una pregunta trampa, porque habíamos insistido bastante
en que no hay diferencia en cuanto a valor. Todos los miembros de ese cuerpo
tienen el mismo valor. Lo que es diferente es la función que cumplen en el
cuerpo a favor y en representación de todos los demás.
Hoy
nos vamos a poner románticos. Vamos a hablar de la iglesia como la novia de
Cristo. Vamos a empezar leyendo un texto que conocemos de las bodas. Se
encuentra en la carta a los efesios.
FEf 5.21-27
Como
dije, en casi todas las bodas se cita este pasaje. Pero hoy no quiero hablar de
los deberes del esposo y de la esposa. Esto es asunto de otra prédica en otro
momento. Lo que sí quiero es analizar este texto en cuanto a la relación entre
Cristo y su iglesia.
Toda
relación humana puede florecer y prosperar solo si hay un respeto mutuo. Si hay
actitudes abusivas de una persona hacia otra, o de descuido o desobediencia de
uno hacia el otro, ya la relación empieza a sufrir y a degenerarse. Eso es
exactamente igual entre la iglesia y Cristo. ¿Será que es exactamente igual?
Porque el primer versículo habla de someterse unos a otros. Entendemos bien que
la iglesia debe someterse a Cristo. Pero, ¿acaso él se somete a la iglesia? Él
es el dueño y Señor de la iglesia, ¿cómo se va a someter a ella? Nuestra
incomprensión tiene que ver con una idea muy equivocada del significado de la
palabra “someterse”. Es que, para nosotros, esta palabra es casi sinónimo de
esclavitud. Y no tenemos que buscar mucho para encontrar ejemplo sobre ejemplo
en la que una persona, muchas veces el hombre hacia la mujer, actúan en forma
esclavizante. Pero atendamos bien: este versículo habla de “someterse”, no de “ser sometido”. Esto es un
cambio radical en la comprensión. El someterse
es un acto voluntario de mi parte hacia el otro, no algo que otros me imponen a
la fuerza. Voluntariamente, por reverencia a Cristo, me someto a la otra
persona. Pero el versículo no termina todavía ahí. Dice que, de la misma
manera, el otro también se somete a mí. Y cada vez que alguien se somete al
otro, es decir, por respeto se pone debajo de la otra persona, eleva al otro. Y
viceversa. Así nuestra relación puede crecer y afianzarse, porque los dos
hacemos crecer al otro. Y esto se aplica a cualquier relación humana.
Pero
seguimos preguntándonos: “¿Cristo se somete a la iglesia?” Me llamó muchísimo
la atención cómo lo traduce otra versión. No recuerdo haberlo leído alguna vez
antes de esta manera. Dice: “Sírvanse unos a otros por respeto a Cristo” (v. 21 – PDT). Así que,
servirse. Si yo te sirvo a ti y tú me sirves a mí, ¿no nos estamos sometiendo
uno al otro? Me pareció una excelente traducción que ilustra magníficamente lo
que significa “someterse”, sin tener esa connotación negativa de un trabajo
forzado al que un mandamás omnipotente y malhumorado somete a los demás. Si lo
vemos así, ¿acaso Cristo no sirvió a la iglesia? Los siguientes versículos
describen claramente cómo Cristo sirvió hasta el punto de sacrificar su propia
vida. ¿Seguimos creyendo que Cristo y su iglesia no se someten mutuamente?
Además,
Jesús le dijo una vez a Pedro algo sorprendente: “…tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a construir mi iglesia; y ni
siquiera el poder de la muerte podrá vencerla. Te daré las llaves del reino de
los cielos; lo que tú ates aquí en la tierra, también quedará atado en el
cielo, y lo que tú desates aquí en la tierra, también quedará desatado en el
cielo” (Mt 16.18-19 – DHH). Casi nos cuesta creer que Dios se atendrá a lo
que decida la iglesia. Esto es un voto de confianza sin igual de parte de Dios
hacia la iglesia. ¡Y cuánta responsabilidad pone esto sobre la iglesia y sus
líderes para tomar decisiones maduras y de buscar la guía y la voluntad del
Señor! Dios sigue siendo el dueño y Señor de la iglesia, pero si esta busca su
guía en intensa oración y llega a tomar una decisión en cuanto a un asunto
determinado, él respaldará esa decisión. Hay muchas situaciones que no están
determinadas en detalle en la Biblia. Son casos en las que la iglesia debe
decidir según los principios generales que encontramos en la Biblia y según lo
que entendemos que nos guía el Señor. Si la iglesia se somete a la autoridad de
Cristo, él se somete a la decisión que la iglesia toma en tales circunstancias.
¡Qué tremendo!
Y
así de tremendo es también nuestro pasaje de Efesios. Por un lado, Pablo
utiliza la relación matrimonial para ilustrar la relación entre Cristo y la
iglesia. Por otro lado, es la relación de Jesús con su iglesia la regla de
medir o el modelo que debe determinar la calidad de relación en un matrimonio. En
el versículo 23 dice: “…el esposo es
cabeza de su esposa, así como Cristo es cabeza y salvador de la iglesia, la
cual es su cuerpo” (NVI). Este versículo es el puente perfecto entre la
prédica del domingo pasado y la de hoy. Aquí, la iglesia es descrita como
cuerpo de Cristo, lo que vimos el domingo pasado, y también como novia de él,
lo que ahora estamos tratando. Jesús cumple tanto la función de cabeza del
cuerpo como la de Salvador de la iglesia. Ya dijimos que ser el Salvador de la
iglesia fue el máximo grado de servicio que Jesús realizó a favor de ella.
Ésta, en contraparte, se somete y le sirve a él (v. 24).
Este
amor manifestado por Cristo al entregarse por su iglesia tiene un objetivo muy
alto para el Señor: “a fin de hacerla
santa y limpia al lavarla mediante la purificación de la palabra de Dios”
(v. 26 – NTV). Una nota explicativa de la Biblia de estudio Dios Habla Hoy dice
que es una: “alusión a las costumbres nupciales del Oriente antiguo. Se bañaba
y arreglaba cuidadosamente a la novia, antes de presentarla a su esposo. Aquí
es Cristo mismo quien purifica a la iglesia con el baño del bautismo y con la palabra
salvadora.” ¿Pero por qué tanto afán por limpiar y santificar a la iglesia? “Cristo quiso regalarse a sí mismo una
iglesia gloriosa, apartada del mal y perfecta, como un vestido sin una sola
arruga ni una sola mancha, ni nada parecido” (v. 27 – TLA). Normalmente se
contrata a personas que se dedican a preparar a las novias para el gran día de
su boda. Pero Jesús no dejó que nadie más tocara a su novia, sino él mismo se
encargó de preparar a su iglesia para ese día para que sea absolutamente
perfecta. Entonces, si en esta vida pasas por dolor, quizás el Señor justo te
esté depilando; si las lágrimas te hacen ver todo borroso, quizás el Señor te
esté aplicando el delineador y tienes que cerrar tus ojos para eso. Toda
experiencia en esta vida, sea agradable o sumamente desagradable, es parte de
un proceso de santificación y perfección que Cristo está recorriendo contigo
para que te conviertas en esa novia gloriosa y perfecta que él quiere
regalárselo a sí mismo. Ya pronto viene la boda del Cordero, en la cual
nosotros como iglesia de Cristo seremos los protagonistas. Y cada vez que Jesús
te mira, te ve como santo, limpio, glorioso, perfecto, sin arruga y sin mancha.
¿Cómo te hace sentir esto? Ese es su objetivo contigo. ¡Nada menos! ¿Estás trabajando
también hacia ese objetivo, limpiando tu vida de la inmundicia del pecado,
profundizando tu intimidad con Cristo, el novio, para saber cómo poder
agradarle más como futura esposa?
Porque
eso de estar preparado no se da automáticamente. Jesús contó una parábola en la
que él es representado por el novio que viene a buscar y llevar a casa a su
novia. La encontramos en Mateo 25.
FMt 25.1-13
En
cuanto a esta parábola, una nota explicativa dice: “En una boda oriental, el
novio se dirigía a la casa de la novia para recibirla de manos de sus padres;
luego iban acompañados por muchachas y otros convidados, hasta la casa del
novio o de sus padres, donde se celebraba el banquete nupcial. Las lámparas
ardían con aceite de oliva” (DHH).
Bueno,
tenemos aquí al novio. En el último versículo, Jesús se identifica claramente
con ese novio. Es decir, la parábola relata el momento cuando Cristo volverá
por su iglesia. Las 10 vírgenes representan a los cristianos. El hecho de que
tenían las lámparas da de entender que todas eran lo que hoy llamaríamos “hijos
de Dios”. La luz indica la realidad de lo que Jesús dijo en una oportunidad: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue,
no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8.12 –
RV60). O también lo que Pablo escribe a los efesios: “Ustedes antes vivían en la oscuridad, pero ahora, por estar unidos al
Señor, viven en la luz. Pórtense como quienes pertenecen a la luz” (Ef 5.8
– DHH). Entonces, la luz en esta parábola ilustra la presencia de Cristo, la
luz del mundo, en la persona. El aceite es lo que alimenta esa luz, o sea, el
Espíritu Santo. Pero, aunque todas sean cristianas y tengan la luz de Cristo,
había una diferencia entre ellas. Un grupo cuidaba su integridad y cultivaba la
comunión con Dios; buscaba la llenura del Espíritu Santo, el “aceite” de su luz
espiritual, los otros no le daban mucha importancia y se iban detrás de otros
intereses personales. Esto hizo después la diferencia decisiva. Las que estaban
llenas del Espíritu Santo no podían resolver el problema de los que no le
habían dado la suficiente atención a su mundo interior y a su comunión con
Dios. Es que la presencia del Espíritu Santo no es heredable; no se puede
compartir. Es algo 100% personal. Y los que habían cultivado su intimidad con
el Señor estaban listos cuando el novio llegó y podían entrar con él a la
fiesta. Para las otras no hubo tiempo para arreglar su vida en ese momento y
buscar nuevamente la llenura del Espíritu Santo. Para ellos, haber vivido
despreocupadas por su vida espiritual fue fatal. Demasiado tarde se acordaron y
no pudieron entrar a la fiesta celestial por toda la eternidad. ¿Crees que los
intereses de este mundo valen tanto como para ir tras ellos y poner en riesgo
tu vida espiritual? Cuando Cristo venga por su iglesia, que puede ser en
cualquier momento, ¿estarás preparado? No es cuestión de prepararse unos
instantes antes de que él llegue, ya que no sabes cuándo será. Solo sabemos que
las señales que Jesús dejó en cuanto a su regreso se están cumpliendo una tras
otra. Es como si él hubiera dicho: “Cuando yo regrese, no diré nada, pero habrá
señales.” Y estas señales, a mí entender indican que ya no falta mucho tiempo.
La única forma de estar preparado en ese momento es estar preparado siempre,
desde ahora; es adquirir un estilo de vida que lucha por la santidad, que busca
la intimidad con Dios, que cultiva la comunión con él todos los días. Hacer
menos de esto es jugar con su eternidad. Si Cristo volviera ahora dentro de 30
segundos, ¿estarías preparado/a para recibirle y entrar con él a la fiesta? Si
crees que esto tiene tiempo todavía, ¿cómo me puedes garantizar que él no viene dentro de 30 segundos? Si
sientes que no estás preparado, dile ahora al Señor: “Señor Jesús, me doy
cuenta que pertenezco al grupo de las vírgenes necias. He descuidado mi
relación contigo, permitiendo que otras cosas ocupen el lugar que te
corresponde a ti. Por favor, perdóname. Límpiame de mi pecado. Muéstrame qué
pasos tomar para volver al primer amor contigo, a cultivar la comunión contigo
y reorientar mi vida hacia tu Palabra y tu voluntad para mí. Santifícame y
lléname de tu Espíritu Santo. Gracias por tu infinita misericordia. Y ahora sí,
ven pronto, Señor Jesús. Estoy preparado. Tu iglesia, tu novia te está
esperando.”
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