sábado, 13 de abril de 2024

La novia de Cristo

 




            Buenos días, hermanos. ¿De qué hablamos el domingo pasado? De la iglesia como el cuerpo de Cristo. ¿Y cuál de los órganos de ese cuerpo consideras que eres tú, de los de más valor o de los de menos valor? Esta es una pregunta trampa, porque habíamos insistido bastante en que no hay diferencia en cuanto a valor. Todos los miembros de ese cuerpo tienen el mismo valor. Lo que es diferente es la función que cumplen en el cuerpo a favor y en representación de todos los demás.

            Hoy nos vamos a poner románticos. Vamos a hablar de la iglesia como la novia de Cristo. Vamos a empezar leyendo un texto que conocemos de las bodas. Se encuentra en la carta a los efesios.

 

            FEf 5.21-27

 

            Como dije, en casi todas las bodas se cita este pasaje. Pero hoy no quiero hablar de los deberes del esposo y de la esposa. Esto es asunto de otra prédica en otro momento. Lo que sí quiero es analizar este texto en cuanto a la relación entre Cristo y su iglesia.

            Toda relación humana puede florecer y prosperar solo si hay un respeto mutuo. Si hay actitudes abusivas de una persona hacia otra, o de descuido o desobediencia de uno hacia el otro, ya la relación empieza a sufrir y a degenerarse. Eso es exactamente igual entre la iglesia y Cristo. ¿Será que es exactamente igual? Porque el primer versículo habla de someterse unos a otros. Entendemos bien que la iglesia debe someterse a Cristo. Pero, ¿acaso él se somete a la iglesia? Él es el dueño y Señor de la iglesia, ¿cómo se va a someter a ella? Nuestra incomprensión tiene que ver con una idea muy equivocada del significado de la palabra “someterse”. Es que, para nosotros, esta palabra es casi sinónimo de esclavitud. Y no tenemos que buscar mucho para encontrar ejemplo sobre ejemplo en la que una persona, muchas veces el hombre hacia la mujer, actúan en forma esclavizante. Pero atendamos bien: este versículo habla de “someterse”, no de “ser sometido”. Esto es un cambio radical en la comprensión. El someterse es un acto voluntario de mi parte hacia el otro, no algo que otros me imponen a la fuerza. Voluntariamente, por reverencia a Cristo, me someto a la otra persona. Pero el versículo no termina todavía ahí. Dice que, de la misma manera, el otro también se somete a mí. Y cada vez que alguien se somete al otro, es decir, por respeto se pone debajo de la otra persona, eleva al otro. Y viceversa. Así nuestra relación puede crecer y afianzarse, porque los dos hacemos crecer al otro. Y esto se aplica a cualquier relación humana.

            Pero seguimos preguntándonos: “¿Cristo se somete a la iglesia?” Me llamó muchísimo la atención cómo lo traduce otra versión. No recuerdo haberlo leído alguna vez antes de esta manera. Dice: “Sírvanse unos a otros por respeto a Cristo” (v. 21 – PDT). Así que, servirse. Si yo te sirvo a ti y tú me sirves a mí, ¿no nos estamos sometiendo uno al otro? Me pareció una excelente traducción que ilustra magníficamente lo que significa “someterse”, sin tener esa connotación negativa de un trabajo forzado al que un mandamás omnipotente y malhumorado somete a los demás. Si lo vemos así, ¿acaso Cristo no sirvió a la iglesia? Los siguientes versículos describen claramente cómo Cristo sirvió hasta el punto de sacrificar su propia vida. ¿Seguimos creyendo que Cristo y su iglesia no se someten mutuamente?

            Además, Jesús le dijo una vez a Pedro algo sorprendente: “…tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a construir mi iglesia; y ni siquiera el poder de la muerte podrá vencerla. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que tú ates aquí en la tierra, también quedará atado en el cielo, y lo que tú desates aquí en la tierra, también quedará desatado en el cielo” (Mt 16.18-19 – DHH). Casi nos cuesta creer que Dios se atendrá a lo que decida la iglesia. Esto es un voto de confianza sin igual de parte de Dios hacia la iglesia. ¡Y cuánta responsabilidad pone esto sobre la iglesia y sus líderes para tomar decisiones maduras y de buscar la guía y la voluntad del Señor! Dios sigue siendo el dueño y Señor de la iglesia, pero si esta busca su guía en intensa oración y llega a tomar una decisión en cuanto a un asunto determinado, él respaldará esa decisión. Hay muchas situaciones que no están determinadas en detalle en la Biblia. Son casos en las que la iglesia debe decidir según los principios generales que encontramos en la Biblia y según lo que entendemos que nos guía el Señor. Si la iglesia se somete a la autoridad de Cristo, él se somete a la decisión que la iglesia toma en tales circunstancias. ¡Qué tremendo!

            Y así de tremendo es también nuestro pasaje de Efesios. Por un lado, Pablo utiliza la relación matrimonial para ilustrar la relación entre Cristo y la iglesia. Por otro lado, es la relación de Jesús con su iglesia la regla de medir o el modelo que debe determinar la calidad de relación en un matrimonio. En el versículo 23 dice: “…el esposo es cabeza de su esposa, así como Cristo es cabeza y salvador de la iglesia, la cual es su cuerpo” (NVI). Este versículo es el puente perfecto entre la prédica del domingo pasado y la de hoy. Aquí, la iglesia es descrita como cuerpo de Cristo, lo que vimos el domingo pasado, y también como novia de él, lo que ahora estamos tratando. Jesús cumple tanto la función de cabeza del cuerpo como la de Salvador de la iglesia. Ya dijimos que ser el Salvador de la iglesia fue el máximo grado de servicio que Jesús realizó a favor de ella. Ésta, en contraparte, se somete y le sirve a él (v. 24).

            Este amor manifestado por Cristo al entregarse por su iglesia tiene un objetivo muy alto para el Señor: “a fin de hacerla santa y limpia al lavarla mediante la purificación de la palabra de Dios” (v. 26 – NTV). Una nota explicativa de la Biblia de estudio Dios Habla Hoy dice que es una: “alusión a las costumbres nupciales del Oriente antiguo. Se bañaba y arreglaba cuidadosamente a la novia, antes de presentarla a su esposo. Aquí es Cristo mismo quien purifica a la iglesia con el baño del bautismo y con la palabra salvadora.” ¿Pero por qué tanto afán por limpiar y santificar a la iglesia? “Cristo quiso regalarse a sí mismo una iglesia gloriosa, apartada del mal y perfecta, como un vestido sin una sola arruga ni una sola mancha, ni nada parecido” (v. 27 – TLA). Normalmente se contrata a personas que se dedican a preparar a las novias para el gran día de su boda. Pero Jesús no dejó que nadie más tocara a su novia, sino él mismo se encargó de preparar a su iglesia para ese día para que sea absolutamente perfecta. Entonces, si en esta vida pasas por dolor, quizás el Señor justo te esté depilando; si las lágrimas te hacen ver todo borroso, quizás el Señor te esté aplicando el delineador y tienes que cerrar tus ojos para eso. Toda experiencia en esta vida, sea agradable o sumamente desagradable, es parte de un proceso de santificación y perfección que Cristo está recorriendo contigo para que te conviertas en esa novia gloriosa y perfecta que él quiere regalárselo a sí mismo. Ya pronto viene la boda del Cordero, en la cual nosotros como iglesia de Cristo seremos los protagonistas. Y cada vez que Jesús te mira, te ve como santo, limpio, glorioso, perfecto, sin arruga y sin mancha. ¿Cómo te hace sentir esto? Ese es su objetivo contigo. ¡Nada menos! ¿Estás trabajando también hacia ese objetivo, limpiando tu vida de la inmundicia del pecado, profundizando tu intimidad con Cristo, el novio, para saber cómo poder agradarle más como futura esposa?

            Porque eso de estar preparado no se da automáticamente. Jesús contó una parábola en la que él es representado por el novio que viene a buscar y llevar a casa a su novia. La encontramos en Mateo 25.

 

            FMt 25.1-13

 

            En cuanto a esta parábola, una nota explicativa dice: “En una boda oriental, el novio se dirigía a la casa de la novia para recibirla de manos de sus padres; luego iban acompañados por muchachas y otros convidados, hasta la casa del novio o de sus padres, donde se celebraba el banquete nupcial. Las lámparas ardían con aceite de oliva” (DHH).

            Bueno, tenemos aquí al novio. En el último versículo, Jesús se identifica claramente con ese novio. Es decir, la parábola relata el momento cuando Cristo volverá por su iglesia. Las 10 vírgenes representan a los cristianos. El hecho de que tenían las lámparas da de entender que todas eran lo que hoy llamaríamos “hijos de Dios”. La luz indica la realidad de lo que Jesús dijo en una oportunidad: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8.12 – RV60). O también lo que Pablo escribe a los efesios: “Ustedes antes vivían en la oscuridad, pero ahora, por estar unidos al Señor, viven en la luz. Pórtense como quienes pertenecen a la luz” (Ef 5.8 – DHH). Entonces, la luz en esta parábola ilustra la presencia de Cristo, la luz del mundo, en la persona. El aceite es lo que alimenta esa luz, o sea, el Espíritu Santo. Pero, aunque todas sean cristianas y tengan la luz de Cristo, había una diferencia entre ellas. Un grupo cuidaba su integridad y cultivaba la comunión con Dios; buscaba la llenura del Espíritu Santo, el “aceite” de su luz espiritual, los otros no le daban mucha importancia y se iban detrás de otros intereses personales. Esto hizo después la diferencia decisiva. Las que estaban llenas del Espíritu Santo no podían resolver el problema de los que no le habían dado la suficiente atención a su mundo interior y a su comunión con Dios. Es que la presencia del Espíritu Santo no es heredable; no se puede compartir. Es algo 100% personal. Y los que habían cultivado su intimidad con el Señor estaban listos cuando el novio llegó y podían entrar con él a la fiesta. Para las otras no hubo tiempo para arreglar su vida en ese momento y buscar nuevamente la llenura del Espíritu Santo. Para ellos, haber vivido despreocupadas por su vida espiritual fue fatal. Demasiado tarde se acordaron y no pudieron entrar a la fiesta celestial por toda la eternidad. ¿Crees que los intereses de este mundo valen tanto como para ir tras ellos y poner en riesgo tu vida espiritual? Cuando Cristo venga por su iglesia, que puede ser en cualquier momento, ¿estarás preparado? No es cuestión de prepararse unos instantes antes de que él llegue, ya que no sabes cuándo será. Solo sabemos que las señales que Jesús dejó en cuanto a su regreso se están cumpliendo una tras otra. Es como si él hubiera dicho: “Cuando yo regrese, no diré nada, pero habrá señales.” Y estas señales, a mí entender indican que ya no falta mucho tiempo. La única forma de estar preparado en ese momento es estar preparado siempre, desde ahora; es adquirir un estilo de vida que lucha por la santidad, que busca la intimidad con Dios, que cultiva la comunión con él todos los días. Hacer menos de esto es jugar con su eternidad. Si Cristo volviera ahora dentro de 30 segundos, ¿estarías preparado/a para recibirle y entrar con él a la fiesta? Si crees que esto tiene tiempo todavía, ¿cómo me puedes garantizar que él no viene dentro de 30 segundos? Si sientes que no estás preparado, dile ahora al Señor: “Señor Jesús, me doy cuenta que pertenezco al grupo de las vírgenes necias. He descuidado mi relación contigo, permitiendo que otras cosas ocupen el lugar que te corresponde a ti. Por favor, perdóname. Límpiame de mi pecado. Muéstrame qué pasos tomar para volver al primer amor contigo, a cultivar la comunión contigo y reorientar mi vida hacia tu Palabra y tu voluntad para mí. Santifícame y lléname de tu Espíritu Santo. Gracias por tu infinita misericordia. Y ahora sí, ven pronto, Señor Jesús. Estoy preparado. Tu iglesia, tu novia te está esperando.”


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