Pocos metros antes de llegar
a nuestra casa hay un lugar en el cual se queda estancada por mucho tiempo el
agua de lluvia. En el medio el empedrado ya se ha hundido bastante, formando
una zanja honda, pero por estar lleno de agua no se ve nada. La única forma de
cruzar es por los costados de esa laguna, pero no por el medio de la calle. Cuántos
vehículos ya se han golpeado muy feo en esa parte más honda.
Resulta que en estos días
pasó por ahí en moto una persona de esta iglesia. Como no conocía ese pozo en
cuestión, entró al agua justo en la parte más honda. En pleno pozo se le apagó
el motor de la moto, y por nada quiso volver a funcionar. Después de empujar la
moto para sacarla de esa laguna, el agua salía a chorros del caño de escape.
Para mí estaba claro que el motor se haya llenado de agua, lo que implicaría
una reparación bastante cara. Pero de golpe arrancó otra vez el motor, como si
nada hubiera pasado. Esta persona pasó un rato bastante malo, pero el Señor
estuvo ahí. Él reprendió al devorador que quería descomponer el motor de esa
moto e hizo retroceder el agua para que esa moto arrancara nuevamente. La
protección de Dios y su bendición aun en medio del susto y de la preocupación
por el gasto que implicaría la reparación de esa moto estuvieron presentes.
Este episodio ilustra algo de
lo que estaremos hablando esta mañana. Nos toca hoy analizar el penúltimo
mensaje de Cristo a las iglesias en el Apocalipsis. Se trata de la iglesia de
Filadelfia.
FAp 3.7-13
En este mensaje Jesús utiliza
varias imágenes para presentarse. La primera es que él es el Santo y Verdadero.
Ya Isaías había visto a los ángeles exaltando al trino Dios como el tres veces
santo. Esto quiere decir que es el superlativo de santo. Si hubiera una
graduación en cuanto a santidad, Dios estaría todavía por encima del máximo
grado de santidad. Es decir, él es el absolutamente santo, absolutamente
perfecto, sin falla ni error ni pecado alguno. Inalcanzable para cualquier
defecto. Y entre paréntesis: Este Dios absolutamente santo dice: “Sean ustedes santos, porque yo soy santo”
(1 P 1.16 – DHH). Lo dejo picando aquí y cierro el paréntesis.
También dice Jesús que él es
el Verdadero. Esto se refiere, por un lado, a la veracidad: Jesús es la verdad,
dice la verdad y actúa según la verdad. Pilato estaba a punto de lograr el
máximo descubrimiento de su vida cuando preguntó: “—¿Y qué es la verdad? … Dicho esto, salió otra vez a ver a los judíos”
(Jn 18.38 – NVI). Tenía la Verdad en persona delante de él, el que dijo de sí
mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14.6 –
DHH), pero antes de que Jesús le pudiera contestar, mató la chispa que iba a
provocar en él una explosión de revelación celestial y se fue.
Pero Jesús es el Verdadero
también en el sentido de autenticidad. Es el propio, ningún doble como en las
películas, ninguna escultura, ninguna figura de cera que parece auténtica,
ninguna falsificación ni ninguna imitación como ya dijimos que es Satanás que
quiere rugir como si fuera león. Solo Jesús es el verdadero León de Judá (Ap
5.5). Este es el Jesús que se presenta en este mensaje: santo, veraz y
auténtico.
Después, Jesús se identifica
como el que tiene la llave de David. Tener una llave significa tener el poder
de decidir si una puerta estará abierta o cerrada. Precisamente esto es lo que
se reflejará en el mensaje que Jesús dirige a esta iglesia. La llave de David
se refiere al reino de David en sentido espiritual. Dios le había prometido a
David: “…tu trono quedará establecido
para siempre” (2 S 7.16 – DHH), “tu
trono será estable eternamente” (RV95). En ese sentido oró también su hijo
Salomón: “Señor, Dios de Israel, cumple
también lo que prometiste a tu siervo David, mi padre: que no le faltaría un
descendiente que, con tu favor, subiera al trono de Israel…” (1 R 8.25 –
DHH). Por supuesto que esto, en forma literal, no fue así porque ese reino ya
no existe. Pero Jesús es descendiente directo de David, y él ha sido coronado
Rey y gobierna sobre todo el mundo físico y también el espiritual por toda la
eternidad. Así que, esta descripción de tener en su mano la llave de David
habla de su autoridad sobre toda la creación. Esa autoridad queda reflejada
también en el uso que él dará de esta llave: “Lo que él abre, nadie puede cerrar; y lo que él cierra, nadie puede
abrir” (v. 7 – NTV). La decisiones y acciones de Cristo son determinantes y
ningún poder del universo podrá cambiarlo. Así que, si el médico, tu jefe, el
intendente o el presidente de la república te dicen una cosa, pero Dios dice
otra, siempre, invariablemente, se hará lo que Dios dice. Él siempre tendrá la
última palabra.
Bueno, esta fue la
presentación que Cristo hizo de sí mismo. Ahora veremos el mensaje que él tiene
para esta iglesia. Como también en las iglesias anteriores, Jesús manifiesta
conocer cada detalle de esta iglesia. Era una iglesia con poco poder. No nos
dice en qué sentido, pero no tuvo muchos recursos —de cualquier ámbito— que
presentar. Pero esto no fue excusa como para darse por vencido. Con la poca
fuerza que tuvo había luchado por mantenerse en pie. Por esta actitud, Cristo
le abrió ahora una puerta para mayores oportunidades. Y esa puerta,
precisamente por la autoridad de Cristo contra la que nadie puede, nunca se
cerraría si la iglesia la aprovechaba. ¿Entendemos lo que sucede aquí? Las
grandes oportunidades de servicio, de hacer cosas para el Señor, de activar en
su reino no dependen de nuestros recursos, sino de nuestra fidelidad. El Señor
no mira cuánto tienes, sino cómo eres. Si tu corazón es recto delante de él, él
te abrirá acceso a oportunidades insospechadas, sin importar cuántos recursos
tienes. Estos recursos sí o sí los tiene que proveer él porque los que creemos
poder generar nosotros mismos son solo un estorbo para él. En la parábola de
los talentos, no importó la cantidad de recursos que cada siervo tenía a disposición.
Uno tenía 5 talentos, el otro 2 y el tercero 1. Solo valió lo que había hecho
con lo que tenía. No te compares con otros. No digas: “Si yo tuviera los dones
o las oportunidades que tiene fulano o mengano, ¡las cosas que yo haría…!”
Bueno, demostrá lo que harías con lo que sí tienes a disposición, porque algún
recurso sí Dios te ha dado. Quizás incluso lo que menos piensas que sería un
recurso es algo que Dios ha puesto en tus manos para que lo utilices para su
honra y gloria. Solo vale la fidelidad. Si Dios encuentra eso en ti, más y más
oportunidades él abrirá delante de ti que nadie puede cerrar – nadie, excepto
tú. Si no aprovechas esas puertas abiertas, por más que te parezca una puertita
para mascotas de tan pequeña que es, puede que esta se cierra otra vez o que
alguien más venga y la puerta sea pasado a él o ella que sí la sabrá
aprovechar.
Cecilia Garay reconoció que
ella tiene el recurso del canto, y lo puso a disposición de Dios para alabarlo
cada domingo aquí en la iglesia. Le costó mucho adaptarse del estilo de Mati al
de mi esposa y las canciones que ella elige. En muchos casos son canciones tan
antiguas que resultan nuevas para Cecilia. Pero ahí está, sin titubear, sin
echarse para atrás. Anoche tuvo una oportunidad mucho más grande y se presentó
para cantar ante 300 personas en el Colegio Príncipe de Paz. Y lo hizo con toda
decisión. Es más: ella misma creó esa oportunidad al decir: “Yo voy a
participar del programa.” ¿Qué otras oportunidades tendrá Dios para ella en el
futuro? Solo Dios lo sabe, pero ella va aprovechando las que se abren ante
ella.
El que, como ella, aprovecha
esas puertas abiertas, grandes cosas Dios hará a través de él o ella. Hasta los
adversarios, incluso los demonios, tendrán que reconocer que el favor de Dios está
sobre esta persona. Y no hace falta que esta persona se jacte de todo lo que
Dios está haciendo. Es más, esa jactancia ya desviaría la atención de Dios
hacia la persona, y la gloria que le corresponde a Dios sería robada por esta
persona. Pero al que es fiel, cuyo único objetivo es agradar y obedecer a Dios,
no le interesa la gloria. Y en tal caso, Dios mismo hará que la oposición se
rinda ante él y reconozca el poder de Dios operando en y a través de él. Y esta
realidad espiritual vemos en todo sentido. La fidelidad en los diezmos tiene el
mismo efecto. Al tan conocido versículo 10 de Malaquías 3 que insta a traer
nuestro diezmo al tesoro de la iglesia le sigue el versículo 11 en el cual Dios
promete reprender al devorador o alejar las plagas de los cultivos para que no
dañen la cosecha. Claro, no lo podemos ver como un negocio en el cual Dios está
obligado a brindarnos una buena cosecha económica el día después de que le
hayamos dado nuestro diezmo. Esto sería una expresión egoísta e interesada de
nuestra parte al dar el diezmo, y no expresión de gratitud y alabanza a Dios.
Estas promesas son muestra de su enorme generosidad y misericordia hacia
nosotros. Él no nos debe nada. Nosotros, más bien, nos debemos por completo a
él. Pero él nos quiere bendecir tanto que tiene en cuenta nuestra fidelidad tan
frágil y débil, como lo fue la fuerza de la iglesia de Filadelfia, que nos
protege y beneficia en todo sentido si mostramos serle fiel a él.
Precisamente esto es lo que
Jesús también le dice a la iglesia de Filadelfia en el siguiente versículo: “Has cumplido mi mandamiento de ser
constante, y por eso yo te protegeré de la hora de prueba que va a venir sobre
el mundo entero para poner a prueba a todos los que viven en la tierra” (v.
10 – DHH). Ser fiel a Dios trae grandes beneficios en muchos sentidos. No
significa que jamás se nos tocará ni un pelito. Eso vemos a diario en nuestro
derredor que los cristianos también sufrimos. Pero en medio del sufrimiento
experimentamos la protección, la fortaleza y el consuelo de Dios, como la
persona que se trancó con su moto en el charco de agua frente a mi casa. Jesús
mismo había dicho lo que ya varias veces les he citado: “En este mundo van a sufrir, pero anímense, yo he vencido al mundo”
(Jn 16.33 – NBV). Vamos a sufrir, sin dudas. Pero este mundo bajo el dominio de
Satanás no tendrá la libertad plena de maltratarnos y destruirnos como quisiera
tenerla, sino su poder sobre nosotros está limitado y solo llega hasta el punto
en que Dios lo considera apropiado para que cumpla los propósitos de él, no los
del mundo. Si esto no es protección divina, ¿qué lo sería entonces? ¡Alabado
sea Dios!
Sobre la base de esta
descripción de la iglesia, el Señor le pasa a dar las siguientes
recomendaciones. En primer lugar, él le asegura su pronta venida (v. 11). Nos
puede parecer una exageración o que Jesús no sabía lo que estaba diciendo.
Bueno, él mismo dijo que no sabía el día ni la hora en que él regresaría (Mt
24.36). Pero, por otro lado, para Dios no existe el tiempo. Un día o 1.000 años
da lo mismo para él (2 P 3.8). Más que una indicación del tiempo de su regreso,
el Señor nos quiere transmitir la urgente necesidad de estar preparado siempre.
El momento de su venida no nos debe preocupar porque no nos incumbe. Es asunto
netamente de Dios. Lo que sí nos debe preocupar es estar preparado. Por eso,
Jesús le anima a la iglesia de Filadelfia: “Retén
firmemente lo que tienes, para que nadie te quite tu corona” (v. 11 – NBD).
Esto no es aferrarse desesperadamente a sus posesiones para que nadie coma de
su pedazo de torta, es decir, proteger egoístamente su propiedad para que nadie
le quite ni un pedacito. Más bien se refiere a guardar la fe, retener en su
memoria lo aprendido, seguir siendo obediente, etc. En tal sentido lo traduce
una versión: “Sigue fiel como hasta ahora
y nadie te quitará tu premio” (PDT). ¡No te atrevas a jugar con tu fe! No
podés darte el lujo de descuidar tu relación con el Señor, porque estarías
jugando con tu vida. Sigue firme en tu fidelidad al Señor. Es la única manera
de salir ganando. Todo lo que es menos que eso es pérdida.
Pero si logras permanecer
firme en tu fe, serás contado entre los vencedores. A ellos, el Señor promete
convertirlos en una columna en el templo de Dios. La columna ocupa un lugar muy
importante en una construcción. Lleva gran parte del peso de toda la
construcción y es clave para la estabilidad del edificio. Esa función de tan grande
responsabilidad cumplirá el vencedor en la obra de Dios. El que fue fiel en lo
poco, será puesto sobre mucho. Y esto no se le será quitado: “…nunca más saldrá de allí” (v. 12 –
NBLH), “…nadie lo sacará” (BLA).
Acuérdense que el que promete esto es el que abre y nadie puede cerrar y cierra
y nadie puede abrir. Lo que él otorga, nadie puede arrebatarlo de la mano de
sus hijos.
Además, Cristo promete grabar
en esta columna tres nombres: el nombre de Dios, el nombre de la Nueva
Jerusalén y el nombre de Cristo. Esto es símbolo de pertenencia a Dios. La
nueva identidad que recibiremos es como un sello de nuestra pertenencia a
Cristo, y ese sello no se borrará más.
¿Tienes tú ya esa identidad?
Si ni siquiera conoces bien a Jesús, será este un momento muy oportuno, sea que
estés presente aquí mismo o que estés escuchando la propuesta a través de las
redes, pídele a Jesús a que entre ahora mismo a tu vida, que sea tu Salvador
personal, que te perdone todo lo malo que has hecho y que te haga un hijo de
Dios. Luego, avísanos de tu decisión para que te podamos acompañarte en tu
crecimiento espiritual.
Y si ya eres un hijo de Dios,
¿qué te llevas de esta prédica? ¿Qué te quedó grabado? ¿Puedes mencionar ahora
una, dos o tres cosas que implementarás esta tarde misma para permanecer fiel a
Dios y responder a lo que entendiste de esta prédica?
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