sábado, 4 de mayo de 2024

El mensaje a la iglesia de Filadelfia


 



                   Pocos metros antes de llegar a nuestra casa hay un lugar en el cual se queda estancada por mucho tiempo el agua de lluvia. En el medio el empedrado ya se ha hundido bastante, formando una zanja honda, pero por estar lleno de agua no se ve nada. La única forma de cruzar es por los costados de esa laguna, pero no por el medio de la calle. Cuántos vehículos ya se han golpeado muy feo en esa parte más honda.

                   Resulta que en estos días pasó por ahí en moto una persona de esta iglesia. Como no conocía ese pozo en cuestión, entró al agua justo en la parte más honda. En pleno pozo se le apagó el motor de la moto, y por nada quiso volver a funcionar. Después de empujar la moto para sacarla de esa laguna, el agua salía a chorros del caño de escape. Para mí estaba claro que el motor se haya llenado de agua, lo que implicaría una reparación bastante cara. Pero de golpe arrancó otra vez el motor, como si nada hubiera pasado. Esta persona pasó un rato bastante malo, pero el Señor estuvo ahí. Él reprendió al devorador que quería descomponer el motor de esa moto e hizo retroceder el agua para que esa moto arrancara nuevamente. La protección de Dios y su bendición aun en medio del susto y de la preocupación por el gasto que implicaría la reparación de esa moto estuvieron presentes.

                   Este episodio ilustra algo de lo que estaremos hablando esta mañana. Nos toca hoy analizar el penúltimo mensaje de Cristo a las iglesias en el Apocalipsis. Se trata de la iglesia de Filadelfia.

 

                   FAp 3.7-13

 

                   En este mensaje Jesús utiliza varias imágenes para presentarse. La primera es que él es el Santo y Verdadero. Ya Isaías había visto a los ángeles exaltando al trino Dios como el tres veces santo. Esto quiere decir que es el superlativo de santo. Si hubiera una graduación en cuanto a santidad, Dios estaría todavía por encima del máximo grado de santidad. Es decir, él es el absolutamente santo, absolutamente perfecto, sin falla ni error ni pecado alguno. Inalcanzable para cualquier defecto. Y entre paréntesis: Este Dios absolutamente santo dice: “Sean ustedes santos, porque yo soy santo” (1 P 1.16 – DHH). Lo dejo picando aquí y cierro el paréntesis.

                   También dice Jesús que él es el Verdadero. Esto se refiere, por un lado, a la veracidad: Jesús es la verdad, dice la verdad y actúa según la verdad. Pilato estaba a punto de lograr el máximo descubrimiento de su vida cuando preguntó: “—¿Y qué es la verdad? … Dicho esto, salió otra vez a ver a los judíos” (Jn 18.38 – NVI). Tenía la Verdad en persona delante de él, el que dijo de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14.6 – DHH), pero antes de que Jesús le pudiera contestar, mató la chispa que iba a provocar en él una explosión de revelación celestial y se fue.

                   Pero Jesús es el Verdadero también en el sentido de autenticidad. Es el propio, ningún doble como en las películas, ninguna escultura, ninguna figura de cera que parece auténtica, ninguna falsificación ni ninguna imitación como ya dijimos que es Satanás que quiere rugir como si fuera león. Solo Jesús es el verdadero León de Judá (Ap 5.5). Este es el Jesús que se presenta en este mensaje: santo, veraz y auténtico.

                   Después, Jesús se identifica como el que tiene la llave de David. Tener una llave significa tener el poder de decidir si una puerta estará abierta o cerrada. Precisamente esto es lo que se reflejará en el mensaje que Jesús dirige a esta iglesia. La llave de David se refiere al reino de David en sentido espiritual. Dios le había prometido a David: “…tu trono quedará establecido para siempre” (2 S 7.16 – DHH), “tu trono será estable eternamente” (RV95). En ese sentido oró también su hijo Salomón: “Señor, Dios de Israel, cumple también lo que prometiste a tu siervo David, mi padre: que no le faltaría un descendiente que, con tu favor, subiera al trono de Israel…” (1 R 8.25 – DHH). Por supuesto que esto, en forma literal, no fue así porque ese reino ya no existe. Pero Jesús es descendiente directo de David, y él ha sido coronado Rey y gobierna sobre todo el mundo físico y también el espiritual por toda la eternidad. Así que, esta descripción de tener en su mano la llave de David habla de su autoridad sobre toda la creación. Esa autoridad queda reflejada también en el uso que él dará de esta llave: “Lo que él abre, nadie puede cerrar; y lo que él cierra, nadie puede abrir” (v. 7 – NTV). La decisiones y acciones de Cristo son determinantes y ningún poder del universo podrá cambiarlo. Así que, si el médico, tu jefe, el intendente o el presidente de la república te dicen una cosa, pero Dios dice otra, siempre, invariablemente, se hará lo que Dios dice. Él siempre tendrá la última palabra.

                   Bueno, esta fue la presentación que Cristo hizo de sí mismo. Ahora veremos el mensaje que él tiene para esta iglesia. Como también en las iglesias anteriores, Jesús manifiesta conocer cada detalle de esta iglesia. Era una iglesia con poco poder. No nos dice en qué sentido, pero no tuvo muchos recursos —de cualquier ámbito— que presentar. Pero esto no fue excusa como para darse por vencido. Con la poca fuerza que tuvo había luchado por mantenerse en pie. Por esta actitud, Cristo le abrió ahora una puerta para mayores oportunidades. Y esa puerta, precisamente por la autoridad de Cristo contra la que nadie puede, nunca se cerraría si la iglesia la aprovechaba. ¿Entendemos lo que sucede aquí? Las grandes oportunidades de servicio, de hacer cosas para el Señor, de activar en su reino no dependen de nuestros recursos, sino de nuestra fidelidad. El Señor no mira cuánto tienes, sino cómo eres. Si tu corazón es recto delante de él, él te abrirá acceso a oportunidades insospechadas, sin importar cuántos recursos tienes. Estos recursos sí o sí los tiene que proveer él porque los que creemos poder generar nosotros mismos son solo un estorbo para él. En la parábola de los talentos, no importó la cantidad de recursos que cada siervo tenía a disposición. Uno tenía 5 talentos, el otro 2 y el tercero 1. Solo valió lo que había hecho con lo que tenía. No te compares con otros. No digas: “Si yo tuviera los dones o las oportunidades que tiene fulano o mengano, ¡las cosas que yo haría…!” Bueno, demostrá lo que harías con lo que sí tienes a disposición, porque algún recurso sí Dios te ha dado. Quizás incluso lo que menos piensas que sería un recurso es algo que Dios ha puesto en tus manos para que lo utilices para su honra y gloria. Solo vale la fidelidad. Si Dios encuentra eso en ti, más y más oportunidades él abrirá delante de ti que nadie puede cerrar – nadie, excepto tú. Si no aprovechas esas puertas abiertas, por más que te parezca una puertita para mascotas de tan pequeña que es, puede que esta se cierra otra vez o que alguien más venga y la puerta sea pasado a él o ella que sí la sabrá aprovechar.

                   Cecilia Garay reconoció que ella tiene el recurso del canto, y lo puso a disposición de Dios para alabarlo cada domingo aquí en la iglesia. Le costó mucho adaptarse del estilo de Mati al de mi esposa y las canciones que ella elige. En muchos casos son canciones tan antiguas que resultan nuevas para Cecilia. Pero ahí está, sin titubear, sin echarse para atrás. Anoche tuvo una oportunidad mucho más grande y se presentó para cantar ante 300 personas en el Colegio Príncipe de Paz. Y lo hizo con toda decisión. Es más: ella misma creó esa oportunidad al decir: “Yo voy a participar del programa.” ¿Qué otras oportunidades tendrá Dios para ella en el futuro? Solo Dios lo sabe, pero ella va aprovechando las que se abren ante ella.

                   El que, como ella, aprovecha esas puertas abiertas, grandes cosas Dios hará a través de él o ella. Hasta los adversarios, incluso los demonios, tendrán que reconocer que el favor de Dios está sobre esta persona. Y no hace falta que esta persona se jacte de todo lo que Dios está haciendo. Es más, esa jactancia ya desviaría la atención de Dios hacia la persona, y la gloria que le corresponde a Dios sería robada por esta persona. Pero al que es fiel, cuyo único objetivo es agradar y obedecer a Dios, no le interesa la gloria. Y en tal caso, Dios mismo hará que la oposición se rinda ante él y reconozca el poder de Dios operando en y a través de él. Y esta realidad espiritual vemos en todo sentido. La fidelidad en los diezmos tiene el mismo efecto. Al tan conocido versículo 10 de Malaquías 3 que insta a traer nuestro diezmo al tesoro de la iglesia le sigue el versículo 11 en el cual Dios promete reprender al devorador o alejar las plagas de los cultivos para que no dañen la cosecha. Claro, no lo podemos ver como un negocio en el cual Dios está obligado a brindarnos una buena cosecha económica el día después de que le hayamos dado nuestro diezmo. Esto sería una expresión egoísta e interesada de nuestra parte al dar el diezmo, y no expresión de gratitud y alabanza a Dios. Estas promesas son muestra de su enorme generosidad y misericordia hacia nosotros. Él no nos debe nada. Nosotros, más bien, nos debemos por completo a él. Pero él nos quiere bendecir tanto que tiene en cuenta nuestra fidelidad tan frágil y débil, como lo fue la fuerza de la iglesia de Filadelfia, que nos protege y beneficia en todo sentido si mostramos serle fiel a él.

                   Precisamente esto es lo que Jesús también le dice a la iglesia de Filadelfia en el siguiente versículo: “Has cumplido mi mandamiento de ser constante, y por eso yo te protegeré de la hora de prueba que va a venir sobre el mundo entero para poner a prueba a todos los que viven en la tierra” (v. 10 – DHH). Ser fiel a Dios trae grandes beneficios en muchos sentidos. No significa que jamás se nos tocará ni un pelito. Eso vemos a diario en nuestro derredor que los cristianos también sufrimos. Pero en medio del sufrimiento experimentamos la protección, la fortaleza y el consuelo de Dios, como la persona que se trancó con su moto en el charco de agua frente a mi casa. Jesús mismo había dicho lo que ya varias veces les he citado: “En este mundo van a sufrir, pero anímense, yo he vencido al mundo” (Jn 16.33 – NBV). Vamos a sufrir, sin dudas. Pero este mundo bajo el dominio de Satanás no tendrá la libertad plena de maltratarnos y destruirnos como quisiera tenerla, sino su poder sobre nosotros está limitado y solo llega hasta el punto en que Dios lo considera apropiado para que cumpla los propósitos de él, no los del mundo. Si esto no es protección divina, ¿qué lo sería entonces? ¡Alabado sea Dios!

                   Sobre la base de esta descripción de la iglesia, el Señor le pasa a dar las siguientes recomendaciones. En primer lugar, él le asegura su pronta venida (v. 11). Nos puede parecer una exageración o que Jesús no sabía lo que estaba diciendo. Bueno, él mismo dijo que no sabía el día ni la hora en que él regresaría (Mt 24.36). Pero, por otro lado, para Dios no existe el tiempo. Un día o 1.000 años da lo mismo para él (2 P 3.8). Más que una indicación del tiempo de su regreso, el Señor nos quiere transmitir la urgente necesidad de estar preparado siempre. El momento de su venida no nos debe preocupar porque no nos incumbe. Es asunto netamente de Dios. Lo que sí nos debe preocupar es estar preparado. Por eso, Jesús le anima a la iglesia de Filadelfia: “Retén firmemente lo que tienes, para que nadie te quite tu corona” (v. 11 – NBD). Esto no es aferrarse desesperadamente a sus posesiones para que nadie coma de su pedazo de torta, es decir, proteger egoístamente su propiedad para que nadie le quite ni un pedacito. Más bien se refiere a guardar la fe, retener en su memoria lo aprendido, seguir siendo obediente, etc. En tal sentido lo traduce una versión: “Sigue fiel como hasta ahora y nadie te quitará tu premio” (PDT). ¡No te atrevas a jugar con tu fe! No podés darte el lujo de descuidar tu relación con el Señor, porque estarías jugando con tu vida. Sigue firme en tu fidelidad al Señor. Es la única manera de salir ganando. Todo lo que es menos que eso es pérdida.

                   Pero si logras permanecer firme en tu fe, serás contado entre los vencedores. A ellos, el Señor promete convertirlos en una columna en el templo de Dios. La columna ocupa un lugar muy importante en una construcción. Lleva gran parte del peso de toda la construcción y es clave para la estabilidad del edificio. Esa función de tan grande responsabilidad cumplirá el vencedor en la obra de Dios. El que fue fiel en lo poco, será puesto sobre mucho. Y esto no se le será quitado: “…nunca más saldrá de allí” (v. 12 – NBLH), “…nadie lo sacará” (BLA). Acuérdense que el que promete esto es el que abre y nadie puede cerrar y cierra y nadie puede abrir. Lo que él otorga, nadie puede arrebatarlo de la mano de sus hijos.

                   Además, Cristo promete grabar en esta columna tres nombres: el nombre de Dios, el nombre de la Nueva Jerusalén y el nombre de Cristo. Esto es símbolo de pertenencia a Dios. La nueva identidad que recibiremos es como un sello de nuestra pertenencia a Cristo, y ese sello no se borrará más.

                   ¿Tienes tú ya esa identidad? Si ni siquiera conoces bien a Jesús, será este un momento muy oportuno, sea que estés presente aquí mismo o que estés escuchando la propuesta a través de las redes, pídele a Jesús a que entre ahora mismo a tu vida, que sea tu Salvador personal, que te perdone todo lo malo que has hecho y que te haga un hijo de Dios. Luego, avísanos de tu decisión para que te podamos acompañarte en tu crecimiento espiritual.

                   Y si ya eres un hijo de Dios, ¿qué te llevas de esta prédica? ¿Qué te quedó grabado? ¿Puedes mencionar ahora una, dos o tres cosas que implementarás esta tarde misma para permanecer fiel a Dios y responder a lo que entendiste de esta prédica?


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