miércoles, 11 de septiembre de 2024

Haz obra de evangelista




            “Haz obra de evangelista” es una de las exhortaciones de Pablo a su discípulo Timoteo (2 Ti 4.5). ¿Te gustaría ser evangelista o misionero? Bueno, te digo que ya lo eres. El hecho de que estés hoy aquí es señal de que sientes que tu lugar está aquí hoy en esta fiesta misionera. Con esto, de alguna manera estás apoyando la obra misionera y participando de la misma.

            Otros participan generando ingresos para el sostenimiento económico de los proyectos. También, todas las veces que te encuentras con alguien que está sirviendo en nombre de Dios y de la iglesia y le das un apretón de mano y una palabra de bendición, fortaleces enormemente el ánimo de esa persona y participas de su ministerio. Y si vas a Asunción y alrededores e incluyes en tu agenda un tiempito para saludar a algunos de los pastores que están por allá o mandas algún mensaje de ánimo por WhatsApp, no te imaginas lo bien que esto hace. Esto es hacer entre todos la obra que Dios nos ha encomendado.

            Pero como la obra misionera es primordialmente un trabajo espiritual, el apoyo y la participación más directa, activa y poderosa es la intercesión. No sé dónde estarían hoy las iglesias en el contorno asunceno y las diferentes obras aquí en el Chaco como también en el exterior si no hubiera un ejército de intercesores, cargando sobre sus hombros este trabajo y depositándolo una y otra vez ante el Señor en intercesión. Sentimos tan claramente este respaldo espiritual. Es por esto, que hoy y mañana queremos dejarnos inspirar por una oración que Jesús mismo hizo a favor de la obra misionera. La encontramos en el capítulo 17 del Evangelio de Juan. Si miramos los versículos anteriores a este capítulo vemos que esta oración se da en un momento en que Jesús sabe que está cerca su regreso al Padre y abre su corazón a los discípulos. Les dice que ellos se quedarán en este mundo de dolor y de aflicciones; que sufrirán, pero que él ha vencido el poder destructor de este mundo de pecado. Esto lo lleva a elevar la oración que encontramos en el capítulo 17 de Juan.

            En primer lugar, al empezar a orar, Jesús mismo se presenta ante su Padre.

 

            FJn 17.1-8

 

            Esta oración es una especie de informe final al empleador después de haber concluido determinado proyecto. Jesús se presenta ante el Padre y le dice: “¡Misión cumplida!” Pocas horas más tarde, él va a exclamar en la cruz: “¡Consumado es” (Jn 19.30 – RVA2015)! Toda la misión encargada ha sido completada en un 100%. Ahora el Hijo puede ser glorificado para que él, a su vez, glorifique al Padre. Vemos aquí una total sumisión del Hijo al Padre. Como Hijo de Dios, él podría manifestar su propia gloria. Pero no lo hace sino le pide al Padre que él lo glorifique para así poder reflejar esa gloria otra vez de vuelta al Padre. Todo lo somete al Padre y direcciona hacia él. Ya durante su ministerio Jesús había dicho: “Les aseguro que el Hijo de Dios no puede hacer nada por su propia cuenta; solamente hace lo que ve hacer al Padre. Todo lo que hace el Padre, también lo hace el Hijo” (Jn 5.19 – DHH). Jesús cumplió al pie de la letra el plan de rescate de Dios. Esta obediencia incondicional honró al Padre y lo glorificó (v. 4).

            Esta obra consistió en abrir la puerta a la salvación eterna para todos los que la aceptan. Su muerte en la cruz en lugar del pecador revelaría a Jesús ante todo el mundo como el Salvador de la humanidad. Y esto estaba a punto de suceder. Por eso, él había dicho al Padre: “Llegó la hora. ¡Hagámoslo!” Por su muerte y resurrección, Jesús nos ofrece ahora la vida eterna. Esta consiste en conocer al Padre y conocer a Jesús. “Conocer” en el lenguaje bíblico siempre significa entrar en una relación viva, personal e íntima con alguien, en este caso con Jesucristo. Aceptar su oferta de perdón de pecados, dejarlo entrar a mi vida para que él la maneje y la transforme según sus propósitos y para su honra y gloria, eso es lo que me salva; eso es lo que me da la vida eterna.

            Hacer posible la salvación a todo ser humano era una parte del ministerio de Jesús. La otra parte era la capacitación y el comisionamiento de sus primeros seguidores. Para Jesús era claro que no fue él quien eligió a sus discípulos, sino que el Padre se lo había dado (v. 6). La función de elección le correspondía a su Padre. A estos seguidores que él había recibido, Jesús —una vez más, apuntando a Dios— les dio a conocer el Padre. Y sus seguidores habían respondido con obediencia a su enseñanza. Entendieron claramente que Jesús no obraba por sí mismo, sino que todo lo que él les transmitía provenía del Padre (v. 7). No miraron al mensajero, sino a la fuente del mensaje. Esto produjo en ellos fe en Dios y en su Palabra. Por eso fue que, cuando Jesús les abrió la puerta para que puedan abandonar el proyecto, Pedro contestó tan enfáticamente: “¿Y a quién seguiríamos, Señor? Sólo tus palabras dan vida eterna. Nosotros hemos creído en ti, y sabemos que tú eres el Hijo de Dios” (Jn 6.68-69 – TLA). Esta seguridad no viene por observación pasiva, sino por cultivar una relación muy, muy cercana con Jesús. ¿Puedes tú declarar con toda convicción lo mismo que Pedro?

            En esta primera parte de su oración, Jesús se concentró en sí mismo y en su relación con el Padre. Fue un primer momento de introspección y de alinearse con la voluntad del Padre. Si tú quieres interceder por la obra de Dios en este mundo, necesitas primero reconocer el mover de Dios; sentir su corazón latiendo por la gente sumida en la miseria; y verte a ti mismo en relación con este mover de Dios; qué lugar te corresponde a ti dentro del plan de Dios. Poco efecto tendrá y poco tiempo durará tu intercesión si quieres quedarte en la gradería como simple observador y desde la distancia pedirle a Dios que él bendiga su obra, lo que sea que esto significa. Esto no funciona. Tú necesitas bajar hasta el borde de la cancha, sentir en carne propia lo que significa estar ahí en el campo de batalla, para poder clamar al Señor con conocimiento de causa y de manera específica. No implica necesariamente ir tú mismo al campo misionero, pero sí saber de primera mano lo que es estar ahí, por cultivar el contacto con los que están ahí. Entonces es que tu corazón se encenderá al ver la mano de Dios moviéndose con poder y vas a comprometerte en serio con la obra de Dios. Ahí no habrá más lugar para la pasividad. Esto es un paso muy necesario para poder llegar a dar el siguiente en la intercesión por las misiones. Lo encontramos a partir del versículo 9 de este capítulo 17 de Juan.

 

            FJn 17.9-19

 

            En este párrafo, Jesús ora por sus discípulos. Quizás tú tienes personas muy cercanas a ti o a quienes Dios pone en tu corazón de manera especial para que los “adoptes” como personas por quienes intercedes de manera mucho más intensa. O en su intercesión como iglesia pueden presentar ante el Señor a sus miembros que están sirviendo en el nombre de Dios y de la iglesia en un lugar específico con el fin de construir ahí el reino de Dios. Jesús no oró por todo el mundo, porque sería algo demasiado general, sin puntería. Él oró por los que el Padre le había dado (v. 9). En nuestro caso serían los que —como dije— Dios ha puesto en nuestro corazón; por quienes sentimos una carga especial.

            Jesús era responsable por este grupo específico, pero él estaba por irse al cielo nuevamente, mientras que ellos se quedarían “como ovejas en medio de lobos” (Mt 10.16 – DHH). Como Dios es el verdadero dueño de estas vidas, Jesús se las encomendó para que el Padre los cuidara de ahora en adelante, y que los haga vivir en perfecta unidad (v. 11). Todo el tiempo que Jesús estaba sobre esta tierra, él se había encargado de proteger a sus seguidores. Sin embargo, aunque él quiera proteger a todos, estar bajo su protección y bendición es decisión de cada uno. Dios no puede violar o anular la voluntad propia de las personas, porque sería anular su propio principio con el cual ha creado al ser humano. Judas se había perdido, no porque Jesús no supo protegerlo, sino porque él decidió no acogerse a la protección de Jesús. Y Jesús tuvo que respetar la decisión que Judas había tomado.

            Ahora, al final de su misión en esta tierra, Jesús mira atrás a lo realizado. Y le pasa lo mismo que al inicio en la creación del universo: que todo “era bueno en gran manera” (Gn 1.31 – RVC). La satisfacción por la misión cumplida lo llenó de tanta alegría que ora en voz alta para así contagiar también a sus discípulos con esa alegría (v. 13).

            Esa relación íntima de fe en Jesús ha convertido a estos discípulos en ciudadanos de otro reino espiritual, diferente al que domina este mundo. La reacción del mundo dominado por Satanás a aquel reino gobernado por el Espíritu de Dios fue odio. Al igual que Jesús, los discípulos eran ciudadanos del reino celestial que vivían en esta tierra como extranjeros, y esto causaba mucha molestia a los del mundo, porque amaban más la oscuridad que la luz (Jn 3.19).

            A pesar de estar inmersos en un mundo hostil a todo lo que viene de Dios, Jesús no pide que el Padre saque a sus seguidores de este mundo (v. 15). Esto no es por querer hacerlos sufrir, sino porque tiene una misión muy especial para sus hijos. La misión que Jesús había recibido de su Padre, él se la pasa ahora sus seguidores. Él desea que, a través de la Palabra de Dios, el Padre pueda producir en ellos tal convicción que ellos se entreguen con cuerpo, alma y espíritu a esa misión. Claro, ellos no podrían lograr la salvación del ser humano. Esto era la misión exclusiva de Jesús. Pero sus seguidores tenían la tarea de propagar por todo el mundo la oferta de salvación, por un lado, y, por el otro, hacer discípulos, fieles seguidores, de Jesús, así como su Maestro lo había hecho con ellos. De esta manera, esa obra iniciada por Jesús pasaría de generación a generación hasta que él regrese. Jesús se entregó personalmente a esta misión, hasta el punto de costarle la vida, para que los demás puedan seguir su ejemplo y tener el poder para dedicarse también con todo su ser a esta misión (v. 19).

            Después de haber cultivado y seguir cultivando la intimidad con el Señor y alinearte con su voluntad, con su proyecto, con su obra en el Chaco, en el Gran Asunción y en varios puntos del mundo, y después de haberte empapado con las vivencias de los que están en primera fila en estos lugares, este pasaje te invita a interceder por ellos

·         para que la gloria de Dios se manifieste en sus vidas;

·         para que Dios los proteja;

·         para que estén estrechamente unidos con los demás hijos de Dios;

·         para que se dejen pastorear por el Señor y por los hermanos en Cristo;

·         para que experimenten satisfacción y gozo en el ejercicio de su misión;

·         para que no se dejen atemorizar por las amenazas del mundo;

·         para que vivan en completa integridad y consagración al Señor;

·         para que cumplan fielmente su ministerio recibido por el Señor.

            Pablo lo expresa en estas palabras: “Oren … por mí, para que Dios ponga en mis labios la palabra oportuna y pueda dar a conocer libre y valientemente el plan de Dios” (Ef 6.19 – BLPH). Haciendo esto, participarás poderosamente de la obra misionera mundial que Cristo le ha encomendado a su iglesia. “…tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Ti 4.5 – RVC).

 

 

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