Desde hace algunas semanas estamos estudiando algunos temas básicos de la vida cristiana, para ver cómo entendemos estos puntos en la IEB Py. Las interpretaciones de la Biblia respecto a estos asuntos están resumidas en el documento llamado “credo”. Y en el marco de este estudio del credo llegamos hoy a dos temas bastante prácticos que conocemos bien en esta iglesia. Son el bautismo y la Santa Cena. En ambos casos se explica primero el significado bíblico/teológico, para luego describir la forma en que se practica.
En cuanto al significado del bautismo el credo dice lo siguiente:
Creemos que el bautismo es una confesión pública de la fe personal en Jesús.
Vamos a analizar esta frase parte por parte. En primer lugar, dice que el bautismo es una confesión pública. Es algo visible para todos. Físicamente quizás no estén presentes muchas personas, pero para los que están, es un acto público. Pero más allá de las personas presentes, el bautismo es un acto público y visible especialmente para el mundo espiritual. Tanto los ángeles como los demonios saben ahora que esta persona pertenece a Cristo. ¿Por qué es necesario este acto público? La fe en Cristo es algo interno de la persona, en su espíritu. Esto no es visible a los ojos humanos. Se puede ver el efecto de la presencia de Cristo en la vida de una persona, pero no la obra en sí que él realiza. Entonces, para que este suceso invisible de la fe salvadora pueda verse, requiere de un acto público y visible. Este acto es el bautismo. Por eso dice el credo que es una confesión pública de la fe personal en Jesús. No es la fe de una tradición o la fe de la familia, sino la fe personal. Nadie otro puede tener la fe salvadora por mí. No porque mi familia vaya a la iglesia, yo voy a ser un hijo de Dios. Como alguien dijo: “Dios no tiene nietos, solo tiene hijos.” Yo personalmente debo creer que Jesús pagó por mis pecados cuando él murió en la cruz, y que yo, al aceptar eso para mi vida personal, me convierto en un hijo de Dios.
Sigue diciendo el credo:
Bautizamos en obediencia a Cristo.
Al bautismo se lo suele denominar “ordenanza”, porque es una orden que Jesús nos ha dejado para que la hagamos. Por ejemplo, en la Gran Comisión dice: “…vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28.20 – NVI). Este es un ejemplo de pasajes donde Cristo dio la orden de bautizar a los nuevos discípulos. Por eso lo seguimos practicando incluso 2000 años después de que él lo haya dicho, por obediencia a esa orden.
“Ordenanza” no es lo mismo que “sacramento”. La ordenanza viene de la orden que Cristo dejó y que nosotros obedecemos. El sacramento, según la enseñanza de la iglesia católica, es un acto mediante el cual el practicante crece en santidad. Es decir, el bautismo lo hace un poco más santo de lo que estuvo antes. Sin embargo, no encontramos apoyo bíblico a esta creencia. El bautismo es un acto muy significativo en la vida de una persona que incluso puede marcar un antes y un después, pero no agrega nada a mi estado espiritual o mi santidad. Suelo decir que la única diferencia entre antes y después del bautismo es que la persona entra seca al bautisterio y sale mojada. La santidad es fruto de la intimidad diaria de la persona con Cristo, no de un acto externo.
La siguiente frase del credo repite y profundiza lo que ya hemos hablado:
Es una señal externa del lavamiento de nuestro pecado, nuestra muerte a la vida vieja y la resurrección a una nueva vida en Cristo.
Ya habíamos visto lo de la señal externa de una experiencia interna. Después describe cuál fue esa experiencia interna: la muerte al pecado y la resurrección a una nueva vida en Cristo. En este sentido, el bautismo como nosotros lo practicamos es muy gráfico: cuando la persona es sumergida en el agua, es como si fuera sepultada, lo que simboliza su muerte al pecado. Cuando sale otra vez del agua, es como si estaría resucitando a una nueva vida. Esto pasó espiritualmente, y esto lo simboliza el bautismo. Pablo lo expresa de la siguiente manera en su carta a los romanos: “…por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre” (Ro 6.4 – DHH).
La siguiente frase del credo dice:
Con esto pertenecemos al cuerpo de Cristo, que es su iglesia.
Esto significa que la persona que se bautiza llega a ser con esto automáticamente miembro oficial de su iglesia. Esto es importante remarcar, porque hay iglesias o denominaciones que no lo practican así. Conozco algunas iglesias que bautizan a quien desea recibir esta ministración, pero esto no implica ningún compromiso con esa iglesia en particular. O sea, el que se bautizó no llega a ser automáticamente miembro de la iglesia. En el caso de las sedes de la IEB Py, el bautismo es también una de las formas más comunes de hacerse miembro de la sede.
Esta es la explicación teórica / teológica del bautismo. Seguidamente, el credo también se refiere a la práctica de esta ceremonia:
Bautizamos a personas que han recibido a Jesús como su Señor y Salvador y que quieren seguirlo como miembro de una iglesia local.
Esta frase indica el requisito básico para ser bautizado: haber recibido a Jesús como su Señor y Salvador personal. Con recibir a Jesús nos referimos a haberle pedido conscientemente, diciendo: “Reconozco que soy pecador. Por favor, entra a mi vida y sálvame. Perdóname mis pecados y hazme un hijo de Dios.” El que no ha tenido esta experiencia no es candidato a bautizarse. Como el bautismo es señal externa de un cambio espiritual obrado por Dios en mi interior, esa experiencia espiritual debe haber ocurrido con anterioridad. Si no, ¿de qué voy a dar señal externa? Si no he muerto al pecado y resucitado para una nueva vida con Jesús, mi señal externa es un acto vacío y sin significado. Lo esencial no es la señal externa —el bautismo—, sino la experiencia interna, la conversión. Esto es lo único que habilita a una persona a bautizarse.
Pero como para nosotros el bautismo es al mismo tiempo también la forma oficial de llegar a ser miembro de la iglesia, el segundo requisito para bautizarse es el compromiso con la iglesia local. Por eso, los nuevos miembros que ingresan tienen que firmar una hoja con lo cual se comprometen a colaborar activa y voluntariamente con los fines y las actividades de la iglesia. Si alguien no quiere firmar ese compromiso, algo le falta todavía en la comprensión o la madurez emocional o espiritual. No es posible querer obtener solo beneficios o privilegios sin también comprometerse con sus deberes. Y el deber básico y, a la vez, principal y que toda persona puede cumplir es interceder ante Dios a favor de la iglesia y de sus miembros. La iglesia ofrece un ambiente saludable para crecer espiritual, social y personalmente, y el miembro ofrece su participación activa para construir ese ambiente. Es un dar y recibir imposible de separar.
Y el credo termina esta sección acerca del bautismo con una declaración acerca de la forma de bautismo:
Enseñamos y practicamos el bautismo por inmersión, pero reconocemos también otras formas de bautismo como testimonio personal de su fe.
Los que ya son miembros de esta iglesia saben que aquí se suele practicar el bautismo de tal forma que la persona se sumerge totalmente en el agua. Pero existen también otras formas de bautismo, como el bautismo por aspersión, lo que significa que se le derrama un poco de agua sobre la cabeza, parecido a como en el Antiguo Testamento se solía ungir con aceite a los sacerdotes o los reyes. Hay ciertas iglesias o denominaciones que practican esta forma. Aunque no la solemos practicar habitualmente, excepto quizás en casos de personas que por edad o por enfermedad no pueden entrar al bautisterio, reconocemos como válido un bautismo de alguien que lo recibió de tal forma, siempre y cuando haya sido expresión de su fe en Cristo. Lo que sí no practicamos es el bautismo de bebés. Como ya dije, entendemos la Biblia como indicando que el bautismo debe ser señal externa de algo que ya pasó en su interior: la transformación obrada por Cristo. Una criatura no puede haber tenido todavía esta experiencia y, por lo tanto, no debe ser bautizada hasta que no la haya tenido y sea consciente de lo que significa el paso que está a punto de dar. No hay edad mínima, pero recomendamos a los padres a que no empujen a sus hijos a bautizarse. Es mejor cuando ese deseo surja de ellos mismos. Pueden conversar con ellos sobre esto, aclarar dudas que puedan tener, animarlos a buscar la voluntad de Dios, pero no los presionen.
En un siguiente párrafo, el credo habla de otra ordenanza que Cristo nos dejó: la Santa Cena. Acera de su significado dice:
Experimentamos en la Santa Cena una profunda comunión de los creyentes con Jesucristo, y los unos con los otros. El pan simboliza el cuerpo de Cristo, y la copa la sangre que Cristo derramó para salvación de los creyentes. En la sangre de Cristo se sella el nuevo pacto entre Dios y el creyente. Por medio de esta ceremonia proclamamos como iglesia la obra redentora de Jesús y expresamos la comunión y unidad de su iglesia. La Santa Cena nos fortalece, nos llama a seguirlo fielmente y nos llena de gozosa expectativa por la Gran Cena con Jesús en el cielo.
A los que han participado ya muchas veces de la Santa Cena en alguna iglesia evangélica, estas palabras les sonarán muy conocidas, porque de una u otra forma es lo que se dice en cada Santa Cena. Quiero resaltar aquí el valor simbólico de los elementos. Cristo dejó estos elementos —el pan y el vino— como una ilustración de su sacrificio en la cruz. Así como nosotros rompemos el pan para compartirlo entre nosotros, así su cuerpo fue roto cuando él fue crucificado. Y rojo como el vino fue su sangre que corrió en esa oportunidad. El pan y el vino fueron elementos típicos en la mesa de los judíos. Jesús echó mano de lo que había. Si él estaría hoy en Paraguay, a lo mejor iba a usar mbeju con cocido como elementos. Cuando Jesús instituyó lo que hoy llamamos “Santa Cena” o “Cena del Señor”, lo hizo durante una cena propiamente dicho. También en la aplicación de esta ordenanza en las iglesias del primer siglo vemos que fue durante una cena. Conocemos bien el texto de 1 Corintios 11 que muy a menudo se lee durante la celebración de la Santa Cena. Pero en los versículos inmediatamente anteriores al versículo 23 donde empezamos normalmente la lectura, Pablo corrige algunos abusos que se cometían durante estas cenas. Él dice: “…la cena que ustedes toman en sus reuniones ya no es realmente la Cena del Señor. Porque a la hora de comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y mientras unos se quedan con hambre, otros hasta se emborrachan. ¿No tienen ustedes casas donde comer y beber? ¿Por qué menosprecian la iglesia de Dios y ponen en vergüenza a los que no tienen nada? ¿Qué les voy a decir? ¿Que los felicito? ¡No en cuanto a esto” (1 Co 11.20-22 – DHH)! La situación en esta iglesia la explica una nota de la Biblia de estudios “Dios Habla Hoy”: “Los cristianos se reunían en un “ágape” o cena común, y como parte de ella celebraban la Cena del Señor” (DHH). Lo normal era que cada uno llevaba comida para compartirla con otros. Pero había algunos que llevaban todo un banquete, pero para ellos mismos no más, sin compartir nada con otros. Y había otros que no tenían casi nada para compartir y se quedaron con hambre mirando como los otros comían hasta reventar. En vez de tener comunión espiritual profunda, recordando la obra de Cristo, había egoísmo profundo, pensando solo en su propia panza. Esto mereció una dura reprimenda por parte de Pablo.
Entonces, lo central de la Santa Cena no son los símbolos en sí, o si es una cena completa o solo un pequeño pedacito de pan y copita de jugo de uva, sino la actitud con la que uno participa, recordando y celebrando la muerte de Cristo en nuestro lugar. Esto es justamente lo que expresa el credo cuando dice: “Por medio de esta ceremonia proclamamos como iglesia la obra redentora de Jesús y expresamos la comunión y unidad de su iglesia.” Vencer el egoísmo, practicar la comunión con los demás y alabar a Cristo. De eso se trata.
En cuanto a la práctica, el credo dice lo siguiente:
Antes de participar de la Santa Cena nos probamos a nosotros mismos para ver si estamos en paz con Dios y, en cuanto dependa de nosotros, también con nuestro prójimo. Haciendo esto, cada creyente bautizado, que confiesa en palabra y hechos a Jesús como su Señor y Salvador, es invitado a participar de esta ceremonia.
Esto también es algo que todos conocemos. Siempre invitamos a participar a los que son miembros bautizados de alguna iglesia evangélica y que estén en paz con Dios y con su iglesia. Siempre habrán escuchado la lectura de comer el pan y tomar la copa de forma “indigna”. ¿Qué será lo que quiere decir “indigno”? Tengamos en cuenta que Pablo está corrigiendo un mal proceder en las comidas que celebraba la iglesia de Corinto, con la Santa Cena incluida. Es en este contexto que debemos entender esta frase. Es bastante revelador la forma en que lo traduce la Biblia “Palabra de Dios para Todos”: “…si alguien come el pan y bebe de la copa del Señor de una manera que no va de acuerdo con su verdadero significado, estará cometiendo un pecado contra el cuerpo y la sangre del Señor. Por eso, cada uno debe examinar su propio corazón antes de comer el pan o beber de la copa. Porque el que come y bebe sin considerar a los que forman el cuerpo del Señor, se condena a sí mismo” (1 Co 11.27-29 – PDT). La Santa Cena es una celebración de comunión, como precisamente lo expresa el credo en el párrafo que acabamos de analizar. Estar alrededor de la mesa comiendo juntos es compañerismo. Todos ingieren los símbolos —el pan y el vino—, lo que vendría a ser como que el cuerpo de Cristo estuviera roto en pedazos, repartido sobre todos los participantes. La única forma en que ese cuerpo roto pueda unificarse otra vez es que todos los participantes estuvieran unidos como una sola persona. Este es el mensaje que nos quiere transmitir esta ceremonia. Entonces, si hay división, rencor, falta de perdón, egoísmo y pelea entre nosotros, ese cuerpo no está unido. ¿Cómo podríamos celebrar una fiesta de comunión estando divididos? Es imposible. Por eso dice Pablo que si participamos de esta ceremonia sin que nos importe el que está a mi lado, es decir, en forma egoísta, esta ceremonia perdió su significado y su valor. Con mi actitud estoy negando y anulando el mensaje de la Santa Cena. Con esto estoy negando y anulando lo que Cristo hizo por mí en la cruz. ¿Nos sorprende entonces que Pablo sigue diciendo: “Por esto hay muchos entre ustedes que están enfermos y débiles, y también muchos otros han muerto” (1 Co 11.30 – PDT)? Esta celebración de comunión solo tiene verdadero significado si esa comunión con los demás reina en nuestros corazones. La Santa Cena es también una especie de anticipo o anuncio de la Gran Boda del Cordero en el cielo. ¿Acaso podrá participar de esa boda alguien que esté dividido o peleado con su hermano(a)? Pues, entonces practiquemos ya aquí vivir en unidad y comunión.
En 15 días, Dios mediante, celebraremos nuevamente aquí la Santa Cena. ¿Estás preparado(a) para eso? ¿Estás en paz y plena comunión con todos, en lo que dependa de ti? Tienes dos semanas de tiempo para prepararte para después poder celebrar con todo gozo la fiesta de la unidad y armonía.
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