miércoles, 11 de septiembre de 2024

Tu sentido en la vida


 




            Hay muchas personas en este mundo que se arrastran de un día al otro sin tener un propósito, sin hallar sentido a su vida. Esto los lleva a experimentar una constante frustración; a no tener motivación alguna para vivir; hasta inclusive al suicidio, en algunos casos. Espero que todos ustedes saben para qué están en este mundo; que todos tengan un sentido para su vida. Y si por ahí no lo tienen, o alguien que escucha esta grabación no la tenga, quédese en este canal hasta el final, porque va a entender para qué está sobre esta tierra.

            Hoy empezamos una serie de prédicas basadas en la carta a los cristianos en Éfeso. Esta ciudad fue en tiempos del Nuevo Testamento un lugar sumamente importante. Uno, porque estaba situada en una zona de mucho tránsito de personas y mercaderías. Estaba cerca de un puerto importante en el Mar Mediterráneo.

            Otro de sus atractivos fue el templo de la diosa Diana o Artemisa —según diferentes idiomas—, catalogado hoy como una de las 7 maravillas del mundo antiguo. Ese templo atrajo a gente de todo el mundo conocido.

            El apóstol Pablo también ha pasado algunas veces por Éfeso. En una oportunidad se quedó más de tres años en esta ciudad, convirtiéndola en su base para el trabajo misionero en toda la zona alrededor.

            La carta a los efesios se parece más a un tratado teológico que a una carta. Considerando que carece prácticamente por completo de saludos personales, y que en algunos manuscritos antiguos o copias de este documento no se menciona a Éfeso en el saludo inicial hace creer que podría haber sido un tipo de circular dirigida a varias iglesias de la zona. Pero eso no cambia nada en cuanto a su contenido y su importancia para nosotros.

            Al inicio de la carta, se presenta el autor con un breve saludo:

 

            FEf 1.1-2

 

            Aquí, el autor se presenta como Pablo, y se declara apóstol por la voluntad de Dios. Esta forma de describir su ministerio o llamado se debe a los constantes ataques que él recibió de personas que querían menoscabar su autoridad. Aquí él deja en claro que él no es un apóstol autonombrado por vanagloria, sino que el mismo Dios el Padre lo ha instituido en esa función de llevar el Evangelio a las naciones.

            Luego de presentarse, él saluda a los receptores de su carta que él identifica como el pueblo santo de Éfeso. Como dije, algunos manuscritos antiguos omiten aquí el nombre de Éfeso, y así lo traducen también algunas versiones de la Biblia: “Pablo, Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, saluda a los santos que creen en Cristo Jesús” (v. 1 – BPD). Si el escrito original realmente no incluyó el nombre de la ciudad, entonces más aún nos podemos dar por aludidos. Somos “santos que creen en Cristo Jesús”, por lo tanto, Pablo nos saluda también a nosotros.

            Seguidamente, Pablo desea a sus lectores “gracia y paz”, un saludo muy corriente que encontramos reiteradas veces en sus cartas.

            A esta introducción, Pablo agrega una alabanza a la acción del trino Dios, obrando nuestra salvación. Es un poema de singular belleza.

 

            FEf 1.3-14

 

            El primer versículo de este pasaje introduce toda la carta. Pablo alaba a Dios por las múltiples bendiciones que nos ha hecho llegar a través de Jesucristo. Después empieza a detallar algunas de estas incontables bendiciones, relacionadas a la salvación del ser humano. La primera es lo que ha hecho Dios el Padre. Su función dentro de la obra salvadora fue elegirnos. Y fíjense que él ya nos eligió antes de que este mundo siquiera existiera. El texto dice que esta elección sucedió “antes de la creación del mundo” (v. 4 – DHH). Y el propósito de esta elección es “para que fuéramos santos y sin defecto en su presencia” (v. 4 – DHH). En esto vemos por lo menos dos de los atributos de Dios: su eternidad y su omnisciencia. ¿Quién más podría elegir algo miles de años antes de que existiera? Ni Satanás lo puede hacer, solo nuestro Dios todopoderoso. ¡Alabado sea él! Desde la eternidad y hasta la eternidad él conoce absolutamente todo. Si te sientes de repente tan pequeño/a e insignificante, pensando que no le importas a nadie, que estás totalmente solo/a en este mundo, acordate que Dios se interesó por cada minúsculo detalle de tu vida ya desde la eternidad. ¿Te parece que nadie se interesa por ti? Tú estabas en sus pensamientos y te amó entrañablemente desde hace miles de años. Tanto te amó que él dijo: “A esta persona la amo tanto que quiero tenerla como mi hijo/a. Voy a iniciar ya el trámite para poder adoptarla legalmente.” Y dicho esto, mandó a Jesús a que pagara por tus pecados. ¿Crees que no vales nada? Valiste la vida del Hijo de Dios, y él lo hubiera hecho, aunque fueras el único ser humano sobre esta tierra. ¿Necesitas más argumentos?

            Esta acción de Dios puso en evidencia su incomparable amor. Él siempre nos amó, pero como el pecado había levantado una barrera insuperable entre Dios y nosotros, era imposible que nosotros reconozcamos a Dios y sus increíbles atributos. Por eso, él hizo todo lo humanamente imposible —hasta el punto de sacrificar a su propio Hijo— para así quitar de en medio esta barrera. Ahora es posible que aceptemos ese sacrificio y podamos ver nuevamente al Padre con su infinita misericordia y amor. La reacción natural de quien experimenta esto en carne propia es la gratitud y alabanza a Dios por lo que él es y por lo que él hace. Por eso dice Pablo que “…esto lo hizo para que alabemos siempre a Dios por su gloriosa bondad” (v. 6 – DHH). Si todavía no encuentras un sentido para tu vida, te comparto aquí un secreto que puede revolucionar tu existencia: empezá a alabar a Dios. Quizás al principio sientas ganas para todo lo contrario a alabarlo, pero hazlo, aunque sin ganas, y lentamente empezarás a notar un cambio sorprendente en tu situación, en tu interior. Es que con esto harás aquello para lo cual fuiste elegido. Con alabar a Dios estás respondiendo a su llamado para ti. ¡No es poca cosa!

            Este inmenso amor de Dios hizo que Dios el Hijo se sacrificara en nuestro lugar. Con esto, él nos rescató: “Gracias a que él derramó su sangre, tenemos el perdón de nuestros pecados. Así de abundante es su gracia” (v. 7 – NBD). Esto es algo que Dios había planeado hacer y que ahora quedó al descubierto. Ya al instante de expresar su castigo a Adán y Eva por su pecado, él anunció la aparición de alguien que le aplastaría la cabeza a Satanás. Esto sucedió con la muerte y resurrección de Jesús. Esto, había sido, fue el plan de Dios desde tiempos remotos. Pero prácticamente nadie lo entendió. Quedó oculto. Recién ahora, con la venida de Cristo, este glorioso plan del Padre quedó al descubierto. Ahora por fin el ser humano era capaz de entenderlo. Pablo lo llama “el misterio de su voluntad” (v. 9 – RVC). Y en el versículo siguiente, explica ese misterio: “…el plan es el siguiente: a su debido tiempo, Dios reunirá todas las cosas y las pondrá bajo la autoridad de Cristo, todas las cosas que están en el cielo y también las que están en la tierra” (v. 10 – NTV). De esta manera, Cristo se convertirá en el punto central de todo el universo; la máxima autoridad después del Padre, “para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua declare que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre” (Fil 2.10-11 – NTV). Cuanto antes aprendamos a inclinarnos ante Cristo nuestro Señor, tanto menos nos costará hacerlo cuando él venga. Y en el cielo estaremos en una eterna adoración a Cristo y al Padre. Cuanto más dejamos que Cristo sea el centro de toda nuestra vida, tanto más natural nos parecerá que Cristo sea el centro de todo el universo.

            Pero como si la salvación fuera poca cosa, el plan de Dios abarca mucho más todavía. Él no solamente nos concede estar en el cielo, pero allá en un rincón como ciudadanos de segunda o tercera categoría, sino nuestra adopción como hijos suyos incluye todos los privilegios propios de un hijo, como, por ejemplo, la herencia: “Dios nos había escogido de antemano para que tuviéramos parte en su herencia” (v. 11 – DHH). Es decir, Dios nos adoptó ¡y no macana! Dios no hace nada a medias. Todo lo que hace, lo hace perfecto. Su plan previó que Jesús “sea el mayor entre muchos hermanos” (Ro 8.29 – NBV). Y si estuvo en su plan, sucederá, porque él “hace que todas las cosas resulten de acuerdo con su plan” (v. 11 – NTV). “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman…” (Ro 8.28 – DHH). Y para nuestro bien dispuso la posibilidad de salvación por medio de Cristo, “…a fin de que seamos para alabanza de su gloria” (v. 12 – BTX3). Toda la obra de redención nos trae a nosotros el perdón de pecados y a Dios la honra y gloria. Por lo tanto, no cesemos de glorificarlo a través de nuestro testimonio, nuestras palabras, nuestros pensamientos, nuestras acciones y, también, nuestras canciones. Él hizo lo máximo por nosotros y merece nuestro máximo esfuerzo por alabarlo por todo y en medio de todo, también de lo que nos cuesta y en que no vemos sentido alguno. Aun en estos momentos, él es digno de nuestra alabanza y espera que se la brindemos. Aun estos tramos que nos conducen por el valle de sombras de muerte él aprovechará para hacer su obra gloriosa en nosotros. En el momento no nos dan gusto vivir estos trechos, pero después nos daremos cuenta que fueron los períodos en los que más de cerca lo hemos conocido. El autor de la carta a los hebreos dice: “…ninguna disciplina parece agradable al momento de recibirla; más bien duele. Sin embargo, si aprendemos la lección, los que hemos sido disciplinados tendremos justicia y paz” (He 12.11 – NBV). Así que, en la situación que estés en este momento, alaba a Dios. Con el tiempo, las nubes negras que te envuelven se disiparán, y podrás ver la gloria de Dios detrás de estas nubes.

            El acta de adopción, cuando Dios nos incorporó a su familia, quedó sellada con el Espíritu Santo. Con esto, nuestra adopción llegó a ser oficial, legalmente establecido. Esto sucedió en el momento que creímos en Cristo y lo aceptamos en nuestra vida como nuestro Señor y Salvador: “…al escuchar el mensaje de la verdad, la Buena Noticia de la salvación, creyeron en él y fueron marcados con el sello del Espíritu Santo” (v. 13 – BNP). El sello de una persona era en la antigüedad un instrumento legal para declarar algo como propiedad privada del dueño del sello. Todos los que hemos aceptado a Cristo como nuestro Salvador tenemos impregnado en nuestro interior una información espiritual que no es visible al ojo humano, pero sí al ojo del mundo espiritual. Pero, aunque no podamos ver esa información en sí, podemos ver el efecto de ella sobre nosotros. Este sello nos marca y traspasa todo de nosotros: nuestros pensamientos, nuestras actitudes, nuestro comportamiento, nuestras decisiones, etc. “…el que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo” (2 Co 5.17 – DHH).

            Además, el Espíritu Santo es también la seña o el anticipo que Dios nos ha pagado para garantizarnos nuestra herencia. Nadie nos la va a robar ni tenemos que tener miedo de que Dios, al final, no nos la va a dar porque Dios nos ha pagado una seña que nos garantiza de que el resto vendrá todavía: “La presencia del Espíritu Santo en nosotros es como el sello de garantía de que Dios nos dará nuestra herencia” (v. 14 – NBD). Es una pequeña prueba de las bendiciones que nos esperan todavía. Si la prueba ya es tan increíble e impresionante, ¿cómo será entonces la herencia en sí? Para un hijo de Dios, lo mejor siempre está por delante. El futuro siempre será más glorioso que el presente.

            Y si alguien que tiene este sello impregnado en su espíritu se aparta del camino correcto y empieza a vivir su propia voluntad en el pecado, esa marca no se borra tan fácilmente. Muchas veces he visto y he oído testimonios de personas que estuvieron hundidos en el pecado, sin esperanza a los ojos humanos de restaurarse otra vez. Pero de repente el Espíritu Santo les hace recordar todo lo que Jesús había dicho, y ese sello empieza a llenarse de nueva energía espiritual, y la persona vuelve a Cristo. No es nada mágico ni automático, porque depende de la decisión que tome la persona, pero teniendo ese sello en su espíritu es un punto muy grande a su favor. ¡Gloria a Dios por este sello con el cual él mismo firmó nuestra adopción como hijos suyos!

            ¿Y con qué propósito él lo hizo? Adivinen: “para alabanza de su gloria” (v. 14 – RVC). Toda nuestra vida debe arrojar alabanza, exaltación y adoración sobre nuestro Dios. Por eso, la alabanza no es una actividad que realizamos por unos 15 minutos los domingos a la mañana, sino es un estilo de vida. Es la razón de nuestro existir. Es el propósito de nuestra salvación. Nosotros a veces podemos creer que fuimos salvos para ir al cielo en vez de al infierno. Sí, también. Pero Dios tuvo intenciones que van mucho más allá que esto. Él mismo se puso en marcha para salvarnos con el fin de que nosotros lo alabemos eternamente, aquí y en el más allá.

            Dios el Padre nos escogió, Dios el Hijo nos rescató y Dios el Espíritu Santo nos selló, para que fuésemos para alabanza de su gloria; “para que todos alabemos su glorioso poder” (v. 14 – DHH). ¿Cómo puedes expresar mejor tu gratitud y alabanza a ese Dios de indescriptible amor? Por supuesto, lo más directo es decírselo lo agradecido/a que estás. Lo más fácil es cantar y expresar tu alabanza. Pero lo cierto es que no vas a orar y cantar las 24 horas del día. Además, muchas veces mentimos al cantar porque no prestamos atención a lo que pronuncia nuestra boca mientras nuestros pensamientos están en totalmente otra parte: con preocupación por algún problema, con bronca contra otra persona que se portó mal contigo o con planes para el trabajo del día siguiente. La alabanza y la gratitud deben brotar desde el corazón. Ese corazón debe estar en intimidad con el Señor, conectado a su presencia, y entonces brotarán de nuestro interior “ríos de agua viva” (Jn 7.38 – NVI). Esos “ríos de alabanza” se mostrarán en nuestro trato al cónyuge y a nuestros hijos, en nuestro vocabulario, en nuestro servicio en la iglesia, en nuestra responsabilidad como personas, etc. Cada área de nuestra vida será traspasada por la presencia y llenura del Espíritu Santo, y eso será lo que dará gloria a Dios las 24 horas. Jesús le pidió al Padre: “Yo, unido con ellos y tú conmigo, para que ellos sean completamente uno, y el mundo de esta manera se dé cuenta que tú me enviaste, y que tú los has amado tanto como me has amado a mí” (Jn 17.23 – Kadosh). Ábrete a la acción del Padre en tu vida, busca la intimidad con él, para que, de esta manera, su presencia fluya al mundo y él sea glorificado ante los ojos de los que te rodean. Para esto él te ha creado. Esto es lo que da sentido a tu vida.

 


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