En nuestro paso por el credo de la IEB Py llegamos hoy a uno de los temas más controversiales y bajo ataque de los últimos tiempos: la familia. Tantas teorías y corrientes hay últimamente respecto a este tema, y tantos supuestos modelos de familia. En medio de esta jungla de opiniones y de presiones de todos lados, ¿qué es lo que nosotros creemos? Mejor dicho, ¿qué es lo que la Biblia enseña sobre este tema? Podríamos estar hablando por varios domingos sobre esto, pero queremos ver hoy en manera muy resumida lo básico, como nos lo presenta el credo; la forma como interpretamos y enseñamos este tema en las sedes de la Iglesia Evangélica Bíblica. Y como una primera aproximación al mismo quiero leer unos versículos que relatan el momento cuando empezó todo esto de la familia. Se remonta a la creación misma, y lo encontramos en Génesis 1.26-31 y en el capítulo 2, versículos 21-24.
Gn 1.26-31; 2.21-24
En estos versículos encontramos el modelo de Dios para el matrimonio: un hombre y una mujer de por vida. Esta es la declaración más básica y más contundente respecto a lo que creemos en cuanto a la familia. Y fíjense que Dios creó al matrimonio antes de la caída en pecado. Es decir, es la única institución humana que surge de la plena y pura voluntad de Dios. No es algo que Dios le otorgó al ser humano como mal menor —“¡ni modo!”— después de que éste haya pecado y destruido todo, sino refleja el ideal perfecto que Dios tuvo en mente desde siempre. ¿Nos sorprende entonces que el matrimonio reciba hoy tantos ataques de parte de Satanás? El diablo logró separar al ser humano de Dios, pero el matrimonio sobrevivió esta separación; fue afectado gravemente, pero el matrimonio como institución siguió en pie. Con la muerte de Jesús y la salvación que él nos otorga con esto, nuestra relación con Dios puede ser restaurada otra vez si aceptamos su perdón para nosotros personalmente. Y los matrimonios también se fortalecen cuando Cristo gobierna la vida de ambos. O sea, Satanás no se salió con la suya. Por eso lanza ataques cada vez más encolerizados contra esta institución divina. Homosexualidad, infidelidad, depravación, pornografía, todo tipo de ideologías son solo algunos ejemplos de los misiles que él lanza en contra del matrimonio. Pero damos gloria a Dios por su protección que él extiende sobre todos los que quieren seguir su ideal original.
En cuanto a este tema de la familia, el credo hace una introducción general:
“Creemos que el matrimonio y la familia son parte del diseño original de Dios. Dios bendice y usa a solteros, casados y familias y alienta a todos a crecer en el amor. Creemos que la sexualidad es un regalo de Dios, y que todos, sean solteros o casados, deben vivir una vida en santidad.”
En esta introducción, el credo revela precisamente el ideal de Dios del que habíamos hablado. De los diferentes estados civiles, ninguno es exclusivo para poder servir a Dios. Cualquier persona, sea soltera o casada, puede responder en obediencia al llamado de Dios de servirle.
Luego, el credo establece una relación entre la sexualidad y la santidad. Dice que la sexualidad es un regalo de Dios, y tiene toda la razón. Pero, precisamente por ser un regalo de Dios, Satanás trata de ensuciarlo y destruirlo lo más que pueda, como ya dijimos. No sé si habrá otra área de la vida humana que ha sido tan pervertida como la sexualidad. Ya mencionamos lo que casi ya se volvió una costumbre general de andar de cama en cama, y encima jactarse ante los amigos de cuántas conquistas sexuales ha tenido, como si fueran trofeos a exhibir en la sala de su casa. La homosexualidad, la prostitución, el tremendo negocio multimillonario de la pornografía y una larga lista más de perversiones son maneras en que Satanás destruye este regalo de Dios. Si tomamos la sexualidad de manos de Dios según su plan, es un regalo de enorme bendición para el matrimonio. Si caemos en el engaño de Satanás, tomándola de sus manos como puerta al libertinaje, es una enorme maldición que destruye y rebaja al ser humano, robándole toda dignidad y haciéndolo vivir como animal. Por esta razón, el apóstol Pablo insta tanto a los corintios: “Huyan de la inmoralidad sexual. Todos los demás pecados que una persona comete quedan fuera de su cuerpo; pero el que comete inmoralidades sexuales peca contra su propio cuerpo” (1 Co 6.18 – NVI). De esto se hace eco el credo al instar a luchar por la santidad. Siendo la sexualidad uno de los impulsos más poderosos en el ser humano, especialmente en los varones y en menor grado también en las mujeres, es muy fácil incurrir en todo tipo de inmoralidad y pecados. Esto tampoco es exclusividad de ningún estado civil. Todos, en mayor o menor grado, están en peligro en esta área y tienen que hacer un compromiso fuerte consigo mismo y con Dios para huir de la inmoralidad sexual y luchar por la santidad.
Después de esta introducción general, el credo pasa a hablar de los solteros. Y me gusta eso, porque muchas veces nos enfocamos en niños, en matrimonios y en familias, pero no en los solteros específicamente. Los solteros son parte de las familias, pero me gusta que aquí reciben una mención aparte. De ellos dice el credo:
“La Biblia muestra las ventajas de la soltería. Permite promover de manera muy especial el reino de Dios a través de los dones y las oportunidades de personas solteras.”
Todo lo mencionado en la introducción al tema de la familia se aplica también a los solteros. Pero aquí se realzan de manera especial las oportunidades de los solteros en el marco del reino de Dios. Según entendemos la Biblia, nuestra máxima prioridad y responsabilidad, después de Dios, es la familia. Cualquier cosa de la vida, incluyendo la iglesia, si se opone o interfiere con tu responsabilidad hacia tu familia, requiere de ti negociar, para ver si se puede encontrar un lugar y un tiempo para atender ambas cosas. Pero si hay que sacrificar algo, será lo demás, pero no la familia. ¡Cuánto nos cuesta aprender esto! En el caso de los solteros, ellos no tienen ese compromiso, o, por lo menos, no en el grado de una persona casada. Por lo tanto, disponen de más tiempo y posibilidades de dedicarse a la obra de Dios. Conozco a personas solteras que brindan un servicio extraordinario en la iglesia o en nombre de la iglesia. Pablo lo expresa en los siguientes términos: “El que está soltero se preocupa por las cosas del Señor, y por agradarle; pero el que está casado se preocupa por las cosas del mundo y por agradar a su esposa, y así está dividido. Igualmente, la mujer que ya no tiene esposo y la joven soltera se preocupan por las cosas del Señor, por ser santas tanto en el cuerpo como en el espíritu; pero la casada se preocupa por las cosas del mundo y por agradar a su esposo” (1 Co 7.32-34 – DHH). Así que, los solteros que tienen ya cierta madurez y sentido de responsabilidad, deben ocuparse de su futuro, de su profesión y, si se diera el caso, de su futuro cónyuge y futura familia, pero aprovechen todo lo que puedan ahora en soltero para servir al Señor según lo que él les esté indicando.
En un siguiente párrafo, el credo habla de las indicaciones de la Palabra de Dios en cuanto a los matrimonios:
“Creemos que el matrimonio ha sido instituido y santificado por Dios, y que es una unidad de por vida entre un hombre y una mujer, posibilitando la fundación y protección de la familia. Como cristianos nos casamos con otros cristianos y desarrollamos crecimiento espiritual. El matrimonio cristiano se caracteriza por amor, fidelidad de por vida y la subordinación mutua entre hombre y mujer. En el matrimonio encuentra su lugar la intimidad espiritual, emocional y física.”
No hay relación humana tan cercana e íntima como el matrimonio. Todo, cada aspecto de la vida, se comparte en la pareja – ¡debería compartirse! Guardar secretos hacia el cónyuge es una grieta muy peligrosa en su unidad matrimonial. Por eso el credo habla de intimidad espiritual, emocional y física. Cuando la Biblia dice que Adán y Eva estaban desnudos, lo estaban en todo sentido. No había qué para esconderlo el uno del otro. Esta intimidad integral, en todas las áreas, la Biblia la llama “ser una sola carne” o un solo ser. Dos individuos dejan atrás la vida de soltero para fundirse en un nuevo ser. No dejan atrás sus características individuales y su personalidad, ni deben ser anulados por el cónyuge, sino forman una nueva unidad, una nueva familia, una nueva célula social, y nada ni nadie debe entrometerse en esa nueva unidad. Jesús lo dijo en estas palabras: “…ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt 19.6 – NVI). Que no lo separe ni una tercera persona fuera de la pareja, ni tampoco uno o ambos cónyuges por egoísmo o por creer la fantasía del diablo de que el pasto en el jardín del vecino es más verde que en el suyo propio.
Esta frase también declara que las relaciones sexuales pertenecen única y exclusivamente al matrimonio, no antes ni fuera del matrimonio. Esto parece ser casi un cuento de la abuela en comparación con cómo se maneja hoy el mundo y, trágicamente, también muchos cristianos. Pero este es el principio eterno e inviolable de Dios, y esto es lo que sostenemos y lo que seguiremos predicando. Dentro del matrimonio es una bendición indescriptible, pero todo lo demás puede ser placentero por unos minutos, pero sembrar vacío, caos, culpabilidad y destrucción como pocas otras cosas más.
Lo que Dios ha instituido y santificado es precisamente esa unión plena de un hombre y una mujer de por vida. Esto es lo único que cuenta con su aval y su bendición. Y es esa unidad la que posibilita la creación de una familia. Fíjense que no dice que la fundación de la familia sea el propósito del matrimonio, sino que el matrimonio hace posible que se crea una nueva familia. Es decir, no nos casamos con el único objetivo de tener hijos. Los hijos son un plus de bendición de Dios, pero no vivimos por nuestros hijos. La máxima responsabilidad y prioridad para una persona casada es su cónyuge, no los hijos. Los hijos son muy importantes y requieren en cierta época de bastante atención, tiempo y recursos, pero no pueden ser el máximo objetivo para la persona o ser su fuente de valor, autoestima y significado en la vida. La fuente de eso es Dios, en primer lugar, y el cónyuge, en segundo lugar. Si me dejo absorber por los hijos de tal magnitud que ya no tengo más tiempo, fuerza ni ganas de invertir en mi matrimonio, entonces estoy en un sendero sumamente peligroso. Dicho sea de paso, esto mismo también —y mucho más todavía— se aplica al trabajo, a la iglesia, a los pasatiempos, a los amigos, etc. Nada debe ocupar en la vida de una persona el lugar que le corresponde a su cónyuge. Esto es muy duro. Para muchas personas casadas, si tienen que perder algo, están dispuestos a perder a su cónyuge, con tal de retener a sus hijos o a cualquier otra cosa. Pero esto no corresponde a la voluntad de Dios.
Un predicador lo ilustró una vez con un ejemplo muy drástico. Si en mi zona se diera una inundación tipo Río Grande do Sul, y toda la gente de mi vecindario se muriera, excepto mi familia, sería una catástrofe indescriptible, pero no tan grande como si hubiera tocado a mi familia. Pero si en esta inundación también hubieran muertos mis hijos, sería una catástrofe incomparablemente mayor, pero no tan grande como si hubiera muerto también mi cónyuge. Como digo, es un ejemplo bastante dramático y extremista, pero justo por ser de esa manera ilustra lo que es el orden de prioridades que Dios desea que tengamos. Tus hijos estarán bien únicamente si tu matrimonio está fuerte y saludable. Al invertir en tu matrimonio, estás construyendo un muro de protección y bendición alrededor de tus hijos. Por supuesto, esto requiere del firme compromiso de ambos cónyuges. Si uno de ellos no colabora en esto, el otro progenitor tendrá una lucha mucho más grande, pero si aun en estas circunstancias desea agradar al Señor, Dios se encargará de proteger también a los hijos.
Para que pueda haber un fundamento sólido para esa unidad y compromiso mutuo de los esposos, es necesario que ambos primeramente tengan un compromiso inquebrantable con Dios. Por eso, como dice el credo, al buscar con quién formar un hogar solo entran en consideración otros hijos o hijas de Dios, que con su testimonio demuestran que Cristo es para ellos más importante que tú. La fuerte exhortación de Pablo es: “No se unan ustedes en un mismo yugo con los que no creen. Porque ¿qué tienen en común la justicia y la injusticia? ¿O cómo puede la luz ser compañera de la oscuridad” (2 Co 6.14 – DHH)? Esto no se aplica solamente al matrimonio, sino a todo tipo de compromiso humano. Si, por ejemplo, te asocias con otra persona para abrir juntos una empresa, y tú siempre quieres hacer todo según las leyes correspondientes, pero a tu socio no le importa falsificar firmas, evadir impuestos, comprar mercadería de contrabando, etc., no van a llegar muy lejos. Esto es difícil, pero mucho más drástico es el caso en el matrimonio porque es de por vida. Una vez casados, no hay vuelta atrás. Así que, hay que evaluar demasiado bien este punto antes de casarse. Y no hay tiempo demasiado temprano para empezar a enseñar este principio a tus hijos. Empezar mañana ya es tarde.
Un tema para todo un retiro de matrimonios es lo de la subordinación mutua en el matrimonio. Al famoso texto de Efesios 5 siempre lo empezamos a leer en el versículo 22: “Las esposas deben estar sujetas a sus esposos como al Señor” (DHH), y en demasiados casos los maridos usan este versículo para justificar la subyugación a la que someten forzosamente a sus esposas. Pero se olvidan del versículo previo, el 21, que dice: “Estén sujetos los unos a los otros, por reverencia a Cristo” (DHH). Esto significa que no hay jefe en el matrimonio; que no hay quien sea más o quien sea el que manda y el/la otro/a quien siempre tenga que obedecer con la boca callada. Significa que ambos se sacrifican a sí mismos para ponerse debajo de su cónyuge para poder elevarlo. Es un misterio, como bien lo dice Pablo en ese texto, pero es posible hacerlo “en el Señor” o “por reverencia a Cristo”.
Y, finalmente, el credo también habla de la familia en sí:
“Creemos que los hijos son un don de Dios. Consideramos que, a partir del momento de la concepción, el feto es vida según la voluntad de Dios. Por lo tanto, lo cuidamos. Los padres educan a sus hijos por medio de una vida ejemplar y temerosa de Dios. Velan en amor por sus necesidades, los educan con disciplina y respetan y protegen su dignidad y personalidad. Los padres oran por sus hijos, los instruyen en las Sagradas Escrituras y los animan a una vida según la voluntad de Dios. Los hijos deben obedecer y honrar a sus padres. Haciendo esto, serán bendecidos y se desarrollarán en personas que honran a Dios con su vida.”
Está demasiado claro este texto. Solo quiero resaltar y subrayar una frase, ya que es un tema que también está bajo fuerte ataque de parte del enemigo: “…a partir del momento de la concepción, el feto es vida según la voluntad de Dios.” Por lo tanto, cualquier cosa que impida que un óvulo ya fecundado se desarrolle es simple y llanamente un asesinato. Yo sé que muchos supuestos “librepensadores” me quisieran asesinar ahora a mí por decirlo, pero aun si lo hicieran, no podrían evitar que esto sea una verdad inamovible de Dios. Por eso, hacemos todo lo posible para proteger a una vida en gestación y rechazamos categóricamente el aborto, incluso cuando el feto en formación sea fruto de una violación. Si Dios ha permitido la fecundación, él tiene un plan para esa vida en desarrollo. No se nos pregunta si entendemos ese plan, porque Dios es infinitamente superior a nosotros. Pero no hay ser humano en este mundo para el cual Dios no tenga un plan y el deseo de ser glorificado a través de él.
Así que, valora a tu familia, lucha por tu familia, sométala a la guía de Dios y ama entrañablemente a tu cónyuge.
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