viernes, 3 de junio de 2022

Credo: Soltería, matrimonio y familia

 



            Con cada vez más fuerza y diversidad surgen nuevas formas en que las personas se perciben a sí mismos en cuanto a identidad personal, identidad sexual o como miembros de la sociedad. Ante esta gama de aparentes opciones que pugnan por reconocimiento y aceptación, uno llega a preguntarse, como Pablo: “¿Qué, pues, diremos a esto?” ¿Cuál es mi propia postura? ¿Con qué argumentos la sostengo? Para nosotros los cristianos, la Biblia es la autoridad final y absoluta en cuanto a este y todos los demás temas. ¿Y cuál será su postura en cuanto a estos temas? Nuestro credo de la iglesia ha recopilado sus enseñanzas acerca de la soltería, el matrimonio y la familia en un párrafo que queremos analizar hoy. No pretende ser una respuesta acabada a todas y cada una de las corrientes de hoy, sino son enunciados básicos, pero bien contundentes.

 

  “Soltería, matrimonio y familia

  Creemos que el matrimonio y la familia son parte del diseño original de Dios. Dios bendice y usa a solteros, casados y familias y alienta a todos a crecer en el amor. Creemos que la sexualidad es un regalo de Dios, y que todos, sean solteros o casados, deben vivir una vida en santidad.”

 

            Este párrafo introductorio ya es una bomba. Establece claramente el matrimonio como invención divina. No fue el ser humano que por su calentura empezó a andar en parejas. El matrimonio es parte del plan original y perfecto de Dios. Cuando Adán se despertó de su anestesia general cuando Dios le extirpó una costilla para convertirla en el ser más hermoso del universo, Dios les dijo: “Tengan muchos, muchos hijos; llenen el mundo y gobiérnenlo; dominen a los peces y a las aves, y a todos los animales que se arrastran” (Gn 1.28 – DHH). “Esto explica por qué el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo” (Gn 2.24 – NTV). Esa fue la primera boda que se realizó en esta tierra. Dios mismo fue el pastor encargado de realizar la ceremonia. Esto correspondió a su más perfecta voluntad y a su plan. Todavía el pecado, que todo lo destruyó, no había ingresado a este mundo. Así que, el matrimonio entre un hombre y una mujer es algo de lo más sagrado y divino que permanece hasta hoy en esta tierra. ¿Nos extraña entonces que Satanás tanto lo ataca? El matrimonio es lo que tanta ira le provoca porque es una “supervivencia” de la perfección divina entre los seres humanos. Y, como vimos el domingo pasado, Satanás “es el enemigo de Dios y de todo lo bueno”, con saña él busca destruir al matrimonio. Por eso, bienaventurados somos si luchamos con uñas y dientes por la conservación del matrimonio. Eso es lo que creemos, así entendemos la Biblia y así lo refleja nuestro credo.

            En este párrafo del credo que hemos leído también dice que “Dios bendice y usa a solteros, casados y familias y alienta a todos a crecer en el amor.” O sea, que Dios te use no depende de tu estado civil. En el estado en que estás, si tu corazón está entregado al Señor, él te va a usar según su voluntad y su plan. Y todos por igual somos llamados “a crecer en el amor”. El amor no es monopolio de la vida en pareja. Dios es amor en su esencia, y cuánto más nos sujetamos a él, más crecerá el amor. El llamado a crecer en amor es un llamado a crecer en intimidad con el Señor, y eso no afecta a unos más que a otros. Ese llamado es para todos por igual.

            También dice este párrafo “…que la sexualidad es un regalo de Dios, y que todos, sean solteros o casados, deben vivir una vida en santidad.” Al igual que el llamado a crecer en el amor es para todos por igual, también lo es el llamado a la vida en santidad, aquí concretamente refiriéndose al área sexual. No es que como solteros uno puede tener las experiencias sexuales que quiera, pero una vez casado, ¡atajate Catalina! Ya no hay más permiso para aventuras. En verdad, ese permiso no existe para nadie nunca. El llamado de Dios a vivir en santidad significa para los solteros abstinencia total y absoluta de todo contacto sexual. El llamado de Dios a vivir en santidad significa para los casados disfrutar del regalo de Dios de la sexualidad única y exclusivamente con su cónyuge. ¡Así de sencillo y así de tajante!

            En un siguiente párrafo, el credo tiene algo que decir a los solteros, y me gusta que no se les haya dejado afuera. Esto indica que no creemos que la realización como persona es alcanzable únicamente si uno está casado. Leamos lo que dice el credo:

 

  “La Biblia muestra las ventajas de la soltería. Permite promover de manera muy especial el reino de Dios a través de los dones y las oportunidades de personas solteras.”

 

            Los solteros tienen oportunidades muy especiales de servir al Señor, porque no tienen otros compromisos que absorben sus tiempos y recursos. Su único compromiso así fuerte es con el Señor. Por supuesto que tienen compromisos con su lugar de trabajo, quizás con su vecindario, pero más allá están libres de realizar lo que el Señor les indique. Pablo escribe a los corintios: “…quisiera que todos fueran solteros, igual que yo. … Así que les digo a los solteros y a las viudas: es mejor quedarse sin casar, tal como yo. … Quisiera que estén libres de las preocupaciones de esta vida. Un soltero puede invertir su tiempo en hacer la obra del Señor y en pensar cómo agradarlo a él. Pero el casado tiene que pensar en sus responsabilidades terrenales y en cómo agradar a su esposa; sus intereses están divididos. De la misma manera, una mujer que ya no está casada o que nunca se ha casado, puede dedicarse al Señor y ser santa en cuerpo y en espíritu. Pero una mujer casada tiene que pensar en sus responsabilidades terrenales y en cómo agradar a su esposo” (1 Co 7.7-8, 32-34 – NTV). Así que, el ser soltero/a tiene ciertas ventajas sobre los casados. Entonces, cada uno, en el estado civil que esté, busque cómo servir y agradar al Señor y a poner sus dones a disposición de Dios y de su iglesia.

            En el siguiente párrafo, el credo tiene algo que decir también en cuanto a los matrimonios:

 

  “Creemos que el matrimonio ha sido instituido y santificado por Dios, y que es una unidad de por vida entre un hombre y una mujer, posibilitando la fundación y protección de la familia. Como cristianos nos casamos con otros cristianos y desarrollamos crecimiento espiritual. El matrimonio cristiano se caracteriza por amor, fidelidad de por vida y la subordinación mutua entre hombre y mujer. En el matrimonio encuentra su lugar la intimidad espiritual, emocional y física.”

 

            Este texto especifica aquí claramente lo que ya habíamos visto en el párrafo introductorio: que el matrimonio es de origen divino, y también que es una unión de por vida de un hombre y una mujer. En ningún momento la Biblia contempla como opción la “unión libre”, el concubinato, el divorcio o el tener múltiples parejas, sea simultáneas o una tras otra. Todas estas cosas son fruto del pecado humano. La voluntad de Dios es clara: “…lo que Dios ha unido, que ningún ser humano lo separe” (Mt 19.6 – PDT). De que esta separación igual puede ocurrir, Jesús mismo lo reconoció, pero dejó en claro, precisamente en este texto de Mateo 19, que esto no corresponde a la voluntad perfecta de Dios.

            Quiero destacar en este texto también la frase: “Como cristianos nos casamos con otros cristianos…” Mucho bien harían los jóvenes cristianos en seguir esta indicación y evitar caer en lo que la Biblia llama el “yugo desigual”. Tanto sufrimiento ya hemos visto de personas que están lamentando amargamente esa decisión de involucrarse amorosamente con una persona que no es cristiana. Recuerdo muy bien hace muchos años en los inicios de lo que son las IEBs, que en un culto una hermana se levantó y se dirigió a los jóvenes: “Quiero decirles a los jóvenes que ¡por favor! no se casen con un incrédulo. Yo lo hice, conociendo bien la Palabra de Dios, y ahora vivo un infierno en mi casa. Así que, les ruego, no hagan lo que yo hice.” Lastimosamente el ser humano no quiere aprender de las desgracias ajenas, y así está obligado a aprender de las propias – y cuando ya es demasiado tarde. Aprende lo que no debería haber hecho. La estupidez humana va hasta tal punto de creer que las leyes, sean las divinas o las de tránsito, son para otros, no para él mismo. Está generalizada la filosofía de vida: “haz lo que te dé la gana, sin importar si está permitido o no, con tal que no te pillen.” Y en su ceguera no se dan cuenta que con esto traen maldición sobre maldición sobre sí mismos y sobre las personas a su alrededor.

            Quizás a unos y otros les llama la atención la frase que dice que el matrimonio cristiano se caracteriza por la subordinación mutua entre hombre y mujer. En la carta a los efesios, antes de escribir que la mujer debe someterse a su marido, Pablo escribe: “…sométanse unos a otros por reverencia a Cristo” (Ef 5.21 – NTV). Es decir, en el matrimonio nadie es más que el otro. Ambos en la pareja somos llamados a servir a nuestro cónyuge. Mientras que el esposo cristiano se somete a los deseos y las necesidades de su esposa y le ayuda a crecer como persona, la esposa se somete a los deseos y las necesidades de su esposo, ayudándole a crecer como persona. Eso es amor. Eso es matrimonio según la voluntad de Dios. Aquí, el egoísmo queda totalmente excluido. El hombre que a gritos exige obediencia a lo que él dice porque él es el hombre, demuestra no más que justamente no es hombre. Es un pobre macho sin valor propio que cree que su “autoridad” proviene del volumen de su voz. Esto está diametralmente opuesto a lo que la Biblia enseña que debemos ser como esposos y padres; lo que debemos ser como verdaderos hombres. Nuestra “autoridad” es fruto de servir a nuestra familia con humildad, sacrificio y entrega. En realidad, a ese tipo de hombres no les interesa su “autoridad”. Sólo les interesa el bienestar de su esposa e hijos.

            Y, finalmente, el credo en esta unidad referente a la vida familiar tiene algo que decir también acerca de la familia completa:

 

  “Creemos que los hijos son un don de Dios. Consideramos que, a partir del momento de la concepción, el feto es vida según la voluntad de Dios. Por lo tanto, lo cuidamos. Los padres educan a sus hijos por medio de una vida ejemplar y temerosa de Dios. Velan en amor por sus necesidades, los educan con disciplina y respetan y protegen su dignidad y personalidad. Los padres oran por sus hijos, los instruyen en las Sagradas Escrituras y los animan a una vida según la voluntad de Dios. Los hijos deben obedecer y honrar a sus padres. Haciendo esto, serán bendecidos y se desarrollarán en personas que honran a Dios con su vida.”

 

            Quiero hacer especial énfasis aquí en la frase: “Consideramos que, a partir del momento de la concepción, el feto es vida según la voluntad de Dios.” Esta es una abierta declaración de guerra al aborto sin haberlo mencionado siquiera. Los que promueven el aborto discuten acerca de cuándo empieza la vida; cuál es el momento en el cual lo que se está formando en el cuerpo de la madre pasa de ser un cúmulo de células a ser un feto. Nosotros no perdemos tiempo y esfuerzos en esa discusión diabólica. Desde que un espermatozoide les gana la carrera a millones de competidores y logra meterse en el óvulo de la mujer, empieza a desarrollarse una nueva vida. Ambas células, tanto el espermatozoide como el óvulo, son células vivas, tejidos vivos. Por lo tanto, lo que se desarrolla por la unión de ambos también es vida. Es lógica pura. David dice: “Tú me observabas mientras iba cobrando forma en secreto, mientras se entretejían mis partes en la oscuridad de la matriz” (Sal 139.15 – NTV). En consecuencia, como dice el credo, hay que proteger a ese ser en desarrollo con todo lo que esté a nuestro alcance.

            Este texto también habla de la vida al interior de la familia en la que predomina el respeto y el amor – dos virtudes que lastimosamente brillan por su ausencia en muchas “familias”, si siquiera se lo puede llamar “familia”. Muchos adultos son Gran Campeón como procreadores, pero pésimos como padres. Sus hijos sobreviven en casi total abandono, sin condiciones adecuadas de salud, alimento y educación. A veces miro a estos niños y me pregunto qué tendrán para dar a los hijos que ellos tendrán en algún momento. Menos todavía van a poder velar por el bienestar de sus hijos. De donde no hay nada, no puede salir nada – a menos que Dios haga un milagro en ellos. Y ese milagro ocurre normalmente a través de una persona que se pone a disposición de Dios para influir significativamente en la vida de este niño, joven o adulto.

            Nosotros tenemos ahora este credo, basado en las enseñanzas de la Biblia. Está muy lindo. Una redacción espectacular. Pero, ¿qué hacemos con esto? ¿Cómo lo vivimos en nuestro propio hogar y en nuestra propia vida? Lo podemos colocar dentro de un marco de oro para que brille en nuestra casa o en nuestra iglesia. ¿Pero de qué nos sirve un marco de oro, si el contenido de ese credo no tiene como marco nuestro corazón? Lo que hemos visto hoy, ¿describe tu propia situación y la de tu familia? Si no es así, entonces sabes dónde empezar a trabajar para introducir los cambios requeridos. Si te describe a ti y a tu familia con relativa nitidez, entonces glorifica al Señor por la misericordia que ha tenido contigo para formarte de esta manera. Y acto seguido pregúntale con qué propósito él te ha bendecido de tal manera. Las bendiciones de Dios no son para retenerlas egoístamente, sino para compartirlas con otros a quienes les haga falta. Si tu vida y tu hogar están con relativa calma, quizás con ciertos problemas y luchas, pero en general bastante bien encaminado, ¿cómo tú puedes ayudar a que otros lleguen a experimentar esta bendición de un hogar? ¡Que Dios perdone nuestro egoísmo de pensar sólo en nosotros y nuestros beneficios y nos mueva a fijarnos en otros y en cómo podemos acercar la presencia de Dios a ellos!


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