viernes, 3 de junio de 2022

Credo: Victoria final de Cristo

 



            Si hoy fuese el último día de tu vida, ¿estarías seguro/a de que te irías al cielo? Espero que cada uno tenga un “¡Sí!” entusiasta y convencido como respuesta a esta pregunta. Y si no, asegúrate tu pase hoy mismo, porque todos, imparablemente, nos vamos rumbo a ese último día o, en todo caso, al día en que Cristo regresará. Si no sabes cómo obtener un “Sí” a esta pregunta, entonces con gusto te ayudamos. Pero es la pregunta más importante de tu vida a la que debes tener una respuesta urgentemente. Si hasta cuando te toque presentarte ante Dios no la has aclarado, lamento decirte que ahí será demasiado tarde. Hoy estamos todavía en el camino, lidiando con las complicaciones propias de la vida en este mundo. Para aprender a vivir en victoria y a caminar con nuestro Señor nos reunimos también por lo menos una vez a la semana aquí en la iglesia. De todo esto tratan dos temas del credo de la IEB Paraguay.

            Hoy continuamos el estudio de los diversos asuntos resumidos en este credo. El primero que consideraremos hoy tiene que ver con el “día del Señor”. Dice así el credo:

 

  El domingo debe ser santificado como día del Señor. Lo hacemos descansando del trabajo y reuniéndonos para los cultos unidos, así como lo hicieron los cristianos del Nuevo Testamento.

  Consideramos un deber nuestro el asistir regularmente a los cultos de la iglesia, según nos sea posible.

 

            Ya la vez pasada alguien explicó lo que significa “santificar”: es poner aparte para un uso exclusivo. Por ejemplo, nuestros instrumentos musicales y nuestros equipos son santificados para el uso de la iglesia. No pueden ser sacados para un uso particular. Son destinados a ser usados exclusivamente para fines de la iglesia.

            Así dice este párrafo que el domingo es destinado a ser usado exclusivamente para el Señor. Y aquí tengo dos preguntas respecto a esto. La primera tiene que ver respecto al día. Por ejemplo, ¿qué de los médicos, las enfermeras, el personal de vigilancia, los pastores y tantas otras personas más que tienen que trabajar precisamente el domingo. Tenemos varios casos de estos aquí en la iglesia. Otros quizás harían referencia al día sábado que se menciona en el Antiguo Testamento como día de reposo. ¿No sería más bien el sábado que deberíamos santificar? Hay corrientes o denominaciones enteras que tienen el sábado como su día de cultos. ¿Por qué lo hacemos nosotros el domingo? El uso del domingo como “día del Señor” viene de los primeros cristianos que lo tenían como su día de reunión y celebración porque ese es el día en que el Señor resucitó. Por eso el domingo era considerado su día, el día del Señor. En el siglo IV, el emperador Constantino lo oficializó, declarando el domingo como feriado oficial. ¿Cuál es entonces el “día del Señor” válido?

            Yo creo que el día es lo de menos. Y lo puedo justificar con lo que Pablo enseña a los romanos. Todo el capítulo 14 de esta carta está cargado de principios que se aplican a este y muchos otros temas más. La abrumadora mayoría de las discusiones encendidas en las redes sociales desaparecerían al instante si tomáramos en cuenta estos principios. Para empezar, Pablo dice: “Reciban bien al que es débil en la fe, y no entren en discusiones con él” (Ro 14.1 – DHH). En todo el capítulo, Pablo se refiere a consumir o no ciertos alimentos y a observar o no ciertos días, todo ello por motivos religiosos. Y ya de entrada dice que no se debe perder tiempo discutiendo acerca de estas prácticas, porque más importante es la conciencia, el corazón, de cada uno que la observancia de ciertos ritos. Lo explica en estas palabras: “Por ejemplo, hay quienes piensan que pueden comer de todo, mientras otros, que son débiles en la fe, comen solamente verduras. Pues bien, el que come de todo no debe menospreciar al que no come ciertas cosas; y el que no come ciertas cosas no debe criticar al que come de todo, pues Dios lo ha aceptado. ¿Quién eres tú para criticar al servidor de otro? …

            Otro caso: Hay quienes dan más importancia a un día que a otro, y hay quienes creen que todos los días son iguales. Cada uno debe estar convencido de lo que cree. El que guarda cierto día, para honrar al Señor lo guarda. Y el que come de todo, para honrar al Señor lo come, y da gracias a Dios; y el que no come ciertas cosas, para honrar al Señor deja de comerlas, y también da gracias a Dios” (vv. 2-6 – DHH). Así que, la importancia no radica en hacer tal o cual cosa, guardar tal o cual día, sino en la actitud del corazón. Cada uno debe vivir de acuerdo a su conciencia y su entendimiento de lo que está bien o mal, sin caer en el error de querer imponer su punto de vista a los demás. Por encima de sus convicciones debe estar el amor hacia el prójimo y el cuidado del bienestar del otro. Y Pablo llega a lo que yo considero lo central en todo este tema: “El reino de Dios no consiste en lo que se come o en lo que se bebe [y podríamos agregar: ni en qué día de la semana es tu “día del Señor”. El reino de Dios…] consiste en una vida recta, alegre y pacífica que procede del Espíritu Santo” (v. 17 – BLPH). Insistir en tal o cual día es legalismo, mientras que al Señor le interesa principalmente el corazón. Puedes estar todos los domingos en la iglesia, pero estar con el corazón lejos de Dios, quizás aborreciendo a todos aquellos que no creen lo mismo que tú. ¿Acaso te salvará haber estado todo el tiempo en la iglesia? Más importante que la observancia de ciertos ritos o días es el estado de tu corazón.

            Como institución, como grupo de iglesias, establecemos el domingo como día del Señor, porque también todas las actividades del resto del país están programadas así que el domingo es un día especial, generalmente día no laboral. Entonces, como iglesia fijamos el domingo como día de nuestro culto central. Pero en lo individual, cada uno debe ver si puede tener el domingo como día del Señor o si —quizás por su trabajo— tiene necesidad de buscarse otro día.

            Y esto me lleva directamente a la segunda pregunta: ¿Tengo yo ese día? ¿Santifico un día para el Señor? ¿Qué sueles hacer los domingos (o el día que sea tu “día del Señor” particular)? ¿Caen todas tus actividades de este día en alguna de las dos “categorías” que menciona el credo: descansar del trabajo y reunirnos para los cultos? Tu análisis de esto te dará la respuesta a esta segunda pregunta. El credo dice que consideramos como nuestro deber el asistir regularmente a los cultos de la iglesia. Pero más que deber, es nuestro privilegio asistir. Si se nos prohibiera bajo pena de muerte, como sucede en muchas partes del mundo, asistir a la iglesia, aprenderíamos a verlo como privilegio más que deber. ¡Dios quiera que nunca se dé esta situación en Paraguay! Si consideramos asistir a la iglesia como un deber, entonces debe ser un deber autoimpuesto, un compromiso que asumimos con nosotros mismos: ¡El domingo nos vamos a la iglesia, chille quien chille! Porque si empezamos a flojear en esto, nuestra mirada (y nuestro corazón) se va tras otras cosas que las de Dios. El enfoque en el día del Señor debe ser Dios, uno mismo y el prójimo. Si lo que hago los domingos es para glorificar a mi Dios, para recuperar mis energías físicas, anímicas y espirituales o para servir al prójimo en alguna necesidad, entonces estoy bien orientado. Pero si sigo bajo el mismo estrés de la vida cotidiana, quizás necesite hacer algunos cambios esenciales para ese día. Y en eso es preciso que el Señor nos guíe, porque este mundo se vuelve cada vez más complejo, y no es tan sencillo tomar ciertas decisiones. Pero demasiado fácil es que nuestro “día del Señor” se convierta en nuestro “día del señor jefe”, o incluso en el “día del señor Ambición personal”.

            ¿Pero por qué debemos tener ese día del Señor? El siguiente párrafo del credo lo explica:

 

  “Dios el Creador descansó el séptimo día. Por eso, el hombre que él creó es llamado a descansar regularmente el séptimo día. El descanso es una expresión de gratitud y de confianza en la provisión de Dios por su creación.

 

            Así de sencillo. Dios lo hizo, y nosotros, creados a semejanza de Dios, también lo necesitamos. Con la revolución industrial y el inicio de la producción masiva se sometió a los trabajadores a horarios de trabajo casi esclavizantes, incluyendo los domingos. Pero pronto se notó una disminución de la producción en vez de un aumento. Era porque los trabajadores estaban física, mental y anímicamente exhaustos. Por algo Dios había establecido un día de descanso, y bien hacemos en no creernos más sabios que él.

            Y fíjense que en el Antiguo Testamento hasta la tierra tuvo que descansar cada tanto. Dios le dio la siguiente instrucción a Moisés: “Habla con los hijos de Israel, y diles que cuando entren en la tierra que yo les doy, la tierra deberá reposar en honor al Señor. Cultivarás la tierra durante seis años, y durante esos seis años podarás tus viñas y recogerás sus frutos, pero el séptimo año la tierra tendrá que reposar. Es un reposo en honor del Señor, y no debes cultivar tu tierra ni podar tus viñas. No podrás cosechar lo que nazca de manera natural en tu tierra segada, ni podrás recoger las uvas de tu viñedo. Será para la tierra un año de reposo, Pero durante ese reposo la tierra producirá alimento para ti y para tus siervos y siervas, y para tus criados y los extranjeros que residan contigo. Todos los frutos que la tierra produzca serán para que coman tus animales y las bestias salvajes” (Lv 25.2-7). ¡Mirá vos! Hasta la tierra tiene que reposar. Hasta Dios reposó. ¿Y sólo el hombre cree no necesitarlo? Este texto ilustra claramente a lo que se refiere el credo cuando dice que el descanso es una expresión de gratitud y de confianza en la provisión de Dios. ¿Confío en que no me moriré de hambre si un día a la semana dejo de trabajar con el fin de honrar al Señor? Es una pregunta muy difícil.

            Este punto del día del Señor es un tema espiritual con fuertes implicancias prácticas, como acabamos de ver. Sin embargo, el punto que le sigue debería tener también consecuencias prácticas para nuestra vida, pero muchas veces tendemos a verlo como algo abstracto, espiritual, que no tiene mucha injerencia en nuestro día a día. En el punto titulado: “Victoria final de Cristo”, el credo dice lo siguiente:

 

  “Creemos en la existencia de seres superiores, creados por Dios, conocidos como espíritus serviciales, mensajeros o ángeles.

 

            Este es un tema sobre el cual poco o nada se predica, quizás porque no tienen tanta relevancia en cuanto a nuestra salvación. O sea, de que somo salvos o no, no depende de la existencia de ángeles. Tampoco es algo que nosotros podamos controlar, y ni siquiera influir, porque los ángeles no responden a mis órdenes. Pero es importante saber que existen y que están al servicio de Dios para ejecutar sus órdenes. Y si él así lo dispone, estos ángeles hasta pueden servirnos a nosotros. Testimonios de esto hay muchos.

            El siguiente punto ya es más conocido para nosotros en el sentido que estamos en una lucha continua contra lo que se menciona:

 

  Creemos que el diablo es una personalidad real, un ángel caído con gran poder, astucia y perversidad. Es el enemigo de Dios y de todo lo bueno. Busca la destrucción de la iglesia de Cristo y la perdición de todas las almas. Cristo lo venció con su muerte en la cruz, lo juzgó, y con su resurrección al tercer día venció a la muerte.”

 

            Este párrafo es sumamente claro y fácil de entender. Dije que era algo más conocido, porque somos parte de la iglesia de Cristo que él busca destruir. Pero esto no nos debe atemorizar, porque Cristo mismo dijo que “…los poderes del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16.18 – NBD). El credo destaca también que Cristo ya lo venció con su muerte y resurrección. ¡Aleluya! ¡Y nosotros estamos del lado del Ganador! La Biblia dice que “…somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Ro 8.37 – RVC).

            Por estar en esta posición de privilegio gracias a la salvación que Cristo nos ha otorgado, podemos declarar también con gozo los dos últimos párrafos de este credo:

 

  Creemos en el pronto regreso personal de Jesucristo. A esto le sigue el juicio de todas las naciones ante el trono de Dios.

  Creemos en la resurrección de los salvos para una vida eterna en el cielo, y la resurrección de los perdidos o no salvos para la condenación eterna.”

 

            Al pasar por la puerta de la muerte, se abre delante de nosotros toda la eternidad, donde ya no existirá el tiempo y que nunca jamás tendrá fin. Pero no todos estaremos en el mismo lugar. Algunos estarán en el cielo, otros estarán en el infierno sufriendo su rebeldía contra Dios. Estos son los únicos dos lugares que existen en el más allá, según la Biblia, Y nosotros aquí en esta vida decidimos en cuál de los dos estaremos. Esto no lo decide Dios arbitrariamente, sino que nosotros lo definimos a este lado de la muerte. Si nos decidimos por Cristo, aceptándolo por fe como nuestro Señor y Salvador, estaremos por la eternidad compartiendo con él en el cielo. Si en esta vida nos decidimos en contra de Cristo, él no nos obligará a estar con él en la eternidad, y sufriremos eternamente la absoluta ausencia del bien y la absoluta separación de Dios. ¿No crees que es más sabio decidirte por Cristo? Él ha logrado la victoria definitiva sobre Satanás, el pecado y la muerte. Si lo has aceptado como tu Señor y Salvador, puedes responder con este “Sí” entusiasta a la pregunta si estarías en el cielo si te tocaría morir hoy. Con Jesús en tu vida, lo mejor está por delante. Ya ahora disfrutamos de su victoria. Porque él venció la muerte, también nosotros tendremos vida eterna en él. Quiero resumir esto con las palabras de un himno muy conocido:

Yo sé que un día el río cruzaré,

con el dolor batallaré.

Y al ver la vida triunfando invita,

veré gloriosas luces y veré al Rey.

 

Porque Él vive, triunfaré mañana.

Porque Él vive, ya no hay temor.

Porque yo sé que el futuro es suyo

la vida vale más y más solo por Él.


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