Cuando la gente te observa, ¿a quién
van dirigidas sus miradas? ¿A quién señala tu vida? ¿A ti, a tus logros, a tus
quejas y lamentos? ¿O es dirigida su atención a Dios y su grandeza? ¿Qué o a
quién ve la gente al mirarte? Creo que el Salmo 115 nos tiene algo importante
para enseñar en ese aspecto.
FSalmo 115
El salmista tiene bien en claro
quién es el héroe de la película, quién es el que debe recibir todos los
aplausos. Él entiende perfectamente que no se trata de él mismo: “No a
nosotros, oh SEÑOR, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria…” (v. 1 –
RVA2015). Dios, tan sólo Dios. Y él menciona dos atributos de Dios por los cuales
él se merece toda la gloria: el amor de Dios y su fidelidad. Varias versiones
también traducen: “su verdad”. En realidad, podríamos mencionar también cualquier
otro atributo de Dios, porque por cada uno de ellos él se merece toda la
gloria. Dios debe ser honrado por quien él es.
Creo que nadie de nosotros tendría algún
problema con esto. Probablemente todos estaríamos en común acuerdo con el
salmista. Pero no nos engañemos. El orgullo está demasiado profundo en nosotros
y dice: “Sí, a Dios toda la gloria — y a mí los intereses de esa gloria…” Algo de
gloria también queremos cosechar. Cuando nos ha salido algo bien, más todavía
cuando es en el ámbito espiritual o el servicio en la iglesia, y la gente
expresa algún agrado o elogio, decimos: “Toda la gloria a Dios. ¡Aleluya!”, y para
nuestros adentros decimos: “Pero para ser sinceros, fui bueno, ¿no es cierto?
Gracias a mí que Dios ahora recibe toda la gloria…” Es un sinvergüenza
de aquellos ese orgullo. Y lo peor es que sabe camuflarse tan bien que es
difícil de detectar. Sólo cuando una vez más metimos la pata nos damos cuenta:
“Eso fue él ya otra vez…”
Justo la meditación que compartí
anteayer en el grupo de la iglesia trataba este tema. La última parte decía: “Cada
vez que quieras destacar en algo pregúntate: ‘¿Por qué quiero hacerlo?’ ‘¿Por
qué quiero predicar?’ ‘¿Por qué quiero que me noten?’ Tu identidad no está en
lo que haces o en tus cualidades, sino en Dios. No se trata de ti, sino de Él.”
¿Cuál es la motivación que te lleva a servir en la iglesia? ¿Quieres ser un
instrumento de bendición para otros o quieres que otros te noten? El salmista
la tenía muy clara: “No a nosotros, sino a tu nombre da gloria.”
Y él sigue después con una pregunta
interesante: “¿Por qué han de preguntar los paganos dónde está nuestro Dios”
(v. 2 – DHH)? Me llamó la atención esta pregunta, porque parecía dar un salto
muy abrupto de un tema a otro, sino conexión ni transición. Parecía ser una
pregunta medio desubicada, fuera de lugar. ¿Qué tiene que ver con el versículo anterior?
Y de pronto entendí que esta pregunta está justo donde debe estar. Porque, ¿qué
pasa con el dar gloria? Al dar gloria a alguien, señalamos al que recibe la
gloria. Dirigimos la concentración de los demás hacia el a quien va dirigida
nuestra alabanza. Si damos gloria a Dios, él es exaltado, y todos le
miran a él, aplaudiéndole. Pero cuando queremos cosechar nosotros la gloria,
nos ponemos en primer lugar, nos colocamos delante de Dios y producimos un “eclipse
divino”. La luz de la gloria que lo tenía que alumbrar a él, ahora nos pega a
nosotros que nos metimos entre medio donde no debíamos, haciendo que caiga
sombra sobre Dios. La gente ahora sólo ve a un ser humano agrandado, inflado,
que no deja ver a Dios detrás de él. ¡Con razón que entonces la gente pregunta:
“¿Dónde está su Dios? No lo veo. ¿Dónde se escondió?”! No, no se escondió.
Nosotros lo ocultamos, lo eclipsamos. Nuestro ego no permite que la gente vea a
Dios. ¿Nos damos cuenta cuán grave es este asunto del orgullo? Espíritu Santo,
parte del fruto que tú quieres obrar en mí es la humildad. Haz tu obra en mí, y
no permitas que mi orgullo opaque a Dios. “…procuren ustedes que su luz
brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos
alaben [no a ustedes, sino] a su Padre que está en el cielo”
(Mt 5.16 – DHH). Dios, tan sólo Dios.
Pero, por las dudas, el salmista
contesta a esa pregunta de los paganos acerca de Dios: “…él está en los
cielos, y hace lo que quiere” (v. 3 – NBV). Con esta declaración, él ha
señalado nuevamente a Dios. Todas las miradas están dirigidas nuevamente a Dios
y a su omnipotencia. Esto es particularmente importante a tener en cuenta al
leer los siguientes versículos que hablan de ídolos paganos: “Los ídolos de
ellos no son más que objetos de plata y oro, manos humanas les dieron forma”
(v. 4 – NTV). No solamente el ser humano intenta robar la gloria que sólo le
pertenece a Dios, sino también lo quieren hacer los ídolos (y, en definitiva,
Satanás que está detrás de los ídolos). El salmista compara a ese Dios que hace
lo que quiere con los ídolos que quieren hacer, pero no pueden. Ustedes saben
que los Salmos son canciones que se entonaron en los cultos. Y muchas veces se
cantaba en coros alternos. Un coro decía una cosa, y el otro contestaba con
otra parte del Salmo. Por ejemplo, el Salmo 136 parece haber sido entonado por
dos coros alternos, o por un director y un coro en forma intercalada. Uno
decía: “Alabad a Jehová, porque él es bueno…” (Sal 136.1 – RV95), y el
otro contestaba: “…porque para siempre es su misericordia”. Y otra vez
el primero decía: “Alabad al Dios de los dioses…”, y el segundo otra vez
contestaba: “…porque para siempre es su misericordia” (v. 2), y así
sigue durante todo el Salmo, haciendo una declaración, a los que la otra parte
versículo por versículo contesta: “…porque para siempre es su misericordia”.
Hoy vamos a hacer algo similar. Yo voy a leer una de las descripciones de estos
ídolos, y ustedes contestan con la única descripción que nuestro Salmo da de
Dios: “Dios hace lo que quiere.”
Ídolos |
Dios |
Tienen boca,
pero no hablan. |
Pero Dios hace
lo que quiere. |
Tienen ojos,
pero no ven. |
Pero Dios hace
lo que quiere. |
Tienen orejas,
pero no oyen. |
Pero Dios hace
lo que quiere. |
Tienen narices,
pero no huelen. |
Pero Dios hace
lo que quiere. |
Tienen manos,
pero no palpan. |
Pero Dios hace
lo que quiere. |
Tienen pies,
pero no caminan. |
Pero Dios hace
lo que quiere. |
Tienen garganta, pero no pueden emitir sonidos. |
Pero Dios hace
lo que quiere. |
¿Con cuál de los dos te quedas tú?
Sin embargo, lo triste es que esos
ídolos también saben camuflarse demasiado bien. Hasta yo mismo, mi ego, puede llegar
a ser un ídolo para mí – y quizás sin que me dé cuenta siquiera. Cuando llego a
creer: “¿Quién como yo?” estoy en el mejor camino de convertirme en mi ídolo –
y puedo tener todos los órganos descritos en este Salmo, pero sin lograr nada
que valga la pena para la eternidad. “…vengo a ser como metal que resuena o
címbalo que retiñe” (1 Co 13.1 – RV95). Ruido nada más. Cualquier persona o
cosa que ponemos delante de Dios o por encima de él, llega a ser un ídolo que opaca
y oculta a Dios, y hace que la gente tenga que preguntar: “¿Dónde está tu
Dios?” Y nos volvemos para Dios tan inútiles como estos ídolos mismos: “Iguales
a esos ídolos son quienes los fabrican y quienes en ellos creen” (v. 8 –
DHH). ¡Socorro! ¡No a nosotros, ni a ningún ídolo, sino a ti, oh Dios, sea toda
la gloria! Dios, tan sólo Dios.
Por eso, el salmista ahora vuelve a
direccionar la atención a Dios: “¡Oh Israel, confía en el SEÑOR! Él es tu
ayudador y tu escudo. ¡Oh sacerdotes, descendientes de Aarón, confíen en el
SEÑOR! Él es su ayudador y su escudo. ¡Todos los que temen al SEÑOR, confíen en
el SEÑOR! Él es su ayudador y su escudo” (vv. 9-11 – NTV). ¡Oh IEB Costa
Azul, confía en el SEÑOR! Él es tu ayudador y tu escudo. ¡Se trata de Dios y de
nadie más! Si él no es el centro de toda nuestra vida, toda nuestra vida no
tiene sentido. “Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el
Señor morimos. Así pues, sea que vivamos o que muramos, del Señor somos”
(Ro 14.8 – NVI). Y el salmista agrega esta promesa: “¡El Señor se ha
acordado de nosotros y nos bendecirá! Bendecirá a los israelitas, bendecirá a
los sacerdotes, bendecirá a los que lo honran, a grandes y pequeños” (vv.
12-13 – DHH). “El Señor añadirá sus bendiciones sobre ustedes y sobre sus
hijos” (v. 14 – RVC). Otra forma de entender este versículo es: “¡Que el
Señor les aumente la descendencia a ustedes y a sus hijos” (DHH)! Cada uno
puede elegir cuál versión de esta promesa prefiere reclamar para sí, si es
mucha bendición sobre su vida y la de sus descendientes, o si es una
descendencia numerosamente bendecida por el Señor… Pero en uno y en otro caso,
la bendición, cualquiera que sea, proviene de Dios, “creador del cielo y de
la tierra” (v. 15 – RVC), y a él, únicamente a él, sea la gloria. Dios es
el centro, no solamente de nuestra existencia, sino de todo el universo. Por
eso dice el Salmo: “Los cielos de los cielos son del SEÑOR; pero él ha dado
la tierra a los hijos del hombre” (v. 16 – RVA2015). Cuando habla de “los
cielos de los cielos”, me imagino que es una forma del salmista de referirse a
todo el universo, a “todo lo que esté allá arriba…” Claro, como no tenían
telescopios ni avances tecnológicos y científicos, no podían tener mucho
conocimiento del universo. La atmósfera, que nosotros llamamos “cielo”, era el
límite de lo observable. Pero esta forma de expresarse indica que sospechaban
de algo más que sólo lo que se puede ver. Así que, sea lo que hubiese más allá,
todo es del Señor. Y parte de ese “todo” es la tierra que él ha dado al ser
humano para habitarlo. Pero Dios es el dueño de todo. La tierra él nos ha dado
solamente en alquiler. Nuestro “pago” por alquilarla es cuidarla y mantenerla
según las indicaciones del dueño. Lastimosamente el ser humano la está dejando
como muchos inquilinos a la vivienda que acaban de abandonar: totalmente
destripado, llevándose lo que pudieran arrancarle.
Dios es el dueño de todo, Dios es el
centro de todo, Dios es el Creador y Sustentador de todo. Dios, tan sólo Dios. Y
este Dios es merecedor de toda nuestra alabanza. Los muertos, dice el salmista,
ya no podrán alabarlo, “pero nosotros sí, nosotros lo alabamos para siempre.
¡Aleluya! ¡Alabado sea el SEÑOR” (v. 18 – NBD)! ¡A él toda la gloria!
Cuando la gente te observa, ¿a quién
van dirigidas sus miradas? ¿A ti, a tus logros, a tus quejas y lamentos? Jesús
mencionó en el Sermón del Monte tres prácticas religiosas que mucha gente hacía
sólo para que la gente los vea y se sorprenda de su “espiritualidad”: oraban en
plena calle, ponían cara de muertos de hambre cuando ayunaban y hacían selfis
para las redes cada vez que ayudaban a otros. Y Jesús sentencia: con esto ya
recibieron lo que buscaron: el aplauso y la admiración de los demás. Que no
esperen de Dios que les diera algo más que eso. ¿Ve eso la gente cuando te
observa? ¿O es dirigida la atención de los demás a Dios y su grandioso ser cada
vez que entran en contacto contigo? Pablo describe en su carta a los efesios cómo
la Trinidad de Dios se puso en campaña para salvarnos, para que seamos “para
alabanza de su gloria” (Ef 1.14 – RVC). Ese es nuestro propósito: dar
gloria a Dios. Si hasta ahora no sabías para qué estás en esta tierra, ahora ya
lo sabes: para glorificar a Dios. La pregunta es: ¿cumples ese tu propósito?
¿Qué puedes hacer esta semana para cumplirlo? Quiero que ahora te juntes con la
persona que está a tu lado y le compartas qué cosas concretas vas a implementar
a partir de esta semana a dar gloria a Dios. Respóndanse mutuamente estas dos
preguntas: ¿Qué me está hablando Dios? ¿Qué voy a hacer al respecto? Y terminen
orando uno por otro.
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