viernes, 3 de junio de 2022

Dios, tan sólo Dios

 






            Cuando la gente te observa, ¿a quién van dirigidas sus miradas? ¿A quién señala tu vida? ¿A ti, a tus logros, a tus quejas y lamentos? ¿O es dirigida su atención a Dios y su grandeza? ¿Qué o a quién ve la gente al mirarte? Creo que el Salmo 115 nos tiene algo importante para enseñar en ese aspecto.

 

            FSalmo 115

 

            El salmista tiene bien en claro quién es el héroe de la película, quién es el que debe recibir todos los aplausos. Él entiende perfectamente que no se trata de él mismo: “No a nosotros, oh SEÑOR, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria…” (v. 1 – RVA2015). Dios, tan sólo Dios. Y él menciona dos atributos de Dios por los cuales él se merece toda la gloria: el amor de Dios y su fidelidad. Varias versiones también traducen: “su verdad”. En realidad, podríamos mencionar también cualquier otro atributo de Dios, porque por cada uno de ellos él se merece toda la gloria. Dios debe ser honrado por quien él es.

            Creo que nadie de nosotros tendría algún problema con esto. Probablemente todos estaríamos en común acuerdo con el salmista. Pero no nos engañemos. El orgullo está demasiado profundo en nosotros y dice: “Sí, a Dios toda la gloria — y a mí los intereses de esa gloria…” Algo de gloria también queremos cosechar. Cuando nos ha salido algo bien, más todavía cuando es en el ámbito espiritual o el servicio en la iglesia, y la gente expresa algún agrado o elogio, decimos: “Toda la gloria a Dios. ¡Aleluya!”, y para nuestros adentros decimos: “Pero para ser sinceros, fui bueno, ¿no es cierto? Gracias a mí que Dios ahora recibe toda la gloria…” Es un sinvergüenza de aquellos ese orgullo. Y lo peor es que sabe camuflarse tan bien que es difícil de detectar. Sólo cuando una vez más metimos la pata nos damos cuenta: “Eso fue él ya otra vez…”

            Justo la meditación que compartí anteayer en el grupo de la iglesia trataba este tema. La última parte decía: “Cada vez que quieras destacar en algo pregúntate: ‘¿Por qué quiero hacerlo?’ ‘¿Por qué quiero predicar?’ ‘¿Por qué quiero que me noten?’ Tu identidad no está en lo que haces o en tus cualidades, sino en Dios. No se trata de ti, sino de Él.” ¿Cuál es la motivación que te lleva a servir en la iglesia? ¿Quieres ser un instrumento de bendición para otros o quieres que otros te noten? El salmista la tenía muy clara: “No a nosotros, sino a tu nombre da gloria.”

            Y él sigue después con una pregunta interesante: “¿Por qué han de preguntar los paganos dónde está nuestro Dios” (v. 2 – DHH)? Me llamó la atención esta pregunta, porque parecía dar un salto muy abrupto de un tema a otro, sino conexión ni transición. Parecía ser una pregunta medio desubicada, fuera de lugar. ¿Qué tiene que ver con el versículo anterior? Y de pronto entendí que esta pregunta está justo donde debe estar. Porque, ¿qué pasa con el dar gloria? Al dar gloria a alguien, señalamos al que recibe la gloria. Dirigimos la concentración de los demás hacia el a quien va dirigida nuestra alabanza. Si damos gloria a Dios, él es exaltado, y todos le miran a él, aplaudiéndole. Pero cuando queremos cosechar nosotros la gloria, nos ponemos en primer lugar, nos colocamos delante de Dios y producimos un “eclipse divino”. La luz de la gloria que lo tenía que alumbrar a él, ahora nos pega a nosotros que nos metimos entre medio donde no debíamos, haciendo que caiga sombra sobre Dios. La gente ahora sólo ve a un ser humano agrandado, inflado, que no deja ver a Dios detrás de él. ¡Con razón que entonces la gente pregunta: “¿Dónde está su Dios? No lo veo. ¿Dónde se escondió?”! No, no se escondió. Nosotros lo ocultamos, lo eclipsamos. Nuestro ego no permite que la gente vea a Dios. ¿Nos damos cuenta cuán grave es este asunto del orgullo? Espíritu Santo, parte del fruto que tú quieres obrar en mí es la humildad. Haz tu obra en mí, y no permitas que mi orgullo opaque a Dios. “…procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben [no a ustedes, sino] a su Padre que está en el cielo” (Mt 5.16 – DHH). Dios, tan sólo Dios.

            Pero, por las dudas, el salmista contesta a esa pregunta de los paganos acerca de Dios: “…él está en los cielos, y hace lo que quiere” (v. 3 – NBV). Con esta declaración, él ha señalado nuevamente a Dios. Todas las miradas están dirigidas nuevamente a Dios y a su omnipotencia. Esto es particularmente importante a tener en cuenta al leer los siguientes versículos que hablan de ídolos paganos: “Los ídolos de ellos no son más que objetos de plata y oro, manos humanas les dieron forma” (v. 4 – NTV). No solamente el ser humano intenta robar la gloria que sólo le pertenece a Dios, sino también lo quieren hacer los ídolos (y, en definitiva, Satanás que está detrás de los ídolos). El salmista compara a ese Dios que hace lo que quiere con los ídolos que quieren hacer, pero no pueden. Ustedes saben que los Salmos son canciones que se entonaron en los cultos. Y muchas veces se cantaba en coros alternos. Un coro decía una cosa, y el otro contestaba con otra parte del Salmo. Por ejemplo, el Salmo 136 parece haber sido entonado por dos coros alternos, o por un director y un coro en forma intercalada. Uno decía: “Alabad a Jehová, porque él es bueno…” (Sal 136.1 – RV95), y el otro contestaba: “…porque para siempre es su misericordia”. Y otra vez el primero decía: “Alabad al Dios de los dioses…”, y el segundo otra vez contestaba: “…porque para siempre es su misericordia” (v. 2), y así sigue durante todo el Salmo, haciendo una declaración, a los que la otra parte versículo por versículo contesta: “…porque para siempre es su misericordia”. Hoy vamos a hacer algo similar. Yo voy a leer una de las descripciones de estos ídolos, y ustedes contestan con la única descripción que nuestro Salmo da de Dios: “Dios hace lo que quiere.”

 

Ídolos

Dios

Tienen boca, pero no hablan.

Pero Dios hace lo que quiere.

Tienen ojos, pero no ven.

Pero Dios hace lo que quiere.

Tienen orejas, pero no oyen.

Pero Dios hace lo que quiere.

Tienen narices, pero no huelen.

Pero Dios hace lo que quiere.

Tienen manos, pero no palpan.

Pero Dios hace lo que quiere.

Tienen pies, pero no caminan.

Pero Dios hace lo que quiere.

Tienen garganta, pero no pueden emitir sonidos.

Pero Dios hace lo que quiere.

 

            ¿Con cuál de los dos te quedas tú?

            Sin embargo, lo triste es que esos ídolos también saben camuflarse demasiado bien. Hasta yo mismo, mi ego, puede llegar a ser un ídolo para mí – y quizás sin que me dé cuenta siquiera. Cuando llego a creer: “¿Quién como yo?” estoy en el mejor camino de convertirme en mi ídolo – y puedo tener todos los órganos descritos en este Salmo, pero sin lograr nada que valga la pena para la eternidad. “…vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe” (1 Co 13.1 – RV95). Ruido nada más. Cualquier persona o cosa que ponemos delante de Dios o por encima de él, llega a ser un ídolo que opaca y oculta a Dios, y hace que la gente tenga que preguntar: “¿Dónde está tu Dios?” Y nos volvemos para Dios tan inútiles como estos ídolos mismos: “Iguales a esos ídolos son quienes los fabrican y quienes en ellos creen” (v. 8 – DHH). ¡Socorro! ¡No a nosotros, ni a ningún ídolo, sino a ti, oh Dios, sea toda la gloria! Dios, tan sólo Dios.

            Por eso, el salmista ahora vuelve a direccionar la atención a Dios: “¡Oh Israel, confía en el SEÑOR! Él es tu ayudador y tu escudo. ¡Oh sacerdotes, descendientes de Aarón, confíen en el SEÑOR! Él es su ayudador y su escudo. ¡Todos los que temen al SEÑOR, confíen en el SEÑOR! Él es su ayudador y su escudo” (vv. 9-11 – NTV). ¡Oh IEB Costa Azul, confía en el SEÑOR! Él es tu ayudador y tu escudo. ¡Se trata de Dios y de nadie más! Si él no es el centro de toda nuestra vida, toda nuestra vida no tiene sentido. “Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos o que muramos, del Señor somos” (Ro 14.8 – NVI). Y el salmista agrega esta promesa: “¡El Señor se ha acordado de nosotros y nos bendecirá! Bendecirá a los israelitas, bendecirá a los sacerdotes, bendecirá a los que lo honran, a grandes y pequeños” (vv. 12-13 – DHH). “El Señor añadirá sus bendiciones sobre ustedes y sobre sus hijos” (v. 14 – RVC). Otra forma de entender este versículo es: “¡Que el Señor les aumente la descendencia a ustedes y a sus hijos” (DHH)! Cada uno puede elegir cuál versión de esta promesa prefiere reclamar para sí, si es mucha bendición sobre su vida y la de sus descendientes, o si es una descendencia numerosamente bendecida por el Señor… Pero en uno y en otro caso, la bendición, cualquiera que sea, proviene de Dios, “creador del cielo y de la tierra” (v. 15 – RVC), y a él, únicamente a él, sea la gloria. Dios es el centro, no solamente de nuestra existencia, sino de todo el universo. Por eso dice el Salmo: “Los cielos de los cielos son del SEÑOR; pero él ha dado la tierra a los hijos del hombre” (v. 16 – RVA2015). Cuando habla de “los cielos de los cielos”, me imagino que es una forma del salmista de referirse a todo el universo, a “todo lo que esté allá arriba…” Claro, como no tenían telescopios ni avances tecnológicos y científicos, no podían tener mucho conocimiento del universo. La atmósfera, que nosotros llamamos “cielo”, era el límite de lo observable. Pero esta forma de expresarse indica que sospechaban de algo más que sólo lo que se puede ver. Así que, sea lo que hubiese más allá, todo es del Señor. Y parte de ese “todo” es la tierra que él ha dado al ser humano para habitarlo. Pero Dios es el dueño de todo. La tierra él nos ha dado solamente en alquiler. Nuestro “pago” por alquilarla es cuidarla y mantenerla según las indicaciones del dueño. Lastimosamente el ser humano la está dejando como muchos inquilinos a la vivienda que acaban de abandonar: totalmente destripado, llevándose lo que pudieran arrancarle.

            Dios es el dueño de todo, Dios es el centro de todo, Dios es el Creador y Sustentador de todo. Dios, tan sólo Dios. Y este Dios es merecedor de toda nuestra alabanza. Los muertos, dice el salmista, ya no podrán alabarlo, “pero nosotros sí, nosotros lo alabamos para siempre. ¡Aleluya! ¡Alabado sea el SEÑOR” (v. 18 – NBD)! ¡A él toda la gloria!

            Cuando la gente te observa, ¿a quién van dirigidas sus miradas? ¿A ti, a tus logros, a tus quejas y lamentos? Jesús mencionó en el Sermón del Monte tres prácticas religiosas que mucha gente hacía sólo para que la gente los vea y se sorprenda de su “espiritualidad”: oraban en plena calle, ponían cara de muertos de hambre cuando ayunaban y hacían selfis para las redes cada vez que ayudaban a otros. Y Jesús sentencia: con esto ya recibieron lo que buscaron: el aplauso y la admiración de los demás. Que no esperen de Dios que les diera algo más que eso. ¿Ve eso la gente cuando te observa? ¿O es dirigida la atención de los demás a Dios y su grandioso ser cada vez que entran en contacto contigo? Pablo describe en su carta a los efesios cómo la Trinidad de Dios se puso en campaña para salvarnos, para que seamos “para alabanza de su gloria” (Ef 1.14 – RVC). Ese es nuestro propósito: dar gloria a Dios. Si hasta ahora no sabías para qué estás en esta tierra, ahora ya lo sabes: para glorificar a Dios. La pregunta es: ¿cumples ese tu propósito? ¿Qué puedes hacer esta semana para cumplirlo? Quiero que ahora te juntes con la persona que está a tu lado y le compartas qué cosas concretas vas a implementar a partir de esta semana a dar gloria a Dios. Respóndanse mutuamente estas dos preguntas: ¿Qué me está hablando Dios? ¿Qué voy a hacer al respecto? Y terminen orando uno por otro.

 


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