El domingo pasado empezamos a
estudiar un conjunto de doctrinas y convicciones espirituales que rigen para
nuestra iglesia. Y empezamos con el tema más básico y crucial: Dios. ¿Quién es
el Dios de la Biblia? Sin esa base, nada tiene sentido. ¿Cómo has experimentado
a Dios en esta semana? ¿Alguien tiene un testimonio de la manifestación de Dios
en su vida o la vida de personas cercanas?
(Habíamos visto el domingo pasado
que Dios tiene el control sobre todo. No sé ustedes, pero cada tanto yo tengo
momentos en los que digo: “Este no es mi día…” Parece que todo lo que puede
salir mal, te sale mal. Emocionalmente uno está fuertemente afectado y en
constante lucha interna. Esta semana tuve un día así. No puedo decir que tuve
la respuesta más espiritual a varias situaciones que me estaban apretando
fuertemente, pero al final Dios me mostró que él estaba en control, a pesar de
lo que parecía. Doy gloria a Dios por ser como él es y por mostrarme una vez
más que él se encarga de todo.)
Si Dios es el asunto principal que
debemos tener en claro para nuestras vidas, el tema de hoy es el asunto más
negro y destructivo que pueda haber en el mundo: el pecado. Por eso no nos
gusta hablar del pecado y preferimos decir que tenemos un “problema”, una “debilidad”,
que tuvimos un “desliz” y una larga lista de supuestos sinónimos. Pero la
Biblia es muy clara en cuanto a este “problema”: ¡es pecado!
Por eso empieza nuestro credo en
este punto diciendo: “Creemos que todas las personas han pecado y están
separados de la gloria de Dios. Por eso es que llega a ser imprescindible la
salvación de los pecadores y el nuevo nacimiento por la fe en nuestro Señor
Jesucristo.” Pablo declara esto muy contundentemente en su carta a los romanos:
“…todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro 3.23 –
RV95), “…están privados de la presencia de Dios” (BNP). Tan sólo unos
versículos antes, Pablo expresa crudamente la fatal realidad del ser humano: “¡No
hay ni uno solo que sea justo! No hay quien tenga entendimiento; no hay quien
busque a Dios. Todos se han ido por mal camino; todos por igual se han
pervertido. ¡No hay quien haga lo bueno! ¡No hay ni siquiera uno (Ro
3.10-12 – DHH)! ¡Qué desesperante! ¡Pero esta es nuestra situación! ¡Esto es lo
que nos hemos buscado! Y es bueno que veamos toda la negrura de nuestro pecado
para darnos cuenta que es imposible limpiarnos de ella por nosotros mismos. Ni
todos los esfuerzos juntos podrían convertir esa negrura en gris oscuro siquiera.
Si Dios no se apiadara de nosotros, ¡qué terrible final tendríamos!
Pero, ¿cuál es el comienzo de esto?
¿De dónde viene esto del pecado? Sigue diciendo el credo: “El ser humano fue
creado según imagen y semejanza de Dios. Estaba en comunión constante con Dios,
sin pecado. Pero ya el primer hombre desobedeció a Dios. La comunión con Dios
fue interrumpida por esta desobediencia, y la muerte sobrevino a toda la
humanidad. Ahora todo ser humano es pecador y sólo puede ser salvado por medio
de la fe en Jesucristo y el nuevo nacimiento.”
Este texto nos remonta a los
orígenes mismos de la existencia humana. Dios había creado todo a la perfección,
incluyendo al hombre y a la mujer. No existía ni una pisca de imperfección,
debilidad o pecado.
Parte de la perfección con la que
Dios había creado al ser humano fue también voluntad propia del hombre y la
libertad de tomar decisiones. Pero Adán y Eva no supieron manejar esta libertad
y eligieron desobedecer a Dios. Dios había dicho que de cierto árbol no
comieran, y precisamente de ese árbol comieron. Cursan en YouTube versiones que
quieren explicar con supuesta base bíblica que el pecado de Adán y Eva
consistió en haber tenido relaciones sexuales. ¡Eso es lo más ridículo y
antibíblico que he escuchado! Y aprovecho aquí esto para hacer un paréntesis:
Veo cada vez más frecuentemente que los que más confusión y daño causan en las
iglesias son los que se alimentan en exceso de prédicas de YouTube – ¡aunque
usted no lo crea! Se requiere de mucha madurez y una base sólida en la Palabra
de Dios para poder exponerse a tantas cosas que encontramos en el Internet. Y
si somos tan ingenuos de creer que por el simple hecho de estar en Internet
debe ser verdad, y si, encima, somos tan ignorantes de creer que esa es toda
la verdad y que debe regir de ahora en adelante para todo el mundo, el camino
al caos está hecho. Así que, no les voy a prohibir escuchar prédicas en
Internet, porque hay muchas cosas muy buenas y edificantes, pero sí les pido
que tengan mucho cuidado y que no le crean a cualquier espíritu que se
manifiesta por Internet. Si la gente de Berea controlaba hasta a Pablo, autor
de gran parte del Nuevo Testamento, para ver si sus enseñanzas concordaban con
las Escrituras que tenían hasta entonces, ¡cuánto más debemos hacerlo nosotros con
cualquier aparecido en Internet! Háganse este favor a sí mismos y a la gente a
su alrededor, por amor a todos. ¡Gracias a Dios por tantos que ahora empezaron
a estudiar FLET. Esto les ayudará a conocer más la verdad bíblica y detectar
doctrinas sospechosas. Cierre de paréntesis.
Volvemos a la caída en pecado del
ser humano. Esta desobediencia a Dios, a Adán y Eva les costó literalmente la
vida, tal como Dios les había anunciado que ocurriría (Gn 2.17). Físicamente
siguieron viviendo, pero espiritualmente murió algo en ellos. Murió la comunión
e intimidad con Dios y también con el ser humano. Después de haber vivido en la
gloria perfecta, esta ruptura de la relación con Dios debe haber sido insoportable
para ellos. Y desde entonces, esta maldición del pecado se reproduce en cada
ser humano que nace. David dijo: “En maldad he sido formado y en pecado me
concibió mi madre” (Sal 51.5 – RV95). Desde entonces, esta es nuestra
realidad. Pero Dios, en su infinita misericordia, a pesar de que el ser humano
le haya escupido en la cara, anunció ya la solución de este dilema. Adán y Eva
tuvieron que sufrir las consecuencias de su desobediencia, pero Satanás ligó la
peor parte: él ya fue juzgado y condenado. Dios le anunció que un descendiente
de Eva, refiriéndose a Jesús, le aplastaría la cabeza (Gn 3.15). Si bien
Satanás le iba a causar un terrible sufrimiento, esto comparativamente no sería
más que una mordida de víbora en el talón – a cambio de que sería destrozada su
propia cabeza. Una mordida de víbora puede ser sumamente dolorosa, pero
triturarle la cabeza a alguien es absolutamente mortal. ¡Gloria a Dios que
desde el primer libro de la Biblia ya se anuncia la oportunidad de salvación
para el ser humano! Al momento de la desobediencia del hombre, Dios ya le puso
el remedio. ¡Aleluya!
Gracias a Dios que la Biblia no
termina con el relato del pecado del ser humano. A partir de este episodio en
Génesis, todo lo demás de la Biblia es la historia de salvación de Dios para la
humanidad. Y esto es lo que destaca también el credo cuando dice: “Creemos en
la doctrina de la justificación por medio de la fe. Con esto afirmamos que es
imposible para el ser humano salvarse a sí mismo por medio de obras. Únicamente
Jesucristo es el intermediario entre Dios y los hombres. Jesús vino, por gracia
y amor a la humanidad, con el fin de salvarnos de la condenación y del poder
del pecado y reconciliarnos con Dios. A través de su muerte en la cruz él realizó
el único sacrificio suficiente para quitar el pecado del mundo. El Espíritu
Santo despierta la fe en la persona, la convence de pecado y la conduce al
entendimiento a través de la Palabra de Dios. Recibe el perdón de pecados todo
aquel que se arrepiente, se aparta del pecado y confía en Jesucristo como su
Salvador personal. Con esto es justificado delante de Dios. A partir de este
momento cada uno rinde su propia voluntad a Cristo, confía en él y lo obedece
como discípulo. En esta obediencia somos guiados por la Biblia.”
Ya el domingo pasado habíamos
mencionado los intentos frustrados del ser humano de llegar otra vez a Dios.
Estos intentos solemos llamar “religión”: la búsqueda del hombre de re
ligarse con Dios. Pero la religión no salva, y si alguien vive el
cristianismo como una religión, tampoco se salva. Lo único que nos salva de
sufrir eternamente las consecuencias de nuestra desobediencia a Dios es la
aceptación por fe de lo que Cristo logró a través de su muerte y resurrección.
Jesús pagó toda nuestra deuda habida y por haber ante Dios, y nos ofrece esta
liberación de nuestra culpa —la exoneración de nuestra deuda— como un regalo.
Es imposible que nosotros saquemos otra vez nuestra billetera de las buenas
obras, queriendo pagarle por sus servicios de liberación. Si eso hiciéramos, la
salvación dejaría de ser un regalo y pasaría a ser solamente un préstamo o un
adelanto hasta que fuéramos capaces de pagarla por nosotros mismos, cosa que es
absolutamente imposible. La Biblia dice muy clara y enfáticamente: “…por
gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de
ustedes, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”
(Ef 2.8-9 – NBLH). Otra versión dice: “Dios los salvó por su gracia cuando creyeron.
Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios. La salvación no
es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho, así que ninguno de
nosotros puede jactarse de ser salvo” (NTV). Y a los gálatas Pablo
escribió: “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo
vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de
Dios, quien me amó y dio su vida por mí” (Gl 2.20 – NVI). Es tan sencillo,
claro y enfático, pero tan difícil de aceptar. El orgullo no quiere aceptar que
alguien le tenga que regalar algo, porque aceptar ese regalo significa admitir
que no fui capaz de lograrlo por mí mismo. Y para el ser humano es
prácticamente imposible admitir esto. ¡Sí que se necesita de la gracia de Dios
para que podamos llegar a reconocer nuestra insuficiencia! Y esto de querer
lograr algo por sí mismo y ser uno mismo el artífice de su vida en vez de
aceptar el regalo de Dios no es un problema solamente en cuanto a la salvación,
sino nos acompaña toda la vida de maneras múltiples y tremendamente sutiles.
Cuando nos conviene, apelamos a la gracia de Dios, y casi le exigimos que nos
perdone o que nos salve de alguna situación en la que nos metimos por
caprichosos. Y le sugerimos que por unos cuantos “logros” nuestros él haría
bien en perdonarnos. Pero una vez que pase la emergencia, le decimos otra vez a
Dios: “Bueno, ahora puedo seguir solo otra vez. Mantente a una distancia
prudencial para no interferir en mis proyectos. Cualquier cosa que necesite tu
ayuda, te aviso.” ¡Qué desgraciados que somos! ¿Acaso Dios es tan pequeño que
únicamente sirve de rueda de auxilio, mientras nosotros, los grandes
protagonistas de la historia, proseguimos nuestro camino? O sea, ¡no entendimos
nada todavía! ¡Nada! Ni quiénes somos nosotros, ni mucho menos quién es Dios. Esa
misma gracia que necesitamos para obtener la salvación necesitamos también día
a día para vivir según los principios de Dios. No podemos generar absolutamente
nada de santidad. Lo único que podemos hacer es responder con humildad y
gratitud a la iniciativa de Dios hacia nosotros. ¡Que Dios en su misericordia
nos abra los ojos para ver nuestro verdadero estado calamitoso y nuestra
absoluta imposibilidad de manejar por nosotros mismos ni siquiera esta vida, y
mucho menos la eternidad! Que más bien pueda ser una realidad lo que dice el
credo al final de este párrafo, que “cada uno rinde su propia voluntad a
Cristo, confía en él y lo obedece como discípulo.” Y esta frase introduce
también el siguiente tema que veremos en nuestro próximo análisis del credo de
fe de la IEB Paraguay.
El ser humano, por no querer hacerle
caso a Dios y creer poder tomar sus propias decisiones, destruyó completamente
la perfección con la que Dios había creado todo. Incluso toda la naturaleza fue
afectada por esta desobediencia. Pero en su misericordia, Dios proveyó otra vez
un camino de salida de este lío que había causado el hombre. Este camino de
salida, este camino de salvación, es posible recorrer únicamente aceptando por
fe que lo que Jesús hizo en la cruz es lo único que me puede salvar, y es todo
lo que necesito para salvarme; que no puedo —ni debo— agregarle absolutamente
nada. ¿Ya recorriste este camino? Es única y exclusivamente tu decisión. Si lo
hiciste, ¡gloria a Dios! Si no lo hiciste, ¡gloria a Dios, porque estás a
tiempo para hacerlo ahora mismo! Admite tu imposibilidad de salvarte a ti
mismo, pide por el perdón de Dios por tus pecados y recibe por fe el regalo de
la vida eterna. Y no importa si recibiste este regalo hace dos décadas o hace
dos segundos, vive el resto de tu vida dependiendo de la gracia de Dios y
obedeciéndole en cada detalle de la vida cotidiana.
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