viernes, 3 de junio de 2022

Credo: Soltería, matrimonio y familia

 



            Con cada vez más fuerza y diversidad surgen nuevas formas en que las personas se perciben a sí mismos en cuanto a identidad personal, identidad sexual o como miembros de la sociedad. Ante esta gama de aparentes opciones que pugnan por reconocimiento y aceptación, uno llega a preguntarse, como Pablo: “¿Qué, pues, diremos a esto?” ¿Cuál es mi propia postura? ¿Con qué argumentos la sostengo? Para nosotros los cristianos, la Biblia es la autoridad final y absoluta en cuanto a este y todos los demás temas. ¿Y cuál será su postura en cuanto a estos temas? Nuestro credo de la iglesia ha recopilado sus enseñanzas acerca de la soltería, el matrimonio y la familia en un párrafo que queremos analizar hoy. No pretende ser una respuesta acabada a todas y cada una de las corrientes de hoy, sino son enunciados básicos, pero bien contundentes.

 

  “Soltería, matrimonio y familia

  Creemos que el matrimonio y la familia son parte del diseño original de Dios. Dios bendice y usa a solteros, casados y familias y alienta a todos a crecer en el amor. Creemos que la sexualidad es un regalo de Dios, y que todos, sean solteros o casados, deben vivir una vida en santidad.”

 

            Este párrafo introductorio ya es una bomba. Establece claramente el matrimonio como invención divina. No fue el ser humano que por su calentura empezó a andar en parejas. El matrimonio es parte del plan original y perfecto de Dios. Cuando Adán se despertó de su anestesia general cuando Dios le extirpó una costilla para convertirla en el ser más hermoso del universo, Dios les dijo: “Tengan muchos, muchos hijos; llenen el mundo y gobiérnenlo; dominen a los peces y a las aves, y a todos los animales que se arrastran” (Gn 1.28 – DHH). “Esto explica por qué el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo” (Gn 2.24 – NTV). Esa fue la primera boda que se realizó en esta tierra. Dios mismo fue el pastor encargado de realizar la ceremonia. Esto correspondió a su más perfecta voluntad y a su plan. Todavía el pecado, que todo lo destruyó, no había ingresado a este mundo. Así que, el matrimonio entre un hombre y una mujer es algo de lo más sagrado y divino que permanece hasta hoy en esta tierra. ¿Nos extraña entonces que Satanás tanto lo ataca? El matrimonio es lo que tanta ira le provoca porque es una “supervivencia” de la perfección divina entre los seres humanos. Y, como vimos el domingo pasado, Satanás “es el enemigo de Dios y de todo lo bueno”, con saña él busca destruir al matrimonio. Por eso, bienaventurados somos si luchamos con uñas y dientes por la conservación del matrimonio. Eso es lo que creemos, así entendemos la Biblia y así lo refleja nuestro credo.

            En este párrafo del credo que hemos leído también dice que “Dios bendice y usa a solteros, casados y familias y alienta a todos a crecer en el amor.” O sea, que Dios te use no depende de tu estado civil. En el estado en que estás, si tu corazón está entregado al Señor, él te va a usar según su voluntad y su plan. Y todos por igual somos llamados “a crecer en el amor”. El amor no es monopolio de la vida en pareja. Dios es amor en su esencia, y cuánto más nos sujetamos a él, más crecerá el amor. El llamado a crecer en amor es un llamado a crecer en intimidad con el Señor, y eso no afecta a unos más que a otros. Ese llamado es para todos por igual.

            También dice este párrafo “…que la sexualidad es un regalo de Dios, y que todos, sean solteros o casados, deben vivir una vida en santidad.” Al igual que el llamado a crecer en el amor es para todos por igual, también lo es el llamado a la vida en santidad, aquí concretamente refiriéndose al área sexual. No es que como solteros uno puede tener las experiencias sexuales que quiera, pero una vez casado, ¡atajate Catalina! Ya no hay más permiso para aventuras. En verdad, ese permiso no existe para nadie nunca. El llamado de Dios a vivir en santidad significa para los solteros abstinencia total y absoluta de todo contacto sexual. El llamado de Dios a vivir en santidad significa para los casados disfrutar del regalo de Dios de la sexualidad única y exclusivamente con su cónyuge. ¡Así de sencillo y así de tajante!

            En un siguiente párrafo, el credo tiene algo que decir a los solteros, y me gusta que no se les haya dejado afuera. Esto indica que no creemos que la realización como persona es alcanzable únicamente si uno está casado. Leamos lo que dice el credo:

 

  “La Biblia muestra las ventajas de la soltería. Permite promover de manera muy especial el reino de Dios a través de los dones y las oportunidades de personas solteras.”

 

            Los solteros tienen oportunidades muy especiales de servir al Señor, porque no tienen otros compromisos que absorben sus tiempos y recursos. Su único compromiso así fuerte es con el Señor. Por supuesto que tienen compromisos con su lugar de trabajo, quizás con su vecindario, pero más allá están libres de realizar lo que el Señor les indique. Pablo escribe a los corintios: “…quisiera que todos fueran solteros, igual que yo. … Así que les digo a los solteros y a las viudas: es mejor quedarse sin casar, tal como yo. … Quisiera que estén libres de las preocupaciones de esta vida. Un soltero puede invertir su tiempo en hacer la obra del Señor y en pensar cómo agradarlo a él. Pero el casado tiene que pensar en sus responsabilidades terrenales y en cómo agradar a su esposa; sus intereses están divididos. De la misma manera, una mujer que ya no está casada o que nunca se ha casado, puede dedicarse al Señor y ser santa en cuerpo y en espíritu. Pero una mujer casada tiene que pensar en sus responsabilidades terrenales y en cómo agradar a su esposo” (1 Co 7.7-8, 32-34 – NTV). Así que, el ser soltero/a tiene ciertas ventajas sobre los casados. Entonces, cada uno, en el estado civil que esté, busque cómo servir y agradar al Señor y a poner sus dones a disposición de Dios y de su iglesia.

            En el siguiente párrafo, el credo tiene algo que decir también en cuanto a los matrimonios:

 

  “Creemos que el matrimonio ha sido instituido y santificado por Dios, y que es una unidad de por vida entre un hombre y una mujer, posibilitando la fundación y protección de la familia. Como cristianos nos casamos con otros cristianos y desarrollamos crecimiento espiritual. El matrimonio cristiano se caracteriza por amor, fidelidad de por vida y la subordinación mutua entre hombre y mujer. En el matrimonio encuentra su lugar la intimidad espiritual, emocional y física.”

 

            Este texto especifica aquí claramente lo que ya habíamos visto en el párrafo introductorio: que el matrimonio es de origen divino, y también que es una unión de por vida de un hombre y una mujer. En ningún momento la Biblia contempla como opción la “unión libre”, el concubinato, el divorcio o el tener múltiples parejas, sea simultáneas o una tras otra. Todas estas cosas son fruto del pecado humano. La voluntad de Dios es clara: “…lo que Dios ha unido, que ningún ser humano lo separe” (Mt 19.6 – PDT). De que esta separación igual puede ocurrir, Jesús mismo lo reconoció, pero dejó en claro, precisamente en este texto de Mateo 19, que esto no corresponde a la voluntad perfecta de Dios.

            Quiero destacar en este texto también la frase: “Como cristianos nos casamos con otros cristianos…” Mucho bien harían los jóvenes cristianos en seguir esta indicación y evitar caer en lo que la Biblia llama el “yugo desigual”. Tanto sufrimiento ya hemos visto de personas que están lamentando amargamente esa decisión de involucrarse amorosamente con una persona que no es cristiana. Recuerdo muy bien hace muchos años en los inicios de lo que son las IEBs, que en un culto una hermana se levantó y se dirigió a los jóvenes: “Quiero decirles a los jóvenes que ¡por favor! no se casen con un incrédulo. Yo lo hice, conociendo bien la Palabra de Dios, y ahora vivo un infierno en mi casa. Así que, les ruego, no hagan lo que yo hice.” Lastimosamente el ser humano no quiere aprender de las desgracias ajenas, y así está obligado a aprender de las propias – y cuando ya es demasiado tarde. Aprende lo que no debería haber hecho. La estupidez humana va hasta tal punto de creer que las leyes, sean las divinas o las de tránsito, son para otros, no para él mismo. Está generalizada la filosofía de vida: “haz lo que te dé la gana, sin importar si está permitido o no, con tal que no te pillen.” Y en su ceguera no se dan cuenta que con esto traen maldición sobre maldición sobre sí mismos y sobre las personas a su alrededor.

            Quizás a unos y otros les llama la atención la frase que dice que el matrimonio cristiano se caracteriza por la subordinación mutua entre hombre y mujer. En la carta a los efesios, antes de escribir que la mujer debe someterse a su marido, Pablo escribe: “…sométanse unos a otros por reverencia a Cristo” (Ef 5.21 – NTV). Es decir, en el matrimonio nadie es más que el otro. Ambos en la pareja somos llamados a servir a nuestro cónyuge. Mientras que el esposo cristiano se somete a los deseos y las necesidades de su esposa y le ayuda a crecer como persona, la esposa se somete a los deseos y las necesidades de su esposo, ayudándole a crecer como persona. Eso es amor. Eso es matrimonio según la voluntad de Dios. Aquí, el egoísmo queda totalmente excluido. El hombre que a gritos exige obediencia a lo que él dice porque él es el hombre, demuestra no más que justamente no es hombre. Es un pobre macho sin valor propio que cree que su “autoridad” proviene del volumen de su voz. Esto está diametralmente opuesto a lo que la Biblia enseña que debemos ser como esposos y padres; lo que debemos ser como verdaderos hombres. Nuestra “autoridad” es fruto de servir a nuestra familia con humildad, sacrificio y entrega. En realidad, a ese tipo de hombres no les interesa su “autoridad”. Sólo les interesa el bienestar de su esposa e hijos.

            Y, finalmente, el credo en esta unidad referente a la vida familiar tiene algo que decir también acerca de la familia completa:

 

  “Creemos que los hijos son un don de Dios. Consideramos que, a partir del momento de la concepción, el feto es vida según la voluntad de Dios. Por lo tanto, lo cuidamos. Los padres educan a sus hijos por medio de una vida ejemplar y temerosa de Dios. Velan en amor por sus necesidades, los educan con disciplina y respetan y protegen su dignidad y personalidad. Los padres oran por sus hijos, los instruyen en las Sagradas Escrituras y los animan a una vida según la voluntad de Dios. Los hijos deben obedecer y honrar a sus padres. Haciendo esto, serán bendecidos y se desarrollarán en personas que honran a Dios con su vida.”

 

            Quiero hacer especial énfasis aquí en la frase: “Consideramos que, a partir del momento de la concepción, el feto es vida según la voluntad de Dios.” Esta es una abierta declaración de guerra al aborto sin haberlo mencionado siquiera. Los que promueven el aborto discuten acerca de cuándo empieza la vida; cuál es el momento en el cual lo que se está formando en el cuerpo de la madre pasa de ser un cúmulo de células a ser un feto. Nosotros no perdemos tiempo y esfuerzos en esa discusión diabólica. Desde que un espermatozoide les gana la carrera a millones de competidores y logra meterse en el óvulo de la mujer, empieza a desarrollarse una nueva vida. Ambas células, tanto el espermatozoide como el óvulo, son células vivas, tejidos vivos. Por lo tanto, lo que se desarrolla por la unión de ambos también es vida. Es lógica pura. David dice: “Tú me observabas mientras iba cobrando forma en secreto, mientras se entretejían mis partes en la oscuridad de la matriz” (Sal 139.15 – NTV). En consecuencia, como dice el credo, hay que proteger a ese ser en desarrollo con todo lo que esté a nuestro alcance.

            Este texto también habla de la vida al interior de la familia en la que predomina el respeto y el amor – dos virtudes que lastimosamente brillan por su ausencia en muchas “familias”, si siquiera se lo puede llamar “familia”. Muchos adultos son Gran Campeón como procreadores, pero pésimos como padres. Sus hijos sobreviven en casi total abandono, sin condiciones adecuadas de salud, alimento y educación. A veces miro a estos niños y me pregunto qué tendrán para dar a los hijos que ellos tendrán en algún momento. Menos todavía van a poder velar por el bienestar de sus hijos. De donde no hay nada, no puede salir nada – a menos que Dios haga un milagro en ellos. Y ese milagro ocurre normalmente a través de una persona que se pone a disposición de Dios para influir significativamente en la vida de este niño, joven o adulto.

            Nosotros tenemos ahora este credo, basado en las enseñanzas de la Biblia. Está muy lindo. Una redacción espectacular. Pero, ¿qué hacemos con esto? ¿Cómo lo vivimos en nuestro propio hogar y en nuestra propia vida? Lo podemos colocar dentro de un marco de oro para que brille en nuestra casa o en nuestra iglesia. ¿Pero de qué nos sirve un marco de oro, si el contenido de ese credo no tiene como marco nuestro corazón? Lo que hemos visto hoy, ¿describe tu propia situación y la de tu familia? Si no es así, entonces sabes dónde empezar a trabajar para introducir los cambios requeridos. Si te describe a ti y a tu familia con relativa nitidez, entonces glorifica al Señor por la misericordia que ha tenido contigo para formarte de esta manera. Y acto seguido pregúntale con qué propósito él te ha bendecido de tal manera. Las bendiciones de Dios no son para retenerlas egoístamente, sino para compartirlas con otros a quienes les haga falta. Si tu vida y tu hogar están con relativa calma, quizás con ciertos problemas y luchas, pero en general bastante bien encaminado, ¿cómo tú puedes ayudar a que otros lleguen a experimentar esta bendición de un hogar? ¡Que Dios perdone nuestro egoísmo de pensar sólo en nosotros y nuestros beneficios y nos mueva a fijarnos en otros y en cómo podemos acercar la presencia de Dios a ellos!


Credo: Victoria final de Cristo

 



            Si hoy fuese el último día de tu vida, ¿estarías seguro/a de que te irías al cielo? Espero que cada uno tenga un “¡Sí!” entusiasta y convencido como respuesta a esta pregunta. Y si no, asegúrate tu pase hoy mismo, porque todos, imparablemente, nos vamos rumbo a ese último día o, en todo caso, al día en que Cristo regresará. Si no sabes cómo obtener un “Sí” a esta pregunta, entonces con gusto te ayudamos. Pero es la pregunta más importante de tu vida a la que debes tener una respuesta urgentemente. Si hasta cuando te toque presentarte ante Dios no la has aclarado, lamento decirte que ahí será demasiado tarde. Hoy estamos todavía en el camino, lidiando con las complicaciones propias de la vida en este mundo. Para aprender a vivir en victoria y a caminar con nuestro Señor nos reunimos también por lo menos una vez a la semana aquí en la iglesia. De todo esto tratan dos temas del credo de la IEB Paraguay.

            Hoy continuamos el estudio de los diversos asuntos resumidos en este credo. El primero que consideraremos hoy tiene que ver con el “día del Señor”. Dice así el credo:

 

  El domingo debe ser santificado como día del Señor. Lo hacemos descansando del trabajo y reuniéndonos para los cultos unidos, así como lo hicieron los cristianos del Nuevo Testamento.

  Consideramos un deber nuestro el asistir regularmente a los cultos de la iglesia, según nos sea posible.

 

            Ya la vez pasada alguien explicó lo que significa “santificar”: es poner aparte para un uso exclusivo. Por ejemplo, nuestros instrumentos musicales y nuestros equipos son santificados para el uso de la iglesia. No pueden ser sacados para un uso particular. Son destinados a ser usados exclusivamente para fines de la iglesia.

            Así dice este párrafo que el domingo es destinado a ser usado exclusivamente para el Señor. Y aquí tengo dos preguntas respecto a esto. La primera tiene que ver respecto al día. Por ejemplo, ¿qué de los médicos, las enfermeras, el personal de vigilancia, los pastores y tantas otras personas más que tienen que trabajar precisamente el domingo. Tenemos varios casos de estos aquí en la iglesia. Otros quizás harían referencia al día sábado que se menciona en el Antiguo Testamento como día de reposo. ¿No sería más bien el sábado que deberíamos santificar? Hay corrientes o denominaciones enteras que tienen el sábado como su día de cultos. ¿Por qué lo hacemos nosotros el domingo? El uso del domingo como “día del Señor” viene de los primeros cristianos que lo tenían como su día de reunión y celebración porque ese es el día en que el Señor resucitó. Por eso el domingo era considerado su día, el día del Señor. En el siglo IV, el emperador Constantino lo oficializó, declarando el domingo como feriado oficial. ¿Cuál es entonces el “día del Señor” válido?

            Yo creo que el día es lo de menos. Y lo puedo justificar con lo que Pablo enseña a los romanos. Todo el capítulo 14 de esta carta está cargado de principios que se aplican a este y muchos otros temas más. La abrumadora mayoría de las discusiones encendidas en las redes sociales desaparecerían al instante si tomáramos en cuenta estos principios. Para empezar, Pablo dice: “Reciban bien al que es débil en la fe, y no entren en discusiones con él” (Ro 14.1 – DHH). En todo el capítulo, Pablo se refiere a consumir o no ciertos alimentos y a observar o no ciertos días, todo ello por motivos religiosos. Y ya de entrada dice que no se debe perder tiempo discutiendo acerca de estas prácticas, porque más importante es la conciencia, el corazón, de cada uno que la observancia de ciertos ritos. Lo explica en estas palabras: “Por ejemplo, hay quienes piensan que pueden comer de todo, mientras otros, que son débiles en la fe, comen solamente verduras. Pues bien, el que come de todo no debe menospreciar al que no come ciertas cosas; y el que no come ciertas cosas no debe criticar al que come de todo, pues Dios lo ha aceptado. ¿Quién eres tú para criticar al servidor de otro? …

            Otro caso: Hay quienes dan más importancia a un día que a otro, y hay quienes creen que todos los días son iguales. Cada uno debe estar convencido de lo que cree. El que guarda cierto día, para honrar al Señor lo guarda. Y el que come de todo, para honrar al Señor lo come, y da gracias a Dios; y el que no come ciertas cosas, para honrar al Señor deja de comerlas, y también da gracias a Dios” (vv. 2-6 – DHH). Así que, la importancia no radica en hacer tal o cual cosa, guardar tal o cual día, sino en la actitud del corazón. Cada uno debe vivir de acuerdo a su conciencia y su entendimiento de lo que está bien o mal, sin caer en el error de querer imponer su punto de vista a los demás. Por encima de sus convicciones debe estar el amor hacia el prójimo y el cuidado del bienestar del otro. Y Pablo llega a lo que yo considero lo central en todo este tema: “El reino de Dios no consiste en lo que se come o en lo que se bebe [y podríamos agregar: ni en qué día de la semana es tu “día del Señor”. El reino de Dios…] consiste en una vida recta, alegre y pacífica que procede del Espíritu Santo” (v. 17 – BLPH). Insistir en tal o cual día es legalismo, mientras que al Señor le interesa principalmente el corazón. Puedes estar todos los domingos en la iglesia, pero estar con el corazón lejos de Dios, quizás aborreciendo a todos aquellos que no creen lo mismo que tú. ¿Acaso te salvará haber estado todo el tiempo en la iglesia? Más importante que la observancia de ciertos ritos o días es el estado de tu corazón.

            Como institución, como grupo de iglesias, establecemos el domingo como día del Señor, porque también todas las actividades del resto del país están programadas así que el domingo es un día especial, generalmente día no laboral. Entonces, como iglesia fijamos el domingo como día de nuestro culto central. Pero en lo individual, cada uno debe ver si puede tener el domingo como día del Señor o si —quizás por su trabajo— tiene necesidad de buscarse otro día.

            Y esto me lleva directamente a la segunda pregunta: ¿Tengo yo ese día? ¿Santifico un día para el Señor? ¿Qué sueles hacer los domingos (o el día que sea tu “día del Señor” particular)? ¿Caen todas tus actividades de este día en alguna de las dos “categorías” que menciona el credo: descansar del trabajo y reunirnos para los cultos? Tu análisis de esto te dará la respuesta a esta segunda pregunta. El credo dice que consideramos como nuestro deber el asistir regularmente a los cultos de la iglesia. Pero más que deber, es nuestro privilegio asistir. Si se nos prohibiera bajo pena de muerte, como sucede en muchas partes del mundo, asistir a la iglesia, aprenderíamos a verlo como privilegio más que deber. ¡Dios quiera que nunca se dé esta situación en Paraguay! Si consideramos asistir a la iglesia como un deber, entonces debe ser un deber autoimpuesto, un compromiso que asumimos con nosotros mismos: ¡El domingo nos vamos a la iglesia, chille quien chille! Porque si empezamos a flojear en esto, nuestra mirada (y nuestro corazón) se va tras otras cosas que las de Dios. El enfoque en el día del Señor debe ser Dios, uno mismo y el prójimo. Si lo que hago los domingos es para glorificar a mi Dios, para recuperar mis energías físicas, anímicas y espirituales o para servir al prójimo en alguna necesidad, entonces estoy bien orientado. Pero si sigo bajo el mismo estrés de la vida cotidiana, quizás necesite hacer algunos cambios esenciales para ese día. Y en eso es preciso que el Señor nos guíe, porque este mundo se vuelve cada vez más complejo, y no es tan sencillo tomar ciertas decisiones. Pero demasiado fácil es que nuestro “día del Señor” se convierta en nuestro “día del señor jefe”, o incluso en el “día del señor Ambición personal”.

            ¿Pero por qué debemos tener ese día del Señor? El siguiente párrafo del credo lo explica:

 

  “Dios el Creador descansó el séptimo día. Por eso, el hombre que él creó es llamado a descansar regularmente el séptimo día. El descanso es una expresión de gratitud y de confianza en la provisión de Dios por su creación.

 

            Así de sencillo. Dios lo hizo, y nosotros, creados a semejanza de Dios, también lo necesitamos. Con la revolución industrial y el inicio de la producción masiva se sometió a los trabajadores a horarios de trabajo casi esclavizantes, incluyendo los domingos. Pero pronto se notó una disminución de la producción en vez de un aumento. Era porque los trabajadores estaban física, mental y anímicamente exhaustos. Por algo Dios había establecido un día de descanso, y bien hacemos en no creernos más sabios que él.

            Y fíjense que en el Antiguo Testamento hasta la tierra tuvo que descansar cada tanto. Dios le dio la siguiente instrucción a Moisés: “Habla con los hijos de Israel, y diles que cuando entren en la tierra que yo les doy, la tierra deberá reposar en honor al Señor. Cultivarás la tierra durante seis años, y durante esos seis años podarás tus viñas y recogerás sus frutos, pero el séptimo año la tierra tendrá que reposar. Es un reposo en honor del Señor, y no debes cultivar tu tierra ni podar tus viñas. No podrás cosechar lo que nazca de manera natural en tu tierra segada, ni podrás recoger las uvas de tu viñedo. Será para la tierra un año de reposo, Pero durante ese reposo la tierra producirá alimento para ti y para tus siervos y siervas, y para tus criados y los extranjeros que residan contigo. Todos los frutos que la tierra produzca serán para que coman tus animales y las bestias salvajes” (Lv 25.2-7). ¡Mirá vos! Hasta la tierra tiene que reposar. Hasta Dios reposó. ¿Y sólo el hombre cree no necesitarlo? Este texto ilustra claramente a lo que se refiere el credo cuando dice que el descanso es una expresión de gratitud y de confianza en la provisión de Dios. ¿Confío en que no me moriré de hambre si un día a la semana dejo de trabajar con el fin de honrar al Señor? Es una pregunta muy difícil.

            Este punto del día del Señor es un tema espiritual con fuertes implicancias prácticas, como acabamos de ver. Sin embargo, el punto que le sigue debería tener también consecuencias prácticas para nuestra vida, pero muchas veces tendemos a verlo como algo abstracto, espiritual, que no tiene mucha injerencia en nuestro día a día. En el punto titulado: “Victoria final de Cristo”, el credo dice lo siguiente:

 

  “Creemos en la existencia de seres superiores, creados por Dios, conocidos como espíritus serviciales, mensajeros o ángeles.

 

            Este es un tema sobre el cual poco o nada se predica, quizás porque no tienen tanta relevancia en cuanto a nuestra salvación. O sea, de que somo salvos o no, no depende de la existencia de ángeles. Tampoco es algo que nosotros podamos controlar, y ni siquiera influir, porque los ángeles no responden a mis órdenes. Pero es importante saber que existen y que están al servicio de Dios para ejecutar sus órdenes. Y si él así lo dispone, estos ángeles hasta pueden servirnos a nosotros. Testimonios de esto hay muchos.

            El siguiente punto ya es más conocido para nosotros en el sentido que estamos en una lucha continua contra lo que se menciona:

 

  Creemos que el diablo es una personalidad real, un ángel caído con gran poder, astucia y perversidad. Es el enemigo de Dios y de todo lo bueno. Busca la destrucción de la iglesia de Cristo y la perdición de todas las almas. Cristo lo venció con su muerte en la cruz, lo juzgó, y con su resurrección al tercer día venció a la muerte.”

 

            Este párrafo es sumamente claro y fácil de entender. Dije que era algo más conocido, porque somos parte de la iglesia de Cristo que él busca destruir. Pero esto no nos debe atemorizar, porque Cristo mismo dijo que “…los poderes del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16.18 – NBD). El credo destaca también que Cristo ya lo venció con su muerte y resurrección. ¡Aleluya! ¡Y nosotros estamos del lado del Ganador! La Biblia dice que “…somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Ro 8.37 – RVC).

            Por estar en esta posición de privilegio gracias a la salvación que Cristo nos ha otorgado, podemos declarar también con gozo los dos últimos párrafos de este credo:

 

  Creemos en el pronto regreso personal de Jesucristo. A esto le sigue el juicio de todas las naciones ante el trono de Dios.

  Creemos en la resurrección de los salvos para una vida eterna en el cielo, y la resurrección de los perdidos o no salvos para la condenación eterna.”

 

            Al pasar por la puerta de la muerte, se abre delante de nosotros toda la eternidad, donde ya no existirá el tiempo y que nunca jamás tendrá fin. Pero no todos estaremos en el mismo lugar. Algunos estarán en el cielo, otros estarán en el infierno sufriendo su rebeldía contra Dios. Estos son los únicos dos lugares que existen en el más allá, según la Biblia, Y nosotros aquí en esta vida decidimos en cuál de los dos estaremos. Esto no lo decide Dios arbitrariamente, sino que nosotros lo definimos a este lado de la muerte. Si nos decidimos por Cristo, aceptándolo por fe como nuestro Señor y Salvador, estaremos por la eternidad compartiendo con él en el cielo. Si en esta vida nos decidimos en contra de Cristo, él no nos obligará a estar con él en la eternidad, y sufriremos eternamente la absoluta ausencia del bien y la absoluta separación de Dios. ¿No crees que es más sabio decidirte por Cristo? Él ha logrado la victoria definitiva sobre Satanás, el pecado y la muerte. Si lo has aceptado como tu Señor y Salvador, puedes responder con este “Sí” entusiasta a la pregunta si estarías en el cielo si te tocaría morir hoy. Con Jesús en tu vida, lo mejor está por delante. Ya ahora disfrutamos de su victoria. Porque él venció la muerte, también nosotros tendremos vida eterna en él. Quiero resumir esto con las palabras de un himno muy conocido:

Yo sé que un día el río cruzaré,

con el dolor batallaré.

Y al ver la vida triunfando invita,

veré gloriosas luces y veré al Rey.

 

Porque Él vive, triunfaré mañana.

Porque Él vive, ya no hay temor.

Porque yo sé que el futuro es suyo

la vida vale más y más solo por Él.


Credo: La iglesia

 



            Bastante a menudo se puede encontrar en las redes sociales publicaciones del pastor Dante Gebel que muestran a su iglesia sirviendo a la comunidad de diferentes maneras. Y siempre él cierra su posteo con esta frase: “Esto es Iglesia ¿Acaso existe otra manera?”

            ¿Existe otra manera de ser iglesia? ¿Es el servicio al prójimo la razón de ser de la iglesia cristiana? Hoy queremos seguir estudiando diversas enseñanzas bíblicas referente a este tema, sintetizados en el credo de la IEB Paraguay.

            En un primer párrafo se define qué es la iglesia:

 

  “Creemos que la iglesia de Dios es una comunidad de seguidores de Jesús, con Cristo a la cabeza. Sus miembros se relacionan entre sí en amor y con responsabilidad. Buscamos la unidad en la fe, y que cada uno pueda poner al servicio de los demás los dones que ha recibido de Dios.”

 

            Este párrafo resume prácticamente todo el resto que sigue después. Vemos aquí que la iglesia es una institución divina, con Cristo a la cabeza. Es decir, la iglesia no es invento humano ni propiedad de ningún humano. Nadie puede hacer con ella lo que se le plazca. La iglesia es obra de Dios y debe responder a sus directrices y a su voluntad.

            Y por ser una institución de origen divino, solamente la pueden componer personas que tienen a Dios como el Rey y Salvador de sus vidas y que lo siguen en obediencia, como habrán visto el domingo pasado.

            Otros términos de este primer párrafo que quiero subrayar son el amor y la responsabilidad con que deseamos que los miembros se relacionan entre sí. Es decir, en la iglesia unos se preocupan por los demás en amor.

            Veamos el siguiente párrafo:

 

  “La iglesia es el pueblo de Dios, comprado por Jesucristo. Con su muerte, él se hizo el mediador de un nuevo pacto. La iglesia es el cuerpo y la novia de Cristo. Creyentes de todos los pueblos, culturas y niveles sociales, renacidos por su fe en Jesús, son los miembros de la iglesia. Por medio del amor y la unidad en el Espíritu, Cristo la hace visible al mundo. La iglesia de Jesús consiste en la iglesia local, como también de la comunidad de fe de todo el mundo.”

 

            Aquí vuelve a mencionarse el origen divino de la iglesia. La obra de Jesús en la cruz hizo posible que nos podamos acercar nuevamente a Dios y ser perdonados y limpiados por él. A través de esto nos hemos convertido en sus hijos y formamos parte de su iglesia. La iglesia de Jesucristo la componen personas tan diferentes unas de otras, pero con un común denominador: todas son personas renacidas por su fe en Jesús. ¡Esa es la clave! Localmente puede pasar que recibamos como miembro a una persona que en realidad no ha experimentado un nuevo nacimiento y no está consagrada a Dios, pero ella no formará parte de la iglesia universal de Jesucristo.

            Nuevamente aquí se mencionan el amor y la unidad. Estos son dos elementos fundamentales de una iglesia, como la señal externa, visible, de que somos iglesia. La iglesia como tal es algo abstracto, invisible. Se puede ver y tocar un templo, pero no a la iglesia. Claro, sabemos que cada uno somos iglesia, pero, ¿cómo vas a demostrar de que lo eres? ¿Cuáles son tus credenciales que certifican de que eres miembro de la iglesia de Cristo? Tu certificado de membresía es sólo testimonio humano de que cumpliste con cierto proceso de admisión en cierta congregación local, pero no dice nada acerca de tu ser iglesia. De que tú y yo seamos iglesia se hace visible al mundo si nos relacionamos con amor y si cultivamos la unidad a pesar de nuestras diferencias. Al ver estas características en ti, la gente llegará a sospechar de que perteneces a algo de origen divino.

            Después de haber descrito qué es la iglesia, los siguientes párrafos describen algo de la vida interna de esta iglesia:

 

  “Llegamos a ser miembros de la iglesia local de Cristo por medio del bautismo y la recepción oficial. En esta iglesia local crecemos hacia la plena madurez en Cristo al emplear los dones espirituales, al asumir responsabilidad unos por otros y al buscar la comunión con Dios y con los otros creyentes. Como miembros de la iglesia estamos comprometidos a la discreción en cuanto a los asuntos internos de la misma, en caso de que esto sea necesario.”

 

            En primer lugar, se describe aquí la forma en que uno llega a ser parte de una iglesia local. Esto puede variar de una denominación a otra, pero en la IEB Paraguay se llega a ser miembro de la iglesia mediante el bautismo. Y el bautismo presupone una experiencia genuina de conversión, es decir, de haber aceptado a Jesús como su Señor y Salvador. Así pasamos de ser asistentes u oyentes en una iglesia a ser miembros de ella, con todos los derechos y deberes que esto implica. Dentro de la iglesia encontramos el ambiente provisto por Dios para que la vida espiritual de las personas pueda desarrollarse mediante el servicio según los dones de cada uno, la adoración a Dios, el compañerismo, el discipulado, etc. Nos damos cuenta que iglesia es mucho más que ir una vez a la semana al culto. Es aprender a caminar juntos en pos de nuestro Salvador; es la escuela en la que desarrollamos el carácter de Cristo. Por eso menciona aquí nuevamente la responsabilidad mutua que tenemos, como también el deber de protegernos mutuamente, no divulgando a los cuatro vientos la luchas y debilidades del prójimo. Si entendiéramos lo que significa vivir en amor y responsabilidad mutua, los chismes se morirían de hambre muy rápidamente. Los chismes muestran, precisamente, la falta de amor que no busca proteger y fortalecer al prójimo en las luchas que él enfrenta. De Jesús decía el profeta que él no acabaría de romper la caña quebrada (Is 42.3), mientras que el chismoso dice: “Voy a hacer leña del árbol caído.” Si quieres manifestar el carácter de Cristo, entonces fortalece al débil y dañado por las malas decisiones suyas o de otros.

            Los siguientes párrafos mencionan varios aspectos prácticos de la vida de la iglesia. En cuanto a la adoración dice:

 

  “Como iglesia adoramos a Dios al celebrar su fidelidad y su gracia. Buscamos la voluntad de Dios para nuestra vida, para su iglesia y para nuestra misión. Por medio de la comunión, canciones, oraciones, proclamación, aportes creativos, ofrendas y donaciones adoramos a Dios y proclamamos las Buenas Nuevas que han transformado nuestra vida.”

 

            Este párrafo muestra claramente la relación entre la adoración y la obediencia. Al obedecerle a Dios lo honramos. La adoración no consiste en determinadas acciones, sino en un estilo de vida que honra a Dios. La adoración es algo que nace y se desarrolla en el corazón humano. Llega a exteriorizarse a través de la comunión, canciones, oraciones, proclamación, aportes creativos, ofrendas y donaciones, entre otros, según menciona este credo. ¿Te encuentras a ti mismo en esta lista de manifestaciones de adoración? Ojo: nada de esto es adoración en sí mismo por el simple hecho de realizar tal o cual actividad. Hacerla sin un corazón que rebosa de gratitud y amor al Señor es “como metal que resuena, o címbalo que retiñe” (1 Co 13.1 – RV60). En cambio, cualquier cosa que hagas puede ser un canal a través del cual se expresa la adoración a Dios que hay en tu corazón.

            La siguiente sección habla otra vez muy específicamente de la responsabilidad mutua:

 

  “En busca de la ayuda y protección mutua, todos los miembros de la iglesia tienen el deber de exhortar a los que viven en pecado, y también de dejarse amonestar por otros.

  La Palabra de Dios nos guía en la resolución de conflictos y la disciplina restauradora de la iglesia. Si un miembro no quiere aceptar la exhortación y ayuda de los hermanos y elige vivir conscientemente en pecado, debe excluirse de la membresía. A pesar de que esta persona viva conscientemente en pecado, tratamos de recuperarla. Estamos dispuestos a perdonar y a restaurar la comunión cuando haya arrepentimiento y confesión.”

 

            Quiero subrayar no más que la responsabilidad que tenemos unos hacia otros consiste también en la exhortación cuando estamos actuando en contra de la Palabra de Dios. Todo hijo de Dios tiene el deber de llamarle la atención al que no se comporta correctamente, a la vez de permitir que otros hagan lo mismo con uno. No es deber informarle al pastor sobre estos casos, sino ir y hablar personalmente con la persona, según nos enseña Mateo 18. Y si alguien se empecina en su pecado y no quiere hacerle caso a la iglesia, se lo debe separar de la misma, pero no porque somos más santos que esa persona, sino porque no se somete a la autoridad de Cristo, la cabeza y el dueño de la iglesia. Y la exclusión tampoco significa deshacernos de alguien para que por fin se vaya. No significa tirarlo a las tinieblas donde hay lloro y crujir de dientes, sino es reconocer y aceptar —con mucha tristeza— que la persona ya se autoexcluyó de la vida en obediencia a Cristo. Nuestro siguiente deber para con esa persona es entonces volver a evangelizarlo con el fin de ganarlo otra vez para Cristo.

            Otro tema que también ya apareció una vez en el texto del credo y que es fundamental, es el tema de los dones:

 

  “A través del Espíritu Santo, Dios da dones a cada creyente para que los emplee para el bien de todo el cuerpo. Todos los dones de gracia, entre los cuales hay dones de servicio, de enseñanza y de milagros, tienen su lugar en la iglesia.”

 

            Cada hijo de Dios tiene al menos un don, una capacidad especial dada por el Espíritu Santo, que debe emplear para la edificación de la iglesia y para el cumplimiento de la misión de la iglesia. Esta misión el credo describe en estas palabras:

 

  “Creemos que la misión de la iglesia, según el mandato de Jesús, es la proclamación de las Buenas Nuevas de salvación por Cristo Jesús.

  Es, entonces, tarea de cada uno testificar, con la ayuda del Espíritu Santo, de la reconciliación a través de Jesús.

  Como sus seguidores debemos amar a Dios y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Esto se expresa por medio de nuestro servicio y nuestra ayuda en caso de necesidades sociales.”

 

            Cuando se habla de que la misión de la iglesia es proclamar la salvación en Cristo, solemos pensar: ‘Bueno, que lo haga la iglesia entonces.’, pensando que los líderes deben organizar un evento donde se les diga a los de fuera de la iglesia que son pecadores y que deben aceptar a Jesús para salvarse del infierno. Esto puede ser una de las tantas estrategias, pero en este texto dice que es tarea de cada uno testificar de lo que ha experimentado con Jesús. Si esto va respaldado por genuinas manifestaciones de amor hacia las personas, entonces el Espíritu Santo puede obrar en estas personas para atraerlas al amor de Dios.

            Otro aspecto de la vida interna de la iglesia es el manejo de las posesiones:

 

  “La Palabra de Dios enseña a dar el diezmo para la causa del Señor, y nos disciplinamos hacia la generosidad. Esto lo hacemos por gratitud y obediencia a Dios. Luchamos contra la avaricia, ya que, según las Sagradas Escrituras, es raíz de todos los males.

  Reconocemos que el afán por bienes materiales y el vivir sin límites están en oposición a la Biblia y al ejemplo de vida de Jesús. Jesús nos advierte que no podemos servir simultáneamente a Dios y al materialismo. No nos consideramos dueños de los bienes, sino administradores. Con el dinero, el tiempo, las habilidades y la influencia nos ayudamos mutuamente en la iglesia, y también a los pobres y necesitados en la sociedad. Como hijos de Dios buscamos un estilo de vida sencillo y de contentamiento.”

 

            A través de diferentes formas, este texto nos enseña a tener un ojo hacia los demás y sus necesidades, y a contribuir con generosidad para suplir estas necesidades. Cuando hablo de “los demás”, no me refiero únicamente a los que no son de la iglesia, sino también —¡y principalmente!— a los propios hermanos de la iglesia. La Biblia dice que “…siempre que tengamos la oportunidad, hagamos el bien a todos, en especial a los de la familia de la fe” (Gl 6.10 – NTV). Y otra vez: no lo tiene que hacer únicamente la iglesia como institución, sino cada uno puede contribuir lo que esté a su alcance para satisfacer las necesidades de los demás. No es sólo con dinero o cosas materiales. El texto menciona, además del dinero, el tiempo, las habilidades y la influencia. ¡Cuánta ayuda podemos canalizar hacia los necesitados con una llamada telefónica! O cuánto alivio puede dar a una persona necesitada alguien que tenga nociones, por ejemplo, de electricidad. Para la persona es, a lo mejor, algo tan sencillo que ni considera casi haber ayudado a alguien, pero para la persona en necesidad es un tremendo alivio y una gran bendición. Oportunidades como estas tenemos cualquier cantidad cada día. Y con ellas somos testimonio del amor de Cristo por las personas. Es algo tan pequeño, pero tan poderoso que tenemos a mano. ¡Aprovechémoslo!

            Otro tema de la vida interna de la iglesia tiene que ver con su liderazgo. Dice el credo:

 

  “Dios ha instituido en la iglesia la autoridad espiritual para la protección y edificación de la iglesia. Nosotros la respetamos y la apoyamos en sujeción mutua. La iglesia busca sus líderes espirituales según sus dones, los confirma y los instituye en sus funciones.”

 

            Dijimos al principio que la iglesia es obra y propiedad de Dios, y que él es la cabeza. Pero él ha puesto en cada iglesia a personas que él ha capacitado para que ejerzan el liderazgo en su nombre y bajo su guía. Liderazgo en la iglesia es un asunto de autoridad divina, no de poder humano. El que convierta una posición de autoridad en una posición de poder falló absolutamente en cuanto al lugar que le corresponde dentro de la iglesia. Hasta puede ser considerado como un intento de golpe de estado que quiere sacar a Dios del trono de su iglesia para subirse él mismo. Liderazgo en la iglesia siempre es una posición de servicio bajo la autoridad de Cristo. Por eso dice el credo que apoyamos este principio de autoridad en la iglesia en sujeción mutua. Por eso también como equipo pastoral rendimos cuentas por lo menos una vez al año de lo que cada ministerio ha hecho. La iglesia es un organismo vivo, en el que cada uno está relacionado con los demás en amor y unidad, como habíamos visto, y donde cada uno busca contribuir lo que esté a su alcance para el crecimiento de todos y para el cumplimiento de la misión que Dios nos ha encomendado.

            Y si dice aquí que la iglesia busca a sus líderes según sus dones, precisamente ahora estamos ya en este proceso de conformar el equipo pastoral 2022. Es siempre un proceso delicado que requiere de mucha oración y guía del Señor para encontrar personas que sean idóneas para encargarse de ciertas funciones o ministerios dentro de la iglesia. Cuando haya un grupo de personas dispuestas a asumir la responsabilidad por alguno de los ministerios de la iglesia, lo ponemos otra vez a consideración de la iglesia: “¿Están ustedes de acuerdo que estas personas se encarguen de los asuntos de los diferentes ministerios? ¿Están dispuestos a someterse a su liderazgo y a colaborar con los dones que Dios les ha dado?” Es una constante interacción y una sujeción mutua entre todos para que la iglesia de Dios pueda avanzar. Y pido sus oraciones, porque en seguida después del culto continuamos con nuestra sesión ordinaria del equipo pastoral, en la que hablaremos precisamente de este tema del liderazgo 2022.

            Esto es Iglesia ¿Acaso existe otra manera?