¿Acerca de qué predicó la hna. Nilsa
el domingo pasado? El vivir un día a la vez. Comerse la vida de a pequeñas
bocanadas. El que quiere engullirla toda de una vez, solo se va a atragantar.
O, como lo expresa el dicho: “El que mucho abarca, poco aprieta.” Si queremos
resolver hoy todos los problemas que pudiéramos tener en el futuro, solo
seremos aplastados y no podemos aprovechar las oportunidades de hoy. De ese
modo, perdemos el hoy y perdemos el mañana.
Si aprendemos a vivir un día a la
vez, cambiará radicalmente nuestro estado de ánimo. Se dice que la depresión es
un exceso del pasado. Ese pasado llega a ser una carga tan insoportable que nuestro
estado emocional se quiebra debajo de ella. El resultado son emociones
destrozadas, incapaces de reordenar las piezas y componerse otra vez. La
persona es una ruina emocional. ¿Y cómo es la oración de una persona en este
estado? Quizás ni siquiera es capaz ya de orar, y si lo hace, es todo un libro
de lamentaciones. Todo lo que sale es frustración, sentimientos de culpa por lo
que nos hicieron otros o lo que no logramos hacer nosotros, autolamentación
(“pobrecito yo…”), acusaciones y cosas por el estilo.
Por el otro lado, la ansiedad es un
exceso del futuro. Tanto nos ocupamos de lo que podría suceder —y que las estadísticas dicen que el 90% jamás
sucede— que vivimos totalmente acelerados y angustiados, lo que tampoco ningún
ser humano es capaz de soportar durante mucho tiempo. Vivir expectantes de lo
que traerá el futuro es sano y positivo hasta cierto punto, pero vivir constantemente
sobreestimulado desgasta y conduce a un colapso emocional y físico. ¿Y cómo
será la oración de una persona en este estado? Expresando constantes
preocupaciones por problemas que ni existen todavía, angustiado, pensando en
todo tiempo cómo evitar o desviar todas las desgracias que cree ver en el
horizonte y pidiéndole al Señor que bendiga los planes de ella elaborados
ansiosamente. Pero el que de repente empieza a notar de esta su situación y se
atreve a creer y practicar lo que dice el apóstol Pedro: “Echen sobre él toda su ansiedad [descarguen en él todas sus angustias (RVC)] porque él tiene cuidado de ustedes” (1 P 5.7 – RVA2015),
descubrirá de repente que sus emociones del pasado y del futuro empiezan a
sanarse, y aprende a vivir un día a la vez. ¿Y cómo es la oración del que vive
un día a la vez? Esta pregunta la queremos dirigir ahora a Jesús y dejar que él
nos la conteste. Su respuesta la encontramos en Mateo 6.5-18.
F Mt 6.5-18
Hace un mes atrás habíamos empezado
a considerar la primera de tres prácticas de la vida cristiana: el dar
limosnas. Este texto trata las otras
dos, la oración y el ayuno.
Al igual que en su enseñanza acerca
de las limosnas, otra vez Jesús se agarra con los hipócritas. Claro, porque los
hipócritas no son de utilidad alguna para el reino de Dios, porque son una
farsa, una mentira. Solo la chapería externa parece muy santa, pero el corazón
está podrido. ¿Y qué cosa útil puede salir de la podredumbre? Más bien es
necesario sacar a la luz la podredumbre para así poder limpiar y curar el
corazón.
En el caso de la oración, la
hipocresía consistió en convertir la oración en un espectáculo. Había gente que
de repente se ponía de pie en cualquier lugar público para simular estar orando.
Pero, en vez de orar, presentaban una obra teatral. Un teatro es hipocresía.
Claro, porque los actores se comportan como
si fuesen el personaje que les toca, pero no es su vida real. Fingen ser el
personaje correspondiente. Así era la supuesta oración de esta gente. En vez de
orar a Dios, oraban a su vanidad y orgullo.
Esto no es de ninguna manera una
crítica de la oración pública. Jesús no prohíbe orar en voz alta en la iglesia,
sino él va otra vez más allá a la motivación para orar. La de los hipócritas
fue “para que todo el mundo los vea”
(v. 5 – NBD). Faltaba no más que cobren entrada o que pongan un sombrero en el
piso para que la gente pueda darles sus donaciones por su espectacular acción
dramática fingiendo estar orando. Si en ese tiempo ya hubiesen existido los premios
Óscar, seguro que varios de ellos lo hubieran ganado por mejor actor.
Pero otra vez: el que esté libre de
pecado, que tire la primera piedra. Me temo parecerme muchas veces más a estas
personas de lo que me atrevería a reconocer – y ya estoy actuando al igual que
ellos, queriendo ocultar el verdadero estado de mi corazón. Y al lograr el
aplauso de la gente, ya tengo todo lo que quise. Jesús dice que no voy a
recibir otra cosa más. Dios no contestará una oración dirigida al ego propio.
¿Cómo la podría contestar si no fue dirigida a él?
¿De qué manera se puede evitar caer
en esta trampa? Jesús sugiere encerrarse a solas con el Padre y entonces
decirle lo que pesa en el corazón. Ahí no hay quién te vea; no hay ante quién
tengas que fingir algo. Ahí caen todas las máscaras y uno se presenta ante el
Señor tal cual es, sin palabras rebuscadas, sin pensar en que ojalá el hermano
al lado se impresione por mi elocuencia al orar, etc. Ahí se establece la
verdadera comunicación de corazón a corazón entre Dios el Padre y su hijo/a.
¡Esa oración tiene peso!
Vuelvo a decir: esta no es una
enseñanza de que la oración en privado es la única oración válida. Es más, hay
una bendición y un poder especial sobre la oración de la iglesia. Jesús dijo: “Si dos de ustedes se ponen de acuerdo aquí
en la tierra para pedir algo en oración, mi Padre que está en el cielo se lo
dará. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos” (Mt 18.19-20 – DHH). Dos o tres personas son para Dios
representantes de la iglesia. Y si hay pleno acuerdo entre todos —los dos o
tres entre sí y ellos en absoluto acuerdo con la voluntad de Cristo en cuyo
nombre se reúnen— entonces toda la omnipotencia de Dios se despliega para
actuar en dirección a lo que se está pidiendo. Y si tienen dudas de que sea
así, vengan aquí los martes, porque tenemos testimonio sobre testimonio que
hemos experimentado que nos confirman lo que Jesús enseña en estos versículos.
Entonces, la primera advertencia que
Jesús da en cuanto a la oración es que no se la debe convertir en un
espectáculo público. La segunda advertencia… esa sí que pega duro, porque muy
pocos se salvan de caer en ella: “Al orar
no repitan ustedes palabras inútiles, como hacen los paganos, que se imaginan
que cuanto más hablen más caso les hará Dios” (v. 7 – DHH). “Cuando ores, no parlotees de manera
interminable como hacen los seguidores de otras religiones” (NTV). Esta
última frase me hace pensar en una bandada de cotorritas que intercambian con
energía los últimos chismes del barrio. ¿Qué nos mueve a orar de manera parecida
a ese cotorreo incesante? ¿En qué pensamos al orar de esta manera? ¿Quién nos
enseñó que así se tiene que orar? Si grabaras tu oración, o si, al terminar de
orar, se te llegara la transcripción de tu oración que acabas de hacer, ¿qué
porcentaje de ella sería lo que realmente vale, y cuánto de esa oración serían
palabras sin sentido o repeticiones inútiles? Por ejemplo, ¿quién nos enseñó
que, al orar, hay que repetir la palabra “Señor” después de cada dos palabras?
Si te habla tu colega de trabajo y a cada dos palabras repite tu nombre, ¿cómo
te sentirías? ¿Qué pensarías acerca del coeficiente intelectual de tu colega?
¿Qué pensará Dios acerca del tuyo si le hablas de esa manera? O hay muchos que
te hablan de manera normal, pero cuando pasan a orar, y cambian la voz, o
hablan tan bajo que casi no se les escucha, utilizan un montón de términos del
diccionario y frases adornadas con muchas palabras que —según ellos— suenan muy
espirituales y han de impresionar a Dios – ¿o quizás al prójimo? ¿Qué necesidad
hay de cambiar el modo de hablar cuando oramos? ¿Acaso no es Dios nuestro Padre
a quien podemos hablar en forma normal? Si “su
Padre ya sabe lo que ustedes necesitan, antes que se lo pidan” (v. 8 –
DHH), ¿por qué tratamos entonces de “convencerle” de la urgencia de nuestro
pedido con una repetición interminable del motivo de oración? ¿Saben cómo Jesús
califica ese tipo de oraciones? “Vanas repeticiones de personas que no conocen
a Dios.” Si realmente conociéramos a Dios sabríamos que a él no le agrada mucho
palabrerío sin sentido. ¿Quién nos enseñó a hacer precisamente lo que Jesús
aquí dice que no hagamos? Y si tenemos tiempo para andar rebuscando palabras
complicadas y repetir hasta el cansancio la misma palabra, solo damos señal de
que no nos urge orar; que el motivo de oración en verdad no es tanto nuestro
motivo. Porque si hay algo que quema en el corazón, no tendremos tiempo para
buscar palabras. Quizás ni siquiera saldrán palabras. Nuestra oración se
parecerá más bien a esa imagen de un pedazo de papel en el que arriba se había
escrito: “Querido Dios.” Después se ve la marca de tres lágrimas que habían
caído sobre el papel, y abajo decía: “Amén”. Así que, analicemos seriamente
nuestra vida de oración y la convicción con la que oramos.
Algunos de ustedes conocen el
programa radial “Un mensaje a la conciencia” con el hermano Pablo. Incluso en
los últimos años estos programas se llegaron a producir para la televisión. Y
cuenta el hermano Pablo Finkenbinder, ya con el Señor, pero que, con mi esposa,
tuvimos la dicha de conocerlo personalmente, que cuando él iba a empezar ese
programa, se preparó para una emisión de 15 minutos, llamado “La voz del
Evangelio”. Él mismo se horroriza por el nombre que él le quería dar a su
programa. Él presentó su propuesta al director de una radio, un hombre cruel y
desalmado – en ese entonces, porque después él también se entregó a Cristo. Y
ese director tomó su libreto, agarró una tijera y empezó a hacer una carnicería
sin igual con su guion. Luego le devolvió los restos mortales de sus hojas al
hermano Pablo y le dijo: “Léelo y fíjate si cambió algo de su contenido.”
Realmente, el contenido estaba intacto, pero tres veces más corto. Y ese
director desalmado le cambió también el nombre del programa a “Un mensaje a la
conciencia”, y él mismo grabó la locución de la introducción y que suena hasta
hoy en día con la voz de ese director. Si aplicaras ese tijerazo a tu oración,
¿cuánto de ella sobreviviría? Acuérdense de la oración de Jorge Müller que
mencioné hace un tiempo atrás: “Padre de los huérfanos, falta pan. En el nombre
de Jesús, amén.” ¿Cómo hubiéramos orado nosotros si estuviésemos en el papel de
Jorge Müller y con 1.000 niños huérfanos esperando su desayuno? Pídele al
Espíritu Santo a que te revele las vanas repeticiones de tus oraciones, o
cualquier otra cosa que no está como él quisiera que estén.
Después de estas advertencias, Jesús
presenta la oración modelo, conocida como Padre Nuestro. Y si se fijan, no es
una oración que llena capítulos enteros, ni con la palabra “Señor” en cada
línea. Es una oración sencilla, cortita, pero que incluye todo lo que se puede
mencionar en una oración. Por supuesto que son cosas más generales, no motivos
específicos, pero no importa. Nos muestra lo sencillo que puede ser orar.
Nosotros no más complicamos todo, hasta la conversación con nuestro Papá.
Esta oración modelo empieza con la
invocación de Dios: “Padre nuestro que
estás en los cielos” (v. 9 – RVC). No se necesita de una larga lista de
nombres y títulos que se nos vienen a la mente para invocar a Dios; para que él
se dé cuenta de que le estamos hablando a él: “Ah, ¿yo, pio?” “Padre celestial”
es suficiente.
Después de la invocación, la oración
en sí empieza con una alabanza: “…santificado
sea tu nombre” (v. 9 – RVC). Es muy bueno empezar nuestras oraciones con
adoración, porque ahí toda nuestra concentración se dirige a Dios y a lo que él
es y lo que él hace. Todo en lo que enfocamos nuestra concentración crece. Si
la dirigimos a Dios, él crece. Si nos enfocamos en nuestras supuestas
necesidades, ellas crecen cada vez más. Así que, al poner en alto el ser de
Dios con sus atributos, hacemos una declaración clara y contundente de quién es
el que nos gobierna. Ante esta declaración, todo lo demás que lucha por nuestra
atención tiene que retroceder. El mejor antídoto a la ansiedad y depresión es
la alabanza de Dios.
Después de declarar la soberanía de
nuestro Rey de reyes, viene nuestra subordinación a su autoridad y voluntad: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la
tierra como se hace en el cielo” (v. 10 – PDT). ¿De qué manera se cumple la
voluntad de Dios en el cielo? ¿Habrá alguien que la objete y no obedezca? Los
que hicieron esto son los que hoy llamamos “Satanás” y “demonios”. Ellos no
cumplieron la voluntad de Dios y fueron juzgados, condenados y echados del
cielo. En el cielo se cumple íntegramente la voluntad del Rey. Esta oración
pide que así de total y absoluto sea el gobierno de su voluntad aquí en la
tierra. ¿Eres tú un ejemplo de una persona completamente entregada a la
voluntad del Padre?
Luego de exaltar a Dios y sujetarnos
a su autoridad nos dirigimos a nuestras propias necesidades, y recién ahora.
Nuestros asuntos no son ni deben ser más importantes que la exaltación de
nuestro Dios. Y todo lo que necesitamos resumimos en: “Danos el pan que necesitamos hoy” (v. 11 – Kadosh). Un día a la
vez. Los hebreos tenían que salir cada día a recoger el maná. No servía querer
recoger maná como para dos días, excepto el día antes del día de reposo. El que
pretendía juntar para dos días, encontró al siguiente día que todo estaba
podrido y lleno de gusanos (Éx 16.20). Cada día su propio pan. Un día a la vez.
El “pan” que se menciona en este versículo engloba todas nuestras necesidades
básicas. Una versión en alemán traduce directamente: “Danos lo que necesitamos
hoy” (GNEU), sin especificar qué tipo de necesidades serían. Vemos en esta
oración una absoluta confianza en la provisión de Dios de una persona que vive
un día a la vez. “No se angustien por el mañana”, había dicho Jesús (Mt 6.34).
No hay persona más libre y liviana, disfrutando de su vida, que la que no carga
con el peso de todos los días futuros. Jesús sabía que esto sería insoportable
para nosotros, por lo cual nos invita a dejarle a él esa carga para que podamos
estar totalmente libres. A principios de marzo quiero hacer una miniserie de
prédicas dentro del Sermón del Monte acerca de la actitud correcta hacia los
bienes materiales. Ahí vamos a hablar bastante más acerca de esto.
La siguiente petición reconoce
nuestras limitaciones ante Dios: “…perdona
nuestros pecados, así como hemos perdonado a los que pecan contra nosotros”
(v. 12 – NTV). Nos cuesta muchas veces hacer esta oración de manera sincera
porque implicaría dejar el pecado, y eso no lo queremos. Decía nuestro pastor
en Bolivia: “Da gusto pecar.” Entonces no queremos pedir por el perdón, sino
“disfrutar” un rato más de nuestro pecado favorito. Pero peor todavía es la condición
que le damos a Dios para su perdón hacia nosotros. Le pedimos que nos perdone
de la misma manera en la que nosotros perdonamos a otros. Y ahí se vuelve
peligrosa nuestra situación, especialmente cuando guardamos rencor y no
queremos perdonar a otros. Ahí Dios está como con las manos atadas diciendo:
“Lo siento, pero no puede fluir perdón hacia tu vida porque tú no dejas fluir
perdón hacia otros.” El canal está bloqueado. Hay una obstrucción en la cañería
que no permite que el perdón de Dios corra a través de nosotros. Nosotros
mismos hemos cerrado el grifo del perdón. La cañería puede estar llena de la
gracia de Dios, pero si no se abre el grifo, nada ocurre. Jesús lo dice claramente
en este texto: “Si ustedes perdonan a
otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo los perdonará
también a ustedes; pero si no perdonan a otros, tampoco su Padre les perdonará
a ustedes sus pecados” (vv. 14-15 – DHH), no porque no quiera perdonarnos,
sino porque nosotros no se lo permitimos. Nuestra dureza de corazón no permite
abrirse al perdón de Dios. Es muy serio esto. Por eso el clamor final del Padre
Nuestro: “No nos dejes caer en tentación,
sino líbranos del maligno” (v. 13 – PDT).
La tercera práctica de la vida
cristiana que menciona Jesús en este sermón es el ayuno. No se trata de una
enseñanza acabada acerca de este tema, sino principalmente una llamada de
atención en cuanto a la motivación para hacerlo. Al igual que las otras dos
prácticas, Jesús advierte contra convertir una acción de profundo significado
espiritual en un mero espectáculo público. Más allá de cosechar quizás algún
que otro aplauso de la gente no tiene significado alguno. En el caso del ayuno,
el modo de llamar la atención de los demás es poner una cara de muerto de
hambre para querer dar una imagen de una persona especialmente consagrada. El
ayuno se convierte en ellos en un fin en sí mismo, cuando en realidad debería
ser un medio para entrar en una intimidad cada vez mayor con el Señor. Jesús,
más bien sugiere lo siguiente: “¿Estás ayunando? Entonces actúa normal.” No es
necesario ocultarlo a toda costa ante los demás, porque haciéndolo, otra vez el
ayuno se convierte en el centro de mi atención, cuando ese centro lo debe
ocupar Dios. Al ayunar, mi único interés debe ser la comunión con mi Padre
celestial. No me debe interesar a mí —ni mucho menos a los demás— de qué manera
logro entrar en esa intimidad con él, con tal de lograrlo. No me enfoco en el
medio, sino en el propósito que tengo. Dios es el centro, no el ayuno.
“…al
orar, no usen vanas repeticiones, como los gentiles” (v. 7 – RVA2015). ¿Qué
tal tu vida de oración? ¿Qué te está hablando Dios en esta mañana? ¿Qué vas a
hacer al respecto?
No hay comentarios:
Publicar un comentario